« L𝚊𝚜 𝚌𝚘𝚜𝚊𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚞n𝚘 h𝚊𝚌𝚎... »
—Oh mierda... sí... Hannibal... más por favor...
—Oh mi pequeño Will, luces tan bien debajo de mí...
William abrió los ojos con el corazón le martillandole los oídos, la penumbra de su habitación lo recibió con aquél acogedor manto de anonimato y soledad en el que agradecía encontrarse, porque de haber alguien, habría notado de inmediato aquél sobresalto que lo tenía inmóvil y sudoroso sobre el colchón, con los rizos pegados a la frente y la nuca.
Debajo de la sábana, el calor que emanaba su cuerpo era tal, que la ropa ligera se le pegaba a la espalda y remarcaba notoriamente su nueva erección.
Con el corazón aún palpitando en su pecho como si quisiera salirse de ahí, Will apartó la ropa de cama con un manotazo, permitiendole al aire refrescar su piel a medida que se despojada de la ropa empapada hasta quedar solo en boxers.
La tienda de campaña que tenía entre las piernas lo mantenía intrigado, completamente sumergido en las sensaciones que su cuerpo le mostraba.
Con lentitud y concentración, Will descubrió el palpitante miembro, observándolo rebotar y salpicar un poco de líquido sobre su abdomen.
El cosquilleo que sintió no se podía comparar a ningún otro, ni siquiera al que le provocó la adrenalina de rozarse contra Hannibal en el teatro.
Odiaba admitirlo, pero ir con él y su madre había sido una de las peores y mejores decisiones que había tomado. La "protección" y vigilancia hacia ella había quedado en segundo plano cuando se dio cuenta de lo que iba a tener que afrontar por las próximas dos horas.
Al parecer, por una terrible y maravillosa coincidencia, habían sobre vendido los lugares que les correspondían, por lo que tuvieron que compartir palco junto a un par de ancianos que, por obvias razones, tomaron los asientos que eran para los dos jóvenes.
El espacio reducido y cerrado era el ideal para volver loco a cualquiera, pero el que Hannibal y William permanecieran de pie en un extremo del lugar, uno junto al otro, compartiendo espacio personal y oxígeno, había desatado en el menor de todos un frenesí plagado de deseo y adrenalina, cosa que lo obligó a idear estrategias quizá demasiado obvias y rebuscadas para poder pegar la espalda al fuerte y cálido pecho del hombre que no se había molestado en siquiera mirarlo, embriagando los sentidos del joven.
El simple recuerdo ponía a William de rodillas, de una forma figurativa que él habría estado encantado de volver literal, su miembro palpitó en busca de atención cuando la imaginación de Will lo transportó a aquél lugar; oscuro, reducido y cálido.
Con calma y tratando de disfrutar de este nuevo viaje lleno de descubrimientos, Will envolvió su erección con mano firme y segura, amasando y disfrutando de las sensaciones que eso le provocaba.
Con delicadeza y sumo autocontrol comenzó su vaivén de muñeca, subiendo y bajando al compás de sus pausadas respiraciones.
En su mente, el aroma a cedro y menta del abogado lo rodeaban por completo, embriagando sus sentidos y provocando que sus labios se entreabrieran para permitir el paso de más oxígeno. Gemidos contenidos y jadeos quedos eran lo único que se escuchaba en aquella habitación, pero en la mente de Will, una voz ronca y demandante le decía lo bien que se veía mientras él pedía más; más velocidad, más fuerza, más besos húmedos en el cuello que terminaran en mordidas y marcas en sus clavículas, más de aquellas enormes y firmes manos tomándolo por la cintura, amasando su piel e impregnandola de su aroma.
Un gemido inesperado abandonó la garganta del joven en cuanto su abdomen se contrajo y el calor estalló sobre su mano, salpicando y ensuciando todo a su paso.
Con la respiración entrecortada, los ojos vidriosos y el sudor bajando en pequeñas gotas que le cosquilleaban el cuello, Will levantó la cabeza de la almohada solo para encontrarse con su vientre plano cubierto de el líquido caliente y espeso que formaba un camino de gruesas tiras que evidenciaban lo sucio de sus pensamientos y el profundo placer que estos le causaban.
—Mierda... —susurró dejando caer la cabeza en la mullida prenda de nuevo, tratando de acompasar sus jadeos.
La relajación después del orgasmo era todo lo que estaba bien en la vida, Will podía darle la razón en eso a sus amigos.
Cerró los ojos permitiéndose sentir el cosquilleo abandonar su cuerpo y el calor desvanecerse lentamente de sus extremidades, dibujando en su rostro una pequeña sonrisa e imaginando cómo se vería Hannibal con el cabello desordenado y pegado a la frente mientras lo mira desde arriba, en condiciones igual de desastrosas que la suya.
El sueño abordó a Will sin que pudiera siquiera advertirlo, dejándolo inconsciente en solo unos minutos, con la vivida imagen del hombre trajeado y despeinado detrás de los párpados.
—¡WILL, SAL AHORA MISMO! —Su nombre en forma de gritos llegó hasta él desde afuera de su habitación, seguido de golpes estruendosos que terminaron de despertarlo.
Alarmado, miró en todas direcciones, dándose cuenta de que se había quedado dormido con los boxers por debajo de las bolas y una enorme, seca y picante mancha de semen sobre su abdomen.
La perilla de la puerta comenzó a girar mientras su madre advertía a gritos que estaba por ingresar a la habitación, por lo que con apenas unos segundos de margen, Will alcanzó a cubrir su desnudez, y lo que pudo ser una de las mayores vergüenzas de su vida, con una escueta sábana.
—Santo Dios Will, ¿hace cuánto no te duchas? Parece que hiciste ejercicio aquí dentro por cinco días seguidos y no te bañaste ni una vez —reprendió Bedelia al ingresar, arrugando la nariz por el fuerte aroma a sudor.
—¿Qué necesitas mamá? Es mi habitación, si no te gusta cómo huele, no entres —respondió con hastío y aún adormilado, por lo que no pudo distinguir bien la mueca de molestia que le fue dirigida.
—No me respondas de esa manera William, porque sabes lo que pierdes si te haces el adulto —dijo la mujer con toda la calma de la que fue capaz, respirando profundamente antes de volver a hablar, arrepintiéndose casi al instante—. Si no bajas en diez minutos; duchado, peinado y con el uniforme puesto, voy a dejarte aquí y vas a tener que irte a la escuela a pie.
Bedelia salió del lugar cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria, dejando a Will con cara de aburrimiento y apenas afectado por la amenaza, pero aún así se levantó y quizá, solo quizá, arrastró los pies mucho más lento de lo usual hasta el baño, en donde se demoró cinco minutos más en lavarse el cabello y cepillarse los dientes.
Para cuando Will bajó con el uniforme de la secundaria privada en la que cursaba su último año, Bedelia ya estaba recogiendo su bolso y las llaves del auto, a punto de dejarlo, justo como había dicho.
—Ser impuntual es de mala educación Will —masculló la mujer mientras la llaves tintineaban en su mano.
—No es como si hubiese alguien más... aquí...
Unos ojos color miel observaban al chico de rizos rebeldes desde la barra del comedor, en la que depositó su vaso de cristal ya vacío.
Will no supo cómo reaccionar ante eso, no esperaba verlo tan pronto ni mucho menos con los recuerdos de la noche anterior aún causando estragos en sus entrañas. La picazón que el semen seco había dejado en su piel se había desvanecido por completo, pero el calor en la punta de sus dedos, las rodillas temblorosas y los labios mordisqueados de tanto contener los gemidos que amenazaban por salir de su garganta, seguían presentes, recordándole aquella hermosa visión de ese hombre; besándolo, tocándolo y tomándolo.
Hannibal arqueó una ceja al ver al chico enmudecer y sonrojarse.
—¿Ahora también desayuna aquí? —preguntó Will en tono hostil, tratando de volver a levantar esas barreras que una simple mirada habían derribado.
—Will, si vas a estar tan grosero, lo mejor es que te vayas caminando para que reflexiones sobre tu comportamiento, yo no te eduqué así —sentenció su madre abriendo la puerta sin mirarlo.
Hannibal no emitió sonido alguno mientras pasaba por un costado del joven, recibiendo un bufido como respuesta a su presencia.
—Como sea... —murmuró él, caminando hacia la cocina sin inmutarse con el sonido de la puerta cerrándose tras él.
Comió con tranquilidad el par de huevos que su madre le había dejado sobre la barra y se preparó un café disuelto en leche, tomándolo a pequeños sorbos. El reloj sobre su muñeca marcaba las siete y treinta cuando al fin se levantó de su lugar y, muy a su pesar, lavó los utensilios que había usado.
Vio el vaso de cristal que Hannibal había dejado, estaba vacío, pero el material transparente dejaba ver las marcas de labios ahí en donde el hombre los había posado para beber.
Will tragó saliva con dificultad, asustado y emocionado con la idea que acababa de llegar a su mente. Con pasos inseguros anuló la distancia que había entre él y el vaso, tomándolo con una de sus manos jabonosas y poniéndolo a la altura de sus ojos para delinear cada pequeño borde, hendidura y huella que quedó marcada en el frío cristal. Lo giró entre sus dedos mientras contaba: una, dos y tres marcas, perfectamente reconocibles de aquellos labios con los que soñó presionando sobre su piel.
Con suma lentitud, Will acercó el cristal a su rostro, respirando de manera acelerada y superficial, entreabriendo los labios para permitir el paso del oxígeno hasta sus pulmones, o quizá, para poder poner el borde del vaso entre ellos, aspirando el aire con cuidado para poder sentir el sabor de los restos de saliva.
El joven pegó un brinco que lo movió un par de pasos hacia atrás cuando el cristal se estrelló contra el suelo, despedazándose en varios trozos.
—Mierda...—murmuró antes de agacharse rápidamente y comenzar a recogerlos, a sabiendas que su madre notaría que faltaba ese vaso y probablemente lo regañaría por haberlo roto.
Mientras lo recogía no pudo evitar tocar sus labios con la lengua, en busca de un indicio, un mínimo rastro de aquella saliva que deseaba conocer, sin éxito.
Para cuando terminó de recoger todos los fragmentos, la vergüenza que sentía competía fácilmente con su enojo, incapaz de creer su reacción y lo incontrolables que podían ser sus deseos.
Arrojó el vidrio con fuerza al cesto, sintiendo un par de bordes rasgar la frágil piel de sus palmas. Continuó enjuagando los últimos trastes jabonosos, dejando correr el agua ensangrentada sin darle demasiada importancia hasta que hubo terminado. Con desinterés y poca delicadeza, envolvió su mano en gasa estéril y un vendaje torpe, pero funcional, para luego tomar su mochila y colgarsela al hombro, dispuesto a salir.
Su teléfono sonó en el interior de su bien planchado y rígido uniforme, deteniendo su andar e impidiendo que pudiera ponerse el segundo zapato.
—Will, ¿en dónde carajo estás? El subdirector ha estado preguntando por ti —murmuró su madre al otro lado de la línea.
—¿Y no puedes decirle la verdad? Que me dejaste en casa por llevar a tu noviecito contigo o algo así —respondió él en tono aburrido, sosteniendo el teléfono entre el hombro y la oreja para poder seguir poniéndose los zapatos.
—No me hables de esa forma Will, además, Hannibal no es mi novio, si no llegas en diz minutos, voy a castigarte lo que resta del ciclo escolar.
Will se quedó escuchando el pitido que indicaba la llamada terminada mientras terminaba de atarse los cordones, todo con cara de aburrimiento y sin un mínimo ápice de culpa.
Volvió a guardar el teléfono y tras cerrar con llave, comenzó a caminar hacia la escuela.
—Solo medio año, solo debo esperar medio año para librarme de ella —se dijo en voz alta, esperando el autobús en la parada, deseando que esos seis meses pasaran rápidamente, aunque sabía que incluso en la preparatoria no podría librarse de la tan querida y afamada directora que lamentablemente también era su madre y controlaba todo lo que tuviera que ver con sus estudios.
—Que sea hijo de la directora no le da derecho a llegar tarde, señor Graham —Will se detuvo frente a su casillero con la mano aún sobre el candado de combinación, escuchando a sus espaldas la voz del sub director.
—No llego tarde por eso, habría sido igual si mi madre fuese una prostituta del barrio bajo —respondió con simpleza, girando la perilla entre sus dedos para abrir el mueble.
—Eso es muy irrespetuoso de su parte, irá a detención tres veces a la semana y se quedará a recoger el gimnasio todos los viernes —espetó el hombre con el rostro rojo de enojo.
—¿Qué parte con exactitud? ¿La palabra prostituta o en donde asumo que los barrios bajos tienen prostitutas? Que usted sea un virgen no es mi problema, de cualquier forma, todos los empleos son respetables.
El hombre enrojeció a tal punto que podría haber iluminado todo el pasillo de haber estado a oscuras, impresionado por la soltura e indiferencia del joven frente a él.
—¡Detención todos los días por un mes! —sentenció con un grito antes de girar sobre sus talones y caminar hacia su oficina.
Will se encogió de hombros sin mostras más interés que el que se le da a una mosca muerta sobre una mesa, sacando los libros de su casillero con toda la calma de la que era capaz.
Iba a ser un día cualquiera, tan aburrido y monótono que era cómico, o eso pensó hasta que una voz lo interrumpió en su tranquilo paseo por el pasillo, a la espera del timbre que indicaba el cambio de turno para poder integrarse a sus clases.
—William, pensé que no vendrías a la escuela, estaba comenzando a preocuparme en serio por ti.
El cuerpo del joven se tensó notablemente, obligándolo a aferrarse de la correa que colgaba de su hombro.
—¿En serio abogado? A este paso comenzaré a verlo hasta en la sopa, ¿Mi madre sabe que nos está siguiendo? —dijo a modo de respuesta, girando en redondo hasta poder ver al hombre a los ojos—. No soy abogado, pero estoy bastante seguro de que esto es acoso.
Su voz se mantuvo firme mientras hablaba, contrario a sus manos, que temblaban por lo nervioso que estaba de volver a ver al hombre, que por si fuera poco, emprendió el camino de nuevo hasta quedar a medio metro de él.
Will cerró la mano alrededor de la correa con mayor fuerza, haciendo una mueca por el dolor que eso le provocó en las recientes heridas.
Hannibal lo miró por un segundo, pensando si responder a los ataques de un adolescente o solo pasarlos de largo, pero aquella mueca lo distrajo por completo de cualquiera que pudiera ser la decisión.
—¿Estás herido? ¿Quién te hizo esto? ¿Te duele? —parloteó a toda velocidad, olvidándose por completo de su recatada seriedad.
Con un solo paso avanzó la distancia que lo separaba del de cabellos rizados y alborotados, provocandole un cosquilleo en la punta de los dedos al desear tocarlos, enredar las finas hebras entre sus dedos y averiguar si eran tan suaves como aparentaban.
Con manos firmes tomó la contraria sin lastimarlo. Will lo observó con la boca entreabierta, completamente absorto en la sorpresa que la acción del mayor le provocó.
Hannibal frunció el ceño, un poco más con cada vuelta que deshacía de la venda, ahora manchada en sangre.
—¿Qué hace abogado Lecter? —insistió Will, cada vez más nervioso con las acciones del hombre.
—No has respondido ninguna de mis preguntas —dijo Hannibal sin apartar los ojos del vendaje.
—Ni usted las mías, ¿debo llamar a la policía?
Hannibal suspiró con cansancio, al fin viendo al joven a los ojos, perdiéndose un momento en el profundo azúl de ellos.
—No William, no debes llamar a nadie y tu madre sí sabe que estoy aquí, porque no los estoy acosando, he venido a atender un par de cosas respecto a la escuela.
Will lo asimiló por un momento, observando atentamente los movimientos de la venda sobre su mano. La piel se había vuelto a abrir y sangraba ligeramente, escocía como cualquier herida en una zona tan sensible, pero ni siquiera eso le impidió retirarse con violencia.
—¿Qué cree que hace, abogado? No le pedí su ayuda —Hannibal permaneció con la venda colgando entre sus dedos, mostrando las pequeñas manchas de sangre que habían quedado impregnadas en ella.
—¿De verdad? Juraría que lo hiciste —respondió él con tranquilidad, bajando las manos mientras hacía una pequeña bola con la tela y la encestaba perfectamente en el cubo de basura.
—No, no lo hice, así que puede mantenerse lejos de lo que no le importa —escupió el joven con burla, dando media vuelta para irse a cualquier lugar lejos del hombre.
—No es que me importe demasiado, pero si no lavas eso va a infectarse y se pondrá peor —murmuró Hannibal a sabiendas que Will aún podía escucharlo.
—¡Maravilloso! Podría irme a casa a descansar y sin preocuparme por hacer tarea —gritó en respuesta Will, alejándose a paso firme.
—¡Oye Graham! ¿Es cierto lo que dicen?—Will giró en redondo buscando quién le hablaba.
Estaba limpiando el gimnasio como se lo había pedido el subdirector, recogiendo el gimnasio como se lo había pedido el subdirector, levantando conos, apilando colchonetas y tratando de encestar balones en la malla, sin mucho éxito.
Detrás de él había un par de chicos, parecían mayores, aunque no estaba seguro de qué tanto, pero no se le hizo tan raro, después de todo, el gimnasio era compartido con los de grados superiores al suyo, lo que le pareció extraño, fue que lo llamaran por su apellido, casi nadie hacía eso y menos si él no conocía a quienes le llamaban.
Permaneció en silencio mientras los veía acercarse, recogiendo el resto de conos en una enorme pila.
—¿Acaso estás sordo? Te hice una pregunta—dijo el chico que lideraba el trío de recién llegados. Era sin duda más alto que Will, con cabello rubio y de mayor complexión que él.
—Dos cosas —respondió con aburrimiento el de cabello rizado—, uno: no tengo idea de quién carajo eres ni cómo me conoces, dos: no tengo ni puta idea de lo que quieres decir.
El chico rió con sorna mientras sus dos acompañantes murmuraban por lo bajo.
—Y yo te diré dos cosas también —continuó el chico, cambiando su semblante por uno más serio y amenazante—: Uno, soy tu maldita peor pesadilla si no aprendes tu lugar, dos: hablo de la zorrita de tu madre, que no se esperó ni a que se enfriara el otro lado de la cama y ya se ha conseguido a alguien más para hacerle compañía.
A sus espaldas, los otros dos chicos que acompañaban al rubio rieron a carcajadas, intentando intimidar y provocar a Will, quien no apartó los ojos de los verdes contrarios.
—Sigo sin saber quién mierda eres— dijo aburrido, suspirando con pesadez.
—Eso no importa, pero importará si sigues de insolente y no respondes mi pregunta —continuó el rubio, tensando los hombros.
—Será mejor que te vayas matón de cuarta, porque si sigues aquí en dos segundos, vas a arrepentirte no solo de molestarme, sino de decir semejante idiotez en mi presencia —respondió Will con calma, dándose la vuelta para cargar la pila de conos, arriesgándose a darle la espalda, pero con la esperanza de que le hiciera caso.
Will no tenía conocimiento alguno sobre peleas más allá de los videojuegos y películas de acción, por lo que no supo cómo reaccionar cuando un par de manos enormes y pesadas lo empujaron, mandándolo de bruces contra el suelo y desparramando el trabajo de horas sobre la duela.
Will se levantó tan rápido como el dolor en sus manos se lo permitió, girando lentamente, bajo la atenta mirada y estruendosas risotadas de los presentes. No le importó la diferencia de tamaños, tampoco sus nulos conocimientos en peleas, él solo pudo pensar en lo ofensivo que había sido el comentario sobre su madre y lo mucho que le hervía la sangre en las venas al ver su trabajo echado a la basura. Se lanzó contra el rubio con toda la fuerza que su delgado cuerpo le permitía, estrellándose de lleno contra el contrario y sin moverlo más que un par de centímetros.
Los chicos que lo acompañaban se rieron con mayor fuerza al ver los patéticos intentos de Will por pelear mientras que el rubio lo retenía ahí, obligándolo a cansarse, hasta que WIll asestó un pisotón sobre uno de sus pies, fue que lo tomó con fuerza de los hombros y le propinó un golpe en las costillas que mandó al castaño al suelo, con los ojos llorosos y un costado magullado.
—No intentes levantarte, niñito… solo acabas de confirmar que la zorra de tu madre es solo eso, una zorra que no es capaz ni de enseñarle a su hijo a pelear como hombre, no me sorprendería saber que ganó el puesto de directora por abrirle las piernas a más de uno.
Will gruñó sobre el suelo, dispuesto a levantarse e intentarlo de nuevo, pero el sonido de pasos acercándose obligó a los presentes a correr, por lo que Will solo pudo mostrar su dedo medio con una mueca furiosa desde el suelo. EL rubio quiso acercarse a golpearlo de nuevo, pero el grito de uno de sus lame botas lo detuvo.
—Maldición Gideon, ¡vámonos!
—Esto no acaba aquí, Graham, nos volveremos a ver —amenazó muy a su pesar antes de correr lejos de ahí.
—¿Will? Will, ¿en serio no has terminado? Necesito volver a casa pronto, tengo cosas qué hacer —lo regañó su madre en cuanto lo vio tendido en el suelo, con los conos regados por todos lados.
—Si tanto te importa, vete y déjame, me iré cuando termine aquí —masculló Will sin siquiera mirarla, acostándose por completo al sentir su costado punzar de dolor.
—¿Es en serio Will? Llevo al menos veinte minutos esperándote ¿y ahora me dices que me vaya? Estás de un humor que ni tú puedes contigo —suspiró Bedelia con exasperación, deteniendo sus pasos a unos metros de su hijo—. Caminar te hará bien, ayuda a despejar la mente. No llegues noche Will.
El joven permaneció con la vista fija en el techo alto del gimnasio, escuchando cómo los pasos de su madre se alejaban lentamente, y hasta que no los escuchó más fue que se levantó por fin, entre quejidos y resoplidos doloridos.
Sin prisa alguna, volvió a recoger los conos, arrastrando las colchonetas hasta el almacén al que pertenecían y quejándose cada vez que su respiración le lastimaba las magulladas costillas.
Volvió a casa sin prisa ni demasiada preocupación, sin importarle que los titilantes faroles amarillentos amenazaran con dejar de acompañar su camino.
Para cuando al fin estuvo frente a su puerta, las estrellas ya adornaban el oscuro cielo y los pájaros daban los últimos toques a sus plumajes para dormir. Abrió la puerta con pesadez y poco ánimo, sacándose los zapatos con un par de puntapiés, quitándolos del camino sin importarle en dónde cayeran.
Le dolía el costado, el orgullo y el corazón.
—¡Will! Santo Dios, ¿en dónde estabas? Estaba a punto de ir a buscarte —lo abordó su madre en cuanto cruzó el umbral—. ¿Por qué tardaste tanto? ¿Pasó algo?
—Estoy bien, me encontré con una amiga y estuvimos hablando por un rato, es todo—mintió, tratando de zafarse de esas manos que lo tocaban como si realmente le importara.
—¿Abigail?
—No, ella estaba ocupada hoy en sus clases de piano.
—¿Entonces quién? No recuerdo que tengas más amigas con las que te guste hablar. —Will se sintió atrapado por la pasiva atención de su madre.
—Se llama Jessica, es nueva en la escuela —se apresuró a decir, sintiéndose completamente estúpido en cuanto lo hizo.
—¿Ya se conocieron? ¡Maravilloso! Juraría que me iba a costar más trabajo convencerte de hablar con ella, pero me lo ahorraste… si ese es el caso, entonces está bien, siéntate, te calentaré la cena.
Will permaneció de pie mientras veía a su madre alejarse, incapaz de creer que una mentira tan estúpida pudiera convertirse en una coincidencia tan terrible.
—Debería haberla invitado a almorzar… quién diría que se llevarían bien en seguida.
Los parloteos de Bedelia llegaban amortiguados hasta Will, quien se preguntaba cómo mierda encontraría a esa tal Jessica y se haría su amigo para mantener la mentira
—Mamá, ¿puedo ir que visitar a papá? —preguntó Will una tarde que visitó a la directora en su oficina.
Bedelia tensó los hombros notablemente, deteniendob el tenedor de camino a su boca, con la lechuga oscilando en el aire, moviéndose al ritmob del temblor de sus dedos.
—Debo hablar con Hannibal al respecto… —comenzó tras recuperarse de la sorpresa.
—¿Qué hay entre ustedes dos? ¿Porq qué de pronto lo veo también en la escuela y se pasea por la casa casi todas las mañanas? —preguntó el joven sin levantar la vista de su plato, frunciendole el ceño a uno de sus tomates.
—Will, hay cosas que no vas a entender y no debes preguntar, por otra parte, lo que el abogado Lecter y yo hagamos o no, no debe preocuparte, en todo caso… soy una mujer adulta y divorciada, ¿tendrías algún problema con que rehiciera mi vida amorosa?
Will permaneció en completo silencio mientras escuchaba a su madre hablar, masacrando al pequeño tomate con el tenedor.
—¿Por qué con él? —murmuró entre dientes.
—¿Qué? Will, mírame a los ojos y siéntate derecho —ordenó la mujer con tono serio.
Will acató las órdenes con lentitud y resistencia, dirigiendo su ceño fruncido hacia su madre.
—¿Qué fue lo que dijiste antes? —insistió Bedelia, ajena al debate mental de su hijo.
—Nada… que tienes todo el derecho a hacer lo que quieras con quien quieras, avísame cuando el señor Lecter diga que puedo ver a mi padre. —sentenció en tono serio, para luego levantarse de su asiento y salir de ahí, sin importarle las preguntas de su madre a sus espaldas.
Bedelia permaneció en su lugar sin comprender la actitud de su hijo, pero se dio por vencida casi al instante, prefiriendo no darle demasiadas vueltas a la actitud rebelde de un adolescente.
Continuo comiendo durante unos minutos, arreglando papeles y haciendo anotaciones, por lo que no notó la presencia del hombre que la veía desde la entrada.
—Toc, toc. —escuchó a sus espaldas mientras guardaba cosas en un cajón, haciéndola levantarse rápidamente por el susto— lo siento, la puerta estaba abierta y pensé que podía pasar.
—¡Hannibal! —dijo con sorpresa, arreglando su saco para distraerse—, claro, pasa… siempre es un placer verte por aquí, ¿neceistas algo?
—Solo pasaba a saludar, espero no haberte interrumpido en nada importante —murmuró él permaneciendo de pie a un costado del escritorio de madera.
—Para nada, ¿cómo te está yendo? ¿Te adaptas bien?
—De maravilla, muchas gracias por permitirme trabajar jujto a ti —dijo con una pequeña sonrisa en los labios, sonrojando a la mujer.
—No es nada, nos haces un favor a todos, ¿has sabido algo de Will? —Bedelia tomó asiento en su lugar, señalando el contrario, donde había estado su hijo momentos antes.
Hannibal entendió el gesto, desabotonando su saco para poder imitar a la directora.
—No en realidad, ¿ya sabe que trabajo aquí ahora?
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