-𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏𝟏-
Para Hinata las cosas iban de mal en peor, sus entrenamientos no estaban siendo los mejores: chocaba con las personas al caminar, su puntería cada vez se iba volviendo mala, su habilidad rara vez se presentaba.
Todo era un desastre.
Lo único que quería era aniquilar al Glishkarj de ojos azul naval, quería tenerlo frente a él y obligarlo a decirle donde estaba su familia para después matarlo con sus propias manos, pero ese maldito no había hecho acto de presencia.
Su familia. Su amada familia, ¿dónde estarían? ¿estarían bien? ¿estarían pasando hambre o frío? Siempre estaban en problemas por culpa suya. Natsu tampoco tenía amigos suficientes al ser la hermana del Impolvort, no importaba que ella tuviera un control estupendo sobre el suyo, sólo veían la enorme sombra que causaba su incapacidad.
Sus padres trabajaban de sol a sol por un mísero sueldo que muy apenas alcanzaba para sobrevivir, su pequeña fortuna había sido heredada de sus abuelos pero aún así no siempre alcanzaba puesto que los negocios no siempre iban tan bien.
Como odiaba haber nacido con esa condición, si tan sólo su Polvort se hubiera presentado antes.
—Hinata— la voz de Suga lo sacó de su trance. De su maraña de pensamientos—. ¿Estás bien?
—No— susurró. El de cabellos platinados fue hasta él y lo envolvió en sus brazos buscando transmitir calidez.
—Tranquilo. Prometo que todo saldrá bien— aseguró.
—¿Por qué no están? ¿Por qué se los llevaron? Ellos no han hecho nada malo— sollozo—. Lo único que hicieron fue... tenerme.
—No digas esas cosas, Hinata— regañó Sugawara—. El tenerte fue la mejor bendición para tus padres.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque tú me lo dijiste. Oikawa lo vio en persona. Kinoshita se percató de ello— el pelirrojo frunció el ceño ante la mención del rubio—. ¿Sabes de que va la habilidad de Hisahi?
—Se que es alguien que empatiza con los demás.
—Va más allá. Kinoshita ha trabajado arduamente para sentir las emociones de las personas en los objetos que la rodean.
—¿Qué?
—En la misión lo viste tocar los muros de tu casa. Él se aseguraba de encontrar algún rastro de tu familia, sólo encontró las ganas de pelear que tuvieron, no se dejaron vencer tan fácilmente, no encontró ningún rastro de muerte— Hinata suspiró el aire que retenía en sus pulmones, de alguna manera eso le calmaba.
—Se escucha como una buena habilidad— susurró.
—La es en algunos casos— le dio la razón—. Ten por seguro que los encontraremos tarde o temprano.
—Eso espero, es lo que más deseo en el mundo ahora.
—Bien, ahora debemos seguir con tus entrenamientos— mostró una sonrisa digna de fotografía—. Debes convertirte en un soldado fuerte.
—¡Por supuesto, Suga!— a los ojos del nombrado parecía que recuperaba poco a poco su vitalidad.
(...)
Explicaciones de invocación, ejercicios de meditación, luchas cuerpo a cuerpo con Yaku y Fukunaga. Todo le estaba pasando factura, ni siquiera tenía tiempo de ver a Atsumu. Lo importante de todo es ¿por qué quería verlo? El rubio le transmitía una calma que no había sentido con nadie más, a veces sentía que su mundo estaba de cabeza y él le ayudaba a sobrellevar todos sus problemas con sólo verlo.
Lo veía de muchas formas, físicamente y emocional era un hombre perfecto y hermoso. Lo había comprobado mientras fingía dormir y conciliaba el sueño la noche anterior. Atsumu tenía un cuerpo trabajado y marcado por los años siendo soldado, sus ojos siempre mostraban un aura tranquila y despreocupada al contrario de su hermano, su cabello era naturalmente negro pero él lo llevaba teñido de rubio.
No iba a negarlo, era atractivo. Demasiado atractivo para su gusto, y eso lo ponía nervioso cada que estaba con él.
—¡Shouyo!— lo llamaron.
—¡Noya!— chilló alegremente en cuanto vio al bajito de mechón rubio.
—Vamos, es hora de cenar, has estado entrenando desde hace tiempo— el castaño tiraba del brazo de Hinata como niño pequeño.
—Tú también has estado entrenando— le dijo el pelirrojo—. ¿Ya lograste un avance?
—Aún no, pero estoy seguro que lo lograré. Esa técnica será mía.
—¿Cómo ha estado Tsukishima?
—¿Por qué le preguntas?— Hinata se encogió de hombros antes de responder.
—Siempre veo que estás con él, bueno además de Yamaguchi. Pero ustedes dos son los únicos que siempre lo acompañan.
—Tsukishima es alguien complicado. Es muy reservado y guarda sus problemas para si mismo, pero aún así se interesa por los demás— ambos se encontraban caminando en dirección al edificio—. Entrena mucho, no lo admite pero él quiere llegar a ser el mejor. Aunque siempre piensa que habrá alguien mejor que él.
—¿Cómo lidias con eso?— le preguntó. Noya sonrió.
—Sabes, ese chico necesita una motivación diaria para mejorar y cumplir todas sus metas. No pretendo ser esa motivación pero si pretendo dársela. Por eso estoy con él. No somos pareja, al contrario, ni siquiera se si somos amigos, pero quiero que sepa y vea en mí alguien que cree en él.
—Eso es muy lindo de tu parte, Noya.
—¡Gracias!— dijo emocionado—. Nadie estará más orgulloso que yo cuando logre su cometido.
Ese día Shouyo se dio cuenta de algo. Al ver a Noya depositando todas sus esperanzas en alguien como Tsukishima. Se dio cuenta de las diferentes clases de amor, de qué hay ocasiones en las que amas sin ser amado, sin esperar reciprocidad y otras en las que amas incondicionalmente. Ese par eran un caso especial: Noya amaba de una manera incondicional, no esperaba nada del rubio de lentes. Lo único que quería era verlo crecer y confiar en sí mismo. Aunque en el fondo esperaba que le pudiera pagar con la misma moneda.
En otro de los campos cercanos a los dormitorios se encontraba cierto cuervo rubio acompañado de dos búhos: uno de ojos dorados y otro de ojos azul. Preferiría estar solo sin ese par, pero desde que el búho de ojos dorados se propuso a ser su maestro no lo dejaba tranquilo.
Por eso ahora se encontraba conociendo los minerales y metales que habitaban en el suelo. Bokuto era todo lo contrario a lo que pensaba del chico de cabello bicolor, la verdad es que era muy buen maestro cuando no se distraía lo suficiente. Sabía demasiado del elemento que manejaba, ambos eran Erdes y la verdad es que Tsukishima jamás se puso a pensar que debía conocer a la tierra, ciertamente él se enfocaba en cómo manejarla. Bokuto no.
Bokuto conocía la tierra como la palma de su mano: estructura, minerales, piedras preciosas y sabía donde había suelos fértiles con sólo verlos y tocarlos. Era impresionante, muchas veces se daba el tiempo de visitar los campos de cultivo cercanos y ayudaba a la gente con los cuidados de la vegetación, decía que no debía verse alterada y que debían respetarla.
Le recordaba a su hermano.
—Muy bien Tsukki, ¿que hemos aprendido hoy?— preguntó alegremente su maestro.
—Que la Tierra está compuesta de hierro, silicio y magnesio— respondió recitando un fragmento de libro—. Y no me llame Tsukki, Capitán.
—Pareces robot hablando así— se burló—. Bien. Escúchame lentes— el rubio frunció los labios ante el apodo—. La tierra está compuesta por rocas que a su vez se componen de minerales. Estos son sustancias naturales que se forman como resultado de la unión de elementos químicos simples o combinados entre sí, y poseen propiedades físicas y químicas, estructura atómica y composición específicas. Son el bloque de construcción de las rocas, el suelo y la arena de la Tierra.
—No sabía que fueras bueno en química.
—No lo soy, Kuroo me enseñó— eso si que lo sorprendió—. Como te decía. Nosotros los Erde somos el muro entre la tierra y las bestias que nos atacan. Hace muchos años cuando la Fuente cayó, los primeros Erde crearon murallas que nos separaban, hechas de tierra y minerales extraños que repelían a las bestias.
»A lo que quiero llegar, es que ese es nuestro papel. Somos buenos repeliendo el fuego, aunque la mayoría nos denigran. Mi meta en esta vida es aprender y enseñarte a crear muros de metal y controlarlo.
—Eso es el campo de los Drushkas— dijo con desinterés.
—En realidad ellos sólo lo trabajan y lo manipulan hasta cierto grado— interrumpió Akaashi—. Los Erde lo controlan en su forma natural, los Drushka lo transforman.
—Velo como una línea de trabajo— habló Bokuto—. Nosotros damos la materia prima y ellos la moldean.
—Se refiere a que ustedes la sacan de la tierra, mientras los metales estén de esa manera podrás manejarlos, después ya no.
—¿Y usted sabe manejarlos, Bokuto?— preguntó Tsukishima.
—No a tal grado— se encogió de hombros—. Se ubicarlos exactamente en el subsuelo, pero no puedo manipularlos a tal grado. Por eso tú aprenderás.
—De acuerdo, pero no prometo nada— aseguró.
—Me basta con que estes de acuerdo en aprender— sonrió alegre y comenzaron a caminar hasta los límites de los terrenos.
Estuvieron horas detectando los metales del suelo, Bokuto le enseñaba cómo sentir la presencia de dichos elementos. Tsukishima aprendía rápido, eso llenaba de orgullo al mayor. Le emocionaba tener un aprendiz tan inteligente. Tiempo después ambos detuvieron el entrenamiento, pronto lo retomarían para así ambos seguir mejorando.
—¡Hey, Tsukishima, es hora de cenar!— los miembros más bajos del Karasuno se habían topado de camino a los dos búhos y al cuervo rubio y los llamaron para por fin estar dentro de casa.
—¿Ves eso Akaashi?— preguntó Bokuto en cuanto vio al rubio alejarse muy cerca del castaño—. Nuestro Tsukki está creciendo.
—No es nuestro, Bokuto— dijo tranquilamente—. ¿Y que se supone que debo ver?
—Eso. Dos cuervos se han enamorado— los ojos azules de Akaashi se enfocaron en los cuervos que señalaba—. ¿Sabías que los cuervos eligen pareja de por vida?
—No, no lo sabía— respondió el pelinegro.
—Bueno, esos dos se han elegido pero aún no se dan cuenta.
—¿Cómo sabes todo eso?— preguntó.
—Tsukki tiene la misma mirada que me dirigías cuando nos conocimos— sonrió alegremente.
—Que curioso, Nishinoya tiene tu mirada— Bokuto dejó un beso en la frente del contrario. Se tomaron de las manos y se dirigieron a paso lento hasta los dormitorios, ambos morían de hambre y no iban a dejar pasar una noche sin ingerir alimentos.
—¿Cuando crees que se darán cuenta?— preguntó Bokuto.
—No lo sé— confesó Akaashi—. No suelen ser expresivos en cuanto a emociones se trata, además no siempre debes ponerle título a las relaciones.
—Ellos dos no son los únicos— ambos búhos fijaron su vista en la entrada del edificio, donde un zorro de llamativo cabello rubio esperaba al cuervo de hebras naranjas—. ¿También crees que tarden en darse cuenta?
—De ellos lo tengo claro— admitió—. Lo veo como una ilusión, un amor unilateral.
—¿A que te refieres?
—Presiento que para Hinata será el amor de su vida, más no el amor para su vida.
—¿Son distintos?— preguntó frunció el ceño ante lo dicho.
—Demasiado. El primero es aquel que queremos que esté con nosotros para siempre, el que más amaremos y recordaremos, el que pone nuestra vida de cabeza y nos enseña que el mundo gira alrededor de nosotros. En cambio el segundo es aquel que llega para quedarse, aquel que nos brindó el destino y sólo esperaba el momento perfecto.
—¿Y cuál somos nosotros Akaashi?— preguntó Bokuto.
—Somos un error en el sistema— le respondió—. Somos ambos. Tú pones mi vida de cabeza y sólo tú eres capaz de ponerle un orden.
Bokuto sonrió iluminando la noche y Akaashi se sintió en casa al ver esa sonrisa mientras entraban al edificio. No había duda, ambos eran el hogar destinado del contrario.
Nunca la vida se imagino pensar de esta manera en alguien que apenas conocía. Es más, nunca se imagino pensando en alguien más que no fuera en sí mismo.
Definitivamente ese chico llegó para romper todo a su paso, con su cabello rosado y presencia de huracán.
—Tranquilo, todo estará bien— no supo porque, pero le creyó. Tenía la esperanza de que todo estaría bien.
Fushiguro era un hombre de pocas palabras, nunca se deslindaba de su camino, pero ahora quería dejar todo y averiguar sobre el chico de cabellos de cerezo.
¿Por qué lo salvó? ¿Por qué le ayudó? No había respuesta para eso.
—¿Y si me das una respuesta?— preguntó al cielo nocturno cubierto de estrellas—. Sé que estás ahí afuera, en algún lugar muy lejos de aquí, pero aún así no me ayudas en nada.
El de cabello azulado siguió caminando en la oscuridad. Como odiaba caminar solo porque desde que tuvo memoria siempre estuvo solo.
—¿Y si me dices de donde lo conozco? Porque lo conozco, ¿verdad?— le preguntó a la luna—. Que estúpido. No vas a responderme porque estás muerto. Llevas muerto desde que yo era un niño.
Se inclinó en el suelo y tomó una roca para después lanzarla al estanque en el que se había topado. Uno, dos, tres. Tres brincos había dado la pequeña piedra antes de hundirse en el agua, justo en el lugar donde más se reflejaba la luz de luna.
—Sólo soy un tonto que se sienta a hablar con la luna— habló con la mirada gacha—. Y tú eres un hombre muerto que no puede oírme nunca más, pero aún así sigo hablando contigo.
Y así el joven Fushiguro desapareció entre las penumbras de una calle oscura, con más dudas que respuestas sin darse cuenta que era observado por unos ojos oceánicos bajo unos mechones blancos que también hablaba con la misma luna.
—Parece que tu hijo se ha visto atolondrado por una cara bonita, Toji— sus labios se curvaron en una sonrisa ladina—. No puedo culparlo, yo también me atolondre con una. Aunque me pregunto ¿quién será el ser que trae colgado de un ala a tu pequeño hijo? Apuesto que debe ser una verdadera belleza, ¿no es así, Megumi-chan?
Helou, buenas buenas.
Así quedó el capítulo de hoy, cada día nos acercamos a lo mejor.
Muchas gracias a los que se toman el tiempo de leer, valoro mucho sus votos y sus comentarios. De verdad que me hace muy feliz saber que es lo que opinan porque me doy cuenta del buen rumbo que estoy tomando con la historia.
Debo decir que es extensa (mucho) pero de eso hablaré más adelante.
Gracias por todo.
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