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7







Suko se deja caer de espaldas al edredón con el corazón martillando sin parar. No puede creer que estuvo apunto de perder el control sobre su cuerpo, en tan solo segundos. Suwon había penetrado su escudo y le había tocado. Ni siquiera entiende porqué se dejó.

«No es nada, Suko. Lo detuviste», se recuerda con reproche.

No puede volver a pasar y duda que Suwon atraviese una vez más esa puerta; aunque una parte de él desea que en realidad sí aparezca. Debe admitir que desde el primer semestre cuando apareció con un ridículo conjunto deportivo le llamó la atención. En la clase de la profesora Kim, cuando el monólogo no parecía cambiar de rumbo se dedicaba a divagar entre sus compañeros y colocarles vidas que tal vez esten muy alejadas de la verdad. Cuando sus ojos cayeron en Suwon no pudo evitar pensar que era el chico más bonito que había visto y ni siquiera tiene que ver con su aspecto. Su belleza ronda más bien en los gestos que tiene cuando piensa, cuando escribe e incluso cuando finge que presta atención.

Pero aquello se vio opacado cuando se dio cuenta del amor que emanaban sus ojos hacía el pelirojo de mejillas carmesí. Pensaba que estéticamente se verían bien y ni en mil años pensó en tenerlo en su cama, lo que no impedía imaginarse su sabor.

Ahora, después de haberle provado de verdad, es capaz de admitir que sobrepasa por completo sus expectativas. Suwon es mucho más dulce de lo que se ve; y lo dejó tocarle.

La puerta es golpeada con suavidad y segundos después, la cabellera rubia de su amigo se asoma por el lumbral. Al ver a Suko recostado con el brazo encima de su rostro, cierra la puerta detrás de él y de un salto, brinca a la cama para caer justo a su lado, sin hacerle daño.

—¿Qué haces?, aún estas sudado —masculla Bonhwa a su lado, con diversión.

—Lo dejé tocarme —farfulla con pesadez.

—¡¿Bromeas?! —chilla a su lado con genuina sorpresa.

Suko niega lento sin dejar de respirar pesado, como si cada bocado de aire pesara un poco más que el anterior. No entiende como un acto insignificante pudo provocar tanto desequilibrio en él.

«Claro que lo sabes», se recuerda.

—Debió ser el momento, no le tomes importancia —dice Bon intentando animar a su amigo—. No sé quién es el sujeto, pero no le hubieses aceptado de parecerse a Anubis.

La sola mención de aquella persona le estremece al punto de provocar nauseas en su débil cuerpo. Suko se separa de la cama en un rápido y habilidoso salto y corre hasta el retrete. El recuerdo de la mano de Suwon dentro de su bóxer, es reemplazado por el rostro de Anubis, provocando que vacíe su estómago en el inodoro con los ojos lagrimosos y el corazón martillando sin parar. Hacía mucho que no recordaba al peliplata de ojos miel.

—Lo siento, no quería... —musita Bon, masajeando su espalda en círculos, para que el líquido fluya mejor.

Suko niega la cabeza en respuesta, incapaz de hablar. Bonhwa no tiene la culpa de su historia, ni del peso que conlleva aquel nombre sobre sus recuerdos; sobre la habitación; sobre su piel. Por eso en cuanto su estómago larga lo último que puede, se sienta sobre el suelo, limpiando los restos de comida de la comisura de su boca.

—Vamos, te llevaré a casa —dice el rubito e intenta levantar su cuerpo, pero el pelinegro niega débil con la cabeza.

—Debo limpiar la habitación, en media hora más llega Hathor —musita.

—Mírate, Suko —reprocha con desespero—, ni siquiera puedes mantenerte de pie.

—Nada que un vaso de alcohol no pueda solucionar —bromea.

Bonhwa le dedica una mira reprobatoria pero prefiere no interferir. Cuando se trata de la habitación y del trabajo de Suko, él no puede opinar al respecto; después de todo, es lo único que le da una buena cantidad de dinero y le ayuda a que sus pensamientos no se desvíen.

El rubito, mientras Suko se asea de nuevo, limpia el poco desastre que hay en la habitación, en la espera a la mujer más caprichosa y adinerada de la lista de clientes del pelinegro.

Suwon deja caer su peso en una de las primeras bancas de las gradas más bajas. Lejos de Minho y de toda el remolino de recuerdos que le atraviesan el cuerpo cuando lo piensa. Decide que por el momento, lo mejor será permanecer en la sombra, fingiendo que no le gustó lo que pasó con Suko; fingiendo que ya superó a Minho; fingiendo que nada de lo que pasa en su vida le afecta lo suficiente como para no querer asistir a la universidad por un tiempo.

Después de una clase intensiva, él es uno de los primeros en dejar el salón, casi corriendo. Su próxima clase no es hasta dentro de tres horas, por eso deja el establecimiento de inmediato. Por lo general, almuerza con sus amigos a diario, pero ahora solo quiere estar solo, lejos de Suko y Minho.

Camina tan rápido como sus largas piernas le permiten y entra a su edificio. Sube por las escaleras de dos en dos y al llegar a su departamento, el aroma a vainilla lo golpea con tanta fuerza que debe retroceder.

Suko sobre él.

Suko tocándole.

Suko besándole.

Corre hasta el rociador automático y lo tira al bote de basura. Enciende el ventilador y ahuyentar aquél olor. Sus manos tiemblan y su cuerpo parece más débil de lo que realmente se encuentra. No encuentra una razonable y clara explicación a su reacción corporal ante el más diminuto recuerdo de lo que pasó en la habitación. Sin embargo, de nada le sirve pensarlo una y otra vez porque no llega a ninguna conclusión.

Camina hasta su habitación y se deja caer sobre el edredón. En algún momento, mientras regulaba su respiración, su cansada mente lo venció y terminó por dormir.

Para cuando sus ojos se abrieron una vez más, la noche se extendía por el gran ventanal de la habitación. Suwon con el entrecejo fruncido, mira a su alrededor intentando entender dónde se encuentra, pestañea varias veces buscando la calida luz que debería entrar por el vantanal. En cuanto logra reconocer la habitación, se deja caer nuevamente. Perdió un par de clases importantes, pero al menos ahora ya no le duele tanto la cabeza como lo hacía en la mañana.

La vibración de su celular a un lado de su cama lo hace estirarse hasta el aparato y tomarlo entre sus largos dedos. Quince llamadas perdidas, entre Yeri, Hyo y... ¿Minho?

Suwon se levanta de golpe y entra a la bandeja de mensajes en donde los chats de aquellas tres personas se iluminan con diferentes número a su lado.

En la sala de chat de Minho, no hay tantos mensajes, solo un par preguntando por su estado y fue hace horas. En el de Yeri, por otro lado, está lleno de amenazas con gritar a los cuatro vientos, en principal frente a su familia, cuan gay es en realidad si no le contesta los mensajes. Hyo, por último, le pide que en cuando vea los mensajes le marque para saber que está bien, porque con la aplicación que le obligó a descargarse sabe que está en su casa.

Suwon sonríe complaciente y le responde un sencillo «estoy bien, no te preocupes» a los tres chats. Deja el celular a un lado y se dirige a la ducha.

Deja que el agua templada lo relaje. Cierra sus ojos dejándose llevar por su traicionera imaginación, a comparación de antes, al encontrarse solo en un diminuto cuarto en el que no pueden haber más testigos que él mismo; deja que su mano acaricie su sensible miembro, con la imagen de Suko en su mente.

Su cuerpo tiembla en respuesta; una parte de él quiere detenerse, sin embargo no puede dejar de imaginar al pelinegro tocando su glande con cuidado y delicadeza. Es como si en tan solo segundos se trasportara a la noche anterior y disfrutara una vez más de sus caricias, sin culpa, sin miedo, sin nada más que placer.

Abre los ojos de golpe. Sus caricias no se comparan a las de Suko y ya se estimuló lo suficiente como para dejarse estar. Casi con urgencia termina de darse la ducha y sale. Se coloca ropa deportiva y coge una gorra negra y un cubrebocas del mismo color. Sale de su departamento y desactiva su ubicación. Ahora que Hyo lo vigila, no quiere que sepa hacia dónde se dirige en estos momentos. Toma las llaves de su auto y se monta.

Si lo piensa, si se detiene un solo segundo a replantearse lo que hace, se detendrá y volverá sobre sus pasos. Y aquella sensación que le recorre el cuerpo hasta terminar en su miembro se irá. Por eso, actúa sin reflexionar.

Estaciona unas calles antes y baja con cuidado de no ser visto por alguien que lo logre reconocer. Camina hasta el motel y entra sin levantar la vista. El ascensor se encuentra abierto, así que antes de arrepentirse, trota hasta este y las puertas se cierran. Cuando está a punto de marcar el número de piso, se percata que hay alguien a su lado que ya lo presionó antes. Fingiendo que aquello no le importa, marca un piso más arriba y se acomoda detrás del sujeto de capucha que se encuentra frente a él.

Suwon lo examina a detalle. Zapatillas de marca, pantalón nuevo y perfume de moda. Este sujeto es sin duda alguien adinerado, debe rondar su edad, no más de eso. Lo sabe por la forma en la que se para, pero sobre todo, en sus temblorosas manos que viajan desde los bolsillos de su chaqueta hasta los de su pantalón.

«¿Así me venía?», se cuestiona con pesadez.

No cree que su imagen haya cambiado mucho, su cuerpo sigue temblando ante el recuerdo de Suko, sin embargo, está seguro que este sujeto es la primera vez que aparece por este edificio.

Las puertas se abren y el tipo avanza con lentitud, como si quisiera prolongar tanto como pueda su entrada a la habitación. Suwon sonríe de lado al verse reflejado en ese chico, probablemente huya como él lo hizo antes.

Las puertas se vuelven a cerrar y sube al siguiente piso.

Llegó demasiado lejos como para volver a su casa, esperará a que el sujeto huya para a travesar esa puerta y pedir un poco más de atención del pelinegro. Pero esta vez, a comparación de antes, cogió su cartera con dinero.

Aún no puede creer que sintiera algo tan intimo con Suko, cuando él solo hace su trabajo, y que por todas las veces que Suwon huyó, le hizo un favor para que dejase de aparecer y huir como un demente.

Sale del ascensor y camina hasta las escaleras para sentarse en ellas un minuto. Debe esperar a que Suko esté completamente solo antes de entrar, por eso y para no dejar que sus pensamientos lo invadan, toma el celular entre sus manos y comienza a jugar un tonto y aburrido juego de bolas de boliche.

Tres strikes.

Suwon se levanta del escalón y baja el poco estrecho que divide el piso nueve con el diez. El temblor vuelve a su cuerpo, sin embargo, sigue avanzando. No puede tener miedo, no después de lo que Suko le hizo sentir. Él es único que puede arreglar su problema, incluso sin saberlo.

Al llegar a la puerta, apoya su cabeza en la puerta intentando escuchar algo que le diga que está solo, pero del otro lado, se escucha un ruido extraño. Suwon abre con sigilo la puerta, sin ser demasiado evidente. Su vista se encuentra de golpe con la oscura de mirada de Suko, que al verlo ni siquiera se inmuta.

El pelinegro se encuentra detrás del chico de cabello dorado, penetrándolo con fuerza, mientras que el sujeto frente a él, deja caer su cabeza en el edredón rojo, preso del placer, los gemidos y jadeos que su débil cuerpo expulsan. Suwon sabe que lo correcto es cerrar la puerta e irse, pero no puede hacerlo, no cuando su mirada parece encadenada a la de Suko. Sus movimientos no se detienen, al contrario, parecen aumentar.

Un escalofrío recorre le cuerpo desde la punta de sus pies hasta su miembro que parece crecer poco a poco. No puede creer que aquella escena lo excite de esa manera, o tal vez no es la escena en sí, sino el ver a Suko en ese estado tan dominante, tan perverso y escalofriante. No tiene piedad ante el chico al que posee. Ni siquiera parece percatarse de que se encuentra en medio de su batalla no declarada.

—De... tente —musita en un jadeo desesperante, el rubio.

Suko desvía la mirada hacia el chico inclinado y es lo único que necesita Suwon para cerrar la puerta y salir corriendo del edificio.

Toda la siguiente semana Suwon se mantuvo en la sombra de la universidad. Sus amigos decidieron darle un poco de espacio, puesto que les argumentó que necesitaba un poco de espacio y que cuando se sintiera mejor les contaría todo con lujo del detalle, aunque duda que sea capaz de contarles sobre Suko y lo que le provoca sin sentir vergüenza. Agradece que hayan respetado su decisión porque de haber insistido, tal vez, decía todo aquello que había ocurrido en su vida en pocos días. Por otro lado, no tardó tanto en cruzar mirada con el rubio que se encontraba bajo el poder de Suko, pero no parecía reconocerlo. Se reía con una chica a quien le sostenía la mano con cariño.

Se preguntó a sí mismo si aquello pasaba con frecuencia en la vida de Suko; después de todo, no tiene idea de con cuantas personas él mantiene relaciones sexuales, mucho menos la historia detrás de cada una de ellas; aunque está seguro de que historias como el rubio que pasa su mano por la pierna de aquella chica, debe haber en montón.

Suwon decidió mantenerse ocupado toda la semana, yendo a casa de sus padres, conferencias sobre arte, galerías, museos y a bares. Pero en todas ellas, como si fuera una mala broma de la vida, de alguna forma, terminaba con encontrarse a Suko. Antes, con miedo, escapaba y se escondía de él, sin embargo, los últimos días solo le ignoró, pasando por su lado, fingiendo que su olor no le causa estragos. De igual manera, el pelinegro intentó acercarse a él, más veces de las que puede admitir. Probablemente con ideas en mente sobre el trabajo que deben hacer juntos, pero hay que presentarlo hasta después de la semana de vacaciones. Así que, no se preocupa por forzar una conversación de la que no está listo aún, no sin recordar la mirada de Suko de aquella noche.

Es lunes por la tarde, tiene una clase más antes de terminar el día y aún queda una hora para que empiece, por eso Suwon tomó su cuaderno de dibujos, caminó hasta una pequeña plaza y se sentó en la sombra de un árbol a esperar que mágicamente la inspiración apareciese.

Un hombre anciano se sienta sobre un banco con un traje ridículamente bien planchado, un ramo de lirios y una sonrisa radiante. Suwon sonríe con diversión ante el aura juvenil con que el hombre mueve su pie ansioso, mirando hacia los costados. El castaño sigue la línea en la que fija la mirada el tipo, encontrándose con una mujer anciana que camina a paso lento, acompañada de su bastón.

Suwon sin dejar pasar el momento, saca de su mochila el cuaderno, pinceles y acuarelas. No tiene idea de porqué quiere retratar aquella escena en una pintura, pero es tanta la urgencia porque ambos no desaparezcan de su vista, que debe hacerlo a como dé lugar.

Toma de su mochila una coleta y se amarra sus rulos en la parte de atrás de su cabeza, dejando que algunos mechones se escapen de por su frente. Sin perder más tiempo, moja sus pinceles en agua y luego los pasa por las acuarelas para comenzar a trazar aquella imagen en la hoja.

La mujer llega hasta el sujeto y ambos se dan un suave beso en los labios. El hombre, con delicadeza, le entrega el ramo de lirios a la anciana que ríe a carcajadas. De seguro una historia que jamás conocerá se esconde detrás de esa risa. Suwon sonríe ante el contagio de felicidad y sigue trazando, absorto de todo lo que pasa a su alrededor, como si de pronto, aquel encuentro fuera especialmente para él.

El sonido de un estallido a su lado le molesta, pero no puede parar de dibujar, no si quiere retratar cada detalle de aquellos dos ancianos en la hoja. Otro estallido le hace cerrar los ojos. No se detiene, sin embargo, un tercer estallido le hace girar con enojo. No puede creer que alguien lo esté distrayendo de lo que tanto le costó encontrar; inspiración.

—¡¿Qué demo...?! —Las palabras quedan rondando en el aire cuando se encuentra con los ojos negros de Suko.

No puede moverse, ni siquiera es capaz de respirar automáticamente. Solo está ahí, sentado, con la boca abierta a punto de insultar al pelinegro que arruga el entrecejo ante una foto que parece no gustarle. Toma la cámara con firmeza y la lleva hasta sus ojos una vez más, sacando otra foto.

«Ese es el estallido», piensa.

—Lo siento, ¿te molesto? —menciona Suko sin mirarlo.

Suwon niega con la cabeza y como antes intenta ignorarlo, solo que ahora no está seguro de si realmente puede hacerlo. El castaño toma el pincel entre sus dedos e intenta trazar una línea, pero su pulso tiembla demasiado.

—Toma —dice el pelinegro y le tiende su cuaderno—. Intenté regresarlo antes, pero tengo la ligera sospecha que me estás evadiendo.

—¡Ah! No te vi de seguro —miente con descaro y toma la libreta entre sus dedos para guardarla en su mochila.

Suko deja salir una risa seca y vuelve a tomar la cámara entre sus manos para seguir su proceso de fotografías a quien sabe qué. Suwon intenta concentrarse en la pintura, una vez más, el pelinegro logra desestabilizarlo al colocarse detrás de él para capturar la sonrisa de aquellos ancianos. El castaño se congela en su lugar sin saber cómo reaccionar.

Gira ligeramente su cabeza hacia un lado. El rostro de Suko se encuentra a centímetros de él, con la mandíbula tensa; la boca un poco entreabierta y sus pómulos se encuentran al desnudo, ya que lleva una gorra de algodón que cubre todo su cabello ónix.

Suko gira su rostro y clava su vista en los ojos del castaño que no puede retroceder, ya que detrás de él se encuentra la anatomía de Suko y a un costado, un gran árbol se extiende por lo alto.

—¿Qué haces? —musita Suwon.

—Es el mejor ángulo para el paisaje —le responde sin moverse ni un centímetro—. Tienes talento con las pinturas, ¿lo sabes?

—¿Puedes...? —Suwon traga duro y mira hacia los costados, teme que alguien sepa la verdadera relación detrás de ellos dos.

Suko sonríe de lado con burla y se aleja para chequear las fotografías. Suwon vuelve a mirar hacia los lados incómodo y comienza a guardar sus pinceles, con un poco de prisa. Arruinó su dibujo, y aunque Suko se marche, solo aparecerá él en su mente y ya no tiene tiempo para volver al mismo círculo vicioso.

—Deja de actuar como maniático, Suwon —farfulla Suko—. Crees que todos sabrán que soy un prostituto y que tu solamente me frecuentas, ¿por estar juntos? —se burla—. Relájate, solo hacemos un trabajo juntos, eso es lo que los demás ven.

El castaño detiene sus movimientos para prestarle atención. Suko actúa tan relajado que es difícil imaginarlo en una habitación de luces rojas, en la que su trabajo es proporcionar placer sexual a todos lo que se atreven a travesar esa infernal puerta. Nadie podría saberlo. Pero él lo sabe y las imágenes de aquella noche lo asaltan con tanta violencia que debe desviar la mirada. No es precisamente el que él sea un servidor lo que causa tanto estragos en su cuerpo, sino, el querer ser el rubio de hace noches; el querer estar en su posición, con Suko detrás de él, embistiéndole como nunca antes.

La vergüenza crece de forma inhumana sobre su cuerpo, encendiendo sus mejillas a tal punto de no poder esconderlas. Suwon intenta levantarse pero Suko lo toma del brazo impidiéndole moverse un solo centímetro más. El castaño fija la mirada en él. El pelinegro se encuentra con el semblante neutro, pero su agarre ejerce un poco de fuerza. Puede notarse a leguas cuan enojado se encuentra y aún así no se atreve a hablar.

—Tú estabas antes —escupe con la mandíbula tensa.

Se coloca de pie y luego se marcha, entre los arboles de la plaza, sin darle tiempo de explicar que en realidad se avergüenza de su mente perversa.

Suwon le dedica una mirada más a los dos ancianos sentados, que no dejan de platicar y reír como dos jóvenes enamorados. Cuelga su mochila en su hombro y parte en dirección contraria a la de Suko.

El aseo en su departamento es algún tipo de terapia que autodenominó anti estrés. Cada vez que siente su cabeza a punto de estallar, limpia hasta el rincón más escondido de todo su departamento, sin dejar una sola partícula de polvo. Y ahora no fue la excepción, no después del pequeño encuentro con Suko.

Cuando terminó de asear todo, su cuerpo aún detallaba energía que no parecía acabarse, por eso, tomó una rápida ducha y se fue a un bar cercano en busca de un chico con el que había estado antes. Sin embargo, al llegar, había alguien más en su lugar y estaba casi vacío el lugar, lo que no es de extrañar, tomando en cuenta que es plenos lunes por la noche.

Suwon deja que el líquido queme su garganta y vuelve a pedir otro trago. Una familiar risa escandalosa lo sobresalta por la espalda. El castaño gira con cuidado de no ser demasiado evidente, encontrando a Minho entre coqueteos íntimos con el mismo sujeto de antes. Aparta la vista y antes de que cometa un error, camina hasta el baño y entra en uno de los cubículos.

Su principal motivación era solucionar su problema para volver al chico de cabello rojizo, pero en algún momento en el trascurso del camino, se desvió y olvidó por completó porqué debía ir a la habitación de Suko. Ahora, al verlo así de sonriente con alguien que no es él, el recuerdo lo golpea con brutalidad. No puede seguir escondiéndose de Suko, pero sobre todo, no puede seguir negando que necesita de su ayuda.

Toma una profunda respiración y deja salir el aire pausado. Sale del cubículo y se encuentra con Minho, de espaldas al espejo, tecleando en su celular.

—No estoy siguiéndote —musita Suwon y pasa directo al lavamanos.

—Lo sé, llegamos después de ti —responde tranquilo, sin dejar de teclear—. Suwon...

—Tranquilo, Minho —le interrumpe—. No haré nada, ya me voy.

Minho asiente con decepción. A Suwon le gustaría cerrar la puerta del baño y poseerlo ahí mismo, pero no está listo, y no se arriesgará a pasar por la misma situación de antes. Por eso camina hasta la puerta, sin embargo, no sale. Gira sobre su propio eje y corre hasta Minho para abrazarlo con fuerza, inhalando su peculiar olor a coco que emana su cabello. El pelirrojo corresponde su abrazo con tanta fuerza que parece no querer despegarse de él.

—Volveré por ti, lo prometo —musita con agonía.

—Suwon...

—Lo prometo, Minho.

Suwon deposita un beso en su frente y se aleja. Camina hasta la barra para pagar su trago y sale de nuevo a las calles transitadas de Seúl. Una vez más, se dirige a aquél edificio de mala muerte, donde el pelinegro de mirada penetrante podrá arreglarlo; solo que esta vez deberá ser sincero con él.

Maneja con tranquilidad, sin ser preso de sus ansiosos pensamientos. A comparación de antes, estaciona el auto frente al edificio y baja con cuidado. Sube al ascensor y practica una descuidada y torpe disculpas hacia él, también un argumento extenso del porqué quiere concurrir a él con frecuencia sin sonar débil y tonto.

Las puertas metálicas se abren al mismo tiempo que ve a Suko parado del otro lado, esperando por subir.

—La habitación está cerrada —anuncia una vez dentro y aprieta el botón de planta baja.

—No era eso, venía a disculparme —musita con vergüenza.

Suko arruga el entrecejo pero no dice nada, solo asiente y toma el celular entre sus manos. Suwon cierra los ojos con fuerza, sabe que aquello no es todo lo que tiene para decir, sin embargo, un ascensor parece un pésimo lugar para hablar sobre sus orgasmos.

—Te invito a comer, lo que tu quieras —propone con rapidez—. Solo escúchame cinco minutos.

Suko deja el aparato a un lado y lo mira ladino, intentando descifrar lo que tanto le cuesta decir.

El ascensor se detiene, las puertas metálicas se abren y ambos salen de él.

—Suko, muero de hambre, ¿a donde vamos? —menciona el recepcionista sin mirarlo.

—Lo siento, Kuyng —formula Suko, sin quitarle la vista a Suwon—. Ya tengo planes. Mañana iremos por carne.

—Que desperdicio —chilla el sujeto y hace un mohín. Sale del edificio, no sin antes dedicarle una mirada de fastidio al castaño que mira el suelo avergonzado.

Suko sale del edificio seguido de Suwon quien le señala el auto. El pelinegro no tarda en montarse y esperar a que el castaño haga lo mismo.

—¿Dónde quieres ir? —pregunta con esperanza.

—Sigue por esta calle —formula y vuelve a teclear en su celular.

Se había imaginado a Suko en diferentes situaciones, en muchos lugares y en todas sin ropa; pero no pensó jamás que lo tendría dentro de su auto, tecleando en su móvil, sin darle importancia a todo su alrededor. Es como si esa imagen, reemplazara todas las demás. Se ve diferente, no parece como si fuera a saltarle encima y devorar su miembro, solo está ahí, sentado.

—Detente —le ordena.

Suwon mira a su alrededor. No hay un restaurante, ni una casa de comida. Solo un kiosco cualquiera, con una mesa fuera. El castaño frunce el entrecejo pero no dice nada, después de todo, ni siquiera le importa donde se sentarán a comer, solo debe platicar lo que tiene en la garganta y no puede gritar.

El pelinegro entra a la tienda y más tarde aparece con dos platos de fideos negros y cerveza.

—¿Qué quieres? —escupe Suko—. Estoy seguro que no es sobre el proyecto, de ser así no me hubieses buscado en la habitación.

—Es cierto —formula Suwon—. La verdad es un poco más vergonzosa que todas las veces en las que huir.

Suko sonríe de lado casi con diversión y toma de su cerveza.

—Mi novio... mi ex novio terminó conmigo porque en algún momento de la relación algo en mí comenzó a fallar —menciona, tranquilizando su corazón.

Suko entrecierra los ojos prestando atención a lo que el castaño frente a él dice. Suwon abre la lata de cerveza y comienza a tomar su amargo líquido, como si fuera agua que cura su sed. Su cara se frunce en una mueca y sacude su cabeza cuando deja la lata vacía sobre la mesa.

—No me digas, ¿comenzaste a huir de él? —bromea con una media sonrisa.

Suwon ríe forzado y asiente en su dirección. Es como un puñal en su débil mente.

—No —masculla—. Comencé a tener problemas para acabar.

—Eso no me lo esperaba —se sincera Suko pero no hay atisbo de burla.

—Intenté lo que podía, pero eso solo trajo peleas y más peleas —dice con pesadez—. Me dejó tiempo después pero aún me quiere, lo sé y yo le quiero.

—Y yo quiero saber esto porque... —formula Suko sin entender del todo.

—Me hiciste llegar, con más rapidez de lo que lo hice en un tiempo —musita con desespero—. Quiero que me arregles.

Suko deja salir una sonora carcajada. Tira la cabeza hacia atrás y se toma del pecho, como si le hubiesen contado una de las mejores bromas de la historia. Sin embargo, para cuando gira a encontrar a Suwon, este lo mira serio, casi con suplica.

—Oye, Suwon. No soy un tipo de gurú ni nada por el estilo —se sincera—. No puedo «arreglarte» solo porque me lo pidas. Debes tener algún bloqueo o problema médico.

—Ya tuve citas médicas, y hasta terapéuticas —masculla—. No será gratis, Suko. Te pagaré lo que pidas.

—Creí que temías que las personas fueran a verte con un prostituto —dice casi retándole.

—No era por eso que me fui, Suko —responde de la misma manera.

El pelinegro intenta descifrar lo que el castaño le dice, pero prefiere no saberlo. No después de los días en los que él estuvo rondando su cabeza sin permiso alguno.

—No sé qué prendes que haga. —Suko sacude la cabeza, ahuyentando los pensamientos sin sentido.

—Lo que hiciste la última vez.

—¿Sexo oral?

—No, Suko. —Suwon le hace una señal para que baje el tono de voz, lo que causa una sonrisa en Suko—. Quiero que me hagas venir y así saber porqué me cuesta tanto con otras personas.

—Tal vez conmigo también te cueste, y lo de la otra vez fue suerte.

—Tal vez, de cualquier forma. Quiero que me ayudes —menciona con desespero.

—De acuerdo, haremos esto —dice Suko y saca una libreta vieja y rota—. Irás a la habitación y «buscaremos» la solución a lo que tanto te afecta. Dejaré la cuenta abierta, si logramos solucionarlo entonces me pagas de lo contrario, te deseo suerte en tu búsqueda.

—¿Estás seguro?, creí que te costaba dinero —menciona Suwon, con genuina confución.

—Te parece los viernes por la noche, ¿a las nueve? —dice Suko, ignorando por completo la pregunta de Suwon.

—Sí, está bien.

—Perfecto.

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