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—Ustedes llegan justo cuando se va la luz, nawebona e' suerte, chama. – se queja JiSoo, abrazando a sus hermanas para saludarlas.

Rosé seguía en el sofá viendo la interacción de sus amigas y las dos muchachas que recién habían llegado, sin embargo, su mirada estaba fijamente puesta en la que todavía tenía el uniforme escolar.

Las hermanas Kim ignoraron a la rubia en el sofá y caminaron hacia la cocina mientras entablaban una conversación. Rosé las siguió con la mirada hasta que el cuerpo de Lisa le cortó la vista.

—Quítate que la carne de burro no es transparente. – dijo con altanería, haciendo que Lisa le metiera un lepe. — Epa...

—Cállate y vete a comprar un kilo de mandarinas en dónde Sana, nojoda, sirve pa algo. – le ordenó, dándole un billete de cinco dólares. — Y que te dé el vuelto en dólares, no en bolívares.

—Pero...

—Fuera.

—Pero...

—¡FUERA, PIAZO E' TOCHE!

Las hermanas Kim habían estado mirando la conversación de las dos amigas y habían empezado a reír disimuladamente, haciendo que Rosé se sonrojara por la vergüenza. Tomó el dinero de Lisa y salió del apartamento, lamentandose internamente por no poder tomar el ascensor por la falta del servicio eléctrico.

—Lisa mamagüeva. – insultó en voz baja, saliendo del edificio para ir hacia el kiosko de Sana.

—¡EH EH EH, PÉGATE PA ALLÁ! – escuchó un grito y pasos rápidos por detrás de ella.

"Diosito hasta aquí llegué yo y sin haber matado queso con la Jennie" pensó, pegándose a la pared de su edificio mientras rezaba para que el malandro no le quitará la plata pa las mandarinas.

Como método de supervivencia, pegó todo su cuerpo a la pared y levantó las manos, cerrando los ojos para evitar mirar al malandro.

—Ya, ya, ya, no tengo nada, pana, déjame quieta, porfa, no quiero morir todavía sin haberle volteado la chuleta a la hermana de JiSoo. – dijo lo suficientemente alto para que la otra persona la escuchará. Lo que no espero es que la misma persona se echara a reír de una forma familiar. — ¿Kue? – sintió que su alma le volvía al cuerpo. — ¡YeYe!

YeJi estalló en carcajadas, mirando a Rosé con burla.

—Nawebona' Rosé, menos cagada no te podías ver. – rió. — Mírate ahí, toda marica, toda cagada y toda cagada, toda marica.

—Pensé que me ibas a robar. – admitió aliviada la mayor, apoyándose contra la pared.

—¿Pero qué te voy a estar robando yo a ti, piazo e gafa? ¿Acaso no sabes que simio no mata simio? – dijo, moviendo las manos de forma exagerada con cada palabra que decía. — Mirá, hace rato pasaron un par de fresas que dijeron que iban pa tu casa, taban' burda e buenas, marica.

Rosé asintió, comenzando a caminar hacia el kiosko con YeJi siguiéndola. — Son las hermanas de JiSoo, sabes que ella también es medio fresa.

—Y está bien buena, también. – murmuró la menor, mordiéndose el labio inferior disimuladamente. Rosé la miró con desagrado.

—Nawebona e zamuro, YeYe, respeta a Lisa al menos. – regañó la mayor.

Ambas llegaron al kiosko de la señora Minatozaki y entraron como perro por su casa, saludando a la señora mayor, a Sana y a Mina (a esta última dándole un lepe).

—Niñas, ¿ya hicieron la transferencia para la caja del CLAP? – preguntó la señora Minatozaki, mientras hacia el listado de las cosas que necesitaba.

—Sisa, vieja. – afirmó YeJi, sonriendo. Rosé asintió. — Ve, Sana, dame ahí un kilo de mandarinas bien buenas pa un par de fresas que están en la casa de Rosé.

—¿Las vas a pagar tú? – preguntó Rosé con ilusión, esos cinco dólares le servirían para comprarle un par de flores a la fresa de Jennie. YeJi rió.

—Ve, pero no salgas sola porque se pierde. – dijo YeJi, haciendo reír a la señora Minatozaki.

Rosé estuvo a punto de reír a carcajadas al ver el tweet de Mina, quién también estaba tratando de contenerse de hacerlo. Sana las miró a ambas con el ceño fruncido y le tendió a la rubia la bolsa de mandarinas.

—Son seis. – dijo Sana, tendiendo la mano con la palma hacia arriba para que Rosé le pagará.

—¿Bolívares?

—Dólares. – corrigió. Rosé la miró ofendida.

—Nawebona, Sana, como me vas a cobrar seis dólares por un kilo de mandarinas. – se quejó Rosé, colocando la bolsa sobre el mostrador.

—Pediste las Premium, gafa. – dijo, volteandose para mirar a YeJi, quién estaba de lo más entretenida en una conversación con su mamá. — Ve, YeYe, Rosé no quiere pagar las mandarinas.

—Pero fíame ahí, pana, tú sabes que yo siempre te pago. – pidió. Mina negó y señaló un cartoncito que había sobre el mostrador.

—Sana, deja que se vaya, yo resuelvo las cuentas con YeYe después. – habló la señora Minatozaki, mirando a su hija mayor durante unos segundos antes de mirar a YeJi.

Mina y Rosé se miraron durante unos segundos, retando a la otra a qué se riera primero. Rosé inhaló profundamente, tomó la bolsa de las mandarinas y salió, comenzando a reír cuando ya estuvo a una distancia segura.

Rosé seguía riendo cuando llegó a su apartamento, atrayendo la atención de las presentes.

—¿Tú toda la vida para comprar unas mandarinas en la esquina o qué? Nawebona, ¿las estabas haciendo? – preguntó Lisa, caminando hasta Rosé para comenzar a elegir las mandarinas que se comerían.

Rosé rodó los ojos y se apartó de su mejor amiga. Había elegido las dos mejores mandarinas y caminó hasta quedar frente a Jennie.

—Toma, gafa. – dijo con voz extraña, haciendo que las otras dos hermanas Kim la mirarán. — Están dulces y sin pepa, elegidas especialmente para ti.

—¡PERO PÍCALE UNA TORTA! – gritó Lisa desde la cocina.

Rosé se sonrojó y miró al suelo, esperando a que Jennie tomara las mandarinas que le ofrecía.

—Ah, gracias. – dijo Jennie mientras una sonrisa falsa aparecía en su rostro. — Gafa.

JiSoo comenzó a reír.

—Ve, mirá esto. – habló Winter, atrayendo la atención de todas. La menor tenía su teléfono celular en la mano. — Todo el territorio venezolano ha quedado sin servicio eléctrico debido a una falla en las Represas del Güri, ubicadas en el estado Bolívar. El Presidente Nicolás Maduro Moros dice que se trata de un ataque cibernético por parte de Estados Unidos y de su Presidente, Donald Trump. – hizo una pausa. — Se estima que todo el país estará sin servicio eléctrico durante los próximos siete y ocho días.

El apartamento se llenó de un silencio profundo durante algunos segundos. JiSoo esperó pacientemente a la reacción de su novia y su amiga.

—¡NOOOOOOOOO! – gritaron Lisa y Rosé al mismo tiempo. — ¡MADURO COÑOETUMADRE!

Y como si el resto de los vecinos del edificio estuvieran esperando aquel grito, también comenzaron a gritar lo mismo. 

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