2
Cuando Yeri propuso un plan de respaldo para solucionar su «problema», jamás, ni en mil años, se habría imaginado que pasaría semanas enteras en clínicas y hospitales con pruebas de todo tipo, para que le digan por qué demonios no puede llegar a su orgasmo cuando está con algún chico. Sin embargo, todos llegaron a la conclusión de que no es un problema físico, le sugirieron experimentar otro tipo de cosas; juegos sexuales, juguetes y lo que fuese. Incluso, también, terminó en terapia al menos tres semanas, pero en cuanto la mujer sugirió que posiblemente podría estar vinculado con su infancia, decidió no asistir más a las reuniones. Se niega rotundamente a vincular su vida sexual con algún suceso de cuando era un infante.
Hyo, intervino y lo llevó a un bar de strippers, además de admirar a los chicos balancearse, no pudo llegar a más que solo un poco de coqueteo con alguno de ellos. También sugirió que conocía a alguien que practicaba el sadomasoquismo. Por supuesto que lo pensó y no tardó en teclear en su computador sobre aquello, y para nada fue su agrado. Así se rindió y dejó de escuchar a su amigo para prestarle atención a Yeri, que alardeaba con encontrar la solución definitiva a su problema.
Se levantó como todos los días, se dio una ducha, y peinó los rulos con una crema que Yeri le había regalado para su cumpleaños. Lavó sus dientes y cuando creyó estar bien, salió del departamento vestido como de costumbre lo hace. Pantalón deportivo, buzo canguro con capucha, y encima una chamarra grande.
Se detiene en la primera cafetería que encuentra y pide el café más fuerte que tienen. El día va a ser largo, y con tantas consultas a clínicas ha descuidado por completo los estudios. Si no quiere tener una visita de su madre pronto, regañándolo, debe poner en orden sus prioridades antes de continuar esta aventura a lo desconocido, para así recuperar al chico de cabello rojizo que tan embobado lo tiene.
Camina a la universidad, mira su reloj de pulsera y se percata de algo que ya sabe; va tarde. Decide trotar lo que queda de camino desde la entrada de la universidad hasta su salón de clases, donde la profesora Kim lo recibirá, y para su mala suerte, ella no es amiga de la impuntualidad. Recuerda que hace menos de dos meses, una de sus compañeras se había retrasado solo dos minutos y no la dejó ingresar a clases. Algo exagerado para su gusto, pero no podía hacer o decir nada. Su materia era semestral y solo por un par de meses la tendrá para no volver a verle. Ojea una vez más el reloj y entra por las grandes puertas del salón encontrando a la mayoría de sus compañeros en sus asientos. Divisa su fila, y para su mala fortuna, todos los asientos están ocupados.
La puerta de la profesora se abre y él se sienta en el primer banquillo que encuentra al final de todos. La acción es tan abrupta que su vaso pierde un poco de contenido, desparramándose sobre la mesa y la ropa de quien está a su lado. Suwon hace una reverencia en disculpa y saca de su bolso papel para limpiar el desastre que hizo.
—Lo siento —se disculpa una vez más.
—Descuida, ahora huelo a café —responde una ronca y pastosa voz a su lado.
Suwon levanta la vista de inmediato para encontrarse con los penetrantes ojos negros del chico de hace un par de noches, en la fiesta de sus padres. Es el enamorado de una de sus hermanas, tantos asientos y debía terminar al lado del chico asocial.
—Kim Suwon —se presenta y tiende la mano hacia él.
El chico de cabello negro lo mira por un momento, y la incomodidad se hace presente en él. Es como si estuviera a punto de lanzarse sobre él y golearlo; o solo es su
«¿Qué demonios le pasa a este tipo?», piensa.
—Lee Suko —responde y le estrecha la mano con firmeza.
Suko gira su atención a la profesora que pasa lista con atención a todos sus alumnos. Suwon hace acopio de sus fuerzas para olvidar al chico extraño a su lado y presta completa atención a su superior.
La clase ronda en el mismo tema que han estado hablando durante las dos últimas semanas. La teoría del color, es uno de los temas que creyó disfrutar y poco a poco, mientras la clase avanza, detesta con todo su ser. A la mitad de la clase, cuando comenzó un extenso discurso sobre quien sabe qué, Suwon recostó su cabeza sobre la mesa y dejó que sus parpados se cerraran por un momento, aunque esos segundo, según él, duraron más de lo que creía y cuando levantó la vista, la profesora ya no estaba y todos comenzaban a levantarse.
Suwon ceñudo, miró el reloj de su muñeca que marcaba las diez con treinta de la mañana. Durmió más de lo que pensó y su siguiente clase empieza dentro de cinco minutos. Toma su bolso y el café helado, pero antes de irse Suko le tiende una hoja y se marcha. No tiene tiempo de leer ni entender lo que sucede, apenas si sus músculos reaccionan a sus movimientos, por eso ve los nombres de sus compañeros y anota el suyo en la lista contraria en la que se encuentra el nombre de Suko y se la tiende a un chico que espera por la lista, para finalmente salir del salón y correr a toda prisa hasta su próxima clase.
Antes de atravesar las puertas, se mentaliza mentalmente. Sabe que, en las gradas más bajas, encontrará la animada sonrisa del pelirrojo, platicando con sus amigas mientras ríen de alguna trivialidad. Desde la fiesta en casa de sus padres, no pudo volver a dirigirle la mirada, y agradece que durante todo este tiempo tuvo citas en las clínicas a la misma hora que compartía clase con Minho, pero ahora, que eso terminó, debe enfrentarse a él una vez más.
Respira profundo y abre las puertas para deslizarse en el primer asiento que encuentra vacío, en una de las esquinas del salón. Deja su bolso sobre la mesa y deja caer su cabeza en él con pereza. No pudo buscarlo, no pudo siquiera mirar a las demás personas por miedo a encontrarlo.
—¿Qué es esto? —menciona una voz que lo sobresalta por la espalda. Suwon gira encontrando a Suko parado detrás de él, con un papel en mano.
Los susurros comienzan a circular con rapidez, y es entonces que se permite barrer la estancia encontrándose con los ojos marrones de Minho, quien lo mira desde las gradas bajas. Suwon desvía la mirada al pelinegro a su lado que no deja de mirarlo ceñudo.
Toma lo que balancea en su mano y fija la mirada en la lista, ahora impresa de la profesora Kim.
—Te anotas conmigo, ¿y no me preguntas? —farfulla.
—No entiendo, ¿qué es esto? —responde y se pone de pie para poder hablar mejor. El tenerlo parado a su lado lo intimida un poco.
—La profesora pidió que formaran grupos y los presentaran en esta hoja. Me anoté solo por una razón —dice al mismo tiempo que se cruza de brazos sobre el pecho.
Podría decir que está enojado, pero su tono es tan lento y ronco que en realidad parece un lamento.
—Lo siento, no me di cuenta —se disculpa, como torpeza—. Puedo cambiarlo.
—La lista ya está impresa, no hay forma de cambiar —menciona y deja salir aire acumulado.
Suwon hace una mueca en disculpa, y se rasca la nuca, un poco nervioso. No esperaba que algo así le pasara, mucho menos que terminara haciendo una tarea en grupo con él, y no es que le tenga miedo o algo por el estilo. Solo que, de todos sus compañeros de esa clase, había otras opciones qué considerar antes de llegar a alguien con quien es la primera vez que cruza palabra alguna.
—¿Algún problema? —dice una voz interviniendo entre los dos chicos.
Suwon mira la delgada anatomía de Minho que no le quita los ojos de encima a Suko, su semblante serio demuestra cuan enojado se encuentra y ni siquiera entiende qué sucede en realidad.
—¿Te parece que hay algún problema? —gruñe por lo bajo.
Suwon cambia el peso de su cuerpo a una pierna y mira con el entrecejo arrugando al pelinegro. No puede entender el tono de voz del chico frente a él. Es como si quisiera ser grosero pero su tono es tan cálido y ronco que ni siquiera es capaz de entender el remolino de pensamientos que cruzan sobre su cabeza.
—Me parece que no estás en esta clase y ya debes irte —masculla con un tono grosero, el pelirrojo.
Es lo único que necesita para espabilar. Su espalda opta una postura más erguida y levanta el mentón.
—Hablaré con la profesora -anuncia con más seguridad de la creía tener.
—Olvídalo. —Hace un mohín para restarle importancia—. Ya elegí el tema, te escribiré para terminar de hablar.
Suko le tiende el móvil desbloqueado a Suwon que no ha sacado la mirada del pelirrojo que enfrenta al pelinegro. El chico con rulos toma el aparato entre sus dedos dudoso. Es cierto que la profesora Kim no es buena para dar pequeños favores, mucho menos si le explica que su equivocación es producto de un pesado sueño durante su clase. Definitivamente le pondrá un reprobado mucho antes de pedir una segunda oportunidad. Al final, decide hacer todo lo posible por hacer el trabajo sin protestar. Marca su número de móvil y se lo devuelve. Suko, sin más, se retira como entró.
—¿Y ese idiota? —menciona Minho, mirando por donde se fue el pelinegro antes.
—Es un compañero —responde en un susurro.
—Se dicen muchas cosas de él, Suwon. Ten cuidado —dice y gira para encararlo.
Suwon mira por donde antes se fue Suko, no puede evitar fruncir el entrecejo ante las palabras de Minho. Es claro que el pelirrojo tiene mucha más vida social de lo que él nunca tendrá, y no es de sorprender teniendo en cuanta el carisma y lo amable que puede llegar a ser realmente Minho. Por eso, cuando tenía alguna duda sobre alguna persona él solía consolarlo ya que lo conocía, o conocía a alguien que lo conocía.
«¿Que tenga "cuidado" de Suko?», es verdad que no le conoce, pero Minho sabe de lo que es capaz Suwon cuando se trata de una pelea puño a puño, por eso le sorprende que le advierta de esa manera.
—¿Estás bien? —pregunta espabilándolo.
—¿Por qué preguntas? —responde, más seguro que antes.
—Noté que no venías a clases, ¿estás enfermo? —Minho levanta la mano para agarrar la de él, pero algo lo detiene y mete su mano en el bolsillo delantero de su pantalón.
—Sí, solo intento arreglar un problema —concluye y vuelve a su asiento.
Minho asiente y se aleja para volver con sus amigas quienes no dejan de susurrar por lo bajo. Suwon refriega su rostro con ambas manos. Se siente cansado, y un poco desanimado. No tiene idea de cómo solucionar lo que pasa en su cuerpo, ni siquiera puede entenderlo. Minho es todo lo que está bien para él, y no puede llegar a su orgasmo cuando tienen relaciones.
Deja que esos pensamientos lo abrumen un poco más antes de prestar atención al profesor que comienza su clase con ánimo y mucha ejercitación. No tiene tiempo de pensar en Minho, aunque le es un poco imposible considerando que se encuentra cerca de donde el profesor pasa, y no puede evitar detenerse en su sedoso cabello rojizo cada vez que mira a su superior.
El gruñido de su estómago lo obliga a sentarse bajo un árbol y sacar de su bolso una manzana. Le da el primer mordisco cuando siente dos anatomías sentarse a su lado. No necesita abrir los ojos para saber quiénes son las personas que ahora invaden su espacio personal.
—Tengo la solución a tus problemas —anuncia Yeri con comida en la boca.
—Te dije que no lo aceptará —protesta Hyo a su lado.
—Aceptará lo que le dé si quiere volver con Minho, ¿verdad, Suwon?
—Sí —responde sacando una risita de su parte.
Abre los ojos encontrándose con el particular moño despeinado de Yeri en lo alto de su cabeza, los sacos de Hyo de color nude y sus loncheras con comida recién hecha en casa. No es novedad que ellos vivan aún con sus padres y que no tengan intención de irse de esa casa, al menos no hasta tener un trabajo estable con el cual mantenerse; o eso dicen. Para Suwon, la verdad es que se sienten demasiados cómodos como para abandonar el nido. Cuando él decidió mudarse de su casa, la vida de adulto lo golpeó fuerte, adelgazó y ya no encontraba ropa limpia que ponerse. No fue hasta que Minho le enseñara a usar las lavanderías, a cocinar lo esencial y mantener en orden su departamento.
—Dime que es eso que debo hacer ahora, ¿cita con un médico nuevo?, ¿un chamal? —formula y vuelve a morder su manzana verde.
—Toma —dice al mismo tiempo que le tiende un papel con una dirección y un horario.
Suwon arruga la frente confundido y lee el papel. La dirección marca una calle que queda alejado del centro, entrando en uno de los barrios de clase baja, donde la seguridad no es precisamente una de sus virtudes.
Motel New Moon, habitación 493. 22:00h.
Suwon mira a Yeri quien le sonríe de oreja a oreja y luego pasa al rostro cansado de Hyo quien solo se encoge de hombros y niega con la cabeza.
—¿Qué es esto? —formula desconcertado.
—Tienes una cita con alguien que resolverá tu problema, lo prometo. —Yeri cruza los dedos de ambas manos frente a su rostro y cierra los ojos.
—Yeri, ¿qué es esto? —menciona pausado, para que pueda ser clara ante su latente confusión.
—Ya verás.
—Déjate de misterio, Yeri —manifiesta Hyo—. Es un servidor sexual.
Suwon abre los ojos, sorprendido y ante tal idea comienza a reír a carcajadas. Yeri arruga la frente y Hyo se une a la risa de su amigo porque comprende lo que siente en este momento. No es que la idea esté por completo descartada, pero él no es un tipo pasivo, ni en mil años podría serlo. Siempre fue quien tomaba las riendas de una relación, siempre fue el que poseyó a alguien, ¿ser poseído por alguien?, ja, no podría pasar. Tampoco es que fuera a dominar a un servidor sexual, solo porque no se sentiría cómodo haciéndolo.
—Olvídalo, Yeri —dice divertido y le entrega la tarjeta.
—No miento, Suwon. Me dijeron que es una bestia —chilla la pelinegra.
—No, Yeri —niega—. Buscaré otra opción.
—Solo... piénsalo y si las ideas se te acaban inténtalo. No tienes nada que perder —menciona ella haciendo un puchero involuntario al sentirse rechazada.
—¿Es hoy? —pregunta un tanto insatisfecho.
—Sí, así que piensa lo que queda del día, porque me costó mucho hacerte una cita con este chico.
Suwon asiente y guarda el pedazo de papel en su bolso sin intención de volver a sacarlo. No lo hará y está seguro que Yeri es consciente de ello. De cualquier forma, prefiere cambiar un poco el tenso ambiente y contarles a sus amigos sobre su encuentro con Suko, omitiendo la parte en la que Minho intervino. Ambos se burlaron de él por ser tan despistado y aseguraron que si seguía de esa forma debería dejar de intentar buscar una solución para su problema y concentrarse en lo que realmente importa ahora, y es que no falta mucho para la temporada de exámenes. La verdad es que no preparó ninguna de sus materias, no son tan difíciles como las que cursan sus amigos, pero la clase de la profesora Kim puede ser realmente una tortura, y lo último que quiere es un reprobado en su libreta.
Esperará a que Suko le escriba y hablen de los detalles de su próximo proyecto. No importa que tema eligió, solo tiene que aprobar aquel trabajo grupal para tener posibilidades de aprobar la materia con un sobresaliente y no volver a ver a esa profesora o a Suko.
Después de comer lo que le quedaba se despide de sus amigos y vuelve a la ronda de clases que tiene para terminar el día. La verdad es que está más atrasado de lo que creía. No pensó que las visitas a la clínica le arrebatarían tanto tiempo de estudio. Por eso, y antes de que piense en Minho y las infinidades de cosas que debe hacer para volver a él, se encamina a la biblioteca para terminar algunos trabajos que le queda pendiente.
El lapicero se mueve de forma rápida y concisa sobre su cuaderno de literatura. Abre su computador y sigue buscando información que le sea de utilidad para completar el informe que debe entregar. Es tarde y los alumnos comienzan a retirarse uno por uno, y aunque le gustaría irse, no puede. Es como si una montaña de papeles le fuera a caer encima, y cada que termina un trabajo, parecen aumentar los que le faltan.
Se maldice al darse cuenta cuan tonto fue el descuidar sus estudios de esa forma. Sin embargo, no puede culparse del todo.
Suwon siempre supo que le gustaban los niños y no las niñas, y aunque tuvo experiencias un poco extrañas durante sus años de preparatoria con uno que otro niño, no fue hasta su primer año de universidad que experimentó una verdadera relación con un chico. Minho lo había hechizado desde el primer momento que lo vio, con sus largas pestañas y su rojizo cabello. Recuerda que no fue hasta que lo vio en un bar que se animó a hablarle. Minho actuó de forma amable y tranquila, incluso con el torpe coqueteo de Suwon. Sin embargo, la verdadera conquista no llegó hasta que una de las bandas más famosas del momento actuara en el estadio que logró conquistarle. Recuerda que compro los boletos para ambos y con un poco de miedo y fingido desinterés se los mostró. Minho saltó de la emoción y se abalanzó en un abrazo de felicidad.
Esa noche comenzó a crecer como una enredadera de rosas lo que sentía. Y cuando quiso darse cuenta, se encontraba en su departamento, con Minho gritando efusivo. Solo pasó, en un pestañeo lo había perdido, y todo porque eran más veces las que no había terminado que las que sí. Intentaron arreglarlo, claro que lo intentaron; pero Minho comenzó a sentirse insuficiente, cansado y frustrado de no poder hacer llegar a su novio. Parece una locura. No se supone que dos personas que se quieren deban terminar por algo así, por eso no logra entenderle, porque, aunque no llegara, se sentía pleno con él, cómodo y querido.
Una cálida mano toca su hombro y es entonces que se permite salir de su ensimismamiento.
Minho lo mira preocupado y con la frente arrugada. Sostiene entre sus brazos una pila de libros y en su rostro, unos lentes redondo adorna su nariz.
—¿Estás bien? —pregunta y retira la mano.
Suwon intenta hablar, pero es hasta entonces que nota el nudo en su garganta. Sube la mano hasta su rostro y limpia con rapidez las lágrimas que bajan de su rostro. No sabe en qué momento su cuerpo comenzó a escribir de forma mecánica sin dejar de pensar en el chico ahora, parado frente a él.
—Sí, fue un día largo —dice gélido.
—Oh -susurra y asiente en su dirección.
—Déjame que te ayude. —Suwon se levanta y toma los libros que Minho lleva en sus brazos.
—Gracias —murmura por lo bajo, se retira los lentes y los deja sobre el escritorio para descansar la vista un poco.
Minho se aventura por los pasillos de la biblioteca seguido de Suwon y acomoda cada uno sobre su lugar.
El chico de rulos se permite contemplar la anatomía de su acompañante. Mide al menos un metro setenta y tres, su piel es tersa y blanquecina; es delgado por naturaleza. Su mandíbula es redonda y carnosa, al igual que sus mejillas. Sus labios son una odisea, mientras que el de abajo es fino, el de arriba es grueso. Sus hoyuelos se marcan cuando hace una mueca o sonríe. Sus manos con sus dedos largos y finos, y aún así no logra ser más grande que la de él. Pues, nada del chico de cabello rojo es más grande que él, teniendo en cuenta que su cuerpo se acomoda a su metro ochenta y dos.
—Deja de mirarme —susurra en un suspiro ahogado.
—No puedo —murmura sin poder detener sus palabras.
El pelirrojo fija la mirada en él desconcertado y es entonces que se permite desviarla. No puede seguir haciendo esto, no se puede seguir haciendo esto cuando ni siquiera puede solucionar lo que rompió. Minho toma el último libro que sostiene Suwon e intenta ponerlo en una de las estanterías más altas, pero apenas si logra llegar.
Suwon toma el libro de entre sus dedos y lo pone en la estantería, sin darse cuenta de que en el proceso ha acorralado a Minho contra los libros. El perfume a coco que emana el cabello del pelirrojo lo embriaga y pronto baja la mirada para darse cuenta de que lo tiene de prisionero. Se separa lo suficiente para que Minho gire y pueda ver su rostro.
—Suwon... yo... —musita.
—No puedo dejar de verte, Minho —murmura.
El cuerpo del rojizo se estremece cuando una de las grandes y finas manos del castaño delinea su brazo hasta terminar en la mandíbula de él. No puede sobrepasarse, sin embargo, desea tanto hundir sus labios en los de él que no puede simplemente obviar sus deseos. Minho sube las manos hasta la cintura de Suwon y lo atrae lo suficiente para darle el permiso de besarlo. Así, el chico de cabello castaño, acuna el rostro del pelirrojo y lo besa con necesidad siendo correspondido.
Sus labios mordisquean el labio del chico pelirrojo quien abre más la boca para permitirle profundizar más el beso. Suwon sin poder evitarlo, baja sus manos hasta los muslos de Minho y lo levanta para que este envuelva su cintura con sus piernas, estrella su cadera contra el latente miembro de su compañero.
Minho jadea entre besos y es lo único que necesita Suwon para presionar su cuerpo aún más contra el del pelirrojo. Sentirlo de esa modo, tan latente, tan a su merced le hace estremecer. El castaño de rulos se libera de una mano y la introduce dentro de la chamarra de Minho para tocar su estremecida piel. Delinea la espalda del pelirrojo provocando que esta se arquee, aun sin liberar sus labios.
Agradece que en la biblioteca no quede nadie más que ellos, o Minho no le permitiría llegar tan lejos.
Sus caderas comienzan a moverse con el compás de sus besos, recibiendo pequeños gemidos de Minho al sentir la fricción de su miembro contra la pelvis de Suwon. Es entonces que, sin previo aviso, el castaño de rulos decide que, con su mano libre, se aventurará más allá de lo que debería. Separa un poco su cuerpo y logra capturar los botones del pantalón de su compañero entre sus dedos para desabrocharlos. Minho suelta un jadeo de sorpresa y lo mira, pero Suwon no le da tiempo de pensarlo, y así mete su mano libre dentro de su bóxer, que es recibida por una latente y dura erección.
Suwon vuelve a capturar los labios de Minho entre los suyos y masajea con suavidad el miembro de su compañero que suplica por ser liberado de la prisión. Los gemidos de Minho aumentan y con ello las ganas de poder despojarse de su ropa lo tienta. Sin embargo, el pelirrojo que pone una de sus manos en la muñeca de Suwon para que se detenga. Este lo mira expectante, con la respiración agitada.
—No puedo, Suwon —dice intentando bajarse de la cadera de Suwon. Este lo baja con cuidado y Minho se abrocha el pantalón con las mejillas acaloradas—. No puedo.
Sin previo aviso, gira sobre su propio eje y sale disparado del laberinto de libros que envuelve a Suwon.
Siente la boca seca y el corazón que galopea con furia sobre su mármol no le deja pensar con tranquilidad lo que acaba de pasar. Es igual que antes, en un momento lo tenía para él, y al otro, simplemente desapareció. Tira su cabello con furia para atrás y sale embravecido hasta su bolso donde busca desesperado el papel con la dirección y la hora.
Toma sus cosas y sale de la biblioteca encontrándose de golpe con Minho quien dialoga con una de sus amigas, fingiendo que nada sucedió. El pelirrojo le dedica una mirada, pero Suwon está tan enojado consigo mismo que tiene vergüenza de mirarlo siquiera.
Se sube al primer taxi que ve y le da la dirección del motel. Su corazón comienza a calmarse al mismo tiempo que se aventuran contra las calles desoladas y oscuras de donde se encuentra el lugar. Se replantea si es buena idea bajar frente a ese sitio antes, también se regaña por tomar una decisión impulsiva. Sin embargo, no puede retractarse, no mientras sube las destartaladas escaleras hacia quien sabe dónde. Prefirió no tomar el ascensor para darle tiempo a procesar lo que su cuerpo hace de forma automática.
Un cartel con las letras Open en luces neón iluminan la puerta de entrada, debajo de este el número 493. Suwon respira profundo, ya llegó lejos como para acobardarse y volver por donde vino. No cuando tuvo tan cerca de Minho y por su culpa se fue. Necesita recuperarlo, a como dé lugar. Así que se arma de valor y toca la puerta dos veces antes de escuchar un inaudible «entra», que es capaz de girar el picaporte para entrar.
Las luces están apagadas, pero la habitación es iluminada por pequeñas luces rojas en las esquinas de la habitación. Un ventanal lo recibe en todo su esplendor, dejando entrar la luz de la ciudad. El olor a cigarrillo y vainilla lo golpea hasta hacerlo retroceder. No está seguro de hacer esto, no al ver un chico parado a un lado del ventanal con un cigarrillo en su mano, de espaldas hacia él.
Suwon respira profundo para minimizar sus nervios y cierra la puerta detrás de él.
—Puedes lavarte primero, sobre la letrina hay una bolsa con productos de higiene nueva —dice pausado y ronco, tanto que su voz le es familiar, pero está tan nervioso que cree escuchar cosas que no se oyen.
Suwon asiente y deja su bolso a un lado, sobre un rojo sillón de gamuza.
—¿Cuánto... cuánto es la hora? —pregunta con timidez. Se golpea mentalmente por sonar tan sumiso y decide erguir la espalda para una mejor postura.
—Diez mil wons —anuncia igual que antes, ronco y pausado.
Suwon abre los ojos en sorpresa y asiente, toma de su bolso la cartera para sacar el dinero que, por suerte, tiene. Cuenta los billetes y gira para entregárselos, sin embargo, el chico ha girado para que le pueda ver. La sangre se agolpa contra sus pies y su cuerpo se inunda en un efusivo temblor. Ahí se encuentra, y a pesar de verle el rostro ni siquiera se ha inmutado. Solo se encuentra ahí, con las manos en su pantalón.
El chico de cabello castaño mira el semblante indiferente de Suko al mismo tiempo que sus manos tiemblan.
—¿S-Suko? —tartamudea incrédulo.
—Te lavas tú primero, ¿o yo? —dice al mismo tiempo que cruza sus brazos sobre su pecho.
Los billetes se menean en su mano con gracia. No puede ser él, de todas las personas que viven en Corea del Sur, es Suko a quien va a pagarle por solucionar su problema de eyaculación. La vergüenza se instala en su sistema y lo único que puede hacer es dejar el dinero sobre la cama, tomar su bolso y huir de esa habitación.
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