39: Prometo
Una mujer me escrudiña desde el otro lado del espejo. Lleva un hermoso vestido blanco de encajes cuyo diseño incluye un velo, no le reconozco. Sus ojos, desbordados de una titilante quietud color esmeralda, anuncian el inicio de una nueva era. ‹‹Todo ha terminado›› Le sonrío a la yo en el cristal y ella me sonríe de vuelta, hemos sobrevivido. Flotando en una nube, como arrastrada por la brisa, arribo al mejor sitio que se nos pudo ocurrir para sellar nuestro amor. Saco la cabeza de la carpa para espiar el panorama, la tarde se ha puesto su traje iridiscente para nosotros. La primavera se adueña del altar, adornándolo con lilas y enredaderas que me recuerdan aquella capilla celta en la que nos prometimos. Todo está tan perfecto que me sorprende. Nos casaremos ante el mar, cerca del banco en el que el rocío nocturno definió nuestra historia. No queríamos una boda llena de extraños a los que ni siquiera conocemos, sino algo íntimo, con nuestros seres queridos, así que hemos invitado a muy pocas personas. Nuestras familias y amigos más cercanos serán los únicos testigos de lo que está por venir, no es necesario que el resto del mundo sea cómplice.
— ¡¿Todo bien?! —pregunta Angeline acelerada, incluso más que yo.
—Cálmate, todo está perfecto.
—Eres la novia más tranquila que he visto en la vida.
—No te engañes —dice Kelly—, ha practicado mucho esa cara, por dentro se está muriendo.
Veinte minutos después, desfilan por aquí todo tipo de emociones. Ninguna es mía, esas están retenidas, encerradas en lo más profundo de mi ser. Mi madre, Alana y su hermana gemela son las últimas personas que entran a intentar apaciguarme, creyendo que seré un manojo de nervios. Siendo sincera, nunca había pensado en casarme, tenía otras muchas cosas en la cabeza, huracanes de recuerdos dolorosos, ansias de venganza, mas todo eso ha quedado atrás.
— ¡Va a comenzar la ceremonia! —anuncia Paola a gritos entrando en la carpa seguida de Kelly, y Mary Alice. Las tres llevan vestidos largos también de color lila, el cabello recogido en un moño. Vuelvo a sacar la cabeza, mi sobrino camina hacia el altar regando pétalos mientras un cuarteto de cuerdas integrado por colegas de la orquesta, interpreta la marcha nupcial. Todo esto ha sido idea de mi madre, por mucho que intenté mantenerla lejos de los preparativos. Paola y Kelly se intercalan una delante de la otra en la hilera, otra vez están peleándose por ser la primera en salir.
— ¡Vale ya chicas! —Alice no está de humor, lo cual es totalmente comprensible.
— ¿Estás segura que no prefieres sentarte tranquila?
—Soy tu testigo. No te casarás dos veces, si me pierdo esto nunca podré perdonármelo.
—Pero…
—No digas nada. Has pagado un peso muy alto por protegerme, por protegernos. No pude evitarte toda esa pena antes, pero una vez estuvo en mis manos creo que tomé la decisión correcta, por mucho que duela. He hecho lo que debía, ha sido de la única forma que podría ser prima, no nos dejó opción.
—Lo siento.
—Tú no tienes culpa de nada cariño, quien ha hecho tanto mal debe pagar. Me duele, pero es lo correcto —me acaricia la mejilla con una mano. Sus ojos están por llenarse de lágrimas, odio verle así—. Sanaremos juntas. Disfruta tu día, te lo mereces.
Tras un abrazo se marcha. Kelly y Paola salen de una en una hacia el altar, dejándome sola con mis pensamientos.
Las últimas veinticuatro horas han sido decisivas. Alice encontró el pentdrive que contenía la más cruda de las verdades, la verdad sobre su padre. El tío Harold resultó ser alguien completamente distinto de quien creímos siempre, su falso amor, sus falsas intenciones, nos han arrastrado a todos con él. Recuerdo haberme preguntado por qué tendría como contraseña a Loki, dios del engaño, el más cruel de los dioses de la mitología nórdica, pero asumí que era un fanático de la saga de Thor, mi estúpida ingenuidad. ¿Cómo podría imaginar que detrás de algo tan simple se escondía el auténtico asesino de mi padre? ¿Cómo podría sospechar que el hombre que completó mi crianza, que me sacó de tantos enredos, solo intentaba limpiar su consciencia con buenas acciones, expiar sus pecados, aplacar su culpa?
Es tan desconcertante que aún no he conseguido procesar lo que es ya una realidad: su amor por mí no era real, su comportamiento paternal no era más que una fachada. Me arrebató a mi padre, al primer hombre que amé. Después se robó mi paz, mi presente, ordenó mi secuestro, me mantuvo alejada de mi familia por casi un año y por último, cuando ya no me quedaba nada, también arrasó con la inocencia de la única persona a quien no debía lastimar: su hija. Mi prima colapsó anoche, poco después de ver ese video. Intenté consolarle, siendo tan víctima como ella de sus mentiras, pero no valió de nada, ninguna de las dos pegó el ojo en toda la noche. Le rogué que no tomase una decisión precipitada. Aunque le aseguré que no haría nada con esa información, que sería un secreto entre las dos, que además de nosotras solo lo sabía Andrew, que podíamos hacer como si esa cinta no existiese, como si jamás la hubiésemos visto, estaba dislocada cuando salió de casa esta mañana. Pensé que haría una locura y la hizo.
A las once estallaron en mi cara dos noticias. La primera, que Alice le había entregado el pentdrive a la policía, prueba crucial que metería a su padre directamente a la cárcel. La segunda me llegó a través de Andrew, quien me contó que Andrés había recuperado los documentos que papá le había pedido ocultar y que habían permanecido todos estos años en la caja fuerte de un banco de Londres a la que solo él tenía acceso. Dichos documentos, son idénticos a esos otros que contenía el maletín de papá el día en que lo asesinaron y que jamás estuvo en el ministerio público. Harold estuvo jugando con nuestras mentes todo este tiempo, las pruebas siempre estuvieron en sus manos. Estaba tan aterrada escondida bajo la mesa de la recepción de la compañía viendo como mi padre se desangraba en el suelo, que no pude percatarme de que aquellos tipos cambiaron el maletín con las pruebas por uno vacío. Cuando comencé a investigar, a meter las narices donde no debía, mi tío tomó las riendas. Fue él quien me dejó aquella nota en el apartamento, ahora lo sé. Ordenó mi secuestro, que no fue más que una demostración de poder, para que me estuviese quieta de una vez. El problema es que no contaba con mi testarudez, mucho menos con que aprendería a luchar y para culminar, jamás imaginó que Camel descubriría su traición. Tampoco sabía de la cámara, sus colegas se guardaban muchas cosas. No solo nos ha manejado por un año, sino que es el autor intelectual de la muerte de papá.
Andrés estuvo toda la mañana en la comisaría, declarando. Poco después, supe que la policía había ido a arrestar al culpable de tantas muertes a casa de mi tía Adèle, quien está tan destrozada que mi madre se vio obligada a llevarla a la mansión. No pudo asistir a mi boda, temo por su salud mental. Alice, por su parte, hizo de tripas corazón para estar aquí hoy. No puedo imaginar ni de cerca lo que está sintiendo, no es lo mismo perder a tu padre a manos de la muerte que enterarte de que no es la persona que creías, sino un delincuente dueño de negocios sucios, un asesino. No sé si logrará reponerse de esto. Soy experta en heridas inoperables, por lo que tengo claro que aunque simule estar bien, pasarán años antes de que realmente lo esté.
— ¿Estás lista? —pregunta Jean entrando en la carpa. Inspiro profundo, estoy ansiosa— Estás preciosa, estoy orgulloso de ti hermana.
Salgo agarrada de su brazo, apretujándolo inquieta, aparentemente serena. Llevo un ramo en las manos, que se mantienen firmes mientras avanzamos hasta el altar. Atravesamos dos filas de sillitas blancas en las que advierto caras conocidas, personas que han estado conmigo toda mi vida y otras que han llegado luego para aliviar la carga que esta me legó a temprana edad. Siento mi vestido arrastrarse por la alfombra verde que han colocado encima de la hierba. Cuando el camino termina, mis ojos chocan con esos otros, los que pueden ver a través de mí. Andrew está parado en el altar esperándome, luce nervioso. Me tiende la mano cuando llego, mis dedos vibran al hacer contacto con los suyos. El tiempo ha pasado, despiadado, imparable, mas sin embargo, la electricidad no se ha ido de nuestro lado, sigue jugando con nuestras pieles siempre que estamos cerca. Casi pierdo el equilibrio. Mis rodillas tiemblan como temblaron en aquella galería repleta de sus cuadros, confirmándome algo de lo que nunca tuve dudas: este instante estaba escrito. Le devuelvo la sonrisa, mis poros hablan por sí solos. Las ondas le cuelgan cada vez más largas, sincronizan perfecto con los tonos del cielo.
—Doy la bienvenida a Andrew y Galilea, y a todos los que nos acompañáis esta tarde. Nos hemos reunido hoy para unir a dos almas en una —comienza a decir el oficiante—. Vosotros, ¿estais aquí por libre voluntad para reconocer el vínculo eterno entre los dos?
—Así es —decimos al unísono, apretándonos las manos por lo bajo.
Mi sobrino, además portador de nuestros anillos, los mismos que hemos llevado por varias semanas muy en contra de la voluntad de mi madre, corre de su asiento hacia Andrew. Se los entrega en una cajita, suelta una risita divertida, se nos queda viendo y regresa a su puesto cuando Andrea lo llama.
—Miraos el uno al otro, unid las manos. Andrew, puedes leer tus votos.
—Galy —sonríe nervioso, sus pupilas destellan— Durante muchos años intenté recordar esos fragmentos de mi infancia que el dolor me robó, que estemos aquí hoy significa que he conseguido recuperarlos. En todos ellos apareces tú, grabada y guardada en una cápsula del tiempo en mi cabeza que estalló hace tres años. Es que no le cabían más recuerdos, a tus coletas se unió París, nuestros besos bajo la lluvia en los callejones de adoquines, las noches mirando al mar, tus canturreos en el auto, tu mirada a veces indescifrable… Hemos llegado hasta aquí, a pesar de todo, te prometo que juntos haremos nuevos recuerdos, tantos como podamos escribir —devuelve el anillo a mi anular—. Prometo luchar contra todas las tormentas que amenacen con volver tus ojos grises, prometo compartirte con Mayer, prometo dejarte ganar todas nuestras peleas absurdas y luego hacerte reír. Eres mi mejor amiga, mi amante, mi todo. Prometo amarte hasta el fin de mis días desde hoy.
—Andrew… Antes de ti yo era solo un vestigio de incendio, las llamas habían borrado mis ganas de vivir, nublado toda esperanza, bien lo sabes. Naufragaba por ahí hasta que te hallé, sentado en aquel tren, simulando perderte en un libro que poco después llenarías de garabatos para conquistarme. Llegaste a mi mundo para cicatrizarlo, para curar las heridas del pasado, ese pasado que compartimos sin querer —le coloco el anillo—. Se me ocurre que es quizás obra del destino, encaprichado en devolvernos siempre al lugar donde comenzó: justo allí, en ese banco alrededor del que solíamos correr de pequeños. Estamos entrelazados para siempre, hechos de polvo de estrella, de la misma estrella. Te mentí, pero hoy reconozco la más pura de mis verdades: estás hecho para mí y yo para ti. Soy tuya, siempre lo fui, siempre lo seré.
Un imán invisible parece tirar de nosotros, pero cuando estamos a punto de besarnos el oficiante nos interrumpe. Por un momento olvidé que estamos en una ceremonia con un orden a respetar.
—Esperen un momento —las risas del público, tal y como en mis recitales, es de lo más contagiosa.
— Je t’aime —me susurra Andrew. Me muerdo los labios, me aprieta la mano.
—Je t’aime —articulo en silencio. Me muero por besarle, por irnos de aquí, por estar solos, pero el oficiante tiene cosas que añadir.
—Disculpe, si no le es molestia, ¿podría hacer la versión rápida? —inquiere pecas. Su desvergüenza me causa gracia, estoy por soltar una carcajada.
—Está bien, firmen aquí.
Nos acercamos a una pequeña mesita ubicada ante nosotros. Firmamos uno a la vez, comenzando por Max y Mary Alice, nuestros testigos.
— ¿Ya está? —pregunto.
El oficiante vuelve a sonreír.
—Os declaro marido y mujer. Podéis besaros.
El tiempo se detiene cuando nuestros labios se rozan. Nunca fui tan feliz, en el fondo creo que me aterra que sea pasajero, que se quiebre como un cristal al tocar el suelo. Dejamos el altar, caminamos hacia el asfalto mientras nos lanzan arroz, cuyos granos entran en mi vestido sin que pueda evitarlo. Un coche blanco nos espera en la calle para llevarnos al salón en el que haremos la recepción. Las chicas están ansiosas por que lance el ramo, Paola en especial, y Jake entra en pánico cada vez que toca el tema, presiento que si pudiese lo desaparecería de la vista de su novia. No lo pillo, Kelly es quien siempre ha hablado de boda y cuentos de hadas, me las han cambiado. Entro en el auto seguida de Andrew, quien tras luchar con la cola de mi vestido por fin consigue cerrar la puerta. Atravesamos la avenida perseguidos por la puesta de sol, ha sido una tarde inolvidable.
—Te amo —dice pecas justo antes de volver a besarme— esposa.
—Esposa —río—, que raro oírte decir eso. ¡Somos marido y mujer, qué te parece!
— ¡Me parece genial!
— ¡También a mí, me parece genial! —exclama entonces el chofer, tomando repentinamente una extraña senda que nos aleja de la ciudad—. Los felicito tortolitos, lo han conseguido.
— ¿Luis? ¿Qué haces tú aquí? ¿Qué no estabas preso?
—Lamento informaros que a pesar de sus esfuerzos, la policía no pudo atraparme. Resulté ser más escurridizo e inteligente que tus tíos.
— Ya no tengo tíos.
—Vaya, como cambian las cosas.
— ¿Qué haces aquí? —repito.
—Terminaré lo que comencé. Detesto dejar cabos sueltos Galilea, y tú sin dudas eres uno muy jodido.
— ¿Qué quieres? —pregunta Andrew tranquilo. A veces envidio su capacidad de tomar las cosas tan a la ligera—. Si ya escapaste de la policía, ¿a qué has venido?
— ¿Cómo que a qué? Tu esposa arruinó mi vida. Hélène nunca me perdonará, no me admitirá de vuelta. Era llevarla conmigo o mataros a ustedes.
— ¿De verdad crees que es lo más prudente perder tu oportunidad de irte de Londres, de comenzar de cero en otro sitio, solo por asesinarnos?
—Pues mira, nada me hace más ilusión que mandaros con Jean Pierre.
— ¡Déjanos ir! —grito. Intento abrir la puerta pero Luis ha puesto el seguro, como era de esperarse—. ¿Es que no tienes consciencia? Estuviste lavando tu dinero sucio en la empresa de mi padre y cuando te descubrió le asesinaste. Luego te metiste en la cama de su esposa, ¿no has tenido suficiente?
—Estás un poco alterada hija, tranquilízate. No vas a salir de este coche, bueno sí, muerta.
Ni siquiera el día de mi boda las cosas pueden acabar bien, estoy realmente harta. No traemos armas ni nada con lo que defendernos, solo mi estúpido ramo de flores. Pecas me coge la mano para intentar sosegarme, pero es inútil. Hemos estado a punto de morir en tantas ocasiones, que creo que nuestras vidas extras se han agotado. No sé cómo vamos a salir de esta, me llevo las manos al rostro, histérica.
—Ey, mírame, mírame —ordena Andrew. Le obedezco aunque no hay nada que pueda decir que me haga sentir mejor.
—Estuvimos secuestrados, te clavé un puñal en la pierna, te dispararon, perdiste un riñón, por poco te desangras y casi nos matan a tiros en el rescate de Paola. No podemos morir así, es demasiado sencillo cariño, mírame. No dejaré que nada te pase.
—No tenemos armas Andrew, no tenemos nada. Este psicópata va a asesinarnos.
—Pensaremos en algo.
— ¿Qué están tramando?
— ¿Qué te importa? Tengo derecho a consolar a mi esposa, ¿o no?
—Te amo —le digo.
—No, no voy a permitir que te despidas, no lo haré. Escucha, si le golpeo podría perder el control del coche.
— Sí, y de paso tener un accidente horrible y morir.
—No seas negativa. Le pego un puñetazo, me paso adelante y piso el freno, ya está.
—No voy a hacerlo. Prefiero salir y luchar contra él a perderte en la carretera.
—Galilea, no hay otra manera. Si dejamos que se baje de este coche estamos perdidos, lleva un revólver. Nosotros estamos desarmados, matarnos será pan comido.
—Puede que no, puede que falle como la última vez.
—No falló, sabía lo que hacía. Harold debe haberle prohibido asesinarte, así que te dio un tiro solo por hacerte daño.
No digo nada más, mejor es el silencio. No se me ocurre otra cosa y por lo tanto, tendré que aceptar el plan de Andrew.
—Tenemos que intentarlo Galy. No estoy dispuesto a ver nuestra vida pasar, nuestro futuro, sin intentar salvarnos.
Me roba un beso que dura una eternidad. No quiero morir, no ahora, no así. Su respiración entrecortada me trae recuerdos preciosos, aunque son otros los motivos que le sofocaban entonces. Temo que no volvamos a vernos, me aterra.
—Te amo —dice.
—Ahora eres tú quien se despide.
—No es un adiós, es solo un hasta pronto.
En cuestión de segundos Andrew comienza a forcejear con Luis, quien trata de centrarse en el volante. Pierde el control del auto, que zigzaguea por una carretera que nunca tomé antes. No tengo idea de hacia dónde estamos yendo, solo sé que las cosas están fuera de control. Al ver que los golpes no funcionan, que no está en posición de hacerle una llave a Luis, pecas brinca al asiento delantero.
— ¡Andrew, que nos vamos a matar!
Siguen forcejeando, esta vez por el control del revólver. Los próximos dos minutos pasan como en cámara lenta. El auto se desliza por la carretera en un intento por esquivar una camioneta que se ha saltado el semáforo. Chocamos contra las barandas de un puente que atravesábamos, las quebramos. Ninguno de los dos responde cuando les nombro a gritos, justo antes de caer al agua. Solo se escuchan mis alaridos, caemos y caemos. Agua, mucha agua, demasiada agua. Se me acaba el oxígeno, todo está borroso y no puedo abrir la puerta, tampoco consigo romper el cristal del parabrisas. Me estoy ahogando. Andrew está inconsciente, tengo que hacer algo pero…, me quedo sin oxígeno…
Lo próximo que veo son luces parpadeando, pasando como rayos, destellos, gorros verdosos que hablan con voces lejanas, confusas, y que luego también se tornan borrosas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro