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-𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟏-

Distrito York, Estados Unidos
Nazkarik, año 2614

Ser un humano común y corriente era agotador en este nuevo mundo, y eso Shouyo Hinata lo sabía mejor que nadie. Él había nacido sin un don, no era un Polvort y eso lo sabía desde que tenía ocho años.

No tenía control sobre el agua como los Wasser, mucho menos tendría el control sobre la vida de las personas como los Tödlich. No tenía nada.

Su madre es una Wind, lo que le hacía tener el control del viento, y su padre y hermana eran Feuer; controladores de fuego. Sin embargo no todo fue fácil.

Hubo un tiempo que el gobierno amenazo a sus padres con quitarles la custodia de Natsu —quien era seis años menor que él— en cuanto vieron que Shouyo no presentaba ningún poder como el resto de la humanidad, querían matar a su hermana porque consideraban que sería igual a él. Todo cambio cuando presentó síntomas de su control sobre el fuego y finalmente se decretó que era una Polvort, después de eso le prohibieron a los Hinata tener más hijos.

—¿Entonces...?

—Entonces— interrumpió a su madre—. No harás esa patética fiesta.

—Tu cumpleaños no es una patética fiesta, es tu cumpleaños— señaló su madre.

—Ajá y dime ¿a quién invitarás?— preguntó.

—Pues... podríamos hablar con Izumi y Koji— sugirió.

—Sabes que ellos no vendrán— Shouyo en su infancia sólo tuvo dos amigos pero los padres de estos creían que el no tener poderes era contagioso, así que le prohibieron verlos—. No hagas ninguna clase de celebración, por favor— su madre asintió y no reprochó más.

Hinata se quedó acostado en su cama y comenzó a leer un libro que había encontrado en una tienda de segunda mano, era un libro demasiado viejo, las hojas casi se quebraban al momento de darle las vuelta.

De cierta manera le recordaba a su mundo. La historia trataba de un mundo futurista y se centraba en el estado de Chicago, al parecer el país se dividió en facciones, y les hacían exámenes a la población para saber a cuál pertenecían, pero siempre había alguien distinto; la protagonista pertenecía a más de una. Si Shouyo tuviera más de un poder sería tratado como un Dios... pero ni siquiera tenía uno.

Los días se pasaban de manera rutinaria, era siempre lo mismo; se levantaba, hacía el almuerzo para la familia, su hermana se iba a clases y sus padres al trabajo, y él... bueno, él se quedaba en casa encerrado. No es que el gobierno le tuviera prohibido salir, sino que la gente hacía siempre el máximo esfuerzo para hacerlo sentir inferior.

—Entiendo que no puedo suplicarle una vez mas, pero nada se detiene sólo vivo para ti— comenzó a cantar una canción de cuna que le cantaba su madre cuando era pequeño. No era una canción de cuna exactamente, era una pieza demasiado antigua en lengua española pero a él le hacía dormir—. Dame sólo un beso que me alcance hasta morir como un vicio que me duele quiero mirarte a los ojos. 

Decidió que podía salir un momento, esperaba no encontrar gente tan mala. Vestía unas bermudas café con una playera oversize amarilla que resaltaba su piel blanca. Tomó su mochila y salió de casa.

Camino por las calles en busca de algo que le ayudará a distraerse. La verdad es que ya no podía hablar con los que alguna vez se hicieron llamar sus amigos, muchas veces se alejaban de él porque el gobierno se había hecho cargo de que todos supieran quién era él.

Entro por una calle  —que no recordaba en que momento se había hecho callejón— y se encontró con la pared que le prohibió el paso.

—Demonios— maldijo.

—Bueno, no puedes culpar a tu memoria olvidadiza— levantó la cabeza hacía la voz que hablaba desde uno de los balcones. El dueño parecía tan despreocupado con su playera oversize negra y pants rojos, además de su cabello teñido de rubio sujetado en un moño bajo.

—¡Kenma!— el aludido saludo al estilo militar con burla.

—Hola, Shouyo— el pequeño pelirrojo se colocó bajo el balcón y empezó a subir por las escaleras de emergencia hasta dar a la ventana del teñido.

—¿Qué haces aquí?— preguntó.

—Vivo aquí— frunció el ceño.

—Eso lo sé tonto, pero tú casi nunca estás en casa— señaló como si fuese obvio.

—Pedí vacaciones— contestó.

—¿El ejército tiene vacaciones?— preguntó y Kenma asintió. El teñido de rubio pertenecía a la primera división del ejército; aquellos que se especializaban contra los Glishkarj—. Vaya, no sabía eso.

—No todos los saben, esa es la idea— Kenma río porque se supone debía permanecer en secreto pero no podía mentirle a él, no podía mentirle a su mejor amigo—. ¿Qué hacías aquí, Shouyo?

—Quería distraerme...

—¿Otra vez tuviste una pesadilla?— preguntó.

—No, fue una de mis crisis existenciales, las que suelen pasarme cada vez que creo escenarios que nunca ocurrirán en mi cabeza— Kenma suspiró, su amigo era muy imaginativo.

—¿Qué fue esta vez?— preguntó.

—Nada, lo misma de siempre, pensar el porqué nací sin un don— se encogió de hombros—. Me ha traído muchas desventajas, antes yo era el normal, de ser al contrario el mundo los perseguiría a ustedes.

—El mundo es una mierda, Shouyo— le interrumpió Kenma—. Persiguen lo que es distinto y no paran hasta verlo destruido o convertido en un igual porque siempre le temen a lo diferente.

—¿Te refieres a lo qué pasó en tu escuadrón?— el rubio asintió—. Lamentó eso, escuché las noticias.

—Era de esperarse, suele ser muy agresivo cuando se trata de sus seres queridos— Kenma ya se encontraba sirviendo de comer en unos tazones y depositó ambos en la mesa—. Y que ofendan a la persona más importante de su vida ameritaba unos buenos golpes.

—Creí que tú eras la persona más importante de su vida— Kenma sonrió con nostalgia.

—Soy su amigo de la infancia, siempre voy a ser importante para él aunque alguien más esté en su corazón— lo dicho le saco una sonrisa sincera a Hinata—. Maldita sea, me he visto muy blando.

—Ahora debes decir algo malo para equilibrarte— de la garganta de Hinata brotó una risa escandalosa y Kenma apenas sonrió, no lo admitiría pero desde la llegada de Shouyo a su vida esta era más brillante, divertida. Había encontrado un motivo para sonreír.

Las horas en casa de Kenma pasaban muy rápido, especialmente cuando se la pasaban jugando videojuegos —algo que ambos amaban— pero Hinata debía partir a su hogar, seguramente su madre estaba muy preocupada por él.

—¿Seguro que no quieres que te acompañe?— preguntó Kenma.

—Tranquilo, puedo cuidarme solo— le contestó.

—En un combate cuerpo a cuerpo no lo dudo, mi preocupación es que alguien te ataque con sus dones.

—Tranquilo Kenma, puedo cuidarme sólo— sonrió para aligerar la tensión.

—Bien, entonces te veo luego, Shouyo— Kenma abrió la ventana para que pudiera salir por donde había entrado. Hinata bajo cuidadosamente hasta llegar al suelo y emprendió camino a su casa.

No se había dado cuenta de que estaba a punto de anochecer, el sol se estaba ocultando como si tuviera miedo y dejara paso a la luna para que lo protegiese. Era irónico puesto que la luna brillaba por la luz del sol y aún así imponía su fuerza ante la oscuridad.

El viento estaba suave, parecía que susurraba contra su piel pero también parecía que hablaba con él.

Hu-ye-de-aquí.

El estruendo de una explosión se escuchó a sus espaldas haciéndolo caer de frente al suelo.

—Maldición— dijo al sentir el ardor que provocaban sus rodillas raspadas. Se levantó rápidamente dispuesto a huir pero alguien o algo lo tomó por su espalda haciendo que la sangre se le congelara en las venas.

No escuchaba nada, sus oídos se habían desconectado de su cerebro y todo lo que podía detectar era un simple zumbido haciendo beep, estaba lejos de casa de Kenma, debió haber dejado que lo llevara, el sólo quería llegar a casa.

Un golpe en sus costillas fue lo que lo hizo reaccionar y doblegarse de dolor en el suelo.

—¿Qué demonios quieres?— logro gesticular y una risa fue su respuesta para darse cuenta que no tenía frente a él un humano. Tenía un Glishkarj.

«Debí haber dejado que Kenma me llevase a casa» pensó. El asqueroso ente volvió a atacar a Hinata con una patada en las costillas derribándolo en el suelo, Hinata comenzó a arrastrarse como pudo para evitar retrasar su muerte, le dolían los huesos, su cabeza, su alma.

«Que patética forma de morir» el Glishkarj no dejaba de reír horriblemente como su aspecto. Debía medir como un metro ochenta de alto, piel completamente blanca y una asquerosa sonrisa que mostraba sus dientes, además de esos cuatro ojos esparcidos por su rostro. No sabía que daba más miedo si la cara o las garras de sus manos. En fin, todo ese monstruo daba miedo.

Se levantó a duras penas y empuñó sus manos porque si iba a morir, no moriría como un cobarde. Dio un derechazo y el monstruo evadió a la primera, un zurdazo después y también había evadido.

—¡¿Maldita sea porque no mueres de una vez?!— gritó exasperado y el monstruo volvió a reír como desquiciado.

Fue tan rápido el acto pero las enormes garras de la bestia habían atravesado su piel haciéndolo caer de rodillas.

—No quiero morir— susurró—. No pienso hacerlo, ¡No quiero morir aquí!— sus manos comenzaron a chispear como si fuecen luces de bengala.

El Glishkarj movió la cabeza en señal de duda, una duda que duró sólo un segundo porque saltó dispuesto a matarlo. El cielo y los alrededores comenzaron a cubrirse de sombras, una capa de sombras tan oscuras como las alas de cuervo y vacías como el mismo infinito.

—¡No voy a morir aquí!— una luz brotó del cuerpo de Shouyo y se proyectó en el cielo rompiendo con la oscuridad sobre él. Se levantó y corrió hasta el Glishkarj tomándolo de la cara haciéndolo explotar.

Sus manos estaban cubiertas por sangre y por esa luz que resplandecía en ellas como el mismísimo sol. Shouyo fijo su vista en el edificio de a lado, en él se encontraba una figura cubierta por un extraño traje de cuero oscuro y botas estilo militar, llevaba la mitad inferior de su cara cubierta al igual que su cabeza por la capucha del blazer que llevaba puesto.

Con esa figura en sus ojos y sus manos en la herida de su abdomen Shouyo se desvaneció.





Muchas gracias a aquellas personas que se toman el tiempo de leer este primer capítulo, espero que sea de su agrado.

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