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Hora Seis - 12:00am

—¿Se puede saber por qué llevas nata en la mochila?

El rostro de Dove adoptó un delicioso tono rosado. Ruborizada, apartó la mirada y pegó los ojos al suelo.

—Era para…

Sofia tenía la sensación de ser obtusa, pero realmente no entendía lo que le daba tanta vergüenza a Dove.

—¿Para el postre? —preguntó.

—Para mis pechos. —Dove sacó una cajita de velas de cumpleaños de la mochila—. Feliz cumpleaños.

Sofia le devolvió el bote de nata a Dove.

—¿Ibas a dejarme…?

—Lamerla, sí. —Dove volvió a guardarse la nata y las velas sin mirar a Sofia a los ojos—. Crees que soy una pervertida, ¿verdad?

Por extraño que pareciese, era lo último que se le habría ocurrido.

«No, creo que eres un sueño húmedo hecho realidad.»

Era un alivio que su sorpresa de cumpleaños hubiera acabado antes de tener que enfrentarse a los pezones de
Dove untados con nata.

La mayoría de la gente habría
aprovechado la oportunidad para pasárselo en grande, pero ella lo habría estropeado. De hecho, lo había estropeado.

—¿Y no te hace sentir incómoda? —le preguntó, para dejar de pensar en sus propias reacciones—. Dejar que un
extraño te… ¿te chupe?

—No es lo habitual en mis actuaciones ni nada de eso — negó Dove. Se había separado solo unos centímetros, pero
Sofia acusaba la pérdida—. Solo pensé… con una cliente… No sé, pensé que podía ser muy picante.

Obviamente, Dove se sentía incómoda y Sofia se arrepintió de haberla puesto en un aprieto. Para hacerla sentir mejor, repuso:

—A mí me encanta la nata. Y seguro que habría estado aún mejor servida sobre unos pechos tan perfectos.

Después de haber puesto su supuesta heterosexualidad en tela de juicio, se esperaba una respuesta burlona, pero
Dove le sonrió con timidez y su confesión valió la pena.

—Gracias, Sofia.

De nuevo, metió la mano en la mochila y sacó un objeto que hizo que Sofia gimiera de emoción. Dove le agitó la
chocolatina Hershey en las narices.

—¿Hay hambre? —preguntó.

Cuando Sofia estiró la mano para cogerla, Dove la esquivó.

—No habías dicho que el postre vendría con condiciones —suspiró Sofia.

—Seguro que te lo puedes ganar. Soy fácil de complacer.

—Ah, ¿de verdad? —ronroneó Sofia. Joder, qué divertido era coquetear—. ¿Fácil de complacer? Supongo
que yo tendré que tener eso en cuenta.

—Hazlo.

—¿Algo más? ¿Qué más maravillas escondes ahí?

Dove sonrió ampliamente y sacó dos libros. El que le pasó a Sofia estaba un poco gastado, pero bien cuidado.

Enseguida, la imagen de la portada, en donde aparecían dos hermosas mujeres enredadas en un beso sensual, atrapó la atención de Sofia. El libro se titulaba Historias para una noche larga. Relatos eróticos lésbicos. Sofia se puso cachonda de inmediato y fue incapaz de pronunciar palabra. Miró el otro libro.

—«Procedimientos veterinarios de emergencia para pequeños animales» —leyó en alto—. Un poco de lectura ligera.

—Es de una de mis clases. La verdad es que está muy bien.

A continuación, Dove sacó un estetoscopio y fingió acariciarlo con ternura, con una expresión a la vez burlona y seductora.

—¿Y qué te parece esto para divertirnos?

—Supongo que, si queremos jugar a médicos, luego no nos faltará de nada —contestó Sofia, sosteniéndole la
mirada.

El deseo era obvio en la voz de Sofia.
«¿Es por mí?»

Sofia sonrió y la invadió una agradable sensación de calor.

—No te emociones —le dijo a Dove, mirándola de reojo—. Antes tenemos que acabar este juego.

Dove dejó el estetoscopio en la pila con las demás cosas y tiró de la etiqueta de nailon que asomaba en el interior de la mochila.

—Manta en la mochila. Vital para el estudiante que prefiere comer junto al río entre clases.

—¿De verdad te cabe una manta ahí dentro?

—Sí. Una de lana gris muy calentita. A lo mejor, si te portas bien, te dejaré compartirla luego. Si quieres echar
una cabezada o algo. —Dove examinó la mochila—. Ya está, solo queda mi cartera.

Sofia volvió a acomodarse con la espalda contra la pared y echó un vistazo a su reloj de pulsera.

—Seguramente estaremos aquí durante siete horas más, así que me parece que podemos matar cinco o diez minutos curioseando tu cartera.

—Supongo que tú no tendrás la tuya, para estar empatadas…

Sofia negó con la cabeza.

—Me temo que la tengo en el despacho. —Sofia rebuscó en sus bolsillos e informó de su contenido—. Tengo
medio paquete de caramelos, dos monedas de veinticinco centavos, la cuenta de la magdalena que me he comprado está mañana de camino al trabajo y pelusilla.

—Así que solo me toca a mí «compartir mi vida con una desconocida» —se quejó Dove, sin sonar disgustada en
absoluto.

Sofia le tiró un poco de pelusilla.

—¿Ahora te me vuelves tímida? ¿Después de subirte encima mío y ofrecerme una visión en primera fila de tus perfectas…?

—Vale, vale. —Dove le dio una palmada en el brazo, juguetona—. Supongo que ya no me quedan secretos.

Un escalofrío recorrió a Sofia; la piel se le había puesto de gallina.

—Me estás matando. Mañana por la mañana encontrarán a una stripper y a una jefa de proyecto muertas, te lo aseguro.

Dove se echó a reír con ganas, aunque enseguida se tapó la boca con la mano para mitigar las carcajadas.

Cuando Sofia la miró, con expresión interrogante, se inclinó hacia ella y jadeó:

—Intento entenderte.

No dijo más y entre las dos reinó un silencio cargado de energía sexual. Dove parecía azorada y, cada vez que sus miradas se encontraban, apartaba los ojos. Sofia tampoco podía evitar mirarla y, cuando sus ojos coincidían, el
corazón se le disparaba. ¿Cómo iba a sobrevivir a aquella noche sin ponerse en evidencia?

Decidió que el mejor modo era seguir hablando de la cartera de Dove y alargó la mano.

—¿Tu foto del carné de conducir es tan horrorosa como la mía?

Dove le pasó el documento.

—Dímelo tú.

Dana estudió la pequeña foto de Dove, que, pese a no tener ni punto de comparación con la verdadera Dove que estaba a su lado, era muy hermosa. Como no se fiaba de sí misma para hacer un comentario informal, se dedicó a fijarse en los detalles. Dove Olivia Cameron. 15 de enero de 1996.

—Dios, pero si eres una criatura.

Dove resopló, burlona.

—Desde cuándo se es una criatura a los veinticinco.

—¿Naciste en los noventas y acabarás Veterinaria dentro de seis meses?

Sofia estaba impresionada y al mismo tiempo se sentía completamente estúpida.

«Y pensar que antes la he llamado poco menos que guapita cabezahueca.»

Dove se encogió de hombros.

—Me salté un curso de primaria. ¿Cuántos años tienes tú, sabia anciana?

—Veintiocho —dijo Sofia.

—¿Te metes conmigo por haber nacido en los noventa y tú tienes solo tres años más?

—Son tres años muy importantes.

El corazón de Sofia latía a toda velocidad. Era muy fácil hablar con Dove, hasta bromear. No recordaba la última vez que lo había pasado tan bien con alguien y ese pensamiento, por decirlo de manera suave, la sorprendió.

De repente no fue capaz de pensar en nada útil que decir y cerró la boca, a la espera de que Dove rompiera el silencio.

Dove pareció notar el cambio de humor, ya que su  sonrisa se desvaneció y se quedó mirando a Sofia fijamente, algo ruborizada.

—Entonces, ¿qué? —le preguntó—. ¿Mi foto es tan horrible como la tuya?

Sofia trató de que el corazón le fuera más despacio al pasar el dedo sobre la fotografía.

—No, estás preciosa.

Cuando le devolvió el carné, sus dedos se rozaron sin querer y las dos dejaron escapar el aire que retenían en los
pulmones. La determinación de Sofia flaqueó  peligrosamente.

—Gracias.

Nunca había experimentado un momento parecido con ningún otro ser humano. Había sido un momento real y
nadie podría convencerla de lo contrario. Después de un momento como aquel, se preguntaba cómo se suponía que tenía que actuar.

Al parecer, Dove sí lo sabía.

—También tengo una foto de mi gato —musitó, rompiendo el cargado silencio—. ¿Quieres verla?

—Peanuts, ¿verdad? —le preguntó Sofia cuando Dove le pasó la foto de un gato negro con cara de pantera.

—Sí. Dime que no se parece a los gatos que veneraban los antiguos egipcios.

—¿Estornudar en tu baño de burbujas es propio de un dios? —preguntó Sofia.

«Genial, baño de burbujas. Justo en lo que quería pensar ahora.»

—Esa parte no —contestó Dove—. Pero tiene seis dedos en cada pata y un porte majestuoso.

—Muy majestuoso. Y también la venera una estadounidense moderna.

—Exactamente —coincidió Dove—. Es mi niño — cambió una foto por otra—. Esta es mi madre.

Sofia observó la imagen de una mujer de cabello rojizo claro con una sonrisa alentadora.

—Era mi mejor amiga —dijo Dove—. Murió el año pasado.

A Sofia se le puso un nudo en la garganta.

—Oh, Dove, lo siento mucho.

Dove se encogió de hombros.

—Yo también. Tenía cáncer. Al final estaba bastante mal, así que, de alguna manera, era su hora.

Sofia le devolvió la fotografía en reverente silencio.

—Mis padres todavía viven —dijo al cabo de un momento—. Supongo que aún me siento demasiado joven
para perderlos. Aunque no estamos muy unidos. —Observó a su compañera, resistiendo el impulso de acariciarle
la melena rubia—. ¿Tú te llevas bien con tu padre?

Los ojos de Dove se ensombrecieron.

—No.

Volvió a guardarse la foto de su madre.

—Nos abandonó cuando mi madre se puso enferma. Yo tuve que cuidar de ella y él se buscó una mujer más joven que seguramente se casó con él por el dinero que nos robó.

«Hijo de puta.»

La oleada de ira que invadió a Sofia parecía desproporcionada, dada la poca relación que tenía con el caso.

—Eso fue una cabronada.

—Ya te digo.

Dove abrió la cartera y le enseñó el interior a Sofia.

—Sesenta y ocho dólares.

Sofia observó fascinada cómo los labios de Dove temblaban un instante, antes de curvarse en una sonrisa traviesa.

—¿Tienes un dólar?

Sofia se puso colorada en cuanto entendió el chiste, casi quince segundos más tarde. Sesenta y nueve. Fantástico.
De nuevo, justo en lo que le convenía pensar. Logró soltar una risita tímida.

—Por desgracia, mi cartera está en el despacho, ¿recuerdas?

—Ah, sí. —Dove carraspeó y fue mirando en los compartimentos de su cartera—. Tengo una tarjeta de crédito… de débito… tarjeta de votante… el carné de la biblioteca…

—¿Un carné de biblioteca? Qué pintoresco.

—Soy un ratón de biblioteca, mira. —Laurel le ofreció una seductora caída de ojos en tono de broma—. Sabes que
te parece sexy.

—Oh, sí —asintió Sofia—. Muy sexy.

—Lo sabía.

Dove lo guardó todo con una sonrisa en los labios, aunque le ofreció a Sofia el libro de relatos eróticos antes de meterlo en la mochila.

—¿Seguro que no quieres leer un poco?

Sofia se inclinó por encima de Dove y agarró la chocolatina Hershey que estaba en el suelo.

—Prefiero el chocolate.

Laurel le apartó la mano de un palmetazo y cogió la chocolatina.

—A lo mejor, después de jugar a verdad o prenda, como me prometiste.

Su dulce e inocente sonrisa era difícil de resistir. Sofia fue perfectamente consciente de lo poco convincente que
sonó su respuesta.

—¿Que yo te he prometido qué? Estoy bastante segura de que no te he prometido nada parecido.

—Oye, ¿quieres el chocolate o no?

Sofia exhaló un hondo suspiro de resignación.

—Muy bien —aceptó—. Después de jugar a verdad o prenda.

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