29: La comadreja saca sus garras
Estoy furiosa con Andrew, pensé que estábamos de acuerdo, que haríamos las cosas bien, pero se marchó sin hacer ruido. No sé qué me molesta más, si todo lo que me hizo sufrir, saber que fue mentira, o que vaya a hacer una estupidez tamaño gigante a pesar de que quedamos en que no lo haría. Camel lo ha estado manejando como a una marioneta todo este tiempo, es inaudito, ¿cómo se le ocurre ceder a los chantajes de ese idiota? Como sea, no voy a correr a la capilla y esperar a que el pastor diga “hable ahora o calle para siempre” e interrumpir su boda. Creo que ya me he rebajado lo suficiente aunque mereciera la pena y por lo tanto, si se quiere casar, si cree que es la única manera en que evitará que yo muera, si prefiere rescatarme como a una damisela en apuros que no soy, pues que lo haga. Yo ya me harté, es demasiado testarudo y he venido a la ciudad solo por una razón: el diamante. Necesito enterarme de una vez qué hacía papá con semejante piedra en su caja fuerte.
Primero lo primero, debo recuperar mi apartamento y perdí las llaves. Podría simplemente llamar a Andrew y pedirle las que le di, pero puede que su celular esté intervenido por los hombres de Camel. No es buena idea, optaré por una solución más creativa. Sé que tengo una sonrisa dibujada en el rostro, no necesito verla para saber que está ahí y que es malévola. Mi maleta está llena de armas, ¿en quién me he convertido? Paso a la fase uno de mi plan: mi edificio. Supongo que Camel tiene a alguien esperando que yo aparezca aunque hayan pasado siete meses desde que desaparecí, así como uno de sus hombres debe seguir a Andrew constantemente. Es lo que hacen siempre los gánster, es lo que haría uno decente, de modo que no sé cómo se las arregló el pelirrojo para llegar a la posada sin levantar sospechas. Hace dos días que llegué. He estado quedándome en casa de un viejo amigo de Alicia, el mismo que le consiguió la cámara que instalamos en casa de mi pronto acabado tío. Tom se dedica a la piratería, se pasa las horas en su ordenador y desde que llegué, esta es la primera vez que saca la cabeza de él.
— ¿Dónde vas? —pregunta azorado.
— ¿Por qué preguntas?
—Llevas dos pistolas.
—Ah, estas —las guardo en la mochila—, es solo precaución.
—Alicia te prohibió salir de aquí.
—Alicia no me da órdenes, y si vas a informarle que me fui, dile que la quiero.
— ¿Por qué no se lo dices tú misma? ¿Vas a volver, no?
—No lo sé —abro la puerta— Oye, ¿de casualidad tienes algún clip?
El chico de aspecto asiático se levanta y me deja caer un clip verde en la mano derecha después de hurgar en su escritorio.
—Gracias…, por todo —le sonrío y me marcho. Cojo un taxi y me bajo justo en la entrada de un callejón de Brixton. Avanzo hasta una pequeña puerta situada en la pared derecha, doy tres golpecitos.
— ¡¿Quién?! —grita una voz masculina desde dentro.
— ¡Alicia!
Siento el chillido de una silla al deslizarse por el suelo, el murmullo de los pestillos abriéndose. Poco después, un señor canoso y arrugado entreabre la puerta.
—Tú no eres Alicia.
—No lo soy, pero ella me ha enviado —miento.
—Lo siento, no puedo ayudarte —dice, se dispone a cerrar la puerta pero la bloqueo con el pie. Meto los dedos en el bolsillo delantero de mi vaquero y saco el diamante de una diminuta bolsita. Sostengo la piedra entre el pulgar y el índice.
—Creo que esto le puede motivar —Entonces me jala por el brazo y de un tirón me arrastra adentro. Es un sitio oscuro, una madriguera tamaño humano en la que se respira humedad. Le pasa cuatro pestillos a la puerta y cuando enciende la luz, me encuentro con largas estanterías repletas de piedras preciosas. He aquí el motivo de tanto misterio, este tipo trafica con joyas, otro nivel—. ¿Son auténticas?
—Lo mismo te pregunto —contesta.
—Si lo supiese no estaría aquí.
—Este barrio es muy peligroso, alguien como tú no pasaría desapercibida ni con esa ropa.
— ¿Qué tiene mi ropa?
—Me pregunto qué hace una niña rica por aquí. ¿Qué crees que pasaría si te hubiesen visto con ese pedazo de piedra en la mano? —asiente—. Probablemente no conseguirías salir viva de este callejón, al menos no con eso —señala el diamante— Ahora dime, ¿a qué has venido?
—Necesito saber si esta piedra es real o imitación.
— ¿Y yo por qué iba a ayudarte?
— Porque si no lo hace su negocio termina aquí.
El viejecillo ladea la cabeza y enfoca la mirada en una mesita cercana en la que descansa un revólver.
—Oh no, eso no le va a funcionar —me recuesto a la pared más cercana cruzando los brazos—. Tengo dos de esos y puedo sacarlos más rápido de lo que usted llegará al suyo.
—Está bien —se resigna y se sienta en la mesita, haciéndome una seña para que me aproxime. Dejo caer la piedra en sus manos, agarra una lupa y otros utensilios extraños.
Exploro las manchas de humedad en el techo mientras él se toma su tiempo para analizar mi cometido.
— ¡No puede ser! ¡Es auténtico! —exclama— ¿De dónde lo has sacado?
—Era de mi padre.
— Así que sí eres una niña rica después de todo, o tu padre es un ladrón de categoría. No veo de qué otra forma podría tener un diamante azul auténtico.
— ¿Cómo el del Titanic? —inquiero a modo de burla pero está tan consternado observando la piedra, que me ignora.
—Estos diamantes son raros. El boro les permite absorber parte de la luz roja y hace que se vea azul, una de las razones por las que son tan enigmáticos y costosos. No ves uno de estos todos los días.
— ¿Sabe de dónde podría venir?
—Las dos minas más conocidas están en India y Sudáfrica. Podría contarte más sobre ellos, pero te tienes que ir ya mismo. Si alguien te ve por aquí con eso estás muerta.
—Últimamente me dicen mucho eso —voy hasta la mesita pero cuando voy a coger el diamante de sus manos cierra el puño.
—Si vendiera una piedra así no tendría que volver a trabajar en lo que me queda de vida.
— Supongo que con trabajar se refiere a traficar, ¿no?
—Ese no es el punto, la puerta está cerrada con pestillo y solo yo tengo la llave.
—Voy a contarle una breve historia… Érase una vez una chica ingenua cuyo nombre comienza con G. Asesinaron a su padre, rompieron su corazón y luego la secuestraron, golpearon, drogaron y persiguieron por casi cinco meses en los que estuvo alejada de sus seres queridos. Actualmente carece de miedos y la tiene enfrente.
— ¿Por qué debería importarme eso?
—Porque ya no soy…, yo misma. No dudaré en pegarle un tiro si tengo que hacerlo, le ruego que no me ponga a prueba.
Vuelve a mirar la pistola, está al alcance de sus manos, pero también la mía. Abre el puño, cojo el diamante y poco después salgo al callejón. Miro a ambos extremos esperando que alguien me ataque pero no sucede, he tenido suerte. Cojo un taxi. ¿De dónde habrá sacado papá un diamante tan inusual?, me atrevo a decir que la joyería y las piedras preciosas no eran de su interés. A mamá tampoco le importan esas cosas, creció con todo tipo de lujos y se desprendió de ellos sin pensárselo dos veces, aun si conserva algunos gustos exóticos que no pudo evitar heredar de la abuela, una princesa sin corona. Me bajo en la entrada de mi edificio con la mochila en la mano. Desde luego no debería entrar por aquí, alguien podría tenerme una sorpresa, así que ni siquiera tendré que usar ese clip. Miro alrededor, estoy paranoica y no es para menos, así que rodeo el edificio hasta llegar a las escaleras de incendio. Antes de subir me tomo un minuto y deslizo los dedos por el tronco del árbol que llega a mi ventana. Jamás creí que lo extrañaría tanto, la última vez que lo vi era otoño, había perdido sus hojas y yo estaba deprimida en mi habitación, sufriendo por alguien que solo me rompió el corazón para protegerme. Ahora sé que ese alguien sí me ama, que siempre lo hizo, pero de igual modo se va a casar con una mujer que no soy yo y que encima es mi prima. Mi vida ha dado un giro de trescientos sesenta grados, es desconcertante. Cuando llego a la ventana de mi cuarto resulta estar abierta, justo como la dejé, qué extraño. Tiro la mochila, entro y cierro. Enseguida comienzo a estornudar, la nube de polvo se extiende por toda la casa, oh por dios, tendré que limpiar.
A las dos de la tarde, cuando he acabado hasta con la última burbuja en el suelo (pues se me fue la mano con el jabón líquido) tocan el timbre y entro en pánico. ¿Quién podría ser? Nadie que me conozca, nadie del bando correcto, debo aclarar, sabe que estoy aquí. Esa información solo podría tenerla Camel en caso de que me estuviera vigilando. Tengo dudas al respecto, es cierto que utilicé mi cerebro y subí por las escaleras de auxilio, brincándome la entrada principal del edificio, pero aún así, si hay alguien a cargo de seguir cualquier movimiento extraño en esta casa, ya debería saber que estoy aquí. Suelto los cojines del sofá y me dirijo a la puerta, tengo miedo, miedo de que esto sea todo, de perder la oportunidad de volver a ver a mi madre aunque sea de lejos. Miro por el hueco, esto no me lo esperaba, es Paola. Lleva un moño alto y un vestido floreado, ¿qué hace aquí? Se supone que cree que estoy en Francia, así que no entiendo qué hace parada frente a mi puerta sin intenciones de marcharse.
— ¡Galilea! —vocifera— ¡Ábreme, sé que estás ahí!
¿Cómo sabe que estoy aquí?, no puede ser.
— ¡Abre ya o derribaré la puerta!
La he echado tanto de menos que desearía poder abrir esta puerta y correr a abrazarla. Haría a un lado el rencor que me guarda por haber desaparecido sin despedirme, por no haberle hecho una sola llamada en todos estos meses, por no confiar en ella. Terminaría derrumbándome y llorando en su hombro, incapaz de explicarle que mi vida ha sido un infierno y que casi me he vuelto loca anhelando esas tardes de vino en mi terraza, escuchando sus historias sobre chicos que no han valido la pena, mientras Kelly devora una pizza que no debería ni oler. He perdido a mis amigas, las he perdido para siempre, o eso pensaba, pero por alguna razón ella está aquí.
— ¡Me quedaré aquí sentada hasta que abras!
Comienzo a debatirme entre lo que podría o no suceder. Si le abro, su vida correrá peligro, pero si no lo hago y alguien me está vigilando, pondré la vida de las dos en peligro. La conozco, es tan testaruda como yo, no se va a marchar.
— ¡Eres una egoísta! ¡Que lo sepas! —chilla— ¡Te fuiste de la ciudad y ni siquiera te molestaste en decirnos! ¡Nos quedamos aquí preocupadas, sé que algo te sucedió, tiene que ser! ¡Galilea, abre la puerta!
Abro, la agarro del brazo y la meto al apartamento en cuestión de segundos. Miro a ambos lados del pasillo, no hay nadie. Cierro la puerta con cuidado y paso los pestillos. Lanza su bolso a una de mis butacas verde limón. Está respirando agitada, su cejo fruñido, vaya, solo falta que le salga humo por las orejas.
—Lo siento —digo sin rodeos.
— ¿Por qué exactamente? ¿Por haberme excluido de tu vida, por desaparecer, por no llamarme en casi siete meses, por no saber si estoy viva o muerta, por quitarme la oportunidad de saber si estás viva o muerta o por tener que pensarte diez minutos si me abres la puerta o no?
—Todo, lo siento por todo.
— ¿Cuál es tu excusa? —se apoya en el borde del sofá.
—Necesitaba alejarme.
—La última vez que te vi llorabas por Andrew. Aunque no explicaste las razones, sabía que estabas peor de lo que nos hiciste ver.
Resto en silencio, no hay nada que pueda decir sin perjudicarla.
— ¿Y esa cicatriz? —señala mi pierna derecha al descubierto— Te dieron puntos, debió ser una herida profunda.
—No lo fue. Los puntos fueron solo precaución.
— ¿Cómo te la hiciste?
— ¿Has venido a interrogarme?
—He venido a saber qué ha sido de ti. No creo que aún seamos amigas, tú misma te encargaste de eso, pero necesitaba saber que estabas bien, así que he venido.
¡Cuánto duelen sus palabras! Somos amigas desde niñas, éramos. Tiene razón, soy la única responsable, deberé asumirlo. Una más en la lista de personas que me odian.
— ¿Cómo sabías que estaba aquí? —inquiero intrigada cuando hace un gesto para marcharse.
—Te vi coger un taxi en la calle hace dos horas.
— ¿Quién más sabe que estoy aquí? ¿Lo sabe mi madre?
—No le dije a nadie, tu nombre genera disgustos en la mansión Leblanc.
— ¿Y Andrew, lo sabe?
—Vengo de su apartamento. Va a casarse con Astrid en unas horas y tú estás aquí como si no te importase. —dice furiosa pero no tengo tiempo de reaccionar a semejante noticia, pues tocan la puerta en el mismo instante. Empujo a Paola hasta un pequeño closet en el que guardo cosas que no pretendo organizar ni que estén a la vista.
— ¡¿Qué haces?! —me espeta alterada— ¡¿Esperas que me meta ahí, en tu closet del desastre?!
—Shhh —susurro con un dedo en los labios—, no debiste venir. Hagas lo que hagas, escuches lo que escuches no salgas de aquí, por favor.
— ¿Galilea, qué está pasando?
—No salgas Paola, te lo ruego, cierra la puerta y ponle el seguro.
En el mismo segundo que llego al salón, alguien derriba la puerta principal de una patada. Cae ante mis pies a la vez que saco ambos revólveres, no atino a pensar. Desde el otro lado me observa un hombre de mediana edad, cabello oscuro y grasiento. Sus ojos son como dos cuencas vacías, ausentes de bondad, dispuestas a todo. Hemos convivido por años en supuesta quietud, pero el espacio siempre fue una zona de guerra cuando lo habitábamos a la vez. Es él o yo, siempre lo tuve claro. Sabía que no era de fiar, la expresión absurda de su rostro, aunque engañó a muchos, no consiguió sobrepasar mis detectores de gente malintencionada. Finalmente la comadreja se muestra tal y como es.
—Mi amada hija —enuncia apuntándome con un arma y caminando hacia mí. Rodeo el sofá a la par de sus pasos, con ambos índices preparados para apretar sus respectivos gatillos.
—Hijastra —contesto tranquila.
—Esta vez no te me escapas.
—Así que fuiste tú quien ordenó mi secuestro.
— ¡Bahh! —masculla— Eso fue cosa de Camel, yo no estaba al tanto. Ese imbécil hizo todo a mis espaldas, de estar enterado, a estas alturas serías los restos de la cena de navidad de los insectos del parque.
—Te equivocas, Camel estuvo a punto de matarme.
Pone los ojos en blanco ante mi afirmación y seguimos moviéndonos en círculo por el salón.
— Puede ser muy…, convincente, pero es incapaz de asesinarte, después de todo eres su sobrina. Sigue pensando que fui yo quien te sacó de allí y que te asesiné, pero no fui yo, cuando llegué ya no estabas. Seguí el rastro de tu sangre en el suelo hasta que desapareció, no muy lejos de la reja de entrada.
— Claro, ahora va a ser que Camel es el bueno en esta historia, así como tampoco mató a mi padre, ¿no? —suelto una carcajada— ¿En verdad creen que soy tan estúpida? O será que tú lo mataste.
—Yo no lo maté, aunque debo reconocer que ganas no me faltaron.
— ¡Uno de los dos lo hizo!
— ¡Chiquilla prepotente! ¡No sabes de la misa ni la primera oración! —grita.
— ¿Lo mataste para quedarte a su mujer, verdad?
—Tu padre siempre fue un idiota. Tenía una esposa que no merecía, dinero que no merecía y un negocio que…
— ¿No merecía?
—Pues no.
—Te morías de envidia y por eso lo asesinaste. Era tu amigo, ¿cómo pudiste?
—Ni lo asesiné, ni era mi amigo. Te contaré la verdad, puesto que será lo último que escuches. Solo soy alguien que tu padre contrató en su empresa. Con el tiempo me tomó cariño, visitaba su casa con regularidad y de no ser por ese inepto de Andrés Polman, habría sido su mano derecha; pero me enamoré de tu madre, sin querer. Así comenzó mi odio, pero no tuve que mover un dedo, mi enemigo cayó solito.
— ¿Qué te hace pensar que me vas a matar? —pregunto.
— ¿Qué te hace pensar que no lo haré? —contesta— Sí, he estado estudiándote por catorce años, de todas tus malas costumbres, tus respuestas con signo de interrogación son lo único que vale la pena.
Muevo la cabeza a ambos lados.
—Eres más idiota de lo que pensé.
—Dime, ¿qué quieres que le diga a tu madre cuando encuentre tu pálido cuerpo en un baúl? No te preocupes, la consolaré, te olvidará pronto.
—Sé lo que estás tratando de hacer. Los truquitos mentales no funcionan conmigo, sé que mi madre me ama. Si estás tan seguro de ti mismo dispara, no pierdas tu tiempo intentando debilitarme.
—No puedes parecerte más a Jean Pierre, mira como acabó. No serías capaz de matarme, ni siquiera sabes manejar esas pistolas que vas exhibiendo como si fueran de juguete.
— Conque eso crees...
Una bala sale del revólver de mi izquierda y choca contra el suelo, a pocos centímetros del pie de Luis.
— ¿Crees que he estado jugando a las casitas? Ustedes me separaron de mi familia por meses, ¿crees que sigo siendo buena onda? Oh, no tienes ni idea.
Hemos dado tantas vueltas que estoy justo delante del espacio que ocupaba la puerta. Si Paola no estuviera encerrada en el baño podría salir corriendo escaleras abajo, podría, pero lo más probable es que me decidiera a quedarme y le pegara un tiro a este farsante. Escucho un sonido metálico y de un momento a otro Luis cae al suelo, Paola le ha pegado en la cabeza con una sartén que debe haber cogido de la cocina.
— ¡Oh no, le he matado! —grita despavorida con ambas manos rodeando su cara —¡Le he matado!
Observo a mi padrastro durante algunos segundos, es horrible, ¿qué le verá mi madre? Voy hacia él y compruebo su pulso.
—No está muerto, solo se desmayó por el golpe. Ven, ayúdame a levantar la puerta.
Paola cruza por encima de Luis, aún histérica, juntas colocamos la puerta en su sitio aunque aún suelta. Arrastro una de las butacas y la pego como seguro, por si alguien intenta entrar.
—No te quedes ahí parada, ayúdame —digo intentando levantar a Luis del suelo, pero está muy pesado.
— ¿Estás segura que no está muerto?
—Tiene pulso —digo al tiempo que lo alzamos— Tráeme una silla del comedor.
— ¿Para qué? ¿Qué vas a hacer?
No contesto y sale corriendo por el pasillo, vociferando. Regresa enseguida con la silla y suelto a Luis en ella. En cuestión de minutos saco algunas bridas de la mochila que traje, pero antes de amarrarlo aprovecho para registrarlo. Le saco el celular, un cuchillo que traía dentro de su bota derecha y recojo su pistola del suelo.
— ¿Quién eres? —balbucea Paola observándome estupefacta.
—Esa es una pregunta muy difícil de contestar.
Acabo de darle la respuesta más sincera que encontré. La verdad es que no tengo idea de quién soy, ya no más. Creo que tanta distancia, tanta soledad, tantos golpes, han modificado mi ser. El camino de regreso es incierto, esta historia no parece terminar. El final es tan sombrío y remoto como los sueños que alguna vez tuve.
— ¿Qué me has hecho? —protesta Luis despertando poco a poco rato después. Intenta moverse aunque ya se ha percatado de que está amarrado. Saco el diamante de mi bolsillo y se lo muestro.
— ¡¿Eso es un…?! — exclama mi amiga.
— ¿Esto es tuyo verdad? —pregunto a Luis— Han estado traficando diamantes y droga en latas de sardinas.
— ¿De dónde sacaste ese diamante?
—Eso no te incumbe.
—Al frente del edificio hay dos autos negros, compruébalo si quieres.
Voy hasta la ventana y por entre las cortinas confirmo lo que dice. En efecto, hay dos autos.
—Si no salgo de aquí en los próximos veinte minutos, vas a toparte con los peores matones de la ciudad. No pretendo asustarte, pero el cuento no acabará igual a tu secuestro.
— ¿Secuestro, qué secuestro? —exclama Paola.
—Paola querida, ¿cómo estás?
Lo mira con recelo, con odio en sus pupilas y cierta confusión. Luego gira la cabeza en dirección a mí.
— ¿De qué está hablando? ¿Galilea, estuviste secuestrada?
— ¡Oh sí! ¡Una semana entera, yo ni siquiera sabía! —vocifera Luis— El idiota de su tío me lo ocultó, de otra forma tu amiga no estaría aquí. Espera, déjame adivinar, ¡tampoco sabes que Camel es su tío!
— ¡Cállate, déjala en paz! —interrumpo.
— ¿Te secuestraron? —pregunta Paola viéndome fijo con ojos lacrimosos.
—Sí —digo. Estoy harta de mentir.
— ¿Qué te hicieron? —masculla asustada.
— ¡De todo! —grita Luis carcajeándose— Estuvo siete días amarrada a una columna, drogada, amordazada y golpeada. Ah, ¿y ves esa cicatriz en su muslo?, ese fue el postre, se lo hizo su amante.
—Dime que está mintiendo —Paola se desploma en el sofá y la pistola se le escurre entre las manos, cayendo al suelo, en cambio yo, no dejo de apuntarle a mi padrastro —¿Por qué te harían algo así? ¿Por qué nunca lo supe? ¿Por eso desapareciste? ¡Pensé que no te importábamos! ¡Todo este tiempo he pensado que…!
—Lo siento Pao, pero no te podía contar. Ni siquiera deberías estar aquí, tu vida corre peligro.
Solloza.
—Aw, son tan adorables… —dice Luis— pero se les acaba el tiempo chicas.
Vuelvo a la ventana y las puertas de ambos autos están abiertas. Ya está, vienen a por su jefe y de paso por mí. Si estuviera sola, la verdad, no me importaría. Los enfrentaría, pero no puedo permitir que le ocurra algo a Paola, así que corro a mi habitación y meto en la mochila cosas que voy a necesitar. Agarro las bolsa de armas y vuelvo al salón. Las ´dos cosas más valiosas que tengo, mi violoncello y la cajita de música con la carta de mi padre, no están. Debieron llevárselas mientras yo no estaba y por una vez, agradezco haber escuchado a Alicia, haberla dejado a cargo del diamante y los documentos antes de irme a India, pues son las únicas pistas que me quedan.
— ¡Paola, coge tu bolso! ¡Anda, rápido, nos vamos!
— ¡No va a funcionar! —grita el sádico de Luis.
— ¡Ya vas a caer, tú tranquilo! —le espeto. Abro la puerta y miro a ambos lados del pasillo, aprovecho que no hay nadie para salir y le ordeno a Paola que me siga. Llevo un alicate en el bolsillo izquierdo de mi pantalón, un revólver en el otro y uno en la mano, es cuestión de tiempo que nos alcancen. Corremos por las escaleras a toda velocidad y salimos al parking. Mi auto sigue donde lo deje, pero aun si las llaves estuviesen esparcidas por el suelo, no tengo tiempo de agacharme a buscarlas, no puedo cometer el mismo error dos veces, así que me envuelvo la mano en una venda de boxear y rompo el cristal. Entro, le abro la puerta a Paola y en cuanto cierra la puerta, comienzo a pelar los cables de arranque con el alicate, Andrew me dio el curso completo. Si fuera delincuente no lo agarrarían jamás, no tengo idea cómo es que sabe todas esas cosas.
— ¡¿Qué haces?! ¡Nos van a atrapar! —grita histérica.
—Shhh —le tapo la boca— ahora no Paola.
Pego los cables, el auto arranca y piso el acelerador. Salimos quemando gomas, esquivando el tráfico, pero cuando doblo la cuadra, veo en el retrovisor un auto negro que poco después se multiplica por dos. He visto esta escena en tantas películas de acción, no puedo creer que sea parte de ella, esto es la vida real, puedo acabar muerta y conmigo mi mejor amiga.
— ¡Paola, coge el volante!
— ¿Andrew te apuñaló? ¿Eso es verdad?
Nos cambiamos de asiento en la marcha, el auto se desequilibra.
—Sí, pero solo porque Camel se lo ordenó.
— ¿Entonces…, es tu tío? ¿Qué estás haciendo? —grita de pronto. Uno de los autos avanza hasta situarse justo al lado del nuestro y comienzo a disparar.
— ¡Es mi tío, él está haciendo esto! ¡Acelera!
Obedece pero los dos autos nos chocan a ambos lados, planean matarnos y en uno de los timones está Luis, sonriéndome como un maniático.
— ¡Vamos a morir! Si vamos a morir…! —grita Paola trastornada
— ¡Cállate, no vamos a morir!
Cuando despierto el mundo me da vueltas. El techo del auto está más cerca de mi cabeza de lo que debería, todo está del revés. El cinturón de seguridad no me deja moverme, no encuentro el botón para sacarlo y…, Paola no está. Íbamos cruzando Tower Bridge, los dos autos que nos perseguían debieron chocarnos. Después de muchos intentos consigo zafarme. Paola, su paradero, es todo lo que puedo pensar. Salgo por la ventanilla sin cristal, puesto que la puerta no se abre. No puedo caminar, me he lastimado la pierna, la misma pierna.
— ¡Mierda! —grito— ¡Paola! ¡Paolaaaa!
Está lloviendo, es de noche y las luces del puente se reflejan en los pequeños charcos del suelo, recordándome que ya he vivido algo parecido antes. La gota que se filtraba por los agujeros del techo, chocó contra mi nariz durante siete o más días, nunca tendré claro por cuánto tiempo estuve atada a aquella columna viendo charcos de agua. Me arrastro por el asfalto. ¿Qué fue de Paola?, tengo arañazos de vidrios en los brazos que duelen demasiado, pero solo puedo pensar en ella.
— ¡Está viva jefe! —grita alguien.
Luis viene hacia donde estoy tendida sin poder levantarme. Tiene un revólver en la mano que planea usar, no sin antes registrarme hasta encontrar el diamante.
—Voy a quedarme esto —dice guardándose la piedra en el bolsillo trasero de su pantalón.
— ¡¿Qué hiciste con Paola?!
—Ah claro, casi lo olvido. Tu amiga debe haber salido volando cuando se volcó el auto —vuelve la vista hacia el Támesis— La has matado Galilea, la has matado, y no tendrás ni chance de llorarla, tu fin ha llegado.
Veo la bala salir de su arma, rasgar el aire en cámara lenta, justo como aquel día en el lovit de la compañía. Una vez más no puedo hacer nada, no puedo detenerla, estoy incapacitada. La diminuta flecha de acero estalla en un costado de mi abdomen y Luis se marcha, satisfecho con su hazaña. Los charcos se tiñen de rojo, pero no me importa; Paola…, Paola ha muerto por mi culpa, he matado a mi mejor amiga y todo lo que quiero es volver a verla, donde sea que me esté esperando.
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