8
Viernes, nueve con diez minutos de la noche. Va tarde.
Suwon se maldice a sí mismo por tardar demasiado en el grupo de estudio. Intentó escribirle a Suko para cancelar la cita, sin embargo, Yeri no le permitió tomar el celular en ningún momento, y para cuando salió de la biblioteca, el reloj ya marcaba las nueve de la noche. Aún así, corrió hasta su auto y se montó.
Sube por las escaleras de dos en dos, con el corazón golpeando contra su mármol sin piedad. Se detiene justo en la entrada y se inclina sobre su peso para regular un poco la falta de aire. Golpea con suavidad la puerta y espera a que Suko responda, pero su respiración es tan fuerte que duda escuchar lo que pueda llegar a decir el pelinegro del otro lado.
Segundos más tarde, Suko abre la puerta con el entrecejo arrugado al ver cuan agitado se encuentra el chico de rulos. Se hace a una lado y Suwon entra arrastrando sus pies para dejarse caer boca a bajo a la cama. Está demasiado cansado para hacer cualquier cosa que no sea dormir.
—¿Estás bien? —musita Suko y cierra la puerta detrás de él.
—Necesito dormir —susurra con los ojos cerrados.
—Me hubieses cancelado, Suwon —masculla el pelinegro con desdén. Camina hasta la barra y abre una botella de agua—. Sabes que me cuestas dinero.
—Te pagaré esta hora —dice en un balbuceo. Si sigue acostado terminará por rendirse ante la prisión del sueño—. No te preocupes por eso.
—Está bien, duerme entonces —comenta con gracia y se deja caer en el banco.
Suwon sonríe sin dientes y deja que su respiración se normalice. No se dormirá, eso es claro, pero no tiene ganas de tener sexo, no ahora que el estrés se encuentra en su pico más alto y su cabeza parece estallar. Aunque algo en él le advierte no bajar la guardia cuando se trata de Suko; después de todo, no conoce más de lo que muestra, y no es muy favorable para él. Por eso, mientras deja que sus pensamientos comiencen un debate de si debería confiar o no en el pelinegro que se encuentra observando su cansado cuerpo sobre el edredón rojo; se duerme.
No pasa mucho tiempo antes de que el ruido del agua callendo sobre el ventanal lo despierte. Suwon se levanta sobre sus codos confundido y aturdido. Tarda más tiempo del que le gustaría en darse cuenta en donde se encuentra. Suko escribe con paciencia sobre uno de sus cuadernos, sin quitarle de vista a un libro frente a él. El castaño de rulos se deja caer nuevamente en la cama, a regañadientes porque al final se durmió, algo que no pensaba ni quería hacer. Agradece que Suko, ahora vestido, se encuentre aún en la habitación y no le haya dejado solo. Aunque no tiene idea porqué la presencia de él puede reconfortarlo de esa manera.
Mira la lluvia que colisiona contra el vidrio del ventanal con cierta nostalgia. La temporada de lluvia está empezando, y lo único que quiere hacer es caminar debajo de ella. En algún momento, en su relación con Minho, se hizo dependiente a eso días. Ahora no puede pasar la temporada de lluvia sin caminar empapado, lento y con música en los oídos. Se pregunta si Suko sería del tipo de personas que hacen ese tipo de cosas, pero al verle tan concentrado, con el entrecejo arrugado, lo duda. Lo cierto es que no sabe mucho de él, ni siquiera más allá de su apellido y lo que hace para vivir.
—¿Te gusta la lluvia, Suko? —musita sin mirarlo.
Por el rabillo del ojo ve como los movimientos del lapicero sobre la hoja se detienen pero no se mueve, es como si pensara con cuidado lo que está a punto de decir.
—¿Por qué no me gustaría? —responde de la misma manera y vuelve a trazar líneas sobre la hoja.
—Hay personas a las que no le gusta la lluvia —susurra sin quitar la vista de la ventana.
—Asocian la lluvia con su mayor miedo... estar triste. —Suko levanta la vista un momento, al mismo tiempo que Suwon lo mira—. No le temo a algo tan simple como eso; así que sí, amo la lluvia.
Suwon sonríe de lado, complaciente de la respuesta que acaba de darle Suko. Vuelve a recostarse, ahora dejando que su acompañante termine con su tarea, mientras él solo disfruta del clima, en una cómoda cama con un sujeto que es demasiado atractivo.
—No te vuelvas a domir, Suwon —menciona Suko—. Se acaba la hora y debo dejar limpia la habitación para mañana.
—Te ayudaré —dice el chico de rulos.
Se levanta con pesar y pasa directo al baño para lavar un poco su rostro y así espabilar rastro alguno de sueño. Al salir, Suko se encuentran en una de las esquinas de la cama intentando arreglar el desastre que hizo el castaño en unos cuantos minutos de sueño. Suwon toma el otro extremo del edredón y ambos lo estiran sobre la cama.
Suko toma su celular y coloca una playlist de un grupo de rock alternativo. Los escuchó antes, pero no recordaba su nombre. El pelinegro comienza a tararear la melodía mientras pasa la aspiradora por la alfombra. Suwon camina hasta el clóset que no tiene el candado, y lo abre. La cantidad de artículos sexuales que se encuentran lo hace retroceder un poco, no pensaba que fueran tantos.
Siente la penetrante mirada de Suko sobre su espalda y decide desviar la mirada de aquellos juguetes a los artículos de limpieza que se encuentran más abajo. Los toma y cierra el clóset con la advertencia de no volver a abrirlo.
—¿Qué haces? —espeta Suko.
—Te ayudo a limpiar —responde de la misma forma.
—No tienes permitido abrir el clóset, no lo hagas de nuevo. —Lo encara.
Suwon retrocede hasta chocar contra la barra, pero no baja la mirada. Sabe que Suko tiene razón, sin embargo, no se dejará intimidar, no otra vez.
—Pago esta hora, así que te ayudaré a limpiar y luego iremos a comer —dice con toda la seguridad que tiene, tanto que teme cuan lejos pudo llegar sin titubear.
Suko ladea la cabeza en una mezcla de confusión y diversión. Antes de que Suwon abra la boca y lo arruine, le pasa por el lado chocando hombros con suavidad y limpia lo que puede con el detergente y desinfectante.
No tiene idea alguna del protocolo que sigue Suko para mantener la habitación limpia y lejos de enfermedades que pueden atacarlo; sin embargo, por los artículos que tiene, puede ver que es meticuloso con la limpieza. Lo sabe porque no hay nadie más obsesivo con los detergentes y desinfectantes que él mismo.
Suko termina de limpiar la barra y tira todos los paños descartables a la basura. Suwon se para en una de las esquinas, orgulloso de su limpieza y mira como el pelinegro prepara dos bolsas de residuos para llevar consigo a la salida, sin embargo, no sale. Se acerca al ventanal y enciende un cigarrillo.
—¿Está limpieza la haces a diario? —pregunta acercándose al pelinegro.
—Solo cuando tengo clientes —responde y da una larga calada al cigarrillo—. Ante todo, protección.
Saber que antes de que llegara probablemente la cama fue usada por Sino y un posible cliente le eriza la piel. No tiene muy claro que tipo de sentimientos y sensaciones le provoca imaginar que las mismas caricias que le brindó, se las ofrece a alguien más.
Antes de que sus intrusivos pensamientos lo asalten por completo, deja salir un suspiro y mira la cuidad por el ventanal. El olor a humo le llega rápido pero no sé aleja.
Cuando cumplió los dieciocho siempre quiso probar un poco de tabaco, pero no sé tenía la seguridad suficiente para atreverse a hacerlo, y mientras más pasaba el tiempo, esa valentía disminuía. Tal vez, en algún momento de su relación con Minho, el escucharlo decir que detestaba a las personas que fumaban, le hizo olvidar la idea, aunque no del todo, siempre rondaba ese pequeño y casi inexistente impulso por comprar una caja de cigarrillos y fumar.
—¿Me enseñas a fumar? —dice de forma automática.
Suwon arruga el entrecejo al no poder detener esas palabras que escapaban de su boca y mira a Suko que sonríe casi con burla.
—Bueno —acepta con diversión.
Suko se acerca a Suwon quien no deja de sonreír por lo que el pelinegro está a punto de enseñarle. Por fin podrá tachar eso de su lista de cosas que hacer antes de morir.
El pelinegro lo toma de los hombros sin quemarlo con el cigarrillo encendido y lo obliga a apoyar la espalda contra la pared, a un lado del ventanal. Suwon deja salir todo el aire al tenerlo así de cerca y lo mira directo a los ojos. Suko se encuentra a centímetro de su rostro, y su cuerpo está casi pegado al suyo. Está seguro que algo en la metodología de Suko está mal, pero no le importa.
—Aspira el aire que voy a pasarte, ¿de acuerdo? —indica con seguridad.
Suwon asiente incapaz de pronunciar palabra alguna y entre abre los labios. Suko mira su boca un momento, al mismo tiempo que su mirada se oscurece. Algo en el castaño parece encernderse al ver aquella mirada que él mismo provocó. Suko lleva el cigarrillo hasta sus labios y da una larga calada, finalmente, y sin quitarle la vista a los labios de Suwon, se acerca hasta quedar a solo milímetros de su boca, y comienza a expulsar el humo con cuidado para que el castaño pueda aspirarlo con éxito.
Suwon hace exactamente lo que le dijo el pelinegro, pero a diferencia de él, no puede quitarle la vista a sus ojos oscuros que parecen querer devorar su labios, y aún así, no lo hace. Aspira el humo despacio, sintiendo su garganta secarse de inmediato. Quiere toser, pero se las arregla para expulsar el poco humo inhalado.
Suko sonríe de lado y se aleja, dejando el corazón de Suwon martillando contra su mármol.
—Ahora, da una calada —le ordena Suko y le entrega el cigarrillo.
Suwon, con la mano temblorosa, toma el cigarrillo entre sus manos y lo lleva a su boca. Inhala tanto como puede antes de que un descontrolado ataque de tos lo asalte. Es jodidamente doloroso. Sus ojos lagrimean y no parece encontrar saliva suficiente para humectar su reseca garganta.
Suko ríe a carcajada y toma el cigarrillo de entre los dedos de Suwon antes de que se queme.
—Con el tiempo ya deja de doler —musita el pelinegro y le entrega una botella de agua—. O solo te acostumbras.
—Es una mierda —responde entre hilos. Aún no puede respirar con normalidad.
—Sí, pero es adictivo —dice Suko y vuelve a calar sobre el cigarrillo—. Ven, inténtalo una vez más.
Suwon le mira con el entrecejo fruncido y asiente. No puede rendirse ante algo tan diminuto y sin importancia. No permitirá que algo tan simple como un cigarrillo le gane. Salta en su lugar, como si fuera a luchar contra alguien y toma el cigarrillo entre sus dedos.
Una vez más, vuelve a toser, pero ya no duele como antes. Y así lo intenta, una y otra vez, hasta que el cigarrillo se acaba, y deja de doler. Suwon sonríe orgulloso de poder vencer al cigarrillo, y no solo eso, sino el haber aprendido de una vez por todas a fumar. No es algo de lo que pueda sentirse orgulloso, mucho menos será una adicción para él, pero quería sacarlo de su lista, y gracias a Suko, por fin lo tachara definitivamente.
El castaño toma su chaqueta y se la cuelga en el hombro, le hace una señal a Suko para que le siga. Hay un lugar al que quiere ir, escuchó de Yeri que es elegante y tranquilo, no muchas personas suelen ir a ese lugar y tal vez es por los elevados precios de las comidas y bebidas, aún así, quiere dar una pequeña probadita.
Al salir del edificio Suko se monta en el asiento del copiloto y se coloca el cinturón de seguridad. Suwon enciende el auto y prende la radio. No tiene idea del porqué lo trae a rastras, ni el porqué lo invitó en un principio; aunque una parte de él, se siente ansioso de saber que tan divertido puede ser el pelinegro de mirada penetrante.
Estaciona el auto fuera del nuevo bar y baja con nerviosismo. Suko le sigue con el entrecejo arrugado y un poco incómodo. Suwon entra y da su nombre a la recepcionista, había reservado una cita para él y Hyo, quería distraer a su amigo del regreso de su ex novia a la cuidad.
«Supongo que es mejor así», piensa.
La mujer los guía hasta la segunda planta, en una de las esquina de lugar frente al enorme ventanal que da directo a la cuidad.
—Estaba pensando sobre el proyecto —anuncia Suwon, al mismo tiempo que un chico se acerca a dar la carta de menú.
Suko mira con detenimiento la comida y sus precio. Le es inevitable para Suwon ver la sorpresa con la que el pelinegro hojea las páginas del menú, en busca de quién sabe qué.
—Ordena lo que quieras, yo invito —menciona con gentileza.
—Solo agua —dice Suko y cierra la carta. Suwon toma aire para replicar, pero es interrumpido por el gruñido que produce el estómago del pelinegro, es claro que se siente lo suficientemente incómodo para pasar hambre—. Solo agua, Suwon.
—¿Sabes que?, vámonos. —Suwon imita la acción de su compañero y cierra la carta—. Los platillos son demasiado pequeños y muero de hambre.
Suko sonríe de lado con un brillo en sus ojos que no es capaz de descifrar, ya que tan rápido como lo hace, lo borra y asiente con desdén. Suwon se levanta y ambos salen por la puerta de entrada casi corriendo de la recepcionista que grita en respuesta a la huida.
Ambos se montan una vez más al auto y arranca a toda velocidad directo al río Han. Cómo si acabarán de asaltar un banco y huyen con el botín.
Cuando era pequeño, habían algunos puestos de comida que le gustaban demasiado, pero según su padre argumentaba no era apropiado que personas de su clase social fueran a esos puestos, mucho menos que comieran en lugares baratos. Aunque en ocasiones, solía escaparse con su madre e iban por algún que otro bocado a esos puestos, claro que fue hasta que la mujer optó por no concurrir a esos lugares de «poca clase». Mientras conduce directo a ese lugar, siente la adrenalina subirle desde los pies hasta sus temblorosas manos. Es como si retrocediera años, en una época, donde sus padres no marcaban las diferencias sociales como lo hacen en la actualidad.
—¿Por qué sonríes como idiota? —pregunta Suko con diversión.
—Es que si mi madre me viera huir de un lugar como ese, para ir a los puestos del río Han, se caería de espalda —musita entre risas.
La sonrisa de Suko se desvanece poco a poco. No puede entender como algo así puede causar ese tipo de euforia en alguien, como si las clases sociales fueran algún tipo de prisión que impone nuestra propia familia y debe seguirla al pie de la letra. Puede entenderlo, después de todo Ryuk le decía que él no podía visitar lugares como el que acaba de huir, porque las personas sabrían de su clase social. Tal vez eso se metió demasiado en su cabeza para provocarle incomodidad estar en el bar, aunque a Suwon no parece incomodarle ir a un puesto callejero, sino, todo lo contrario.
Ambos camina hasta un puesto y piden Tteokbokki. Suko observa a Suwon con cuidado, con miedo de perderse algún detalle de sus muecas al comer, pero no precisamente por algún tipo de admiración, más bien, desea averiguar que es aquello que lo hizo hacer un trato con él por sexo.
—Tengo demasiada tarea últimamente, así que dudo que podamos centrarnos en el proyecto, al menos hasta la semana de receso —anuncia él con comida en la boca.
—Creo saber porqué no puedes venirte —menciona con los ojos entrecerrados.
Suwon se ahoga con la comida. Suko le tiende una botella de agua para que pase aquello que lo tiene tosiendo y come de su plato.
—Debes tener algún tipo de advertencia cada vez que vas a hablar de algo así en público, Suko —musita el castaño mirando al rededor.
—Te interesa saber, ¿o no? —dice el pelinegro relajando su semblante.
—Sí, pero debemos tener una palabra clave para hablar sobre... eso —susurra, para que nadie escuche.
—¿Eso?, ¿cuántos años tienes, Suwon?, ¿diez? —formula Suko con una mueca divertida. Suwon lo mira con suplica—. De acuerdo, ¿qué palabra prefieres?
—No lo sé, ¿manzana? —murmura.
—¿Bromeas? —dice Suko, casi espantado ante su idea.
—¡Lo siento! No se me ocurre nada —musita y tira los brazos al aire rendido.
Suko mira el cielo estrellado intentando inspirarse para complacer a su compañero que tiene algún tipo de problema con el sexo. Se pregunta si es necesario seguir su tonta, ridícula e infantil idea de poner alguna palabra clave para lo que hacen. Que ahora que lo piensa, no es nada. Desde ese día en el que probó un poco de Suwon no le ha vuelto a poner un dedo encima. Gira lentamente su cara para ver a un chico castaño de rulos sumergido en temblores nerviosos mientras frunce el entrecejo pensando en una palabra.
«¡Joder! Pequeño idiota», gruñe.
—Estrellas —dice Suko ladino.
Suwon toma aire para replicar, sin embargo, parece pensarlo un poco más. No está tan mal la palabra, después de todo, si lo dijera en cualquier lado las personas pensarían cualquier cosa, menos que hablan de sexo.
—Estrellas entonces —murmura con media sonrisa—. Dime, ¿porqué crees que no puedo venirme?
—Creo que juegas un rol que no te pertenece.
—¿De qué hablas?
—Ya sabes, creer ser el dominante cuando solo eres un cachorro —menciona y hace un mohín.
Suwon abre los ojos ofendido de lo que Suko escupe sin piedad. Las palabras lo golpean duro en su orgullo y dignidad. Desde que tiene memoria, la palabra dominante lo caracteriza entre todos los chicos con lo que ha estado. El solo pensar que aquello fue o es una mentira parece descomponerlo. Es imposible. Suko debe estar equivocado.
«¡Por supuesto que lo está!», chilla en su mente.
—No me digas cachorro, Suko —dice más tosco de lo que le hubiese gustado—. No me conoces.
Suko sonríe con ironía y se encoge de hombros. Suwon tiene razón, no le conoce en lo absoluto, pero aquella teoría no se le irá de la cabeza, y debe comprobarlo la próxima vez que se vean.
—Tienes razón, pero créeme que descubriré que sucede contigo.
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