🌸𝑊𝑒 𝑓𝑒𝑙𝑙 𝑖𝑛 𝑙𝑜𝑣𝑒...
Aclaración. Los nombres aquí dichos no me pertenecen, son de SEGA. La imagen de portada tampoco me pertenece, créditos a su respectivo creador.
Advertencia. Esto está triste... y hay posible OCC...
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Para la Bella Soledad... ¡Te quiero!
P r i m e r a P a r t e
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"No diré que me da lo mismo, tampoco asumiré que era lo que quería, en mi defensa solo diré que muchas veces, eso a lo que llaman "el destino" toma mejores decisiones que nosotros mismos..." Edwin Vergara
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Sentado en la azotea; leía atentamente el libro en su mano izquierda, mientras que la derecha sostenía suavemente un cigarrillo que fumaba con vehemencia.
La gélida brisa de finales de octubre cubría sus huesos y el reloj en su muñeca marcaba las 12 menos cuarto de la noche.
El cielo oscuro repleto de estrellas parecía resplandecer con mayor intensidad. Había algo diferente esa noche, podía sentirlo.
Un aroma peculiar llega hasta sus fosas nasales; algo parecido a las flores, quizás vainilla. Un aroma dulce y empalagoso se hace presente entre el humo del cigarro.
Aparta su vista de la lectura y mira con discreción la dirección de donde ese aroma parece provenir. Desde lejos puede notarla; una fémina con un feo suéter de lana y gorro a la par se acerca sin siquiera reparar en su presencia. La observa de reojo, parece absorta en sus propios pensamientos, ajena a todo lo que le rodea, incluido él.
La escucha murmurar algunas cosas que no puede entender y al cabo de unos segundos un buenas noches sale después. No contesta, finge que no escuchó. Nunca le gustó ese asunto de socializar. Con suerte ese desdén le servirá y ella se alejara.
Aunque para su sorpresa esa chica del suéter feo se acerca a él con pasos torpes y mira el firmamento con cara embobada.
Ahora que está cerca, puede permitirse notar mejor sus detalles. Ojos grandes y verdes con una melena rosada. Muy baja y flacucha, lo cual se nota más por ese suéter que se empeña en usar. Debajo parece haber un pijama de algodón y a sus pies los cubren unas pantuflas de algún animal que es considerado adorable.
Ella mantiene el silencio, al parecer le divierte contar estrellas pues no repara en su actitud huraña que intenta alejarla.
Lo hace sentir extrañamente incómodo.
—Hace frío−Comenta lo obvio y le da una leve mirada, analizando su situación—Aunque tú pareces estar bastante bien...—Añade y mira al firmamento otra vez.
No le contesta; a este punto solo espera que ella se aburra y lo deje leer.
Sin embargo tristemente esa extraña chica insiste en querer mantener una conversación; al parecer no puede interpretar sus señales corporales.
—Me llamo Amy—Comenta y no obtiene una respuesta satisfactoria−Eres de los que hablan poco...—lo observa y le sonríe como si le conociera de años—Acabo de mudarme, vivo en el departamento 25A—.
Sigue sin contestar, aunque por dentro sabe perfectamente que es el apartamento que está justo arriba del suyo.
Sin mirarle, apaga el cigarrillo exhalando la última bocanada.
Ella por su parte solo observa el firmamento; parece tranquila y serena, inocente del mundo que la rodea.
La observa por fracciones de segundo, ese rosa chicle en su cabello le empalaga. Continúa su lectura, ella no parece tener intenciones de continuar una conversación. Después de 15 minutos murmura un buenas noches y desaparece por el mismo sitio por el que ha llegado.
Al poco tiempo él lo hace también.
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Una de las consecuencias de trasnochar con tanta regularidad era que durante sus clases se sentía cucaracha.
Con jaqueca constante solo le restaba tomar asiento y escuchar atentamente todo lo que sus maestros tuviesen que enseñarle con la esperanza de al menos un 5% se quedara retenido en su mente.
Tomaba de cuando en cuando apuntes, garabateando lo poco que podía entender; los ojos se le cerraban y luchaba encarecidamente por no quedarse dormido. Debe dejar de trasnochar, se dice y entre bostezos disimulados suena la campana del final de clases y sale de aula con paso apresurado, chocando con algunos de sus compañeros de clase.
Unos le miran feo, otros simplemente le ignoran de igual modo.
Ya da igual...
Camina entre los corredores mientras el ruido y el bullicio del alumnado aumenta su jaqueca; maldice por lo bajo, esperando que el día transcurra rápidamente. Se abre paso entre la multitud, camina sin ganas hasta el lugar más apartado y sin más se deja caer en el césped a tomar una siesta.
Clases más, clases menos; de igual modo las reprobaría todas.
Con su mochila a manera de almohada, lentamente se deja caer en los brazos de Morfeo...
Otro día desperdiciado.
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Sintió un líquido impactarse contra su rostro; de un salto se pone de pie y observa a su alrededor con desconfianza analizando la situación; los aspersores se encendieron, ya era tarde y las clases habían concluido.
Se frota el rostro, aún con pereza en todo el cuerpo y emprende su camino con dirección a su hogar.
El cielo de octubre anuncia que seguramente no pasan de las cinco y aún así comienza a anochecer; el viento gélido le cubre y aumenta su velocidad; el ir y venir de los autos mantenían su mente alerta.
Aunque el camino hasta su departamento era relativamente corto, la hora y la zona por la que debía caminar aumentaban el riesgo de que fuese asaltado y le robasen lo poco que tenía.
No era que tuviese mucho, pero a estas alturas más le valía prevenir que lamentar.
Camina en silencio y se adentra en la licorería esperando que el dependiente este lo suficientemente ebrio para venderle otra cajetilla de cigarrillos, la quinta en la semana, había que aclarar.
El aroma a licor y otros fluidos le llega de lleno y le hace retroceder levemente; inhala y camina hasta el encargado con una mirada altiva.
—Quiero lo de siempre−Le dice y el sujeto lo observa de arriba abajo un momento.
Impaciente, espera a que el tipo haga algún movimiento, pero en su lugar este le sonríe y dirige su mano en su dirección haciéndole retroceder.
—Es la quinta esta semana, Gerald−Le dice y se ríe escandalosamente mientras le tiende la cajetilla que toma con desconfianza.
No le quita la mirada, parece estar pensando. Aunque sus delirios de ebrio poco o nada le importan, toma su billetera y deposita el monto en el mostrador dispuesto a irse.
Ese anciano sigue observando y sin más comienza a reír otra vez. Ríe tanto y tan fuerte que comienza a incomodarle. Camina a la salida y la risa se detiene. Lo escucha toser con violencia y entre murmullos de borracho lo llama otra vez.
—Gerald, mi amigo—Murmura y detiene su caminar—No has envejecido nada—Añade el anciano y un vuelco en su estómago se hace presente.
Suspira entre cortado y sabe en el fondo que va irse al infierno...
Ese anciano le confunde con su difunto abuelo.
—Nos vemos, Albert—Se despide, más por culpa que otra cosa y emprende el viaje nuevamente.
Aquellos que conocieron a su abuelo concluían en que era una copia actualizada de lo que fue en su juventud. Se sentía extraño aprovecharse del factor nostalgia de un anciano que estaba confundido.
Pero bueno, ¿Qué hacerle?...
Abrió con delicadeza aquella caja entre sus dedos y tomó uno de los cigarros para encenderlo segundos después.
Era la gloría...
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Abrió la puerta y la oscuridad de su departamento le cubrió por completo. Arrojó con apatía la mochila en algún rincón y buscó con el dorso de su mano el interruptor de las luces.
La luz tenue de la bombilla a medio funcionamiento le daba una atmosfera bastante deprimente a todo lugar. No había suciedad ni nada fuera de lugar. Y aún así se sentía todo un caos del que no podía huir. Descalza sus pies y camina hasta la cocina para hacer un poco de café.
La dieta del mes, cigarrillos y café.
El cómo se mantenía en pie era un misterio.
Encendió la cafetera y a pasos lentos llegó a su habitación. En penumbras se abrió paso deshaciéndose del uniforme escolar. Esa camisa manga larga y pantalones de algodón le cubrieron del frío de su habitación. De nuevo en la cocina tomó su taza predilecta y esperó.
Sentado frente la mesa de la cocina; el ruido de algo impactando contra el suelo retumbó en su departamento.
Miró con recelo hacía el techo, la bombilla se tambaleaba de un lado a otro debido al estruendo.
¿Qué había sido eso? Pensó para sus adentros y unos segundos después la imagen de esa chica de suéter feo llegó a su mente.
Se había mudado, le dijo. Así que atribuyó a ruidos de muebles moviéndose debido al ajetreo de la mudanza.
Podía escuchar pasos de un lado a otro y ocasionales ruidos secos, como algo siendo arrastrado. Fuere lo que fuere, no era su problema, sólo le restaba esperar que esos ruidos no se prolongasen demasiado.
El sonido de la calentadera le distrajo; apagó la estufa y vertió el líquido en la taza. El aroma del café le daba una sensación de alivio que no podía describir. Le dio un sorbo aún caliente y tomó con cuidado el pan que estaba sobre el refrigerador. Café y pan, la mejor combinación.
Tampoco es que tuviese mucha hambre, no tenía el suficiente ánimo. Mordió el trozo de pan y lo masticó tan lentamente que el tiempo pareció ralentizarse.
Nada parecía tener sentido en ese instante...
¿Qué hacía ahí en todo caso?
Dudas, dudas y más dudas...
Qué más da...
Bebe otro trago y se pone de pie; tal vez sea buena idea hacer tarea y distraer su ociosidad.
Caminó hasta dónde estaba su olvidada mochila y la tomó de un tirón. De nuevo en la cocina tomó alguna libreta al azar y lo abrió sin meditar mucho el contenido.
Mitosis.
¿Qué carajo es mitosis?
Aparta la libreta y toma otra con menos interés. Lo abre y alcanza a leer algo del 4x + 3 =21 - 2x.
No, definitivamente eso tampoco era una opción válida. Tomó otro trago a su café y suspiró con resignación. Estaba frustrado, era tan evidente como el color de sus ojos.
¿A dónde ir?
¿A quién acudir?
De pie, frente a la mesa buscó con la mirada algo con lo cual entretenerse, lo que fuese. De entre sus cosas el libro de poemas que debió entregar la semana pasada aún estaba escondido entre el mar de basura que era su mochila.
Lo tomó sin ganas y lo abrió de manera apresurada en una página al azar.
"Cuando llegues a amar, si no has amado,
Sabrás que en este mundo
Es el dolor más grande y más profundo
Ser a un tiempo feliz y desgraciado.
Corolario: el amor es un abismo
De luz y sombra, poesía y prosa,
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.
Lo peor, lo más terrible,
Es que vivir sin él es imposible.
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.
Lo peor, lo más terrible,
Es que vivir sin él es imposible."
De Rubén Darío.
Leyó y la mueca de incredulidad no abandonó su rostro. Amor, amar... mera cursilería sin sentido pensó.
Tomó aquel libro y caminó con él mientras se paseaba por los rincones de hogar leyendo de un en uno los poemas en el escritos. Palabras cursis que endulzaban el capricho de los simples mortales para que rompiesen uno a uno sus sueños y esperanzas.
¿Qué es amar en todo caso, sino el mero acto de morir lentamente y día con día por otro ser?
Bufó ante lo inútil que eso le parecía y se colocó los zapatos de mala gana al tiempo que tomaba su cajetilla de cigarros y salía de su apartamento con el libro aún a cuestas. Con pasos lentos se adentró entre los pasillos vacíos y al fondo a la derecha tomó camino hasta las escaleras que le conducían a su lugar favorito. Abrió la puerta sin dilación y tomó asiento en su rincón mientras se empapaba se versos y autores que en su vida había leído, tales como Bécquer, Benedetti y un tal Sabines.
Épocas distintas, distintas prosas y un mismo punto aspecto en común. Todos esos eran unos cursis que asqueaban. Encendió el primer cigarrillo de la noche y continuó leyendo y regodeándose en su soledad.
El reloj en su muñeca marcaba las 10:30 de la noche; no supo cómo es que el tiempo había transcurrido tan rápido.
Pero eso no era importante...
Sólo quería leer y estar en paz.
Cuando ese jodido aroma a flores llegó a sus fosas nasales otra vez.
Con el seño fruncido y evidente molestia al ser interrumpido se giró con brusquedad hasta esa chica entrometida, quien para este punto vestía un suéter distinto al anterior y unas feas botas de plástico para lluvia protegían sus pies.
Tenía entre sus manos una bolsa de papel perfectamente doblada y miraba hacia el frente con aparente felicidad. El ruido de sus botas al caminar era un chirrido penetrantemente molesto que no se molestó en ocultar.
Fulminó con la mirada a la intrusa y esta lentamente se acercó hasta él.
—Buenas noches—Le saluda y toma asiento a lo que podía calcular era un metro desde dónde el estaba—¿Tu también necesitabas aire fresco?—Le pregunta y el ruido de la bolsa en sus manos le exaspera.
¿Por qué esa molesta chica insiste en querer socializar con él?
No le contesta, no le interesa conversar. Se pone de pie dispuesto a irse y dejarla ahí, pero ella adivina sus intenciones y de aquella bolsa le entrega un paquete que llama su atención.
—¿Gustarías un muffin?—Le pregunta y su mano se extiende hasta él con el aperitivo mencionado—Los hice por la tarde—Añade y una sonrisa se instala en su rostro.
La mano le tiembla ligeramente y no sabe a ciencia cierta porque sigue ahí; la observa sin comprender porque es tan amable con él y antes de que pueda negarse ella se levanta y pone en sus manos ese "muffin" cómo ella le llama.
Lo observa con cuidado y extrañeza, nunca había visto algo así.
Complacida por el hecho de haber logrado que él aceptase su ofrenda de paz, regresa a su sitio y toma asiento nuevamente para admirar el cielo nocturno. El viento gélido los envuelve y el silencio se hace presente entre ambos nuevamente.
Shadow The Hedgehog no sabe que pensar. Esa chiquilla parecía bastante feliz y rozagante que no podía definir si eso le asqueaba o le intrigaba.
—¿Sabías que los muffin pueden comerse salados o dulces?—Hablo de nuevo y de aquella bolsa de papel sacó otro de esos panecillos, al parecer de chocolate.
Lo mordió con gusto y el solo se limitaba a observarla sin entender cómo es que podía ser tan confianzuda. No se conocían, estaba incluso seguro de que no le agradaba y aún así ella actuaba como si fuesen amigos; o conocidos agradables cuanto menos.
Ni una ni otra.
Había dejado de lado su lectura y no estaba dispuesto a tolerar su compañía. Dio un paso hacia delante y ella se mantuvo serena y sin moverse mientras continuaba comiendo con calma.
Parecía empecinada en disfrutar de la noche y no mostraba indicios de comentar algo más.
Meditó un momento si debía irse o quedarse a continuar su lectura; momento después sus dudas fueron disipadas rápidamente. De pie, esa tal Amy le tendió la bolsa de papel y se despidió con un buenas noches tal y como había llegado.
A solas nuevamente miró con recelo el panecillo que le había sido entregado momentos antes y lo olfateó ligeramente.
Desprendía un aroma parecido a los arándanos y un poco a canela.
No iba a mentir, olía bien.
Y tal como una mala jugada del destino su estómago demandaba ingerir tal aperitivo. Lo miró una vez más; considerando los pros y las contras de comerse ese panecillo tan extraño. Lo palpó y una textura suave se siente entre sus dedos.
¿Qué más podría perder? Pensó entre divagaciones y luego de un suspiro le da una pequeña mordida. Primero una, luego otra y en menos de tres segundos aquel panecillo había desaparecido.
Sabía bien; no, no sabía bien. Saber bien sencillamente le quedaba corto, era lo más delicioso que sus papilas gustativas había probado. Abrió la bolsa, notando como en su interior había al menos otra seis de esas delicias y sin mediar un momento en su sentido común tomó uno y lo ingirió de manera rápida.
No supo si se debía a su dieta prácticamente nula, o si de verdad esas bolas de pan sabían tan bien, pero quería más. Con la bolsa entre sus manos regresó a su departamento por un poco de café.
Quizá esta noche dormiría temprano...
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—Es un comportamiento francamente inaceptable, Señor Robotnik...—La voz del director se dirigía directa y específicamente hacia él, pero estaba demasiado concentrado en cualquier otra cosa que no fuese mirar al regordete hombre quién parecía que la vena de su frente iba a explotarle en cualquier momento.
Ya era rutina; terminar al menos dos veces a la semana en la oficina del director, con reportes y citatorios que evidenciaban su falta de interés por su educación. Miradas condescendientes y llamadas de atención disfrazadas de pláticas motivacionales.
¿Motivarse a qué? ¿A vivir? Reía ante esto.
—Me es aberrante pensar en esta conducta autodestructiva, Gerald—Le menciona y sólo obtiene una mirada fulminante debido al nombre de pila con el que fue mencionado—No sé qué debo hacer contigo—Añade y suspira segundos después.
La expulsión siempre era una opción, pero ese sería darle una solución fácil a un potencial problema que eventualmente escalaria a grandes proporciones.
—Cumplirás 18 años dentro de poco, Gerald... ¿Por qué sigues empeñado en seguir aquí?—Continuó, con ese tono paternalista que le asqueaba.
No le importaba graduarse, eso era más que obvio. Sólo esperaba cumplir los 18 años para tener la completa libertad de dejar de verles las caras a todos esos malnacidos con los que se topaba diariamente.
Seguir con su miserable existencia en un trabajo mal pagado, con el dinero suficiente para cigarros, alcohol y libros de melancolía y destrucción.
Ya lo tenía resuelto, ¿por qué querían disuadirlo de lo contrario?.
—Eres un atleta formidable—Le dice y su mirada de preocupación aumenta, para su disgusto— ¿Qué te impide seguir siéndolo?—Trata de ocultarlo, pero la nostalgia invade su voz.
Lejos había quedado el jovencito que solía participar en el equipo de baseball y pintaba para ser líder nacional. Todo eso había quedado atrás, tantas medallas y galardones se veían tan lejanos y sumidos en un pasado no tan lejano.
Y lo que en un inicio parecía un futuro brillante, hoy día sólo podía ser un sueño nada más.
Que insistentes eran algunos, pensaba para sí el joven mientras seguía ignorando todos esos comentarios "bien intencionados" que el director estaba lanzándole. ¿Qué tenía que ver esa plática motivacional con haberse saltado la clase de historia universal? Ninguna, pero al parecer no tenía nada mejor que hacer.
Palabras inultamente gastadas en cosas que a estas alturas no le importaban; porque sí, fue un atleta. El mejor que esa escuela había conocido alguna vez.
Pero eso ya era cosa del pasado, no le interesaba pensar en ello.
—¿Has pensado en tu futuro?—Continuó, con su discurso—¿En lo decepcionado que estaría su abuelo de verle sabotearse de ese modo?—.
Eso último fue jugar sucio.
Hastiado de tanto se levanta sin intenciones de seguir escuchando tanto chantaje emocional. No tenía tiempo para estas cosas, al diablo la vida y ese tipejo de pacotilla.
—Robotnik, ¿A dónde cree que va?—Ese hombre le exaspera y no piensa tolerarlo ni un momento más.
El sujeto le exaspera y no piensa pasar ni un minuto más escuchando ese discurso barato lleno de lástima disfrazada de condescendencia. Camina hecho una fiera y el tipo trata desesperadamente de hacerlo cambiar de opinión; ya es tarde, no necesita escuchar más.
Gira la perilla y el grito frenético de su superior capta su atención.
—ROBOTNIK—Chilla entre histérico y desesperado—¿Es esta la forma de actuar de un verdadero hombre?—Reclama levantándose de su silla buscando conseguir seguridad—¿Cree a caso que su abuelo se sentaría orgulloso del ser en el qué te estás convirtiendo?—Lo mira con desdén—En un arrogante y miserable sujeto que tiene lástima de sí mismo—Finaliza y antes de que pueda intentar procesar lo que acaba de decir, sus pies dejan de tocar el suelo unos cuantos centímetros.
Le toma del cuello de la camisa y le observa con ira, mucha rabia por tan pocas palabras. Aunque no son estas las que de verdad logran alterar su sentir.
—Al carajo—Le dice sin soltarlo y su mirada es oscurecida ante una idea bastante aberrante.
Puede golpearlo y terminaría su suplicio.
—Gerald—Le habla ese hombre tratando de hacerlo cambiar de opinión—¿Crees que esto de verdad cambiará algo?—.
De nuevo ese jodido tono...
Maldice internamente todo a su jodido alrededor y suelta de llano al sujeto haciendo que caiga al suelo segundos después.
Camina a la salida, esta vez no lo detendrá. Está cansado de todo, ya no hay marcha atrás. Abre la puerta y camina a pasos rápidos mientras que una de sus manos temblorosas busca desesperadamente un cigarrillo para poder calmar sus nervios.
Aumenta la velocidad y entre sus manos temblorosas y la respiración agitada sigue intentando encender el jodido cigarrillo fallando torpemente en el intento.
Camina tan rápido que no le importa con quien choca en el camino, solo son pasos que le alejan de los terrenos escolares.
Algunos le observan curiosos, otros murmuran cosas que no se molesta en entender. Solo camina tan rápido que antes de que pueda notarlo ya se encuentra frente al complejo de apartamentos al que llama hogar.
Respira con dificultad; entre jadeos y el sudor frío corriendo por su nuca logra encender el bendito cigarrillo al fin.
Vaya de día de mierda el de hoy...
Maldita sea...
Enciende la cafetera y con la taza entre sus manos maldice internamente a ese estúpido y gordo tipejo malnacido. ¿Cómo se atrevía? Más bien, ¿Quién carajo se creía para atreverse a mencionar a su abuelo? Debió haberle partido la cara en ese mismo instante.
Debió haberlo golpeado, debió...
El ruido estridente de la taza rompiéndose entre sus dedos le hizo soltar un chillido de dolor; miró entre sus dedos sangre escurriendo y trozos enterrados entre la palma de su mano. Mordió su labio inferior a causa del dolor y quitó uno a uno los trozos entre su piel.
Dolía como los mil infiernos; pero debía ser rápido o seguiría perdiendo sangre; no supo cuanto tiempo le tomó, pero entre torpes movimientos logró hacer un vendaje improvisado.
La cafetera sonó y entre quejidos bebió un sorbo de café para poder tranquilizarse un poco.
Tomó asiento y miró con recelo los panecillos aún sobre la mesa. Acerca la mano lentamente hasta aquella bolsa y sacó uno de ellos para mirarlo con desinterés.
Al diablo todo, pensó.
Mordió aquel trozo de gloría y el dolor pareció abandonarle en ese preciso instante. No supo si era magia o solo se estaba volviendo loco, pero lo que sea que tenían esos panes le reconfortaba.
Se sentía bien de uno u otro modo.
El ruido de algo cayendo desde arriba de su apartamento le hizo distraerse de sus debates mentales. Al parecer era la segunda noche en que hacían "cambios" en la casa de esa chica extraña.
El ir y venir de los pasos del apartamento de arriba le intrigaron ligeramente. Pensar en la chica rosa mover cajas pesadas o hacer alguna actividad extenuante con lo flacucha que aparentaba ser era hilarante.
Casi como pensar en un fideo partiéndose.
Cuando los ruidos cesaron y su café había acabado caminó hasta su habitación y deshizo de su ahora arrugado uniforme para darle paso a su camiseta de algodón y pantalones a juego y salió de su apartamento en busca de la paz que su mente necesitaba.
Subió a aquella azotea y tomó su lugar mientras su fiel compañero reposaba en su mano y el humo invadía sus pulmones.
Una noche fría y llena de neblina era lo que podía distinguirse en el horizonte. Los autos pasaban con menos frecuencia de la usual y las luces de las casas aledañas estaban en su mayoría apagadas.
Todos resguardándose de las bajas temperaturas y el lúgubre ambiente que a él le parecía bastante interesante.
Era como pensar en una época antigua en dónde solo había clima y vegetación. Bosques profundos y naturaleza por dónde quiera que fueses.
Esa idea si era atrayente...
Vivir en el bosque, en una cabaña lejos de todo y todos los que jodían su vida, viviendo al día, consiguiendo su propio alimento sin tener que depender de nadie salvo él mismo.
Ser un huraño pero tranquilo ermitaño...
Exhaló el humo y miró como este se perdía a lo lejos, casi tan rápido cómo había llegado. Siendo tan efímero en este mundo como el sentimiento que le brindaba el fumar.
—Buenas noches—Saluda de pronto la voz chillona de esa chica y se posiciona a su derecha a una distancia prudencial.
La mira de reojo, su suéter feo la cubre y ella se abraza a sí misma, cubriéndose del frío.
No emite ningún otro sonido, solo se queda ahí mirando al cielo mientras que por el rabillo del ojo, observa disimuladamente cómo sigue cubriendo su piel con aquel suéter que parece no darle abasto.
Sólo se queda ahí, mientras el viento esparce el aroma a fresas por todo el lugar. Lo siente llegar hasta sus fosas nasales y por alguna razón que no entiende se ve tentado a girar completamente su cabeza para poder contemplarla.
Lo hace por fracciones de segundo, ella sigue con la vista en el cielo, ajena a todo; tal como si tuviese alguna especie de trance. Sólo está ahí parada cubriéndose del frío mientras el viento ondea sus cortos cabellos y sus piernas tiemblan ligeramente.
—Espero que te hayan gustado mis muffins—Menciona de pronto y se ve obligado a girar su cabeza casi de inmediato.
Estoico ante el comentario ella da unos cuantos pasos hacia atrás, alejándose de la cornisa de aquella azote y la escucha suspirar.
—Me agradas...—Menciona de pronto y eso llama su atención. No hace ningún movimiento y ella tampoco lo mira directamente—Eres alguien muy callado, sabes escuchar—Comenta más para ella misma, pero es perfectamente audible para sus oídos.
No podía comprender cómo es que podía pensar que le agradaba si ni siquiera sabía su nombre. No sabía absolutamente nada de él y aún así hacía afirmaciones tan a la ligera.
Era una mujer muy rara e infantil podía notar.
—Me gusta este lugar—se sienta en el piso frío y un escalofrío la recorre—Es agradable ver el cielo e imaginar que puedes huir...—.
Sin quererlo, asiente con la cabeza y ella lo hace también.
Aquellas palabras cargadas de evidente nostalgia le hicieron sentir un vuelco en el estómago. Al parecer esa chica tenía alguna especie de inconveniente o algo así.
Tenía tres jodidos días de conocerla, pero al parecer para ella era el tiempo suficiente para hacer un análisis y confiarle sus pensamientos.
Eran un par de desconocidos y ella no parecía reparar en ese pequeño detalle.
—¿Es raro, no?—Habla de nuevo, con voz ligeramente más baja—Somos tan jóvenes y queremos huir de una vida que apenas estamos comenzando—.
Podía darle por lo menos veinte razones del porque su vida era una completa y reverenda mierda, pero ella continuó.
—Y aún así todos creen que todo es una exageración—De pie, camina hasta la cornisa y dirige su mirada a los autos que pasan—Todos creen que no hay motivos para quejarte, que sólo debes ver hacia adelante...—parece recordar algo y sonríe con tristeza—Y aún así, duele...—Finaliza mirándolo por unos instantes y suspira.
Analiza sus palabras, una a una y de algún modo puede entenderla.
Lo entiende.
Puede entender ese sentimiento de rechazo. Sentirse fuera de lugar con sus ideas y pensamientos y que todos insistan hasta el hartazgo en intentar "animarte".
Carajo, ¿Qué motivo tendría para no sentirse cual mierda?.
—Tu mano—Le dice de pronto invadiendo todo su espacio personal—Estás herido—dijo lo obvio tratando de tomar su mano.
En un acto instintivo se aleja y le observa de mala manera; no le gusta que alguien le toque. No le gustaba que invadieran su espacio, mucho menos una chiquilla que ni siquiera conocía.
Ella lo capta, se aleja lentamente.
—Perdón...—murmulla y se da la media vuelta dispuesta a irse sin más. Pasos lentos y cansados le acompañan, parece sumamente compungida.
Y entonces se va...
❁
Después del fiasco del día anterior algunos miraban con poco disimulo en su dirección; miradas inquisitivas, otras lastimeras. Todas juzgándolo.
Los ignora, no importa no están ahí.
—Jóvenes—La profesora les llama y todos guardan silencio—Quisiera pedirles sus tareas—Algunos se paran, el simplemente se encoge de hombros y observa por la ventana sin ánimos de nada más.
Tiene sueño, mucho sueño.
Las hojas van de un lado a otro, hoy hace frío. El cielo es gris; amenaza con llover.
Afuera los de primer año recorren la cancha deportiva mientras el coach de educación física alardea de su valía como profesor. Dan vueltas y más vueltas y entre tanto una cabellera peculiar capta su atención. Esa melena rosada sobresale del resto.
Esa molesta chiquilla rosada...
Entorna los ojos tratando de comprobar que la vista no le engaña; efectivamente es ella. El suéter deportivo le cubre por completo y da pasos torpes intentando alcanzar al resto que le ignoran deliberadamente.
Patético; pensó para sus adentros y regreso la vista al frente donde la profesora escribía un montón de ecuaciones lineales. Toma nota de mala manera, sabe en el fondo que puede resolverles, pero le faltan las ganas de hacerlo.
Mira de nuevo hasta la ventana, ahora esa chica rosada intenta hacer algunos ejercicios de flexibilidad. Al menos parece tener mucha más destreza en este ramo.
La imagen de la noche anterior viene a su mente y arruga el entrecejo, evidentemente molesto. Era una chiquilla bastante confianzuda y entrometida, ¿Qué le pasaba por la mente para atreverse a hacer algo así?
La mano le dolía, no se había molestado en cambiar los vendajes que a este punto estaban un tanto sucios y la sangre seca abarcaba la mayor parte.
—Deberías ir a la enfermería—Hablo la chica a su izquierda, provocándole un leve sobresalto—Esa herida puede causarte problemas después, Shaddy—Habla nuevamente y su mirada busca la suya.
Un gruñido se escapa de sus labios y la ignora de igual modo; desde lejos puede notar como la tal Amy se pierde entre la multitud.
—Shadow, ¿hasta cuándo seguirás con esto?—Cuestiona y su mano intenta acercarse hasta el, apartándose de inmediato.
Rouge; era su amiga hasta hace algún tiempo...
Ella no tenía idea de nada; ella sólo...
El timbre suena y más rápido que de costumbre toma sus cosas y sale del aula dejándola ahí a la espera de una respuesta. No está de ánimos para mantener esa conversación. Camina hasta el lugar más apartado y toma asiento buscando paz mental. Se desploma frente al árbol más grande y se relajó...
Lo demás ya podía irse al cuerno...
Recarga la espalda sobre el tronco y soltó un ligero bostezo de pereza dispuesto a dormir un poco.
Y ese aroma apareció...
Fresas.
Abrió un ojo y luego el otro y esa chiquilla con un suéter carmín y medias rotas se acercó hasta el con paso calmado, dudando.
—Perdón por incomodarte ayer—Le dice apenada—¿Me permites sentarme aquí, contigo?—Pide suplicante y por alguna extraña razón se mueve ligeramente para permitirle el acceso.
Ella se sienta; abraza sus piernas y el silencio les invade. Algunas miradas curiosas se congregan hasta su dirección.
Cuchicheos, palabrerías sin sentido; ninguna que valga la pena inferir.
—La vida es cruel...—Anuncia la rosada y eso le hace voltear en su dirección.
—Brillante conclusión—Ironizó.
Se sorprende así mismo al cruzar palabras con esa chica; la observa y ella sonríe suavemente complacida ante sus resultados.
—¿Me dirás tu nombre?—Cuestiona y nuevamente su pose altiva regresa a escena.
No parece desanimada, al parecer ya lo esperaba. Acomoda su falda y de su mochila toma una bolsa de papel que le entrega con suma delicadeza.
—Te traje galletas—Le dice y regresa a su posición inicial. Abrazada a sí misma buscando calor.
Más comida...
—¿Por qué?—Ahora fue él quien cuestiona, para sorpresa de ambos—¿Qué quieres de mí?—Iba directo, sin rodeos.
Nadie se acercaba a él sin esperar algo a cambio; o al menos eso era antes, hoy día nadie se acercaba a él porque no lo permitía.
Era extraño que esa chiquilla estuviese empeñada en seguirlo.
—Me agradas—se limita como si fuese lo más obvio del mundo, pero él no está para nada satisfecho con esa respuesta.
—¿Y qué es lo que te agrada de mí?—El tono ácido con el que emplea las palabras parece ponerla un poco nerviosa lo cual lo motiva a continuar—¿A caso piensas que soy el tipo de sujeto que necesita compañía?—.
Ella solo guardo silencio, dubitativa sin tener a ciencia cierta un buen comentario con el cual responder.
Esa chiquilla fastidiosa solo era una más de esos insulsos y compañeros de clase.
—No tengo amigos...—Confiesa y ante tal evidente falta de buen juicio, no puede contenerse.
—¿Y quién dice que quiero ser tu amigo?−Responde, altanero e hiriente cómo sólo él sabe hacerlo.
Porque era verdad ¿Quién le había dicho a ella que quería ser su amigo? No lo sería, no necesitaba amigos.
Ambos en silencio; la tensión es evidente. Parece temblar, ya no sabe si llora o el frío le gana otra vez.
Solo se queda ahí, abrazándose así misma mientras los demás observan entre miradas de insolencia.
No tengo amigos...
Esa era la frase con la que decidió concluir y no por ello le hacía sentir culpable el rechazarla. Firme estaba en la idea de no desear amigos que entorpecieran sus planes.
Por muy patética que le resultase la idea de que una fémina tan joven no tuviese una vida social activa considerando el hecho de que no era tan desagraciada.
La mira de soslayo, ella sigue ahí. No parece tener intenciones de levantarse. El receso por poco concluye y sigue sin ánimos de regresar a clases.
Recarga su espalda contra el árbol y cierra los ojos dispuesto a dormir.
Cuenta hasta diez en retroceso y al fin cae rendido.
❁
Ya se había vuelto una costumbre el despertar entrada la tarde, cuando la gran mayoría de los alumnos se habían retirado a sus casas. Sólo estaban aquellos que pertenecían a algún grupo deportivo y aquellos que llevaban talleres extracurriculares.
Tosió secamente y se masajeó el puente de la nariz en busca de alivio; calculó mentalmente la hora en que se encontraba y dedujo que no pasaba de la 5:30 de la tarde. Dio una leve inspección al sitio y desde lejos la práctica de atletismo se llevaba a cabo.
Se estiró perezosamente mientras soltaba leves bostezos a la par liberándose de la pereza dispuesto a regresar a su hogar cuando desde lejos notó aquella figura rosada acercarse con paso lento en su dirección.
No negaría que le pareció extraño que estuviese ahí.
Frunció el seño al sentirse asediado y de un salto se pone de pie dispuesto a alejarse de ella; lastimosamente ella está no parece entender su evidente molestia. Le alcanza entre jadeos y camina a su izquierda unos cuantos pasos detrás.
Se detiene molesto, la observa esperando alguna clase de respuesta del porque está siguiéndole.
—Es mi camino a casa—Le responde con timidez y agacha la mirada—Mi clase de cocina se alargó más de lo esperado, pero me alegra que pueda irme contigo...—le dice y puede notar en su rostro rastros de harina y una bolsa de papel entre sus manos—Me agrada no caminar sola...—Finaliza.
No se molesta en responder, solo emprende nuevamente su camino tratando de ignorar la existencia de esa chiquilla y sigue concentrado en caminar. No tiene tiempo para pensar en lo que puede pasarle.
Camina con pasos rápidos esperando perderla en algún punto; pero al parecer está empeñada en alcanzarlo a como dé lugar. Suspira con fastidio y entre malas miradas entra en la licorería en busca de una cajetilla más.
Esta vez ni siquiera el aroma a humedad pareció importarle; sólo quería deshacerse de esa peste rosa. Frente al anciano evidentemente ebrio y con muchos ánimos de reír, pidió su cajetilla y tras el mismo discurso de todo el tiempo, salió esperando que esa chiquilla hubiese decidido alejarse ya.
Arrugó el entrecejo al notar que aún estaba parada ahí, abrazándose a sí misma a causa del viento y la ligera lluvia que comenzaba a brotar. Enciende un cigarrillo y pasa de largo dejándola nuevamente atrás. Ella le observa unos segundos y decide nuevamente caminar detrás de él.
Puede sentir su mirada en su espalda; ese aroma a fresas le inunda y ni siquiera el cigarrillo logra apaciguar ese olor. Se detiene y ella hace lo mismo.
—Tu perfume es asqueroso—Le dice y sigue caminando.
Le toma alrededor de dos segundos seguir ella también. No dice nada, solo camina y agacha la cabeza sin entender del todo que acaba de suceder. A pasos lentos llegan hasta su hogar, se abre paso entre el pasillo y la observa perderse escaleras arriba para llegar a su departamento.
—Maldita molestia—Maldice para sus adentros y cierra la puerta de un portazo.
Avienta su mochila en algún rincón y camino a su cuarto entre penumbras se tropieza unas cuantas veces con todo a su alrededor. Sigue maldiciendo, sabe en el fondo que es su castigo por ser un cretino con alguien que solo estaba siendo amable con él.
Enciende la luz; ahora sentado en su cama piensa un momento en lo que acaba de ocurrir. Quizá estaba siendo muy rudo con ella.
El sonido de alguien llamado a la puerta le distrajo; camino con pasos torpes tratando de evitar chocar de nuevo contra todo a su alrededor y abrió de golpe esperando que ningún gracioso estuviese jodiéndole.
Miró a la izquierda, luego a la derecha, primero arriba y posteriormente hacia el suelo; ahí reposaba una bolsa de papel perfectamente doblada y una nota que adornaba el frente.
Con caligrafía evidentemente femenina y letras rojas se leía un "lo siento" y otro pequeño texto que no podía leer desde su posición. Tomó aquella bolsa y desprendió la nota sin mucha delicadeza para leer lo que sea que tenía escrito.
"Lo siento, no era mi intención incomodarte... pensé que quizá podríamos ser amigos, sería lindo que alguien me hable en la escuela...
de cualquier modo, perdón si he sido molesta...
Amy Rose..."
Firmaba aquella pequeña nota mientras la bolsa desprendía un aroma particular. Abrió la bolsa y notó una caja de plástico con algo caliente dentro y una nota adhesiva sobre ella.
"Por si tienes hambre..." decía.
A la izquierda otra bolsa más pequeña contenía vendas limpias y lo que pudo identificar como antiséptico y pastillas para el dolor.
"Para tu herida" decía la nota que le acompañaba.
Y finalmente estaba ahí un pequeño recipiente con donas de chocolate en miniatura acompañadas de una nota incluso más pequeña en ellas.
"Para ti..." simples palabras que evocaron en él un sentimiento que no supo reconocer con exactitud. El gruñido de su estómago le hizo estremecer al sentir el aroma de esa comida recién hecha frente a él.
¿Debía?
Muy probablemente no.
¿Lo haría?
Eso si era más probable.
El gruñido de su estómago demandaba que ingiriera esos alimentos, a la par, ese pequeño sentimiento de culpabilidad aumentaba la necesidad de comer.
Cerró la puerta y camino hasta la cocina; frente a la mesa abrió con cuidado ese recipiente notando como estaba lleno de arroz, pollo y verduras. Una comida completamente casera.
Había perdido la cuenta de la última vez que había comido algo así.
❁
❁
❁
Continuará...
Mi bella Solesc26251, espero que te haya gustado, se viene lo chido *guiño, guiño*
Decidí partirlo en dos, para que sea mucho más digerible de leer...
(dispensa mis dedazos por ahí, ya usted sabe que ya no doy para más...)
En unos días subiré la siguiente ♥
¡Te adoro, bella dama!
Gracias por leer.
❁
Atte.
Gri.
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