4. Será temporal , lo prometo
Martín
La última semana de vacaciones fue una completa tortura, en realidad, toda mi vida desde ese día se había convertido en una pesadilla.
Me había convertido en un completo extraño para mi padre, mi madre, por el contrario, me daba demasiada atención. Creo que teme que mi estado de ánimo me supere, y no la culpo, puede que hasta le dé un poco de razón en ello. Varias veces se me cruzó por la cabeza el hacerlo, solo me estaba convirtiendo en una carga para ambos. Papá ya no quería tener nada que ver conmigo, y mamá se estaba esforzando de más, y todo por mi culpa.
Si tan solo me hubiese mantenido callado.
Pero ya no había nada por hacer, no se puede llorar sobre la leche derramada. La vida continua, mala o buena, todo debe seguir y terminar su curso. Y eso era lo que estaba deseando en esos momentos, que la mía terminara de una buena vez.
Sabía perfectamente que pensando de esa manera no iba a solucionar nada, pero, para otro es fácil decirlo, ¿No? «No te des mala vida por él. Vales mucho para darte por vencido. Algún día lo superarás» Sí, algún día podría hacerlo, pero no estamos hablando de cualquier persona. Es mi padre quien me rechaza, quien niega toda clase de parentesco que nos unía, quien antes decía estar orgulloso de su hijo y ahora lo ve con asco. ¿Puedes superar eso en cinco días?
Durante esos días Ernesto me llamaba y nos mensajeábamos constantemente, pocas veces lo vi en persona. Cada vez que se daba la oportunidad, salía corriendo al poco tiempo. ¿Por qué? El miedo que papá apareciera por eso lugares me perseguía. Lo acepto, estaba extremadamente paranoico y no pensaba con lógica. Pero no podía evitarlo, lo último que quería era que se repitiera ese suceso. Podía golpearme todo lo que quisiera, ya no creo que pueda dolerme más que todo lo que dijo aquella tarde, pero no iba a permitir que Ernesto saliera herido por mi culpa. No otra vez.
Miedo, decepción, angustia, culpa, remordimiento. Todo eso era lo único que sentía.
No sabía que el enamorarme causaría tantos problemas, decepcioné a todos y a mí mismo por no enfrentar la situación como debía; me angustia que mamá se descuide a sí misma por estar pendiente de mí; me da miedo que pueda pasarle algo a Ernesto solo estar conmigo; me culpo constantemente porque toda esta situación es solo por mi causa, yo provoque el desastre y el remordimiento por haber destruido mi propia familia me despedaza por dentro.
Pero debía fingir que todo estaba bien, especialmente frente a mamá y Ernesto. Ellos no pueden pagar los platos rotos de mis decisiones, sería egoísta de mi parte si permitiera que sufrieran por ello. No se lo merecen.
Por eso aproveché el inicio de clases para centrarme enteramente en ello, e incluso me metí en clases extras para tener aún más trabajo que hacer. Mantener la mente ocupada era mi mayor estrategia, no dormía mucho para evitar que mis sueños se convirtieran en pesadillas.
Aunque solo quería cerrar los ojos y descansar, para nunca más volver a despertar.
Ernesto
Había trascurrido medio mes desde que las clases iniciaron, y por esas mismas cuestiones poco podía ver a Martín. Estaba cada vez más ocupado, distraído y desconectado del mundo. Su aspecto no era mucho mejor, todo lo contrario, estaba bajando mucho de peso y las ojeras se marcaban oscuras, el cansancio lo estaba consumiendo.
Nada de lo que decía o hacía cambiaba su actitud, y estaba empezando a preocuparme de verdad. Intenté hablarlo con la señora Melanie, pero tampoco daba resultado. Seguía cerrado en sí mismo, ocultando sus emociones y guardándose todo para él.
Tres días habían pasado desde la última vez que lo vi, tres largos y horrorosos días en que no contestaba mis llamadas, no respondía mis mensajes, no lograba dar con él ni en su casa ni en la universidad. Tres días de completa angustia y de mal presentimiento, otra vez esa maldita sensación.
(M) Siento no haber contestado antes. ¿Podemos vernos?
Parece un mensaje normal, como cualquier otro. Pero quien conoce a Martín sabe que no es así, y no es solo mi paranoia, aunque esperaba y deseaba equivocarme. Me dirigí al lugar que acordamos llegando un par de minutos antes, la espera me estaba matando y la preocupación me tenía con el corazón en la boca, con unas ganas irremediables de vomitarlo y dejar de sentir esta maraña de emociones que me desquiciaban. Lo vi llegar nervioso, mirando en todas las direcciones y caminando en círculos tal y como se le estaba haciendo costumbre. El saber por qué de esa conducta me llenaba de ira, el miedo que le ha tomado a su padre era desproporcional, y aunque tenía sentido tenerlo, lo veía demasiado injusto.
Injusto para él, quien se ha esforzado media vida para mantenerlos a ambos orgullosos.
Injusto para su madre, quien se culpa día y noche el no haber hecho algo más por su hijo.
Injusto para mí, incluso, porque aquello solo construyó fuertes muros de hielo alrededor de Martín impidiéndome hacer algo más para sacarlo de su propio encierro.
Me sentía con las manos atadas y los ojos vendados, sin poder ver ni guiarme a través de este camino lleno de obstáculos. Solo quería ayudarlo, que recuperara las energías que perdió, que volviera a su rostro el color y el brillo de su sonrisa. Solo quería recuperar a mí Martín, vivo y lleno de alegría.
Le hice señas desde mi ubicación para que se acercara. En cuanto sus ojos cansados se fijaron en mí, un odio efervescente resurgió desde lo más profundo. «Si no fuese por él, mí Martín no estaría en estas condiciones».
—Hola, amor —lo saludé con una sonrisa, ocultando mis verdaderas emociones— ¿Cómo estás?
—Bien —contestó— ¿Y tú?
—Igual... —contesté temeroso— todo bien.
Conversamos por un largo rato, inicialmente el ambiente parecía frio e incómodo, pero hice hasta lo imposible para que se relajara, que sintiera que conmigo puede ser él mismo libremente porque así lo amo, tal y como es. Me contaba sobre la universidad, las cosa que estaba haciendo y los cursos extra en los que se inscribió.
—Es algo complicado, pero me está yendo bien —comentó un poco más relajado— aunque eso no importe mucho.
La amargura en su voz fue la gota que rebasó la copa. Lo tomé de la cintura trayéndolo hacia mí, necesitaba sentirlo cerca, saber que de verdad está conmigo y no es un simple sueño, aunque no sea muy bueno.
—¿Sabes? —susurré en su cuello, acariciándolo dulcemente— te he extrañado muchísimo.
No habló, no susurró, no dijo nada, solo suspiró y relajó la tensión de su cuerpo. Correspondió a mi abrazó ocultando su rostro pecho, me apretaba fuerte y temblaba un poco. Acaricié su espalda con suavidad, recorría su cuello con pequeños roces de mis labios, sintiendo el aroma que tanto había extrañado.
Algo raro estaba sucediendo, lo sentía en mí pecho, como un dolor agudo y punzante. Pero no quería dejarme llevar por el miedo, así que busque despejar esos pensamientos sin sentido. Lentamente me dirigí a su boca acercando mi rostro al de él, deseaba besarlo como antes, sentir el sabor de sus labios, la suavidad de su tacto. Acaricié sus mejillas con mis manos, suave y dulcemente.
—Nada ni nadie hará que deje de amarte —susurré.
—Lo sé —sonrió, una ladeada y triste sonrisa se asomó en sus labios.
Eliminé la poca distancia que nos separaba, capturando sus labios con los míos en una necesidad palpitante por sentirlo mío. Nuestras bocas jugaban en perfecta sincronía, aumentando de intensidad poco a poco. El beso se tornó tan pasional, tan anhelante que lo atraje más hacia mí tomándolo por la cintura, acariciando la piel debajo de su camisa. Mientras que él, en un intento por empinarse un poco más, me rodeó el cuello con sus brazos, enredando sus dedos en mi cabello.
Solo éramos los dos, nuestro amor y pasión.
Nos separamos solo por centímetros, reposándonos frente con frente mientras recuperábamos la respiración.
—Te amo —susurró con voz entrecortada.
—¿Qué pasa, mi amor? sabes que puedes contarme lo que sea —dije entrando en desesperación— quiero ayudarte, déjame ayudarte.
—Tengo miedo —sollozó— de lo que pueda hacer mi padre.
—No te preocupes por eso —intenté calmarle— nada puede hacer...
—Si puede, y lo hizo —me interrumpió con amargura en su voz— no puedo permitir que vuelva a suceder, no quiero que...
—Martín, amor escúchame —dije con firmeza— eso que sucedió no volverá a pasar, tu padre no puede actuar como un loco neurótico cada vez que le venga en gana.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Por su imagen, su trabajo —expliqué, pero no se veía muy convencido— personas que piensan como él se preocupan demasiado por las apariencias, y no creo que quiera mancharse con un escándalo así.
La duda brillo en sus ojos, parecía que intentaba pensar mejor las cosas, pero había una fuerte batalla interna con el miedo.
—No... no lo sé —titubeó— si reaccionó así ese día, no creo que...
—No pienses en eso, ¿Sí? Eso ya pasó —susurré acariciando sus labios.
—No estoy tan seguro de ello —dijo firmemente, apartando mis manos de su rostro— tanto tu como mamá han pagado por algo que no era su culpa... y no quiero que sigan culpándose o preocupándose por mí.
Una sensación desagradable me recorrió la espina dorsal.
—¿A qué quieres llegar con esto, Martín? —interrogué, aún sin estar seguro de querer saber la verdad.
—A que... no es justo que ustedes estén así solo por mí —continuó aun tomando mis manos, pero sentía que se alejaba cada vez más de mí con cada palabra— esto no puede seguir así, no quiero que siga así...
Hizo una pausa cerrando fuertemente los ojos, un par de lágrimas recorrieron sus mejillas hasta caer por su barbilla.
—... Lo mejor por ahora es que cada quien tome su camino —continuó y un nudo se atravesó en mi garganta.
—No... —susurré.
—No quiero exponerte a la ira de mi papá —añadió, aún con los ojos cerrados.
—No puedes...
—Si todo esto se arregla podríamos volver a intentarlo... si quieres.
—¿Cuándo? —intercedí con la voz entrecortada.
—No lo sé —sollozó— ni siquiera sé si estoy haciendo lo correcto.
Lo abracé fuertemente, esperando que de esa forma no se me escapara de las manos.
—Entonces no lo hagas —supliqué— no es necesario, si todo se arregla o empeora estaré contigo. No importa que suceda.
—No puedo, entiéndeme, ¿Sí? —exigió entre sollozos, apartándose de mí—no quiero verte lastimado por mi culpa.
—No volverá a suceder...
—Pero puede... —interrumpió con firmeza y rabia— creía conocerlo, pero me di cuenta que en realidad no sabemos quién es mi padre. Es muy impredecible, no sabemos que pueda ser capaz de hacer, y eso me aterra, especialmente estando tú de por medio.
—Te entiendo, y también tengo miedo de lo que pueda hacerte —lo miré fijamente a los ojos— pero no puedes dejarte llevar por eso, no puedes vivir del miedo hacia tu padre.
—No hay de otra...
—¡Si lo hay! —exclamé.
—¿Qué? —exigió saber— ¿Cuál es esa solución?
Me quedé bloqueado por varios segundos, viendo como la rabia y la frustración se mesclaban apagando el brillo de sus ojos.
—No lo sé, pero podemos averiguarlo juntos —él solo negaba con la cabeza una y otra vez— pero no decidas por mí, quiero tomar el riesgo porque quiero estar contigo.
—¿Crees que yo no? —sollozo exasperado— no quiero estar lejos de ti, eso me... me mata, pero tampoco puedes estar cerca... no por ahora.
—No... —hice una pausa, reteniendo el nudo en mi garganta— no decidas por mí.
—Será temporal, te lo prometo —se alejó de mí, poco a poco iba dando pasos hacia atrás— en serio te amo, pero no quiero que vivas esto. Adiós, Ernesto.
Me miró con gesto culpable, lágrimas derramándose por sus mejillas y un inmenso dolor que, a decir verdad, era solo el reflejo del que yo estaba sintiendo en ese momento. Dio media vuelta y se alejó apresuradamente por el mismo camino que llegó, sin mirar atrás.
Mi respiración se hizo cada vez más lenta y pesada, las punzadas en mi pecho se convirtieron en dagas atravesándolo, una y otra vez de forma dolorosa. Mis ojos ardían, lágrimas acumuladas luchaban por salir y estallar las mil emociones que me estaban volviendo loco. Regresé a casa en total silencio, sin expresiones ni palabras, encerrándome en mi habitación como si nada estuviese destrozando mi alma.
Me sentía vacío, como si me hubiesen sacado el corazón y dejado un hueco lleno solo de aire. Me senté en mi cama, esperando... No sabía que esperaba, un mensaje de su parte tal vez. Algo que me dijera que eso solo fue un error, que no había terminado conmigo por culpa de su padre.
Pero no había nada. Mi teléfono se mantenía en silencio, ninguna notificación de mensaje, nota de voz, nada. En mi fondo de pantalla, el recuerdo de lo que una vez fue una radiante y hermosa sonrisa en el rostro de Martín me saludaba, recordándome con un baldado de agua fría en la cara la irremediable realidad.
Y fue ahí cuando reaccioné. Lloré hasta sentir vaciado mis ojos de lágrimas, hasta que cada parte de mi corazón salió hecho polvo y llevado por el viento a través de la ventana.
Roberto
Siempre me jacté de ser un hombre tranquilo, pacífico y con mucha paciencia. Si de tener una etiqueta se tratara, tendría la del compañero que hace de árbitro, deteniendo toda clase de conflicto y ayudando a solucionarlo de una manera más civilizada.
Y por eso mismo, me sorprendí de mi propia reacción.
Jamás le había levantado la mano a nadie, ni siquiera en momentos de rabia o frustración. Nunca protagonicé una pelea, ni siquiera en mis años de juventud y rebeldía. Solo las presenciaba, e incluso las detenía en caso de ser algún conocido, pero nunca las provocaba o participar en ellas.
Entonces, ¿Qué fue lo que me pasó?
Los recuerdos de ese día llegan a mi mente borrosos y llenos de ira, como si hubiese estado en dos lugares al mismo tiempo. Protagonizando tal escena, y siendo un espectador más en medio de la sala. Veía a Melanie, mi esposa, de pie detrás de mí tan preocupada que podría entrar en estado de shock. Y me veía a mí mismo, sosteniendo a Martín del cuello de su camisa mientras su labio sangraba.
Por un momento me aterroricé de lo que estaba haciendo, sentí unas enromes ganas de apartar a aquel tipo que lo agredía tan brutalmente. Sabía perfectamente que era yo mismo, tampoco estoy demente, pero quería hacerme entrar en razón, tratar de pensar las cosas con cabeza fría. Pero, el ver entrar a ese chico a la casa, acercarse a mi hijo y mirarlo de esa manera, terminó por hacer hervir mi sangre.
Todo rastro de civilización, o lo poco que aún me quedaba para ese momento, se esfumó. Desde el momento en que Martín abrió la boca para decir estupideces, quedé totalmente cegado por la rabia. Me sentía asqueado y defraudado, todo el orgullo que había sentido por él se resquebrajó en mil pedazos hasta quedar solo polvo.
Y todo por una cosa, mi hijo es gay.
No podía aceptarlo, ni en esta ni en otra vida permitiría tal aberración. Las cosas tienen un orden natural, hasta las religiones sin importar su origen lo aseguran, el hombre debe estar con una mujer, hasta la ciencia explica que sin esta unión la raza humana no prevalecería. Eso de parejas homosexuales es una completa idiotez, no más que una de las tantas enfermedades mentales que están surgiendo en este siglo.
Todas mis creencias, todo lo que sabía, lo que me habían inculcado desde niño, todo estaba siendo acribillado y pisoteado por ese hecho. Estoy totalmente consciente que las cosas cambian, la gente se abre a nuevas cosas y demás, pero no a este grado; no somos maquinas que actualizan según avanza la tecnología. Que la mujer pueda tener algo de autonomía, voz y voto como el hombre no atenta contra nada, pero esto sí.
Y no voy a dejar que pasen por encima de ello.
*******
Wenas, personitas del señor.
El personaje misterioso ha sido revelado, Roberto, señor padre de Martín.
¿Qué opinan de este sujeto?
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro