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| 𝚌𝚊𝚙í𝚝𝚞𝚕𝚘 𝚞𝚗𝚘 |


3 de agosto, 1992

New York


—Tu tío dice que en navidad estarás aquí.

—Sí, abuela. Te lo dije cuando fui a verte, ¿te acuerdas? —preguntó con una pequeña sonrisa en los labios. No por su mala cabeza, algo normal con la edad, sino por la risa de sus primos pequeños al otro lado de la línea— Sólo son unos meses. Cuando menos os lo esperéis, me veréis por allí. Ya lo verás.

Mentira.

—¿Te has llevado ropa de abrigo? ¿Dónde era a donde te ibas?

—A Praga, abuela. ¿Te acuerdas? Y sí, casi todo lo que me he llevado es de abrigo.

Mentira.

Aunque el tono de la chica era encantador, casi risueño, por dentro se le partía el alma ante las palabras que le dedicaba a Lucía, su abuela. Odiaba mentirle a la persona que más quería del mundo, a la que la había criado y acogido incondicionalmente. Pero si quería a  su familia a salvo, le habían aconsejado que lo mejor sería mantenerla alejada del mundo en el que trabajaba. 

Y eso, aunque le daría tranquilidad al otro lado del charco, la dejaba hecha pedazos. 

Carlota siguió escuchando a su abuela hablar un rato más, aprovechando el último momento de desconexión que tendría antes de embarcar en su vuelo hacia Bogotá. Por eso, cuando una mujer morena se acercó a ella con una ligera sonrisa y una gran maleta de viaje, la rubia frunció el ceño y apretó el teléfono, girándose de nuevo hacia la cabina.

—Abuela, tengo que colgar, ¿vale? Prometo que te llamaré más tarde.

Una despedida más se sumó al centenar que habían tenido lugar entre las dos mujeres. Y con un "te quiero" más y un "hablamos luego", Carlota colgó el teléfono. La mujer que anteriormente había llamado su atención, ahora la observaba con interés. Llevaba un maletín en la mano, de cuero. Parecía bastante caro, por lo que la española dedució rápidamente que la mujer debía trabajar en un puesto bastante importante.

Siento interrumpir, pero tenemos que embarcar ya —comentó la morena con tranquilidad en inglés, señalando el panel donde aparecían los vuelos que iban a salir a lo largo de la mañana—. Siento arrollarte así, pero imaginaba que no sabrías quién era hasta que me presentara. Claudia Messina.

Hostia puta, pensó. Estaba a punto de mandar a la ya-no-desconocida a un lugar muy poco apropiado, antes de saber que la americana frente a ella era Messina. Su nueva jefa.

Carlota Rodríguez —saludó, estrechando la mano que Claudia le había extendido como modo de presentación—. Aunque, bueno, ya lo sabías.

Una pequeña sonrisa se formó en el rostro de la morena antes de que comenzaran a caminar hacia su puerta de embarque. Ambas se mantuvieron en silencio, enseñaron sus respectivos pasaportes y procedieron a entrar en el avión. No fue hasta cuando estuvieron sentadas, esperando el despegue, que Messina giró la cabeza para dirigirse a su nueva compañera.

Tu currículum es extraordinario para alguien tan joven. Carrillo nos contó sobre la Operación Nécora, debisteis haber trabado muy duro.

GraciasSupongo, pensó. Cada vez que alguien mencionaba lo joven que era, le daba la sensación de que la trataban como una niña. Carlota se giró en su asiento, estableciendo contacto visual con su jefa—. Solo estuve trabajando con ellos cuatro años, pero... Sí, fue agotador. Cada vez que pensábamos que estábamos a punto de pillar a Sito era como si se estuvieran riendo en nuestra cara.

La Operación Nécora, Sito Miñanco... Palabras que, de tan solo escucharlas, a Carlota le producían escalofríos. Los cuatro años que estuvo persiguiendo a los mandamases del cártel de droga de Galicia le costaron meses de terapia. Y, en una ocasión, casi le cuesta la vida.

Messina asintió, conociendo perfectamente la sensación a la que se refería la española. Era por eso mismo que Washington había hecho un cambio de planes, designando a Arthur Crosby como nuevo embajador estadounidense en Colombia y mandando a una jefa que impusiera algo de control en la oficina de la DEA. Y, por supuesto, agarrándose a la esperanza de que la joven española con extraordinarias referencias ayudara a atrapar de una vez por todas a Pablo Escobar. 

Pero hicisteis el trabajo. Carrillo nos ha contado que fue en gran parte gracias a ti —dijo la americana mientras rebuscaba en su maletín para sacar un par de carpetas. Ambas portaban un sello en rojo que decía "confidencial"—. Esta situación no puede alargarse más. Desde Washington nos han exigido que controlemos la situación lo antes posible —mientras hablaba, le pasó a Carlota un par de documentos y fotos que había recopilado para ella, con la intención de ponerla al día de cómo iba el caso—. Colombia ha quedado en evidencia ante el mundo entero.

Carlota quería decir muchas cosas en ese momento. ¿Qué podía exigir Washington? La DEA estaría dando su máximo, de eso estaba segura. Además, pensaba desde un primer momento que los asuntos de Colombia, le pertenecían a los colombianos. Ella solo iba allí para ayudar. 

No va a ser fácil —murmuró la española. Levantando la vista del montón de documentos confidenciales, le dio una última mirada a Messina—. Pero le aseguro que atraparemos a ese hijo de puta.


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Bogotá


Si tienes alguna duda, no dudes en preguntarme

Rodríguez asintió y tragó nuevamente el nudo que se había formado en su garganta en el mismo momento que aterrizó en la capital colombiana. Se encontraba junto a su jefa en el interior de la embajada de Estados Unidos, esperando la llegada de Arthur Crosby, el nuevo embajador, para que diera comienzo la reunión. Había tenido seis horas para ponerse al día sobre cómo iba el caso; había conocido los rostros de las nuevas incorporaciones al equipo y, también, de los que serían sus dos compañeros en la DEA. Javier Peña y Steve Murphy. Dos hombres, de unos cuarenta y pocos años, y bastante atractivos. 

Muy, muy atractivos.

Había tenido oportunidad de darse una ducha y cambiarse en el piso que compartiría con Messina en Bogotá, aunque tenía entendido que la mayoría del tiempo lo pasaría en la base de Carlos Holguín, en Medellín, donde se trasladaría con Murphy y Peña hasta nuevo aviso. 

¿Y quién es ese? No hablaba de él en los informes —susurró Carlota a Messina. En las pocas horas que habían pasado juntas, ambas habían congeniado bastante bien. Las miradas de las dos agentes se posaron sobre un hombre que rondaba los cincuenta años, de pelo largo y canoso y con barba. Cuando la española vio como su jefa fruncía el ceño, supo que no conocía la identidad del desconocido.

Probablemente porque no querían que indagáramos mucho —habló en voz baja—. Eso quiere decir, que es de la CIA. Y que no sigue las reglas.

Querían a alguien que juegue sucio —comprendió Rodríguez, que vio por el rabillo del ojo cómo Claudia asentía, sin apartar la vista del nuevo sujeto—. No parece muy ético.

Aquí nada lo es —Sentenció la americana. Al instante, Crosby hizo acto de presencia, acompañado del resto del equipo. Inmediatamente, las dos mujeres notaron la ausencia del segundo agente de la DEA—. ¿Dónde está Murphy? Joder.

Mientras los hombres tomaban asiento al rededor de la mesa, Carlota desvió la mirada hacia Peña, que sí había asistido a la reunión. Javier ya se encontraba analizando a la española con sus ojos oscuros, una ceja levantada y una ligera sonrisa en sus labios. Una sonrisa que se borró en el momento que su vista se desvió hacia Messina. El de Texas despreciaba la idea de que alguien le dijera lo que tenía que hacer en su trabajo, por lo que la llegada de una jefa no era algo que le agradara. 

Y algo así le pasó cuando escuchó que un nuevo compañero se incorporaría al dúo dinámico que formaba con Steve. Los dos funcionaban perfectamente y no necesitaban una tercera persona. Pero esa percepción se esfumó de su mente en el momento que posó los ojos sobre la española, que alzaba una ceja en su dirección ante la intensa mirada que le daba su compañero.

Buenas tardes, bienvenidos —saludó Crosby cuando terminó de colocar todos los documentos sobre la mesa y se sentó, presidiendo la misma—. Ojalá pudiera deciros que estamos aquí para resolver una situación diferente y que va a ser fácil. Pero ni voy a engañaros ni se me da bien dar discursos morales. Puede que mi cargo sea el de embajador, pero es solo jerga política —la mirada de Arthur se distribuyó por todos los que conformaban la mesa en ese momento, y podía notarse en sus ojos la desesperación que conllevaba su puesto—. Sé lo que es estar en la primera línea. Y todos los que estamos aquí queremos lo mismo: acabar con Escobar

Mientras escuchaba las palabras del embajador, Carlota posó los ojos en un par de ocasiones sobre la puerta de la sala, esperando que Murphy la atravesara y pidiera disculpas por el retraso.  En pocas horas, había aprendido que Messina no se andaba con tonterías y no iba a permitir que sus agentes cometieran errores.

El gesto, sin embargo, no pasó desapercibido para Peña, que se ganó de nuevo la mirada de la española. Negando levemente con la cabeza, intentó decirle a su nueva compañera que Steve no iba a venir, ya que había escuchado con anterioridad a ambas mujeres hablar del rubio. Ante esto, Rodríguez suspiró y se giró nuevamente hacia Crosby.

Ella es Carlota Rodríguez, agente del Centro Nacional de Inteligencia en España. Una de las grandes responsables de tumbar el mayor cártel de droga en la historia de España. El cártel tenía conexión con los cárteles de Colombia. Trabajará junto al equipo de la DEA en Medellín. —explicó el embajador. Carlota sonrió levemente como agradecimiento a las palabras de Crosby, quien dirigió su atención ahora hacia la americana junto a ella—. Y ella es Claudia Messina. La nueva agregada en el país de la DEA. Se hará cargo de todas las operaciones de la DEA en el país. ¿Messina?

Gracias, embajador. La DEA va a abrir sedes en Cali, Cartagena y Barranquilla. En lo que respecta al equipo de Medellín, se instalarán en la central de la PNC hasta nuevo aviso. Pero solo después de varios cambios de personal

Fue entonces cuando, por impulso, Javier y Carlota volvieron a mirarse. Peña, con confusión, y la española con compasión. Sabía que la ausencia de Murphy desagradaría a Messina, pero no imaginaba que su jefa pudiera echar a un agente que estaba dando su vida por un descuido. Eso, o sabe algo más de lo que me ha contado, pensó.

Al terminar la reunión, Carlota tuvo varias cosas claras: la primera, que la DEA y la CIA no se llevaban bien; la segunda, que por ese motivo, ambos pasarían de la petición de Crosby de intercambiar información; la tercera... Que las cosas estaban muy jodidas.

Evidentemente, ella no era la única que lo pensaba. Lo primero que hizo Messina cuando el embajador dio por finalizada la reunión, fue mirar a la española. Se podía ver la frustración escrita en la cara de Claudia, que suspiró antes de abandonar su asiento.

Tenemos mucho trabajo que hacer

Hola —interrumpió Peña, extendiéndole la mano a su nueva jefa—, soy Javier Peña. Bienvenidas a Colombia.

Gracias —respondió Carlota mientras le estrechaba la mano, al ver que Messina se había mantenido en silencio. Joder, sí que está cabreada, pensó la chica cuando comenzaron a caminar hacia la salida de la embajada.

Espero que el vuelo haya ido bien —comentó, ahora mirando a la española. El encanto que estaba sacando a relucir solo podía tener un propósito: amansar a la fiera de su jefa—. A Steve le habría encantado estar aquí para recibiros, pero

¿Qué pasa con él? —interrumpió Messina, que ni siquiera se dignó a mirar a Peña mientras adelantaba a los dos agentes para bajar las escaleras— Aparte de que hoy no estuviera presente

Le sugerí que se quedara en casa... Ha dicho que va a hacer cambios. ¿Qué significa exactamente?

—Significa que voy a hacer cambios —le respondió su jefa con indiferencia, avanzando hacia la salida.

Murphy es un buen agente. Ha logrado mucho.

Sí. Eso parece —le respondió Messina rápidamente con sarcasmo, sacando de su carpeta un par de documentos con frustración. Desde su posición junto a ambos, Carlota pudo ver la orden de detención contra Steve, una foto del susodicho en no muy buen estado y la posterior orden de puesta en libertad. La española vio como Javier colocó ambas manos en sus caderas, suspirando con frustración—. ¿Sabe lo que nos ha costado que ese hombre no presentara cargos?

Un perro acabaría olfateándole el culo antes de subir al avión. Steve le hizo un favor —comentó el de Texas con una sonrisa, que provocó la incredulidad de su jefa. Carlota solo pudo morderse el labio con frustración. Este cabrón va a darme dolores de cabeza, pensó.

¿Así me da las gracias? Sea sincero conmigo, agente Peña, y yo lo seré con usted. No necesito a un hombre así complicándome la vida y haciendo quedar mal a la DEA

Señora...

Messina —le cortó la morena—. O jefa.

Esto va a ser interesante, pensó Carlota. 

Llevamos aquí mucho tiempo. Usted cuánto, ¿dos horas?

Ante el ataque pasivo-agresivo de Peña, Messina suspiró con frustración y miró hacia otro lado, evitando la mirada del agente de la DEA. Carlota, que veía como Javier temblaba con impotencia ante la situación, se giró hacia Claudia, cambiando su tono a uno con el que tantas veces había conseguido persuadir con éxito.

Jefa, usted misma ha reconocido en los informes que gran parte del trabajo se ha conseguido desde que Murphy llegó a Colombia —comentó con suavidad, ganándose la mirada de ambos. Podía sentir cómo los ojos oscuros del hombre se agrandaban con sorpresa—. Trabajar sola con Peña solo ralentizaría el proceso. Ellos dos llevan mucho tiempo aquí, saben cómo funciona esto. Yo he venido a ayudar, pero son ellos los que llevan años haciendo el trabajo sucio.

Messina escuchó en silencio las palabras de la nueva agregación al equipo, admirando en secreto que diera la cara por su compañero, aunque ni siquiera lo conociera y supiera lo sucedido horas atrás. Javier, por su parte, aprovechó el momento para seguir ablandando a la nueva jefa del equipo.

Carlota tiene razón... Gran parte de la información que tenemos la ha conseguido Steve. Es un buen hombre. Está pasando por una mala racha —comentó, intercambiando su mirada ahora entre la española y la americana—. Estaba en el aeropuerto para evitar que su mujer se fuera del país con su hija. No lo consiguió. Sume a eso ver cómo Escobar construye una cárcel de cinco estrellas y sale andando por la puerta de atrás. Los dos nos merecemos seguir hasta el final... jefa.

Sin decir una sola palabra más, Claudia dio media vuelta y caminó en dirección a la carretera con la intención de volver a casa cuanto antes. Carlota se encontraba mirando a un punto fijo, procesando las palabras de Javier. Murphy estaba pasando realmente por una mala racha. Pero eso no quitaba que fuera un excelente agente y que hiciera bien su trabajo. Se merecía otra oportunidad.

—Gracias... por lo que has dicho sobre Steve —le agradeció Peña con suavidad en español, dando un paso hacia la chica frente a él. Cuando Rodríguez subió la mirada, vio cómo los ojos del hombre la analizaban con curiosidad—. No lo conoces pero has dado la cara por él. Por los dos.

—Si vamos a formar un equipo, debemos trabajar juntos. Siempre he dado la cara por mis compañeros —respondió. Cruzándose de brazos, miró a su alrededor antes de girarse de nuevo hacia el de Texas—. Siento mucho lo que le ha pasado, no tenía ni idea... Intentaré persuadir a Messina. Estoy segura de que lo entenderá, pero no va a tolerar más errores.

—Sí... Eso nos ha quedado claro a todos —bromeó ligeramente, formando una sonrisa en sus labios. Cuando vio que la rubia le devolvía la sonrisa, volvió a llevarse las manos a las caderas, escaneando el cuerpo de la chica disimuladamente—. ¿Quieres ir a tomarte algo? Te llevaré luego a casa. No es buena idea que estés sola por aquí.

—¿Así tratas a todos tus compañeros, Peña? —ironizó mientras alzaba una ceja, observando como al hombre se le escapaba una risa en un jadeo, negando brevemente con la cabeza— ¿No? Eso pensaba.

—No todos los días llega una nueva incorporación al equipo —comentó, esbozando de nuevo esa sonrisa que le dedicó la primera vez que se miraron—. Solo una copa de agradecimiento. Te pondré al día y luego iré a comprobar cómo está Steve. 

Javier vio cómo los engranajes se movían dentro de la cabeza de la chica. Cómo se producía un debate interno dentro de la española que acabaría por poner su mundo patas arriba.

—Creo que Steve te necesita más que yo a esa copa —acabó por decir, dando otro paso hacia su compañero, que bajó la cabeza para mantener el contacto visual con la rubia—. Asegúrate de que está sobrio para mañana y yo me encargaré de que Messina no lo mande de vuelta a Estados Unidos. 

Javier rió y bajó la cabeza, humedeciéndose los labios con la lengua antes de volver a mirar a Carlota.

—Es la primera vez que me rechazan por Steve. Ese cabrón me las va a pagar —comentó lo último en inglés, provocando la risa de Rodríguez.

Solo hago mi trabajo, Peña. Acostarme contigo no forma parte de él.

Vaya. Bueno —comentó sorprendido, admirando el carácter de la rubia. Su actitud hacia él solo provocaría que esto se convirtiera en un juego para ambos—... Al menos, déjame llevarte a casa. Prometo no morderte. Hasta que me lo pidas.

Ahora fue Carlota la que agrandó sus ojos con sorpresa. Las palabras de su nuevo compañero le provocaron un cosquilleo por la espalda, y la chica rezó para que el hombre frente a ella no hubiera notado el efecto que sus palabras tuvieron sobre ella. Pero Javier, que no apartó sus ojos de ella ni un segundo, observó cómo sus hombros se estremecieron levemente.

—Está bien —cedió la española, provocando que la sonrisa de Javier se ensanchara al escuchar el español brotar de sus labios—. Pero solo porque no sé el camino para regresar.

—¿Solo eso? —bromeó. Carlota rodó los ojos y se alejó de él, caminando en dirección a la carretera. 

De camino al apartamento que compartía con Messina, ambos intercambiaron preguntas de conocimiento básico para conocerse un poco más. Mientras Javi le explicaba que había crecido en Texas, Rodríguez se paró a pensar en lo rápido que había cambiado su vida. Hacía unos días estaba rellenando documentos confidenciales en su oficina de Madrid y, en un abrir y cerrar de ojos, pertenecía a un nuevo equipo de investigación, trabajaba para una agencia de inteligencia diferente y se encontraba a miles de kilómetros de casa. El comienzo no había sido el idílico, teniendo en cuenta la situación en la que se encontraba uno de sus compañeros y el carácter poco benevolente de su nueva jefa. Pero Carlota había sentido algo nuevo al hablar con Javier por primera vez. Una sensación de cercanía, de familiaridad, incluso, que no había sentido con sus compañeros de Madrid hasta pasados los años. Tal vez era la mirada del agente, o la forma en la que sus labios se levantaban cada vez que Carlota ponía freno a un nuevo avance del americano. Lo que sabía con certeza era que hombres como Javier Peña estaban en el mundo con el propósito de poner tu vida del revés. Y en una profesión como la suya, toda distracción estaba penada de la misma forma: o te ponían de patas en la calle, o te daban plomo.

Estaba aquí para cumplir con su trabajo, volver a casa con su familia y conseguir ese nuevo ascenso que tanto ansiaba. Y no iba a dejar que nada ni nadie le arrebatara por lo que tanto había luchado.







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