33: Llora
—Creí que Kelly se desmayaría de emoción —Andrew enciende la lamparita de noche y gira en torno a mí.
—Todavía no me creo que Paola esté de vuelta. Ha sufrido demasiado por mi causa, pero lo arreglaré.
—Deja de culparte.
Miro mi sortija, dibuja sombras con formas en el techo de la habitación.
— ¿Cuándo les diremos?
— ¿Qué nos hemos casado?
—Eso. Espero que tengas claro lo que ocurrirá cuando Alana lo sepa.
—Dirá que no fue una ceremonia auténtica, no se enojará.
—Por usar los anillos sin entrar a la iglesia sí que se enojará.
Hace una mueca de fastidio, quiere convencerse a sí mismo de que su madre se lo tomará bien. Luego está la mía, con quien tengo un asunto pendiente. Así haya pasado un mes desde que solté aquella bomba en sus narices, dudo que lo haya olvidado, es más, me sorprende que no se apareciera en Kilkenny.
—Supongo que tendremos que hacerlo oficial.
— ¿Eh? —balbuceo sentándome en la cama— ¿Oficial?
—Legalizar nuestro matrimonio. Hélène va a querer una boda real, con invitados, pastel y vestido blanco.
—No tenemos por qué obedecer a mi madre pecas. Estamos casados, hayamos o no firmado los papeles esos.
—Lo que tu digas pero, según la ley seguimos siendo novios.
Vuelve a tumbarme sonriente.
— ¿De qué te ríes?
—Casados, se me hace muy gracioso.
Encoge los ojos con picardía y se coloca encima de mí, de modo que nuestras narices rozan.
—Una vez sea legal, como diría la señora Alana, me encargaré de llevar a cabo el próximo paso.
— ¿De qué estás hablando?
—De que esta cama será testigo de la creación más exótica —su voz suena como uno de esos locutores de reality shows, haciéndome soltar una carcajada. Nuestras respiraciones se empastan a la vez que nuestros cuerpos. Se quita el suéter con el que adora dormir, lo lanza por los aires y me besa.
—Estás loco.
—Tú, tú me vuelves loco.
Comienza a descender por mi cuerpo, deslizando la lengua por tierras que le pertenecen hace ya mucho. Está muy intenso con esto de tener hijos, no sé que rayos le suce…, mis pensamientos se vuelven confusos cuando pasa el ombligo. Que haga lo que quiera conmigo, de todas formas no conseguiré detenerle o concentrarme en alguna otra cosa ahora mismo. Mi espalda se curva de placer y me clava la mirada, deleitándose con la escena que ha provocado. Siempre le ha resultado muy entretenido ver cómo me muerdo los labios, escuchar mis gemidos como si se tratase de un recitativo. Prosigue. He perdido el juicio, le dejo que haga y deshaga a su antojo.
Despertamos a las nueve. Jake está dejando unas tostadas en la mesita de centro cuando arribo al salón, en el que hay un alboroto descomunal. El pelirrojo más risueño ha recuperado su alegría característica, es reconfortante verle así. Mis amigas ríen por todo lo alto en el sofá, toman una tostada cada una y me apoyo en una pared aledaña para contemplar el fotograma, el mejor que he visto en muchísimo tiempo. Se desternillan de risa, ni idea de qué les causa tanta gracia, no es importante. Les hago una foto en lo que Andrew me da otro beso de buenos días. Se queda quieto a mi lado, tal vez disfrutando lo mismo que yo, hasta que se dan cuenta que estamos ahí.
—Ayudaré a Jake —da media vuelta y se van a la cocina.
Las chicas me hacen un espacio entre las dos e intento lanzarme sin rebotar en el asiento, cosa que no consigo. Se ríen también de eso, sus carcajadas podrían escucharse en Tokio.
— ¡¿Y ese pedazo de piedra?!
Oh vaya, Kelly se ha dado cuenta. Paola coge mi dedo anular estupefacta.
— ¿Eso es una esmeralda, una esmeralda real?
— Quién sabe —contesto.
—Parece un anillo de compromiso —reflexionan a la par—. ¿Galilea, estás comprometida?
—No —digo de forma instantánea, pero entonces Andrew regresa al salón y nuestro secreto peligra.
— ¡Andrew! —exclama Paola de lo más animada, haciéndole sitio a mi lado— ¿Me muestras tus manos?
Jake le analiza confuso, no se entera de nada.
— ¡Ahg! —Kelly se atraganta con el café que acaba de sorber, incluso derrama algunas gotitas en su pijama— ¡¿Os habéis casado?! ¡No no no no, mi mejor amiga no se casaría sin decirme, ¿o sí?
—En breve les explico.
— ¿Entonces es cierto, te has casado?
—Bueno, yo me voy a… —Andrew hace por levantarse, pero las dos le jalan del abrigo.
—No nos hemos casado, os lo prometo —aseguro—. Fue algo entre los dos, sin fines legales.
—Legal o no legal os habéis casado.
— ¡Que no! —exclamo exasperada.
—Estais usando las alianzas, lo cual significa que para ustedes, lo que sea que hayan determinado como boda, ha sido de lo más real.
Había olvidado que Paola suele tener la última palabra la mayoría de veces, ya sea porque se inventa todo tipo de argumentos convincentes o porque nos agota al punto de darle la razón. Haciendo caso omiso a esto último, debo admitir que sí, para mí fue real. Siento que nuestra relación ha ido más allá de un simple noviazgo, que hemos cruzado la línea, que aunque ya éramos uno antes del jueves, ahora somos mucho más.
— ¡Cuando se entere mi madre! —ríe Jake— Estábamos todos en Irlanda y nos habéis dejado fuera.
— ¿Estuvisteis en Irlanda? ¿Me he perdido Irlanda? —Paola hace un gesto de insatisfacción.
—Ni siquiera disfrutamos la estancia, estábamos deprimidos. Creíamos que estabas…
— ¿Muerta? ¿Creíais que estaba muerta?
—Cuando desperté y no te vi asumí que Luis te había lanzado al Támesis. Semanas después recibí una llamada de Camel. Me aseguró que estabas viva, que te entregaría a cambio de unos documentos que tengo en mi poder.
— ¿Tendrán esos documentos algo que ver con una empresa en las Islas Maurice?
Un silencio repentino conquista el entorno.
— ¿Qué he dicho? —agrega intimidada.
— ¿Cómo sabes de eso? ¿Alicia te ha contado?
—Escuché a tu padrastro hablando sobre los documentos de una empresa de la que son dueños. Estaba presionando a Camel para que te quitase los papeles a cualquier costo, de lo contrario ambos podrían acabar muertos.
‹‹O sea que dichos papeles son más importantes de lo que yo pensaba››
—Tuvieron una pequeña disputa, no se llevan muy bien. Camel dijo que no iba a lastimarte, Luis juró que te mataría esta vez, y hasta hubo golpes. También hablaron de un diamante, supongo que es ese que tenías el día que tu padrastro irrumpió en el apartamento.
El joyero dijo que los diamantes azules provenían en su mayoría de minas en África e India, y las islas Maurice están en África. Qué turbio todo, estoy tan intrigada que le envío le envío un mensaje de voz a Alicia para que me devuelva los documentos que le di a cuidar. Treinta minutos más tarde Jake y su hermano se van a hacer unos recados, dejándonos solas en el apartamento malva. Paola está mirando a un punto fijo en la pared de enfrente, callada, perdida. Si tuviera una barita mágica o un hada madrina que concede deseos, no dudaría en hacer desaparecer su dolor. Rebobinaría tanto el casete de nuestras vidas, que acabaríamos nuevamente en la noche de chicas que tuvo lugar muchos meses atrás, cuando comenzaba a adentrarme en esta revancha que me encapriché en llevar a cabo sin medir consecuencias.
— ¿Qué te han hecho? —pregunta Kelly con la dulzura en la voz que la define, acariciándole las largas ondas negras.
La chica despierta entonces de su estado dubitativo, se incorpora de golpe.
—Nada, no me han hecho nada, por increíble que parezca. Estuve encerrada en una habitación de hotel durante todo el mes, con televisión por cable. Dos veces al día venía una chica a traerme comida, comida que apenas tocaba, por supuesto. Nadie tuvo en cuenta que soy vegetariana —ríe—, pues claro, a quién le iba a importar ese detalle. El último día Luis me lanzó a la cama unos vestidos. Ordenó que me los probase, que eligiera uno y que estuviera lista a las siete en punto.
— ¿Vestidos? —inquiero.
—Los cuatro parecían salidos de un prostíbulo, así que los sumergí en la bañera hasta que estuvieron empapados, eso me hizo sentir mejor. Eran las cuatro y treinta cuando escuché a tu padrastro discutir con Camel en el pasillo, decidían si debías vivir o morir. Me dio un ataque de rabia, por todo, por estar encerrada allí y no poder escapar, por saber que iban a asesinarte y no podría hacer nada para impedirlo. Entonces aparecieron dos tipos corpulentos que me arrastraron fuera, la amiguita de barbie me llamaban.
—Jack y George, los matones de Camel. Sí, así me llamaban a mí, barbie.
—Ah, no se me ocurrió, no entendía nada. Estaba demasiado débil para pensar, es que apenas probaba bocado. Debo haberme desmayado, porque después de aquello solo recuerdo despertar en el sitio en el que me encontraste. Asumo que estuve solo unas horas allí.
Nunca antes me había dado cuenta de cuán fuerte son mis amigas. No me había planteado que quizás las cosas no habrían salido tan mal de tener su apoyo, que podían sostener mi secreto e incluso comprender mi nuevo comportamiento. Que no obstante a que no estuviesen de acuerdo conmigo, con mi postura, con mis ansias de venganza, podía desahogarme en sus hombros. Paola nos abraza a ambas a la vez, pero se separa de pronto.
—Han sido como unas vacaciones.
— ¡No digas tonterías! —protesta Kelly poniéndose en pie— ¡Tu abuela estaba desolada, yo al borde de la locura! ¡Habías muerto! ¡Estaba por perder a Galy también, casi les pierdo a las dos!
— ¿Qué quieres decir, por el accidente?
—Solo fueron unos rasguños —miento.
—No retomes el ciclo de mentiras Galilea, por favor, no permitiré que nos vuelvas a ocultar información. Luis le disparó en el abdomen —explica dirigiéndose a Paola—. Andrew la halló tirada en pleno de Tower Bridge, desangrándose. Cuando llegué al hospital era un caos. Hélène estaba a punto de colapsar, los doctores habían dicho que le estaban extrayendo un riñón, que no habían podido salvar el órgano y que había perdido demasiada sangre. Necesitaba una donación urgente, pero ninguno de nosotros, ni siquiera sus colegas de la orquesta, teníamos su mismo tipo de sangre. Camel terminó donándole, me cuesta admitirlo, pero ese desgraciado le salvó la vida.
Paola está horrorizada para cuando nuestra amiga acaba el relato. No sé qué decir, por ello me levanto.
—No huyas, has huido por meses, ¿no estás cansada de correr? Has lidiado con todo esto tú sola para protegernos. Aquel día te dije que ya no éramos amigas… —rememora Paola cabizbaja—, y no era cierto, solo lo hice por herirte. Quería que te sintieras tan mal como yo, ajena a todo lo que estaba sucediéndote. Nunca dejé de quererte, ni cuando creía que te habías ido lejos sin decirnos. Perdóname.
— ¿Perdonarte qué? Soy la única razón por la que perdiste un mes de tu vida, soy la razón por la que tienes esas marcas de vidrios en la piel. Soy la razón por la que casi mueres, si alguien debería disculparse esa soy yo.
— ¿Qué dices? No seas tonta, Paola te siguió hasta el apartamento. Hiciste todo lo que estaba en tus manos por mantenernos al margen.
—No eres culpable de querer respuestas Galy. Cuando vi la cicatriz en tu pierna, cuando supe de tu secuestro, te juro que me quise morir.
—Tampoco fue para tanto.
— ¡Sigues con las mentiras! Déjalo ya, somos nosotras, las de siempre, las tres contra el mundo.
Tocan el timbre. Kelly abre la puerta e inmediatamente tengo delante la imponente figura de mi madre.
— ¡Paola! ¡Creí que te habíamos perdido mi niña, ¿qué te sucedió?! —exclama levantándola del sofá para abrazarla— ¡Gracias a dios que estás viva!
—A dios no, a tu hija —recalca la morena—, ella me rescató.
— ¿Cómo que te rescató?
—Estuve secuestrada.
Podría hacer un perfecto resumen sobre el fuego que avanza carbonizando las neuronas de mamá ahora mismo. Su mirada es tan trasparente, que siempre le ha resultado una hazaña disimular sus emociones, tal y como a mí. La abuela Divya dice que somos iguales, que mi alma es un reflejo de la suya. Puede que tenga razón.
—Ni te sorprendas tanto eh, la pasé estupendamente comparado con Galy.
—Paola, por favor… —le ruego para que se detenga, en cambio prosigue, ignorando rotundamente mi pedido, más que dispuesta a desmantelar el meollo que vengo encubriendo.
—Paola nada. Nunca me voy a perdonar el no haber estado contigo en esto, pude haber intentado que sufrieras un poco menos. Ella es tu madre, es hora de que sepa todo, ¿no crees?
— ¿Saber qué? ¿De qué estáis hablando? —inquiere la rubia extremadamente confundida, dejándose caer en el sofá.
—Es mi decisión.
—Lo es, pero si de ti depende no la vas a involucrar, así lo que lo haré por ti. Si tuviese una madre, me gustaría hallar consuelo en sus brazos.
Cuando ha acabado la historia, o al menos su versión, me cubro los ojos con ambas manos. Me aterra la idea de que no haya creído una palabra, asimismo que esté convencida de que son tan ciertas como la nueva estampilla de sangre en mi piel.
— ¿Qué Luis qué? —pregunta en un susurro— ¿Dices que…, dices que mi marido es el responsable de que mi hija casi muera? ¿Dices que Luis te tuvo secuestrada durante un mes?
—Todo lo que he dicho es la más cruda verdad, puedes comprobarlo.
Mamá se levanta y toma su bolso para marcharse, pero cuando llega a la puerta se detiene en seco, voltea hacia nosotras dubitativa.
—Es que no puedo creerte. Si lo hiciese, si creyese que estuve por perder a mi hija, si estuviese convencida de que él ha hecho cada una de las cosas que has dicho tendría que matarlo. ¿Lo entiendes? —dirige la mirada a Kelly— ¿Lo entiendes tú? Tendría que matarlo.
Se queda allí inerte por un cuarto de segundo, con la mano sobre la manivela. Gira la cabeza hacia una de las butacas en las que estoy sentada y el océano que rodea sus pupilas, se encuentra con el cielo invernal que apaga las mías. De repente reacciona, es entonces que su bolso cae al suelo, rompiendo el silencio. Las lágrimas le invaden como una estampida, corre hacia mí.
—Dime que no es verdad cariño, dime que no he estado ciega todo este tiempo. Dime que no he convertido tu certeza de que no era quien decía ser en celos de hija. ¡Dímelo! —se arrodilla ante mí, baja la cabeza en mis rodillas, cubriéndolas con sus brazos, y luego la vuelve a alzar—. ¡Di que no es cierto, porque si lo es jamás podré perdonármelo!
Le pido a Kelly que busque un calmante en el botiquín del cuarto de baño, pues creo que mi madre está al borde de un infarto y una vez se ha tomado la pastilla, la conduzco a la habitación de Andrew. Aparto mi celular de la cama y nos sentamos.
—Mamá, por favor tranquilízate. No quiero que estés así, por eso no te conté nada.
No vale. Nada de lo que diga le pondrá fin a su disgusto.
— ¡¿Qué he hecho?! ¡¿Qué he hecho?! —repite.
Seco sus lágrimas.
—Tú nos has hecho nada.
—Aquel día en el hospital intentaste decirme algo, pero no te creí, no te creí. Eres mi hija, ¿cómo he podido estar tan ciega durante dieciseis años? ¿Con quién me casé?
—Luis odiaba a mi padre mamá, le odiaba por tenerte. Estoy convencida de que tuvo que ver con su muerte. Sé que es duro para ti hablar de papá, pero estoy cansada, estoy cansada de mentir.
— ¿Luis, fue él quien te secuestró?
—No, no fue Luis.
—Es decir que… —se levanta y comienza a marchar de un lado al otro por la habitación con las manos a ambos lados de la cara, sin poder articular palabra. Se paraliza justo frente a la cama.
—Estuve siete días secuestrada, siete días amarrada a una columna, sin idea de cuánto tiempo había transcurrido. Lo único que te puedo confirmar son los cubos de agua helada que me lanzaban a la cara para que despertase, las ratas correteando a mi alrededor, el bombillo colgado del techo dando vueltas en círculo, la gota que caía en mi nariz cada tres segundos, los charcos en el suelo y dos tipos robustos que me estuvieron drogando y golpeando para mantenerme inconsciente. Andrew me sacó de allí, me llevó a una posada a las afueras de Londres, posada en la que estuve por seis meses con la ayuda de Alicia, hasta un día antes del accidente. Jamás salí de Inglaterra, pero no podía contarle a nadie, me estaban buscando. No podía volver, necesito que lo entiendas.
— ¿Entender qué cariño —se incorpora a mi lado—, que he sido una madre terrible? He estado ajena a tu vida como nunca antes, no me lo puedo perdonar, podrías estar… —se echa a llorar.
—Pero no lo estoy mamá, estoy viva, estoy bien.
—Al ver el gris en tus ojos supe que cada palabra de Paola era cierta. ¿Cómo no vi antes tu dolor, cómo no lo vi?
—Mamá, cálmate por favor. Mírame, estoy bien.
—Tú no estás bien, no lo estás. Hace dieciseis años hiciste lo mismo, estás clavándote el dolor en el pecho una vez más. No puedo verte así cariño, me rompe el corazón, ¿comprendes? Lo siento hija, lo siento tanto —toma mis manos y posa su mirada en mí, como si quisiese vislumbrar algo de lo que yo misma no soy consciente.
Trato de contenerme por un par de segundos, pero aunque he puesto todo mi empeño en mantener mis emociones al margen, aunque he simulado estar bien durante meses, acabo llorando en sus brazos como una chica que acaba de escuchar el último latido de su padre. Suelta los tacones de un tirón, se acuesta en la cama a mi lado y me abraza con fuerza. Desliza sus dedos por mis mejillas, me seca las lágrimas una a una. He anhelado tanto su calor, su apoyo, su consuelo, que no consigo detenerme ni callar mis sollozos. Le necesitaba, necesitaba a mi madre.
—Hélène te traje un… —anuncia Kelly asomándose en la puerta. Me repongo un poco para verle contemplar la escena—. Ahora estarás bien.
—Llora cariño, llora. Suéltalo todo, deja ir el dolor.
Mis lágrimas parecen no tener fin, están desbordadas y la verdad, ya no sé si estoy llorando por la muerte de papá, por Andrew clavándome aquel cuchillo, por perder a Paola o por añorar tanto a mi madre sin poder decirle. He mezclado tantas penas que yo misma no reconozco por cuál de ellas estoy de luto.
— ¿Luis te disparó? —pregunta mamá nuevamente algunas horas después, cuando está por marcharse a la mansión.
—Lo hizo. Dijo que te consolaría, que me olvidarías enseguida.
—Ya te diré yo lo que olvidará enseguida —me da un beso en la puerta y baja las escaleras corriendo a toda velocidad.
— ¡Mamá! ¡Ve tras ella! —le grito a Andrew que acaba de bajarse del ascensor.
— ¿Qué ha pasado?
— ¡Lo sabe todo! ¡Lo sabe todo Andrew, va a hacer una locura!
Salimos corriendo también. Es mediodía y sigo en pijama, lo cual no me detiene, pero llegamos tarde, pues cuando entramos al parking del edificio mi madre ya ha arrancado su auto. Nos subimos a la moto, salimos a un colorido Londres que ha comenzado sus andanzas primaverales. Frena justo enfrente de la mansión Leblanc, sale furiosa del coche, haciendo caso omiso a nuestros alaridos, y atraviesa el jardín como si fuese a asesinar a alguien. La seguimos, está fuera de control.
— ¡Mamá! ¡Basta, detente por favor!
Abre la puerta de casa, sube la escalera que lleva a la segunda planta.
— ¡Luis! ¡Luis!
—Esto no va a acabar bien —dice Andrew.
— ¿Tú crees?
Entra en su habitación y sale minutos después, pasando por nuestro lado de vuelta al primer piso como si no nos viese.
— ¡Galilea! —exclama Will, quien viene saliendo del comedor— ¡Volviste!
Me abraza fuerte, pero me desprendo.
— ¿Luis está en casa?
—Sí, está en la mesa con Jean.
— ¿Los niños?
—En el colegio, ¿pero por qué estás tan alterada hermana?
— ¡Eres un hijo de puta! —escucho gritar a mi madre. Los tres corremos al comedor.
Luis está sentado en la mesa, justo como dijo mi hermana y Jean enfrente, ambos almorzando.
— ¡¿Pensaste que nunca me iba a enterar?!
— ¿De qué mi amor? —pregunta él viéndome a mí. Estoy segura de que sabe perfectamente de qué se trata.
— ¡Intentaste asesinar a mi hija! —mamá saca un revólver.
¿Por qué tiene un revólver, de dónde lo ha sacado? Siento que me estoy enfermando a medida que avanzan los minutos.
—Hélène, baja el arma por favor —le suplica Andrew.
— ¿Qué está pasando mamá? ¿Y ese revólver?
— ¡Este hombre es un embustero! ¡Intentó deshacerse de tu hermana Jean, le pegó un tiro en el abdomen y la dejó tirada en el puente para que se desangrase!
— ¿Qué has dicho? —balbucea Will desde un rincón, aterrada.
—Es mentira. Sabes que ella siempre me ha odiado, estaba celosa de mí, se lo ha inventado todo. Hélène, soy tu esposo, Galy es mi hija, ¿cómo se te ocurre que haría algo así?
— ¡Galilea no es tu hija, y tú desde hoy no serás mi esposo ni serás nada! ¡Acabaré con tu vida ahora mismo!
— ¡Mamá, dame el arma! —le espeto, pero no deja de apuntarle a Luis.
Antes de que alguno de los tres diga otra palabra, Jean se lanza sobre nuestro padrastro. Cae en el suelo, sobre él y comienza a abofetearle. Andrew hace por quitárselo de encima, pero mi hermano, además de testarudo, es bastante robusto.
— ¡Déjame Andrew, déjame! ¡Mi hermana casi se muere! ¡Voy a golpearle hasta que…!
El sonido de la bala saliendo del revólver me paraliza. Debería estar acostumbrada ya, pues he perdido la cuenta de las veces que he presenciado actos distintos de la misma ópera, mas sin embargo, mi corazón continúa luchando por salírseme del pecho cada que escucho este sonido. Jamás podría adaptarme, en la mayoría de los casos significa que alguien murió y en esta ocasión, no tengo claro de quien se trata.
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