¹⁰━ 𝐂𝐇𝐄𝐂𝐊𝐏𝐎𝐈𝐍𝐓
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CAPÍTULO DIEZ
𝘊𝘏𝘌𝘊𝘒𝘗𝘖𝘐𝘕𝘛
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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)
HABÍA DEJADO DE morderse las uñas para no estropear demasiado la manicura realizada por el equipo de preparación y Honorius, pero le resultó inevitable tener los nervios a flor de piel.
Honorius —su estilista— le dedicó largas miradas de preocupación a través del reflejo del espejo, pero ella siempre las evitaba. Su conversación con el presidente Snow seguía viva dentro de su cabeza, tan atronadora e inquietante que recordarla le provocaba temblores en las manos. Era injusto que dadas las circunstancias; ni siquiera le permitieran liberar toda la angustia y el miedo que le tensaban los músculos. Quería gritar, correr, escapar y llorar, pero hasta eso le privaron de poder hacer.
—Mélode, ¿te encuentras bien? ¡Te veo muy mala cara! —exclamó Honorius, trazando movimientos circundantes con los habilidosos dedos sobre el cabello rojizo.
La pelirroja zarandeó la cabeza y esbozó una sonrisa cansada poco convincente en respuesta:
—¡Omitre preocuparte tanto, Honorius! Es solo que esta noche no he podido pegar ojo, los juegos me están llevando al límite —Intentó pedir ayuda de alguna forma, pero todos parecían ciegos, tan necios e ignorantes como de costumbre.
Honorius dejó escapar una pequeña carcajada de alivio y terminó de desenredar un complicado nudo de pelo.
—¡Ah, pensaba que se trataba de algo más grave! En casos como este mi señora madre solía repetirme que los grandes esfuerzos requieren de grandes sacrificios. Te prometo que todo acabará pronto, no te preocupes. ¡Me encargaré personalmente de que no te falte de nada! —Lo dijo con tanta convicción que por un momento estuvo apunto de creerle.
La gran esperada noche de las entrevistas había llegado, y con ella, la sombra que cernía a Panem con la matanza anual se deslizaba en silencio a sus espaldas. Las entrevistas —dirigidas por el célebre maestro de ceremonias, Caesar Flickerman— eran la última oportunidad que tenían los tributos y sus mentores para conseguir patrocinadores. Cada tributo tenía un margen de tres minutos con Caesar para hablar, hacer reír al público y ganarse el favor del destino. Era la primera— y para la mayoría la última vez — que los espectadores pudieran conocerlos personalmente.
Para la gran ocasión, Mélode llevaba puesto un precioso vestido de seda color añil y un atrevido trenzado con forma de cascada, que conjuntados, enaltecían su pintoresca belleza femenina. Cuando al fin Honorius terminó y dejó que observara su reflejo, se quedó sin palabras. ¿De verdad era ella? ¿De verdad… era aquella chica de mejillas rosadas y hoyuelos que le devolvía la mirada?
—¡Et voila, es mi gran ópera prima! ¿Qué te parece, cielo? —La pregunta de Honorius quedó suspendida en el aire por varios instantes.
No supo bien qué responderle, ya que se le vinieron demasiados adjetivos a los labios. El hombre regordete dió un paso vacilante y sus mejillas hinchadas y coloradas aletearon.
—Creo… creo que es perfecto, Honorius.
Su estilista esbozó una sonrisa, una gran sonrisa, y por un momento temió que se echara a llorar por la emoción de sus palabras. Galatea se dejó caer unos minutos más tarde, agarrando del hombro a un Finnick que estaba guapísimo, con un traje agua marina con ribetes plateados y bordados color satén. Por algún extraño motivo, su pecho se aceleró al verlo aparecer.
—¡Por la gloria de mi corazón, estáis maraviestupendos! —exclamó mientras se limpiaba las lágrimas una a una.
Resultaba irónico que su mayor virtud los hubiera condenado a los dos a una vida de sometimiento. Tan guapos y tan rotos a la vez. Un alto precio que los vencedores más populares del Capitolio pagaban a menudo.
—Me temo que no somos nosotros precisamente los que tengamos que brillar ahí fuera. ¿Quién se está encargando de los tributos, por cierto? —indagó Finnick.
La escolta se tomó unos instantes para contestar, ya que había empezado a sufrir taquicardias de los nervios.
—¡Oh, Cosmo se está ocupando de ellos ahora mismo! Estoy segurísima que están en muy buenas manos.
Mélode y Finnick no parecieron muy convencidos.
—Si tu lo dices Gala…. —articuló en un pequeño susurro.
Antes de que se marcharan para escoger los mejores asientos del público, Honorius se acercó por detrás y le rodeó el cuello con un lujoso colgante bañado en plata.
-—¿Qué es? —Era incapaz de averiguarlo. Parecía una especie de reptil y una serpiente con alas, con dos cuernos puntiagudos y escamas incorpóreas en los laterales. Tenía un aspecto intimidante.
—Tiempo atrás nuestros antepasados los llamaban dragones. Es conocido que simbolizan la fuerza de un espíritu ardiente. —le confesó el estilista.
«Dragones» pensó. Qué nombre tan extraño para una criatura tan hermosa.
Tomaron asiento en la primera fila de asientos, reservados solo para mentores y los estilistas de los tributos. Los sillones, recubiertos de una polipiel escarlata, resultaron ser un alivio para las piernas de una Mélode que se pasó las últimas tres horas de pie. Finnick se dejó caer a su lado, dejando soltar un resoplido, y Librae llegó solo un instante más tarde. Honorius y Cosmo por otro lado, intercambiaron varios comentarios con un pequeño grupo de estilistas multicolores, y se sentaron entre risotadas tontas.
Finnick la observó de soslayo y se volvió hacia ella vacilante. Se aclaró la voz:
—¿Y bien? Todavía no me has dicho nada. —le hizo saber.
Supuso que el rubio se refería a su visita con el presidente Coriolanus Snow, un acontecimiento que había tratado de evitar hablar con nadie por su propia salud. De todas formas, no le parecia seguro hablarlo allí, con tantas personas y oídos indiscretos cerca. Terminó negando la cabeza con los labios apretados.
—Creo que no es el momento más adecuado para hablarlo.
Finnick arrugó el ceño y exigió información, impaciente.
Él mejor que nadie sabía las terribles intenciones del presidente; los límites que le era posible cruzar y su gran arsenal de artimañas y dagas empozoñadas. Si el mismísimo Coriolanus Snow te hacía llamar a la mansión presidencial, significaba que se trataba de un asunto serio y muy delicado. De ahí la preocupación que su compañero sentía por ella. Su respuesta pareció molestarlo.
—¿Y cuándo lo es, Mélode? —se quejó alzando demasiado la voz.
La aludida lo encaró con los ojos azulados empañados por las lágrimas, y le suplicó mentalmente que se detuviera en su empeño de interrogarla. Finnick la observó con una profunda tristeza, pero no añadió nada más. Eso estaba mejor, porque había temido romper a llorar y montar otro numerito frente a todos. Librae no pasó por alto la escena. Los miró con una pequeña mueca afligida y luego dirigió la mirada al suelo, sumergida en sus propios pensamientos.
El himno empezó justo después. Las luces se encendieron y apareció Caesar Flickerman, ataviado en un brillante traje de luces aguamarina, con los labios, el pelo y los párpados pintados del mismo tono. El público empezó a aplaudir y se oyeron gritos y exclamaciones de emoción. Como era costumbre ya, el hombre empezó con su gran repertorio de chistes para relajar los ánimos del espectáculo.
Caesar era un hombre maduro que había pasado los últimos cuarenta años como comentarista, noticiero y maestro de ceremonias de los Juegos del Hambre. Era amable, a su manera, ingenuo; si es que alguien nacido en el Capitolio podría ser considerado tal cosa, y contaba con un gran repertorio de anécdotas, respuestas ingeniosas y un carisma difíciles de pasar por alto. Había oído que su padre había sido presentador de los Juegos antes que él, y que bajo la carne que escondía su elegante traje, ocultaba variados tatuajes con cada una de las iniciales de los tributos que entrevistó y vio morir. Era bastante extravagante, aunque a nadie parecía importarle. De hecho, brillaba por su imagen de comediante.
Sintió la mirada de Finnick fija sobre ella los diez minutos siguientes, pero no se atrevió a devolverle el gesto. Se clavó las uñas sobre la carne y se concentró en el despampanante juego de luces del techo, incapaz de otorgarle las respuestas que buscaba.
Recordaba su conversación con Johanna.
«—Os envidio a tí y a Finnick casi tanto como odio al Capitolio. No sois conscientes de la suerte que tenéis por teneros el uno al otro».
Y ahí estaba, negándole las palabras por miedo a inmiscuirle demasiado en sus propios problemas. Simplemente no deseaba que nadie cargara con su dolor, con sus miedos, o sus penas. Agradecía todos los intentos de Finnick por protegerla y ayudarla, ¡pero no podría complacerla eternamente! ¿Qué había hecho ella a cambio por él? No merecía su ayuda. En el fondo debía saberlo. A Mélode no le agradaba deber deudas.
Arrebujada en su asiento, se sintió tan diminuta e insignificante como una hormiga. Caesar fue llamando a los tributos uno por uno. Primero las chicas, después los chicos. La chica del uno —una superficial rubia tonta— fue la primera en poner la pelota en juego, seguido de su cómico compañero de distrito y la amenazante Clove, del Distrito 2, que le confesó al presentador ser capaz de asesinar a una persona arrojando cuchillos desde el otro lado del escenario. Su compañero, Cato Hadley —el gran favorito— salió justo después de ella y contestó a las preguntas de Caesar con orgullo y determinación. Resultaba intimidante tenerlo tan cerca. Era guapo, con el cabello rubio oscuro y rozaba el increíble metro noventa. Cuando su periodo de tiempo terminó, el público lo despidió con una gran ovación.
—Quien sabe, es posible que hayamos tenido el honor de presenciar al nuevo vencedor de este año —comentó Caesar Flickerman a cámara, guiñando un ojo.
Los tributos del Distrito 3 pasaron sin pena ni gloria, pequeños y escuálidos. Según tenía entendido; el chico formaba parte de la alianza profesional, pero la pelirroja no supo encontrar ningún motivo en su entrevista. Debía de tener unos trece años, y daba la sensación de que bastaría un resoplido para hacerle caer al suelo. Sus mentores eran una mujer de mediana edad bastante rara llamada Wiress y Yohan, apodados por Johanna cómo, "Majara y lamechircha". No sabía lo que era pero supuso que era un insulto que se utilizaba en el siete.
—¡Y ahora, veámos si los rumores del oleaje son ciertos, porque aquí llega Marina Macken! —anunció Caesar.
Su tributo atravesó el escenario con una mueca de arrogancia, con el pelo negro suelto y un bonito vestido celeste. Habían pasado dos días preparando la entrevista con ella, hasta que al final acordaron el enfoque elegido y se conocieron un poco más. No era una chica brillante, ni siquiera guapa, amable o carismática, pero era astuta, y mucho. Bajo aquella fachada de chica malhumorada, se hallaba una niña con miedos y carencias, incapaz de confiar debido a las tretas que la vida había puesto en su camino. Al final se decantaron por el enfoque humorístico y sarcástico.
Cuándo Caesar le preguntó:
—Bueno, Marina ¿Qué nos puedes decir del ocho en las sesiones privadas?
Ella le respondió:
—Solo que ni siquiera tuve que esforzarme, Caesar. Me bastó con entrar al gimnasio para que los vigilantes se quedaran boquiabiertos —agregó mirando su manicura con aburrimiento.
Caesar carcajeó, iniciando un coro de risas en los espectadores, a lo que añadió:
—¡Eso seguro! Incluso me he puesto un poco nervioso al verte entrar, no quisiera sonar grosero, pero me cuesta mirarte a los ojos. ¡Me intimidas demasiado!
Marina hizo bailar una sonrisa divertida en los pliegues de los labios.
—¿Y a dónde quieres que mire, Caesar? No tengo espejo para admirarme, a menos que me consigas uno. —Entrecerró los ojos y el presentador la imitó.
—¿Me estás proponiendo algo en específico, Marina? ¡Soy todo oídos!
La tributo sonrió, perfida.
—¡Oh, ya me conoces! Soy una chica fina e interesada. Solo espero que no tengas que enamorarte de mí, no me gustaría romperte el corazón. —Hizo una mueca de disgusto y el público estalló en risas.
El presentador poco tardó en unirse.
—¡Bueno, no te prometo nada!
El pitido sonó y Caesar despidió a Marina entre carcajadas y muecas extrañas. Sean entró un minuto más tarde, con un traje negro con remacados escarlatas, plateados y dorados, una gorra de marinero, y el cabello delineado en suaves ondas engominadas. Antes de sentarse, se quitó el traje y dejó entrever una pequeña camisa interior para poder fardar de musculatura. De cualquier manera, resultó un poco incómodo de ver, ya que tenía tanta musculatura como una estrella de mar.
—¡Oh, Sean, déjame decirte que hoy estás espectacular! —exclamó Caesar.
El chico asintió, zarandeando el cabello rubio oscuro.
—Pedí este traje expresamente para tí Caesar, soy un gran admirador tuyo y quería causarte una buena impresión. —añadió, comprimiendo mucho la mandíbula. Caesar hizo lo que pudo por ser amable.
—¡Bueno, tengo que admitir que los chicos jóvenes y elegantes siempre han sido mi debilidad! —carcajeó.
Patético y bochornoso.
Al minuto siguiente quedaba claro la estrategia que Finnick había seguido con el chico. En realidad, de los pocos atributos que el tributo tenía a disposición.
—Quiero que nos hables de tí, Sean.—Caesar hizo un rápido intercambio de miradas a cámara y plasmó un ambiente de intriga sobre el escenario—. La gente se pregunta, ¿quién es Sean Whistle? ¿Es un chico hambriento de gloria, o por el contrario es alguien misterioso, oscuro y mágico?
Sean se rascó la nuca pensando una respuesta apropiada a su pregunta.
—Desde que era niño lo dije, Caesar. Mi mayor sueño es convertirme en Vencedor. No me imagino la vida sin alcanzar la fama y el honor que consiguieron por ejemplo mis mentores. Ganar los juegos… lo es todo para mí. ¡Quiero escribir mi nombre en la historia de Panem!
El público respondió con una gran ovación desmedida llena de aplausos, como si el chico hubiera dicho la idea más brillante del Mundo o hecho el mayor elogio a la multitud. Resultaba bochornoso, de muy mal gusto y una completa estupidez su pequeño discursito. A su lado, Honorius y Cosmo —por no mencionar casi el resto de su fila—, lloraban a moco tendido por el espíritu luchador del tributo. Mélode juraba que estaba al límite de su paciencia, como no se callaran, esa noche iban a volar los peluquines y los zapatos de tacón.
—Lo que hay que aguantar
—susurró Finnick, a lo que ella asintió.
—Por desgracia, no ha sido lo peor de la noche. Agarremos la diminuta posibilidad de haber conseguido patrocinadores —suspiró Librae.
Caesar miró el reloj del tiempo de descuento y esbozó un mohín.
—Me encantaría seguir conversando Sean, ¡pero oh, oh! Me parece que nuestro tiempo se ha terminado. ¡Qué lástima! —jizo un puchero y abrazó con Sean fingiendo llorar.
El resto de las entrevistas con los tributos fueron menos intensas, y Mélode le prestó especial atención al tributo femenino del cinco —la pupila de Syrus— que dejó caer algunas frases inteligentes, y a la pareja del Distrito 11. Thresh, que fue el último chico en salir, logró dejar al público sin habla con sus respuestas rápidas y tajantes, tan robusto e intimidante como el diez que había arañado en las sesiones privadas. Rue, la pequeña niña de doce años, sin embargo, brilló por su ternura y Mélode apenas tuvo un instante para dedicarle una mirada de tristeza.
Por fin llegó el momento cumbre, el momento que la mayoría estaba esperando. Caesar apenas podía contener los nervios que retenía el temblor de su voz. La voz de Galatea resonó a dos filas de asientos por detrás y se unió al resto de chillidos.
—¡Por la gloria de mi corazón, va a darme un ataque, auxilio me desmayo!
Y por fin Caesar Flickerman lo anunció:
—¡Damas y caballeros, del Distrito 12, la conocen como La chica en llamas, pero nosotros, como la adorable adorable Katniss Everdeen!
Un aluvión de aplausos atronadores sonó, y la chica que andaba en boca de todos apareció con un precioso vestido de encaje rojo con pequeñas piedrecitas muy brillantes. Costaba creer que una chica del Distrito 12 hubiera causado tanta euforia. Nadie pasaba por alto el once que había logrado con los vigilantes — sumado a la entrada triunfal en el desfile y el heroico acto de presentarse voluntaria en lugar de su hermana pequeña en la cosecha— logrando que fuera la comidilla de todos en la ciudadela. Era una chica pequeña y flaca, con bonitos ojos grises, cara delgada y pelo oscuro enmarañado.
Pensándolo bien, era muy parecida a su mentor.
Caesar la invitó a sentarse amablemente, enfatizando los detalles del desfile de tributos. Incluso a Mélode le gustaba esa chica, a pesar de que no la conociera. Qué se hubiera presentado voluntaria en lugar de su hermana ya había sido un precedente, pero que hubiera opacado al resto de tributos, no sólo en los desfiles sino también en las sesiones privadas, terminó por hacerla decantarse a su favor. Y no ignoraba la oleada de odio y envidia que hizo sentir entre sus homólogos mentores de los Distritos 1 y 2.
—¡Mírala, casi parece una humana! Pero ya sabes el dicho, por mucho que la mona se vista de seda… —le había oído decir a Cosmo.
Caesar y la chica empezaron animadamente la conversación, trazando tintes discretos maniobrados por el presentador, y dejando entrever a una chica simpática y risueña que dio vueltas por el escenario para hacer arder su precioso vestido. Su compañero de distrito, un chico llamado Peeta Mellark que consiguió un ocho con los vigilantes, aprovechó sus tres minutos con Caesar para hacer reír al público de todas las maneras posibles. Era carismático, y supo elegir con cuidado las palabras adecuadas para contestar las preguntas de Caesar con solventura.
—¿No habrá conseguido un ocho haciendo reír a los vigilantes, no? —preguntó Cosmo entre risas.
Pero solo pasó un minuto, cuando el rumbo de la conversación se apagara y dejara en un puño a todos los espectadores:
—Dime, ¿hay alguien esperándote ahí fuera? —inquirió el presentador.
—No, no la hay —contestó el tributo entre pequeñas risas nerviosas.
—¿Un chico guapo como tu? Tiene que haber una chica especial. Venga, ¿cómo se llama?
—Bueno, hay una chica —respondió, entre suspiros—. Llevo enamorado de ella desde que tengo uso de razón, pero estoy bastante convencido que no sabía nada de mí hasta la cosecha.
—¿Tiene a otro? —La cara de Caesar se había empañado ligeramente por la congoja de un amor no correspondido.
—No lo sé, aunque le gusta a muchos chicos.
Mélode no pudo evitar sentir un nudo en el pecho y terminó mirando a Finnick por el rabillo del ojo, incómoda. Conocía lo complicado que era que su mentor confiara en las personas. En unos pocos, en realidad. Sin embargo ella, de alguna forma que no entendía, había conseguido ganársela y no sólo eso, sino también consiguió que Finnick se preocupara constantemente por ella. Tenían una relación extraña, complicada vista con otros ángulos.
—Entonces te diré lo que tienes que hacer; gana y vuelve a casa. Así no podrá rechazarte, ¿eh?
—Creo que no funcionaría. Ganar… no me ayudará —Hizo una pausa dramática y todos guardaron silencio—. Porque ella está aquí conmigo.
Tras sus palabras, reinó el mutismo.
¡Holaa, bienvenidos a todos!
Debo confesar que he disfrutado releyendo el capítulo como nadie. A veces tengo mis inseguridades, mis mis pequeños dudas, pero es volver a leer x capítulos y tranquilizarme. Creo que es el mayor cambio que he tenido respecto a hace 1 año; mi mejora en las descripciones , en la fluidez de la narración, en los diálogos... AY me siento muy orgulloso con esta nueva versión de Revenge, aunque aún me queda bastante por mejorar.
En el capítulo de hoy hemos tenido el placer de ver las entrevistas. Empiezan a saltar las primeras chispas entre Finnick y Mélode, las primeras grietas del shipp. Nuestra protagonista no deja de ser una humana con miedos e inseguridades, no logra entender por qué Finnick se esfuerza tanto en complacerla y preocuparse por ella, y al igual que con su familia, intenta alejarlo de sus problemas para no hacerle daño. Y aún así, creo que el drama está siendo flojo XD. PERO YA VERÉIS EN EL PRÓXIMO CAPÍTULO jejejejejejeje
Me ha encantado la forma que le he dado a las entrevistas, conservando los detalles de los libros, pero ampliando la gama de detalles desde el punto de vista de un espectador y mentor. He tratado de pulir al máximo los tres minutos de Marina y Sean para hacerlos carismáticos y atrevidos, y de paso, darle más humor a Caesar Flickerman. Capítulo un poco de transición, pero con el que me he quedado muy a gusto.
¿Os ha gustado el capítulo? ¿Os habéis reído? ¿Habéis sufrido por Mélode? ¿Qué puntuación le dais? ¿Teorías o algún comentario de interés?
¡Ya sabéis que os voy a estar leyendo, que me da la vida saber vuestras opiniones!
Y antes de despedirme, avisaros que haré una pausa con Revenge después del capítulo 11. No voy a dejar la historia aparcada, tranquilos. Solo digo que estaré 3 - 4 semanas sin publicar ya que quiero enfocarme en la importancia de los capítulos 15 - 20 para desarrollarlos mejor y darles mayor profundidad. Actualmente tengo hasta el capítulo 13 escrito, y como os dije ya en la última nota, estas últimas semanas apenas estoy escribiendo y leyendo, así que creo que me vendrá muy bien está pequeña pausa. Literalmente llevo todo Junio y Julio escribiendo, editando, arreglando y reescribiendo los capítulos para que me queden lo mejor posible, así que voy a provechar esto para tomarme un pequeño descanso. Si no lo hiciera, los próximos capítulos seguirían una idea vaga, carente de emoción y simple, como me pasó con la última versión de Revenge que a medida que la vas leyendo todo va siendo más forzado y wtf.
¡Y eso era todo, para aclararlo, nos leemos!
7/8/23
©Deméter_Crane
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