5000 a.c Mesopotamia
La oscuridad se extendía por aquella "sala", se podían ver los planetas fuera. Las estrellas iluminaban aquellos extraños y dorados tanques. En su interior se podían distinguir cuerpos, humanos, o al menos eso era lo que querían que parecieran. Rodeando sus brazos, piernas, cuello, y demás, había una especie de lazos dorados, parecía que esos lazos eran los que les otorgaban la vida, sus venas estaban iluminadas por ese amarillo. En el extremo de cada tanque había un número de serie junto a un nombre y una habilidad. Eternos. Majestuosos incluso en estado de hibernación, era sorprendente observarlos, no había defectos, no había errores, una perfección absoluta que se notaba a kilómetros. Una hermosa chica de cabellos blancos y ojos del mismo color observaba cada tanque. A pesar de haberlos visto durante siglos nunca se cansaba de admirar su belleza. Eran guerreros, y ella los admiraba. Le gustaba observarlos y descubrir que incluso siendo perfectos, algunos le parecían más guapos que otros. Era una joven curiosa, que aún tenía mucho que aprender del universo y los seres que allí vivían. Solo tenía 248 años, era muy joven comparada con los Eternos, los cuales tenían ya siglos de vida y millones de experiencia.
La joven detuvo su caminata en uno de los tanques. Aunque los admirara a todos siempre hubo unos que le llamarón más la atención. Desde que la crearon, siempre se paraba en el mismo. A sus 20 años lo vió por primera vez, en el tanque por supuesto. Y ese día era la segunda vez que le veía. Su misión había sido más corta esa vez, y solo había tardado 228 años en volver. Admiró sus facciones intentando mantenerlas todas en sus recuerdos para cuando él se volviera a marchar. Leyó su información de nuevo con admiración.
Eterno
Druig
Control mental
Número de serie: 09
Él nunca supo de la existencia de esta. Cuando despertaba, ya estaba en uno de los mundos, y ella no estaba en él.
Se había imaginado muchas veces como sería conocerle, que él fuera consciente de verdad de que ella estaba ahí, que la viera, cosa que ahora no podía.
—Después de 228 años, te he encontrado en el mismo sitio y con la misma cara. —Dijo una voz grave detrás de la chica.
Ella ignoró su voz y no se volteó sabiendo perfectamente quién estaba detrás.
—Nunca he entendido que es lo que te llama la atención de ese Eterno. Hay muchos mejores, más fuertes, rápidos e inteligentes. Es un arrogante. —Comentó él.
Tras las palabras del hombre, la chica se giró para mirarle sería y desafiante.
—La arrogancia puede ser una virtud, soberbia, significa que crees y confías en ti mismo, no dudas, no retrocedes.
La chica levantó la cabeza orgullosa y muy consciente y de acuerdo con sus palabras.
—Quizás, pero no es el más fuerte. — Negó él.
—Que su poder no sea ir dando puñetazos no significa que no sea fuerte. Es fuerte mentalmente. — Ella se acercó a él. — Puede colarse en tu mente y destruirte desde dentro, y créeme, el dolor más fuerte no es el físico, es el psicológico.
—Eres inteligente y astuta para tu edad, Sabina. Pero debes aprender que ciertas compañías no son buenas. Y tú misma lo has dicho, hay ciertas personas que saben manipularte, te recomiendo que en un futuro escojas bien a tus aliados, y también a tus enemigos.
—Créeme, lo haré. ¿Quiénes irán a la misión de la Tierra? —Dice ella cambiando de tema.
—Tengo a varios candidatos.
—Envíale a él. — Añadió Sabina, quien en ningún momento había dejado de mirar a el Eterno, Druig.
Ella escuchó una especie de bufido por su parte pero lo ignoró. Tenía una corazonada de que algo bueno y malo se avecinaba.
—¿Por qué haría eso? — Cuestionó. Ella le devolvió la mirada retadora y él lo entendió. — No escogeré a quien enviar a una misión por una corazonada.
—No sería la primera vez. — Se le acercó, ahora suavizando su mirada a una más comprensiva.— Sabes que nunca te he fallado, Arishem. Confiaste en mí una vez, confía en mí ahora.
—Percibo que no es lo único que vas a pedirme, ¿no es así? — Dedujo Arishem.
—Dejame ir con ellos... — Sus ojos se habían vuelto suplicantes. Él estaba a punto de replicar de forma agresiva pero ella le interrumpió. — Por favor... por favor, te lo suplico. Necesito salir, necesito vivir, demostrar que sirvo para algo más que para quedarme aquí y mirar. Sé que puedo hacer más. Puedo ser tu mediadora allí, sabes que se me da bien calmar a la gente. Sé que grupo quieres escoger, sabes que habrá problemas, por favor.
—Es muy peligroso, puede que sea la misión más peligrosa, ya no solo será luchar contra desviantes, si no también contra uno mismo, los humanos son unos seres capaces de sentir demasiadas emociones, deberás luchar contra tus sentimientos, no pueden interferir en una misión, ¿estas segura de que estás lista para eso?
Sin duda no lo estaba, y ella lo sabía. Era joven e inexperta, no sabía lo que era luchar contra desviantes, ni sabía lo que eran los sentimientos pues nunca los había experimentado. Por como lo había explicado Arishem, debía ser la batalla más dura, contra ti mismo, para aprender que el deber debe ir antes que la razón.
—Si, lo estoy. —Mintió.
—Está bien, Sabina. No me falles.
Y sin previo aviso la vista de Sabina comenzó a volverse borrosa y un fuerte dolor de cabeza la hizo caer al suelo.
—Recuerda cuál es tu misión...
Ese susurro fue lo último que escuchó antes de caer dormida. A su mente vinieron imágenes que pasaban fugazmente por su cabeza, imposible de retener. Un planeta, con bastante agua, caras, naturaleza, luego ceniza, temblores, destrucción, y un volcán en el medio del mar. Después todo se volvió negro.
Despertó en una especie de habitación. Estaba tumbada en una cama de color rojo que aveces se inclinaba. Se incorporó lentamente tocándose la cabeza al aún sentir las punzadas de dolor en esta. Se quejó un poco y se levantó. Encontró un espejo y se sorprendió al verse en él. Nunca había visto un espejo, ni tampoco se había podido ver a ella misma, Arishem no lo aprobaba, creía que lo mejor era que no supieras lo que eras para no confundirte. Temía que al ver su rostro le hiciera creer que era humana, cuando no era así. Observó sus facciones y su vestimenta. Llevaba una especie de vendas que cubrían desde debajo de sus hombros hasta un poco más abajo de los sobacos, abajo llevaba una especie de falda muy ligera y un poco transparente, al ser de dos piezas la mitad de su barriga estaba al descubierto. Su largo pelo blanco y liso le llegaba más abajo de los hombros y llevaba una especie de corona de hojas doradas. Sus hermosas y grandes alas blancas hacían que pudiera taparse esa parte. Se sentía a gusto. De repente se acordó de su charla con Arishem y se dió cuenta de que ya no estaba allí, debía estar en una nave en dirección a la Tierra. Emocionada y sin pensarlo, salió corriendo hacia la puerta de la habitación la cual se abrió de repente y Sabina chocó contra alguien.
—Dios, lo siento, lo siento, no vi por dónde iba. —Ella se disculpó varias veces muy avergonzada y luego se quedó mirando al suelo mientras se separaba.
—No te preocupes, ha sido culpa mía. —Habló la persona frente a ella.
Por alguna razón esa voz se le hacía demasiado conocida y familiar. Demasiado curiosa, levantó la mirada y la conectó con la de él.
Ambos se quedaron en una especie de trance mirándose a los ojos, sin embargo, mientras uno de ellos sentía admiración y entusiasmo, el otro solo sentía curiosidad y sorpresa.
Ambos parecieron salir de su trance cuando él carraspeó apartando la mirada y ella dió un paso para atrás mordiéndose el labio inferior para reprimir una sonrisa.
—Lo siento, ha sido mi culpa, no pensé que hubiera alguien más, no nos avisaron. —Se disculpó él volviendo a mirarla pero ahora de manera más seria.
—Lo entiendo, está bien, supongo que ha sido culpa mía también, estaba demasiado emocionada. — Sabina le dió una brillante sonrisa, la cual era muy común en ella. Era una chica muy alegre, y a pesar de no haber experimentado nunca un sentimiento, sabía transmitir a los demás alegría.
Él se quedó unos segundos embobado de nuevo, pero salió del trance rápidamente.
—¿Es tu primera misión? — Ella asintió un tanto cohibida. — Yo soy Druig.
Se presentó él, devolviéndole la sonrisa. Ella ya sabía su nombre, le había observado tanto tiempo que se sabía cada una de sus facciones de memoria, cada marca de guerra, todo. Sin embargo pensó que la idea de que él supiera eso no era muy buena. Le preguntaría que cómo lo sabía, y ella no podía decirle a nadie quién era, si no, jamás la aceptarían. No era una Eterna, pero tendría que hacerse pasar por una.
—Yo soy Sabina, es un placer.
Movió ligeramente sus alas en forma de saludo y él se lo devolvió inclinando un poco la cabeza. Cuando él bajó la cabeza ella pudo ver una de las ventanas de la nave. Planetas y estrellas, eran unas vistas increíbles. Druig pareció darse cuenta de que observaba la ventana porque se apartó para que ella pasara.
Ambos se acercaron hasta las vistas para ver.
—Wow, esto... es increíble. — dijo ella.
—Esa es la Tierra, nuestro destino. — Señaló a uno de los planetas, en opinión de la chica, el más bonito.
Ella solo le miró emocionada. Una Eterna apareció por la puerta y la miró. Sabina supo que era Ajak, pues ella la conocía, sabía quién era. Era la única Eterna que la había conocido, por ser la mayor fiel a Arishem, y ellos esperaban que Sabina fuera tan fiel a Arishem como ella. Sabina había sido creada por Arishem, la escogió cuando estaba en proceso de construcción para ser una eterna, sin embargo, él detuvo su creación y la escogió como su hija, para después él encargarse personalmente de su creación, y tener la perfección que él buscaba.
—Sabina, me alegro de verte. — dijo Ajak acercándose a ella para abrazarla. — No sabía que tendríamos a una más, pero cuantos más mejor. Vamos, Druig tú también.
Los tres se fueron hasta una sala donde los demás Eternos les observaron sorprendidos, en realidad la observaban a ella.
Se acercaron cada uno a su máquina que los vestía con sus atuendos de batalla. A ella la pusieron un top granate y unos short de color canela, bastante cortos en realidad. La máquina le puso un colgante de oro que reflejaba el tiempo, era un regalo de Arishem. Decía que tenía un fuerte poder, que algún día se activaría. Después, la máquina le hizo una trenza en la parte de la raya central y luego recogió el pelo en una coleta alta, dejando algunos trozos sueltos, dándole más naturalidad.
Sabina se giró a su izquierda para ver a Ajak mirándola orgullosa, pues ella se había convertido en una hija para Ajak, y tenía claro que la protegería de todo y de todos.
Después, los Eternos que podían luchar ,empezaron a bajar de la nave saltando, ella empezó a andar para seguirlos pero alguien la agarró del brazo parándola.
—Sobrevuela la zona y avisa cuando veas a un desviante, te necesitamos para ser nuestros ojos, si la cosa se tuerce, ataca. — Habló Thena, para después saltar.
Ella miró la caída un poco nerviosa y se giró hacía Druig quien la observaba, él le dió una cálida sonrisa para animarla. Más decidida, extendió sus alas y se lanzó en picado. Cuando ya casi se iba a chocar con el mar, extendió las alas con fuerza y planeó por encima del agua y de las olas, en busca de desviantes. Comenzó a notar unas pequeñas vibraciones y de un momento a otro una aleta enorme parecida a la de los tiburones, se asomó tras ella. Alertada comenzó a volar más rápido, pues si alzaba el vuelo hacia arriba sería una presa fácil si el desviante saltaba. Canalizó su fuerza y el cielo empezó a tornarse gris y pequeños rayos pasaban entre las nubes hasta que empezaron a caer en el mar. Uno de los rayos dió al desviante, el cual, adolorido, tuvo que sumergirse y ella aprovechó para volar más alto. Sin embargo, como le dijo Arishem, era muy joven, y aún no era capaz de controlar sus poderes ni mucho menos era consciente de lo poderosos que eran. Uno de los rayos la golpeó provocando que soltara un grito de dolor y debido a la electricidad sus alas empezaron a fallar, hasta caer medio inconsciente. Para suerte de la chica, la tormenta que había creado había servido como señal para el resto de Eternos. Ikaris consiguió agarrarla antes del impacto y se la llevó a tierra firme. Cuando la dejo en el suelo descubrió que la chica estaba sufriendo, sus ojos eran de un color amarillo con destellos que aparecían de vez en cuando, como relampagos. Ella había acabado por absorber la energía del trueno, y por eso ahora su cuerpo tenía más de la electricidad que podía soportar.
—¿Sabina, verdad? Escúchame, tienes que pasar parte de la electricidad a mi cuerpo, podré soportarlo, tienes que hacerlo. — Le habló Ikaris.
Ella solo le miró dudosa, pero el dolor la hizo aceptar. Ikaris le ofreció su antebrazo y ella lo tomó para después empezar a pasarle energía, lentamente. Ikaris apretaba los dientes por el dolor pero no se quejaba. Cuando notó que ya había expulsado la energía suficiente de su cuerpo, le soltó.
—Gracias..., Ikaris. — dijo ella entrecortadamente.
—No hay de que. — Le sonrió.
El rugido de un desviante les hizo reaccionar. Ambos sin necesidad de decirse palabras, alzaron el vuelo, y totalmente sincronizados empezaron a atacar al desviante. Mientras Ikaris le quemaba con sus rayos lasers, ella había sacado de la tierra unas fuertes enredaderas y había conseguido atraparlo mientras Ikaris luchaba por matarlo. En un momento de despiste, el desviante consiguió liberar su cola de una de las enredaderas y con ella golpeó a la chica, provocando así que las plantas lo soltasen. Sin embargo, ella no se dió por vencida y volvió a alzar el vuelo para después comenzar a hacer temblar el suelo. La tierra bajo el desviante se empezó a hundir, y unas nuevas plantas lo sujetaban mientras se iba hundiendo poco a poco, hasta acabar totalmente enterrado, y por lo tanto muerto. Ikaris le lanzó una mirada de aprobación y se giraron a tiempo de ver como Makkari y Kingo mataban al otro desviante.
Los humanos les apuntaron con las armas y uno intentó atacar a Sabina. Ella, lista para defenderse, se quedó sorprendida cuando de repente el hombre se paró y todos soltaron las armas. Los ojos de los humanos allí presentes se habían vuelto de un dorado brillante. Oyó unos pasos tras ella y se giró para ver a Sersi avanzando hacia ellos y a Druig extendiendo una de sus manos hacia los humanos para controlarlos. Sus ojos eran ahora del mismo color dorado que los de los aldeanos. Optó por acercarse a él, quien al momento de sentir su presencia a su lado se giró para mirarla. Ella le sonrió amable con un leve asentimiento de cabeza.
—¿Estáis todos bien? — preguntó Ajak. — ¿Sabina?
Tomándolo como señal, la joven se acercó hasta Ajak, quien se encargó de curar sus cicatrices y quemaduras por parte del trueno que le había caído encima.
—Nada grave, por suerte. Parece que estais todos bien. — Finalizó y se giró hacia Sersi, quien se acercó a uno de los niños y le entregó un cuchillo dorado.
—Este es un nuevo comienzo, uno para todos. — dijo Sersi, para después sonreír al niño.
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