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Capítulo I 🪶 Acercándome a ti.

🎶 Canción: Angel. Sarah McLachlan.

¿Cómo encontrara su libertad si no lo dejamos ver con claridad?

Su sonrisa merece brillar, es pura como agua de manantial.

La suave brisa acariciaba su rostro, el aire fresco lo hacía sentirse en libertad; como un ave que después de haber estado varios años en cautiverio, ahora podía extender sus alas e intentar volar.

El aroma a café fresco, pasteles dulces y galletas recién horneadas lo hacían salivar y perderse en un entorno en el cual se sentía cómodo.

La bebida fresca sabor a fresa; se deslizó por su garganta, logrando saciar el antojo de sentirse fresco.

Dejando el vaso de cristal a un lado, tomó de nuevo aquel objeto de punta fina que tendría que remplazar dentro de poco; ya que su tamaño se había reducido.

Sus dedos acomodaron el lápiz en la posición idónea para continuar con su trabajo. La piel manchada por el grafito evidenciaba la cantidad de veces que había deslizado su mano por la superficie blanca; la cual ahora mostraba uno de sus tantos dibujos.

Como una lenta y armoniosa danza en donde la punta del lápiz era los pies, la hoja la pista de baile, y los trazos los pasos del baile; el rubio trazó las líneas como si fuesen caricias.

Un suspiro profundo escapó de su pecho, la música que se reproducía en sus auriculares lo transportó a ese mágico lugar en donde sentía una profunda paz. Un lugar lejano en su mente, en donde no existía maldad o dolor.

Un lugar en donde sus alas no estaban rotas o encadenadas.

Humedeció sus labios y sonrió internamente, frenó sus trazos y observó cómo estaba quedando su dibujo. Satisfecho al ver que estaba quedando mejor de lo que se había imaginado en su mente; continuó con sus trazos.

Su piel se erizó un poco al disfrutar aquella sensación en su mano. Adoraba el roce del papel con su dermis. Se sentía tan bien, tan extasiado, tan libre.

Ya había perdido la cuenta de cuántos cuadernos de dibujo había llenado, cuántos borradores había desaparecido y cuántos lápices le habían ayudado a plasmar su pasión.

Levantó su vista al sentir una presencia frente a su mesa. Unos ojos oscuros como la noche lo observaban en silencio; el gran cuerpo impedía que el rayo del sol lo acariciara con sutileza.

Sus ojos avellanas conectaron con los azabaches, preguntándole en silencio qué deseaba.

La presencia invasora de su espacio personal; carraspeó nervioso, golpeó la punta de sus botas negras estilo militar en un intento de lograr hablarle al chico rubio que acababa de chasquear su lengua al desesperarse por el silencio y la invasión a su zona segura.

— ¿Necesita algo...? — Inquirió dejando su lápiz sobre el cuaderno de dibujo.

— Yo... Bueno... — El rubio apretó sus labios intentando no decir algo grosero. Odiaba que invadieran su espacio y más cuando era un desconocido.

— ¿Es un nuevo mesero...? — Retiró uno de sus auriculares y pausó la música.

— Me preguntaba... — Jugó con la gorra que ocultaba su cabellera azabache.

— ¿Qué sucede? — Sus dedos iniciaron a golpetear la mesa en un intento de manejar el desespero que le causaba el lento hablar del invasor.

Vamos, tú puedes, no es tan difícil.

— Si es un mesero, no se me ofrece nada más. — Detuvo los movimientos de sus dedos.

— ¿Te gusta dibujar?

El rubio rodó los ojos, paseó su vista por su cuaderno y renegó en su mente.

¿En serio preguntó eso? Nooo, estoy aquí con mi lápiz, borrador, y cuaderno; cocinando pasteles.

— ¿Dibujas alas?

El rubio torció el gesto al ver su claro dibujo en el papel.

Corre antes de que sigas preguntando babosadas.

El silencio incomodo hizo que el de ojos azabaches tomara el vaso vacío y saliera despavorido del lugar.

— ¡Oye! No te puedes llevar el vaso. — Gritó la encargada del lugar.

— ¡Lo siento! — Expresó antes de regresar al lugar y dejar el utensilio en una mesa.

El rubio negó con su cabeza e inició a guardar sus cosas.

¿Te gusta dibujar? Que pregunta tan estúpida.

Su conciencia lo regañaba mientras seguía corriendo.

— ¿Conocías al chico? Inquirió la mesera al acercarse a la mesa.

— Para nada. — Se levantó.

— ¿Tan pronto te vas?

— Ya terminé por hoy. — Dejó el dinero de la cuenta sobre la mesa.

La mesera sonrió, pero como siempre; el rubio solo agitó su mano en señal de despedida.

Desde que el chico había iniciado a asistir a la cafetería, jamás establecieron una conversación. Su contacto se basaba en el saludo, la toma del pedido de ese día, y la despedida con el pago de lo consumido. Nunca obtuvo una sonrisa o cualquier acto de convivencia que no fuera el estrictamente necesario.

Jamás lo vio con algún amigo o familiar.

El rubio siempre permanecía solo. Sus ojos intentaban ocultar la tristeza que lo consumía, su sonrisa siempre presa.

Era un ángel terrenal, uno que no podía volar.

— Vamos, no es tan difícil. Solo no hagas preguntas obvias. — Se repetía el azabache mientras caminaba de nuevo hacia la mesa del rubio.

Cada vez que intentaba acercarse al rubio, el azabache realizaba una pregunta que tenía la clara respuesta enfrente de sus narices.

Ya le había preguntado que si le gustaba las fresas, cuando acaba de ver como la boca del rubio devoraba la fruta. En otra ocasión preguntó si estaba escuchando música, cuando claramente vio como el chico frente a él; había pausado su Playlist. Así continuo su rutina de preguntas con obvias respuestas.

¿Te gusta venir aquí? ¿Ya acabaste tu dibujo? ¿Te gustan los perros? ¿Compraste un libro?

En cada pregunta el rubio lo miraba aguantando las ganas de darle un golpe, y decirle que dejara de preguntar. El ceño en su rostro se endurecía aún más y rogaba a los Dioses por paciencia.

Claro que le gustaba asistir a aquel lugar, sino le gustara; no estaría allí en sus tiempos libres. Por supuesto que acabó su dibujo, ¿A caso no vio que incluso le agregó color? Nooo, acaba de darle dinero al chico que le entregó el libro porque le gusta andar dando dinero como si fueran dulces.

Sí, las respuestas eran algo agresivas, pero solo lo decía en su mente. Ese azabache lo sacaba de su poca paz mental al invadir su espacio personal.

Así que simplemente se quedaba en silencio, esperando a que el azabache saliera corriendo y se disculpara con la mesera por llevarse el vaso de la mesa del rubio.

Hoy no la cagues, por favor. Es sencillo, solo no entres en pánico y acércate sin decir babosadas.

Su conciencia trataba de ayudarlo, pero al parecer escuchaba todo lo contrario.

— Ya acabe por hoy, nos vemos... — Sus palabras quedaron en el aire cuando vio de nuevo al chico invasor. — Tú de nuevo.

— Hola, ¿Ya te vas...?

Pues no ves que ya se estaba retirando.

Su conciencia habló y el azabache se dio un golpe mental.

— ¿Es enserio? — Chasqueó su lengua.

— Lo siento, es que...

— Por favor diga lo que quiere, y deje de preguntar cosas obvias. — Cruzó los brazos. — No me gusta que invada mi espacio. — Frunció el ceño.

— Me disculpo, es que me pongo bonito cuando veo a su nervioso...

— ¿Qué?

— Digo, que nervioso bonito cuando me veo.

— No lo entiendo...

— Me voy, ¡Me disculpo! — El azabache salió corriendo.

— Bueno, al menos cambió la rutina. — Expresó viendo el camino por donde desapareció el invasor.

— Hasta que te veo sonreír.

— No estoy sonriendo. — Negó sin estar consciente de la hermosa sonrisa que había dibujado sus labios. — ¿Dónde está mi cuaderno...?

— ¿Qué te dijo el chico para hacerte reír? — Limpió la mesa. — Uy, tu cuaderno iba en las manos del que salió corriendo.

— ¡Ladrón! ¡Mi cuaderno! — La sonrisa se le borró.

— No borres esa linda sonrisa.

— Mi cuaderno... — Puchereó, y la mesera sonrió al ver otra expresión en aquel rostro.

— No te preocupes, Tae, el chico te lo devolverá.

— Lo voy a golpear, me roba mi espacio personal, mi paz, y ahora mi cuaderno.

A unas cuadras del lugar, el azabache retomaba el aliento. Se sentó de golpe en la banca del parque y observó el objeto en sus manos.

— ¿Y esto...?

Tonto JungKook, ahora le robaste su cuaderno. Sabes que esos cuadernos son su vida.

— Calla conciencia, solo apareces para regañarme y no ayudas.

Te dije que no era lo mismo el acercarse y que te viera, al observarlo en silencio y oculto. No eres bueno con el contacto o las palabras.

— ¿Y qué quieres que haga? Jamás se me permitió interferir.

Si decidiste meter la narizota, ponte pilas y acércate como se debe.

­­— Genial, ahora también roba mi lugar en la cafetería. — Expresó molesto frente a la mesa que era ocupada por el azabache.

— ¿Qué? No, no pienses eso. — Se levantó de la silla. — Solo te estaba esperando para devolverte tú...

— ¡Mi cuaderno! — Le arrebato el objeto de las manos.

— Discúlpame por cada irrupción a tu espacio, cada pregunta tonta y por haberte robado...

— Ya no importa, olvidaré todo si se me devuelve mi mesa y deja de preguntar cosas...

— Hecho... — Corrió la silla para que sentara el rubio. — Por cierto, no creas que soy un idiota. Lo digo por lo que te dije.

— Es un invasor que cruza palabras. — Revisó cada hoja de su cuaderno. — Están en perfecto estado, no dañó ningún dibujo.

— Me disculpo de nuevo, y me permito decirte que me comporto de esta manera porque me pongo nervioso cuando veo a un chico lindo como tú.

— Gracias por devolver mi cuaderno. — Ignoró lo dicho por el azabache. — Ahora puede dejarme solo. — Se colocó sus auriculares.

— Me retiro. — Realizó una reverencia. — Mucho gusto soy Jeon JungKook, y me encantaron tus dibujos.

¿Viste esa sonrisa?

Fue más radiante que la primera sonrisa dibujada en aquellos labios cuando compró su primer cuaderno de dibujo.

Día tras día, JungKook lo observaba en la cafetería. Ahora no se acercaba, simplemente lo saludaba desde la distancia y esperaba el saludo de vuelta. Pero el rubio se centraba en sus dibujos.

Decidido a cumplir con su objetivo, cambió su estrategia y se acercó de nuevo.

— Hola... Disculpa...

— ¿Qué desea Jeon? — Pausó su trazo y cerró el cuaderno.

— Oww, recuerdas mi apellido.

— Obvio, ¿Cómo no voy a recordar el nombre y apellido del invasor?

— No soy un invasor.

— Sí lo es, ¿Ahora dígame que quiere?

— Me gustaría saber el nombre del chico que dibuja tan hermosas alas.

— ¿Para qué o qué?

— Solo para estar en igualdad de condiciones.

— ¿Igualdad?

— Sí. — Se inclinó sobre la mesa. — Tú ya sabes mi nombre, y no me parece justo que yo no sepa el tuyo.

— Yo no le pregunte su nombre, usted solo me lo dijo, así que no tengo que decirle el mío.

— Por favor, solo quiero saber tu nombre... — Le suplicó con la mirada. — Aunque te conozco más que nadie, sé tu nombre, apellido y muchas cosas más. Pero estando aquí tengo que empezar de cero y no levantar sospechas.

¿Si le digo mi nombre me dejara en paz?

— Sí, me retiraré en silencio y te dejaré dibujar.

Todo sea para que me deje de invadir. — Pensó. — Soy Kim TaeHyung.

— Mucho gusto. — Extendió su mano.

— Ahora déjeme, invasor. — Le dio la mano y la retiró rápidamente.

— Nos veremos después.

— Dijo que me dejaría en paz.

— Por hoy. — Sonrió y sus dientes delanteros se asomaron.

— Invasor, tramposo y ladrón. — Refunfuñó.

— Pienso que plasmas en estas hojas tu deseo de volar.

— ¿Quizás sea cierto...? — Retiró su mirada del dibujo. — JungKook, ya déjame en paz. — Expresó el rubio fingiendo fastidio.

— Me gustaría ayudarte a volar.

— No voy a meterme drogas. — Lo miró entrecerrando los ojos. — Greñudo loco que altera mi paz.

— Ya te dije que no me refiero a esos viajes. — Una risa nasal acompañó aquellas palabras. — Deja de decirme greñudo.

— Eres un greñudo loco.

— Solo me dices así porque con mis bonitas manos hago pulseras y así me gano la vida.

— Te digo así por eso y porque eres un greñudo. — Sonrió. — Mira nada más, ese cabello tan largo... Greñudo.

— ¿No te agrada mi melena de Hippie?

— ¿Cómo crees? — Siguió dibujando. — Paz y amor, greñudo loco.

— Alitas...

— Ya te dije que no me llames así.

— Paz y amor, alitas. — Su palma bloqueó el trazo sobre el papel. — Eres alitas, el chico que dibuja hermosas alas.

— Ve a seguir tejiendo tus pulseras.

— Pero primero quiero que aceptes la que te hice.

— ¿Cuántas pulseras más me vas a obsequiar?

— Las necesarias hasta que aceptes mi amistad.

Su convivencia ahora era un poco más frecuente. Un día el de ojos avellana se percató que el azabache se encontraba sentado en el pasto del parque frente a la cafetería. Dejó sus cosas en la mesa de siempre y se las encargó a la mesera.

Cuando llegó hasta donde el azabache, sus ojos se iluminaron al ver la infinidad de pulseras con dijes de plumas, mariposas y alas que el chico tenía en su poder.

El de ojos oscuros divisó aquel brillo en los orbes ajenos y lo invitó a elegir una pulsera. TaeHyung se negó a aceptarla. Aun así en silencio, y sin pensarlo mucho, se sentó junto a JungKook.

Observó como el azabache movía sus dedos; logrando entrelazar los hilos y creando una hermosa cadeneta que terminaría siendo una pulsera, entusiasmado le alcanzaba los dijes para cada una y sonreía auténticamente.

Ese día no dibujó, permaneció al lado del invasor de su espacio personal. Dándole entrada a su vida solitaria y vacía.

Desde ese día, el azabache deja una pulsera en la mesa de TaeHyung; esperando poder verlas en aquellas muñecas.

¿Qué estás haciendo?

No es obvio...

Estás rompiendo las reglas.

Fui asignado para cuidarlo... Y eso es lo que estoy haciendo.

Vas a perderlas, ¿Estas consciente de eso?

Me dijeron cuídalo, ampáralo y protégelo... Eso estoy haciendo, qué más da la forma en que lo haga.

Vuelve a tu lugar.

Me quedaré con él y es mi última palabra.

✓ Dibujos de Tae.


✓ Pulseras de JungKook.

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