«Pr𝚒𝚖𝚎r 𝚎n𝚌𝚞𝚎ntr𝚘»
Din-dong
El timbre resuena por toda la casa, que ahora se siente enorme y vacía para la señora Graham, un perro viejo y cansado ladra desde su lugar en la sala mientras un niño de diez años corre hasta la habitación de su madre para avisarle que alguien toca la puerta.
—Pregunta quién es y me vienes a decir, pero no abras la puerta, ¿bien? —le pide la mujer detrás del cancel de vidrio empañado.
El niño asiente antes de salir corriendo con dirección a la puerta de entrada, deteniéndose para poder bajar los escalones cubiertos de alfombra con sumo cuidado.
—¡¿Quién es?! —grita por sobre los estruendosos ladridos, provocando que el perro se calle y camine hasta él, dispuesto a entregar su vida a cambio de proteger al miembro más joven de la manada.
—Soy el abogado Lecter, ¿es esta la casa de la señora Graham? —responde una voz grave e imponente al otro lado.
—Ajá... —responde el niño con voz titubeante antes de correr de vuelta a la habitación de su madre—, es un señor, mamá.
—¿Le abriste la puerta? —pregunta alarmada la mujer, intentando vestirse lo más rápido que puede, el niño se asusta por el tono usado y sus ojos se ponen llorosos—, William, no te estoy regañando, solo es una pregunta.
—No le abrí, solo... dijo que era abogado —responde él con el ceño fruncido, ofendido al pensar que su madre lo cree capaz de desobedecer.
—¿El abogado Lecter? —Will asiente, observando atentamente a su madre mientras ella apresura sus movimientos, colocándose los aretes largos que solo usa en ocasiones especiales, el labial rojo que tanto le gusta y no usa muy seguido por temor a que se termine y esos zapatos que Will sabe que odia por lo cansados que son, pero le encantan por lo bien que, según ella, le hacen lucir las piernas.
—¿Vas a salir? —pregunta el pequeño cruzando los brazos y frunciendo aún más el ceño.
—Ve y abre la puerta, invita al joven Lecter a pasar y ofrécele un vaso con agua, por favor hijo —dice la mujer sin prestar atención a la pregunta hecha por su hijo, terminando de colocar la primera capa de sombra sobre sus ojos.
—¿Vas a salir? —vuelve a preguntar el niño, enojado por ser ignorado.
—Anda Will, no es de buena educación dejar afuera al abogado.
El niño obedece por fin, no sin antes bufar en una clara muestra de enfado, cosa que no pasa desapercibida para su madre, quien decide ignorarlo para concentrarse en su maquillaje.
Will llega a la puerta tras arrastrar los pies descalzos por toda la casa, demorando más de lo normal en abrir la puerta.
Al otro lado hay un hombre joven, Will no sabe calcular la edad de las personas, pero sin duda se ve más joven que su madre, se viste elegante y tiene un portafolios como el de las películas, la corbata roja que se esconde debajo del saco hace destacar esos ojos color miel que miran al chico con una muda interrogante.
—Buenos días, tú debes ser Will —saluda el hombre, manteniendo el tono neutro a pesar de la mirada que lo recorre de arriba abajo—, ¿puedo pasar?
Will lo mira por unos segundos antes de hacerse a un lado y permitirle ingresar.
—William —responde el niño, cerrando la puerta con delicadeza.
—¿Qué? —El hombre pasea la mirada por el lugar, dando con el golden retriever que lo observa con semblante cansado desde su cama.
—Mi nombre es William, no Will —responde el niño volviendo a cruzarse de brazos—, a mi mamá no le gusta que usen zapatos dentro de casa, abogado Lecter.
—Oh, lo siento —con rapidez, el hombre se descalzó los zapatos, dejándolos colgando de sus dedos.
Will iba a responder, pero el repiqueteo de unos tacones bajando las escaleras lo distrajo.
—¿Will? —La mujer estaba de espaldas al recién llegado, con el vestido negro ajustado y la cadena de su gargantilla destellando sobre el escote de la espalda.
William observó la reacción del abogado, un poco más satisfecho al verlo desviar la vista a otro lado, lejos de su madre.
—Aquí estoy mamá —respondió con tono dulce, acercándose hasta ella para abrazarla.
La mujer se tambaleó un poco por la fuerza del impacto, pero sonrió enormemente al sentir las manitas de su hijo rodearla.
—¿Y el joven Hannibal? —preguntó, tratando de soltar el firme agarre de su hijo para girarse—, oh aquí está, Will... ¿por qué no lo pasaste a la sala para esperarme? Eso es de gente mal educada.
La reprimenda estaba provocando en el niño ganas de llorar.
—No pasa nada señora Graham, estábamos conversando.
—Por favor Hannibal, ya te dije que puedes llamarme Bedelia —Will frunció el ceño, notoriamente molesto, ganándose una mueca de ceja arqueada por parte del hombre.
—¿Cuántos años tiene, abogado? —preguntó entonces el niño, desafiante y molesto.
La mujer rió estruendosamente, cubriéndose la boca con una sola mano y mirando al hombre con una muda disculpa en los ojos.
—¡Will! ¿Por qué preguntas eso? —cuestionó con una sonrisa avergonzada en el rostro.
—Tú me has dicho que a los mayores se les habla con respeto mamá, tú te ves más grande que él —respondió con simpleza, cruzando los brazos, lo que no esperaba, era ver al hombre sonreír antes de responder.
—Tienes razón, pequeño, pareces alguien inteligente, por eso voy a decirte esto: cuando hay confianza, las personas suelen llamarse por sus nombres, por eso tu madre y yo nos hablamos así, pero si de verdad quieres saber, tengo veintisiete años.
—Ya le dije que mi nombre es William, y no soy un pequeño —Will lucía molesto, resaltando la palabra con desdén—, pronto cumpliré once.
Los adultos en la sala rieron por lo bajo, enternecidos ante la actitud del joven.
—Veo que eres todo un hombre, en ese caso joven William, permítame informarle que su madre y yo saldremos por unas horas, así que usted, el perro y su... cuidadora, deberán esperarnos aquí.
Will arrugó la frente cuando la palabra "niñera" estuvo a punto de salir de los delgados labios del abogado.
—¿Está lista Bedelia? —la mujer asintió, caminando hasta la puerta.
—¿Por qué no tienes zapatos Hannibal? —preguntó entonces al darse cuenta de que el recién llegado se encontraba descalzo.
Will sonrió triunfante antes de correr hacia la cocina, en donde había dejado su cereal servido y a medio comer, con las bolitas de harina y forma de fruta ordenadas por colores y una película pausada en la televisión.
—Es solo que yo no uso zapatos dentro de casa, así que la costumbre me ganó y me los quité antes de entrar —respondió Hannibal en un tono ligeramente más alto del normal.
—¡Eso es maravilloso! Llevo algunos años pensando en hacer eso, ¿quisieras enseñarme cómo funciona cuando hay visitas? —Will azotó la cuchara al escuchar a su madre tan emocionada, volviendo a correr hasta la puerta en donde Hannibal ya lo veía con media sonrisa en los labios.
—Con mucho gusto —respondió el hombre, sonriendo de manera encantadora hacia la mujer, que se sonrojó notablemente.
—Will, no olvides que no debes abrirle la puerta a nadie, ¿sí? Freddy vendrá en un rato a verte, traerá a Abigail para que jueguen, pero ella tiene llaves. Come tu cereal y métete a bañar, saldremos a cenar cuando vuelva.
El niño no emitió sonido alguno ante las indicaciones de su madre, únicamente observándola hasta que la puerta fue cerrada detrás de ella, permaneciendo en su lugar hasta que el sonido de sus pasos dejó de escucharse.
Celos, eso era lo que el pequeño sentía al ver a su madre lucir tan feliz y arreglada con el hombre de nombre raro. William deseaba contarle todo a su padre, pero él hacía semanas que no pisaba esa casa, siquiera había llamado a Will para saludarlo, pero él sabía toda la verdad aunque su madre no se la dijera, sabía que ellos se estaban divorciando, había visto los papeles sobre la mesa y había escuchado una larga conversación a hurtadillas, en la que su madre lloraba y le contaba a su mejor amiga todo.
Él también había llorado al enterarse de que su padre tenía otra familia, que no volverían a vivir juntos ni mucho menos salir al parque para tener un día de campo con sándwiches y helado, pero no se lo había dicho a su madre, convencido de que ella lo regañaría por haberla espiado.
Terminó su cereal con molestia, no importaba si se divorciaban, pero no quería que su madre saliera con nadie más, ¿por qué ese hombre le hablaba así? ¿Eran amigos? No necesitaba amigos, mucho menos a uno tan guapo y formal como el abogado, ya lo tenía a él, quizá si su madre viera que él podía cuidar bien de ella, dejaría de salir con ese hombre.
Will lavó su plato y cuchara con cuidado y delicadeza, eso debería ser un buen indicio para hacerle saber a su madre que podía ser responsable, también llevó a Max al patio para que hiciera del baño y tendió su cama, guardando todos los juguetes regados debajo del mueble, seguro de que su madre lo notaría y desistiría de buscar a alguien más.
Aquella tarde se prometió convertirse en el hombre de la casa, aunque no estaba seguro de lo que eso significaba con exactitud.
—¿Entonces me estás diciendo que ya no podemos jugar Minecraft en tu consola porque ya eres un hombre? —Abigail no podía entender a qué se refería su amigo y vecino, ella estaba emocionada por seguir explorando aquél mundo en el que ya había logrado recolectar un par de diamantes y su armadura de oro al fin estaba completa.
—Exacto, si quieres jugarlo lo harás sola —sentenció el pequeño, sirviendo helado en tres platos.
Freddy, la madre de su amiga, se había ofrecido a hacerlo, pero él la detuvo, insistiendo en que un hombre es capaz de servir su propio helado y el de las visitas.
—¿Y entonces qué haremos? Tu madre vuelve hasta las seis de la tarde y recién son las doce del día —Abigail recibió su plato repleto de helado y caminó hasta la sala, seguida por Will.
—Jugaremos Mario Kart, ese juego es para grandes porque significa que ya podemos aprender a conducir —respondió con seguridad el niño, dejando su helado sobre la mesa de centro para poder buscar el videojuego.
—Will, ni siquiera pudiste arreglarte los rizos después de bañarte porque el estante con el fijador te quedaba demasiado alto ¿qué te hace pensar que alcanzarías los pedales de un auto? —Will pasó una mano por su cabello ahora seco.
Era cierto, pero incluso así, se las arregló para poder cepillar su cabello y que los rizos castaños le quedaran esponjosos y listos para cuando pudiera ponerse el spray que los mantenía en su lugar.
—No digo que vaya a conducir ya, pero en el juego aprendes a dar las vueltas y esas cosas, ¿no? —Abigail lo pensó por un momento, encogiéndose de hombros para aceptar la idea.
Las horas pasaron con rapidez tras la ventana, en donde la oscuridad se apoderó del cielo y la luz amarillenta de las calles. Will había insistido en cocinar para Abigail, su madre y él, pero Freddy se lo impidió, proponiendo que él "siguiera con sus lecciones" mientras ella cocinaba.
Para cuando Bedelia llegó, William ya se encontraba montado en un banquito, guardando todos los utensilios que había lavado con anterioridad.
—Vaya, vaya, ¿a qué se debe esto? —preguntó su madre en cuanto lo vió ahí, aunque su mirada estaba fija en la mujer pelirroja que solo se encogió de hombros y negó, igual de sorprendida que la recién llegada.
—Hola mamá —respondió Will sin dejar de hacer su labor, concentrándose en no dejar caer el plato de porcelana.
—Will, corazón, deja eso y ve por un suéter ¿quieres? —respondió su madre, tratando de entender la situación—, veo que te pusiste la ropa que dejé sobre tu cama, me alegro. Nos vamos en diez minutos, no tardes.
Will guardó el último plato en el estante y pasó frente a la mujer, percatándose del saco que le cubría los hombros, cosa que no le importó demasiado.
—Gracias por cuidarlo Freddy, ¿sabes por qué está tan raro? —preguntó la mujer en voz baja.
—Dice que quiere ser un hombre, así que ahora hará cosas de hombres —respondió Abigail desde la cocina, en donde había estado tomando agua, sorprendiendo a las presentes.
—¿Te dijo por qué quiere hacer eso? —preguntó Bedelia entre sorprendida y enternecida.
—No, pero ya no me dejó jugar Minecraft, así que debe ser serio, él ama ese juego.
—Hablaré con él Abby, gracias por decírmelo —la niña sonrió, regresando hasta donde su madre para tomar su suéter y salir de la casa.
—Dígale a Will que el lunes en la escuela debe regalarme su jugo de manzana si a mí me dan uno de uva, eso es lo que hacen los hombres —dijo Abigail a modo de despedida.
—Ya estoy listo mamá, ¿a dónde vamos a ir? —preguntó Will con un suéter de punto color café recién colocado y los rizos alborotados por la estática que eso le provocó.
Bedelia sonrió con ternura, acicalando el cabello de su hijo y reprimiendo las ganas de llorar.
—El abogado Lecter y yo queremos hablar de algo contigo —respondió a media voz, abriendo la puerta para dejarlo pasar.
Fué ahí en donde Will vio al hombre que creía ya se había ido, estaba parado a un lado de su auto, revisando algo en su celular y con la camisa blanca brillando por la luz de las farolas. Ya no llevaba saco, porque era lo que su madre traía sobre los hombros, pero la corbata aún le apretaba el cuello y su cabello, ahora sin el fijador por el largo tiempo a la intemperie, le caía sobre el rostro en mechones más largos de lo que imaginó.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó con enfado, deteniéndose antes de bajar las escaleras que lo conducían hacia la salida del jardín.
Su madre suspiró, cansada y sin humor para soportar los celos de su hijo, porque claro que se había dado cuenta de lo hostil que estaba siendo con el abogado.
—El abogado Lecter va a acompañarnos a cenar, hay algo que debemos hablar contigo.
—¿Y no puedes solo decírmelo tú? —Will sonaba enfurruñado, negándose a seguir avanzando.
—No William, así que vas a subir a su auto, te vas a poner el cinturón de seguridad y vas a portarte bien, esto es importante. —Sentenció la mujer, cerrando con llave la puerta y caminando hasta el auto del joven, que al verla acercarse le abrió la puerta del copiloto y luego la que daba a los asientos traseros para dejar subir a Will.
—Puedo hacerlo solo, gracias —masculló él sin ver a los ojos al hombre.
Hannibal se encogió de hombros, no era la primera vez que un niño con padres divorciados lo trataba mal, aunque con este parecía que iba a ser más difícil ganárselo, empezaría por comprarle un helado y una hamburguesa, eso siempre funcionaba.
—¿Entonces a usted no le gusta mi mamá? —preguntó Will por tercera vez en la noche.
La mujer suspiró y se cubrió el rostro mientras Hannibal sonreía de lado y negaba, acercando de nuevo el helado ya medio derretido hacia Will.
—William, por favor come tu helado, va a hacerse agua —insistió el abogado con la mirada amable y una sonrisa relajada—, ya te lo dijimos, solo queremos hablar sobre lo que va a suceder a partir de ahora con tus padres.
Will comenzó a comer, despacio y de a poco, justo como había visto hacer al abogado.
—Se van a divorciar ¿no es así? —respondió con la mirada fija en el postre.
Su madre se descubrió el rostro, mirándolo atentamente y Hannibal asintió despacio.
—¿Cómo sabes eso Will? ¿Estuviste espiándome?
—No hablas en voz precisamente baja mamá, te escuché hablando con Freddy sobre eso, ¿por eso me cuida tantas veces ahora? Ella también se separó del padre de Abigail ¿no? —su madre asintió con los ojos llorosos.
—¿Cómo te sientes sobre eso? —preguntó con cautela, observándolo comer con una calma desconocida, acostumbrada a tener que limpiar los manchones de su ropa y mejillas.
—Bien, supongo, no es como si papá pasara mucho tiempo conmigo antes —respondió encogiéndose de hombros, concentrado en reprimir el impulso de comer enormes cucharadas de su postre favorito—, pero voy a volver a verlo, ¿verdad?
—Así es, es de lo que quería hablarte William —intervino Hannibal, tendiéndole una servilleta cuando vió una gota manchar la barbilla del pequeño.
Will aceptó el pedazo de papel, mucho más tranquilo que antes y dispuesto a escuchar al hombre que, ahora, sabiendo lo que sabía, ya no parecía tan malo.
5 años después
—¡Will, abre la puerta! —gritó su madre desde lo alto al escuchar el timbre resonar por toda la casa, el adolescente se levantó del sofá en donde había estado todo el día, dejando su teléfono a un lado con una página abierta, seguro al saber que su madre no bajaría pronto de su habitación.
—Hola William, ¿están listos? —el mencionado observó por unos segundos al recién llegado, sin molestarse en disimular el desdén que sentía por él.
—¿No te parece que vienes muy seguido como para no gustar de mi madre? —preguntó Will con tono cansado, cruzándose de brazos e impidiendo el paso del abogado—. Hace cuatro años que terminó el divorcio, mi padre cumple con el acuerdo y mi madre no necesita más de tus servicios.
Hannibal arqueó una ceja, tratando de ignorar el énfasis en la última palabra.
—Y tú pareces muy enfocado en correrme de tu casa como para no estar celoso —contraatacó él, manteniendo la calma, casi sonriendo al ver a Will enrojecer.
—¡No son celos! Solo protejo a mi madre de tipos como tú, que seguro con ese sueldo de abogado no debes tener ni para comer y vienes aquí, deseando tener lo que ella tiene —masculló el adolescente, bajando la voz cada tanto, con temor a que su madre lo escuchara.
Hannibal sonrió ampliamente, disfrutando de ver al chico perder la paciencia.
—Quizá, pero eso tú no lo podrás impedir —dijo en un susurro antes de entrar a la casa por la fuerza, empujando a Will con su cuerpo, lo cual fue fácil, ya que aún si ese pequeño de hace cinco años había crecido casi el doble, Hannibal aún era mucho más musculoso que el adolescente.
William permaneció en la puerta unos segundos, tratando de respirar con normalidad a pesar de tener el perfume del abogado impregnado en las fosas nasales y la ropa. Observó el auto estacionado afuera de su casa, era un bonito Hyundai elantra en color negro, por lo que Will pensó que sería una lástima que alguien le pinchara las llantas o le rayara el cofre, pero antes de que esa idea tomara una forma más definida en su cabeza, recordó algo mucho más importante que lo hizo correr hacia el sofá en el que se encontraba minutos antes.
Hannibal estaba en la isla de granito que separaba el comedor de la cocina, bebiendo un vaso de jugo verde y una sonrisa tan encantadora como irritante mientras escuchaba el parloteo de la dueña del lugar.
—Vamos Bedelia, ¿en serio piensas que voy a creerte? —preguntaba el abogado con más ánimo del usual, observando a Will correr hasta su celular, suspirando al ver que estaba apagado.
—Es la verdad Hannibal, yo fui quien encontró ese trozo gigante de oro en la playa porque me tropecé con él mientras perseguía mi cometa.
—¿Y por qué no te lo quedaste? Serías multimillonaria ahora —continuó Hannibal sin apartar la vista de Will, quien lo observaba con cara de asco mientras pretendía escabullirse a su habitación.
—Will, ven acá, debes comer algo antes de que me vaya, te conozco perfectamente y sé que no vas a comer nada sano si no te lo doy yo —dijo su madre apenas girando la cabeza para hablarle, aún concentrada en el omelette que preparaba—. Yo no sabía lo que era, así que solo me levanté y volví a correr detrás del hilo suelto, a las pocas horas salió en las noticias el hallazgo y supe que esa piedra era más importante de lo que imaginé, solo tenía diez años Hannibal.
—Debiste ser una niña bastante tierna —dijo en tono bajo, provocando en la mujer un sonrojo leve y un bufido en su hijo.
—Para nada, usaba frenillos, gafas de montura gruesa, siempre tenía el cabello enredado y ni siquiera podía mascar y caminar al mismo tiempo sin sufrir un accidente... era una chica muy poco agraciada.
—Yo creo que siempre has sido hermosa, mamá, no deberías decir esas cosas de ti —habló Will, dejando a Hannibal con las palabras en la boca—, además... yo me parezco mucho a ti, así que ¿me estás diciendo que soy feo?
Bedelia soltó una risotada antes de sacar la sartén del fuego y servir lo que había estado preparando, observando a su hijo con ternura.
—Gracias hijo, creo que tienes toda la razón —respondió con una sonrisa, viendo a los hombres frente a ella comenzar a comer despacio—, ahora Hannibal, come rápido porque se nos hace tarde y aún si tenemos una sala solo para nosotros, debemos llegar a tiempo.
—¿William no vendrá? —preguntó más rápido de lo normal y sin poder fingir su sorpresa.
—No, él...
—¡Sí iré! —se apresuró a responder el adolescente, dando grandes bocados a su desayuno y terminando el jugo con solo un par de tragos.
—¿Qué? Pero si dijiste que no te interesaban los planes de ancianos aburridos —reclamó ella, sorprendida por el repentino cambio en su hijo.
—¿Eso dije? —Will quiso golpearse por eso, pero sería demasiado obvio hacerlo, por lo que rápidamente ideó una mentira—. Yo... lo que pasa es que dije que no me gusta estar rodeado de ancianos con olor a armario viejo, pero ahora que sé que no vamos a estar rodeados de gente, claro que quiero ir a... eso.
—La ópera —murmuró Hannibal con la vista fija en su plato casi vacío y una media sonrisa burlona en el rostro.
—Sí, claro, la ópera —respondió, ignorando el gesto de Hannibal—, me iré a cambiar entonces.
—¿Seguro? Parecía que estabas bastante... ocupado antes de que yo llegara —se burló Hannibal y Will no supo si correr de ahí o meterle el resto del omelette por la nariz.
—Lo que sea puede esperar si se trata de acompañar a mi madre, nada es más importante para mí —dijo con la mandíbula apretada.
—Claro... lávate bien las manos entonces, no quisiera que mi auto terminara manchado de... omelette.
Will lo miró por un momento antes de decidirse por salir de ahí a paso rápido, tomar su teléfono y subir las escaleras de dos en dos.
Al llegar a su habitación desbloqueó el aparato y la pantalla se iluminó con la página porno que se encontraba revisando antes de levantarse a abrir la puerta, un video bastante explícito de dos chicas comenzó a reproducirse, pero ya no le prestó atención, optando por cerrar la ventana y desechar el enlace que uno de sus amigos le había mandado, insistiendo en que si no se le paraba con eso, significaba que algo andaba mal con él.
Tu porquería no funcionó,
así que la polla no me sirve
o tienes pésimo gusto en
porno.
Envió el mensaje antes de tirar su teléfono contra el colchón, casi sufriendo un infarto cuando quedó al borde de este, pero sin caer al suelo.
Se vistió rápidamente con ropa formal, no quería desentonar con el vestido formal de su madre ni quedar opacado por el traje con moño del abogado Lecter, aunque prefirió usar un pantalón de vestir sin saco ni chaleco, solo una camisa blanca sin botones y cuello alto sin solapas, abierta hasta el pecho, lo que dejaba a la vista sus clavículas.
Se puso el reloj que su padre le había regalado y casi se vació encima media botella de perfume, lo que le revolvió el estómago, pero era tarde para arrepentirse.
Bajó a paso rápido con los zapatos en la mano, pues la bromita de hacía unos años le había jugado en contra y ahora nadie podía usarlos dentro de casa.
—Estoy listo —dijo apenas llegó al comedor, pero su madre no estaba por ningún lado, solo el abogado Lecter se encontraba ahí, de espaldas a él, desabotonando sus mangas y doblándolas hacia arriba para dejar al descubierto sus fuertes antebrazos de venas marcadas.
Se había quitado el saco y el corbatín, dejando el pedazo de tela colgando de su cuello sin el nudo, el pantalón estaba hecho a medida, Will pudo notarlo a la perfección porque se amoldaba sin problemas a las piernas del hombre y resaltaba la curvatura de su trasero sin problema.
Algo se removió con fuerza en su interior, cosa que lo hizo aspirar aire con fuerza y ahogarse con su saliva, lo que terminó por convertirse en una incontrolable tos que alertó al hombre frente a él.
—William, ¿estás bien? —Hannibal se acercó rápidamente para ver qué sucedía, notando la cara, orejas y cuello de Will completamente enrojecidos—, ¿te estás ahogando? Traeré agua.
Corrió hasta la cocina, cosa que Will agradeció profundamente, pues tras ese nuevo y repentino descubrimiento, lo que menos necesitaba era tener a Hannibal tomándolo por los hombros, viendo directo a sus ojos y ese varonil y delicioso perfume ofuscando su cerebro.
Antes de que pudiera regresar de la cocina, el adolescente corrió hasta el baño de visitas, encerrándose ahí con un portazo. Lo que vio frente al espejo no era tan malo, solo él con las mejillas rojas y la mirada vidriosa, pero al bajar la vista entró en pánico; sus pantalones, también hechos a medida, ahora le apretaban de la entrepierna, un bulto bastante notorio lo hacía querer correr lejos de casa y desaparecer para siempre, pero ni siquiera la vergüenza era suficiente para opacar el golpeteo de su corazón contra su pecho y ese delicioso calor que le recorría entero para luego concentrarse en su miembro, más despierto de lo que jamás lo había sentido.
Con cautela y sin salir de su asombro, Will dirigió su mano hasta ahí, palpando con delicadeza aquél protuberante bulto, se sentía duro y tibio contra su palma, los escalofríos que recorrieron su columna vertebral le hicieron temblar las rodillas y recostarse contra la pared mientras se aventuró a abrir la bragueta del pantalón, exponiendo así sus boxers ajustados con una pequeña mancha húmeda ahí en donde la punta de su pene tocaba la tela.
Dedos temblorosos por la excitación y la emoción, la boca entreabierta para tratar de respirar un poco más de oxígeno y las rodillas temblorosas eran todo lo que Will podía percibir de sí mismo por sobre el placer que estar tocando su duro y sensible miembro le producía, la piel fría de su palma contra lo caliente de su duro miembro era el contraste que necesitaba y lo que lo hizo soltar un gemido ahogado mientras liberaba su erección de los apretados boxers.
Ahora podía entender a sus amigos, comprendía el por qué todos hablaban de lo bien que se sentía tocarse y comenzaba a reconocer ese cosquilleo del que todos hablaban con tanta devoción.
Con algo más de seguridad y emoción, Will cerró sus dedos alrededor del falo, comenzando a mover la muñeca como había visto hacer a las chicas en los videos que sus amigos le mandaban. Ahora lo comprendía, él no quería ser ese hombre que recibía atención de un par de bonitas mujeres, él quería ser como ellas y sentir lo duro que podía poner a alguien más.
Quisiera poner así de duro a Hannibal. William no supo de dónde vino ese pensamiento, pero tampoco tuvo tiempo de reprimirlo, porque el espasmo de placer que la sola idea le produjo lo hizo gemir y morderse el labio con fuerza mientras sentía todo el calor concentrarse en su vientre bajo, ahí en donde su abdomen plano y de piel suave terminaba para dar paso al bello púbico que se le rizaba notablemente. El ritmo de su mano aumentó la fuerza y velocidad a medida que el calor se acumulaba, pero algo le faltaba, se sentía a punto de llorar por no poder liberarse cuando, no supo si llamarlo buena o mala suerte, alguien habló al otro lado de la puerta.
—¡William! —la gruesa y ruda voz de Hannibal resonó entre las paredes craneales del adolescente, quien solo pudo morder su labio con mayor fuerza y cerrar los ojos al sentir líquido espeso, caliente y abundante escurrir por su mano.
Las rodillas le temblaban tanto que no sabía cómo era posible que siguiera de pie, su corazón latía tan rápido y fuerte que por un momento, temió que le rompiera las costillas, pero la sonrisa en sus finos labios era lo único que en realidad le importaba por ese pequeño y maravilloso instante.
—¿Estás bien? ¡Responde o voy a entrar! —amenazó el hombre del otro lado de la puerta, tocando insistentemente con los nudillos.
—¡No! —gritó Will con la voz un tanto descompuesta por los gemidos reprimidos y la falta de aliento, por lo que se aclaró la garganta antes de volver a hablar—, estoy bien, salgo en un momento.
Hannibal dudó antes de alejarse de la puerta, aún con el vaso en mano y una expresión de marcada preocupación en su semblante.
—¿Y Will? —La voz de Bedelia sacó a Hannibal de sus pensamientos al entrar en la cocina—, ¿estás bien?
—Sí, todo está bien, Will... está en el baño, ya viene.
Minutos después el adolescente salió a paso lento de aquella habitación, con las rodillas temblorosas, las mejillas rojas y una mueca que fusionaba la vergüenza y la satisfacción en una sonrisa sutil y una mirada esquiva.
—¿Estás bien, cariño? ¿Te sentó mal el desayuno? Si te sientes muy mal puedo llevarte al doctor —interrogó la mujer con preocupación, acercándose rápidamente a su hijo para tomarle el rostro entre sus delgados dedos—. Estás muy rojo y caliente... ¡debe ser fiebre! Hannibal, lo siento, debo llevarme a Will al...
—¡Estoy bien mamá! —casi gritó el joven al sentir tanta atención en él, no solo por su madre, sino también por la atenta mirada de Hannibal sobre él, con los ojos miel entrecerrados, escudriñando cada parte de su rostro.
—¿Seguro que estás bien William? Pareces bastante alterado, creo que te interrumpimos en algo demasiado importante —dijo Hannibal en tono burlón, ganándose una mirada cargada de odio por parte del joven.
—No quiero que dejes de hacer tareas solo por venir conmigo Will, si se trata de eso, prefiero que te quedes en casa y ya después salimos nosotros, sabes que tu prioridad es la escuela.
El adolescente rodó los ojos con hastío, a lo que su madre respondió con una mueca de molestia que lo hizo borrar aquella expresión de inmediato.
—Estoy bien mamá, acabé mi tarea también, Hannibal solo está metiendo su nariz en donde nadie le llama —lo último lo dijo en un susurro para que su madre no lo escuchara, pero la atenta mirada del hombre no lo pasó desapercibido, dedicándole una sonrisa ladina en respuesta.
—Voy a creerte, así que espero que me estés diciendo toda la verdad —respondió la mujer tras un suspiro, caminando hacia la entrada para tomar su bolso—, vámonos o llegaremos tarde.
—Espero que te hayas lavado bien las manos niño, o voy a pasarte la factura del autolavado cuando me digan que encontraron cosas pegadas al asiento —murmuró Hannibal al pasar por su lado sin detenerse.
Pero Will no le dio importancia aquellas palabras, ni siquiera fue eso lo que le provocó un violento sonrojo, sino la repentina proximidad, el roce del aliento contrario sobre su nuca y la ronca voz susurrante entrando hasta lo más profundo de su consciencia, alojándose ahí sin advertirlo, sin saber que después, eso le traería tantos problemas como diversión.
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