13: Astrid
Son como las diez y media de la mañana y estoy en un café con las chicas, pero realmente no estoy aportando nada a la conversación. No consigo dejar de pensar en las escenas de la noche de ayer, y las imágenes pasan por mi exclusiva memoria como si se tratase de un filme en la pantalla de algún cine, protagonizado por mí y el hombre que me dejó anoche sus huellas en la piel. No sé en qué estaba pensando cuando lo lancé al sofá, más bien creo que no estaba pensando, pero por suerte mi juicio regresó en tiempo, poco antes de hacer algo que no tiene reverse. Recuerdo aquellos tres meses como si fuera ayer, mi apartamento en Montmartre se parecía más a una hoguera sin llamas que a cualquier otra cosa.
-Había un cuadro de Galy... -escucho que dice Paola y de pronto vuelvo al planeta tierra.
- ¿Cómo dices?
-En casa de Jake, ayer estuvimos allí en la noche. Otra vez Andrew no estaba, pero tiene un cuadro tuyo tapado que es mejor no describir.
-Lo había olvidado por completo -admito sonriendo- espero que no lo hayas destapado, porque salgo desnuda.
-Oh, desde luego que lo destapé, aunque no me esperaba ese derroche de detalles corporales de mi mejor amiga, pero ya sabes, la curiosidad mató al gato.
- ¿Y Jake...? -inquiere Kelly horrorizada.
-No, él no me vio hacerlo, estaba en la cocina. Es que me metí al estudio de Andrew a escondidas.
Esa Paola no tiene límites.
Mi teléfono comienza a vibrar entonces y recibo un mensaje de Andrew. Dice que mire hacia afuera y cuando lo hago, ahí está él haciéndome un gesto para que salga. Me lo pienso un momento y luego me levanto y salgo, dejando a las chicas medio embobadas y espiándome desde la mesa en la que estamos sentadas.
-Buenos días -dice-. ¿Dijiste que querías conocer a Astrid, no?
Sí lo dije, así como más de una vez me aclaró que no me la iba a presentar jamás y que me olvidara del tema. Me pregunto qué lo habrá hecho cambiar de opinión, quizás esta sea su forma de desquitarse por lo de anoche, si es igual de rencoroso que yo, pero como siempre voy hasta el final le respondo:
-Sí, la quiero conocer.
-Dentro de diez minutos entraremos a este café y fingiré que solo nos conocemos porque tu madre y la mía son grandes amigas. Intenta deshacerte de ellas dos -dice señalando a Paola y Kelly.
- ¿Deshacerme? -Le espeto arqueando una ceja- Les pediré de favor que me dejen sola, no voy a "deshacerme" de mis amigas.
-Bueno, lo que sea -me suelta cortante. Está un tanto molesto y era de esperarse, pero no me gusta este Andrew. Sin más, da media vuelta y se marcha. Me quedo en la acera unos segundos viéndolo desaparecer entre la multitud. Hace un día demasiado bonito para estar inventándome maneras de auto-arruinarme la vida, pero las cosas son como son.
Cuando regreso al café las chicas comienzan a enredarme con preguntas que no puedo responder y por tanto, me brinco todo el cuestionario y les pido de favor que me dejen sola, prometiéndoles que las compensaré luego pero, de todo lo que acabo de decir, solo asumen que Andrew viene a desayunar conmigo y se levantan burlándose, con las miradas titilantes de emoción por una escena que solo está en sus cabezas. Si supieran lo que estoy a punto de hacer no lo celebrarían.
Diez minutos después, Andrew entra por la puerta del café de la mano con Astrid y se me hace un nudo en el estómago. Lleva un vestido estampado a juego con el bolso y quizás hasta fueron diseñados explícitamente para ella, pero está horrible.
Andrew se acerca a mi mesa y exclama:
- ¡Galilea! -con una voz tan fingida que me sorprende que solo yo lo note. Tal vez esta sea su voz Astrid, tal vez tenga otra personalidad para cuando está con ella y supuestamente tiene que fingir que la ama y ser alguien que no es. En fin...
- ¡Hola Andrew! --digo yo también poniéndome de pie y siguiéndole el juego.
-Amor, ella es Galilea...
‹‹Amor ›› -pienso y me repugno enseguida.
-Es hija de Hélène Louvet, la mejor amiga de mi madre, ¿recuerdas que te comenté?
-Ahhh sí, lo recuerdo -contesta Astrid- Andrew habla mucho de tu madre, mucho gusto.
-Un placer -miento y me saluda con un beso en cada mejilla (lo normal). Él aprovecha para sonreírme. Es un hecho que esta es su manera de vengarse de mí, pero no voy a permitir que sospeche cuánto me molesta, le sonrío también y los invito a sentarse conmigo.
Aceptan y se sientan. Pido un capuchino y Astrid un jugo de naranja y una ensalada de zanahoria con algo más a lo que no le presto la menor atención. Madre mía, si no fuera tan superficial diría que es la reencarnación de mi amiga Paola, quien hace unos quince minutos estaba sentada en el mismo asiento.
Comenzamos a charlar, Andrew aportando algunos comentarios de vez en cuando, ella muy animada explicándome la diferencia entre Giorgio Armani y Donatella Versace, como si no tuviera suficiente ya con mi prima hablando todo el día de moda. No tengo más remedio que recurrir a mis adquiridos conocimientos en Diseños Mary-Alice y le sigo la rima, como si fuera yo la mayor fan de las pasarelas londinenses.
Debo reconocer que esto de fingir cosas se me da maravillosamente. Andrew me observa desconcertado desde el otro lado de la mesa y Astrid parece haber descubierto en mí la mejor amiga que siempre quiso. La analizo mientras habla y me doy cuenta de que es muy bonita, la verdad, de tez morena como yo, con el cabello castaño y largo ahora recogido en una coleta. Se asemeja muchísimo a su padre, al mío y de alguna insólita manera también a mí, con excepción de los ojos. Los suyos son dos azabaches, como los de Camel y, cuando intento divisar sus pupilas, me transporto a ese instante en que un dedo aprieta el gatillo de una pistola, son idénticos.
Rato después, ya voy por el tercer capuchino y ni eso impide que me aburra con el tema de conversación de esta mujer, que toma la mano de Andrew por momentos mientras él me esquiva la mirada apenado. Si su objetivo era molestarme lo ha conseguido. No soporto esto un minuto más y cuando estoy a punto de soltar que debo marcharme porque tengo un compromiso, Astrid dice que su madre la necesita en casa, que le acaba de llegar un mensaje suyo.
-No es necesario que vengas conmigo amor -le dice a Andrew-, puedes quedarte y, Galy...
Me inquieta la confianza con la que asume que puede llamarme por mi apodo y sobrevivo al decimoquinto amor mordiéndome violentamente los labios. Tengo ese sabor metálico en la boca, me he sacado sangre, creo que me he pasado un poco. Me seco con una servilleta y Astrid me dice:
-La semana que viene habrá un almuerzo en casa, me gustaría que vinieras
-Oh gracias, ahí estaré -contesto con una hipócrita sonrisa dibujada en el rostro.
Finalmente se levanta y le da un beso de despedida a su novio antes de salir del café. Siento que algún macabro deseo me recorre el cuerpo, ascendiendo desde los pies, llegando hasta mi estómago y convirtiendo de repente la manada de elefantes que siento cuando estoy cerca de Andrew, en el ojo de un huracán que gira destrozando todo a su paso. Me ha dolido bastante, pero no pienso admitirlo.
Pasan dos milenios antes de que alguno de los dos diga la primera palabra, yo víctima de una molestia insoportable, él algo avergonzado y quizás hasta temeroso de hablarme, pero aun así me dice:
-Te ha salido perfecto.
No le respondo y recojo mi teléfono de la mesa para irme. Sé que no debería estar enojada, pero igual lo estoy. Me da un tremendo coraje que se haya atrevido a traer a Astrid aquí a pesar de que yo ya se lo hubiera pedido, ese no es el punto, el problema es que lo ha hecho solo por mortificarme, en revancha. ¿Es que no puede imaginarse por su propia cabeza las razones por las que no me fui a la cama con él anoche?
-Lo siento.
-No tienes que sentir nada, yo quería esto, gracias -digo tragándome mi resentimiento- Ya me voy.
-No puedes irte, aún no planeamos cómo entrar en la comisaría.
Cierto, y ahora tengo que quedarme aquí con él cuando lo único que deseo es irme a casa a seguir enojada en solitario.
-Claro -contesto acomodándome- ¿Cómo hacemos?
-Esos archivos deben estar en el Ministerio Público y no en la oficina de tu tío como crees, lamento arruinártelo, pero esas llaves que querías no te sirven para nada.
-Claro que lo sé, ¿qué va a hacer la evidencia de un caso tantos años en la oficina de un detective? -Pongo los ojos en blanco- ¿Pero cómo si no voy a conseguir la copia del expediente del caso y el número de registro?
-Ahhh el número de registro..., entonces ese mismo número debe coincidir con el de la caja de evidencias que debe estar en el ministerio.
-Pues sí listo, ¿qué te crees? Lo he pensado muchas veces, si el departamento de mi tío tenía el caso, deben tener alguna copia digital del expediente en la base de datos así que, ¿cómo entro a esa oficina?
-Sé cómo abrir una puerta con un clip -me explica confiado.
- ¿Ah sí? ¿Quieres decir que irás conmigo entonces?
-Soy tu única opción y además, puede que encuentre el expediente del caso de mi padre también.
-Está bien, nos vemos entonces a las once en mi casa -digo- Oh no, en mi casa no -corrijo cuando me doy cuenta de que las cosas pueden no acabar bien si nos vemos en mi casa- mejor nos vemos allí, en la entrada y no llegues tarde (como si no fuera yo la que siempre llega tarde a todos lados).
Me voy a mi casa y saco la carpeta de partituras que debería haberme estudiado desde hace semanas. Pienso practicar toda la tarde, eso me mantendrá ocupada y distraída, que es precisamente lo que necesito para tachar las últimas tres horas.
A las diez y media de la noche salgo del edificio y tomo un taxi. Supuestamente entraré a la estación a pagar una multa pendiente, aunque ya la pagué hace meses, justo después de perder mi licencia de conducir. Cuando llego, Andrew me está esperando en una moto que ni sabía que tenía y se me queda viendo. Llevo un vestido rojo vino pero sencillo y unos tacones de aguja.
-Guau -me dice bajándose- no sabía que íbamos a algún evento.
-Con este atuendo nos atenderán mejor -explico.
-Oh ya -contesta burlándose y recorriéndome con la vista. Sonrío avergonzada, ya se me ha pasado mi ataque de celos de esta mañana y la tensión sexual entre los dos crece por segundo.
- ¿Qué se supone que hacemos en la comisaría a esta hora un domingo?
-Vine a pagar una multa.
- ¿Multa?
-Vale, hace unos meses me suspendieron la licencia de conducir por seis meses y encima me pusieron una multa gigantesca. Fingiré que no recuerdo que ya la pagué y en lo que el oficial de guardia me atiende subes las escaleras. En el tercer piso encontrarás un pasillo con nueve puertas, espérame ahí, y que nadie te vea por favor.
- ¿Por qué perdiste tu licencia?
- ¿En serio? ¿Eso es todo lo que vas a preguntar?
Se encoge de hombros y digo:
-Por exceso de velocidad.
- ¿De cuánto exceso estamos hablando? -inquiere preocupado pero ignoro su curiosidad y avanzo.
Cuando entramos a la estación confirmo de inmediato que mi estrategia de vestuario ha funcionado, pues los polis que están cerca parecen haber olvidado lo que estaban haciendo.
-Buenas noches señorita -dice el oficial de guardia- ¿Qué hace una mujer como usted a estas horas en un sitio como este?
-Me pusieron una multa hace meses... Pasaba de casualidad por aquí y recordé que no la he pagado y que si sigo así jamás me devolverán mi licencia -miento- así que decidí entrar y encargarme de mis asuntos.
Andrew me mira dislocado por mi capacidad de mentir tan abiertamente y es que, la verdad, me lo acabo de inventar todo. Comienzo a conversar con el guardia mientras me busca en el registro y escucho que alguien dice que la tormenta se avecina y será más fuerte de lo que imaginaban, que necesitan evacuar alguna zona de la ciudad y todos los oficiales salen de la estación exceptuando al que está ocupado con mi identificación.
Afuera caen relámpagos y está comenzando a llover. No sabía que venía tormenta pero, aprovecho que gracias a eso no hay nadie más cerca para hacerle señas a Andrew de que suba, pero cuando volteo él ya se ha ido.
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