35: Ave Marie
Cuando despierto, Andrew, mi madre y Jean están en círculo a mi alrededor.
— ¿Qué ha pasado?
—Te desmayaste cariño —mamá me rocía gotitas de agua en el rostro. Me incorporo un poco—. Te encontramos hace diez minutos, no reaccionabas.
—Nunca te habías desmayado, ¿qué pasó hermana? ¿Te sentiste mal?
—Estaba un poco mareada por los cocteles, debe haber sido eso.
—Apenas tenían alcohol —dice Andrew ayudando a ponerme en pie— ¿Estás mejor?
—Sí —miento. La verdad es que me siento regular, tirando a mal. No sé qué me ha pasado, lo último que recuerdo son los gritos de aquel hombre.
—El teléfono está descolgado, ¿ha llamado alguien? —pregunta mi madre devolviendo a su sitio todo lo que aparté.
—Son casi las doce, ¿quién te llamaría a estas horas mamá? —Jean rueda los ojos.
—Quiero irme a casa Andrew.
—Vámonos todos. Dejé a Will despidiendo a los invitados, deben haberse marchado ya.
Mi madre sube con nosotros hasta la puerta de casa, para asegurarse de que estoy bien antes de volver al auto e irse a la mansión. Le detengo cuando está por abrirse el ascensor.
— ¿Cuántos Andrés conoces?
—Ninguno, no es un nombre inglés.
— ¿Y tus clientes españoles?
—Ninguno de mis clientes se llama así. El único Andrés que he conocido, mi mejor amigo, era el padre de Andrew. Sus abuelos eran latinos, por eso el nombre.
Entra en el ascensor después de dejarme un beso en la mejilla. Me siento en las escaleras, no sé qué pensar. Aquel hombre gritaba Hélène una y otra vez mientras alguien le ponía una inyección en contra de su voluntad, sus súplicas todavía resuenan en mi cabeza. Andrés, decía, soy Andrés. Me digo a mí misma que no puede ser, que Andrés Polman está muerto, pero hablé con él hace menos de una hora, no fue cosa de mi imaginación. ¿Qué hago? No puedo contarle esto a Andrew, no puedo. Recuerdo su decepción al no encontrar información sobre su padre en la base de datos, su expresión sombría cuando le abracé en la ventana intentando consolarle. La muerte de Andrés le corrompió tanto como a mí la de mi padre. Sé lo que se siente, sé cuánto duele, no puedo darle esperanzas por algo que parece una utopía. Han pasado dieciseis años, ¿cómo podría estar vivo, cómo?
—Nos mudaremos el lunes.
—Ajá —mascullo.
—Estás muy distraída, ¿qué te ocurre? ¿Aún te sientes mal?
—Estoy bien, no te preocupes.
— ¿Segura?
—Segura.
Es sábado en la mañana cuando llego a mi apartamento. La puerta está como nueva, aunque no puedo evitar rememorar aquel día.
—Tranquila, entremos —me dice Paola, quien ahora comparte conmigo una tragedia. Ella y las demás se han ofrecido a ayudar. Había mucho que arreglar aquí dentro, pero al cabo de una hora, en lugar de hacer labores domésticas, resulta que nos hemos dedicado a parlotear sin parar. Mi mente se distrae nuevamente. Mientras mi prima habla de Max sin detenerse a respirar, yo solo consigo pensar en Andrés, en qué tan real será.
— ¿Alguna sabe qué es la olanzapina?
—Depende, ¿para qué quieres saber? —dice Alicia, si no lo sabe ella quién más podría.
— ¿Por qué tanto misterio?
—No lo sé. Generalmente cuando haces este tipo de preguntas es porque estás por meterte en un lío, y no pienso ser la responsable de que pierdas otro riñón.
Resoplo, qué pesada está con lo del riñón. Desde mi secuestro, Alicia viene comportándose como mi niñera.
—Te cuida porque te quiere. Te cuidó por seis meses sin poder decirme nada de ti, y se lo agradezco, también tú deberías.
—No tienes idea Will, ella era lo único que me separaba de la muerte. Si no hubiese estado conmigo todo ese tiempo, probablemente no estaría viva. Algunas veces hasta me encerró en la habitación de aquella posada para que no saliese a buscar conflictos. Se lo agradezco, aunque no hay forma de que pueda pagarle lo que hizo por mí.
Alicia me coge la mano, estamos todas sentadas alrededor de la mesita de centro del salón.
—Es un calmante —dice finalmente—, la olanzapina es un calmante.
— ¿No estarás pensando en tomar calmantes, ¿no? —Kelly se levanta perturbada— Galilea…
—Es mera curiosidad, os prometo que en cuanto sepa más os contaré.
—No prometas cosas que no vas a cumplir —contesta Mary Alice—. Ahora estás aquí, pero mañana es probable te vuelvas Nikita otra vez.
— ¿Nikita? —me río— Alicia —retomo en minutos—, cuéntame más. ¿La pastilla esta puede comprarla cualquiera en una farmacia?
—No, es un medicamento controlado. Se le inyecta a pacientes con problemas mentales para calmarles, casi siempre en hospitales psiquiátricos.
Ahora todo tiene sentido, y nada tiene sentido. ¿Andrés está vivo en un manicomio? ¿Son esas mis conclusiones? Veinticuatro horas después de atormentarme con este asunto y de meter todas nuestras cosas en cajas para la mudanza, al amanecer del domingo, Andrew me despierta con un “feliz cumpleaños”.
— ¿Es veintisiete?
— ¿Olvidaste tu cumpleaños? —ríe.
¡Oh vaya, lo olvidé por completo! He estado tan ocupada con el accidente, el rescate de Paola y el aniversario de la compañía, que ni me había dado cuenta de que hoy era mi cumpleaños. Conociendo a mi madre, debe haber ordenado un pastel gigantesco.
—Hélène…
—Sí ya sé, me ha preparado una fiesta sorpresa, a que sí.
—Yo no te lo he dicho. Aquí está mi regalo —me entrega un sobre.
— ¿Qué es?
—Ábrelo.
— ¡No me lo creo! ¡No me lo creo!—grito estupefacta cuando tengo entre mis manos dos entradas para el concierto de John Mayer que tendrá lugar dentro de un dos meses—. ¡Pero si se habían agotado! ¡¿Cómo lo has hecho?!
—Magia —me guiña un ojo y me abalanzo sobre él.
— ¡Te amo!
—Pero a él más, ¿no?
—Nunca —le beso con intenciones de seguir, de comenzar el día por todo lo alto, sin embargo, salgo corriendo al baño en el minuto siguiente.
—Galy, ¿estás bien?
Me empapo la cara en el lavabo. Le digo que sí, que estoy bien, aunque no es cierto. He vomitado toda la comida de anoche, así sin más. Me miro al espejo, ¿qué me está pasando?, nunca he sido de enfermarme. Salgo del baño aún faltándome el aire, mas fingiendo que estoy perfectamente bien.
En la tarde nos marchamos a la mansión. Tal y como predije, hay un pastel del tamaño de mi sobrino en una esquina del salón. Estoy habituada, cada año mamá me organiza una fiesta con gente allegada, el problema es que no me siento nada bien. En cuanto me ve llegar corre a abrazarme, me arrastra de vuelta a la entrada y le quita el lazo a su obsequio: un porche color tinto que sin dudas hace que me sienta un poco mejor. Vaya, sí que se ha esmerado. Le agradezco plantándole un beso gigante en la mejilla.
—No es para que andes persiguiendo mafiosos, ¿entendido? —exige reteniendo las llaves en su puño para que no las agarre.
—Está bien —sonrío con malicia.
Finalmente me da las llaves. Es muy bonito por dentro, aunque echaré de menos el anterior. Dos horas después de probarlo, saludar a todos, abrir regalos, agradecer y demás, me voy a mi habitación. El mundo me da vueltas en cuanto me tumbo en la cama, empiezo a preocuparme. ¿Y si tengo alguna enfermedad? Sería predecible dados mis antecedentes como ciudadana a la que el karma suele quitarle más de lo que le da. Puede que mi malestar se deba también a la llamada de Andrés, no debería estar aquí acostada, ni siquiera en esta fiesta sabiendo que está vivo en algún hospital de por ahí. Mientras vomito por enésima vez, aterrada de pensar en una tercera teoría que justifique mi vértigo, tocan la puerta.
— ¡Soy Alicia!
Desde el baño le grito que entre.
— ¿Qué haces aquí?, abajo todos preguntan por ti.
—No me siento bien —vuelvo a la cama—, seguramente algo que comí.
Me analiza por un instante, pero no opina al respecto.
— ¿Serías capaz de rastrear una llamada telefónica?
—Podría, si hubiésemos instalado un GPS en el teléfono con antelación. ¿Por qué?
—Por nada.
—Déjate de tonterías, desde ayer estás con esto. Dime qué necesitas, sin rodeos.
—El viernes en la noche alguien llamó al despacho de mamá. Fingí que era ella, pues aquel hombre sonaba desesperado.
— ¿Y quién era?
—Andrés Polman.
— ¿Andrés Polman, el padre de Andrew que murió carbonizado? —me coloca la palma de su mano izquierda en la frente, burlona.
—Oye, no estoy bromeando Alicia —protesto—. Escuché cómo le atrapaban en el teléfono, cómo le inyectaban la olanzapina.
—Así que era eso. Déjame ver si entendí, ¿el padre de Andrew está vivo, internado en algún manicomio de Londres?
—O de alguna otra ciudad quizás, no lo sé.
— ¿Y ya le contaste a tu novio?
—No puedo hacerlo, no quiero ilusionarle. Promete que no le dirás.
—Se la pasan contándome cosas que no puedo decirle al otro, ¿de verdad crees que voy a delatarte?
—Sé que no. Eres tan leal que ni siquiera te atreviste a contarme lo que tenía planeado para deshacerse de mí.
—No fue por lealtad que no dije nada. No quería que te asesinasen, eso es todo.
—Como sea, ¿vas a ayudarme?
—Lo haré, pero escucha. Camel o Luis son los responsables de lo que sea que haya ocurrido. Uno de los dos está en la cárcel, busca algo con lo que puedas chantajearle para que te cuente la verdad.
—Luis no hablará conmigo, me odia.
—Lo hará si le prometes que retirarás la denuncia en su contra.
—No pienso retirar la denuncia.
—Que no, pero él no tiene por qué saber que mientes.
Cuando vuelvo al salón, Andrew y yo anunciamos a todos que nos casaremos, como acordamos en la tarde. Tomo la palabra para explicarle a la señora Hélène, a quien le titilan los ojos, que queremos una ceremonia discreta y que estamos usando nuestras alianzas porque para nosotros ya estamos casados, que se trata solamente de legalizar nuestro matrimonio. Cuando acabo el discurso, ella ya está haciendo llamadas. No estoy de ánimos para contrariarle, así que le dejo ser feliz por el momento.
—Acabo de hablar con una chica que organiza bodas, vendrá mañana a recolectar información sobre las flores, la fecha, el lugar, las invitaci… Hija, ¿me estás escuchando?
—Sí mamá, haz lo que creas mejor.
— ¿Dices que no te importa que me ocupe de tu boda, con lo que te gusta llevarme la contraria?
—Sí, eso mismo, ocúpate tú.
— ¿Te sientes bien?, estás algo pálida.
Me coge de la mano, remolcándome hacia justo debajo de la lámpara que cuelga del techo, en el centro del salón. Me valora durante varios segundos.
— ¿Has vuelto a desmayarte?
Le respondo que no, que me siento estupendamente y huyo de su vista lo más rápido que consigo. Voy directamente a mi habitación. Tal vez Alicia tenga razón, Luis es mi única opción. Dudo que esté dispuesto a compartir información conmigo, primero porque me detesta casi tanto como yo a él, segundo, porque no va a confesar un crimen del que también es culpable. Estoy suspendida en la ventana cuando concluyo que no perderé nada con probar. Miro hacia abajo, la escalera no está. Alguien debe haberla retirado en los últimos seis meses, aunque por lo general nadie sabe que la uso, solo yo y… Andrea, no puedo creer que haya estado utilizándola para entrar y salir de la casa a sus anchas. Cierro con llave por fuera, su cuarto está frente al mío, solo debí cruzar el pasillo para darme cuenta de que en efecto, ha cogido la escalera. Cuando regrese me va a oír, ha aprovechado que no estoy para imitarme, pero yo era mayor que ella cuando me escapaba por la ventana. Abro el portón de la entrada, espero que nadie se percate de que he salido hasta que acabe la fiesta. Piso el acelerador de mi nuevo coche y en quince minutos estoy en la estación.
— ¿Tú de nuevo? —me pregunta el oficial de guardia, el mismo de siempre. Si es que tengo una suerte para encontrarme a este cada vez que vengo, que no me lo creo. De alguna manera logro convencerle de que me deje ver a Luis, tras su discursillo de que “los domingos no hay visitas, menos a estas horas”.
— ¡Vaya vaya, miren quién vino!
Me repugno de solo ver su cara.
— ¿Qué te trae por aquí, hija?
Respiro hondo, no puedo perder la paciencia. Por mucho que me cueste admitirlo, él sabe cosas de las que no tengo idea, necesito esa información.
—¿Qué sabes de Andrés Polman?
Regresa a la pequeña cama de su celda. Se acuesta, cruza los pies, no está dispuesto a cooperar.
—Si me lo cuentas, te juro que retiraré la denuncia.
—Vamos a ver, ¿te crees la muy lista eh? Te ha costado muchísimo meterme a la cárcel, tendrías que estar drogada para retirar esa denuncia, puede que ni así.
—Yo necesito la información, tú la tienes. Te ofrezco algo a cambio, así funciona.
—No te creo nada, listilla.
Esto ha sido una pérdida de tiempo, así que doy media vuelta para marcharme, pues no tengo el menor interés en presionarle.
—Espera —dice entonces—. Lo he pensado mejor, va a ser de lo más divertido compartir celda con Camel.
— ¿Así que Camel también asesinó a Andrés?
Es mejor simular que no sé absolutamente nada. Se levanta, corre hacia donde estoy se agarra de los balaustres.
—Na, no lo mató. Andrés era un obstáculo para mí, me vi tentado a deshacerme de él en varias ocasiones, solo que Camel se me adelantó, como con tu padre. Odiaba al pobre hombre, algo sobre un reloj, qué se yo, el caso es que le prendió fuego a un edificio con él dentro. Todo eso para quedarse un estúpido reloj, siempre lo he dicho, es un inepto.
— ¿Y luego del incendio qué?
—Se quedó el reloj.
Asumo que dicho reloj al que se refiere, es que el que papá le regaló a Camel antes de irse a su beca en París y que este le lanzó por los aires. Hay dos cosas que no comprendo: ¿Por qué tenía Andrés ese reloj? ¿Por qué le interesaba a Camel, si él mismo se había negado a conservarlo?
—Después supe que el idiota de tu tío, solo fingió carbonizar al amigo de tu padre. Debí haberlo sospechado, no tiene lo que se necesita para matar. Es más, no sé cómo se atrevió a asesinar a su propio hermano.
— ¿Qué hizo entonces con el señor Polman? ¿En algún momento lo confesó?
Luis estalla en risa.
—Eso es precisamente lo entretenido del asunto. En lugar de matarlo, lo internó en un manicomio. Tu tío es un imbécil —ríe sin parar.
— ¿En cuál manicomio?
— ¿Por qué te lo diría?
—Porque quieres que apresen a Camel.
—Has aprendido a jugar, estoy orgulloso de ti.
Mis nauseas regresan, es un maniático.
—Déjame ver…, tenía nombre de chica…
— ¿El hospital?
—Es una clínica particular, Marie no se qué.
—Necesito el nombre completo.
— ¿Y a mí qué me importa? Con eso tienes lo justo para traer a Camel aquí, solo por eso te conté. Dile que le estoy esperando.
— ¡Espero que te pudras ahí dentro! —le espeto.
—Eso ya lo veremos. Estás a medio camino, no sabes la mejor parte, bonita.
Comienza a carcajearse nuevamente, está loco. ¿Cómo le aguanté dieciseis años?, tendrían que darme una medalla.
Una vez de vuelta a la mansión, subo por las escaleras hasta mi habitación y bajo al salón como si nunca me hubiese ido.
— ¡Alicia, Alicia! —la agarro del brazo, apartándole de su conversación con Kelly.
— ¿Tú dónde estabas?
—En mi cuarto.
—Sí claro —pone los ojos en blanco—. Subí a ver cómo te sentías, no estabas en tu cuarto.
—Vengo de la estación, aún no han trasladado a Luis.
— ¿Te contó algo?
—Camel no asesinó a Andrés, le internó en una clínica para enfermos mentales. ¿Podrías investigar?
—Venga, vamos arriba —hace un gesto con el brazo para que le siga.
Antes de subir, me cercioro de que nadie sospeche de mí. Solo he estado media hora fuera, espero que no lo hayan notado.
—Les dije que no te sentías muy bien, que no te molestasen, tranquila —coge su ordenador—. Será mejor que nos vayamos a tu cuarto, Will puede aparecer de un momento a otro aquí.
Una vez instalada en mi cama, la genio que tengo por cuñada se pone a lo suyo. No tengo idea de cómo hace para teclear a semejante velocidad, debe ser por la peligrosidad de los trabajos que ha realizado, la mayoría para tipos que no vacilarían en meterle una bala en la nuca. Regreso abajo para evitar problemas. Me siento mejor, razón por la cual Andrea recibirá ahora mismo el escarmiento que le corresponde. Le alejo de su mejor amiga, a quien mi madre invitó, y me la llevo al jardín.
—¡Estaba hablando con Denisse!
— Explícame qué hacía mi escalera debajo de tu ventana —enuncio ignorando su reproche.
—Yo que sé.
—Andrea…
—Ash, solo la usé un par de veces.
—Prometiste que no lo volverías a hacer.
—No, prometí que la pijamada era solo de chicas. Como sea, te fuiste por seis meses, no puedes regañarme.
—Sí que puedo, soy tu tía. Has estado escapando de casa, estoy a nada de decirle a tus padres.
—No estabas aquí, no había nadie que me regañase, así que sí, tomé prestada tu escalera.
— ¿Escapaste de casa solo porque yo no estaba para reñirte?
—No —da un paso atrás.
— ¿Me echabas de menos?
—No.
—Yo sí te echaba de menos Andrea, mucho.
— ¿Entonces por qué te fuiste sin despedirte? ¿Por qué no me llamaste nunca? Mi hermano no paraba de preguntar por ti, y ni siquiera te importábamos.
— A veces la vida nos obliga a hacer ciertas cosas, irme no fue mi elección, créeme. Algún día, cuando seas mayor, te lo contaré todo. Por ahora solo puedo decirte que te quiero, que te he extrañado muchísimo, y que las ganas de escuchar tu vocecita al menos en el teléfono, a veces me superaban.
Le abrazo a regañadientes y al cabo de unos segundos, cede y me rodea con sus brazos también. Al pequeño se le pasó con una caja de chocolates, pero Andrea ha cumplido en mi ausencia trece años, sabía que no me perdonaría fácilmente. Esta es la primera vez que me dirige la palabra desde que volví a Londres, me ha estado evadiendo. Mis sobrinos siempre han sido muy pegados a mí. Ella en especial, desde pequeña corre a contarme todo antes que a sus padres.
—Pero no me he olvidado de la escalera eh —advierto—. Que sea la última vez, estoy hablando en serio.
—Es que Denisse tenía miedo de quedarse sola en casa, fui a hacerle compañía. Su madre trabaja en un sitio de esos donde cuidan locos.
— ¿Qué has dicho?
—Perdón, locos no, enfermos mentales —se retracta creyendo que voy a reprenderle.
— ¿De casualidad el nombre de ese sitio tiene que ver con Marie?
—No te puedo contar, Denisse me hizo prometer que no le diría a nadie. Si su madre se entera que lo sé se enfadará y le castigará. Es por un acuerdo de confidencialidad.
—De mi boca no saldrá, lo sabes.
—Ave Marie, clínica psiquiátrica, así se llama.
Minutos después, abro de un tirón la puerta de mi habitación.
— ¡Ave Marie! —decimos Alicia y yo al unísono.
—Oxford —agrega ella— Espera, ¿cómo lo has sabido?
—Da igual, ya sé cómo vamos a entrar.
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