Feliz
Mentiría si dijera que en realidad le dolía cada vez que la hebilla del cinturón pegaba fuertemente en su espalda. Claro que no era algo lindo de ver, había sangre por todo el suelo pero no más que en su espalda, cada segundo se le agregaba una abertura más de donde el líquido espeso y caliente bajaba con facilidad para darle un baño de color a su tierna y pálida piel.
Chenle siempre había tenido una piel tan blanca. Como la pintura.
No era blanca como la nieve porque esta destellaba en tonos azules, ni blanca como la leche porque reflejaba una luz amarillenta. Era simplemente blanca, como una pared recién pintada.
Igual de maltratada, sucia y dañada.
Para su padre, su piel era el lienzo más perfecto que pudo haber encontrado jamás. Había estado pasando demasiado tiempo buscando la superficie perfecta para crear las obras que le devolverían la fama y reconocimiento de todo el mundo. Después de lo que había pasado en Seúl tuvo demasiados problemas con su trabajo. Si no era la inspiración de la que carecía, era la falta de materiales de calidad que le hacían tener la pasión que tenía por la pintura.
Hasta que después nació Chenle, ahí fue cuando se dio cuenta que el lienzo que necesitaba no estaba a la venta en una tienda de arte sino que tenía uno propio escondido en su hogar.
Se lo dijo la primera vez que lo golpeo con el palo de la escoba de barrer.
"Cuando vez un lienzo blanco y sin pintar, debes de ser el primero en poner una marca en él. Así es como se crea el arte"
Desde entonces, el artista había estado produciendo sus obras más bizarras y privadas en la habitación de su hijo. Y esta era una de ellas.
Las cobijas que cubrían el colchón en el que dormía se habían caído al suelo y se habían manchado de restos de tierra y algunas gotas de su propia sangre porque el artista las había ocupado para limpiarse sus zapatos cuando llego a casa. Una persona con tanta clase no podía andar por ahí con las suelas sucias y los zapatos sin volear.
Pero un artista tampoco lograba una obra perfecta desde el primer boceto ni con cualquier pintura que encontrara, debía de tener los materiales con la calidad más sofisticada y sobresaliente. Por eso el artista lanzaba al suelo lo que no le servía.
Siempre que entres a la guarida de un pintor, el suelo será la única cosa sucia que encontraras.
Ese ese es lema.
Las cosas que no sirven, no deben estar en tu campo de vista.
Por eso los libros de su escuela, la ropa que usaba y los juguetes que tenía eran lanzados todos al suelo. Porque no servían. Nada suyo servía ante los ojos del artista.
Pero si hay algo con lo que todos concordamos es que un artista encuentra su mayor inspiración de los sonidos. Algunos escuchan música clásica para crear sus obras, otros simplemente se dejan llevar con los sonidos de la naturaleza, y en este caso, la melodía que extasiaba los tímpanos del artista se encontraba detrás de la puerta de su estudio, llorando y suplicándole una y otra vez que por favor dejara a su hijo en paz.
Los gritos de Sujin siempre le daban la mayor de las inspiraciones. Solo por eso, cuando encontró el cable de la lámpara de noche en forma de estrella se lo enredo en la mano asegurándose de dejar un tramo sobresaliente que se arrastrara en el suelo y después levanto el pincel como si su nivel de máximo placer por pintar estuviera recorriendo su cuerpo. Se dejó llevar mientras las pinceladas largas y continuas se marcaban en la espalda de su hijo haciendo un bonito color rojo que lentamente se iba transformando en guinda.
Después dejo su firma en el lado inferior derecho del lienzo y salió por la puerta con una sonrisa en el rostro.
Su nueva obra de arte estaba lista para ser mostrada al mundo.
Chenle bajo la mirada solamente para ver que su papá lo había mordido más fuerte que de costumbre, porque después se tapó la cara con las manos sucias y maltratadas para comenzar a llorar en silencio mientras que su madre corría detrás de aquel borracho para asegurarse de que fuera a dormir y dejara de golpear a su pequeño.
Tampoco era algo nuevo. Ese juego lo habían estado jugando desde hace mucho tiempo. Pero estaba harto de ser siempre el al que le tocaba perder.
La maestra había detenido a Chenle antes de que saliera al jardín para jugar con Jisung.
No sabía cuántas veces tenía que repetirle que se había caído ayer cuando trato de pasear a su perro. Lo había jalado tan fuerte por estar persiguiendo a un gato, que él no le pudo seguir el paso y término resbalándose en un escalón.
Los niños de su edad eran tontos, estas cosas ocurrían casi siempre. ¿Por qué la maestra no le creía?
— Creo que es porque le dijiste hace un mes que habías faltado a la escuela porque tu perro había fallecido —le dijo Jisung a su lado comiendo tranquilamente la manzana caramelizada que su mamá le había dado esta mañana—. Además te quejabas cada que te tocaba el hombro o te decía que te sentaras bien en la silla.
Los dos pequeños estaban sentados en el borde de las escaleras, moviendo sus pies de arriba hacia abajo mientras compartían el lunch del menor. La mamá de Chenle no había tenido tiempo de prepararle algo esa mañana porque había estado discutiendo con su padre.
Jisung era el único niño de la escuela que le hablaba a Chenle, era su único amigo. Los demás siempre lo veían como un bicho raro porque siempre estaba lastimándose o siempre llegaba a la escuela con marcas en el rostro y en las manos.
Le decían que se parecía a una polilla; porque además de feo, era muy débil.
— Obviamente me iba a quejar, tonto. Me caí. Además le dije que me habían regalado otro perro por mi cumpleaños.
— Tu cumpleaños es mañana —Chenle suspiró. Incluso él se había olvidado de su fecha especial—. ¿Ahora si vas a hacer una fiesta?
— No puedo, voy a estar ocupado todo el día.
— Siempre estas ocupado. Ni siquiera fuiste al mío —soltó con tristeza, pero poco duró ya que al instante escucharon la corneta del carrito de helados anunciando su llegada como lo hacía todos los miércoles de la semana. Y Jisung, como muchos otros niños, corrió inmediatamente a comprar su helado de caramelo.
Si quería ir pero mi papá no me dejo, pensó.
Antes de llegar a ese pueblo, Chenle se dijo a si mismo que haría muchos amigos para poder ir a sus fiestas y sentir por primera vez lo que era tener una fiesta de cumpleaños. Él nunca había tenido una y esa era la única forma de tener algo cercano a eso.
De nuevo y como de costumbre, la madre de Jisung se ofreció a encaminarlo a su casa para que no se fuera solo. Se despidieron dos locales antes de llegar al hogar de Zhong y finalmente entro a su casa con la suerte de ser su madre la única que se encontraba en el lugar.
Chenle amaba a su mamá. En realidad era la única persona que amaba además de su amigo, Jisung.
Sujin era una mujer con demasiados talentos.
Había estudiado enfermería pero por una extraña razón, aún desconocida para él, decidió abandonar la carrera para, según ella, poder estar con su padre. Pero Jaehyun siempre se había encargado de decirle que por culpa suya, su mamá y el estaban viviendo en esas condiciones.
Porque como siempre, todo lo que ocurría, fuera bueno o malo, era la culpa de Chenle.
— ¿Cómo te fue hoy en la escuela, cariño? —preguntó la mujer saliendo con una enorme sonrisa de la cocina. Chenle dejo su mochila en el sofá y se acercó a darle un besito en la mejilla a su madre.
— Bien. Pero la maestra me pregunto si podías ir la siguiente semana. Dijo que quería hablar de unas cosas contigo.
Al instante pudo sentir como los brazos de su madre se pusieron duros como rocas y su respiración fallaba. Si no se hubiera quejado por el dolor de su espalda probablemente lo hubiera apretado más.
— ¿Te portaste mal? —Chenle negó—. Entonces debe ser un malentendido.
El pequeño asintió y solamente tomo la lonchera que su mama le dio para irse a encerrar a su habitación. Siempre que su papá terminaba de hacer "obras" sabía que tenía estrictamente prohibido salir de su cuarto porque sería Jaehyun quien iba a decidir en qué momento su obra podía ser vista por todo el mundo.
O mejor dicho, si se atrevía a salir de su habitación después de una paliza, le esperaría otra mucho peor.
Y Chenle lo que quería era poder dormir bien al menos en la noche de su cumpleaños.
Supo la verdadera razón por la cual su madre no había ido por el a la escuela cuando al abrir la puerta de su habitación la encontró totalmente acomodada y limpia. Como si los recuerdos de la noche anterior hubieran sido solo escenas de sus más grandes pesadillas, como si nada de lo que vivió ayer por la noche hubiera pasado, aunque lastimosamente tenía el recordatorio grabado con dolor en su piel.
Pero no le tomo importancia a otra cosa que no fuera la caja amarilla decorada con un listón rojo que brillaba en el centro de su cama.
No era una caja tan grande, pero él estaba acostumbrado a emocionarse por todo. Así fuera una caja del tamaño de una hormiga, Chenle se emocionaba tanto que se le subía el ánimo de prisa.
Corrió hasta su cama y con desesperación quito la envoltura que cubría aquel regalo. Tomo la tapa de la caja de cartón y al abrirla descubrió una bonita camisa rosa que al instante le ilumino el rostro y le saco una sonrisa.
Esa camisa la había visto varios meses atrás cuando acompaño a su madre a hacer las compras. Ella le había prometido que la tendría algún día, pero él no le creyó.
Ahora solo miraba entusiasmado a su madre, quien ya había llegado a su habitación para observar la carita emocionada de su pequeño. Esa que a pesar de siempre estar viviendo en un mundo de tonos grises, le regalaba cada mañana que la veía.
— Feliz cumpleaños —murmuró al sentir los brazos del menor rodearla—. Sé que en realidad es mañana, pero no podía esperar a verte con ella.
— ¿La puedo usar mañana en la escuela? —preguntó con emoción.
— Por supuesto, cariño. Mañana debes ser el niño más lindo de todos. Es tu día especial.
— ¡Es mi día especial!
Chenle volvió a abrazar a su madre, y fue así como todo lo que restaba del día se la pasó con un ánimo que alcanzaba los cielos y las nubes, uno en donde podía encontrar un bonito arcoíris de siete colores. Porque él amaba los colores.
Sujin le dijo que no debía preocuparse, que guardaría la camisa en sus cosas hasta que su padre se fuera a trabajar. Así no la descubriría y él iba a poder ser el niño con la camisa más genial en toda la escuela.
Jaehyun llego casi cuatro horas después. Al menos esta vez no llego oliendo a alcohol y con ganas de pintar algo nuevo. Todo iba para suerte del menor.
— ¿En dónde está Chenle? —se escuchó la voz ronca de su padre, incluso aunque tuviera la puerta cerrada con seguro.
— En su habitación.
— Muy bien —respondió el hombre.
Chenle era muy curioso a pesar de que sabía que podía meterse en problemas por escuchar conversaciones ajenas. No podía evitar gatear hasta una esquina de su puerta pegando su oído lo más que pudiera para poder escuchar lo que decían.
Desde que descubrió que con eso podía saber cuándo su papá tenía intenciones de ir a visitarlo a su habitación, lo hizo con el mero propósito de tener un poco de tiempo para guardar las cosas más pesadas o que pudieran hacerle más daño si se las lanzaba.
Pero claro, no siempre escuchaba con esa intención.
Muchas veces oía cosas que le daban la tranquilidad de pasearse por su casa sin tener que toparse a su padre en el proceso. Como por ejemplo, las veces que llegaba a salir.
— Johnny me dijo que se iría al extranjero para promocionar su marca y me invito a ir con él.
— ¿Al extranjero?, ¿qué no estabas deportado? —preguntó la muchacha.
— ¿Acaso crees que Johnny va a llegar de forma legal al extranjero?, demonios Sujin, eres muy estúpida.
— Pero es demasiado peligroso, ¿qué sucederá si los llegan a descubrir?
— ¡No digas tonterías!, claro que no nos descubrirán. Además no es la primera vez que va y tampoco te estoy preguntando.
— ¡Pero Jaehyun! —se escuchó el sonido de la silla arrastrarse, y por la forma en la que la voz de su madre se escuchaba más cerca, Chenle podía intuir que estaba siguiendo a su padre por el pasillo.
Se alejó y de un salto se subió a la cama de nuevo. Podía ver las sombras de los adultos enfrente de su puerta.
— ¡Mierda, no me hagas enojar, Sujin! —gritó el hombre—. ¡Mejor cierra la boca y ve a hacer mi maleta ahora!, me voy hoy mismo en la madrugada.
— Pero...
Un sonido fuerte y estruendoso logró que el menor diera un brinco y abriera los ojos al doble con terror. Estaba tan acostumbrado a usar su oído que logro saber lo que ocurría afuera de su habitación sin necesidad de verlo con sus propios ojos.
Jaehyun le había pegado a su madre, otra vez.
Hubo un silencio de un par de segundos, hasta que después pudo escuchar los sollozos bajos que saltaba la mujer.
— ¿¡Acaso estas sorda!? ¡Te dije que hagas mi puta maleta!
Las sombras volvieron a moverse.
Chenle estaba cubriendo sus labios fuertemente con sus manos. Tenía miedo de soltar un solo sonido que pudiera molestar al mayor, el cual, podía seguir viendo enfrente de su puerta.
Era como el sueño que tuvo el mes pasado. Estaba en una casa enorme huyendo de un monstruo que quería comerse sus ojos porque los quería para él. Entonces la única forma de liberarse de aquel monstruo ciego era dejar de hacer ruido, de lo contrario lo atraparía rápidamente.
La sombra seguía intimidante e inmóvil debajo de su puerta. Solo debía aguantar poco más y el monstruo se iría.
Pero esta vez en comparación con su sueño, el monstruo le hablo. Y lo que le dijo lo dejo con un terrible malestar en el estómago y demasiados escalofríos en la espalda.
— Feliz cumpleaños, Chenle.
Y luego despareció.
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