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14: El expediente de papá


—Esta multa ya está pagada —me dice el guardia. Simulo que no lo sabía, recojo mi identificación, los datos del auto y le pregunto si puedo pasar al baño en el tono más meloso que consigo. Me indica por el pasillo y me deja en la entrada del baño, pero cuando vuelve a su asiento en la entrada de la estación subo corriendo las escaleras, antes de que pueda darse cuenta si quiera que no estoy. Lo que sea que vaya a buscar debo hacerlo rápido.

Andrew me está esperando en el pasillo del tercer piso como le pedí y en cuanto llego, agitada por todos los escalones que subí en ese par de tacones, me pregunta si estoy segura que mi tío no está en su oficina aún. Ese detalle lo aseguré antes de salir para acá, llamé a mi tía Adèle y le pregunté el dato inocentemente. Dijo que ya estaba en casa.

De uno de los bolsillos de su pantalón de hilo saca un clip rosa y lo introduce en la cerradura de la puerta número siete. “Harold Blansec” dice en un plástico incrustado en la madera y, al cabo de unos minutos, la puerta se abre como por arte de magia.

— ¡Et voilà!¹¹ —dice. Entramos y voy directo a encender el ordenador.

La pequeña habitación en la que mi tío pasa la mayor parte del día, está pintada de blanco. Hay un escritorio con gavetas, bolígrafos, una montaña de documentos y a la derecha una pizarra con fotos y notas que deben ser del caso que está resolviendo actualmente. Desde la ventana, humedecida por la lluvia, se ve toda la ciudad medio borrosa y los árboles danzando al ritmo del descomunal viento de la tormenta.

“Contraseña”

 ¿Cómo pude olvidar un detalle tan importante? —bramo.

—Prueba con el nombre de tu prima o de tu tía —me dice Andrew aproximándose.

Pruebo, pero no acierto. Podría ser cualquier palabra, literalmente, y comienzo a escribir cosas que le agradan a mi tío, como el futbol, las pelis de horror y los dioses de la mitología nórdica.

— ¿Quién es Freyja?

—La diosa del amor, pero no la clave de este ordenador. Tampoco es Odín ni Thor y ya no conozco más nombres, yo soy más de la egipcia.

—Casi olvido tu predilección por Egipto —me dice instalándose detrás de mí. Siento su respiración en el cuello y pierdo toda concentración.

—Prueba con la fecha de cumpleaños de Alice.

Tecleo 3011, pero el resultado sigue siendo incorrecto.

— ¡Loki! —exclamo de repente entusiasmada y lo escribo.

Iniciando…

Me pregunto por qué mi tío tiene de clave precisamente a Loki. De entre tantos dioses, viene a escoger el del caos, el engaño y la desdicha. Abro una base de datos y la lista parece interminable, hasta que unos cinco minutos después de descender con el mouse pruebo ir directamente a la L y busco “Leblanc”Ahí está, la copia digital del expediente de mi padre, Archivo #3216, pero no tengo tiempo de quedarme a leerlo y solo apunto el número en mi celular antes de seguir para la P de Polman. No hay absolutamente nada sobre el padre de Andrew y se va a la ventana disgustado. Sé que no es ni momento ni lugar para esto, pero de todas formas cierro el archivo, apago el ordenador y voy y lo abrazo de modo que los dos quedamos mirando el paisaje que se derrumba afuera.

—Lo resolveremos, ya verás —le digo segura y lo beso en la mejilla.

Luego salimos de la estación como si nada, pues el oficial de guardia no está en su puesto de trabajo. Todo ha salido más o menos de maravilla y corremos hacia la moto, pues con semejante clima no tengo tiempo de llamar un taxi, está lloviendo a cántaros y, en unos minutos, zigzagueamos por la ciudad bajo las gélidas lágrimas del cielo. Rato después detiene la moto frente a un edificio y nos bajamos los dos, no sé dónde estamos, no consigo distinguir el entorno con este torrencial.

— ¡Andrew, por qué te detienes! —Le grito alterada, odio mojarme— ¡¿Me llevas a mi casa, por favor?!

— ¡Si seguimos hasta tu casa vamos a acabar enfermándonos los dos! ¡Sube y llamas el taxi desde la mía!

Acepto a falta de opciones y entramos al edificio. Estoy muerta de frío, mis manos heladas y el vestido parece una hoja de papel pegada a mi cuerpo. El ascensor se detiene en el cuarto piso y salimos a un pasillo en donde todas las puertas tienen la letra D. Andrew saca sus llaves del pantalón y abre la D12. Mi bolso está completamente arruinado, pero por suerte las cosas dentro están secas, lo suelto y me quito los zapatos mientras él va a buscar una toalla. Veo que sale de una habitación, su pulóver y pantalón de hilo blanco están aún más enchumbados que mi vestido y gotean mientras camina hacia mí por el pequeño pasillo de su apartamento, aunque es un sitio bastante grande. Me seca la cara y el cabello con la toalla.

Sin dar un paso saco mi celular y llamo a la agencia de taxis… Ni siquiera da timbre y comienzo a estresarme. Don pecas enciende la televisión y automáticamente caemos en el canal del parte climático, anunciando que la tormenta durará toda la noche, que se cancelan todos los vuelos hasta mañana, que nos quedemos en casa por prevención y yo ni siquiera estoy en la mía.

—Creo que tendrás que dormir aquí hoy —dice él con un deje de brillo en los ojos—, quédate conmigo esta noche, por favor.

—Basta —lo regaño atontada—, la última vez que dijiste eso acabé aceptando.

Vuelvo a marcar, porque la idea de quedarme sola con este toda la noche me desequilibra, pero mi cobertura se ha esfumado y por demás también la conexión.

—No va a pasar nada que no quieras —dice Andrew.

Es evidente que no, el problema es que sí que quiero, pero no puede ser. Si cruzo esta línea que tracé desde el instante en que chocamos en la galería, sé que el daño será irreparable. No puedo enamorarme de él (si es que no lo estoy ya), y cada día reprimo más la atracción que nos envuelve, para así evitar caer de golpe en el infierno del que sé que no querré salir aunque me esté carbonizando. Finalmente me resigno a la idea.

—Necesito darme una ducha.

—Vamos, el baño está por aquí —contesta, cierra la puerta y me quita el bolso de las manos. Lo sigo hasta el cuarto de baño, demasiado histérica como para mirar hacia los lados. Entro seguida de él.

— ¿Qué haces? —inquiero incómoda.

—Tomar una ducha.

Siento que mis ojos se saldrán de sus órbitas y entonces se echa a reír.

—Es broma —dice saliendo— voy a traerte algo de ropa.

Dejo la puerta entreabierta y entro a la ducha, desde donde me libro de mi empapado vestido etcétera.

—Te traje una camisa y uno de mis calzones, aunque no sé si te servirán —dice riéndose cuando regresa y escucho que entra a dejarme las cosas.

— ¡Espera, ¡¿no me trajiste una toalla?! ¡¿Andrew?!

Pero ya se ha ido.

‹‹Diablos, ¿ahora cómo voy a secarme?››

Cuando salgo de la ducha veo una única toalla colgada y me pregunto si será de Jake, pero recuerdo que Paola, en su misión de detallarnos sus escenas calientes a pesar de que Kelly y yo nos neguemos, dijo que el cuarto de su nuevo novio (o lo que sea) tiene baño propio. La observo indecisa, es de Andrew.

Usar una toalla ajena no es nada higiénico pero, me provoca una extraña ilusión secarme con ella y no sé porqué, pero lo hago y resulta ser una sensación placentera. Termino, me pongo los calzones que me dejó el pelirrojo y miro mi sostén blanco…, ni modo, está empapado y comienzo a abotonarme la camisa celeste que me queda justo encima de las rodillas. Qué situación… Salgo del baño descalza, sintiéndome un poco rara por mi atuendo y busco a Andrew, pero no está por ningún lado.

El apartamento está pintado de color malva y de las paredes cuelgan pintorescos cuadros en los cuales reconozco el estilo de mi actual dolor de cabeza. El televisor está anclado a una pared y justo al lado, algunas fotografías en las que sale un chico también pelirrojo, supongo que es su hermano. Más allá, hay otra en la que una mujer de cabello castaño que le cae en ondas, justo como a Andrew, sonríe en un jardín de la mano de un hombre idéntico a los dos chicos de la primera foto. Indudablemente son sus padres y de pronto siento mucha pena. La vida es muy injusta a veces, se lleva a quienes más queremos de un momento a otro, sin previo aviso y de la forma más cruel posible. En una esquina hay un tocadiscos magnífico, pero la música que suena proviene de un gracioso equipo de música situado sobre una mesita en el otro extremo del salón. Debo admitir que este hombre tiene unos gustos exquisitos.

Me dedico a explorar el lugar y llego hasta lo que parece un estudio. Andrew está sentado en una banqueta, de espaldas, pintando. Los rizos le caen con naturalidad y recuerdo cuánto me gusta acariciarle el cabello aun si protesta. Está sin camisa y lleva otro pantalón de hilo (debe tener colecciones) y asumo que se ha duchado en la habitación de su hermano. Me paseo despacio por el recinto examinando todos los trabajos, incluido mi retrato corporal, que yace bajo una gruesa sábana y sonrío recordando el día en que se pintó y en cómo me sentí al posar desnuda durante horas. Luego me siento en un cómodo sofá color beich y me distraigo observando a Andrew, con la espalda al descubierto, brillosa por el sudor y las cálidas luces del estudio. Apoyo un codo en el espaldar del mueble y mi imaginación empieza a volar sin tener certeza alguna de por cuánto tiempo lograré resistirme.

— ¿Hace mucho que estás ahí?

—No mucho —balbuceo despertando de mis más recónditas fantasías.

Me levanto para ver de cerca lo que está pintando, es el paisaje que vimos desde la ventana de la comisaría.

—Siento que no haya aparecido lo de tu padre —le digo dando vueltas por alrededor del caballete.

—No te preocupes. Ha pasado mucho tiempo, ya no me duele como antes.

—No me mientas, te conozco Andrew.

Sonríe y me mira fijo.

— ¿Por qué sonríes?

—Después de todo aquí estás, en mi apartamento, a las dos de la mañana y medio desnuda.

Ya veo. No deja de mirarme y mis latidos se desbocan, sé muy bien cómo va a acabar la noche si sigo así y debo impedirlo, pero se me hace tan difícil… Miro en mi teléfono el número que apunté del ordenador de mi tío y por un momento se me llena la mente de preguntas sobre el pasado y el futuro.

— ¿Qué crees que hay en esa caja?

—No lo sé, pero no dejaré que hagas esto sola Galy.

—Todavía no sé por qué me estás ayudando, ni por qué me contaste lo de tu padre aquel día en el puerto.

—Porque confío en ti.

Sus palabras y la expresión de su rostro son suficientes para hacerme perder la razón irremediablemente. Coloco mis manos sobre sus hombros, mis dedos tiemblan al hacer contacto con su piel y los desciendo hasta su pecho. Le beso en el cuello, e inspiro su hipnótica fragancia que fusiona todos mis sentidos, nublándolos por completo, hasta que se gira y nos hundimos en un profundo beso.

A tientas y sin dejar de besarnos llegamos a la habitación. Nos detenemos uno frente al otro y permanecemos inmóviles durante breves segundos, observando nuestros cuerpos desnudos y las siluetas que resplandecen en la penumbra, bajo la tenue luz de una lámpara. Se le marca cada músculo y lo despojo de esa única prenda que lo separa de mí. Me muerdo los labios inconscientemente como siempre y al verme, comienza a desabrocharme lentamente la camisa. Cuando aterrizamos en la cama somos uno, tengo un inoportuno déjà vu tan solo de chocar con sus ojos, esos ojos a veces tristes pero que ahora arden de deseo. Está encima de mí y se siente dueño absoluto de todo cuanto soy, me arqueo a consecuencia de sus manos recorriendo los lugares a los que ya hace un tiempo tiene acceso y cuando desciende, comienzo a olvidarme de quién soy, ya no me importa nada. Quizás cuando amanezca haya cambiado de opinión pero, ahora mismo, puede hacer lo que quiera conmigo.

—Eres preciosa —dice— y ahora eres mía.

Y lo soy, aun si luego digo lo contrario y lo niego ante estas mismas paredes que ahora nos espían mientras la lluvia cae y golpea la ventana. Hago una mueca de placer cuando siento que es parte de mí, la tormenta azota los árboles fuera, pero yo tengo la mía propia, galopándome sin frenos y volcándome la vida por minuto. ¿Quién es este hombre y qué está haciendo conmigo?

Apenas consigo dominar mis pensamientos, que se vuelven borrosos mientras se eleva la temperatura en esta cama y Arielle e Calibano¹² se desvanece en el salón. Durante un buen rato todo nos parece irrelevante, todo lo que no seamos nosotros dos. Entre jadeos mis labios gimen su nombre y sé que lo harán por siempre desde este instante

—Te amo —dice él justo antes de que lleguemos juntos al paraíso, o al infierno, no lo sé bien, y la misma frase sale de mi boca instantáneamente, antes de que pueda detenerla y sin ser consciente de su peso. Quién sabe si cuando despertemos de esta ensoñación tendrá algún valor lo que ambos acabamos de decir. Andrew se desmorona a mi lado y cierra los ojos. Escucho su respiración entrecortada mientras se acomoda y quedamos cara a cara, casi a oscuras, ya nunca más lo podré olvidar.


¹¹ ¡Listo! (francés)

¹² Tango del grupo de Sineterra.

                              

 "Arielle e Calibano" by Sineterra.

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