31: Sin ella
No puedo hablar. No puedo hablar y ni siquiera me importa. He vuelto a perder la voz, sin embargo, esta vez me tiene sin cuidado. Me siento como si me hubiese atropellado un camión de carga, apenas puedo moverme, pero el dolor físico no es nada comparado con el resto. La venda al costado de mi abdomen en función de proteger mi herida no es lo bastante gruesa como para cubrir mi angustia ni suero que gotea directo a mis venas va a sanar mi alma. Andrew me sostiene la mano. Me observa como si quisiese descifrar lo que arde en mis pupilas, pero dudo que su imaginación alcance a tanto aun conociéndome.
—Creí que te perdía —susurra acariciándome la mejilla—. No vuelvas a hacer esto Galilea por favor, no puedo vivir sin ti.
Hace unos días habría dado lo que fuese por escucharle, por estar con él. Ahora, por el contrario, solo quiero que se abra un portal en la pared y me arranque de todo lo conocido. No sé cuánto tiempo llevo en esta cama o cómo llegué al hospital, estoy tan desorientada como cuando fui secuestrada. Cada vez que abría los ojos seguía atada a aquella columna, sin saber cuántos días habían transcurrido. Es casi lo mismo, con diferencia de que lo primero que vi cuando desperté, fue a mi madre llorando a mi lado. Lucía desesperada, ella y los demás. Llevo tanto sin verles que no me lo puedo creer.
—Por favor, la paciente necesita descansar. Tiene que marcharse ahora —enuncia la enfermera entrando en la habitación. Andrew se aferra a mi mano con fuerza, se niega a soltarme. Entonces intento que entienda en una mirada lo que soy incapaz de decir con palabras y minutos después, estoy sola nuevamente.
Paola y yo reíamos a carcajadas en la mesita del parque, cerca de casa. No alcancé a ver qué nos causaba tanta gracia, era un detalle innecesario, pues nuestra felicidad opacaba todo alrededor mientras avanzaba la tarde. Sus rizos cortaban el aire en una danza, como de costumbre. El tiempo parecía haberse detenido en aquella escena, pero luego su rostro se desdibujaba, de un momento a otro, sin anunciarme su ausencia con previo aviso. He tenido este sueño recurrentemente, mas solo ha sido eso, un sueño, uno en el que ella aún existía. He perdido a mi mejor amiga, más que eso, ha muerto por mi causa, yo le he matado. Jamás he estado tan decepcionada de despertar, debo vivir este mundo sin ella, me niego a hacerlo. Acabo por dormirme, después de mirar al techo por largas horas con la mente vacía de pensamientos serenos.
Dos batas blancas ondeando frente a mi cama conforman mi primera imagen del día. Uno de los doctores apunta algo en un bloc mientras la otra me reconoce y la enfermera me cambia el suero, al tiempo que me informan que han debido extirparme un riñón. ‹‹Para lo que me importa››, pienso. Qué pesadilla, no quiero estar aquí, no quiero estar en ningún sitio, de hecho. Diez minutos después, desfilan por la habitación Will, Mary Alice, Jean, los niños y hasta Alicia. Cuando se han marchado entra mi madre, arrojándose sobre mí con cautela.
— ¡Mi niña! —exclama a todo volumen. Me besa la frente como cuando era pequeña— ¿Cómo te sientes?
Ha olvidado que no puedo pronunciar palabra.
—Tranquila, ya recuperarás tu voz. No te debes preocupar, volverá pronto, ya verás.
Se sienta en un costado de la cama, pregunta cuánto me duele la pierna que me lastimé y luego enciende una tele a la que no le he prestado atención. Sin querer, pone un canal de noticias en el cual pasan un reportaje en directo desde Tower Bridge. Mencionan a una chica desaparecida en las aguas del Támesis y mi estado de ánimo empeora en cuestión de segundos, así que mi madre apaga el aparato.
—La van a encontrar…
No la van a encontrar. La única razón por la que alberga esperanzas es porque no tiene la menor idea de quién es el responsable de todo esto: su marido. Desde luego, si supiera la clase de rata que es Luis y cómo me disparó sin pestañar, ya habría asumido que Paola nunca aparecerá. Quizás debería contarle todo de una vez, ya no me importa si me cree o no, solo quiero que se aleje de ese matón lo más pronto posible.
— ¿Andrew ha estado contigo?
Asiento.
—Lleva toda la semana aquí el pobrecillo, estaba tan afligido como yo.
Algunos días después recibo una visita inesperada, la abuela de Paola, quien ha venido con Kelly. ¿Cómo verles a los ojos?, me quiero morir. La mejor y única abuela que tuve hasta hace poco, esa que decidió hacerme pasteles los domingos, mimarme mientras su nieta se hacía selfies de baja calidad en el jardín de su casa, me pasa los dedos por el cabello, contiene una lágrima.
— ¿Qué ha pasado Galy? ¿Dónde está mi nieta?
—Galy, por favor, necesitamos saber —añade Kelly con una inescrutable expresión marcada en las comisuras de los labios.
Hago un intento por hablar, pero fracaso una vez más. Aunque pudiese no sabría qué decir, cuando desperté en mi coche, de cabezas, Paola ya no estaba. Podría pensar que en el impacto salió volando por el parabrisas, que estaba destrozado, no obstante, estoy convencida de que Luis o alguno de sus matones la lanzó al agua. Se me retuerce el estómago de solo pensarlo. La señora Carvejo concluye que no obtendrá información alguna por el momento y se queda un rato conmigo hasta que decide marcharse, angustiada como nunca antes la vi.
—Solo me quedan ustedes dos —balbucea antes de desaparecer por el pasillo. Kelly estalla en lágrimas, llevaba horas reteniéndolas, le conozco demasiado bien.
— ¡Lo siento, no quiero que me veas así, pero es que ya no aguanto más! ¡Paola está muerta, muerta! ¡Casi te pierdo también a ti! —corre a abrazarme. Me aprieta tan fuerte que mi oxígeno escasea, llora en mis brazos. Estoy a segundos de desplomarme también yo, pero no lo hago y sus lágrimas acaban fusionándose con las que me guardo, formando océanos que reclaman desesperados sus corales. No debía ser así nuestro reencuentro, en lo absoluto, debíamos estar las tres juntas, como siempre.
— ¿Qué vamos a hacer sin ella? —solloza. Está más delgada de lo habitual, debe haber recuperado su peso ideal en el tiempo que llevo sin verle—. Sí, estoy más delgada —sonríe tras una pausa, con ojos aún llorosos, como si supiese lo que estoy pensando—. Ahora somos solo las dos contra el mundo Leblanc.
Si supiese que Paola ha muerto por mi culpa no pensaría lo mismo, probablemente no volvería a dirigirme la palabra. Es demasiado tarde para sincerarme, la primera y última vez que lo hice acabé teniendo sueños en los que mi otra amiga todavía respiraba. No, no puedo arriesgarme a perder a Kelly también.
—Supongo que estarás culpándote de todo, tu cabecita no deja de maquinar, ¿verdad? —le suelto la mano y vuelvo la cabeza hacia la ventana— No tengo idea de por qué iban las dos en el mismo auto, cuándo llegaste a Londres o cómo lo supo Paola. Ya sé que no puedes hablar, que aunque pudieses no lo harías, que estás triste, que te quieres morir, lo sé porque me siento exactamente igual, pero no voy a dejarte sola. No permitiré que caigas en una depresión o que me apartes de ti otra vez. Puedes patalear, enojarte o lo que te apetezca, pero no voy a dejarte sola. Solo me quedas tú.
Retoma su llanto. Lo que ha dicho es tan cierto que me asusta que sepa todo eso con solo mirarme.
La semana se pasa volando y para cuando llega el domingo siguiente, continúo sin decir nada. Andrew me deja mi agendita roja sobre la cama, quizás para que escriba en ella lo que tenga que decir, salvo que no tengo nada que decir.
—No necesité las llaves, la puerta estaba desprendida… ¿Qué pasa, no te alegras de verla? —se interrumpe a sí mismo. Además de la capacidad de hablar, también he perdido la de sonreír. Abro la agenda y escribo “gracias”.
— ¿Quién te ha hecho esto? ¿Fue Camel?
Le ignoro.
—Fue él, estoy seguro.
“Luis”, escribo.
— ¿Tu padrastro? ¿Luis te disparó?
Asiento.
— ¡Voy a matar a ese miserable, lo juro! —grita fuera de sus cabales y se dirige a la puerta más que dispuesto a llevar a cabo su enunciado. Sé que lo hará, cuando se trata de mí Andrew no razona. Tiro de su brazo, suelto un “no” más sombrío de lo que deseaba.
— ¡¿Has hablado?! ¡Has hablado Galy! —vuelve hacia mí, me besa. Al menos se le ha pasado el impulso asesino—. Creí que no escucharía tu voz nunca más, estaba aterrado.
En el mismo segundo veo a Luis plantarse frente a mi habitación con mi madre. Sucede que esta mañana le pedí a la enfermera que corriese la cortina de la ventana, pues me aburro muchísimo en esta maldita cama, es por ello que tengo acceso a todo el que atraviesa el pasillo. Parecen estar discutiendo y entre reproche y reproche de su esposa, ese imbécil aprovecha para guiñarme un ojo. Sé perfectamente lo que significa semejante gesto: que tiene el control, pues mientras yo estoy en esta cama, él sigue allá afuera engatusando a todos.
—Sácame de aquí —Andrew se incorpora de pronto ante mi pedido.
—En la noche te dan el alta, no te agobies. Quedan solo unas horas.
Niego con la cabeza.
—Está bien —cuela sus dedos lentamente entre los míos—. ¿A dónde quieres ir?
—Lejos, llévame lejos.
Veinte minutos después, mamá cruza la puerta furiosa.
— ¡Mira, lo primero, me ha dicho Andrew que has recuperado la voz! Nada me alegra más, de verdad hija pero… ¡¿Cómo se te ocurre levantarte de la cama y decir que te marchas del hospital?! ¡¿Ah, ahora no vas a hablar?! —aumenta el volumen cuando percibe que no voy a contestarle— Mírate, ¿has visto la venda que llevas en el abdomen, así quieres irte?
—Esta noche me dan el alta —le recuerdo. Me cuesta mucho hablar, no pienso volver a intentarlo.
—Me da igual, tú no te vas a ninguna parte. ¡Vuelve a la cama!
Entonces tomo la agendita furiosa y le redacto un párrafo qué sé perfectamente cómo le sentará.
“Me voy a ir quieras o no mamá. Si quieres cuidarme empieza por averiguar qué ha estado haciendo tu marido en los últimos dieciseis años; o no, mejor pregúntale cómo acabé aquí”
En el mismo instante aparece Andrew de nuevo, había salido a negociar mi alta con los doctores. Mi madre está petrificada, como clavada al suelo, yo de pie con mi bolso en la mano. He recogido todas las cosas que me han estado trayendo, estoy lista para marcharme. El pelirrojo coge el bolso.
—Andrew, suelta ese bolso —ordena ella y él, por supuesto, le obedece.
“¡Andrew, coge el bolso, ya nos vamos!”
—Tú no te vas hasta que me expliques qué ha sido eso.
“Estoy cansada de tu inocencia mamá. De todas maneras aunque te lo explicase no me creerías, olvida lo que he dicho”
Espero a que acabe de leer, le doy un beso y empujo a Andrew hasta el pasillo.
—¿Qué ha pasado?
“¡No se da cuenta de nada Andrew! ¡Ese hombre ha matado a Paola, perdí un riñón, casi me muero y ella no se entera! ¡No puedo más!”
— ¿No habías recuperado la voz? —inquiere confuso.
Niego con la cabeza para luego recibir un discurso sobre mi estado de salud, que debo estar tranquila, que hable cuando me sienta lista, que mi madre me ama, que me he pasado con ella, que debería disculparme, etcétera. Entramos a una furgoneta camperizada que no sé de dónde ha sacado, parece una casa ambulante por dentro. Las paredes están pintadas de beich, decoradas con cuadros y bolas plateadas. Una diminuta cocina con su fogón y fregadero acaparan mi atención. No pensé que todo esto podría caber aquí, pero incluso hay un sofá, un baño y hasta una cama en la que me tumba a regañadientes. Está pegada a la ventana, colmada de almohadas grises que agradezco, pues estaba harta de la ropa de cama blanca e insípida del hospital. Vuelvo a sacar mi agenda y el bolígrafo.
— ¿Te gusta? Me la ha prestado Max, su padre se la regaló hace unos años. Verás, es que adora acampar.
“Me gusta, pero ya no quiero estar acostada —protesto—. ¿Puedo ir delante contigo?”
—Eso no va poder ser. Te han dejado marcharte, pero ni pienses que vas a volver a tus andanzas. Tendrás que hacer reposo al menos otro mes, que lo sepas.
Ruedo los ojos.
—No me asustan tus miraditas soberbias amor mío, estoy más que adaptado. Lo siento, pero tendrás que hacer lo que yo digo o te regreso al hospital.
Cierra las puertas, se sienta en el volante y arranca. Una hora después me doy cuenta de que estamos abandonando la ciudad. Me incorporo un poco para ver todo lo que dejamos atrás.
—Querías irte lejos, pues lejos te llevo. Es un viaje de ocho horas, sé que es incómodo, aún podemos regresar.
—Andrew…
Mira por el espejito hasta encontrarse con mis ojos, tan sorprendido de que haya vuelto a abrir la boca que debería hacerle una fotografía.
—Creí que no querías hablar.
—No puedo dejar a Kelly, no puedo dejar que pase por esto sola.
—Cuando lleguemos al sitio le escribimos para que venga, ¿te parece?
Asiento y miro la mitad del paisaje, lo único a lo que tengo acceso desde mi posición.
— ¿Crees que encuentren el cuerpo de Pao?
—Creo que hablar de esto no te va a hacer bien. Necesito que estés lo más serena posible, tu cuerpo ha perdido un órgano y muchísima sangre. Aún tienes heridas menores por todas partes Galy pero si quieres saber, espero que no lo encuentren.
— ¿Prefieres que mi amiga se quede en el fondo del Támesis?
—Prefiero que tu amiga esté viva. No voy a aceptar que esté muerta, tampoco tú deberías hacerlo. Ten fe, todavía no sabemos lo que ocurrió.
‹‹Luis la empujó al río. Ella no sabía nadar, es imposible que haya sobrevivido››
Enfoca la vista en el volante, enciende la radio y yo vuelvo a mi voto de silencio. El atardecer avanza con premura, dando paso al frío descomunal, a un bosque vestido de invierno que se expande a ambos lados de la vía, tornándose cada vez más espeluznante a medida que el cielo se apaga. No sé a dónde nos dirigimos, en realidad no me importa, confío en este hombre ciegamente. Poco a poco me voy quedando dormida, cuando despierto son ya las ocho de la noche.
— ¡Llegamos a tiempo! —detiene la furgoneta, entra en donde estoy y se sienta en la cama. Creo que estamos en Gales, aunque no estoy segura.
—Tomaremos el trasbordador de coches que sale en treinta minutos —explica.
‹‹¿Trasbordador?››
— ¿No vas a preguntar hacia dónde?
Niego con la cabeza.
Después de revisar mi vendaje varias veces, de ayudarme a ir al baño, cocinar algo en instantes y comer juntos, se baja y vuelve a coger el volante. Conduce al norte, hasta el final de la A55, donde nos detenemos. Hemos llegado al puerto de Holyhead. El ferri está a diez minutos de zarpar, en mi vida he cogido uno. Subimos el auto al vehículo. Hay unos cuantos más, vacíos, pues sus conductores les han abandonado para irse a la barandilla a disfrutar del paisaje nocturno. Quedando solo una hora de viaje continúo refunfuñando, pues don pecas no me dejó levantarme, en cambio tuve que quedarme aquí, perderme el océano. Daría lo que fuese por ver el reflejo de la luna en el agua, en cambio he debido conformarme con el olor a mar. The Corrs suena en el reproductor. Es increíble lo que disfruta sus canciones, y luego dice que no es su banda favorita.
—Cuando estés mejor te llevaré al mar, lo prometo —asegura en un esfuerzo por ocultar lo mal que se siente. Al parecer es una de esas personas a las que los barcos les causan náuseas.
Alrededor de las once llegamos a Stena Line, terminal de ferri en el puerto de Dublín, a donde nunca se me ocurrió que estuviésemos yendo. Aproximadamente dos horas después nos detenemos frente a una pintoresca valla azul. El irlandés me lleva en brazos hasta la puerta de la casa, cruzando el jardín como si fuésemos una pareja de recién casados, luego saca una llave. El ambiente dentro es amplio, muy acogedor, con pisos y paredes de roble. La leña arde en una chimenea cercana a la escalera en la que acabamos de detenernos, sigo en sus brazos.
— ¡Tommy! —exclama alguien acercándose por un pasillo a mi derecha—. ¡Por fin habéis llegado, estaba muy preocupada!
Enciende las luces. Me encuentro con una mujer de cabello castaño, de semblante fuerte y a la vez lleno de bondad. Tiene tantas pecas como su hijo, se trata de Alana. Es mi madrina, aunque no la recuerdo con claridad,.
—Hola ma…
—Andrew Tom Polman O’Connell, ¿por qué no me llamaste en todo el viaje?
—Sí, tiene la misma manía de tu madre —me revela irritado—. ¿Qué necesidad hay de mencionar el nombre completo mamá? Como sea, te dije que llegaríamos a esta hora.
— ¿En qué vinieron?
—Tomamos el ferri en Holyhead.
— ¿Has hecho a Galilea viajar en auto desde Londres con una herida en el abdomen? ¡Es que no me lo puedo creer!
—Mamá, no es un auto. Max me prestó su furgoneta, está allá afuera.
—Da igual.
—Es muy cómoda, ¿no es así Galy?
Le dirijo una mirada tímida a Alana y luego otra a Andrew, seguida de un ¡Anda bájame ya!
Obedece y acto seguido me doblo de dolor. Estoy agotada, en toda la extensión de la palabra.
—Ven, tomemos un baño —sugiere Tommy aún cohibido por el regaño de su madre. Subo las escaleras con su ayuda— Mamá, mañana hablamos, ¿sí?
—Está bien, les dejé toallas limpias en la cama. Si tienen hambre en la cocina hay pastel, aunque no deberían comer azúcar a esta hora.
—Ajá, sí —contesta él. Tengo claro que irá derechito al pastel como abejas al panal en cuanto tenga un chance.
—Bueno, hasta mañana chicos —me planta un cálido beso en las mejillas y entra en una habitación al final del pasillo. Antes de cerrar la puerta le lanza un beso aéreo a su hijo, de pronto extraño a mi madre, le extraño tanto…
Algunos minutos después estoy en la ducha con el abdomen envuelto en una bolsa de plástico para evitar mojar el vendaje. Andrew termina de desnudarme y comienza a enjabonarme despacio, a tanta insistencia le he dejado que me duche.
—Pensé que me moría cuando te vi tirada en aquel puente.
Le quiero, pero no estoy lista para hablar del tema. No sé si algún día lo estaré.
—No tienes ganas de hablar, lo entiendo.
Se encoje de hombros sin decir nada más. Me frota la espalda, volteo, le extiendo la mano derecha cubierta de jabón. La toma y entra a la ducha conmigo, se desnuda dentro. Durante varios minutos permanecemos solo pegados bajo el chorro de agua caliente. Me abraza en el silencio. Es tan triste, tan poético, que parece tratarse de un drama, un drama de esos que solíamos ver en los cines sin ocurrírsenos que un día podríamos ser los protagonistas, que estaríamos rozando el abismo a la mitad del filme. Nos besamos como si no existiese nada más y olvido mi angustia por un par de segundos, he anhelado sus labios por demasiado tiempo.
Tres semanas después sigo tragándome palabras, rodando por la casa sin ánimos de hablar con nadie. Jake ha estado aquí desde antes de que llegáramos, está tan destrozado como yo, tampoco habla. Se sienta en los escalones del umbral y yo me quedo viéndole desde adentro, con un peso en los hombros que me está carcomiendo. No sé por cuánto tiempo más lograré contener mis ganas de gritar. Me desplomo en el sofá que está justo delante de la ventana, apoyo el hombro en el espaldar y me pierdo en mis pensamientos.
— ¡Estabas aquí!, te he buscado por toda la casa —Alana se acomoda a mi lado—. Andrew volverá pronto de Dublín con una sorpresa para ti.
Miro hacia afuera, Jake no se ha movido un milímetro.
—Está muy triste sí —me coge la mano—. Sé que has vivido cosas muy duras cariño, lo sé. No olvidarás, no voy a mentirte. Tú ya sabes que el dolor se te queda dentro, pero aprendes a vivir con él, a seguir adelante.
— ¿Piensas en Andrés?
—Todos los días de mi vida. Con el tiempo he decidido coleccionar buenos recuerdos suyos, eso alivia un poco la pena —sus ojos marrones se afligen y sin embargo, no suelta una lágrima.
—Ya he derramado suficientes lágrimas, no me queda ninguna —sonríe—. Estuve en el entierro de tu padre, eras tan chica…, tenías catorce, pero eras tan chica que me abrumó tu actitud. Tu madre estaba aterrada de que te estuvieras guardando el dolor. Yo por mi parte, lo confirmé unos días después, cuando encontraron los restos carbonizados de algunas pertenencias de Andrés en aquel edificio e hice lo mismo. Debía ser fuerte por mis hijos, por su futuro, pero tú no tienes que ser fuerte por nadie No debías entonces, tampoco ahora. Has perdido a tu padre, has perdido a una amiga. No vas a volver a verles y eso duele, duele muchísimo. Tienes que sacarte ese dolor del cuerpo Galilea, necesitas llorar.
Estoy repitiendo la historia, tragándome cada una de mis lágrimas otra vez. Me abraza y me acaricia la espalda, consolándome como una madre a su hija que se niega a ceder ante el dolor. Aún así, necesito a la mía, le necesito desesperadamente. En el mismo instante llega Andrew, quien no interrumpe la escena. Kelly entra en el salón detrás de él y en lugar de preguntar, va directo hacia mí.
—Les dejaré a solas para que se pongan al día, ¿sí? —Alana se levanta y junto con Andrew abandonan el lugar.
—Tienes que dejarlo ir, todo el dolor. Mientras continúes luchando contra tus lágrimas no sanarás.
—Las lágrimas no van a devolvernos a Paola.
—Paola se ha ido cariño, mírame —me levanta el mentón—, Paola se ha ido. A ella no le gustaría verte así, odiaba tus ojos tristes, odiaba que cambiaran a gris. Seguramente para animarte se montaría un numerito de los suyos, de los que comenzaban con…
—Un hombre decente —decimos a la vez.
Kelly sonríe, es tan fuerte. ¿Cómo hace para fingir que está bien? ¿Cómo lo hago yo?
—Después que estuve en el hospital contigo encontré un mensaje suyo en la contestadora, ¿sabías? “Galilea, encontré a Galilea. Ha dicho que estoy en peligro, me ha hecho encerrarme en el closet del salón, pero le he encontrado Kelly. Estaremos las tres juntas de nuevo” ¿A qué se refería?
—No puedo contarte Kelly, no puedo. No pondré tu vida en peligro.
— Deja de hacerte la heroína. Me has mantenido al margen durante seis meses, estoy harta, quiero saberlo todo.
Me lo pienso un segundo, esto no es buena idea, mas decido que es tiempo de abrirme, pues han sido demasiadas mentiras que no han llevado a nada.
—Está bien, te contaré todo desde el inicio. Será mejor que estés preparada, después de esto no hay vuelta atrás.
Asiente y llamo a Jake, pues creo que también merece la verdad. Cuando acabo de relatar cada una de las cosas que han estado sucediendo a sus espaldas, ambos están atónitos. Andrew, quien ha llegado a la mitad de la historia, tampoco sabe qué decir para consolarles.
— ¡Son unos hijos de…! —grita Jake, levantándose de golpe del sillón. Sale exasperado, intento ir tras él, pero su hermano me detiene.
—Déjale, le tomará tiempo asimilarlo.
—No voy a perdonarte semejante silencio Galilea. Eres mi mejor amiga, estuviste secuestrada una semana, escondida, herida, y yo ajena.
— ¡No podía contarte, no podía! ¡Lo siento!
—Sí, por mi bien y todo eso, excusas.
—Mira como acabó Paola cuando lo supo.
Suena mi celular, cortando sus reproches. Los días que estuve en el hospital, Andrew se coló en la oficina de su suegro y lo recuperó para mí.
—Hola sobrina.
Quedo impactada con ese tono de voz que conozco a la perfección.
—Ho-hola —tartamudeo—. ¿Qué quieres, acaso no has tenido suficiente? —me incorporo en el asiento.
—Vaya, has recuperado la voz. He estado pensando en ti, al final va a ser que estamos del mismo lado.
— ¿Perdona?
—Ya hablaremos. Por lo pronto, sé donde tienen a tu amiga.
— ¿Cómo dices?
—Será mejor que te apresures si le quieres de vuelta, tu padrastro está por desaparecerle. Encuéntrame el martes veintidós a las seis en la fábrica abandonada. Ve sola, trae los documentos y te entregaré a tu amiga.
Cuelgo el teléfono petrificada. ¿Qué demonios ha sido eso?
— ¿Quién era? —pregunta el pelirrojo.
—Paola está…, viva.
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