Prólogo
La respiración agitada choca con su glande erizando su piel un poco más. Su cuerpo envuelto en una capa de sudor y su corazón desesperado no le dejan pensar con claridad. Quiere tocarlo, quiere pedirle que se detenga, pero simplemente no puede moverse. Sus temblorosas manos recorren la fina tela hasta tocar sus tensos músculos, justo antes de llegar a su entrepiernas, y, antes de poder detenerlo, él, mete todo su miembro en la boca, provocando que se agarre con fuerza de la sábana de aquella cama.
Deja escapar un suspiro excitado, no se mueve, nadie lo hace, y cuando cree que no puede desesperarse más por el tiempo que se está tomando, comienza a bombear su miembro a la par de sus movimientos bucales. La culpa lo invade, no puede creer que esté dejando que un completo desconocido le practique sexo oral. Ni siquiera entiende en qué momento dejó que la insistencia de sus amigos ganaran en su resistencia, y aunque le cueste admitirlo, no se arrepiente. No podría hacerlo. El muchacho entre sus piernas sabe moverse, sabe perfectamente donde tocar para desestabilizarlo por completo. Cuando siente que no puede más, y que su cuerpo se sumerge en un estrambótico escalofrío, él se detiene y lo mira.
Su mirada está oscurecida, en su boca se dibuja una media sonrisa, dejando ver su ridícula dentadura perfecta, mientras que brota por las comisuras de sus labios el líquido pre seminal. Debe tragar duro para no abalanzarse sobre él y mordisquear aquellos carnosos labios rojizos.
Se inclina un poco para ver su avergonzada cara, y aunque se siente intimidado, no lo demuestra. Sin embargo, todo es en vano cuando lo ve gatear en su dirección, con lentitud y firmeza, como un depredador acechando a su débil y frágil presa, que está dispuesta a entregar todo en su posesión por provocar un poco de aquellos labios. Sus rostros se acercan lo suficiente para que su respiración agitada se mezcle con la de él, aunque ni siquiera parece cansado. Cierra los ojos esperando que devore sus labios como lo hizo anteriormente con su miembro, pero nada pasa, los segundos parecen eternos y ni siquiera se acerca.
Entonces, el pelinegro se aleja de él provocando que gruña en protesta, no es suficiente, ni siquiera lo ha hecho llegar. Entrecierra los ojos, confundido, le han hablado maravillas del chico, nadie que haya entrado ha podido superar una noche junto a él. Ríe burlón por lo bajo, está seguro que le han mentido, se siente estafado y traicionado. Se levanta dispuesto a tomar sus prendas y salir por la puerta, pero ante de siquiera tomar su ropa regada en el suelo, el pelinegro lo toma por la cintura y lo acorrala contra la pared, provocando que se le escape un gemido involuntario. Su cuerpo gruñe en protesta, lo quiere más cerca, quiere más de él.
El cuerpo desnudo del pelinegro presiona su débil saco de carne y hueso contra la fría pared, lo obliga a girar quedando a su espalda y delinea su cuerpo con sus largos y huesudos dedos. Se detiene justo sobre su intimidad, toma su miembro entre el dedo índice y medio, para masajear con lentitud y suavidad el glande, dando pequeños círculos. Su cuerpo se estremece y se inunda en un mar de sensaciones exquisitas, tira su cabeza hacia atrás y lo apoya en el hombro de él, con los ojos cerrados. La lentitud de sus movimientos lo desespera tanto que le es inevitable moverse contra su huesuda mano.
Decide abrir los ojos, para ver aquel perfil simétrico, pero a diferencia de lo que creía que iba a encontrar, es golpeado de lleno con su oscura mirada. Sus facciones relajadas le excitan aún más, porque sabe que está a su merced, porque hará todo lo que le diga, incluso si no le habla directamente.
Siente una presión entre sus glúteos, él también está excitado. Intenta tocar su miembro para darle un poco de placer, pero él es más rápido y se separa un poco, lo coge de la cintura y lo atrae a sí, toma sus manos y las coloca en la pared frente a ellos para que así no pierda el equilibrio, y con un chico temblando de placer, inclinado y dispuesto a entregarse por completo, el pelinegro humecta con su liquido pre seminal el orificio por donde lo penetrará. Pero no lo hace, solo se limita a esperar la aprobación de su acompañante.
—Haz... lo —susurra tembloroso.
El pelinegro asiente con media sonrisa y lo penetra con precaución, escucha los gruñidos de su compañero por lo que intenta hacerlo con cuidado para no lastimarlo. Deja escapar un suspiro al sentir cuan estrecho en realidad está. Cuando el último tramo de su tronco se encuentra dentro de él, deja que su cuerpo de acostumbre un poco al tamaño.
—Muévete —dice él, con seguridad.
Su voz le eriza la piel, es ronca y pastosa, mucho más lenta de lo que recordaba. Siguiendo sus órdenes, comienza a moverse a delante y atrás con lentitud. Cuando la incomodidad es reemplazada por autentico placer sus movimientos aumentan, pero él lo detiene. Lo toma con firmeza por la cadera y se acerca un poco a su oído para así susurrarle:
»Sujétate.
Entonces lo hace, sale de él y lo embiste con fuerza y determinación provocando que sus ojos se abran de sorpresa y de su boca escape un fuerte gemido. Sus movimientos comienzan a ser iguales, duros y determinados, sin ser demasiado rápido ni lento, como si supiera a la perfección que velocidad aplicar para que sus sentidos se mezclen y se inunda en un mar de placer.
El pelinegro sale de él y lo encamina hasta la cama, le pide que se recueste poca abajo y que levante su cadera, lo que hace a pie de la letra, entonces lo embiste con fuerza y los gemidos aumentan. Cada vez un poco más fuerte, como si quisiera romperlo, pero no duele, solo hace que el placer explote dentro de él una y otra vez. Sus movimientos se desaceleran y es entonces que toma su glande entre sus manos y mientras se mueve con lentitud dentro de él, al mismo tiempo lo masturba con rapidez y precisión.
Su cuerpo comienza a estremecerse, y un desgarrador escalofrío lo recorre desde sus pies y su cabeza, para terminar justo en su miembro. Los espasmos lo sacuden como saco de papa pero el pelinegro no está dispuesto a soltarlo hasta exprimirlo por completo. Comienza a doler cuanto quiere sacar de él, y finalmente, cuando se siente satisfecho sale dentro de él y abandona su sensible miembro. Sus temblorosas piernas le fallas y cae a la cama rendido.
No puede entender cómo su cuerpo puede temblar de aquella manera, se siente tan débil, tan frágil y cansado. Cuando sus ojos comienzan a pesarle, siente las cálidas manos de él sobre su cuerpo. Y aunque le gustaría, no puede seguir, aún sus piernas tiemblan. Pero a diferencia de lo que creía, el pelinegro comienza a pasar una fría toalla húmeda sobre su ombligo, limpiando los rastros de semen. Su cuerpo reacciona cuando pasa la toalla por su miembro, él lo mira sonriente y vuelve a intentarlo pero ahora con más cuidado que antes. Toma la ropa en el suelo y comienza a colocarle cada prenda, como si fuera un saco de huesos y carne que no puede moverse, y es así, sus piernas tiemblan de una forma exagerada y ridícula.
Finalmente desaparece por una de las puertas y lo deja solo en la oscura habitación, que es iluminada por las luces de la gran ciudad que entran por el enorme ventanal a un lado.
Se sienta en la cama y saca de su bolsillo la cartera con dinero para poder pagar su servicio, pero algo llama su atención en el suelo y es el preservativo sucio que probablemente usó en su encuentro. Sonríe de lado al darse cuenta de que al menos se cuidó, ya que se había entregado por completo y había olvidado quién es en realidad ese chico. Solo un prostituto más.
Vuelve a salir ahora con ropa puesta. Es demasiado atractivo, tanto que ni siquiera le importaría su trabajo y le pediría matrimonio ahí mismo, pero es consciente que todo aquello es efecto de sus embestidas duras, porque ni siquiera pudo probar sus labios y eso solo le deja un sabor amargo en la boca.
Intenta levantarse para despedirse, pero sus piernas flaquean y cae de rodillas al suelo. El pelinegro con rapidez lo toma por la espalda baja y las piernas para levantarlo por los aires. Sus piernas aún tiemblan, sus mejillas se tiñen de un rojo carmesí, de seguro pensará que no tiene ni una sola revolcada antes de esta. Lo mira de reojo y en su rostro se dibuja una tenue pero exquisita sonrisa burlona. Si fuera cualquier otra persona podría golpearlo, sin embargo, en él se ve excitante.
—Debo pagarte —susurra débil, como si temiera ofenderlo.
—No quiero tu dinero —le dice con indiferencia, pero no de esa que duele, más bien, con aire divertido.
Aún con el chico en brazos, sale de la habitación y se suben al ascensor. Quiere hablarle, quiere pedirle que lo bese, se siente especial, no le ha cobrado y no puede dejar de mirar su mandíbula recta. Deja que su cabeza se apoye en su pecho, y escucha sus relajados latidos. Se permite inhalar profundo, una mezcla de colonia, vainilla y tal vez algo de tabaco lo golpean. Las puertas se abren y él avanza directo a las grandes puertas de vidrio. Del otro lado, un auto estacionado y tres chicos fuera, le saludan burlones. Sus amigos lo esperan con una amplia sonrisa, y uno de ellos abre la puerta trasera, pero no quiere abandonar los fuertes brazos de su acompañante, no ahora que se siente tan cómodo. Aún así, él lo sienta con mucho cuidado en la parte trasera y corre hasta uno de los puestos callejeros de la cuadra.
—¿Porqué no caminas? —cuestiona su amigo con una amplia sonrisa.
—Cállate —masculla entre dientes.
Él vuelve y se inclina para llegarle a la altura, le tiende un par de dulces y una botella de agua.
—Estás muy débil, toma esto y come algo dulce —dice ronco y lento. Se inclina para besar su frente y se aleja con media sonrisa.
—Suko —dice uno de sus amigos y le tiende la mano.
Él se limita a asentir en su dirección aceptando así su agradecimiento. Suko. El nombre queda con su apariencia y su experiencia, le gustaría salir del auto y treparse en los brazos de Suko, pero no puede. Se gira sobre su propio eje y vuelve a entrar al edificio, se pierde entre las puertas metálicas del ascensor y así desaparece su oportunidad de probar un poco de él. Ahora entiende, que no es solo un prostituto más.
Su nombre es Suko, y es peligroso para cualquiera.
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