22: Cajita de música
Ha pasado un mes desde aquel misterioso mensaje y aunque no se lo he contado a nadie, ni siquiera a Andrew, hay varias cosas que me preocupan. Quien sea que me lo haya enviado conoce exactamente todos mis pasos, se aseguró de retirar la evidencia de los archivos del ministerio antes de que la encontrase yo, estaba convencido de que iría a buscarla allí y me puso a prueba asumo que para saber si seguiría su consejo de abandonar mi investigación o desafiarlo. Definitivamente suspendí ese examen, dicha persona no sabe lo peligrosamente persistente que puedo llegar a ser y ahora que está seguro de que no me rendiré, pues me manda una amenaza directa y clara.
Otra cosa que me perturba es cómo ha podido infiltrarse en mi teléfono, me ha llegado el mensaje como un evento de mi calendario y eso ya me aterra, si pueden meterse en mi celular y cuentas privadas estoy perdida. Luego hay un detalle aún más raro: si Camel quisiera enviarme un mensaje no necesitaría hacerlo por mediación de un hackeo, sería tan fácil como inventarse una excusa para que Astrid le proporcionase mi número y lo mismo va para su jefe, tan solo le ordenaría a él conseguirlo, pero en lugar de eso me hackean el móvil, ¿es en serio? Todo esto solo me conduce a pensar que no es él quien va tras de mí pero, ¿quién más podría ser? Si se tratase de alguien que conozco no me escribiría al calendario. Esto me está volviendo loca y lo peor es que no puedo hablar con nadie del tema, Andrew haría una tormenta en un vaso de agua si se enterase y si se lo comento a Alicia se lo contará para protegerme, no tengo dudas.
Hacer de cuentas que no recibí ese mensaje tampoco es una opción, no es una advertencia como la otra vez, es más bien un "prepárate para lo que se te viene encima", pero no tengo miedo, no por mí, temo por los que me rodean. De igual forma me encuentro en un callejón sin salida, la caja estaba vacía, la caja en la que esperé encontrar las pruebas que necesito. ¿Qué hago ahora? El micro y la cámara que instalamos en lo de Camel han sido un completo fracaso, en cámara solo se ve él tranquilamente en su escritorio y el bolígrafo con el micrófono supongo que lo tiró, pues todas las grabaciones de audio están en blanco. Solamente me queda la caja fuerte del despacho de papá, y eso es otro callejón sin salida. He intentado muchísimas combinaciones y ninguna es la correcta, mi hermana no tiene idea de qué número podría ser y a Jean no le puedo ni preguntar. Mañana en el entrenamiento (en el cual he mejorado muchísimo, por cierto) indagaré con las chicas si conocen a alguien que abra cajas fuertes, aunque me parezca un capítulo de Sense 8.
-A ver si entendí, ¿quieres desarmar la caja fuerte de tu padre? -pregunta Annie.
-Básicamente sí.
-Había un chico de mi escuadrón cuando éramos estudiantes, pero hace años que no le veo.
- ¿Y sabía hacerlo?
-Sí, pero solo por distracción.
- ¿Podrías localizarlo?
-No lo sé... Deberías preguntarle a Andrew, quizás conozca alguien o te pueda ayudar a descubrir la combinación.
-Oh no, no le cuentes nada de esto a Andrew, por favor. Si lo supiera tendría que explicarle mi desespero y no acabaría bien.
- ¿Y por qué me lo cuentas a mí entonces? -Sonríe- Hace muy poco que nos conocemos.
-No creo que seas de las que sale corriendo a recitar un cotilleo, ¿verdad? -Niega con la cabeza- Además, supuse que sabías de estas cosas.
-Intentaré ayudarte, lo prometo, pero habla con Andrew, no le gusta que le oculten cosas, se pone muy pesado con eso.
‹‹Como si yo no lo supiera››
-Cuando estábamos de novios...
- ¿De novios? -interrumpo azorada.
- ¿Es que Tommy no te ha dicho?, fuimos novios en el instituto.
No digo nada, no lo vi venir. Pensar que esta chica me agradaba, y digo agradaba porque no sé si después de esto la podré ver con los mismos ojos. Vaya, no solo son del mismo pueblo, no solo crecieron juntos, no solo era su mejor amiga y lo llama Tommy, sino que además fueron novios. Que lo conoce mejor que yo, vamos. Eso explica por qué estaba tan nervioso y raro la otra noche, es evidente que no quería que lo descubriera, y Annie recomendándome que se lo cuente todo porque él odia que le oculten información, que hipócrita Tommy.
-Oye, eso pasó hace mucho tiempo, éramos niños.
-No pasa nada -contesto aún afectada por la noticia.
- ¿Nadie te ha dicho que tus ojos te delatan? -La observo sin saber a qué se refiere- Lo siento, pero es que tienes los ojos demasiado claros, puedes mentir todo lo que quieras pero quien te mire a los ojos sabrá que no eres sincera, es muy fácil darse cuenta.
-No, no lo sabía pero no debes preocuparte, solo me tomaste por sorpresa, es todo; además Andrew y yo somos amigos.
-Disculpa pero los amigos no se miran como ustedes lo hacen.
-Es complicado.
-Tranquila, él ya me ha contado todo.
-Si te lo ha contado todo como dices, ¿significa que sabes de su revancha?
-Sí, lo sé hace tiempo.
‹‹Ah, también es su confidente››
-Sé lo que estás pensando pero, no. Tommy y yo solo somos viejos amigos, ni siquiera lo considero un ex. Lo nuestro fue un simple romance de colegio y aunque fue bonito nunca hemos vuelto a hablar de eso.
Cuando estoy procesando toda la información que ya venía analizando mi sexto sentido femenino desde hace semanas y que jamás se equivoca aunque yo elija dar por sentado que es paranoia, suena mi celular.
- ¿Allô?
- ¡Galy! ¡Soy yo, Astrid!
Como si no hubiese reconocido ya su espantoso timbre de voz. ¿Qué querrá esta?
-Hola Astrid -digo desganada.
- ¡Ya estoy de vuelta!
‹‹Madre mía, ¿por qué sigue gritando››
- ¿De vuelta? -pregunto.
-Sí amiga, me fui a Alemania por unos asuntos de la empresa, ¿no te dijo Andrew?
-No, no me dijo.
Vamos a ver, ¿qué le hace pensar que me importa su viaje?, y Andrew..., parece ser que está ocultando más cosas que yo. Primero no me cuenta del revólver, luego no me dice que Annie es su ex-novia y ahora me entero que tampoco me dijo que Astrid estaba de viaje, en lugar de eso se instaló en mi apartamento como si hubiese terminado su relación. Qué ingenua he sido pero eso ni siquiera es lo que más me molesta, si yo misma le dije que no dejara a Astrid, lo que me da rabia es que no sea sincero y que no explique las cosas tal y como son.
- ¿Qué estás haciendo? -Pregunta la novia de mi novio- Ven hasta el puerto, estamos en una mesita tomando unas copas, te esperamos aquí.
- ¿Estás con Andrew ahora?
- ¡Claro! -exclama y lo escucho reírse desde el otro lado de la línea.
Siento la sangre en estado de ebullición bajo mi piel y me arden las mejillas. Si tuviera que dar una opinión diría que es mejor que nadie se me acerque ahora mismo. Hace unos minutos estaba en medio de un interno ataque de celos por una ex de Andrew y ahora estoy fuera de control por su actual novia mientras él se divierte con ella. Es que esto es el colmo, lidiar con una mujer en su vida ya era suficiente y el día de hoy son dos.
-Lo siento Astrid, no puedo ir. Que se diviertan -y cuelgo.
Me pongo de pie, me ha faltado poco para estrellar el celular contra la pared. Estoy tan alterada que debería irme a casa ya mismo, antes que lastime a alguien.
-Calma... -me dice Annie.
- ¿Qué me calme dices? -Le grito- ¿Acaso sabes con quién acabo de hablar?
Las chicas que iban pasando se detienen, me observan consternadas y las que estaban batiéndose en el ring paran su pelea para enterarse de mi dilema personal.
-Lo siento -recapacito enseguida.
-Creo haber escuchado Astrid y, ¿Astrid es la novia de Tommy, verdad?
-Sí.
-No me puedo meter, tan solo puedo decirte que él te adora, que lo veo en su mirada cuando habla de ti y que trates de clamarte aunque sea difícil. Por otro lado, sé que te afectó saber que soy su ex-novia pero ya te aseguro que lo que ustedes tienen no se compara a nuestro noviazgo de preparatoria.
- ¿Cuánto tiempo estuvieron juntos?
-Tres años.
Acaba de hacerse añicos en el aire la paz que había reconquistado hace un minuto, tres años para un romance escolar es bastante tiempo.
-Vamos a la galería, te sentirás mejor.
Que paciencia tiene esta mujer. Es que yo ni siquiera debería caerle bien ni ella a mí, simplemente por un asunto de poderío femenino, pero en lugar de eso me está consolando y asegurándome que no debo preocuparme. No voy a fingir que no me agrada, es una persona espectacular y durante el mes que llevo entrenando con ella ha sido genial conmigo. Es que estas cosas solo me pasan a mí; aunque Annie me haya tranquilizado la ira me está carcomiendo, si Andrew no soporta que le oculten información no sé por qué me lo ha hecho a mí, sabiendo cómo soy y que no tolero las mentiras.
Entramos en la galería y cojo mi revólver favorito, estando consciente de que no debería tener predilección por un arma, así como tampoco por una nota musical. Comienzo a disparar pero acierto muy poco, aun si he mejorado no es suficiente.
-Te lo piensas mucho -me dice una de las amigas que hice aquí-, deja de pensar y usa tus emociones.
- ¿Mis emociones, para disparar?
-Sí, no hay nada más poderoso. Hace unos minutos te vi allá afuera gritando y no tengo idea de cuál es el problema, pero deberías usar esa rabia para darle al blanco.
-No sé cómo hacer eso -confieso.
-Si has llegado hasta aquí es porque necesitas esto. La mayoría de nosotras tenemos historias complicadas, algunas venimos para aprender a defendernos o porque hemos sufrido algún tipo de abuso y nos hartamos de sentirnos indefensas, de ser siempre las presas de una víctima que no entiende de piedad; porque necesitamos sacar nuestro dolor apretando el gatillo de un arma en un ambiente controlado y otras por puro hobby, pero no es lo más usual. Si estás aquí es porque te escuece el alma y no quieres más eso dentro de ti, así que solo tienes que sentir. Déjate llevar por tus instintos Galilea, cualquier emoción fuerte sirve..., odio, rabia, rencor, amor o dolor.
Me aferro a la pistola con fuerza.
-Cierra los ojos -dice Annie. La obedezco y siento como me mueve los brazos en dirección al objetivo- Tómate tu tiempo y cuando estés lista dispara. No pienses en nada, solo dispara.
Pero no puedo dejar de pensar en la reciente llamada de Astrid, en la risa lejana de Andrew, en sí será feliz con ella y ha estado jugando conmigo todo este tiempo, en su relación con Annie y de pronto, mis paranoias mentales transmutan y se tornan oscuras. Toman la cordillera del recuerdo y se adentran en la delicada jungla de mis memorias más dolorosas. Veo un lovit, veo un arma como la que sostengo, escucho el suspiro de la bala saliendo y chocando contra el pecho del primer hombre que amé. Siento como las lágrimas me ruedan por los pómulos, lágrimas de rabia, la cólera me domina el cuerpo y aprieto el gatillo una, dos, ocho veces. Cuando abro los ojos todas me están observando, creo que he perdido el control y la mayoría del tiempo intento no hacerlo, pues me vuelvo otra persona. Si mi yo interior tuviera la oportunidad de hablar, probablemente diría que siempre la tengo en pausa, y es que a veces me siento como si fuera capaz de asesinar a alguien, cuando me dan mis arranques de ira no entiendo de razones.
-Brava -dice Valery, la chica que me ayudó y el resto aplaude como si estuviera sobre el escenario en uno de mis conciertos. Le he dado al muñeco por todos lados, va a ser verdad eso de que me pienso demasiado las cosas.
Salgo sobre las nueve de la noche, serena como si me hubiese quitado dieciseis años de encima, todos los que llevo cargando sobre mi espalada y aunque sé que esta sensación es momentánea y que se esfumará como amapolas que exponen al viento otoñal, elijo disfrutarla mientras dure. Me detengo en un semáforo y mientras parpadean las luces decido cambiar el rumbo, tomo la calle que me lleva a la mansión Leblanc. No tengo ganas de volver a casa, ha sido un día estresante. Parqueo el auto en la acera, al lado del de Luis e instantáneamente recuerdo por qué vengo tampoco a la casa en la que crecí. Si antes no lo soportaba, aun sin tener motivos concretos, ahora que confirmé lo que en el fondo de mi ser siempre supe pues tengo ganas de pegarle un puñetazo. Creo que lo peor que le pudo pasar a la sociedad es que yo aprendiera a dar golpes con glamour y a meterle un tiro a cualquiera tan eficientemente. Yo que soy toda furia la mayoría de las veces, yo que llevo una herida abierta por dentro desde hace décadas, yo que he comenzado a padecer mal de amores por alguien que puede hacerme una herida todavía más mortal que la que tengo. Si es que voy por la vida coleccionando cicatrices que nunca sanan... ¿Será que sanarán algún día? ¿Será que sanaré algún día?
Abro la puerta, pues conservo mis llaves a pesar de que hace años no vivo aquí y entro como perro por mi casa. No veo a nadie en todo el primer piso, es temprano para que estén durmiendo creo yo, pero bueno. Recorro la cocina y el salón pero no encuentro actividad y avanzo por el pasillo hasta el patio, en donde parece haber una fiesta al estilo ochentero.
- ¿Tú aquí a esta hora? -dice mamá. Está acostada en una turbona en el patio como si se encontrase en alguna playa de las Islas Baleares y escuchando a Tina Turner, a esta hora de la noche semejante escándalo. Suelto mis cosas, le doy dos besos, arrastro una de las turbonas vacías hasta ubicarla a su lado y me acuesto en ella.
Apaga la música.
- ¿Qué te ocurre? -pregunta enseguida.
-Nada. ¿Por qué tendría que ocurrirme algo para venir a ver a mi madre?
Me dirige una mirada inquisitiva y agrega:
-Son casi las diez y no sueles venir ni siquiera de día. Llegas sin decir una palabra, con cara de quien está a punto de reventar ¿y dices que no te ocurre nada?
- ¿Podrías por favor no hacer preguntas?
-Está bien, ¿qué quieres hacer?
-Gracias por tener tanta paciencia conmigo -digo.
-Cariño, eres mi hija pero también una persona extremadamente difícil. ¿Vas a decirme lo que te pasa o tendré que sacártelo a retazos como siempre?
-Mamá...
Entonces suena mi celular, me levanto, lo saco de mi bolso y sale en letras mayúsculas: Andrew. Me quedo viendo fijo la pantalla hasta que para de sonar, pero no lo cojo.
- ¿Quién era?
-Andrew.
- ¿Y por qué no lo atiendes?
-Porque no quiero hablar con él -contesto.
-Conque esa es la traducción de tu mal humor... -dice mamá- ¿Qué ha pasado?
-Olvídalo, no lo entenderías.
-Pruébame -propone, pero resto callada y en lugar de seguir presionándome para que hable se levanta y me abraza - ¿Por qué no duermes aquí hoy?
Acepto puesto que no tengo deseos de irme a mi apartamento, encontrar allí a Andrew ni tener que explicarle el porqué de mi molestia o lidiar con mis inseguridades y lo que es peor, me aterra llegar y no encontrarlo. Mientras subimos las escaleras mi teléfono suena cinco siete veces más y decido apagarlo. Me doy un baño y me pongo un pijama que dejé aquí hace muchísimo tiempo, en mi intacta habitación repleta de viejos objetos de mi infancia y adolescencia. Supongo que siempre regresamos al sitio en el que hemos sido felices aunque no deberíamos hacerlo, pues es como un puñal envenenado con historias bonitas. Me paro en la ventana rememorando mis furtivas escapadas a los catorce años y aquellos amores de colegio que le aventaban piedrecitas a este mismo cristal los fines de semana, después de colarse por el patio del vecino porque mi padre no los dejaba entrar. Siempre tenía la escalera lista para bajar y marcharme sin permiso a alguna fiesta, solo necesitaba un no para salir por aquí, era tan rebelde...
Cuando estoy por acostarme, alrededor de las once, tocan la puerta de mi cuarto y sin esperar respuesta entra mi madre.
-Como en los viejos tiempos -balbuceo, siempre ha tenido el mal hábito de entrar sin tocar.
-No hay que perder la costumbre.
Me voy a la cama y ella se sienta a mi lado, se habrá dado cuenta de que estoy medio bloqueada y comienza a acariciarme el cabello mojado. Mi madre tiene un carácter complicado, más o menos como yo..., no, yo soy, pero es maravillosa para esos momentos en que uno no quiere hablar. Entonces comienza a tararear una añeja melodía de la que me acuerdo vagamente y me voy quedando dormida, se me cierran los ojos... ¿en dónde he oído yo esto? Los párpados me pesan cada vez más y caigo rendida en los brazos de Morfeo.
Un carrusel da vueltas en mi cabeza, los caballitos, mamá diciéndome adiós desde fuera. A la vez mi padre me arropa pero todo gira, y suena esa melodía que se asemeja a la de una cajita de música. Me siento atrapada en este lapsus de tiempo que va en cámara lenta y en colores extraños y borrosos. Es como una fotografía cuando queda movida pero con fondo musical. Esa melodía...
- ¡La cajita! -despierto de golpe. Estoy a oscuras y enciendo la lamparita de mi derecha. Mamá me ha dejado un vaso de agua en la mesita como cuando era niña, siempre piensa en todo. Ya sé dónde he escuchado esa melodía que me tarareó hace un instan... ¡Pero si son las cuatro de la madrugada! Debo haberme quedado dormida, con tanto cansancio no me enteré de su partida.
Cuando tenía cinco años mi padre me regaló una cajita de música. Estaba decorada con un paisaje invernal, simulando la nieve y tenía una bailarina dorada que resplandecía con las luces de mi habitación, danzando sobre un lago congelado (que en realidad era un espejito redondo) al ritmo de una melodía muy bonita. Recuerdo haberme obsesionado con ella, me la llevaba a todas partes y por aquellos días había comenzado las clases de violoncello, creo que es lo primero que aprendí a tocar siendo tan cortita y simple, pero de una belleza hipnótica. También recuerdo que mis padres acabaron por aprendérsela y me la cantaban antes de dormir, ¿cómo he podido olvidarme de mi vieja cajita? ¿Dónde estará?, espero no haberla botado.
Salto de la cama y enciendo la luz, a saber dónde fue a parar. Abro el escaparate y encuentro varios álbumes de fotos, un afiche de Black Sabah y hasta una fotografía en la que salgo haciendo muecas con un chico muy raro. Cómo olvidarlo, se trata de mi novio de la universidad, Jeremy se llamaba, o se llama. Se trata de un francés metalero que vestía pantalones de cuero, manejaba una Harley-Davidson y se pintaba las uñas de negro. Solíamos recorrer la A86²⁴ en aquella moto y además es él el culpable de mis desfachateces de juventud. Resulta que Jeremy andaba traficando droga por los veinte arrondidissements²⁵ de París y yo ni por enterada. Por su culpa acabé en comisaría una vez, mi tío Harold tenía unas amistades y viajó hasta París a sacarme, después de darme un sermón, por supuesto. Gracias a todo lo que respira creyeron en mi palabra, y es que yo nada tenía que ver con ese asunto, ni siquiera estaba al tanto y si las cosas se hubieran complicado quizás hasta perdiera mi carrera, así que después de aquel suceso decidí enfocarme en la música y al chico jamás lo volví a ver, supongo que acabó preso.
Una vaca de peluche, cuadernos de solfeo, mi viejo diario... ¡La encontré!
Estornudo tres veces, esto tiene más polvo que el maletero de mi auto, la soplo y luego la limpio con un trapo que encontré hace dos minutos. Cuando abro la cajita después de darle cuerda, empieza a sonar como si no hubiese pasado un solo día desde la última vez que la usé, fecha que desconozco pero calculo que fue hace un milenio.
‹‹ ¡Oh, qué bien me hace escuchar esto! ¡Me la quedo!››
Pero cuando la pongo en la mesita hace ruidos raros, como un disco rayado y finalmente deja de sonar. Qué fastidio, era muy bueno para ser verdad. Me acuesto en la cama boca abajo y la cojo para intentar arreglarla, siempre he tenido la estúpida seguridad de que puedo reparar cualquier cosa. Qué objeto tan curioso, creo que lo inventó un sueco allá por el año 1800 o algo así. Examino la bailarina, que se ha quedado inclinada de la forma más absurda y me doy cuenta de que el espejito que simula el lago está cuarteado a la mitad, pero no recuerdo haberlo roto yo. Cojo una horquilla de la mesita de noche y hago palanca hasta que arranco el pequeño espejo de su eje, dándome cuenta enseguida de que no soy la primera que lo despega y debajo, incrustado entre el mecanismo que hace funcionar la caja, hallo un papelito doblado.
¿Quién habrá metido esto aquí?
Claramente es por eso que dejó de sonar, el cilindro no rueda. Abro el papel y me encuentro una carta con la letra de mi padre, la reconocería en cualquier sitio aun después de tanto tiempo.
²⁴Una autopista parisiense.
²⁵Barrios/departamentos/municipios (francés)
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