𝚘𝚌𝚑𝚘
Si alguien la viera, sin duda diría que estaría a punto de hacer un hueco en el suelo si seguía caminando de un lado a otro, pero tampoco podrían culparla.
Los nervios la estaban carcomiendo desde adentro cada vez más con cada segundo que pasaba y Jennie no llegaba.
—Demonios. – dijo a la nada, echando un vistazo al reloj en su sala, dándose cuenta de que Jennie ya llegaba quince minutos tarde.
Y aquello era extraño porque Jennie era increíblemente puntual, o al menos lo era con las cosas que realmente le importaban.
"Tal vez ya ella no le importaba", pensó.
Ante el pensamiento, sus manos comenzaron a sudar y a temblar sin control. Sintió que su pecho se comprimía con fuerza y la respiración comenzaba a faltarle, cayendo al suelo de un momento a otro.
Su cuerpo había dejado de sentirse como su cuerpo y todo a su alrededor parecía estar girando sin parar, mareandola hasta sentir náuseas.
Comenzó a llamar a su ex-novia, teniendo la esperanza de que en algún momento ella aparecería por la puerta y le dijera que todo estaba bien, que estarían bien.
Sin embargo, Jennie no apareció aquel día.
Jennie lanzó su teléfono a la cama, sintiendo el enojo crecer en su interior, aunque ni siquiera sabía exactamente por qué.
¿Por el hecho de que Rosé la haya llamado solo para que la escuchará follando con alguien más o por qué Lisa se había atrevido a llamarla de aquella forma tan despectiva?
Las ganas de darle un puñetazo a Lisa estaban ahí, latentes, y lo haría en cuanto regresará de Italia, pero una pequeña parte de sí le decía que tal vez Manoban tenía razón.
—¿Jen? – escuchó.
Abrió los ojos y miró a su alrededor, viendo a su novia mirarla en el umbral de la puerta con preocupación. Jennie se sentó, tratando de sonreír e ignorar el enojo que sentía.
—Dime. – respondió. Sana entró en la habitación y se sentó frente a ella.
—¿De verdad quieres ir? – preguntó. — No tengo problema alguno si decides quedarte, siempre puedo pedirle a Momorin que me acompañe.
—Prometí ir contigo. – recordó, tomando la mano de la japonesa entre las suyas para acariciarla. — Así que iré contigo.
Sana se mordió el labio inferior, levantando la mirada hasta ver los ojos de Jennie. Su novia estaba mucho más apagada de lo normal, pero sabía que ella le diría la razón en algún momento, si es que lo quería.
—¿De verdad estás segura de que quieres ir? – volvió a preguntar.
Jennie frunció el ceño e hizo un puchero, cruzándose de brazos. — ¿Acaso tú no quieres que vaya contigo?
Sana rió ante lo adorable que se veía Jennie, haciendo su corazón latir con más fuerza.
—Si quiero que vayas, solo estoy preguntando porque no quiero que te sientas obligada a hacer algo que no quieres. – suspiró. — ¿Lo entiendes, verdad?
Y Jennie jamás pudo estar más agradecida de tener a Sana en su vida. Sonrió y se acercó a ella, dejando un suave beso en sus labios.
—Lo entiendo, pero ya dije que iré contigo. – dijo, tirándose de espaldas en la cama, atrayendo a Sana con ella. — Además, no veo la hora de hacerte el amor en Milán. – le susurró al oído.
Sana jadeó con la boca entreabierta, mirando de sus ojos a sus labios y con las mejillas sonrojadas. Jennie pasó la punta de su lengua sobre sus labios, sonriendo con picardía.
La japonesa comenzó a abrir y cerrar la boca, tratando de decir algo pero no salía nada coherente de su boca. Con vergüenza, colocó su mano derecha en la cara de Jennie y con la otra se impulso para levantarse, saliendo rápido de la habitación.
—Ire a preparar las maletas, tonta. – dijo. Jennie comenzó a reír.
—Joder... – gruñó.
Su cabeza dolía como el infierno y se sentía cansada y débil, producto del ataque de pánico que había tenido aquella tarde. Sin abrir los ojos, comenzó a palmear la superficie de su cama en busca de su teléfono, sintiendo sus ojos arderle en cuanto encendió la pantalla, viendo mensajes de su manager.
Gruñó, lamentando el tener que levantarse y prepararse para un viaje de un momento a otro. Ella ya se había hecho la idea de tener dos días libres.
Respondió el mensaje y se levantó, tomándose un par de minutos para ver si Twitter mientras su cuerpo se estiraba, sin embargo, olvidó totalmente todo lo que se supone que debía hacer en cuanto vio aquel tweet.
Su pecho dolió y sus ojos se llenaron de lágrimas. Dejó caer el teléfono y se pasó las manos por el cabello, sintiendo las ganas de gritar del enojo, y no se contuvo.
—¿¡Cómo te atreves!? – gritó a la nada, imaginando que Jennie estaría allí para escuchar su reclamo. — ¡Imbécil, te odio!
Ni siquiera se dió de cuenta de cuando había comenzado a llorar, las lágrimas bajando por su mejilla y mojando la sábana que la cubría.
Ni siquiera le importaba la foto que les habían tomado, eso era lo de menos, pero ¿cómo Jennie se atrevía a ir con alguien que no era ella a Milán?
Todos decían que la ciudad del amor era París, para ellas había sido Milán.
𝚑𝚘𝚕𝚊𝚊𝚊
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