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Hora Tres - 9:00pm

—¿Qué estás haciendo?

—Sueño con escapar.

Sofia estudiaba la escotilla de metal cuadrada sobre sus  cabezas.

—¿Crees que si te levantara podrías abrir esa cosa?

—Ni hablar —respondió Dove sin dudar—. Para nada.  No conseguirás que esta señora Rosen se suba al árbol de
Navidad.

Sofia reconoció la referencia de inmediato. La aventura del Poseidón era una de sus películas favoritas de todos los tiempos. Su aprecio por Dove aumentó, en contra de su voluntad. Bajó la mirada y sintió un cosquilleo nervioso en el estómago al sonreírle a Dove con expresión socarrona.

—¿Dónde está tu espíritu aventurero?

—Seguramente en casa, con mi libro, mi gato y mi bañera —resopló impaciente Dove —. Me niego a subir ahí. No nos estamos hundiendo, no nos vamos a morir por quedarnos aquí esperando ayuda.

—Pero afecta a mi productividad —protestó Sofia, que miraba al techo de nuevo con anhelo.

—Oye, no voy a convertir esto en una película de catástrofes por culpa de una propuesta estúpida —replicó
Dove con firmeza—. Siempre he dicho que sería el primer personaje en morir si estuviera en una. De hecho, estoy convencida de ello. Sencillamente, no soy ni tan inteligente ni tan tenaz. Y tampoco tengo tanta suerte y mi vida es más importante que el trabajo que puedas hacer un viernes por la noche.

—¿Importante para quién? —rezongó Sofia entre dientes.

—Aprovecha para relajarte —le recomendó Dove, que suavizó su expresión y esbozó una sonrisa zalamera—.Prometo que haré lo posible para que no te aburras.

—¿Y tendrá algo que ver con mala música y bailar desnuda?

—Solo si me lo pides amablemente. —Hizo una pausa—. Técnicamente, tu media hora se pasó hace dos horas.

Sofia cabeceó. Notaba que volvía a ruborizarse por la vergüenza.

—¿Qué parte de la pequeña actuación había preparado Thomas?

Dove chasqueó la lengua y miró a Sofia con un atisbo de reproche.

—Eso es algo entre Thomas y yo. Si quieres saberlo, pregúntaselo a él.

—Lo haré si salimos de aquí.

—Creía que los teléfonos móviles funcionaban en los ascensores —comentó Dove. El suyo estaba en el suelo, donde lo había dejado tirado tras comprobar que no tenía cobertura—. Vaya con la tecnología. Apuesto a que sin ellate sientes desnuda ahora mismo, ¿me equivoco?

Sofia asintió tímidamente.

—Sí, creo que para mí es como una red de seguridad. Sin mi ordenador me siento muy… vulnerable.

—A mí me pasa lo mismo. —Dove levantó las manos y fingió que le temblaban exageradamente—. Ya me estoy poniendo nerviosa porque voy a pasarme doce horas sin mirar el correo.

—Mi bandeja de entrada baja el ritmo el fin de semana.— Sofia se permitió una sonrisa autocrítica—. Ni te imaginas cuánta gente no trabaja el sábado y el domingo.

—Bueno, a mí me llegan correos de la universidad, pero la mayoría son personales, sobre todo los fines de semana, así que me paso el día mirándolo.

Sofia nunca habría tomado a Dove por una friki de los ordenadores. Entre lo suyo con los correos electrónicos y
La aventura del Poseidón, la joven estaba llena de sorpresas.

—Yo no recibo muchos mensajes personales. Solo lo típico de mis padres…

—¿Dónde viven?

— En Colombia

—¿Tienes hermanos?

—Un hermana menor. La última vez que supe algo de ella fue que prácticamente vivía en casa de mis padres.

—Yo no tengo hermanos, pero siempre he pensado que habría sido divertido —dijo Dove—. Tengo buenos amigos por todo el mundo. Amigos por Internet, ya sabes. No soy… —Inexplicablemente, se ruborizó al hablar— No soy de esas que salen mucho por bares y eso. Mis
mejores amigos suelen ser los que conozco online. Nuestra amistad se basa más en la comunicación que en comida o alcohol.

Sofia se dio cuenta de que, con Dove, se había dejado llevar por los tópicos y se sintió estúpida y avergonzada de sus prejuicios. No tenía ni idea de quién era aquella mujer, pero aun así la había insultado. Para compensar su falta de
tacto, intentó mostrar interés por el hobby de Dove con los ordenadores.

—¿Y de dónde son algunos de esos amigos?

—Australia —Dove parecía alegrarse de haber entablado una conversación al fin—, Francia. Oh, y a veces me escribo con una mujer muy interesante de Portugal.

Sofia intentó imaginarse haciéndose amiga de una desconocida, alguien a quien no hubiera visto nunca en la
vida real. Pero si ni siquiera era buena haciendo amigos cara a cara, como para imaginarse haciendo amigos con un
océano de por medio. Thomas era su amigo más que nada porque se habían criado juntos.

—¿Y de qué hablan?

—Ay, pues de cualquier cosa. Cómo nos va la vida. Nuestras preocupaciones, nuestros miedos. Política, religión, actualidad. Sexo. —Dove se interrumpió para esbozar una sonrisa lobuna—. Siempre sexo.

Sofia notó que se ponía colorada. Su compostura pendía de un hilo. Tras dudar solo un instante, preguntó:

—Te refieres a… ¿cibersexo?

Dove se rió con ganas de la pregunta y el tono de indecisión en el que había sido formulada.

—No, solo hablamos sobre lo que nos gusta, la gente a la que deseamos, lo que nos gustaría probar. Nuestras fantasías…

Sofia estaba de lo más incómoda con el tema de conversación, pero no pudo resistirse a hacer una última pregunta.

—¿Alguna vez has practicado cibersexo?

—Claro —respondió Dove, agitando la mano como si no le diera importancia—. A veces. Sobre todo si estoy un poco desesperada y la masturbación sola no me basta. Está bien, pero no es tan divertido como el sexo real, ya sabes
—y entonces se le ocurrió preguntar—. ¿Tú lo has probado?

Aunque no había razón para sonrojarse después de la revelación de Dove, Sofia tenía las mejillas ardiendo.

—Sí, una o dos veces.

—Una vez practiqué cibersexo con un hombre —explicó Dove—. Solo para ver cómo era. Y deja que te diga algo: si los hombres son la mitad de malos en la cama de lo que lo era ese tipo con el teclado, estoy segura de que no me pierdo nada de nada.

Sofia se encogió de hombros.

—Probablemente no.

Ella también había tenido encuentros esporádicos con hombres y mujeres online y los hombres tendían a aburrirla soberanamente con sus soeces y su mala ortografía.

Eso sin hablar de su obsesión con su pene.

—¿Entonces? ¿Son tan malos en la cama como online? —preguntó Dove.

Sofia pensó en Nicholas Galitzine, su primer y único novio.

—Algunas veces.

—No te gusta hablar de sexo, ¿verdad? —le dijo Dove con simpatía y arrepentimiento. Quizá incluso algo de
compasión.

Sofia se miró el regazo, desesperada por cambiar de tema pero sin que se le ocurriera nada. Tras un rato de incómodo silencio, preguntó:

—¿Podríamos hablar de otra cosa?

—Claro.

Dove estiró una de sus largas piernas y se separó de la pared para darle a Sofia en el pie con la punta del zapato.

—Como tú quieras, cumpleañera. ¿De qué quieres que hablemos?

Sin embargo, la mente de Sofia se negaba a dejar a un lado las imágenes de sexo, especialmente con Dove, si podía ser. Se imaginaba tomando entre sus labios uno de los tiernos pezones que había visto antes y chupando aquella carne rosada con fruición.

«Dios santo, contrólate.»

Sofia se aclaró la garganta.

—¿Qué libro tenías pensado leer esta noche?

Hizo una mueca al darse cuenta de que la voz le había salido algo chillona. No era para menos, puesto que las imágenes que habían acudido a su mente habían sido las de Dove desnuda, en la bañera…

Dove se puso la mano en la cara para ocultar la sonrisa.

—Como cambio de tema, me temo que no es muy bueno. Era una colección de relatos eróticos lésbicos.

«Por favor… Está obsesionada con el sexo.»

Sofia negó con la cabeza.

—Así que estoy atrapada en un ascensor con una lesbiana ninfómana.

—Se me ocurren maneras peores de pasar un viernes por la noche —replicó Dove—. Y yo no me consideraría una
ninfómana. Sencillamente, tengo unos impulsos sexuales de lo más saludables, aunque, y no es que sea asunto tuyo,
algo desaprovechados.

—Bueno, mientras tus saludables impulsos sexuales se queden en tu lado del ascensor, estaremos bien.

Sofia lamentó sus palabras en el momento en que detectó la expresión dolida en los ojos de Dove. «Así es,
Dove. En cuanto piensas que a lo mejor no estoy tan mal, me aseguro de recordarte que soy una imbécil.»

—No te lo creas tanto —murmuró Dove.

«Mierda», pensó Sofia. Lo único que quería era dejar de hablar de sexo, no ganarse la antipatía de su única compañía en aquella noche. En un esfuerzo por dejar atrás sus repetidas meteduras de pata, se sacó otro tema de la manga, al recordar algo que había mencionado su compañera.

—¿Así que vas a la universidad?

—Sí, a la de Michigan.

—¿Qué estudias?

—Veterinaria. Acabo la carretera dentro de seis meses.

Sofia se quedó de piedra. Casi no daba crédito a sus oídos; Dove la había dejado verdaderamente impresionada. En aquellos momentos, se sentía de lo más
estúpida por sus comentarios despectivos sobre que Dove no entendía lo que era el éxito.

—Vaya. Pues tu gato Peanuts debe de estar muy orgulloso de ti, ¿eh?

Dove sonrió y arrugó la naricilla de manera adorable.

—Excepto cuando practico con ella.

—Tus padres también estarán orgullosos.

Era un intento descarado de sacarle información, pero a Sofia le daba igual. Tenía el extraño deseo de descubrir
cuántas de sus suposiciones eran erróneas.

La expresión de Dove se oscureció un poco, aunque mantuvo la sonrisa, si bien un tanto melancólica.

—Sí, mi madre sí.
«¿Tu padre no?»

Sofia no hizo la pregunta obvia, porque no quería crear una situación incómoda.

En lugar de eso, se obligó a decir
lo que debería haber dicho hacía rato.

—Te debo una disculpa.

—Ya lo sé —contestó Dove —. ¿Y por qué?

Sofia gruñó para sí, aunque en parte se alegraba. Le gustaba que Dove no la dejara salirse con la suya.

—Por los comentarios que hice sobre lo del strip-tease. Por suponer que era tu carrera y todo eso.

Dove asintió con solemnidad.

—Aunque lo fuera, no merecía que me trataras así. Conozco a muchas chicas que se ganan la vida haciendo striptease y, lo creas o no, son personas muy decentes.

—Entendido —aceptó Sofia. Le había entrado dolor de cabeza, lento pero constante. Aún no era muy fuerte, pero
tenía la impresión de que iba a empeorar con el paso de las horas—. Estaba enfadada —admitió, escarmentada—. Quería hacerte daño.

—¿Así que en realidad no piensas que sea solo una stripper barata? —preguntó Dove, con ojos centelleantes.

—No —repuso Sofia. Bajó la mirada hacia la horrorosa moqueta del suelo del ascensor. Al recordar los pechos perfectos que había insistido en que Dove apartara de su vista, añadió—: De hecho, diría que eres de las mejores.

—Nah —negó Dove, sin darle importancia—. Con los hombres no hace falta mucho. Sobre todo si bailo con otra mujer. A los hombres les encanta ver a una mujer bailando encima de otra. Son fáciles.

Sofia pensó que se moría de vergüenza solo de pensarlo.

—Gracias a Dios que estaba sola en la oficina. Dudo que los hombres con los que trabajo lo hubieran considerado
nada sexy, sobre todo si yo tomaba parte en el espectáculo.

Dove la observó con intensidad un buen rato, hasta que Sofia deseó que se la tragara la tierra.

—Eres muy dura contigo misma, ¿verdad? ¿Siempre eres así?

El tono era amable, pero la pregunta desconcertó a Sofia. Seguía doliéndole la cabeza.

—Tú eres la que me has nombrado la mujer más sosa del mundo, ¿te acuerdas?

Incluso en la penumbra, vio que Dove se ponía colorada.
—Supongo que me toca disculparme a mí —rectificó Dove —. La verdad es que no lo pienso.

—A veces es cierto —confesó Sofia.

—¿Ves? Vuelves a ser dura contigo misma. Tienes que dejar de hacer eso.

Sofia soltó una risita.

—No puedo prometértelo. Es la costumbre.

—Entonces, al menos, no lo hagas más en lo que queda de noche.

Dove se lo pedía tan en serio que Sofia no tuvo estómago para negárselo.

—Sí, señora.

—Ama —corrigió Dove.

—¿Perdona?

—Lo de «señora» me hace sentir vieja. «Ama» me hace sentir como una dominatrix superguay.

El primer instinto de Sofia fue batirse en retirada, pero en lugar de eso, hizo algo impropio de ella: le siguió el juego.

—Como usted diga, ama.

Dove enarcó una ceja café con expresión divertida.

—Mucho mejor.

Sofia soltó una carcajada, pero a continuación hizo una mueca: su dolor de cabeza estaba empeorando.

«No, por favor —pensó—, que no sea de los malos.»

—¿Te pasa algo? —le preguntó Dove.

Sofia se concentró enteramente en respirar para aplacar la migraña que se le avecinaba.

—Solo es un dolor de cabeza. Me dan cuando estoy estresada o me pongo nerviosa.

—¿Puedo hacer algo? Ojala tuviera algún analgésico.

—Mátame.

—No quiero hacer eso —se negó Dove—. Empiezas a caerme bien y todo. ¿Por qué no te echas un rato? No puedes estar cómoda ahí encorvada.

Sofia ojeó la deslucida moqueta con suspicacia.

—No voy a echarme ahí. Está hecho un asco y no hay espacio.

La cabeza le dio una punzada y Sofia cerró los ojos con fuerza. Perfecto. Estaba al borde de sufrir la peor migraña de su vida, atrapada en un ascensor con una preciosa stripper lesbiana ninfómana a punto de obtener el título de veterinaria. Gruñó, enfadada consigo misma. Era una verdadera pringada.

Sin darle tiempo a protestar, Dove se le acercó y le rodeó los hombros con el brazo.

—¿Qué haces?

La voz de Sofia sonó estentórea y acusadora. El sobresalto al notar el brazo de Dove dio paso a la agonía
pura y dura y Sofia tuvo que agarrarse la cabeza con las dos manos. Dove la atrajo para sí.

—Échate encima de mí. Pon la cabeza en mi regazo e intenta relajarte, ¿de acuerdo?

Sofia apretó los dientes y trató de desasirse.

—Estoy bien. Vuelve a tu lado, lo estás empeorando.

—No, la que lo empeoras eres tú. Si te echaras, te encontrarías mejor.

Sofia exhaló un hondo suspiro. La cabeza le dolía horrores y le pesaba tanto que apenas podía tenerse en pie.

Dove no la soltó.

—Deja de llevarme la contraria —le dijo.

De nuevo la atrajo contra su cuerpo y Sofia se hundió en su calidez y suavidad.

Un escalofrío de placer la recorrió cuando apoyó el brazo en los generosos pechos de Dove.

Tenía que admitir que echarse en su regazo era muy tentador. En lugar de resistirse, se sorprendió a sí misma al
aceptar. Cambió de postura para poder apoyar la cabeza en el muslo de su compañera y estirar las piernas a lo largo de la cabina del ascensor.

—Gracias —musitó Dove.

Sofia miró hacia arriba y observó la piel tersa de sus mejillas, la elegante forma de su nariz y sus ojos verdes, profundos y sinceros. Aquello no era nada bueno; si seguía contemplando su rostro, le sería imposible relajarse. Se puso de lado, pero para cuando se percató de que había escogido el lado equivocado, era demasiado tarde.

El estómago de Dove estaba justo delante de ella y se le aceleró la respiración al pensar lo cerca que tenía la cara de su entrepierna.

—¿Cómoda? —susurró Dove. Su estómago vibró al hablar, bajo la ceñida camiseta.

—Ah, sí.

Dos horas antes le habría parecido imposible estar tan cerca de una mujer tan hermosa. Sofia aún no acababa de
creerse que la pesadilla del ascensor fuera real. Era del tipo de giros argumentales rebuscados que la hacían torcer el gesto cuando leía un libro.

Dove le deslizó la mano sobre los músculos agarrotados en la base de la nuca y Sofia gimió.

—Ay, sí. Qué bien.

Dove apretó un poco más y trabajó los puntos justos, hasta que poco a poco Sofia notó que los músculos se relajaban.

—¿Te gusta? —le preguntó Dove, con una nota de satisfacción.

—Es increíble.

Como por ensalmo, a medida que sus músculos se destensaban, la presión sobre su cabeza empezó a desvanecerse. Sofia emitió un quejido lastimero y dijo:

—Más abajo también me duele.

Dove rió y le masajeó la línea de la columna.

—¿Es una indirecta?

Sofia se acurrucó contra Dove. Se sentía tonta por aceptar la ternura y las atenciones de la chica y no podía negar el efecto que tenían sobre ella. El dolor de cabeza, pese a haber sido uno de los peores episodios, ya se le estaba pasando. Una ducha caliente no tenía ni punto de comparación con las manos de Dove.

La relajante sensación de que la tocaran después de tanto tiempo era irresistible. No admitiría nunca lo mucho que ansiaba el contacto humano, pero el largo y dulce masaje de Dove le
hizo darse cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Al no buscar relaciones con otras personas, creía evitarse complicaciones. Quizá sí lograba ese objetivo, pero a un precio muy alto y no podía menos que preguntarse si no se habría estado engañando a sí misma: buscando excusas para no enfrentarse a la verdad.

Convertirse en una adicta al trabajo, solitaria y estirada era una manera patética de sobrellevar el miedo al rechazo.

—Dios, estás rígida —se asombró Dove—. Muy tensa; no me extraña que te duela la cabeza.

—Estoy segura de que lo de quedarnos atrapadas en el ascensor ha sido el detonante.

Y lo más probable era que el baile erótico no hubiera ayudado mucho. Hacía tiempo que no se alteraba tanto.

—¿Te pasa muy a menudo?

—De vez en cuando —murmuró Sofia—. A veces me estreso mucho.

Dove tuvo la decencia de no aprovecharse del comentario.

—Por eso necesitas tomarte la noche del viernes libre.

Sofia no se lo discutió.

—Aunque, si puede ser, no para pasármela encerrada en un espacio de dos por dos.

—Cierto —coincidió Dove, mientras le pasaba los dedos por el pelo y le acariciaba la cabeza con delicadeza.
Con la otra mano, siguió frotándole la espalda, aunque, más que masajear, lo que hacía era dibujar figuras distraídas sobre su piel—. ¿Qué tal la cabeza?

«Me da vueltas», quiso ronronear Sofia. Era como si su cuerpo se hubiera vuelto de gelatina.

—Un poco mejor.

—Por fin has empezado a relajarte. ¿Ves? No es tan terrible soltar un poco de tensión de vez en cuando. Todo
el mundo lo necesita.

Dove no tenía ni idea de lo mucho que lo necesitaba.

—Mmm, ¿crees que podrías seguir un ratito?

—Ah, así que te gusta de verdad —murmuró Dove con ternura, mientras le masajeaba la parte baja de la espalda
con renovado ahínco.

Sofia se olvidó del dolor por completo y tuvo que esforzarse por no tener un orgasmo allí mismo.

—La verdad es que… ayuda.

—Lo que sea por ayudar.

Dove tenía unas manos mágicas. Sofia estaba tan agradecida por que le hubiera aliviado el dolor y por el propio placer del masaje que no midió sus palabras.

—Es muy agradable que alguien te toque.

Se dio cuenta de lo que había dicho y de lo patético que sonó cuando los dedos de Dove titubearon durante un segundo. Sofia fue a levantarse, pero Dove le puso la mano en la espalda y no dejó que se moviera.

—No te vayas —le dijo—. A mí me gusta tanto como a ti. Así me distraigo y no pienso en que estamos aquí
metidas. Y además, así me siento útil, para variar. Lo único que he hecho hasta el momento es molestarte.

—Ah, siempre has hecho más que molestarme —murmuró Sofia—. Ponerme de los nervios, sacarme de
quicio…

—Alegrarte el día —la interrumpió Dove —. No intentes negarlo. Soy la luz de tu vida.

—Vale, tienes razón —asintió Sofia—. Eres el azúcar de mis rosquillas.

Dove gruñó como reproche.

—¿No? —Sofia alzó la vista para mirar a Dove a la cara. Su rostro estaba justo sobre el suyo.

—No, estábamos en racha, pero…

—Lo he fastidiado, ¿no?

Se sonrieron como niñas pequeñas.

—¿Sabes? —empezó Sofia, apartando la mirada—. Me encuentro mucho mejor.

—¿Te he curado? —preguntó Dove, con una sonrisa radiante que la hacía parecer más joven e increíblemente
bonita.

—Supongo que sí —admitió Sofia.

Se sentía avergonzada por el contacto continuado con Dove y era especialmente consciente del peso y el calor de la mano de su compañera sobre su estómago. El dolor de cabeza se le había pasado, pero le habían vuelto los
nervios, así que se dispuso a incorporarse.

—Creo que debería sentarme.

—Si insistes…

Sintió perder el contacto de los dedos que le acariciaban el pelo, pero disimuló y le sonrió a Dove con naturalidad,
para ocultar el torbellino de emociones que se agolpaban en su interior. Se sentó con la espalda apoyada en la pared, de manera que sus hombros se rozaran. Le gustaba notar el calor del roce de sus cuerpos y no quería renunciar a ese contacto inocente, por ávida que la hiciera parecer.

—¿Ahora ya quieres que vuelva a mi lado? —le preguntó Dove, con poco entusiasmo.

—Nah — Sofia se encogió de hombros como si nada. Ojalá Dove no oyera lo rápido que le latía el corazón—.Puedes quedarte aquí si quieres.

—A tu lado se está menos sola. Y tampoco hace tanto frío.

Dove se apoyó en ella y Sofia estuvo a punto de soltar una risita nerviosa.

Estaba coqueteando, ¿verdad? La idea
le gustaba, hasta que recordó algo que le quitó las ganas de reír de golpe.

«Mierda, no tengo ni puta idea de ligar.»

Cómo no, la gran Sofia Daccarett fue más torpe en contestar de lo que habría querido.

—¿Te me estás insinuando?

Dove parpadeó deprisa.

—Por supuesto que no. No eres lesbiana, ¿recuerdas?

«Ah, sí.»

Sofia reunió el valor de preguntarle a Dove algo que, de repente, necesitaba saber.

—¿Tienes novia?

Dove esbozó una sonrisa tímida.

—Ya te he dicho que estaba soltera.

—Me has dicho que no tenías novio, porque eras lesbiana. Pero no me has dicho que fueras soltera.

—Bueno, pues soy soltera. ¿Eso significa que puedo flirtear?

A Sofia le dio un vuelco el corazón. Pese a tener las mejillas encendidas, se obligó a seguir la broma.

—Creía que no te me estabas insinuando.

—Eso era antes de darme cuenta de que te importaba saber si tenía novia o no —repuso Dove—. Ahora he decidido admitir que a lo mejor me estaba insinuando. Un poquito.

—No he dicho que me importara si estabas soltera. Solo tenía curiosidad.

—Bueno, pues ya lo sabes.

—Ya lo sé.

Desesperada, Sofia paseó la mirada por cada centímetro del ascensor, mientras buscaba algo más que decir, hasta
que se fijó en la mochila de Dove.

—¿Llevas algo de comer en la mochila?

Dove la miró con complicidad.

—Puede. ¿Alguna petición en particular?

—¿Qué te parece un trozo de pastel de cabello de ángel con chocolate por encima?

—No sé si de eso tendré, pero a ver qué puedo hacer.

Dove gateó por la mochila, que estaba al otro lado del ascensor. Su trasero se balanceó a escasos centímetros del
brazo de Sofia. Tenía un culo muy bonito. Sofia no pudo evitar pensar en lo fácil que sería darle un pellizco. Sus
propios pensamientos la sorprendieron y se reprendió por ellos.

«Genial. Estoy a punto de saltarle al cuello.»

Dove solo había dejado que la tocara antes porque Thomas había contratado sus servicios. Discretamente, Sofia
se puso la mano bajo las piernas.

«Ni se te ocurra ponerte en ridículo tú ahora.»

Dove volvió a sentarse y sacó algo de la mochila.

—¿Una barrita de Special K? Solo tengo una. Es de melocotón y frutas del bosque.

A Sofia le rugió el estómago.

—Si nos la partimos serás mi heroína. Hoy no he comido y aún no había tenido tiempo de cenar.

—Cógela. Para ti.

—No puedo hacer eso —protestó Sofia, pese a que la mano que mantenía bajo la pierna le cosquilleaba, deseosa de lanzarse en busca de la barrita—. No quiero quitarte la única comida que tienes.

—No he dicho que fuera la única. Tengo algo de postre, pero he pensado que lo dejaré para más tarde.

Sofia no estaba de humor para hacerse la fuerte.

—Vale —aceptó, alargando la mano.
Dove le pasó la barrita con una sonrisa amistosa.

—Seguro que eso también contribuye a que te duela la cabeza. No deberías saltarte comidas.

Sofia puso los ojos en blanco y abrió el envoltorio de la barrita con entusiasmo. Le dio un buen mordisco y masticó; hasta cerró los ojos para disfrutar de su exquisito sabor.

—Esto es ambrosía —gimió.

Dove rió.

—Joder, si llego a saber que lo único que hacía falta era un masaje y una barrita de desayuno, habría amansado a la
bestia salvaje hace dos horas.

—Conmigo lo mejor es ir despacio y con buena letra. Sacarme la máscara de bruja demasiado deprisa da calambres. O eso dicen.

—Despacio y con buena letra, ¿eh? —Dove le sonrió a Sofia como una boba—. Lo tendré en cuenta.

—Hazlo —musitó Sofia.

Esta parpadeó, sorprendida. Al parecer ella también flirteaba. Y si la mirada de Dove era indicativa de algo, lo hacía muy bien.

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