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9

Suwon cuelga el teléfono luego de confirmar el barril de cerveza para la dichosa y esperada fiesta de Yeri a las afuera de la cuidad. No puede creer que sus padres en realidad le dejaran dar la bienvenida a la temporada de exámenes en su casa de vacaciones con alcohol y «amigos». Agradece que no haya intervenido con su ropa, pues hacía tiempo quería ir a una fiesta con unos vaqueros apretados, una camisa negra y botas estilo militar. Según Yeri, era un estilo de chico malo que no le caía bien, pero después de pocos argumentos con la ayuda de Hyo, logró convencerle de que así se sentía más cómodo que con los trajes caros.

El reloj marca las ocho con treinta de la noche. Otro viernes que debe verle el rostro pero a comparación de antes, no tiene cansancio en su cuerpo, más bien es algo parecido al enojo. Se siente ofendido de que Suko se atreviera a llamarle cachorro. Es como si hubiesen pasado un hierro hirviendo por su garganta, y lo peor es que su cuerpo pareció protestar en respuesta a eso, pero no de la forma que debería hacerlo. 

Es claro que Suko no le conoce ni un poco, ni de las habilidades que posee, por eso entiende que le haya sugerido cambiar el rol, sin embargo, él nunca fue sumiso mucho menos obediente con alguien. Debería traer de testigo a Minho. El pelirrojo podría ser la clave para solucionar su problema, solo que en realidad no puede involucrarlo. Sabe que si el rojizo se entera de lo que intenta hacer para volver a él, se defraudaría y en definitiva, lo perdería para siempre. Por eso, durante toda la semana que pasó, se mantuvo lejos de él. 

Minho tampoco intentó acercarse o tal vez la única razón es que se acerca la temporada de exámenes y no tiene tiempo que perder en pequeñas escenas de novelas con un sujeto que no puede llegar a su orgasmo.

Suwon baja de su auto cuando el reloj marca cinco minutos para las nueve y camina a paso lento. Es la segunda vez que llega a tiempo, aunque la primera no debería contarla, después de todo, salió huyendo. Así que podría contar esta como la primera vez que es puntual. 

Claro que los nervios de ver a Suko, para ser más preciso, tocándolo, siguen siendo igual que el primer día. Su piel se eriza y sus manos tiemblan. No va a mentir que comienza a sentirse un poco más cómodo con el pelinegro a su alrededor, al menos ahora no le evita en la universidad, no es como si de pronto se hubiesen vuelto los mejores amigos porque no pasó. Simplemente pueden seguir como antes de enterarse de que es un servidor sexual. 

Yeri preguntó sobre sus visitas y Suwon no pudo mentirle. Les terminó diciendo toda la verdad a sus dos amigos obviando, claro, el hecho de que quien le va a ayudar con su problema es el pelinegro del que se rumorean más cosas de las que le gustaría admitir. 

Sabe que alguna de ellas no pueden ser verdad, pero en definitiva, no tiene idea de quién es en verdad el chico con quien debe desnudarse cada viernes, por quien sabe cuanto tiempo.

—¿Disculpa? —lo detiene el recepcionista—. Suko todavía no llega.

Suwon se remueve incómodo ante que lo reconozca, pero mientras no sepa quién es ni donde estudia, supone que está bien. 

—¿Puedo... puedo esperarlo arriba? —tartamudea. El hombre de no más de treinta años lo mira de pie a cabeza, deteniéndose en sus zapatillas blancas recién lavadas. 

Ha visto esa mirada antes, tan prejuiciosa, tan pretenciosa que hasta causa nauseas. No es la primera vez que por su vestimenta le señalan como un niño rico y de alta clase social. Tampoco es que puede explicarle a cada persona que pasa por su lado que quien le compra la ropa es su madre y no puede decirle que no, porque en realidad le está pagando la universidad y el departamento en el que vive. Es como si ser alguien con dinero estuviera mal visto, al igual que tener poco. No hay un punto medio para la sociedad, y duda que en algún momento lo haya.

—Sí —dice después de una larga inspección.

Suwon decide morder su mejilla interior para evitar lanzar un mar de groserías contra el hombre que solo le miró. Camina hasta el ascensor y sube tan rápido como las puertas metálicas se abren.

Suko no se encuentra así que se aseará primero antes de que llegue el pelinegro, después de todo no pudo hacerlo en casa, no si quería llegar a tiempo. Entra a la habitación luego de dar dos golpes en la puerta. Es como si una parte de él se hubiese acostumbrado a que los nervios le coman por dentro, e incluso aumenten al escuchar la voz del pelinegro del otro lado, pero ahora que no se encuentra, al menos puede respirar y mentalizarse hasta que atreviese la puerta listo para devorar su miembro una vez más.

Se acerca hasta el closet que antes le prohibió abrir y decide hacerlo una vez más, pero solo para sacar un paquete cerrado de higiene personal. Lo hace casi torturando sus sentidos por prestar atención a los objetos de colores que puede divisar de reojo. Cierra las puertas antes de que la tentación le obligue a incumplir con la promesa nunca dicha.

Se separa de su chaqueta y decide acercarse al ventanal a esperar un poco. No sabe cuánto puede tardar el pelinegro, mucho menos si está dispuesto a tener sexo con él. Aunque si de algo puede estar seguro, es que está dispuesto a demostrarle a Suko que no es quien él cree, y que en realidad puede ser mucho más dominante de lo que parece.

Se sienta sobre el sofá rojo a un lado de la puerta y comienza y saca su celular para leer un libro del que debe hacer un informe más tarde.

Las letras lo sumergen en la historia de dos hombres quienes discuten por algún tema científico  y en cuanto las palabras técnicas comienzan a confundir su cabeza decide hacer una pausa. Mira el reloj de pared, Suko lleva al menos quince minutos tarde. Suwon decide buscar entre los libros digitales guardados en su celular, y en cuanto se ilumina el nombre de una de sus autoras favoritas poco reconocidas, abre su libro que dejó a la mitad y comienza a leer.

La novela no es más que otra historia cliché de un amor peligroso envuelto en ilegalidades. Pero de alguna forma, la protagonista le hace querer salvarla siempre. Esta envuelta de personas que parecen no querer estar a su lado y aún así deben. Aunque los demás personajes se la pasen señalandola, solo el lector sabe cuánto sufre por dentro en realidad.

Hay demasiadas historias que se rumorean de ella y no las niega, incluso cuando no hizo nada de eso. De pronto, comienza a leer sin prestarle atención realmente. Su cabeza viaja hasta el semblante serio del pelinegro que no aparece.

Se pregunta así mismo si él es igual que la protagonista del libro que lee, si prefiere que los demás inventen historias y vidas que él nunca pasó. Se pregunta si estará roto como ella, o si desearía poder tener un lugar seguro. No puede evitar crear un dilema al comparar a la protagonista de una novela con Suko, es como si pudiera reflejarlo en ella, incluso cuando sus historias no son para nada iguales.

Aunque de algo está seguro,  ella solo es el personaje de un libro, mientras que él solo es un servidor sexual del que no sabe mucho más que su nombre.

«No los compares, Suko puede ser alguien peligroso», se recuerda.

Un escalofrío le recorre el cuerpo al pensar que se desnuda frente a alguien completamente desconocido que podría degollarlo en cualquier momento.

«Tampoco exageres, Suwon», se recuerda entre una risa nerviosa.

Mira el reloj de pared, entre la lectura y sus pensamientos, ha pasado más de media hora. Incluso está por terminar la hora que debería de haber cumplido con su trabajo. Aún así, sin poder rendirse, decide darse una ducha para estar listo por si en los próximos quince minutos restantes aparece un Suko dispuesto a tener sexo con él.

Al entrar al baño, cierra la puerta con seguridad y se saca la ropa con cuidado, sin dañarla. La deja apilada en una esquina y abre la ducha para asearse tan rápido como pueda, sin perder más tiempo. Abre la bolsa de higiene personal que sacó del clóset y hace espuma.

Cinco minutos más tarde, se encuenta envolviendo su cintura con una toalla roja. Saca el seguro de la puerta y se asoma para verificar que el pelinegro no ha llegado.

Una punzada de decepción lo atraviesa. Nunca pensó que alguien como el pelinegro sería capaz de dejarle plantado de esa manera. Lo tiene merecido después de todas las veces en las que llegó a la habitación y se fue, sin embargo, no puede sentirse más que frustrado. De saber que no llegaría ni siquiera se abría presentado. Estaría en su casa, terminando un informe que dejó a medio hacer para salir a tiempo.

Sale del baño aún con la toalla puesta sobre su cintura y se deja caer en la cama, mojando el edredón rojo con su cabello mojado. Mira la fina tela del techo preguntándose cuántas personas habrán pasado por ahí; a cuántas personas Suko les habrá ayudado, y a cuántas las habrá dejado plantadas. Incluso, cuántas se atrevieron a observar los dibujos casi invisibles que se encuentran detrás de aquella tela.

Suspira pesado y camina hasta su chaqueta para sacar una caja de cigarrillos. No fuma, o al menos no lo hacía. En realidad, es la primera vez desde que el pelinegro le enseñó a fumar que vuelve a tocar un cigarrillo de verdad. Se siente demasiado frustrado como para dejar pasar la ocasión, por eso y sin prestarle atención a lo que pasa a su alrededor, enciende uno y da una gran calada acercándose al ventanal. Su garganta se seca en protesta pero se las arregla para no toser. Deja que sus músculos se relajen vuelve a dar otra calada, llenando su pecho de tabaco.

La puerta se abre con violencia asustandolo por completo. Deja caer el cigarrillo al suelo al mismo tiempo que su cuerpo se paraliza con la imagen frente a él.

Suko se encuentra parado al otro lado de la cama, con la respiración agitada, ligeramente inclinado hacia adelante y con la mirada clava en sus ojos que no puede dejar de observar su sudoroso rostro golpeado.

Tiene un corte en la ceja derecha y en la comisura de su labio del lado izquierdo otro corte pequeño, que deja a la vista un hilo de sangre que baja hasta perderse en el sudor de su cuello.

Suwon baja la mirada hasta sus manos. Más sangre de quién sabe. Su pecho baja y sube con violencia, como si no pudiera encontrar aire suficiente para su cansado cuerpo.

El castaño quiere hablarle, preguntarle qué pasó, o si se encuentran bien, sin embargo no puede si quiera respirar bien. Suko cierra la puerta con sonoro y gatea por la cama, desesperado por llegar hasta donde él se encuentra. Suwon retrocede hasta chocar contra el ventanal sin quitarle la vista a los fogosos ojos de Suko, es como si fuera un depredador yendo directo a su presa. No tiene idea del porqué de la reacción de Suko o si es capaz de golpearlo. Entonces, como si fuera una clase de persona poseída por el deseo, brinca de la cama, llega hasta Suwon y acuna su rostro para besarlo con desesperación.

Suko se pega a él como si no quisiera que ningún milímetro los separase, baja una de sus manos hasta la cintura de Suwon y lo atrae más así mismo para profundizar el beso. El castaño tarda un poco antes de corresponderle el beso, así que en cuando el sabor dulce de la boca de Suko se mezcla con el mentolado de él, lo coge del cuello y lo atrae más, ignorando por completo el suave pero presente sabor metálico de la sangre.

Los labios carnoso del pelinegro se mueven con rapidez y necesidad. Suwon no tarda en seguirle el ritmo, y cuando comienza a sentir el hormigueo recorrer su cuerpo, la anatomía de Suko tiembla bajo los brazos de él y antes de que pueda darse cuenta, debe sostener el cuerpo inconciente del pelinegro para que no colisione contra el duro piso.

—¿Suko? —susurra al ver los ojos cerrados del pelinegro—. ¡Joder, Suko!

No puede entender cómo de un segundo a otro el pelinegro exaltado pasara de besarlo con urgencia a desmayarse en sus brazos.

Con mucho cuidado y con el pánico intentando apoderarse de él, recuesta a Suko sobre el edredón. Corre hasta su pantalón y saca el celular dispuesto a llamar a la policía. Marca el ciento diecinueve y antes de llamar, se detiene.

No puede hacerlo. Suko tiene un negocio ilegal y si lo policía pone un pie en la habitación no solo lo van a clausurar la habitación, también podrían arrestarlo a Suko y a él. Si toda la universidad se entera que él recurre a un servidor sexual; sus padres, amigos, absolutamente todo se irá al demonio. Deja el aparato dónde lo sacó y se viste tan rápido como puede.

Tiene alguna noción de primeros auxilios. Yeri le obligó a tomar clases cuando iban en preparatoria y nunca creyó que las necesitaría. Hasta ahora.

Vuelve hasta el pelinegro y controla su pulso. Está un poco acelerado pero no fuera de lo normal. No tiene idea de lo que acaba de pasar, aunque está seguro que su desmayo tiene que ver con la adrenalina con la que entró a la habitación, producto de quién sabe qué.

Decide que se quedará con él lo que queda de la noche para verificar que se encuentran bien, revisando su pulso cada tanto. De lo contrario, deberá llevarlo a un hospital, pero no quiere hacerlo, no tiene idea de lo que pasó y está seguro que Suko no le permitirá que lo haga.

Camina hasta el clóset en busca de un botiquín que aparece en su vista tan rápido como abre las puertas, impidiendo que vea otra cosa que no sea eso. Saca el alcohol, gasas y una compresa por si la necesita. Vuelve su vista a Suko con el entrecejo fruncido.

Comienza a sacar su remera ensangrentada. No es la primera vez que lo ve desnudo, pero ahora pareciese como si estuviera viendo algo que no debería. Suko aplica un poco de resistencia y es lo único que necesita Suwon para saber que no está del todo inconciente. Coge una de las gasas y comienza a limpiar las zonas donde encuentra sangre. En algunas ni siquiera tiene alguna herida, mientras que en otras está más lastimado de lo que le gustaría. Los hematomas son visible por el lado de su costilla, como si le hubiesen golpeado estando en el suelo, cubriéndose tanto como sus brazos le permitían.

Se pregunta que tan jodido puede estar alguien como para ser golpeado de esa manera.

Decide no pensar más tiempo en eso y cubrir los hematomas con una crema desinflamante. No quiere detenerse a observar su torso desnudo que sube y baja con serenidad.

Toca sus piernas por encima del pantalón para comprobar que no está lastimado y así evitar la necesidad de sacar aquella prenda. Por suerte Suko no reacciona así que decide seguir limpiando el rostro pálido y sudoroso del pelinegro.

Sus manos de pronto comienzan a temblar al ver los labios entre abiertos del pelinegro. Los recuerdos de cómo lo besaba lo golpean con brutalidad provocando que restroceda. Su boca se movía de una forma rítmica, y sus labios capturaron los de él sin esfuerzo alguno. Su sabor dulce y su carnosa lengua se había hecho paso entre su boca con tanta prisa que no había reaccionado en el momento, sin embargo, estaba a gusto con ello.

Sacude la cabeza espabilando los pensamientos y vuelve a su trabajo. Limpia con cuidado el semblante sereno de Suko, pasando el paño mojado por sus mejillas sucias. Coloca un poco de crema cicatrizante en las heridas sobre la ceja y el labio.

Cuando termina su trabajo se replantea si sería buena idea avisarle al sujeto de recepción. Parece conocerlo bastante bien, teniendo en cuenta que sabe acerca de a lo que se dedica. Al final opta por mantener lo que acaba de pasar en secreto, al menos hasta que recobre la conciencia.

Toma su chaqueta que se encuentra en el sofá y cubre el torso desnudo de Suko con esta, para evitar que se enferme. Toma su cartera y sale de la habitación. Comprará un poco de comida y más analgésico por si Suko despierta con mucho dolor. Al salir del ascensor, en la ventanilla del recepcionista se encuentra vacía. Agradece que no tenga que dar explicaciones y sale tan rápido como puede. Corre hasta un kiosco y compra fideos instantáneos, un refresco y agua. Pasa por una farmacia y compra tantos analgésico de venta libre como puede. Algunas compresas y más gasas.

Corre de vuelta al edificio y se escabullen entre las escaleras cuando al entrar ve al recepcionista con el entrecejo arrugado. Sube los escalones de dos en dos al sentir que podría estar en peligro el chico que dejó inconsciente. Al llegar a la puerta, el silencio ensordecedor le hace respirar con tranquilidad. Vuelve a entrar a la habitación y ve a Suko en la misma posición con la respiración serena y el semblante tranquilo como cuando se fue.

Se acerca con cuidado. Nunca había visto el rostro del pelinegro en completa tranquilidad, es como si nada pudiera hacerle arrugar el entrecejo, o ponerlo a la defensiva. Sus pestañas largas y rizadas se ven en todo su esplendor. Sus cejas gruesas y rectas. Sus labios rojizos entre abiertos. Es hermoso. Verlo así puede ser más encantador que cuando se encuentran listo para atacar.

Suwon se deja caer en el sillón rojo de una esquina y abre el paquete de fideos ya listo, no quiere que se le enfríe. Toma su celular y abre el libro que anteriormente dejó para terminarlo de una vez por todas.

La incandescente luz calienta contra sus parpados cerrados. Suko se remueve incómodo ante el reflejo y se gira con cuidado para seguir con su sueño. Sin embargo, el ronquido de alguien llega tan rápido como abre los ojos. La habitación que se muestra frente a él le es desconocida por unos segundos hasta que se da cuenta que aún está en la habitación 493. Se deja caer pesado en la cama, con el entrecejo fruncido. Los recuerdos de la noche anterior no tardan en golpearlo con brutalidad, tanto que se retuerce de dolor al tocar su lado izquierdo. 

Había salido de la tienda poco antes de las nueve de la noche. Se había quedado sin preservativos, y quería llegar tan lejos como Suwon le permitiera, por eso quería estar preparado, sin embargo, antes de llegar al edificio, unas cuadras antes de eso encontró a un sujeto que solía visitarlo en algunas ocasiones. Al principio era divertido, hasta le causaba ternura cuan tímido podía ser, con sus mejillas sonrojadas y su media sonrisa. Pero mientras más se despegaba de esa capa de timidez, se mostraba quién era realmente. Un hombre con ideas realmente sadistas se escondía detrás de aquella mascara. 

Cuando el sujeto sugirió que le colgara y golpeara, fue lo único que necesitó para negarse a volver a verle, y no porque no haya hecho ese tipo de prácticas antes, es decir, Hathor es una practicante de ese tipo de relaciones sexuales, pero este sujeto quería que sangrara, algo más allá de lo que podría hacer, incluso aunque le ofreciera miles de dólares. 

En cuanto cerro la puerta para él, se volvió una completa pesadilla, llegaba a cualquier hora, e incluso perdió un par de clientes por su culpa. Le amenazó con demandarlo a la policía pero nunca pasó, y no es que tuviera miedo, simplemente entiende que en el momento que la policía se entere de su pequeña habitación, Hathor intervendría por él y lo sacaría de prisión sin un solo antecedente. Pero no quería llegar a eso, y en cuanto la rubia mujer se enteró de que el sujeto le molestaba no le volvió a ver... hasta ayer. 

Estaba con un grupo de hombres. Fue una simple coincidencia, mientras que Suko pasaba por una tienda, ellos bebían animadamente. El sujeto no tardó en reconocerlo, y cuando intentó ignorarlo, comenzó a correr por su vida lejos de la habitación donde probablemente lo esperaría el castaño. No quería involucrarlo, y la verdad esperaba con todas sus fuerzas que él también llegara tarde a la habitación. De cualquier forma, corrió en sentido contrario al edificio, pero fue alcanzado a tiempo. 

Intentó defenderse tanto como pudo, al final, solo pudo golpear a dos sujetos y huir. Se metió en una vieja casa abandonada y esperó a que los sujetos se fueran. Sin embargo la adrenalina no disminuía, al contrario, con cada ruido externo a la casa parecía estallar en su cuerpo. Por eso, en cuanto su vista se nubló decidió correr hacia la habitación. 

Cuando Kuyng le vio atravesar las puertas de vidrio, corrió hasta él para auxiliarlo, pero Suko no se dejaba tocar ni un poco. Recuerda que el pelinegro le preguntó sobre lo que le había susurrado, y creyó decirle que alguien le perseguía, porque después de eso Kuyng desapareció y no le volvió a ver. En cuanto las manos del pelinegro se despegaron de su cuerpo entró al ascensor abierto y corrió hasta la habitación. 

Ahí se encontraba Suwon, con una de sus toallas envuelta en la cintura, y el entrecejo sorprendido. Tenía un cigarrillo en la mano y luego... nada. No recuerda exactamente qué pasó, solo tiene el ligero presentimiento de haberle besado, lo que no puede ser real. Suko no se atrevería a besarlo, mucho menos en ese estado. Una de sus reglas más estrictas e inquebrantable, además de la que no pueden tocarle, es que no besa a sus clientes en los labios.

El recuerdo de Suwon en la habitación le hace levantarse de golpe sobre sus codos. Barre toda la estancia en busca del paradero del chico de rulos, y ahí se encuentra. Kim Suwon está recostado en el sofá rojo todo desparramado, con frituras sobre su barriga y su celular encendido con alguna película infantil en la otra. Los ojos cerrados y la aboca abierta de par en par. Un par de latas energizantes se encuentran en un lado y una caja semivacía al otro. Suko frunce el entrecejo con diversión. No puede creer que se haya quedado a su lado. 

El pelinegro lo mira con cierta incomodidad. En algún punto de su mente, Suwon fue acorralado por algún sentimiento fraterno para quedarse a su lado sin conocerle en lo absoluto. No quiere que se encariñe, y está seguro que actuó solo por humanidad. 

Decide espabilar esos pensamientos y se sienta en su cama con lentitud. Su cuerpo parece estar sumergido en un dolor sordo. Esos idiotas realmente lo golpearon con brutalidad. No tiene idea de lo que le dijo para que reaccionen de esa manera, porque está seguro que no le dijo que lo frecuentaba para tener sexo con él; incluso está seguro de que volverán, y debe estar listo para eso. No puede refugiarse en Hathor toda la vida. 

Entra al cuarto de baño y se mira al espejo. Los hematomas son cubiertos por gasas, al igual que los cortes en su ceja y mejilla. Están curados. Suwon le curó. 

Aprieta la mandíbula con fuerza siendo preso de un sentimiento que hacía mucho tiempo no sentía, desde Anubis de hecho. 

Dos golpes en la puerta le sobresaltan. Respira profundo mentalizándose para enfrentar al castaño de rulos.

—Suko, ¿estás bien? —susurra del otro lado. 

El pelinegro deja salir todo el aire y abre la puerta encontrándose de golpe con el semblante serio de Suwon.

—Sí —responde y le pasa por el lado directo a su closet para sacar su caja de repuesto donde encuentra dos cigarrillos. 

Tan rápido como puede enciende uno y deja que sus pulmones se llenen de tabaco.

—Deberías hacer una denuncia —comenta y se coloca a su lado. 

—Son los riesgos de mí trabajo. Nada de qué preocuparse.

Suwon hace una mueca, sabe que no dejará el tema en paz. Del poco tiempo que le lleva conociendo, pudo descifrar que en realidad no se da por vencido tan rápidamente. Llegó a su habitación demasiadas veces antes de confesar la verdad. Por eso debe distraerle cuanto antes.

—Lamento haber perdido la cita de ayer —se disculpa—. Puedes venir hoy, no te cobraré esta hora.

—No puedo, Yeri hará una fiesta en la casa de sus padres —anuncia tocando su nuca con nerviosismo—. Puedes venir si quieres. Todos los de la facultad de artes están invitados. 

Suko le mira con desconfianza. No es bueno socializando en fiestas de fraternidades, mucho menos de niños adinerados como lo es Yeri.

—Lo pensaré.

—De acuerdo, debo irme —comenta y se gira para recoger el desorden que hizo—. Puedes quedarte con la chamarra, y me la devuelves hoy en la fiesta.

Suko mira la chamarra que tiene puesta y no puede evitar sentir su corazón calentarse. En definitiva, aquella prenda no es suya, y antes de sacársela y entregarla a su dueño, Suwon sale de la habitación cargando una bolsa de residuos. Dejando al pelinegro con una extraña sensación recorrerle el cuerpo.

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