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Capitulo 5



UN MES DESPUÉS.

Había pasado un mes desde la caída de Woodbury. Los días transcurrían con una monotonía inquietante en la prisión, pero para Daryl, cada amanecer era otra oportunidad de encontrar a Viktor. Cada salida de búsqueda, cada patrulla, era con un propósito único: encontrarlo y matarlo.

Daryl regresaba al bloque C con las botas cubiertas de barro y los hombros pesados de frustración. Cada intento por rastrear a Viktor había resultado inútil. Era como si se hubiera desvanecido en el aire. Pero había algo que no podía ignorar, una sensación constante, como un cosquilleo en la nuca.

— ¿Otra vez volviste con las manos vacías? — preguntó Carol viéndolo desde la mesa común.

Daryl soltó un gruñido, tirando su ballesta sobre la mesa y dejándose caer en una silla.

— No es que esté escondido... Es que ese maldito quiere que lo busque. — respondió Daryl con voz áspera.

Carol lo miró con preocupación. Sabía que Viktor era más que un objetivo para Daryl; se había convertido en una obsesión.

— ¿Y si lo dejas ir, Daryl? No te estoy diciendo que olvides lo que hizo... solo que no puedes seguir destruyéndote buscándolo.

Daryl levantó la vista, sus ojos llenos de una furia contenida.

— No puedo, Carol. No después de lo que le hizo a Merle. Ese tipo no merece seguir respirando.

Carol suspiró, pero no insistió. Sabía que nada que dijera cambiaría la determinación de Daryl.


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Las patrullas nocturnas se habían convertido en un hábito para Daryl, una excusa para estar solo con sus pensamientos. Esa noche no fue diferente. Con la ballesta en mano, caminaba por el bosque cercano, atento a cualquier sonido, cualquier movimiento.

Pero había algo en el aire, algo que lo hacía sentir incómodo. No era el crujir de las ramas bajo sus botas ni el sonido lejano de los caminantes. Era esa sensación... esa sensación de ser observado.

Daryl se detuvo, girándose rápidamente, sus ojos escaneando la oscuridad.

— ¿Quién anda ahí? — murmuró Daryl para si mismo.

El silencio fue su única respuesta. Pero lo sentía. Lo sabía. Alguien estaba ahí, observándolo.

— ¡Sal de donde estés, maldito cobarde! ¡Sé que estás ahí!

La respuesta fue un susurro en el viento, casi imperceptible: un leve crujir de hojas, un destello fugaz entre los árboles. Daryl apuntó su ballesta hacia el movimiento, pero no disparó.

— Viktor... — soltó Daryl gruñendo.

El nombre salió de sus labios como una maldición, una declaración de guerra. Pero el bosque volvió a quedarse en silencio, como si nunca hubiera pasado nada.

Daryl bajó el arma lentamente, sus dientes apretados mientras la frustración y el odio lo consumían. Sabía que no estaba loco. Lo sentía. Viktor estaba ahí fuera, jugando con él, como un depredador acechando a su presa.

— Te encontraré. Y cuando lo haga... será el fin para ti.

En la distancia, entre las sombras de los árboles, una figura observaba en silencio, una leve sonrisa cruzando su rostro antes de desaparecer en la oscuridad.

Los días siguientes fueron una repetición frenética de búsquedas. Daryl se internaba cada vez más lejos de la prisión, siguiendo pistas que, aunque sutiles, parecían hechas para él. Trozos de tela rasgados en arbustos, huellas deliberadamente visibles en el suelo, una fogata apagada con rastros de algo quemado que no alcanzó a consumirse del todo.

Cada detalle parecía gritar "Viktor". Y Daryl lo sabía. Sabía que esto no era una simple casualidad. Todo estaba calculado, colocado con un propósito: que lo buscara.

— Maldito cabrón... ¿Crees que no sé lo que estás haciendo? — gruñó Daryl para sí mismo, mientras examinaba una huella.

Apretó la mandíbula, sus nudillos blancos mientras sujetaba su ballesta con fuerza. Era un juego psicológico, y Daryl era consciente de ello. Viktor quería que se obsesionara, que siguiera estas pistas como un perro tras un rastro. Y a pesar de saberlo, no podía detenerse.

— Pues aquí estoy, maldito. Si esto es lo que quieres, te lo voy a dar... pero a mi manera.

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Esa noche, Daryl estaba sentado junto a la hoguera con Rick, Michonne y Carol. Aunque había regresado con las manos vacías, no podía sacudirse la sensación de que cada día estaba más cerca... o más atrapado en el juego de Viktor.

— ¿Encontraste algo? — preguntó Rick mirándolo mientras bebía un sorbo de agua.

Daryl asintió, sin mirarlo, sus ojos fijos en las llamas.

— Pistas. Pedazos. Cosas que ese desgraciado dejó atrás.

— ¿Y estás seguro de que son de él? — preguntó Michonne arqueando una ceja.

— Son de él. Lo sé. Ese maldito quiere que lo busque. — dijo Daryl gruñendo.

Carol lo miró con preocupación, pero esta vez no intentó disuadirlo. Sabía que nada lo haría detenerse.

— Entonces cuidado, Daryl. Si él quiere que lo busques, es porque tiene algo planeado. No caigas en su trampa.

— No importa. Lo voy a encontrar. Y cuando lo haga, se va a arrepentir de cada cosa que hizo.


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Esa noche, mientras Daryl dormía, algo lo despertó. El ruido de una rama quebrándose a lo lejos lo puso de pie de inmediato. Tomó su ballesta y salió al exterior, sus sentidos alerta.

El bosque estaba tranquilo, demasiado tranquilo. Pero algo lo hizo detenerse. Un objeto colgaba de una rama cercana: un pañuelo, sucio y manchado, atado de forma deliberada. Daryl lo tomó, apretando los dientes al reconocer el olor tenue de sangre seca.

— Ah, hijo de... — murmuró Daryl, con furia contenida.

Giró sobre sus talones, sintiendo de nuevo esa sensación de ser observado.

— ¡Sé que estás aquí, Viktor! ¡Ya no te escondas como el cobarde que eres!

El eco de sus palabras se perdió entre los árboles, pero no hubo respuesta. Sin embargo, Daryl sabía que no estaba solo. Y mientras volvía a la prisión, con el pañuelo en el bolsillo, solo una cosa estaba clara en su mente:

Viktor no solo quería ser encontrado. Quería que Daryl lo persiguiera hasta el borde de la locura.

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