37: Caos
No consigo articular palabra durante varios minutos. Andrew está al borde de la locura y yo, la verdad no estoy. El tío Harold, él... es que no puede ser. Cuando mi padre murió él estuvo a mi lado, todos estos años, cuidó de mí y..., ¿él me lo arrebató? «No puede ser» «No puede ser» repite en bucle una voz en mi cabeza, una voz que se niega a procesar lo que acaba de oír, que se niega a aceptar que su tío, el hombre a que le confió tantas cosas, sea el causante de todas sus penas.
— ¡Galy! —grita Andrew. Su voz se escucha lejana, como si clamase desde el fondo del océano, como si yo estuviese en el fondo del océano, y él en la superficie intentando sacarme a toda costa. No puedo moverme. Tiemblo como una hoja de papel, con la cara pegada al cristal de la ventana—. Estás temblando —se sienta frente a mí, cierra el portátil y lo coloca en una mesita cercana—. Por favor, háblame, di algo.
—Yo..., él...
La cabeza me estalla.
— ¡Asesinó a mi padre, mi propio tío! ¡¿Qué es esto Andrew?! ¡¿Por qué está la vida haciéndome esto?! ¡¿Por qué?! —mis gritos suenan más a aullidos chirriantes, cargados de pena— ¡Mi tío… —las lágrimas me ruedan por las mejillas, lágrimas de rabia—, él le mató! ¿Por qué? ¿Por qué lo hizo? ¿Por qué?
Siento que la voz se me quiebra, que me desgarra la garganta, que mis cuerdas vocales reventarán en cualquier momento.
— ¿Por qué lo ha hecho Andrew? ¿Por qué? —sollozo.
Me agarra fuerte, me derrumbo en sus brazos. Creí que el camino de retorno estaba cerca, mas no existe tal cosa, es como buscar un oasis en pleno desierto y hallar solo hay charcos de lodo. Odio esto, le odio y me odio por confiar ciegamente en él toda mi vida. ¿Cómo no me di cuenta antes? ¿Cómo no lo percibí?
—Nadie se lo habría imaginado —dice en respuesta a mi pregunta mental.
— ¡He sido una tonta, una ingenua!
— ¿Cómo podrías sospechar de tu tío? No te hagas eso, no te culpes.
Cojo el portátil, lo abro.
— ¿Qué haces?
— ¡Acabaré esta escena!
—Déjalo, no te hará nada bien.
—Tengo q verlo, tengo que escucharlo otra vez.
— ¡Baja el arma Camel! —grita el tío Harold.
—Mi nombre es Brahama.
—Nunca has tenido valor para hacer nada, te mataría antes que tu bala saliera de esa arma. No me obligues a dispararte.
—Le contaré todo a Galilea, tiene que saber quién eres, eres un monstruo.
—Los monstruos no deberían insultarse entre sí.
—Ambos los somos, es demasiado tarde para remediarlo, pero antes de acabar en prisión me aseguraré de que no puedas volver a hacerle daño.
—Galilea no sabe ni sabrá jamás nada de esto así que, ¿últimas palabras?
Tras un breve silencio, aprieta el gatillo. La bala estalla justo en el pecho de Camel y este cae al suelo.
—A mí nadie me presiona, yo estoy al mando. Espero que encuentres la luz al final del túnel, tu tiempo en la tierra acabó Camel. Nos vemos en el Valhala.
—Ninguno de los dos irá al Valhala.
Harold se marcha sin más, al igual que Luis, quien sale corriendo tras él despavorido, dejando a su compinche desangrándose en el suelo de su despacho.
—Perdóname Galilea, perdóname —Camel mira directamente en dirección a mí, como si me hablase a través de la pantalla, como si supiese que le estoy viendo—. Tu padre me pidió que te cuidase y le fallé —jadea de dolor—. Arreglamos nuestras diferencias poco antes de su muerte, me dejó su reloj. Perdí a mi hermano por envidias, por celos. Jamás pude recuperar ese tiempo. Supongo que iré con él ahora, que volveremos a vernos. Galilea, aléjate de Harold, él no es quien crees, aléjate de todo esto, por favor.
Hace una pausa y finalmente sus ojos terminan por cerrarse, está muerto. Lanzo el portátil por los aires. Algunas letras del teclado ruedan por el suelo al descender y chocar contra él.
— ¡Muerto, está muerto! —mi llanto regresa— ¡Tenemos que llamar a la policía!
—No servirá de nada, él ya se ha ido. Solo conseguirás que te involucren en su asesinato —me rodea con sus brazos por detrás, no me suelta—. Respira, respira mi amor.
—¡No puedo más pecas, no puedo más!
Me desmorono mientras sus manos me giran en torno a él. Se esfuerza por enjugar mis lágrimas, pero es inútil, son una avalancha. No atino a nada, me tambaleo, todo se vuelve oscuro.
Cuando despierto, estoy tumbada en el sofá, Andrew llamando a urgencias.
— ¿Qué ha pasado?
— ¿Cómo te sientes?, has vuelto a desmayarte. Estoy llamando a... —se lanza sobre mí histérico, le arrebato el inalámbrico y cuelgo antes de que lo cojan.
—Estoy bien.
Pasa sus dedos por mi frente, dice que estoy pálida, fría, extraña, que estuve inconsciente solo unos minutos, que me llevará al hospital inmediatamente. Ignorando su preocupación, me levanto y voy directo a recoger el portátil.
—Galilea, ¿quieres por favor dejar que te cuide?
“Iniciando…”
— ¿Qué estás haciendo? ¡Para, escúchame! —de un tirón me hace darme la vuelta—. Eso no aliviará tu dolor.
— ¡Lo hará!
— ¡No, no lo hará y lo sabes! Esa grabación no va devolverte a tu padre —explica en un tono más suave, me obliga a mirarle.
— ¡Le meteré a la cárcel!
—Es una situación complicada, mucho más complicada de lo que tu ira entiende. No tomes decisiones a la ligera, necesitas calmarte, pensar.
— ¡¿Pensar qué?! ¡Ese hombre asesinó a mi padre!
—Ese hombre es tu tío. ¿Qué será de tu tía? ¿Qué pasará con Mary Alice cuando sepa de la peor forma posible que su padre es un asesino?
Mary Alice, ¡oh dios mío! Entro en pánico, ¿qué voy a hacer? Le quiero demasiado como para arruinarle la vida de esta manera pero, ¿estoy dispuesta a tragarme mi dolor con tal de evitar el suyo? «Si estuvieses aquípapá» Me dejo caer en el muro de la ventana nuevamente, entre tanto, Andrew me trae un vaso con agua que ni logro probar. Cojo un pentdrive y copio el video para inmediatamente preguntarme otra vez qué debería hacer con él.
— ¿Debería hacer como si no nunca hubiese visto este video, como si no supiese lo que sé?
—No, solo te pido que reflexiones antes de decidir nada. Puedes lastimar a tu familia, lastimarte a ti misma.
— Me he dejado la piel buscando respuestas. Casi pierdo la vida en esto, viendo a la gente a los ojos para hallar los azabaches que apretaron aquel gatillo. Todo este tiempo lo tuve delante y no lo pude ver, no puedo simplemente ignorarlo.
—Lo sé cariño, lo sé —me abraza— lo sé.
— ¿Por qué lo ha hecho? ¿Por qué?
El resto de la tarde nos la pasamos acurrucados en la cama, en una habitación vacía de la que no hemos conseguido salir. Siento como si me hubiesen sorbido toda la energía. Aunque no sospeché que volviese a ocurrir, me han vuelto a romper el corazón, y estoy cansada, tan cansada que esta vez no podré recoger los pedazos. Exhausta, mi alma esta exhausta.
Dos semanas más tarde estoy parada frente al espejo del baño repitiéndome a mí misma que debo seguir adelante con el plan, aun si no tengo idea de cómo he sobrevivido a aquel mordisco de realidad. La verdad, estos últimos días he estado perdida, respirando por inercia, presente ausente. Nos hemos mudado ya, incluso tuve un concierto, elegí mi vestido de novia, soporté cada queja de mi madre sobre la decoración del altar e hice como si no me importase, pero no son más que fragmentos de una imagen borrosa en mi cabeza, recuerdos en tinieblas. Nos casaremos en dos días y solo puedo pensar en dos cosas: el pentdrive con la cinta y Andrés Polman, a quien intentaré rescatar antes que la noche termine.
— ¿Quieres decirme qué te ocurre? —pregunta Alicia cuando le recojo en la entrada de la mansión. Se sube al auto— Has estado más rara de lo normal.
—Solo puedo decirte que Camel está muerto, que hizo que la cámara funcionase a propósito para que presenciara la verdad, y que esa verdad me ha destrozado.
— ¿Camel está muerto? ¿Viste quién le mató?
—La misma persona que asesinó a mi padre.
Además de los preparativos de la boda, de los ensayos de la orquesta, de pasarme las horas escurriendo el pentdrive entre las manos y preguntarme continuamente qué debería hacer con él, también he ido al entierro de Camel. Han dicho que se ha suicidado, justo como hicieron con el padre de Andrew, lo que me lleva a preguntarme si todo aquello de que Camel encerró al señor Polman en un manicomio por celos no es más que otra sucia invención de Luis. No tenía motivos para hacer tal cosa, había hecho las paces con mi padre y este le había dado su reloj, casualmente la mañana del día en que le asesinaron. Un hombre al borde de la muerte no tendría por qué mentir. Claro está que el tío Harold ha estado manipulando la información y todas las pruebas durante años, es más, lo ha vuelto a hacer. Su compinche no se suicidó, él apretó el gatillo como apretó también aquel otro. Dudo que algún día supere esto. Astrid estaba inconsolable, tirada sobre la tumba de su padre dando gritos mientras Junior le agarraba para intentar levantarle. Hice de todo por mantenerme al margen, sin embargo me vio. No me quedó otro remedio que acercarme a darle mis condolencias, después de todo somos familia. Comienzo a pensar que su cariño por mí no era solo aparente, pues al verme se me lanzó encima, se acurrucó en mi cuello. La abracé en silencio, sus sollozos arrasaron con todo. Fue tan devastador e impactante que hasta olvidé por un instante que amamos al mismo hombre. Dijo que regresaría a Alemania después del entierro, pero le escribí una nota con la dirección de nuestros abuelos y le convencí de que fuese con ellos, de que allí encontraría la calma como la encontré yo, aunque me duró poco.
— ¿Qué hiciste con la madre de la chica?
—Le puse un sedante en la cena, así se saltará su turno en la clínica.
—A veces me das miedo —admite Alicia azorada—. ¿Cómo demonios te metiste en su casa?
—Me metí en una fábrica abandonada llena hasta la copa de droga y matones, créeme, a estas alturas quitarle la identificación a una enfermera no es la gran cosa.
—No te reconozco.
—Tampoco yo. Estoy harta de todo esto, juro que no volveré a involucrarme. Esta es la última vez que me meto en un embrollo.
—Eso lo has dicho varias veces.
—Esta vez es definitivo. Descubrí que haga lo que haga, aunque me esfuerce por hacer justicia, la vida siempre me tiene una sorpresa desagradable preparada. No tiene sentido que siga luchando, seguiré adelante.
— ¿Y lo de vengar a tu padre?
—Alicia, no quiero que mi familia sufra.
—Estuviste al borde de la muerte varias veces amiga, no fue nada agradable para los que estamos del otro lado. Me alegro de que por fin hayas decidido dejar todo esto.
— ¿Y tú, dejarás de meterte en líos?
—Quiero una vida tranquila con Will, el resto no es tan importante.
Nos detenemos justo delante de una reja verde de gran altura interrumpiendo un muro de ladrillos que se extiende a ambos lados. Saco la tarjeta de Glenn Wilson, la madre de Denisse, y salgo del auto. La coloco en el identificador empotrado en el ala derecha del muro, se enciende un bombillito verde y poco después la reja se abre. Vuelvo a subirme al coche. Conduzco por la senda que atraviesa un inmenso jardín con banquillos por doquier, rodeo el edificio hasta ubicarme en la parte trasera.
— ¿Recuerdas el plan?
Sin esperar respuesta me lo vuelve a explicar todo desde el inicio.
—Entras por ahí —señala una puerta en su ordenador, luego mira por la ventanilla—. Debe ser esa, se abre con un comando, pero ya estoy dentro del sistema. Según este plano, en el primer nivel encontrarás la recepción. ¿Qué hora es ya?
—Las nueve.
—A estas horas no debería haber pacientes por los alrededores. Tampoco deberías tener problemas en recepción, te he metido en los registros de la clínica con un currículo falso, eres una adiestrada de Glenn.
— ¿Cómo voy a saber en qué nivel está Andrés? Si pregunto sospecharán, se supone que Glenn me dio todos los detalles del trabajo, se supone que trabajo aquí.
—La información de los pacientes está precisamente en recepción, debe haber un enfermero de guardia allí.
—Así que tendré que deshacerme de él.
—A ver si no le pegas tan fuerte bonita, que el otro día dejaste a Max inconsciente.
—Todo el tiempo estoy a la defensiva. Sentí una presencia tras de mí y…
—Y le hiciste una llave.
—Nueve y cinco —le interrumpo—. El turno comienza en veinticinco minutos.
— ¿Tienes la ropa?
—Glenn —sonrío cogiendo su uniforme de enfermera del asiento trasero.
Mientras me visto, Alicia explica que me guiará por la clínica a través del transmisor, puesto que tiene un plano. Que debo darme prisa, que en estos sitios siempre hay varios empleados vigilando a los pacientes, que tienen alarmas y cámaras en tiempo real, y que las suspenderá todo el tiempo que pueda.
—Estoy lista.
—Cuando estés con Andrés, quien seguramente estará sedado, te será difícil correr. Además, eso puede levantar sospechas, camina con normalidad, estate atenta y complícate lo menos posible. Si las cosas se salen de control apagaré las luces como en el ministerio, ¿recuerdas? Memoriza tus pasos, así podrás volver por donde entraste, o sea, por esa puerta —vuelve a señalarla.
—Para entonces las alarmas estarán disparadas, ¿qué hacemos con la reja de la entrada si la cierran desde dentro?
—No tendrán acceso a los comandos, ¿olvidas con quién estás hablando?
Sonreímos y salgo del coche. La puerta se abre mágicamente, como siempre que depende de Alicia o de Andrew, no lo entiendo del todo. Atravieso un largo pasillo, doblo izquierda y me topo con la recepción, justo como advirtió mi cuñada. Del otro lado del escritorio, rodeado con un cristal lo suficientemente alto, hay un enfermero de guardia. Lleva unos espejuelos de lo más peculiares, parece estar revisando sus redes, pues no aparta la vista de su celular hasta que estoy frente a él. Gracias a dios que es hombre.
—Buenas noches —le saludo todavía decidiendo si debería actuar más sonriente o seria, dado el sitio en el que estoy.
—No recuerdo haberte visto por aquí antes, ¿eres nueva?
‹‹Oh genial››
—Empecé hace poco, Kathleen McGlaus —sonrío mostrando mi identificación, como esperando que mi nombre falso, el mismo que usé para entrar en el ministerio, sea suficiente, pero desvía la vista hasta el ordenador y teclea.
— ¿Kathleen qué?
—McGlaus, M-c-g-l-a-u-s —deletreo con la intensión de distraerle, lo cual no sucede.
— ¡Te encontré!, aunque sigo sin recordarte, y conozco a todos aquí.
—Es que no soy muy sociable. Solo hablo con Glenn y la verdad, nuestros turnos casi nunca coinciden.
— ¡Ah, eres amiga de Glenn! ¡A-doro su cabello!
— ¡También yo! Vamos juntas al peluquero, si quieres puedes venir un día con nosotras.
— ¡Me encanta el plan! ¿Me das tu número?
Le digo las cifras que se me ocurren. Ni siquiera será necesario golpearle, hasta me está agradando.
—Oye, el señor Polman se está saliendo de control.
Analizo su reacción, espero no haber metido la pata.
—Ya sabes que no podemos hablar de los pacientes.
—Lo sé, el acuerdo de confidencialidad y todo eso.
—De-tes-ta-ble. Estoy harto de los decretos de este sitio. Sí, el señor Polman últimamente pasa mucho tiempo sedado. Al parecer ha recobrado la memoria después de tantos años, quiere escaparse de la clínica. Pobre, nunca nadie le ha visitado.
—Vengo de sedarlo.
— ¿Está tranquila la segunda planta?
—Sí, ya sabes, dentro de lo posible. Bueno, seguiré trabajando, llámame para ir a arreglarnos el cabello.
— ¡Lo haré!
—Derecha —dice Alicia— toma el ascensor.
Avanzo hasta el ascensor, oprimo el botón e inhalo nerviosa el oxígeno acumulado dentro. Creí haberlo superado pero no, me da pavor este aparato. Me bajo en la segunda planta, un pasillo lleno de puertas herméticamente cerradas.
—Alicia —susurro—, ¿cómo se supone que sabré cuál es la de Andrés?
—Por eso te dije que te ciñeras al plan.
—Dijiste que no le golpeara.
—Tan fuerte, dije que no le golpearas tan fuerte. Olvídalo, me meteré en la base de datos.
Me hace esperar durante algunos minutos en los cuales pasan por mi lado algunas enfermeras, observándome dubitativas, debo ser más cuidadosa.
—La cuarta puerta es un cuarto de baño, quédate dentro hasta que encuentre la habitación de Andrés, de lo contrario te atraparán. Tengo acceso a las cámaras, hay dos guardias de seguridad yendo hacia donde estás.
Obedezco. Cierro la puerta del baño y poco después, escucho dos voces masculinas hablando en el pasillo.
— ¡Número doce, ahí tienen a Andrés!
— ¿Los guardias?
—Ya se han ido, date prisa.
Salgo del baño, el pasillo está desierto. Me saco el gancho del cabello mientras me dirijo a la habitación doce, solo espero que no sea uno de esos cierres complicados. Durante varios minutos lucho con la cerradura, este sitio es una verdadera prisión.
— ¡Viene una enfermera!
Empujo la puerta con el pie a la vez que trasteo el cierre. Finalmente se abre. Entro y cierro por dentro. Una versión de Andrew me observa desde una cama con cabezal de madera. A la derecha hay un pequeño escritorio en el que descansan libros, un lapicero y algunas pastillas. El señor Polman no dice una palabra hasta que me aproximo a él. Cree que he venido a medicarle, por lo que aprieta los labios en negación.
—Tranquilo, no trabajo en este lugar. He venido sacarle de aquí, pero tiene que ayudarme.
Cuanto la puerta se abre estoy escondida detrás. Alcanzo a ver unas zapatillas blancas.
—Es mejor que estés así Andrés, te evitas problemas. En la mañana vendré a darte tus pastillas —dice una voz femenina— Adiós.
La enfermera voltea para marcharse y aprovecho mi único chance de dejarle inconsciente, de lo contrario quedaríamos atrapados aquí dentro. En cuanto se desploma en el suelo, me apropio del manojo de llaves que trae colgado en el cuello.
— ¿Tú quién eres? —pregunta entonces el pelirrojo incorporándose. Su cabello es más bien opaco, pues algunas canas resaltan en el mar de hebras naranjas, mas sus ojos, sus ojos son iguales a los de su hijo.
—Me llamo Galilea Leblanc.
— ¿Leblanc?
—Confíe en mí, le prometo que le sacaré de aquí. Debemos darnos prisa.
Se levanta, no está tan drogado como esperaba encontrarle, pero sí bastante débil. De debajo de la almohada saca un reloj que para mi sorpresa, resulta ser igual al de mi padre. Se lo acomoda en la muñeca izquierda, me muero por saber si Camel realmente malgastó sus últimos segundos de vida mintiéndome. Andrés Polman, a quien su familia ha llorado por dieciseis años, se apoya en mí para salir al pasillo. Cojo la llave cuya tarjetita tiene un número doce escrito con tinta negra, cierro la puerta y echamos a andar lo más rápido que podemos. Sin demasiadas complicaciones, lo cual es inusual, llegamos a la puerta trasera, al otro lado nos espera Alicia.
— ¡Alicia, abre la puerta!
—Enseguida.
Escuchamos entonces unos pasos que se acercan. Volteamos a la vez, se trata del chico de la recepción, esta vez con una expresión de asesino serial clavada en el rostro y en la mano un pequeño aparato cuyo objetivo principal es dejar inconsciente a los pacientes a costa de descargas eléctricas.
— ¡Ah, eres tú! —exclama al verme.
Andrés da un paso atrás tan amplio que choca con la puerta. Sin lugar a dudas él ya sabe lo que hace esa cosa, está aterrado, en cambio yo, doy un paso al frente.
— ¿No eres amiga de Glenn verdad?
—No.
— ¿Al menos trabajas aquí?
Niego con la cabeza.
— ¿Has venido a llevarte a Andrés?
—Sí.
El chico baja el aparato inmediatamente.
—La puerta está abierta, solo atráela hacia ti —dice Alicia tranquilamente.
—No sé cómo has conseguido entrar, este sitio tiene más alarmas que la bóveda del banco nacional, pero detesto lo que hacen con los pacientes. Sácale de aquí.
Le sonrío, no me puedo creer que me deje ir sin más, sin tener que usar el arma que traigo en la cintura, bajo la chaquetilla del uniforme. Salimos al húmedo aire del jardín, subimos al coche, arranco y dejamos la clínica como si fuésemos sus mismísimas dueñas.
—Ha sido demasiado fácil, ¿no crees?
—No te quejes. ¿Qué querías, que te diesen un tiro o clavaran un cuchillo?
Me río por todo lo alto. Es tan nuevo que las cosas me salgan bien, tan reconfortante… Andrés mira el paisaje nocturno, después de tantos años encerrado no imagino lo que debe estar sintiendo.
—Gracias —me dice en cuanto bajamos del coche en el parking, después de regresarle sus pertenencias a Glenn, quien aún duerme, asegurarme de que está bien y llevar a Alicia de vuelta a la mansión.
—No me agradezca, ojalá pudiera devolverle todo el tiempo que le arrebataron.
—Tu padre estaría muy orgulloso de ti.
Me sorprendo al escucharle, sabe quién soy. Sin demorarnos más entramos al ascensor y en cuanto estoy frente a mi puerta, decido tocar el timbre en lugar de abrirla.
— ¿Dónde estabas? —me espeta Andrew— Sigues desapareciendo Galilea, estaba muy preocup…
Sus miradas se cruzan, miradas que jamás imaginaron volver a encontrarse. Sus ojos, unos la más fiel copia de los otros, se llenan de lágrimas a la vez. Aunque ninguno de los dos comprende cómo es posible, se pierden en un apretón que me recuerda mi herida más antigua, la herida que me atormenta cada día, la herida que escuece y que quema mi piel más que ninguna otra: nunca volveré a ver a mi padre.
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