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Se encontraba sentado en una de las tantas frías sillas de la sala de espera del aeropuerto internacional de Incheon, con su maleta negra recién comprada justo a sus pies y su corazón latiendo desbocado en su pecho. El aire estaba impregnado del sonido monótono de las llamadas por los altavoces y el murmullo distante de los pasajeros que caminan de un lado a otro con rapidez. A su alrededor, personas de todas las edades se movían con un propósito claro, atrapadas en sus propias historias que apuntaban a futuros brillantes, mientras que él se sentía como un espectador en un escenario que no le pertenecía, en una obra donde solo era un actor secundario más, tal vez el tipo que solo sale cinco segundos en el fondo y no tiene una línea precisa, solo hace su aparición, pero ni siquiera el público lo nota.
A través de los amplios ventanales, los aviones se deslizaban por la pista como pájaros metálicos, despegando y aterrizando con una precisión casi hipnótica. El cielo azul intenso, salpicado de nubes esponjosas, parecía llamar a cada uno de ellos, prometiendo un futuro incierto y emocionante. Pero a SeungMin, esa promesa le parecía lejana, como un susurro perdido entre el ruido.
Un año había pasado desde que su vida comenzó a desmoronarse de manera lenta. Un año lleno de risas, amor y, finalmente, desilusión. El eco de esos momentos vibraba en su mente, recordándole lo que había perdido. Recordaba las sonrisas compartidas, las promesas susurradas en la oscuridad a mitad de la noche, y las miradas cómplices llenas de amor, pero que ahora se sentían como dagas en su pecho. En su mente, la imagen de Park JiHo, su exnovio, aparecía y desaparecía como una sombra, cada recuerdo atado a una emoción que no podía evadir. A una historia que no podía olvidar.
Mientras se perdía en el lago de sus pensamientos, una pareja cariñosa se sentó a su lado, riendo y compartiendo historias sobre su viaje. Kim los miró con una mezcla de envidia y melancolía. Ellos representaban todo lo que él había anhelado —y que, durante un corto, muy corto período él también tuvo— : un amor que florece en la aventura, un vínculo inquebrantable que parece desafiar la distancia. Pero, lamentablemente, para él, la distancia ya no era solo geográfica; era emocional, un abismo que había creado entre él y el amor que había perdido, un abismo que le mantenía tan lejos de lo más importante en la vida, amor propio. Era como pararse al filo de un cañón, sintiendo siempre el miedo y la preocupación, pero siendo tentado con saltar y ponerle fin a todo.
El sonido de la llamada de su vuelo rompió su trance. —Vuelo 743 con destino a Melbourne, embarque inmediato en la puerta 15— la voz suave de una mujer se escuchó mediante los altavoces, se levantó lentamente, como si cada movimiento le costara un esfuerzo monumental. Miró su maleta negra, la última conexión física con su hogar, un hogar que ya no sentía como tal. Todo lo que quedaba de su vida en Corea estaba contenido en ese objeto inanimado: recuerdos, sueños rotos y un futuro incierto.
Mientras se dirigía hacia la puerta de embarque, la multitud de pasajeros se desvaneció a su alrededor, y el eco de sus pasos resonó en su mente. Se sentía como un náufrago, a la deriva en un mar de emociones, aferrándose a la esperanza de que el nuevo destino le traería la salvación que tanto anhelaba. Cada paso que daba lo acercaba a un futuro desconocido, a una vida en Australia que parecía, en ese momento, como un sueño lejano y nebuloso.
El pasillo del avión se extendía ante él, y cada fila de asientos parecía llenarse con la expectativa de nuevas vidas, nuevos comienzos. SeungMin tomó asiento junto a la ventana, esperando que la vista del despegue le proporcionara una sensación de libertad. Sin embargo, cuando el avión comenzó a rodar por la pista, su corazón se encogió. El sonido de los motores rugiendo llenó la cabina y la presión aumentó a su alrededor haciéndole sentir un mareo poco placentero. A medida que el avión comenzaba a despegar, sintió como si el suelo se le escapara de los pies. Era un instante en el que el pasado se desvanecía detrás de él, pero también un momento de abrumadora soledad.
Mientras el avión ascendía y la ciudad de Seúl se hacía más pequeña, SeungMin se permitió un último vistazo por la ventana. Las luces titilantes de la ciudad, los edificios altos, y las calles llenas de vida se desdibujaron, convirtiéndose en un mosaico de recuerdos. Era como si una parte de él se quedara atrás, atrapada en el bullicio de su vida anterior. Al cerrar los ojos, imaginó a JiHo, su risa tan elegante, la calidez que algún día tuvieron sus abrazos y la manera en que solían mirar el paisaje juntos. La nostalgia lo inundó como un torrente, y las lágrimas brotaron de sus ojos, a pesar de sus intentos de mantener la compostura, limpió aquellas rebeldes gotas que bajaban por sus mejillas y llegaban a mojar la sudadera negra que en ese momento usaba.
A medida que el avión alcanzaba su altitud de crucero, SeungMin trató de concentrarse en el momento presente. Había dejado atrás el dolor, la confusión y la traición. En su lugar, había espacio para la posibilidad, la esperanza de un nuevo comienzo. Recordó las palabras que le había dicho su madre antes de partir: —La vida es un viaje, hijo. A veces, es necesario perderse para encontrarse a uno mismo —esas palabras resonaban en su mente, como un mantra que le recordaba que la partida también significaba la posibilidad de renacer, de volver a ser el mismo y de recuperar parte de aquello que hace algunos años aún era.
A su alrededor, los pasajeros se sumieron en sus propias burbujas de realidad. Algunos leían, otros escuchaban música, mientras que algunos hablaban animadamente. SeungMin, en cambio, se sintió como un espectador, un viajero solitario en un mar de conexiones humanas. Deseó tener el valor de acercarse a alguien, de compartir su historia, o incluso de escuchar con atención a la persona a su lado, pero la inseguridad lo envolvía como una manta pesada. Se preguntó si alguna vez podría abrir su corazón nuevamente, si podría permitirse amar después de lo que había pasado. Y su mente llegaba a la misma conclusión, no lo haría, no se arriesgaría a volver a desgarrar su pequeño corazón, no otra vez.
Las horas en el avión se deslizaron con rapidez quizá para él fue así debido al mar de pensamientos en el que, con melancolía, se sumergía, y mientras el gran cielo cambiaba de un azul profundo a un dorado cálido, SeungMin se sintió atrapado entre el pasado y el futuro. Las nubes parecían envolverse en un abrazo etéreo, y por un momento, se sintió como si volara entre dos mundos. Pero la realidad se imponía con fuerza, y la tristeza seguía anclada en su corazón con tanta fuerza que Kim ya creía imposible que se fuera.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, el capitán anunció la llegada a Melbourne. SeungMin sintió un torbellino de emociones en su interior. Por un lado, la anticipación de lo desconocido lo llenaba de adrenalina; por otro, la incertidumbre de su futuro le causaba un nudo en el estómago. El avión comenzó su descenso, y mientras las luces de la ciudad se acercaban rápidamente, la verdad le golpeó con toda su fuerza: había dejado atrás su hogar, su pasado y, con ellos, un pedazo de sí mismo.
El aterrizaje fue suave, y SeungMin sintió como si finalmente hubiera tocado tierra. Sin embargo, en lugar de alivio, un profundo vacío lo envolvió. Mientras se preparaba para desembarcar, recordó a su familia, a sus amigos, a todo lo que había dejado atrás con tal facilidad que ahora se consideraba egoísta.
—A veces, es necesario perderse para encontrarse a uno mismo —le había dicho su madre un día antes mientras se despedía de él con un beso en la frente. Pero ¿cómo podría encontrar su camino si cada paso hacia adelante parecía estar imbuido de miedo y nostalgia?
Al salir del avión, la brisa de Melbourne le dio la bienvenida, una ráfaga fresca de aire que parecía prometer nuevas oportunidades. SeungMin cerró los ojos por un momento, dejándose envolver por el viento diferente, por la mezcla de aromas que remarcaban lo desconocido. La vida que había dejado atrás se sentía lejana, pero cada paso en el aeropuerto lo acercaba a una nueva realidad, una vida que lo aguardaba con los brazos abiertos.
Mientras caminaba hacia la zona de llegadas, sintió que cada latido de su corazón resonaba en su pecho. Se encontraba ante un umbral, una línea divisoria entre el pasado y el futuro. Con cada paso, se decía a sí mismo que había llegado aquí por una razón, que había tomado esta decisión para encontrar su verdad en un lugar donde el dolor no lo perseguiría tan de cerca. Pero inconscientemente el remordimiento llegaba más rápido que el disfrute de la vista.
Finalmente, encontró el área de llegadas. La multitud de rostros y risas lo recibió, cada uno con su propia historia. Algunos estaban ansiosos por ver a sus seres queridos, mientras otros parecían sumidos en la emoción del reencuentro. SeungMin se sintió un poco perdido, un náufrago en medio de una corriente de alegría. Sin embargo, en ese mar de desconocidos, encontró un hilo de esperanza. Era un nuevo comienzo, una oportunidad para reescribir su historia.
Mientras miraba a su alrededor, SeungMin sintió que, aunque había dejado atrás muchas cosas, aún le quedaba la promesa de lo que estaba por venir. El viaje apenas comenzaba, y con cada respiración, se daba cuenta de que era libre de escribir su propio destino. El pasado era un capítulo cerrado, y ante él se abría un libro en blanco, listo para ser llenado de nuevas experiencias, amistades y, tal vez, incluso amor, ¿pero sería capaz de escribir en un libro gastado y dañado?
Miró por última vez las cosas de su alrededor. SeungMin sonrió, no del todo seguro de lo que le esperaba, pero decidido a abrazar lo desconocido. Su historia estaba lejos de haber terminado; de hecho, apenas estaba comenzando.
Todo estaba quedando atrás. Su vida, sus logros, sus fracasos, y, sobre todo, JiHo.
Había pasado dos años con él, un tiempo que parecía eterno cuando lo recordaba ahora, encerrado en una relación que a menudo parecía destinada al colapso, pero que había mantenido con la esperanza de que, de alguna manera, lo superarían todo. Sin embargo, JiHo se había convertido en una parte de él que no sabía cómo dejar atrás, incluso ahora que volaba miles de kilómetros en dirección opuesta, buscando una oportunidad de redención en Australia. El béisbol, su único escape de la confusión emocional, lo había llevado a ese país, pero la verdadera razón para partir era más profunda.
Los recuerdos de Park JiHo siempre volvían como una tormenta imparable. SeungMin cerró los ojos, tratando de ahogar el dolor que aún le quemaba el pecho, pero las imágenes de su ex pareja se filtraban en su mente, como si fueran fantasmas que no pudieran ser desterrados. Recordó la primera vez que se conocieron. Era un día de verano, y el sol brillaba con fuerza, casi tan intensamente como la sonrisa de JiHo cuando lo vio por primera vez. SeungMin, nervioso, torpe, sintió cómo su corazón daba un vuelco en ese momento. Jamás imaginó que ese encuentro casual cambiaría su vida para siempre. Y aún estando a miles de kilómetros lejos de él, su recuerdo le seguía atormentando.
Al principio, todo fue como un sueño. Park tenía esa capacidad de hacer que cada pequeño momento pareciera extraordinario. Cada paseo por las calles de Seúl, cada risa compartida en los parques, cada cena improvisada, todo parecía estar lleno de magia. Era como si, juntos, estuvieran en una burbuja donde el resto del mundo no importaba. SeungMin solía pensar que había encontrado a la persona con la que quería pasar el resto de su vida. Y, durante un tiempo, Park JiHo también lo creyó.
Pero como en todos los sueños, la realidad comenzó a filtrarse por las grietas. La carrera de SeungMin como beisbolista empezó a exigir más de su tiempo. Los entrenamientos, los viajes, las largas temporadas fuera de casa... JiHo, aunque lo entendía, comenzó a sentirse relegado a un segundo plano, a uno donde el ya no sentía amor suficiente. Las discusiones —que al principio pequeñas— se fueron intensificando creciendo cual huracán, hasta que parecían ser la única forma en que podían comunicarse. Cada vez que SeungMin intentaba compensar las ausencias, era como intentar tapar una herida demasiado profunda para sanar.
A pesar de las peleas, había momentos en los que SeungMin creía que todo estaría bien, que solo era una mala racha dentro de su relación. JiHo lo miraba de una manera que lo hacía sentir invencible, como si, a pesar de todo, pudieran superar cualquier cosa. Pero esos momentos se volvían cada vez más raros, más efímeros, como la última luz del atardecer antes de que la noche lo cubriera todo.
Sabía que estaba tomando la decisión correcta al marcharse, que necesitaba empezar de nuevo, lejos de los recuerdos de Park, lejos de las promesas rotas que los habían hundido a ambos. Pero eso no hacía que doliera menos. Era la oportunidad que había estado esperando. El equipo lo necesitaba, y él necesitaba el cambio, la distancia. Pero, ¿realmente estaba listo para dejar atrás todo lo que conocía?
JiHo nunca apoyó del todo su carrera como beisbolista. No es que no le importara el béisbol; de hecho, al principio disfrutaba ver los partidos, alentarlo desde las gradas, celebrando las victorias juntos. Pero a medida que la relación avanzaba, el béisbol se convirtió en una especie de rival silencioso. Cada vez que SeungMin tenía que ausentarse por semanas, Park lo sentía como una traición. A menudo le reprochaba que su verdadero amor era el deporte, no él. SeungMin, por su parte, siempre trató de balancear ambos mundos, pero el peso de su pasión por el juego era demasiado grande para compensar las expectativas de JiHo.
Ji, siempre sería una parte de él, un capítulo importante en su vida. Pero ese capítulo había llegado a su fin. Ahora, el camino hacia adelante estaba despejado, y aunque el miedo y la incertidumbre seguían presentes, también lo estaba la posibilidad de algo nuevo, algo mejor. Mientras el avión se acercaba a su destino, SeungMin respiró hondo y decidió, al menos por ese momento, dejar el pasado atrás y mirar hacia el horizonte.
Kim SeungMin es como un barco a la deriva en un océano sin fin, movido por las corrientes de los demás, incapaz de anclar en un puerto seguro. Todo lo que es, todo lo que ha sido, está moldeado por las manos de aquellos que lo rodean, como si su esencia estuviera a disposición de quien quiera tomarla y manipularla a su antojo y modificar su alma como un simple experimento. Las emociones lo atraviesan sin resistencia, como las olas golpean la madera desgastada de una embarcación que ha soportado demasiadas tormentas. Pero el problema no son las tormentas en sí, sino la falta de timón, de un rumbo propio, que lo deje a merced del viento, sin poder decidir hacia dónde va.
SeungMin nunca supo cómo construir murallas. En lugar de ello, se rodeó de espejos, reflejando siempre lo que los demás querían ver en él. Su exnovio lo había visto así: maleable, fácil de moldear, siempre dispuesto a cambiar por el otro, como una estatua de arcilla en manos de un artista insatisfecho. Park lo esculpió una y otra vez, hasta que la versión de SeungMin que alguna vez existió se desvaneció, perdida bajo capas de expectativas y desaprobación.
"Eres demasiado blando." Esas palabras resonaban en su mente como un eco interminable, el tipo de frase que uno no puede dejar atrás por más que lo intente. JiHo las había pronunciado durante una de sus muchas discusiones, y SeungMin, en lugar de resistirse, en lugar de defender su fragilidad, se lo creyó. Demasiado blando. Sí, lo era. Demasiado dispuesto a disculparse, a bajar la cabeza, a decir "lo siento" aunque no hubiera hecho nada malo, a querer siempre arreglar lo que él no había provocado. JiHo lo sabía, y cada vez que lo decía, era como un cuchillo que cortaba cada vez más profundo, dejándolo sangrar en silencio, mientras Park lo disrutaba.
Su vida con Park JiHo fue una constante montaña rusa de emociones, subiendo y bajando sin, dejándolo mareado y sin aire, incapaz de estabilizarse. Pero SeungMin, en su ingenuidad, pensaba que ese tipo de amor era normal. Que el amor debía doler, que era algo que debía soportarse como un mal necesario. El amor es como un campo de batalla, le decía JiHo en tono irónico, como si esa frase justificara el caos que traía consigo.
SeungMin, sin darse cuenta, había aceptado esa guerra sin fin. Cada mirada de desaprobación de parte de su, en ese, entonces pareja, cada comentario sutil que socavaba su autoestima, lo aceptaba como una especie de penitencia por no ser lo suficientemente bueno. "Si tan solo pudiera cambiar un poco más", pensaba constantemente, "si pudiera ser lo que él necesita, entonces todo estaría bien". Pero nunca lo fue. Como un árbol que intenta crecer en un suelo árido, SeungMin se alimentaba de las migajas de cariño que Park le daba, pensando que eran suficientes para sobrevivir, cuando en realidad lo mantenían siempre al borde de la muerte emocional.
SeungMin siente que su debilidad es como una grieta en el hielo: pequeña al principio, pero que, con cada paso en falso, se expande hasta que todo lo que estaba por encima se derrumba. Su vida había sido así, una superficie frágil que parecía sólida hasta que alguien, como HyunJin, pisaba con demasiada fuerza. Y SeungMin, en lugar de apartarse, siempre había intentado mantenerse firme, creyendo que podía soportarlo, que podía arreglarse. Pero no lo hizo. Cada vez que JiHo lo dejaba caer con una palabra afilada, SeungMin se rompía un poco más, y esas grietas eran ahora tan profundas que ni siquiera sabía por dónde empezar a repararlas.
En su infancia, había sido igual. Siempre ansioso por complacer, siempre necesitando la aprobación de los demás, SeungMin nunca aprendió a poner límites. Cada rechazo, cada crítica, se grababa en su piel como cicatrices invisibles, acumulándose hasta que su autoestima era apenas un eco distante. Las heridas emocionales que arrastraba desde niño habían crecido con él, convirtiéndolo en el hombre que es ahora: débil, fácil de dañar, incapaz de protegerse del mundo. "Demasiado blando," seguía repitiendo la voz de la persona que amó en su tan atormentada cabeza.
El béisbol, que en algún momento fue su refugio, también comenzó a cargar con ese peso. Cada vez que cometía un error en el campo, cada vez que un compañero lo miraba con desaprobación o un entrenador lo criticaba, esas mismas inseguridades lo invadían. Como si cada fallo confirmara lo que siempre había temido: que no era suficiente, que no podía ser el jugador que todos esperaban que fuera. Y aunque seguía jugando, el deporte ya no le ofrecía consuelo. Solo era otro escenario donde su debilidad se hacía evidente, otro lugar donde su fragilidad lo dominaba.
SeungMin es un hombre que ha aprendido a sobrevivir en medio de sus propias ruinas. Pero sobrevivir no es lo mismo que vivir, y eso es algo que todavía no ha entendido. Cada paso que ha dado, lo ha hecho con la esperanza de que algún día algo o alguien lo reconstruya. Pero la verdad es que nadie más puede hacerlo. Él es el único que puede decidir dejar de ser la presa fácil, el espejo de las expectativas de los demás, y comenzar a descubrir quién es bajo todas esas capas que lo ocultan, porque ya en ese momento, ya ni el sabía que era lo que sucedía en su vida.
Con una mezcla de nervios y cansancio, recoge su equipaje y caminando con pasos temerosos se dirige hacia la salida, donde lo espera Lee Felix, un compañero del equipo. El rubio con pequeñas constelaciones en su rostro lo recibe con una sonrisa amplia y amistosa, aunque hay algo en su actitud que parece entender que SeungMin no está del todo bien.
—¡SeungMin! —saluda Lee Felix, estrechando su mano de manera cálida—. Bienvenido a Australia, compañero. El asistente del equipo no pudo venir, así que vine yo. Espero que no te importe.
Felix es el tipo de persona que, con solo estar cerca, hace que los demás se sientan un poco más ligeros. Su energía es contagiosa, y aunque SeungMin intenta sonreír y devolver el saludo, no puede evitar sentir un pequeño vacío en su interior. Felix lo observa por un momento, con una mirada que parece notar más de lo que SeungMin dice.
—No te preocupes, te acostumbrarás pronto a todo esto —continúa Felix mientras caminan hacia el coche—. El equipo te espera, y estoy seguro de que te sentirás como en casa en poco tiempo.
Las palabras de Felix suenan reconfortantes, pero para SeungMin, la idea de "hogar" es algo que dejó atrás, o que nunca tuvo realmente. El viaje en coche es tranquilo, con Felix explicando algunas cosas sobre el equipo y los entrenamientos. La ciudad pasa a su alrededor como un paisaje lejano, y aunque SeungMin intenta prestar atención, su mente sigue volviendo a Corea, a HyunJin, y a todo lo que ha dejado en el pasado.
—Aquí estamos —anuncia Felix cuando llegan a la residencia del equipo, un edificio moderno pero discreto, rodeado de árboles y zonas verdes que parecen casi irreales bajo la luz de la tarde.
Felix lo guía hasta el departamento que será suyo por el tiempo que permanezca con el equipo. La entrada es sencilla, pero acogedora.
—Este es tu lugar —dice Felix, señalando la puerta—. Espero que te sientas cómodo aquí. Mañana tenemos práctica temprano, pero por ahora puedes descansar y acomodarte. Si necesitas algo, estoy en el departamento al lado.
SeungMin asiente en silencio, agradecido pero aún abrumado por todo. Cuando finalmente se queda solo, se toma un momento para observar el espacio vacío que lo rodea. Las paredes blancas, el mobiliario básico, y la vista desde la ventana le parecen fríos y ajenos. Aquí, en este lugar nuevo, en este país lejano, debería sentirse emocionado por la oportunidad de comenzar de nuevo. Pero en su interior, solo siente el eco de lo que dejó atrás, de las cosas que no ha podido soltar.
La maleta que lleva consigo es dejada de lado, quedando estática justo a lado de la puerta principal, da pasos inseguros hacia el frente, viendo el enorme ventanal que da directo a la gigante metrópolis, observa unos segundos, admirando los grandes edificios que se mostraban frente a él.
SeungMin se regresó hasta la puerta con un suspiro pesado, como si el aire a su alrededor pesara toneladas. Sentía el eco de sus emociones en cada rincón del pequeño departamento, y sabía que intentar dormir no serviría de nada con su mente aún sumida en la tormenta de pensamientos. Se dirigió hacia su maleta, esa que había traído consigo desde el otro lado del mundo, llena no solo de ropa, sino de recuerdos que aún lo perseguían.
Abrió la cremallera lentamente, como si de algún modo temiera lo que encontraría dentro, aunque ya lo sabía bien. Con manos temblorosas, comenzó a sacar las prendas, una a una. Primero, sus camisetas arrugadas, luego los pantalones que usaba para los entrenamientos, todo esparcido sobre la cama. Y ahí, al fondo de la maleta, las vio. Un par de botas de tacón alto, negras y brillantes, tan ajenas al mundo del béisbol, pero tan cercanas a su corazón. Las tomó entre sus manos, y al hacerlo, una ráfaga de recuerdos lo atravesó como una daga.
JiHo. Su nombre flotaba en su mente como un espectro. Su ex pareja, la misma que le había enseñado lo que era el amor, pero también lo que era el desprecio. Las botas, esas mismas que ahora sostenía con dedos tensos, habían sido motivo de tantos conflictos. JiHo odiaba que las usara. Cada vez que SeungMin se atrevía a ponérselas, la atmósfera entre ellos cambiaba, volviéndose densa y tóxica. Y, al final, siempre eran las mismas palabras hirientes las que rompían el silencio.
—¿Por qué tienes que ser tan... raro? —recordaba a JiHo decir, su tono cargado de desdén. El sonido de su voz aún retumbaba en sus oídos, esa mezcla de desprecio y juicio que tanto lo había herido—. Eres un hombre, SeungMin. Deberías empezar a actuar como uno.
Cada vez que esas palabras salían de la boca de JiHo, algo dentro de SeungMin se quebraba un poco más. Porque, en el fondo, sabía que esas botas representaban algo más que un simple accesorio. Eran una parte de él, una parte que quería ser libre, que anhelaba ser auténtico. Pero JiHo lo había hecho sentir pequeño, insignificante, como si sus deseos fueran algo que debía esconder, algo de lo que avergonzarse.
SeungMin recordó las veces que había intentado justificarse, buscando una comprensión que nunca llegaba.
—Me hacen sentir bien —le había dicho una vez, en voz baja, casi temeroso de admitirlo—. No tiene nada que ver con ser hombre o no. Solo... me gustan.
Pero esas palabras siempre caían en saco roto. JiHo no lo entendía, o peor aún, no quería entenderlo. Cada vez que lo veía con esas botas, el desprecio en sus ojos era palpable, como si Kim SeungMin fuera una especie de decepción, una falla en la imagen que JiHo tenía de lo que un "hombre" debería ser.
—Eres patético —recordaba que JiHo le había escupido una noche, las palabras cargadas de veneno—. Si sigues siendo tan débil, nadie va a quererte nunca.
Esas palabras lo habían atravesado como una cuchilla. En ese momento, había sido incapaz de responder, incapaz de defenderse. Porque, de alguna manera, había empezado a creerlo. Había comenzado a pensar que, quizás, JiHo tenía razón. Quizás él realmente era demasiado frágil, demasiado diferente, demasiado "poco hombre". Y esa duda, esa semilla de inseguridad que JiHo había plantado en su corazón, había crecido con el tiempo, enredándose en su identidad, en su autoestima.
SeungMin cerró los ojos un momento, sosteniendo las botas contra su pecho, como si de algún modo pudiera protegerse del dolor que esos recuerdos aún le causaban. El simple hecho de tenerlas entre sus manos lo hacía sentir expuesto, vulnerable. Las lágrimas amenazaban con volver, pero él las contuvo, mordiéndose el labio con fuerza.
—No soy patético... —murmuró para sí mismo, aunque ni siquiera estaba seguro de creerlo, porque su pobre y contaminada mente solo le recordaba toda esa mierda que las personas que una vez estuvieron cerca de él dijeron.
Pero, ¿cómo no sentirse así cuando cada parte de su ser había sido cuestionada? Cuando la persona que decía amarlo lo había reducido a un cúmulo de inseguridades, de dudas. Cada vez que se ponía esas botas, recordaba las miradas frías de JiHo, el tono sarcástico de su voz, como si estuviera constantemente evaluando lo "masculino" que era. Park JiHo había logrado que SeungMin cuestionara cada aspecto de sí mismo, como si cualquier pequeño detalle que no encajara en la visión rígida de la masculinidad fuera un defecto, algo que debía corregir o, peor aún, ocultar.
Dejó las botas a un lado, sintiendo un nudo formarse en su garganta. Aunque ya no estaba con JiHo, el peso de sus palabras seguía ahí, como una sombra constante que lo perseguía. Por más que intentara avanzar, escapar de ese pasado, las cicatrices emocionales seguían siendo profundas, visibles solo para él, pero igual de dolorosas. SeungMin sabía que el proceso de curación no sería fácil. Los fantasmas de JiHo, de su juicio, de su rechazo, seguían vivos en su mente, recordándole lo fácil que era herirlo, lo frágil que realmente era.
Respiró hondo, intentando recuperar el control. No podía seguir permitiendo que los recuerdos lo aplastaran, no aquí, no ahora. Estaba en Australia, comenzando de nuevo. Ese era el propósito de este viaje, ¿no? Dejar atrás el pasado, dejar atrás las palabras hirientes, las miradas de desaprobación, el desprecio que lo había marcado durante tanto tiempo.
Pero en el fondo, sabía que escapar no sería suficiente. Las heridas que JiHo le había infligido no desaparecerían solo por estar en un lugar diferente. Porque esas heridas no estaban en el exterior, no eran visibles a simple vista. Estaban enraizadas profundamente en su alma, en esa parte de él que aún luchaba por aceptar quién era, por amar cada faceta de su ser, incluso aquellas que otros habían intentado destruir.
SeungMin miró las botas una vez más, el reflejo de la luz en el cuero brillante. Quizás, algún día, podría ponérselas sin sentir esa punzada de duda, sin escuchar la voz de JiHo susurrando en su oído. Quizás, algún día, podría caminar con la cabeza en alto, sabiendo que no tenía que demostrar nada a nadie.
Pero esa tarde no sería ese día.
Con un suspiro, volvió a guardar las botas en la maleta, cerrándola con un gesto pesado, como si con ello intentara también cerrar las puertas a esos recuerdos, aunque sabía que no sería tan fácil. Se dirigió de nuevo a la cama, dejando que el peso del ocaso lo envolviera una vez más.
Deja su maleta en el suelo y se sienta en la cama, el cansancio pesando sobre sus hombros. "Esto es el comienzo de algo nuevo," piensa, aunque las palabras suenan vacías. Por mucho que haya volado hasta el otro lado del mundo, Kim SeungMin sigue siendo el mismo.
SeungMin se queda sentado en la cama por unos minutos, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas en su regazo. El silencio del departamento es casi asfixiante, y las sombras de sus pensamientos se mueven alrededor como un eco interminable de lo que ha dejado atrás. Necesita aire, necesita moverse, como si al caminar pudiera deshacerse del peso que lo aprisiona.
Se levanta, tomando su chaqueta del respaldo de una silla, y se dirige hacia la puerta. El pasillo está iluminado por luces cálidas, creando un ambiente acogedor pero impersonal, casi como si todo el edificio estuviera diseñado para que nadie dejara una huella permanente. El sonido de sus pasos resuena suave mientras camina hacia el elevador.
Cuando las puertas metálicas del elevador se abren con un pequeño chasquido, SeungMin entra, observando su reflejo en las paredes de acero pulido. Sus ojos están vacíos, cansados, y por un segundo no se reconoce. Pues ya no hay nada de lo que antes era, SeungMin, a simple vista, era un contraste entre fortaleza y fragilidad. Su cabello castaño, suave como las hojas que caen en otoño, enmarcaba un rostro de líneas finas y delicadas. Los ojos, pequeños y rasgados, eran dos luceros en medio de su piel clara, siempre brillando con una melancolía escondida, como si en cada mirada se encontraran retazos de historias no contadas. Aunque su tamaño pudiera parecer modesto, había algo en ellos que llamaba la atención, una belleza discreta, casi tímida.
Su sonrisa, aquella que raramente mostraba, era uno de sus mayores tesoros. Los brackets en sus dientes lo hacían dudar en enseñarla, como si ese pequeño detalle restara valor a lo hermosa que realmente era. Cada vez que sus labios se curvaban, había un atisbo de luz que asomaba, pero él, incómodo, siempre hacía lo posible por esconderla. Le preocupaba que los demás lo vieran como menos, que juzgaran su apariencia, que se fijaran en esos pequeños trozos de metal antes que en el genuino brillo de felicidad que transmitía.
Su cuerpo, alto y delgado, era el resultado de años de esfuerzo en el campo de béisbol. Aunque su físico no era imponente, sus músculos estaban definidos, esculpidos con precisión a lo largo del tiempo. Se movía con una gracia natural, como si su altura le permitiera deslizarse por el mundo en lugar de caminar. No era el tipo de persona que destacaba por su corpulencia, pero su presencia tenía una sutilidad que resultaba atractiva, una combinación entre ligereza y disciplina.
Cada vez que alguien lo miraba, había algo en él que sugería una belleza escondida, como una flor que aún no ha terminado de abrirse, una mezcla de delicadeza y fuerza que lo hacía único, aunque él no pudiera verlo.
¿Es esto lo que soy ahora? se pregunta, mientras el elevador desciende lentamente, como si se tomara su tiempo para llegar al fondo.
Las puertas se abren en el vestíbulo principal de la residencia. SeungMin da un paso hacia afuera, y el ambiente cambia de inmediato. La residencia es moderna, con amplios ventanales que permiten que la luz exterior se mezcle con la cálida iluminación interior. Las paredes están decoradas con fotografías del equipo en acción, capturas congeladas de victorias pasadas, pero para él, esas imágenes no significan nada todavía. Solo son fragmentos de historias que aún no le pertenecen.
El piso está hecho de mármol claro, brillando bajo la luz, y los muebles de diseño minimalista llenan el espacio común: sofás grises, mesas de cristal, plantas altas que añaden un toque de verde a la paleta neutra del lugar. La atmósfera es elegante, limpia, pero también fría. "Demasiado perfecto," piensa SeungMin, como si el orden pulcro del lugar no dejara espacio para ninguna imperfección, para ninguna emoción fuera de lugar.
Un par de chicos pasan a su lado, vestidos con sudaderas del equipo, hablando en voz baja. SeungMin les devuelve una leve sonrisa cuando lo saludan de forma casual, pero no puede evitar sentirse fuera de lugar, como un intruso en una vida que todavía no es suya.
Cuando finalmente sale de la residencia, el aire fresco de la tarde australiana lo envuelve. Es diferente al aire de Corea, más limpio, con una fragancia nueva que lo hace detenerse por un momento. Alrededor, las calles están tranquilas, solo algunos coches pasan de vez en cuando, y el cielo comienza a teñirse de tonos suaves de rosa y dorado mientras el sol baja hacia el horizonte. Todo parece tan nuevo, tan ajeno, que SeungMin casi siente vértigo. Como si, al estar tan lejos de casa, ya no supiera hacia dónde caminar, como si hubiera perdido el norte.
Sin un destino fijo, comienza a pasear. Los edificios cercanos son modernos, pero no imponentes, rodeados de pequeños parques y áreas verdes. Se pueden ver otras residencias y cafeterías, algunas con luces encendidas y gente hablando dentro. El murmullo de la vida sigue, pero SeungMin se siente como si estuviera separado, flotando entre dos mundos.
El ruido de sus pasos se mezcla con el crujido de las hojas secas que han caído al suelo, y con cada paso, SeungMin intenta despejar su mente. Pero los recuerdos regresan, insistentes. Park JiHo. El nombre aparece de repente, y el eco de su voz lo envuelve, haciéndolo detenerse. Se queda inmóvil por un momento, mirando hacia el horizonte sin verlo realmente.
¿Por qué sigues aquí? Se pregunta a sí mismo, sabiendo que esa parte de su vida ya está en el pasado, o al menos debería estarlo. Pero el pasado es como una cadena invisible que sigue apretando, incluso en medio de esta ciudad nueva, en medio de esta vida nueva que ni siquiera ha comenzado. El rostro de aquel pelirrojo sigue ahí, sonriéndole y mirándolo con esos ojos que antes le ofrecían calor y ahora solo le provocan frío.
El viento de la tarde lo sacude un poco, y SeungMin decide seguir caminando. Se adentra en un pequeño parque cercano, donde el césped es verde y las flores silvestres crecen despreocupadamente a los lados del camino. Hay bancos de madera repartidos por el lugar, algunos ocupados por parejas o personas solas con sus libros, incluso hay uno que otro niño corriendo de un lado a otro con una enorme sonrisa. Todo parece tan normal, tan en paz, y por un momento, SeungMin desea ser como ellos: alguien que no carga con el peso de un corazón roto.
Encuentra un banco vacío y se sienta, dejando que el silencio de la naturaleza lo envuelva. A su alrededor, los árboles se balancean con el viento, y el sonido de las hojas susurrando es casi reconfortante. El castaño cierra los ojos y respira profundo, intentando convencerse de que este es el lugar donde puede empezar de nuevo, donde puede ser alguien diferente, alguien que no esté siempre al borde de romperse.
Pero la realidad es otra. Por mucho que haya volado hasta el otro lado del mundo, por mucho que el paisaje haya cambiado, él sigue siendo el mismo. La herida sigue abierta, y Australia, con su cielo despejado y su brisa suave, no puede curarla tan fácilmente.
El día comienza a desvanecerse mientras las primeras luces de la noche se encienden a su alrededor, y SeungMin se da cuenta de que está tan lejos de sentirse en paz como cuando aterrizó. Tal vez, con el tiempo, piensa, aunque incluso eso suena como una esperanza distante.
Se queda sentado por un rato más, observando cómo las estrellas comienzan a aparecer lentamente en el cielo, brillante cual diamante. Aquí, al menos, nadie le exige nada. Nadie espera que sea fuerte, que lo tenga todo bajo control. Por un momento, eso es suficiente.
La noche australiana había caído por completo cuando SeungMin se dio cuenta de que había perdido el rumbo. La oscuridad lo envolvía, y las luces distantes que antes parecían una guía se veían ahora difusas, casi irreales. Mientras caminaba sin rumbo fijo, los caminos y calles empezaban a parecerse entre sí, como si estuviera atrapado en un laberinto urbano que se burlaba de su intento por orientarse. Sus pensamientos, aún cargados por los recuerdos de ese hombre, apenas le permitían concentrarse en el presente.
Frustrado, SeungMin se detuvo a mitad de una acera vacía, observando las sombras que proyectaban las farolas sobre el pavimento. —¿Cómo es posible que me haya perdido tan rápido? —dijo, sintiendo una punzada de irritación mezclada con vergüenza. Estaba en un país extranjero, en una ciudad que no conocía, y la idea de tener que admitir que no sabía cómo volver lo hacía sentir aún más vulnerable, más frágil.
Mientras intentaba orientarse, un hombre apareció a su lado, caminando de manera despreocupada pero observándolo con cierta curiosidad. Era un joven alto, de complexión atlética y cabello negro, con una chaqueta ligera y una expresión que mezclaba amabilidad y calma. Sus ojos, atentos pero sin ser invasivos, se posaron en SeungMin por un segundo antes de que hablara.
—Hey, ¿estás bien? —preguntó el desconocido, su voz grave pero suave, como si ya supiera la respuesta. SeungMin lo miró con el ceño fruncido, sintiéndose expuesto de inmediato.
—Estoy bien —respondió rápidamente, con un tono más cortante de lo que pretendía. No necesitaba la ayuda de un extraño, no ahora, no cuando ya estaba tan frustrado consigo mismo. Pero la mirada del hombre frente a él no vaciló.
—Pareces perdido —comentó el joven, ladeando la cabeza ligeramente mientras lo observaba con más atención—. Si necesitas ayuda, conozco la zona bastante bien.
SeungMin sintió cómo la irritación burbujeaba dentro de él, mezclada con el cansancio y el agotamiento emocional de todo el día. ¿Qué derecho tenía este tipo de insinuar que estaba perdido? La última cosa que quería en ese momento era admitir que no podía encontrar su camino, ni siquiera en algo tan simple como regresar a la residencia del equipo. No podía ser tan inútil.
—No estoy perdido —dijo SeungMin, apartando la mirada y cruzándose de brazos de manera defensiva. El tono de su voz era firme, casi desafiante, pero sus ojos reflejaban una mezcla de confusión y agotamiento que no podía ocultar del todo.
El hombre lo observó por un momento, una leve sonrisa jugando en sus labios, como si comprendiera algo que SeungMin no estaba dispuesto a admitir. No insistió de inmediato, simplemente asintió lentamente, pero no se movió.
—Está bien, no estás perdido —dijo, su voz cargada de un tono neutral, pero con una chispa de comprensión. Luego, señaló una dirección con la cabeza—. Si, por casualidad, estuvieras buscando la residencia de los jugadores, está justo por esa calle. A unos cinco minutos caminando.
SeungMin lo miró por un instante, sintiendo cómo la frustración dentro de él aumentaba. Quería rechazar la oferta, quería insistir en que sabía perfectamente dónde estaba, pero la verdad era que cada vez más se daba cuenta de lo contrario. Sin embargo, su orgullo le impedía aceptar la ayuda.
—Gracias, pero estoy bien —respondió con frialdad, apretando los puños en sus costados. Se dio la vuelta sin añadir nada más, caminando en la dirección contraria, aunque sin estar seguro de a dónde lo llevaría.
El joven se quedó parado un momento, observando cómo SeungMin se alejaba, antes de dar un paso hacia él con una risa suave y resignada.
—Oye, no quiero molestarte, pero si sigues en esa dirección, acabarás en una zona industrial. No hay mucho por allí a estas horas.
SeungMin se detuvo en seco, su cuerpo tensándose. La idea de que lo habían atrapado en su intento de evitar la verdad lo hacía sentir vulnerable, expuesto de nuevo. Respiró hondo, tratando de contener la creciente marea de frustración que se arremolinaba en su pecho.
—Está bien. Solo quería ayudar —añadió el desconocido, con las manos levantadas en señal de paz.
SeungMin estaba decidido a ignorar al extraño, caminando en la dirección opuesta a la que le había señalado. La vergüenza se enroscaba en su pecho como un nudo, haciéndolo sentirse aún más pequeño. El joven continuaba observándolo con una mezcla de calma y curiosidad, pero sin moverse de su lugar. La distancia entre ellos se agrandaba, y SeungMin pensó que finalmente lo había dejado atrás.
Sin embargo, después de unos cuantos pasos, la voz del desconocido volvió a interrumpir su burbuja de frustración.
—Si sigues así, creo que terminarás en el desierto... —dijo con un tono juguetón, como si fuera un comentario al aire, pero suficientemente claro para ser escuchado.
SeungMin se detuvo abruptamente, apretando los dientes. Sentía cómo el calor subía por su rostro, no solo de la irritación, sino también de la vergüenza que ahora se hacía más insoportable. —¿Por qué tiene que seguir molestando? —susurró para si mismo con molestia. Apretó los puños, respirando hondo antes de girarse para enfrentarlo, con el ceño fruncido.
—Te dije que estoy bien —replicó, más brusco de lo que esperaba. Sin embargo, el joven simplemente sonrió, como si nada lo perturbara.
—Lo sé, lo sé. Pero, honestamente, no parece que vayas en la dirección correcta... —continuó, dando un par de pasos hacia SeungMin. Sus ojos brillaban con un toque de diversión, como si estuviera disfrutando del pequeño tira y afloja. Luego agregó, inclinando ligeramente la cabeza—: No te ofendas, pero es como si... ¿no supieras exactamente dónde estás?
SeungMin cerró los ojos por un segundo, tratando de calmar el temblor en sus manos. —¿Por qué no puede simplemente irse?
La tensión crecía, y sentía cómo su pecho se apretaba más y más. El agotamiento, la frustración y la vergüenza formaban una mezcla que lo sobrecargaba, hasta que no pudo contener más la ola de emociones que lo golpeaba.
—¡Déjame en paz! —exclamó con un temblor en la voz que no pudo controlar. Se dio cuenta demasiado tarde de lo vulnerables que sonaban sus palabras, llenas de algo más que enojo. Algo más profundo. Algo que no quería que nadie viera.
El joven lo miró por un momento en silencio, su sonrisa desvaneciéndose solo un poco. No retrocedió, pero tampoco se burló ni replicó. En su lugar, suavizó su tono.
—Oye, no es para tanto —dijo, en un intento por tranquilizarlo—. Solo bromeaba. Todos nos perdemos alguna vez.
SeungMin sintió cómo su visión empezaba a nublarse. No era solo el hecho de estar perdido en la ciudad lo que lo afectaba; era mucho más que eso. Era el estar perdido en su propia vida, en un país nuevo, lejos de todo lo que conocía, con heridas que aún dolían, que aún sangraban en silencio. No pudo evitarlo. La presión dentro de él cedió, y antes de que pudiera detenerse, las lágrimas comenzaron a caer.
—¡No lo entiendes! —soltó, su voz temblando mientras las lágrimas seguían brotando. SeungMin se cubrió la cara con las manos, intentando ocultar su desmoronamiento, pero ya era inútil.
¿Por qué tenía que pasar esto ahora?
El joven, sorprendido, guardó silencio por un momento, pero luego dio un paso más cerca, con más cuidado esta vez. Su voz ahora era mucho más suave, libre de cualquier tono juguetón.
—Oye, tranquilo... No pasa nada —dijo en voz baja, como si quisiera calmar el mar revuelto que veía en SeungMin—. Todos tenemos días difíciles. ¿Por qué no me cuentas qué te está pasando?
SeungMin negó con la cabeza, todavía sin poder controlar el llanto. Había algo en la manera en la que el joven le hablaba, sin juzgar, sin apresurarlo, que lo desarmaba aún más. No quería abrirse, pero el peso de las emociones guardadas durante tanto tiempo era demasiado.
—Es que... me siento tan perdido —susurró entre lágrimas—. No solo ahora... Es como si todo en mi vida estuviera fuera de lugar...
El silencio cayó entre ambos por un momento. El chico lo observaba, dejando que SeungMin hablara a su propio ritmo. Parecía entender que lo que el otro necesitaba no era más palabras, sino simplemente un oído, alguien que lo escuchara sin juicios.
—Me fui para dejar todo atrás... pero... —SeungMin tragó saliva, buscando las palabras correctas—. A veces siento que... que nada de lo que haga va a cambiar lo que soy. —Su voz se quebró un poco al final, incapaz de ocultar el dolor detrás de sus palabras.
El de cabello negro lo miró con atención, inclinando un poco la cabeza en un gesto de comprensión. No dijo nada de inmediato, pero en sus ojos había una empatía genuina, como si comprendiera más de lo que SeungMin había revelado.
—Mira, puede que no te conozca bien, pero sé que empezar de nuevo nunca es fácil —dijo, su voz ahora tranquila y reconfortante—. Y está bien sentirse perdido a veces. Lo importante es que sigas adelante, aunque no tengas todas las respuestas todavía ¡Pero mírate! Sigues luchando, avanzando, no te quedaste escondido como un cobarde, al menos estás intentando encontrarte por más confusas que sean las cosas.
SeungMin se quedó en silencio, aún llorando en silencio, pero algo en esas palabras le dio una mínima sensación de alivio, como si por un breve momento alguien realmente entendiera su lucha.
Con una mueca observó a SeungMin en silencio por unos segundos más, viendo cómo las lágrimas seguían cayendo por su rostro. El aire nocturno, fresco pero no frío, llenaba el espacio entre ambos, pero la tensión emocional de SeungMin lo hacía sentir mucho más denso. Entendió que, en ese momento, lo último que el chico necesitaba era ser interrogado o presionado a hablar. Sin embargo, tampoco podía dejarlo solo así, completamente destrozado.
—Vamos, deja que te invite algo —dijo Chan de repente, su tono ligero, como si la situación no fuera tan dramática como parecía—. Hay un Seven Eleven aquí cerca. Puedo apostar que un poco de comida basura te hará sentir mejor. Por cierto, mi nombre es Chan.
SeungMin, todavía inmerso en su tristeza, no respondió. Aún apretaba los puños, intentando detener las lágrimas sin éxito, pero tampoco tenía la fuerza para discutir. Sin decir nada, simplemente asintió levemente, y Chan, viendo esa pequeña señal de aceptación, lo tomó como un paso en la dirección correcta.
—¡Genial! Porque honestamente, también necesito comer algo —añadió Chan con una sonrisa cómplice mientras comenzaba a caminar junto a él—. Además, ¿quién puede resistirse a los fideos instantáneos y las papas fritas a medianoche?
Chan caminaba a su lado, hablándole de manera casual, como si fueran viejos amigos, sin darle demasiada importancia a lo que acababa de pasar. No había ni rastro de compasión condescendiente, y eso de alguna manera lo hacía más fácil de soportar para SeungMin. No tenía que decir nada, ni justificar su llanto; Chan seguía hablando por los dos —y si que hablaba mucho ese chico—, en el fondo lo agradecía.
Llegaron al Seven Eleven, y las luces brillantes del interior ofrecían una especie de alivio momentáneo, como si el resplandor artificial pudiera ahuyentar la oscuridad que pesaba sobre SeungMin. Chan lo guió dentro y, sin esperar a que SeungMin respondiera, comenzó a agarrar cosas de las estanterías.
—Mira esto —dijo, levantando un paquete de galletas con relleno de crema—. Esto es básicamente medicina en forma de comida, te lo juro. Si no mejora tu estado de ánimo, no sé qué lo hará.
SeungMin no pudo evitar soltar un pequeño suspiro, un sonido casi parecido a una risa reprimida. Chan lo notó de inmediato y levantó las cejas con satisfacción, como si fuera una victoria personal.
—¿Lo ves? Funciona —dijo Chan, acercándose a la caja registradora con una sonrisa triunfante.
Poco después, ambos estaban sentados en una mesa pequeña, bajo las luces fluorescentes del Seven Eleven, con una pequeña montaña de comida frente a ellos. Chan no dejó de hablar ni un solo segundo. Hablaba de las cosas más triviales, como si estuviera empeñado en mantener el ambiente ligero.
—Una vez intenté hacerme pasar por cliente regular aquí para que me dieran una tarjeta de descuento —contó mientras abría un paquete de papas fritas—. Me quedé yendo todos los días por una semana entera. Al final, creo que pensaron que trabajaba aquí o algo así.
SeungMin, con la mirada baja y las lágrimas aún secándose en sus mejillas, tomó un sorbo de la bebida que Chan había puesto frente a él. La voz de Chan, ese tono despreocupado y ligero, estaba empezando a infiltrarse en su densa tristeza. No podía evitar escuchar, incluso si no quería reaccionar.
—Y luego, un día, uno de los empleados me preguntó si quería ayudarles a mover unas cajas. Creo que pensaron que ya era parte del equipo —siguió diciendo Chan, imitando la situación con un falso aire de orgullo.
Pese a sí mismo, SeungMin dejó escapar una leve risa entre dientes, aunque las lágrimas todavía no se habían detenido del todo. Chan lo notó y, sin hacer ningún comentario, simplemente sonrió más ampliamente haciendo que ese par de hoyuelos se marcaran aun más.
—Sabía que lo lograría —murmuró para sí mismo, pero lo suficientemente alto como para que SeungMin lo escuchara.
Siguieron así durante un rato, Chan contando historias cada vez más absurdas y haciendo bromas que parecían tener la única misión de arrancarle una sonrisa a SeungMin. Al principio, SeungMin solo lloraba en silencio mientras Chan hablaba, pero poco a poco, la intensidad de su llanto disminuía, reemplazada por el alivio de no tener que enfrentarse a preguntas difíciles ni explicaciones dolorosas.
Con el tiempo, las lágrimas se secaron por completo. SeungMin aún no tenía ganas de hablar, pero la presión en su pecho se sentía menos aplastante. Chan lo miró de reojo mientras terminaba otro paquete de galletas.
—Sabes, todos nos sentimos perdidos de vez en cuando —dijo con un tono más suave ahora, dejando que el silencio llenara el espacio por un momento antes de continuar—. Pero mientras sigamos caminando, tarde o temprano encontraremos algo. Aunque sea una tienda de conveniencia abierta las 24 horas.
SeungMin no respondió, pero por primera vez en mucho tiempo, sintió una chispa de calidez en su pecho, una pequeña luz que parpadeaba en medio de la oscuridad.
Mientras salían del Seven Eleven, el silencio entre ellos se sentía más cómodo. SeungMin seguía triste, pero había algo en la presencia constante y despreocupada de Chan que hacía que el peso en su pecho se sintiera un poco más liviano. Los rastros de sus lágrimas aún estaban allí, delineando su rostro, mientras un leve sonrojo se apoderaba de sus mejillas, ya sea por la vergüenza o por la calidez del momento.
Chan seguía haciendo bromas mientras caminaban de regreso a la residencia, hablando sobre cualquier cosa que cruzara por su mente, como si el ambiente nunca hubiera sido cargado de tristeza. Hacía comentarios sobre lo ridículo que era su atuendo esa noche, o lo "peligrosamente deliciosas" que eran las galletas que acababan de comer, exagerando con gestos y expresiones que hacían que SeungMin, sin quererlo, volviera a sonreír de vez en cuando.
—¿Sabes? Creo que mi sentido de la dirección es tan malo como el tuyo —dijo Chan en un momento, fingiendo mirar a su alrededor con expresión de confusión—. Pero, por alguna razón, siempre termino encontrando el camino. Tal vez es mi sexto sentido... o tal vez simplemente me pierdo tanto que ya conozco todos los caminos equivocados.
SeungMin no pudo evitar reír suavemente, aunque el cansancio seguía presente en su mirada. Había algo en la energía de Chan que era contagiosa, como si su sola presencia fuera una especie de antídoto para la tristeza. Y aunque SeungMin seguía sintiéndose desorientado emocionalmente, como si estuviera a la deriva, la compañía de Chan le ofrecía un ancla, aunque fuera momentánea.
Chan, notando el silencio de SeungMin, le preguntó casualmente por dónde debía ir para llegar a la residencia del equipo, aunque ya lo sabía. SeungMin, todavía vulnerable, le dio indicaciones vagas y mínimas, sintiéndose aún un poco desconcertado por todo lo que había sucedido esa noche. Chan, sin embargo, fingía no saber nada, como si cada nuevo detalle fuera una revelación. A pesar de la tensión emocional que aún rodeaba a SeungMin, Chan lo guiaba con seguridad hacia su destino.
—No te preocupes, lo tengo todo bajo control —dijo Chan, en tono despreocupado, mientras caminaban bajo la luz de las farolas que iluminaban la ciudad—. Y si nos perdemos, siempre podemos volver al Seven Eleven. Podríamos quedarnos ahí a vivir, rodeados de comida instantánea. No es una mala vida, ¿no crees?
SeungMin solo meneó la cabeza ligeramente, una sonrisa apagada pero real asomándose en sus labios. Sentía que no importaba cuán perdido estuviera en ese momento, tal parecía Chan siempre encontraría una forma de hacerlo reír o de sacarlo de su propia oscuridad, al menos por un rato.
Cuando finalmente llegaron a la residencia, Chan miró el edificio con una sonrisa satisfecha, como si hubiera completado una misión secreta con éxito.
—¿Ves? Te dije que llegaríamos —comentó, dándole un pequeño codazo en las costillas a SeungMin—. Ni siquiera tuvimos que convertirnos en habitantes permanentes del Seven Eleven.
SeungMin bajó la cabeza, todavía sintiendo el nudo en su garganta, pero agradecido en silencio por todo el esfuerzo de Chan. Había querido huir, evitar más conversaciones incómodas, pero la verdad era que se sentía un poco menos solo con él a su lado. Sin embargo, los rastros de las lágrimas seguían ahí, manchando su rostro, un recordatorio de lo vulnerable que se había mostrado esa noche.
Chan lo miró de reojo mientras ambos se quedaban en la entrada por un momento, y sin previo aviso, tomó suavemente las mejillas de SeungMin entre sus manos. Los dedos de Chan, cálidos y ligeros, comenzaron a limpiar los restos de lágrimas que quedaban, sin decir una palabra. Fue un gesto simple, pero lleno de algo que SeungMin no podía definir. No era lástima, ni siquiera preocupación; más bien, una especie de ternura juguetona, como si Chan intentara, de alguna manera, borrar no solo las lágrimas, sino también el dolor detrás de ellas.
—Ahí está —dijo Chan, sonriendo con una dulzura inesperada—. Ya pareces más tú. Aunque debo decir que, incluso llorando, sigues siendo bastante guapo.
SeungMin se sonrojó aún más, tratando de apartar la vista mientras Chan le limpiaba el rostro, sintiendo cómo el calor subía desde su pecho hasta sus mejillas. Chan, siempre atento, no dejó pasar la oportunidad para burlarse un poco más, pero esta vez con un toque más suave.
—Vamos, no te pongas rojo ahora —rió—. Solo estoy haciendo mi trabajo de buen samaritano. Es mi deber hacer que la gente se sienta mejor... aunque parezca que llora cada cinco minutos.
SeungMin apretó los labios, intentando reprimir una sonrisa, pero sin mucho éxito. Chan tenía esa habilidad única para desarmar sus muros, para hacerlo sentir expuesto pero no juzgado, vulnerable pero no débil. Era una sensación extraña, pero reconfortante, una que no estaba seguro de poder explicar, ni siquiera a sí mismo.
Chan, satisfecho con su trabajo, se apartó un poco y lo miró con una sonrisa amplia, como si acabara de arreglar algo roto.
—Listo —dijo, dándole una última mirada aprobatoria—. Mucho mejor.
SeungMin no sabía qué decir. Las palabras se agolpaban en su mente, pero ninguna parecía la correcta. En su lugar, simplemente asintió, agradecido en silencio por ese pequeño momento de consuelo. Chan, como siempre, tomó la situación a la ligera, con una despreocupación que ocultaba una bondad más profunda de lo que parecía.
ᘏ ࣪˖⚾ 🎞️| @ begin again ・°☆
SeungMin abrió la puerta de su nuevo departamento con una sonrisa que no lograba controlar. El eco de la risa de Chan todavía rebotaba en su mente, como un último vestigio de la calidez de aquella noche. Sintió su corazón latiendo con fuerza, desbocado como si acabara de correr una carrera, pero no era el esfuerzo físico lo que lo hacía palpitar así. Era otra cosa, algo más profundo, más confuso. Mientras cruzaba el umbral, la alegría parecía adherirse a él, como una manta cálida que cubría la fría soledad que llevaba consigo desde que aterrizó en Australia.
El silencio del pequeño espacio lo recibió, envolviéndolo en una tranquilidad que al principio le pareció placentera. Caminó lentamente hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad a lo lejos, todavía con esa sonrisa tonta dibujada en su rostro. La ciudad le parecía ahora un poco menos amenazante, un poco más familiar gracias a Chan. Pero en cuanto se quedó solo, la realidad comenzó a desplomarse como una marea oscura arrastrando la arena bajo sus pies.
Se detuvo de golpe en el centro del salón, sintiendo cómo su pecho se contraía lentamente, casi imperceptiblemente al principio, como si algo en su interior comenzara a quebrarse en silencio. La sonrisa que antes iluminaba su rostro se desvaneció, como si el brillo que lo había mantenido encendido hasta ese momento fuera simplemente una ilusión. Ahora, rodeado por esas cuatro paredes, Kim SeungMin se sentía nuevamente pequeño, vulnerable, expuesto ante sí mismo.
Una oleada de pensamientos oscuros comenzó a filtrarse en su mente, como una tormenta lenta pero implacable. ¿Qué estás haciendo? se preguntó en voz baja, su tono cargado de desprecio. La calidez que había sentido minutos atrás fue reemplazada por una sombra amarga que lo envolvía con fuerza. Era como si una nube espesa de culpa y autodesprecio lo aplastara, robándole el aliento.
—Eres ridículo, SeungMin —murmuró entre dientes, su voz apenas audible en el vacío del departamento—. ¿En serio creíste que podías sentirte bien? ¿Qué podrías escapar de esto tan fácil?
Cada palabra era como un cuchillo afilado que se clavaba profundamente en su interior, rasgando cualquier vestigio de paz que hubiera podido acumular. Se odiaba por haber sonreído, por haberse permitido sentir algo tan simple como la felicidad. Porque, en el fondo, sabía que no se lo merecía. Sentía que era como un barco a la deriva, incapaz de atracar en un puerto seguro sin hundirse en las aguas negras de su propia inseguridad.
El reflejo de su rostro en el cristal de la ventana lo observaba con una mezcla de lástima y desprecio, como si fuera otro él, alguien que lo juzgaba sin piedad. Era un reflejo vacío, distorsionado por las luces de la ciudad que titilaban en el fondo. En ese reflejo, veía a un SeungMin débil, patético. Las cicatrices estaban ahí, invisibles pero siempre presentes, como las grietas que se forman en una porcelana antigua, apenas perceptibles, pero irremediablemente permanentes.
—No aprendes, ¿verdad? —se recriminó, apretando los puños hasta que sus uñas se clavaron en la carne de sus palmas—. Siempre haces lo mismo... te abres y te destrozan.
Las palabras resonaron en su mente, cada una más amarga que la anterior, desgarrando su frágil control emocional. Sabía que estaba siendo duro consigo mismo, pero no podía evitarlo. Era como un ciclo interminable, un círculo vicioso del cual no podía escapar. Cada vez que dejaba que alguien se acercara, como lo había hecho con Chan esa noche, terminaba volviendo a este mismo punto. Se castigaba por su vulnerabilidad, por su deseo de compañía, de afecto. Porque, en el fondo, sentía que no era digno de nada de eso.
SeungMin se dejó caer en la cama, cubriéndose el rostro con las manos mientras su mente seguía jugando cruelmente con él. Era como si su corazón se hubiera convertido en un campo de batalla, donde las emociones se enfrentaban en una guerra sin tregua. Se permitió pensar, por un instante, en la sonrisa de Chan, en su risa ligera que le había hecho olvidar, aunque fuera por un momento, lo perdido que estaba. Pero ahora, esos recuerdos parecían aún más dolorosos, como si hubieran sido un espejismo que solo lo había arrastrado más hondo en su propia desesperación.
"¿Por qué siempre tengo que arruinarlo todo?" se repetía una y otra vez, sus pensamientos enredándose entre sí, incapaz de escapar de la espiral de autodesprecio en la que se había sumergido. "Siempre serás el mismo. Débil, frágil, fácil de dañar... Nadie quiere estar cerca de alguien como tú."
El sonido de su respiración se hizo más fuerte, cada vez más irregular. Estaba intentando contener las lágrimas, como si llorar en ese momento significara rendirse ante la verdad que tanto temía. Pero, al igual que antes, las lágrimas cayeron sin pedir permiso. Eran pequeñas y silenciosas, pero cada gota que tocaba su piel era un recordatorio de lo roto que estaba, de lo profundo que el dolor aún lo corroía desde adentro.
Había pasado tanto tiempo huyendo de su propio reflejo, evitando enfrentarse a lo que en realidad era. SeungMin, el chico que siempre se ilusionaba, el que creía que el amor podría curar todas las heridas. Pero la vida le había enseñado una lección cruel, una que no podía olvidar: el amor también puede destrozarte, arrancarte las partes más bonitas de ti y dejarte vacío.
Se dio vuelta en la cama, envolviéndose a sí mismo en la fina manta, intentando protegerse del frío, aunque el frío que sentía no era físico. Era el tipo de frío que se mete en los huesos, que se queda dentro de ti, como una niebla que no puedes disipar. Era la soledad, la culpa, el dolor de saber que, aunque quisiera, nunca podría ser el hombre fuerte que deseaba ser. Siempre sería SeungMin, el chico que llora en silencio, el que se pierde en sus propios pensamientos y se castiga por desear algo mejor.
SeungMin cerró los ojos, intentando sofocar los gritos de su mente, pero las palabras seguían repitiéndose como un eco incesante: "Eres débil, Kim SeungMin... Siempre lo has sido. Y siempre lo serás."
SeungMin suspiró profundamente, sintiendo cómo el peso de su propio tormento comenzaba a apoderarse de su cuerpo. Sabía que era inútil seguir luchando contra las olas de cansancio que lo arrastraban hacia el abismo del sueño, pero aún así, no podía evitar resistirse. Se quedó en la cama, encogido bajo la manta, como si este pequeño acto de ocultarse pudiera protegerlo de todo lo que habitaba en su interior.
El eco de sus pensamientos aún resonaba en la habitación vacía, cada palabra hiriéndolo más profundamente, pero el cansancio emocional era demasiado grande. Sus párpados pesaban, y el tenue murmullo de la ciudad allá afuera se entrelazaba con el latido irregular de su corazón. Sentía el mundo alejándose, difuminándose como una pintura borrosa. Por un momento, imaginó que todo desaparecería con la llegada del sueño, que su mente encontraría paz en el olvido.
Pero incluso entonces, justo antes de dejarse llevar por el sueño, las palabras dolorosas que se había repetido aún revoloteaban en su mente, como fantasmas que se negaban a abandonar su presencia. "Eres débil, SeungMin..." El susurro se fundió con su respiración cada vez más lenta, acompañando el latido en su pecho.
Y, sin embargo, entre ese dolor, entre los recuerdos y las heridas, un leve suspiro de rendición lo envolvió. Se rendía —al menos por esa noche— a las sombras que siempre lo acompañaban. Cerró los ojos, esperando que el sueño lo acunara en un lugar donde, por unas pocas horas, no tuviera que enfrentarse a su propio reflejo.
El silencio de la noche cayó sobre él como un manto pesado, y poco a poco, SeungMin se deslizó en ese lugar incierto entre el sueño y la vigilia, donde las lágrimas y los recuerdos se mezclaban con los sueños, desvaneciéndose en la oscuridad.
Al menos por ahora, podía descansar.
‧₊˚⚾ ⋅begin again ₊˚ෆ
El amanecer se deslizó con suavidad por la ventana de la habitación de SeungMin, derramando hilos dorados que se colaban entre las cortinas ligeramente abiertas. La luz del sol, tímida al principio, empezó a invadir el espacio de manera delicada, bañando las paredes blancas y desnudas con un brillo cálido. Era una habitación minimalista, casi vacía de cualquier ornamento. Solo una cama sencilla, una mesa pequeña al lado con una lámpara de diseño moderno, y una silla de madera que encajaba perfectamente en la simplicidad del lugar.
La ventana era amplia, ofreciendo una vista despejada del cielo que se iba tiñendo de colores suaves, entre tonos rosados y anaranjados que se mezclaban como pinceladas en un lienzo. En ese pequeño espacio vacío, el silencio de la mañana era casi palpable, solo roto por el murmullo de las aves que despertaban en los árboles cercanos. El sol, cada vez más presente, comenzó a filtrarse con más fuerza, lanzando destellos que acariciaban suavemente el rostro de SeungMin, obligando a sus párpados a temblar y abrirse poco a poco.
El calor de los rayos era tenue, como si el amanecer mismo lo invitara a despertar con calma, sin prisa, envolviéndolo en un abrazo cálido y acogedor. SeungMin se revolvió entre las sábanas, sus músculos aún adormecidos, pero no pudo resistirse por mucho tiempo a la luz que ahora lo inundaba. El día ya había comenzado, y aunque aún sentía el peso del cansancio en sus hombros, algo en el aire fresco de la mañana lo animaba a levantarse.
Se quedó un momento más en la cama, sus ojos entrecerrados, acostumbrándose a la luz que ahora bañaba la habitación entera. Recordó que tenía la mañana libre, un respiro antes de tener que conocer al equipo. No había nada que lo apresurara, ningún reloj que lo obligara a salir corriendo. Podía permitirse el lujo de tomarse el tiempo que necesitara.
Con un suspiro, se incorporó lentamente, dejando que el frío del suelo bajo sus pies lo despabilara del todo. Miró por la ventana, sintiendo una calma inusual. Hoy se sentía un poco más seguro, un poco más dispuesto a explorar. Quizá era el efecto del amanecer, o tal vez el hecho de que la noche anterior había dejado algunas lágrimas atrás, como si se hubiese despojado de un peso, aunque solo fuera temporalmente.
Decidió que desayunar fuera sería un buen comienzo para este nuevo día. Quizás, esta vez, podría lograr regresar sin perderse. Esa simple idea le trajo una pequeña sonrisa, tan breve que apenas fue perceptible. Después de vestirse, se encaminó hacia la puerta. En su mente, se prometió no dejarse atrapar por la inseguridad de la noche anterior. Hoy sería diferente.
Al salir de la residencia, respiró profundamente el aire fresco de la mañana, el sol ya elevándose en el cielo, acariciando las calles que aún no estaban del todo despiertas. Su camino lo llevó a una pequeña cafetería que había visto en la esquina la tarde anterior. Era acogedora, con grandes ventanales que dejaban pasar la luz del sol y un aroma a café recién hecho que llenaba el ambiente. SeungMin entró, con una confianza nueva en su andar, aunque aún ligera, como si ese aire renovado fuera frágil, pero suficiente para mantenerlo en pie por ahora.
Mientras se sentaba y pedía su desayuno al amable chico de cabello rubio que le tendió, miró por la ventana, viendo cómo el día continuaba desplegándose lentamente a su alrededor.
SeungMin se encontraba esperando su pedido cuando sus ojos vagaron por la cafetería, explorando las mesas dispersas en aquel espacio tranquilo. Fue entonces cuando lo vio. En una de las esquinas, cerca de la ventana, Chan estaba sentado, concentrado en lo que parecían ser un par de documentos. SeungMin lo reconoció al instante, y su corazón dio un pequeño salto inesperado.
¿Qué hacía aquí tan temprano? SeungMin pensó, observándolo con discreción. Chan tenía una expresión de seriedad que le parecía casi cómica, como si intentara proyectar un aire de profesionalismo, pero la escena no tardó en romperse por un pequeño gesto torpe. Chan, distraído mientras leía, tomó una galleta del plato, pero en el intento de darle un mordisco, esta se quebró entre sus dedos y un pedazo cayó de nuevo al plato.
SeungMin esbozó una sonrisa involuntaria al ver la escena. La torpeza natural de Chan, aquel contraste entre su aparente despreocupación y esos pequeños gestos desastrosos, era... peculiarmente entrañable. Había algo en la forma en que Chan intentaba, sin mucho éxito, mantener la compostura mientras se limpiaba las migas de la mesa con una mano, sin dejar de mirar los papeles, que lo hizo reír para sí mismo, una risa tan suave que apenas vibró en su pecho.
La imagen era casi demasiado casual, demasiado normal, como si por un momento, Chan no fuera más que otro cliente de la cafetería, lejos del pequeño caos de la noche anterior, donde las lágrimas y el desconcierto de SeungMin habían sido protagonistas. Pero ahora, con el sol matutino bañando su rostro, Chan parecía... diferente. Más accesible, más humano, incluso en su torpeza.
SeungMin se sorprendió de sí mismo por fijarse tanto en esos detalles, por permitirse una pausa para observar, como si el día le ofreciera una tregua. Tal vez, en ese instante, lo que más le llamó la atención fue lo fácil que le resultó sonreír al verlo. Aunque una parte de él, la que siempre estaba alerta, le recordó rápidamente que sonreír demasiado solo servía para abrir puertas a algo más complicado, algo que ya había vivido antes.
Pero, en ese instante, no pudo evitarlo. Chan, con su galleta rota y sus documentos dispersos, había hecho que su mañana comenzara un poco más ligera, como si la gravedad de los días anteriores quedara en suspenso por un rato.
SeungMin terminó su desayuno en silencio, intentando dejar atrás la pequeña ola de emociones que la sonrisa de Chan había despertado en su interior. Era demasiado pronto para entender qué significaba, o por qué había reaccionado de esa manera. Lo único que tenía claro era que necesitaba regresar a la residencia, recuperar algo de tranquilidad antes de que el día continuara.
Recogió sus cosas lentamente, sin prisa, y salió de la cafetería con la sensación de estar dejando algo atrás. El aire de la mañana seguía siendo fresco, y los rayos del sol ahora más intensos iluminaban las calles que, poco a poco, comenzaban a llenarse de gente. Aún no conocía el lugar con la suficiente confianza como para moverse con seguridad, pero esta vez, al menos, sabía por dónde debía ir. No más perdidas, se dijo, ajustando la correa de su mochila al hombro.
El camino de regreso fue tranquilo, aunque su mente no podía dejar de repasar lo que acababa de ocurrir. Chan, sus torpezas, esa sonrisa... Era extraño cómo un encuentro tan sencillo había logrado revolver algo dentro de él. Una parte de sí mismo quería ignorarlo, fingir que no era importante, pero otra, más profunda, se preguntaba si esa sonrisa tendría algún significado que aún no podía entender. Quizás, solo era otro chico tratando de ser amable, pero en el mundo de SeungMin, donde las cosas a menudo se sentían más complejas de lo que realmente eran, esa sonrisa lo había desconcertado.
Cuando llegó a la residencia, la familiaridad del lugar le dio un leve respiro. Subió por el pasillo en dirección a su departamento, con la intención de descansar un poco antes de la reunión con el equipo. Sin embargo, antes de llegar a la puerta, vio una figura conocida al final del corredor.
Felix estaba ahí, recargado contra la pared, riendo con un grupo de chicos que SeungMin no había visto antes. Todos llevaban la sudadera del equipo, esa prenda distintiva con el logotipo bordado en el pecho que les otorgaba un sentido de pertenencia. SeungMin los reconoció de inmediato como compañeros de equipo, aunque aún no los conocía personalmente. La imagen lo hizo sentir un poco extraño, una mezcla de emoción y nerviosismo. Era la primera vez que los veía juntos, como parte de un todo, y el simple hecho de saber que él ahora también formaba parte de ese equipo, le producía una sensación ambigua.
El rubio fue el primero en notar su presencia. Se enderezó al verlo y le lanzó una sonrisa cálida, la misma que lo había recibido el día anterior cuando llegó a Australia. Era el tipo de sonrisa que parecía capaz de borrar cualquier rastro de incomodidad, como si todo lo que pasara alrededor se volviera más ligero con su simple presencia.
—¡Hey, SeungMin! —exclamó Felix, alzando una mano en señal de saludo—. Justo hablábamos de ti. ¡Ven, te presento a los chicos!
SeungMin dudó un instante. El calor familiar de la residencia y la cercanía de su puerta lo llamaban, pero había algo en la amabilidad de Felix y la energía despreocupada del grupo que lo hizo detenerse. Sabía que, eventualmente, tendría que conocerlos a todos, pero enfrentarse a ese momento ahora, con su mente aún algo revuelta por el encuentro en la cafetería, le parecía... un desafío.
Aun así, sonrió torpemente y caminó hacia ellos, intentando no parecer tan fuera de lugar como se sentía.
SeungMin, aunque titubeante, se acercó al grupo de chicos que lo miraban con curiosidad y sonrisas amistosas. Cada paso hacia ellos le pesaba un poco, como si su cuerpo aún no estuviera listo para pertenecer por completo a esta nueva realidad. Sin embargo, Felix, siempre radiante y relajado, se adelantó para romper cualquier barrera invisible que SeungMin pudiera sentir.
—Chicos, este es SeungMin, nuestro nuevo pitcher. Llegó ayer —anunció Felix con su habitual tono alegre, dándole una palmada ligera en la espalda—. Dale la bienvenida.
Uno a uno, los muchachos se presentaron, estrechándole la mano con entusiasmo. Algunos eran altos, otros más bajos, pero todos compartían esa energía despreocupada y vibrante que parecía caracterizar al equipo. Sin embargo, mientras intercambiaba nombres, SeungMin no podía evitar sentir el nudo en su estómago, una mezcla de emoción y ansiedad que crecía cada vez más. ¿Encajaría realmente aquí? Pensó para sí mismo, mientras forzaba una sonrisa para parecer más relajado.
En medio de las risas y las charlas entre los compañeros, SeungMin escuchó una voz distinta, más profunda y pausada, proveniente del fondo de la sala. Era un inglés perfecto, con un timbre firme y claro que se distinguía sobre las demás conversaciones.
—Deberíamos ajustar la alineación para el próximo partido. No podemos permitirnos errores en los últimos innings —decía la voz, mientras los demás la escuchaban con atención.
Curioso, SeungMin giró la cabeza en la dirección de la voz. Allí, en una esquina de la amplia sala común de la residencia, un hombre estaba de pie, hablando con varios jugadores y entrenadores que lo rodeaban. Parecía completamente en su elemento, hablando con la convicción de quien conoce cada detalle del juego. SeungMin no podía ver bien su rostro, ya que estaba de espaldas, pero había algo en su postura que le resultaba familiar.
Antes de que pudiera hacer más preguntas mentales, el director del equipo entró en la sala. Su presencia imponente llamó la atención de todos, y las conversaciones se apagaron gradualmente. Con una sonrisa amable, el director saludó a SeungMin con una mano en alto.
—¡Ah, SeungMin! —dijo con voz grave y amistosa, caminando hacia él—. Justo hablábamos de ti. Es un placer tenerte con nosotros.
El director comenzó a presentarlo oficialmente al equipo, señalando a varios jugadores clave y entrenadores que SeungMin aún no conocía. Todos lo miraban con una mezcla de interés y expectativa, pero el ambiente seguía siendo relajado y acogedor. SeungMin intentaba memorizar nombres, pero su mente seguía distraída, como si algo en el aire lo mantuviera expectante.
—Ah, casi lo olvido... —dijo el director, volteándose hacia el fondo de la sala—. Christopher, ¿puedes venir un momento? Quiero presentarte a nuestro nuevo lanzador.
SeungMin sintió cómo su corazón se detenía por un instante. El nombre resonó en su mente como una campana lejana. Christopher... ¿Chan? No podía ser, ¿verdad?
La figura del hombre, aún concentrado en los documentos, se enderezó lentamente, y cuando se volteó, SeungMin lo vio claramente. Era Chan. Su sonrisa despreocupada y su aire juguetón eran inconfundibles, pero esta vez, vestía una expresión más profesional, aunque seguía siendo él, el mismo que había dejado caer migas de galleta en la cafetería no hacía tanto tiempo.
SeungMin se quedó sin palabras, todavía procesando todo. Así que este hombre, el mismo que le había hecho bromas mientras lloraba, que lo había acompañado a comer, resultaba ser alguien clave en el equipo. Ahora entendía por qué Chan parecía tan familiarizado con todo. Pero ese aire juguetón seguía ahí, en la forma en que Chan lo miraba, como si estuviera disfrutando del desconcierto de SeungMin.
SeungMin apenas tuvo tiempo de procesar lo que estaba ocurriendo cuando Chan, o mejor dicho, Christopher, se acercó con una sonrisa impecable y profesional, como si nada hubiera pasado la noche anterior.
—Un gusto en conocerte, SeungMin —dijo Chan, con una inclinación de cabeza que rozaba lo formal. Su tono era tan neutro, tan perfectamente adecuado, que cualquiera que lo escuchara podría haber pensado que era la primera vez que se veían.
SeungMin parpadeó, desconcertado, su ceño fruncido reflejaba la confusión que lo golpeaba como una ola repentina. ¿Estaba bromeando? ¿Lo hacía a propósito? La mente de SeungMin se llenó de preguntas, cada una más desconcertante que la anterior. Justo la noche anterior, Chan lo había visto en su momento más vulnerable, le había hecho bromas, lo había acompañado, limpiado sus lágrimas, y ahora... ¿fingía que nada de eso había ocurrido?
Antes de que SeungMin pudiera abrir la boca para decir algo —tal vez para pedirle explicaciones o simplemente expresar su sorpresa—, el director levantó una mano, llamando la atención de todos los presentes.
—Bien, señores, es hora de empezar la reunión —anunció con voz firme, cortando de raíz cualquier conversación pendiente—. Tenemos varias cosas que discutir antes de comenzar el entrenamiento, así que tomen asiento.
El murmullo en la sala se extinguió de inmediato, y los jugadores, entrenadores y asistentes comenzaron a sentarse en sus lugares designados. SeungMin se quedó quieto por un momento, sintiendo cómo su oportunidad de confrontar a Chan se desvanecía en el aire. Chan... o Christopher... SeungMin ni siquiera sabía cómo llamarlo en ese momento. Pero la sonrisa que había visto antes en la cafetería ahora parecía más calculada, casi como si Chan estuviera disfrutando del desconcierto de SeungMin. ¿Sería parte de su juego?
SeungMin tomó asiento entre sus compañeros de equipo, pero su mente estaba lejos de la reunión. Las voces a su alrededor parecían distantes, un eco que apenas penetraba en su burbuja de pensamientos. De vez en cuando, miraba de reojo a Chan, quien se encontraba al frente de la sala, con un montón de documentos frente a él, completamente inmerso en su rol de asistente del equipo, con su actitud profesional y su mirada fija en el director.
Cada tanto, Chan alzaba la vista para observar a los jugadores, y cuando sus ojos se encontraban con los de SeungMin, una ligera sonrisa, apenas perceptible, aparecía en sus labios. SeungMin sentía cómo la irritación crecía en su pecho. ¿Se estaba burlando de él?
El director comenzó a hablar sobre estrategias, alineaciones y el calendario de partidos, mientras SeungMin hacía un esfuerzo por concentrarse, pero su mente seguía regresando a los eventos recientes. ¿Cómo podía cambiar de papel tan rápido? La forma en que Chan actuaba como si nada hubiera pasado era desconcertante, como si la noche anterior no hubiera significado nada. ¿O acaso solo era parte de su naturaleza? SeungMin no sabía qué pensar, y ese desconocimiento lo carcomía por dentro.
Después de unos minutos de discursos, gráficos y planes para la temporada, el director finalmente cerró la reunión con un gesto amplio.
—Eso es todo por hoy. Nos vemos en el campo de entrenamiento en treinta minutos. Prepárense.
El bullicio volvió a llenar la sala mientras todos comenzaban a levantarse y dirigirse al vestuario. SeungMin se quedó sentado un momento más, aún procesando el encuentro con Chan. Quería enfrentarlo, quería respuestas, pero no había tenido oportunidad.
Chan, quien ya había comenzado a guardar sus papeles, lanzó una última mirada hacia SeungMin antes de desaparecer entre los demás jugadores, con esa misma sonrisa juguetona en sus labios. Y SeungMin no pudo evitar sentir que lo había dejado exactamente donde quería: confundido, molesto y sin saber qué pensar.
El entrenamiento había sido tan intenso como SeungMin esperaba. Comenzaron con ejercicios de calentamiento, trotando alrededor del campo para hacer que sus músculos se aflojaran después del largo viaje. Los jugadores corrieron en silencio, algunos charlando entre sí, pero la mayoría estaba concentrada en lo que estaba por venir. El sol ya estaba alto, y aunque la brisa era agradable, el calor se hacía sentir a medida que las vueltas se acumulaban.
Después del trote, los entrenadores los llevaron a la zona de estiramientos. SeungMin sentía cómo su cuerpo, ya acostumbrado al rigor físico, respondía a los movimientos, aunque su mente seguía a la deriva, atrapada en la confusión que Chan le había dejado. Pero, al menos por un momento, el ritmo de los ejercicios le ayudaba a alejar esos pensamientos.
Luego vinieron las pruebas de agilidad. Los entrenadores colocaron conos en el campo, y los jugadores debían correr entre ellos, zigzagueando con rapidez. El césped húmedo bajo sus pies les daba una ligera tracción, pero cada paso requería concentración y equilibrio. SeungMin sabía que tenía que demostrar su destreza, pero en su mente todo era un eco distante. Aun así, logró mantener el ritmo, su cuerpo moviéndose por pura memoria muscular.
Después de los ejercicios de agilidad, pasaron a los sprints de velocidad, donde los jugadores tenían que correr a máxima potencia por tramos cortos, impulsándose con cada zancada. SeungMin sintió el sudor formándose en su frente, su respiración acelerándose mientras el corazón le latía con fuerza. Pero por mucho que tratara de concentrarse, cada vez que veía a Chan al borde del campo, tomando notas o conversando con los entrenadores, su atención se desviaba, y su rendimiento caía.
El siguiente bloque de ejercicios se centró en la resistencia. Los entrenadores los dividieron en equipos y los hicieron realizar carreras de relevos, donde cada jugador debía correr un tramo del campo y pasar una pelota al siguiente. La competencia amistosa entre los compañeros de equipo animaba el ambiente, pero SeungMin, aunque lo intentaba, no lograba sacudirse la sensación de peso que llevaba desde la reunión. La tensión emocional hacía que sus piernas se sintieran más pesadas, como si cada paso lo arrastrara hacia el suelo.
Finalmente, los ejercicios de fuerza llegaron. Las pelotas de medicina y los saltos explosivos pusieron a prueba la capacidad física de los jugadores. Los entrenadores vigilaban de cerca a cada uno, tomando notas sobre su estado y capacidades. SeungMin, aunque físicamente estaba en buena forma, notaba que su concentración no estaba en su punto máximo. Cada vez que levantaba una pelota pesada, sentía el peso adicional de sus pensamientos nublando su juicio.
Entre los ejercicios más duros, también practicaron situaciones específicas de juego. Los bateadores practicaban lanzamientos rápidos, mientras que los receptores se enfocaban en los movimientos precisos para recibir las pelotas. SeungMin, como parte de la rotación, tuvo su momento de lanzar, y aunque su brazo seguía siendo fuerte, la coordinación que solía tener parecía fallarle de vez en cuando.
A medida que el entrenamiento continuaba, SeungMin notaba que su cuerpo respondía por reflejo, pero su mente seguía cargada de dudas y frustración. Chan, que ahora era una figura constante en el campo, observaba todo desde la distancia. Aunque en ningún momento se acercó al castaño, la sensación de su presencia era abrumadora.
El entrenamiento finalmente llegó a su fin, y SeungMin sintió cómo el cansancio físico se apoderaba de él, pero su mente seguía inquieta. A medida que los jugadores se dirigían de vuelta a los vestuarios, él y Felix se encontraron caminando uno al lado del otro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Felix, secándose el sudor de la frente con una toalla—. El primer día siempre es duro, pero lo hiciste bien.
SeungMin esbozó una pequeña sonrisa, agradecido por las palabras de su compañero, aunque la sonrisa no llegó a sus ojos. —Cansado, pero bien. Supongo que es cuestión de acostumbrarse.
Felix asintió, su naturaleza alegre y despreocupada hacía que cualquier conversación con él fuera relajante. —Sí, ya verás que en una semana estarás como nuevo. Solo es cuestión de aguantar las primeras sesiones.
Mientras caminaban hacia los vestuarios, Felix hablaba animadamente sobre el equipo, sobre los chicos que SeungMin aún no conocía del todo, sobre los partidos pasados. Pero, aunque SeungMin asentía, su mente estaba distraída, sus pensamientos regresando una y otra vez a Chan.
Justo cuando pensaba que podría alejarse de esa incomodidad por un momento, lo vio acercarse desde el otro lado del campo. Chan, o más bien Christopher, caminaba hacia ellos con esa misma sonrisa despreocupada que parecía ponerlo nervioso. SeungMin sintió su pecho tensarse, y un deseo repentino de escapar lo invadió. No estaba listo para hablar, no después de la confusión de antes y de esa facilidad con la que pareció olvidar su existencia y la situación de la noche anterior.
Chan se acercó con esa confianza innata que tenía, los documentos bajo el brazo, su andar relajado como si no fuera consciente del torbellino emocional que había dejado en SeungMin desde el momento en que lo vio en la reunión. Una sensación amarga se arremolinó en el estómago de SeungMin.
—¡SeungMin! —exclamó Chan, con un tono que pretendía ser amigable—. Necesito hablar contigo un momento.
SeungMin apretó los labios y siguió caminando, ignorándolo completamente. No podía enfrentar a Chan ahora, no después de todo lo que había pasado, después de la manera en que había fingido no conocerlo en la reunión. El enojo, la confusión, la herida de esa pequeña traición, aunque superficial, ardía en su interior. Así que simplemente decidió no responder. Sus pies se movían más rápido, su mirada fija al frente, como si Chan no estuviera ahí.
Felix, que caminaba junto a él, observó la escena con una mezcla de curiosidad y diversión. Su sonrisa se amplió, pero no dijo nada. Parecía disfrutar de la tensión silenciosa que se había formado entre SeungMin y Chan. Sin embargo, no intervino, dejando que la situación se desarrollara por sí sola. Los ojos brillantes de Felix saltaron de uno a otro, como si esperara que en cualquier momento explotara algo más entre los dos.
Chan, viendo que SeungMin lo ignoraba por completo, se detuvo por un instante, su sonrisa tambaleándose por una fracción de segundo. Pero al final, no insistió. Sabía cuándo retroceder, cuándo esperar el momento adecuado. Era su manera de manejar las cosas, siempre tan despreocupado, pero también calculador. Así que, con un suspiro apenas perceptible, se quedó donde estaba, observando cómo Kim se alejaba junto a Felix.
Felix, sin poder contenerse, soltó una risa ligera una vez que estuvieron lo suficientemente lejos. —Parece que tienes un admirador, ¿eh? —bromeó, aunque en su tono había un dejo de curiosidad genuina.
SeungMin lo miró de reojo, aún sintiendo el calor de la incomodidad en su pecho. No quería hablar de Chan, no en ese momento. Pero sabía que Felix lo había notado todo. Era imposible ocultar la tensión.
—Es... complicado —murmuró SeungMin, no queriendo entrar en detalles. Pero las palabras lo traicionaban, porque sabía que nada de lo que estaba sintiendo era sencillo.
Felix, que no dejaba pasar ninguna oportunidad para bromear, levantó una ceja con esa sonrisa traviesa que siempre parecía tener lista para cualquier situación.
—¿"Complicado"? —repitió, estirando la palabra con intención—. Vaya, suena como si hubiera algo más entre tú y Chan de lo que quieres admitir.
SeungMin frunció el ceño, pero sabía que con Felix no había manera de escapar de ese tipo de comentarios. El chico siempre encontraba la manera de leer entre líneas, aunque no hubiera mucho que leer. Intentó ignorarlo, pero Felix no lo iba a dejar tan fácil.
—Vamos, no me digas que no lo viste, el tipo no te ha quitado los ojos de encima desde que llegaste —continuó Felix, su tono ligero, como si estuviera hablando de algo tan simple como el clima—. Apostaría que en una semana ya te estará invitando a salir.
SeungMin hizo una mueca de disgusto, girando la cabeza hacia Felix con una mirada de advertencia. El solo pensamiento de algo romántico con Chan lo incomodaba más de lo que quería admitir, y más después de la confusión que había sentido esa mañana.
—No es así —negó SeungMin, tal vez con demasiada firmeza—. Solo es... alguien del equipo, ¿vale? No hay nada.
Pero Felix no lo soltaba. Le encantaba fastidiarlo cuando notaba que algo lo incomodaba, y ahora tenía toda la situación a su favor. Con una sonrisa maliciosa, se encogió de hombros.
—Claro, claro —dijo, como si ya no importara—. Solo espero que me invites a la boda.
SeungMin bufó, claramente irritado. Sentía cómo la vergüenza se acumulaba en su pecho, ese calor incómodo que lo hacía querer desaparecer. Pero trató de mantener la compostura, aunque sabía que sus orejas ya se estaban poniendo rojas.
—¡Felix! —exclamó, casi como un ruego de que dejara de molestar—. ¡No es nada de eso! Apenas lo conozco.
Felix soltó una carcajada, palmeando a SeungMin en la espalda con fuerza. —Tranquilo, solo bromeo. Pero, oye, nunca se sabe, ¿verdad? A veces el amor está donde menos te lo esperas.
SeungMin suspiró, frustrado, y apartó la mirada. No quería seguir pensando en Chan, ni en lo que Felix estaba insinuando. Chan era un caos en su vida, uno del que no quería formar parte, al menos no de la manera en que Felix sugería. Pero por más que lo negara, una pequeña semilla de duda ya se había plantado en su mente.
Con el paso de los días, SeungMin fue encontrando su lugar en el equipo. Los entrenamientos seguían siendo intensos, pero la rutina comenzaba a sentirse más llevadera. Había algo reconfortante en la monotonía del esfuerzo físico, en el sudor que empapaba su piel al final de cada jornada, como si todo el dolor que llevaba consigo pudiera disolverse en las gotas que caían. Como si el agotar toda su energía ayudara a su mente a borrar aquellos dolorosos recuerdos.
Felix, siempre fiel a su carácter extrovertido,—inevitablemente— se había vuelto su compañero más cercano. SeungMin empezaba a depender de esa chispa de energía constante, de su habilidad para hacer que todo pareciera menos pesado. Era como un faro en medio del mar emocional que a veces amenazaba con hundirlo. Además, gracias a Felix, había empezado a hacer amistad con los demás miembros del equipo. Jake, un jugador excepcional y competitivo, se había sumado al grupo de amigos, con una personalidad relajada que complementaba bien a Felix. Entre los tres, las bromas eran frecuentes y, a veces, incluso el cansancio de los entrenamientos parecía un poco más soportable.
Pero Chan, —o Christopher—, como seguían llamándolo en el contexto del equipo, no parecía dispuesto a dejar que SeungMin se alejara tan fácilmente. Había algo en su persistencia que lo desconcertaba. En más de tres ocasiones, Chan había intentado acercarse, iniciar una conversación o, simplemente, compartir un momento. Pero SeungMin, con su creciente incomodidad hacia la situación, lo había rechazado cada vez, de maneras que empezaban a volverse evidentes para todos a su alrededor, y por supuesto que generaron burlas dirigidas al asistente.
La primera vez que Chan intentó acercarse, fue justo después de un largo entrenamiento. Estaban todos exhaustos, y SeungMin se encontraba secándose el sudor con una suave toalla cuando Chan se le acercó, su tono amistoso y despreocupado.
—Hey, SeungMin, ¿qué tal si salimos a tomar algo más tarde? Podría ser bueno relajarnos un poco.
SeungMin apenas lo miró, su mente todavía ocupada con el esfuerzo físico y su vista clavada en el suelo. Sentía el corazón latir rápido, no solo por el entrenamiento, sino también por el incómodo nudo en el estómago cada vez que Chan le hablaba. Recordaba la mañana en la cafetería, el fingimiento de no conocerlo, y sentía cómo su pecho se tensaba. Así que, sin pensarlo demasiado, negó con la cabeza.
—No, gracias —dijo, cortante, y se dio la vuelta, alejándose sin más explicación.
Felix, que había presenciado la escena desde lejos, soltó una risa silenciosa, y más tarde, cuando estuvieron a solas, no perdió la oportunidad de picar a SeungMin con una sonrisa traviesa.
—Vaya, lo mandaste a volar demasiado rápido. Creo que le rompiste el corazón, Seung.
La segunda ocasión ocurrió durante una comida en el comedor de la residencia. SeungMin, Felix, y Jake —el chico con el que había comenzado a crear una nueva amista— compartían una mesa, charlando sobre los entrenamientos cuando Chan apareció de la nada, sosteniendo una bandeja de comida y sonriendo de manera despreocupada.
—¿Puedo sentarme con ustedes? —preguntó, mirando directamente a SeungMin.
SeungMin, que acababa de dar un bocado a su ensalada, tragó con dificultad. La incomodidad lo envolvía cada vez que Chan estaba cerca, y ahora, con Jake y Felix a su lado, no podía simplemente ignorarlo como antes. Pero aún así, su instinto fue el mismo.
—Ya no hay espacio —respondió, señalando la mesa, aunque claramente había una silla libre al lado de Felix.
Jake soltó una risa divertida al escuchar la respuesta, y Felix, que no podía contenerse, añadió con un tono burlón:
—Oye, Chris, parece que Seung no quiere compartir su espacio personal contigo. Tal vez deberías intentarlo con flores la próxima vez.
SeungMin hizo una mueca, molesto con Felix por exacerbar la situación, pero no dijo nada más. Chan, por su parte, solo sonrió levemente, con una expresión entre divertida y resignada, antes de retirarse.
El tercer intento de Chan fue después de un partido de práctica, cuando todo el equipo estaba relajado, caminando hacia los vestuarios. Felix y Jake se habían quedado atrás, bromeando sobre una jugada, mientras SeungMin caminaba solo, disfrutando del momento de calma. Fue entonces cuando Chan lo alcanzó, sin previo aviso.
—SeungMin, ¿qué tal un café? Hay una cafetería cerca que quiero probar, podríamos ir juntos.
SeungMin sintió el mismo nudo en el estómago que había sentido cada vez que Chan lo había abordado. Su mente volaba hacia sus interacciones pasadas, hacia el desconcierto que Chan le provocaba, esa sensación de que nunca sabía qué esperar de él. Así que, en lugar de responder amablemente, lo miró fijamente y, sin más, dijo:
—No estoy interesado.
El silencio que siguió fue denso. Chan pareció sorprenderse un poco esta vez, como si no hubiera esperado una respuesta tan fría. Pero antes de que pudiera decir algo, Felix y Jake, que venían detrás, alcanzaron a ambos justo a tiempo para presenciar la escena.
—Ay, Chan, lo intentaste otra vez, ¿eh? —dijo Jake con una sonrisa, claramente disfrutando de la situación—. Deberías rendirte ya, hermano, parece que Seung tiene su corazón en otra parte.
Felix, por supuesto, se unió a las risas, mirando a SeungMin con complicidad.
—Sí, tal vez necesites una nueva táctica. Quizás podrías prepararle el desayuno o algo.
SeungMin, ya fastidiado con la insistencia de sus amigos, rodó los ojos y se alejó sin decir una palabra, dejando a Chan detrás, una vez más rechazado.
Con cada rechazo, la tensión entre SeungMin y Chan crecía, pero lo más molesto era la forma en que Felix y Jake lo convertían en tema de broma. SeungMin no podía evitar sentirse atrapado. Era como si cada vez que intentaba poner distancia entre él y Chan, el universo conspirara para empujarlos más cerca. Y aunque intentaba convencerse de que solo estaba siendo cuidadoso, una pequeña parte de él no podía dejar de preguntarse si, tal vez, había algo más detrás de esos rechazos.
Pero no podía permitir que esa idea creciera. Chan no era más que una incómoda presencia, una que no entendía del todo y que prefería mantener a raya.
ᘏ ࣪˖⚾ 🎞️| @ begin again ・°☆
El gimnasio de la residencia estaba tranquilo esa mañana, los miembros del equipo dispersos en las máquinas y pesas. El ruido metálico del equipo de ejercicio era como un eco distante, entremezclado con las respiraciones pesadas y el sonido rítmico de las cintas de correr. SeungMin, enfocado en sus repeticiones, sentía sus músculos tensarse con cada levantamiento, tratando de perderse en la rutina física para despejar su mente. El esfuerzo físico, en momentos como este, era una especie de refugio, una distracción necesaria.
Felix, por su parte, estaba en la máquina de remo, pero no tardó en notar cuando Chan se encontraba en la puerta en el gimnasio atendiendo una llamada. Su rostro se iluminó con esa sonrisa traviesa que solía tener cada vez que veía una oportunidad para provocar a SeungMin.
—Hey, Seung —dijo Felix, llamando su atención mientras seguía remando—, ahí está Chan. ¿De verdad no estás interesado en él? —Su tono era juguetón, pero había una chispa de curiosidad auténtica en sus palabras, con la cabeza señaló el lugar donde el asistente se encontraba, ahora charlando en la entrada con el director del equipo, llevaba puesta ropa deportiva, lo que indicaba que pensaba entrar para ejercitarse.
SeungMin, que acababa de completar una serie de levantamientos de pesas, dejó caer la barra con un sonido sordo y se pasó una toalla por la frente, tratando de ignorar el tema. Sabía que Felix no iba a soltarlo tan fácilmente. Era como un perro con un hueso, siempre mordiendo, siempre insistiendo.
—Ya te lo he dicho antes, Felix —respondió SeungMin, sin mirar directamente a su compañero—, no me interesa.
Felix soltó una risa corta, como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar.
—Vamos, Seung. Nadie puede resistirse a Chan. Es la persona más amable y linda que he conocido. —Su tono era sincero, incluso algo defensivo—. ¿Qué pasa contigo? ¿Lo odias o qué?
SeungMin se detuvo. La palabra "odiar" resonó en su mente como un eco incómodo. Él no odiaba a Chan. No era eso. Pero había algo en la persistencia de Chan, en la manera en que siempre parecía aparecer en los momentos menos esperados, que lo irritaba profundamente.
—No lo odio —respondió finalmente, su tono firme pero algo distante—. Solo... me molesta lo insistente que es.
Felix dejó de remar por un momento, sorprendido por la respuesta de SeungMin. Lo observó en silencio, como si intentara descifrar algo que no terminaba de entender.
—¿Molestarte? —repitió Felix, arqueando una ceja—. ¿Te molesta que alguien quiera pasar tiempo contigo? Porque, sinceramente, Chan no parece hacerlo por otra razón más que porque le caes bien. No es de los que buscan problemas, Seung. Y tú sigues esquivándolo como si fuera la peste.
SeungMin suspiró, dejando caer la toalla al suelo y apoyándose contra la máquina de pesas. Felix no lo entendía. Nadie lo entendía realmente. Había una barrera que Kim SeungMin había construido alrededor de sí mismo, una que no dejaba que nadie se acercara demasiado. Y Chan... Chan simplemente ignoraba esa barrera. Era como un sol que irradiaba luz donde SeungMin solo quería sombras.
—No es tan simple, Felix —dijo SeungMin, casi en un murmullo—. Solo... prefiero que me dejen tranquilo, ¿sí?
Felix lo miró durante un largo rato, como si considerara si debía seguir insistiendo o dejarlo pasar. Finalmente, soltó un suspiro resignado, aunque su sonrisa burlona no desapareció del todo.
—Como quieras, Seung. Pero un consejo: la vida no siempre te va a dejar tranquilo solo porque lo pidas. A veces, la gente como Chan es exactamente lo que necesitas, aunque no lo sepas aún.
Las palabras de Felix quedaron flotando en el aire, pesadas y provocativas. SeungMin no respondió, pero en su mente, la imagen de Chan, con su sonrisa persistente y su actitud despreocupada, seguía molestándolo. Lo que Felix no entendía era que esa insistencia, esa luz que Chan proyectaba, lo empujaba hacia una incomodidad que no sabía cómo manejar.
SeungMin frunció el ceño ante las palabras de Felix, todavía sin entender por qué lo defendía tanto.
—¿Por qué lo defiendes? —preguntó con tono desafiante, sin poder ocultar la incomodidad que Chan le provocaba—. Ni siquiera parecen tan cercanos. Apenas los he visto hablar más allá de lo necesario.
Felix dejó escapar una risa suave, negando con la cabeza como si SeungMin acabara de decir algo ingenuo.
—¿Eso crees? —respondió Felix, levantándose del remo para acercarse a SeungMin, apoyándose contra una de las máquinas cercanas—. Chan y yo hemos sido mejores amigos desde que teníamos nueve años. No lo demostramos tanto en público porque no somos de esos que andan pegados todo el día. Pero todas las noches, cuando todo el mundo duerme, me escabullo en su habitación para charlar. Es nuestra pequeña tradición desde que éramos niños.
SeungMin se quedó en silencio por un momento. Las palabras de Felix lo tomaron por sorpresa. No imaginaba que hubiera una conexión tan profunda entre ellos, mucho menos una que existía en las sombras, lejos de los ojos de los demás.
—¿De verdad? —preguntó, un poco incrédulo—. No lo hubiera imaginado.
Felix asintió, con una sonrisa nostálgica en su rostro, como si estuviera recordando tiempos más simples.
—Sí. La verdad es que Chan y yo hemos pasado por mucho juntos. Especialmente en la adolescencia. —Felix se cruzó de brazos, su mirada perdida por un segundo mientras se sumergía en los recuerdos—. Chan, en su esplendor juvenil, era un mujeriego. Todo el equipo lo sabía. Ese carisma que ves en él ahora, ese mismo encanto, lo llevaba por todos lados como si fuera un imán. Atraía a todos. Chicas, chicos, cualquiera que se cruzara en su camino. Pero, como suele pasar, todo eso terminó cuando alguien le rompió el corazón.
SeungMin lo miró más atento ahora, intrigado por la historia que Felix comenzaba a contar. Sabía lo que era que te rompieran el corazón; tal vez, en eso, podría encontrar algo que lo acercara un poco más a entender a Chan.
—¿Le rompieron el corazón? —preguntó en voz baja, como si las palabras fueran casi una admisión de sus propios recuerdos dolorosos.
Felix asintió, su expresión cambiando a una mezcla de comprensión y tristeza.
—Sí. Fue en la universidad. Lo cambió por completo. Ya no es el mismo que coqueteaba con todo el mundo. Ahora lo ves más tranquilo, pero ese carisma, esa chispa en él, sigue ahí. Solo que la usa de una manera diferente. Chan no se rinde con las personas, no las deja ir fácilmente, y no es porque quiera algo a cambio. Es porque, cuando realmente le importa alguien, no sabe hacer otra cosa que intentar estar cerca. Ese es su verdadero encanto, su verdadero poder: su carisma.
SeungMin se quedó en silencio, digiriendo las palabras de Felix. Le costaba imaginar a Chan como ese mujeriego que Felix describía, pero al mismo tiempo, podía ver cómo su persistencia, esa luz constante, no era un mero juego sino algo más profundo.
—Tal vez... —murmuró SeungMin, casi para sí mismo—. Tal vez no lo odio. Solo... no sé cómo lidiar con él.
Felix sonrió, esa sonrisa de alguien que ya lo había entendido todo mucho antes que SeungMin.
—Nadie sabe, Seung. Pero no creo que puedas ignorarlo para siempre.
Felix, con una sonrisa traviesa que SeungMin ya había aprendido a temer, sacó su teléfono y empezó a teclear algo antes de que pudiera decirle que no lo hiciera.
—¿Qué haces? —preguntó SeungMin, sin poder ocultar la sospecha en su voz.
—Nada importante —respondió Felix con una sonrisa inocente, mientras miraba hacia la entrada del gimnasio—. Solo estoy arreglando algo.
SeungMin entrecerró los ojos, sabiendo que nada bueno podía salir de esa "inocente" expresión de Felix. Apenas unos minutos después, vio la figura familiar de Chan entrando al gimnasio, con su andar despreocupado y esa sonrisa que parecía iluminar la habitación.
—¡Hey, Chan! —lo llamó Felix, alzando la mano en un saludo entusiasta. Chan, sin pensarlo dos veces, se acercó a ellos, saludando a ambos con su habitual energía.
—¡Hey! ¿Qué tal va el entrenamiento? —preguntó Chan mientras se detenía frente a SeungMin y Felix. Su mirada se posó en el chico de cabello castaño, que trataba de mantener una expresión neutral, aunque el solo hecho de tenerlo tan cerca lo ponía nervioso.
—Todo bien, todo bien —respondió Felix, cruzando los brazos con esa sonrisa astuta que presagiaba problemas—. De hecho, estábamos hablando de ti.
SeungMin sintió que el corazón se le detenía por un segundo. Con su cara expresando lo descolocado que estaba miró a Felix con una mezcla de incredulidad y advertencia, pero este solo seguía sonriendo, como si no estuviera a punto de causar el mayor desastre del día.
—¿De mí? —Chan arqueó una ceja, divertido—. ¿Qué estaban diciendo?
—Oh, nada malo, no te preocupes —Felix rió y le dio una palmada en el hombro a Chan—. De hecho, SeungMin quería saber si estás libre esta noche.
SeungMin abrió los ojos de par en par, su mente volando en todas direcciones buscando cómo detener lo que sea que el rubio estaba planeando.
—¡Felix! —exclamó, con la voz un poco más alta de lo que había esperado—. Yo no...
Felix lo ignoró por completo, mirando a Chan con esa expresión triunfante de quien ya ha ganado la batalla.
—Pensé que sería una buena idea que los dos se conocieran mejor. Después de todo, ¡son compañeros de equipo! Y tú —dijo, señalando a Chan—, siempre estás diciendo que te gustaría pasar más tiempo con él. Así que, ¿por qué no salir juntos esta noche?
Chan, sorprendido al principio, se cruzó de brazos y miró a SeungMin con una sonrisa que irradiaba diversión. Era obvio que le encantaba la idea, y la incomodidad de SeungMin no hacía más que alimentar su entusiasmo.
—¿Una cita? —preguntó Chan, con una sonrisa aún más amplia, luciendo brillante y hermoso—. Suena bien. ¿Qué dices, SeungMin?
SeungMin se sintió atrapado, como si estuviera en medio de un incendio sin escapatoria. Su mente corría tratando de encontrar una excusa, cualquier excusa, pero las palabras simplemente no salían de su boca. En ese momento, la sonrisa de Felix, tan satisfecha consigo mismo, lo miraba como si ya hubiera logrado la victoria. Parecía tan orgulloso de sí mismo que casi era insoportable.
—No sé si... —comenzó a decir SeungMin, sin poder ocultar su nerviosismo.
—Claro que sí —interrumpió Felix, riendo—. Será divertido, te lo prometo.
Chan, aún divertido por la situación, le dio una palmada ligera en la espalda a SeungMin.
—Vamos, SeungMin, no seas tímido. Solo una cena. No mordemos... al menos, no todavía.
SeungMin sentía que se hundía más y más en el hoyo que Felix había cavado para él. Pero al mismo tiempo, una parte de él se daba cuenta de que no había forma de escapar de esta situación sin parecer infantil. Así que, con un suspiro resignado, asintió lentamente.
—Está bien —murmuró, sintiendo cómo la sonrisa de Chan se ensanchaba aún más—. Pero solo una cena. Nada más.
—¡Perfecto! —exclamó Felix, alzando los brazos como si acabara de ganar un trofeo—. Sabía que lo lograría. Ustedes me deben una por esto, ya verán.
Chan soltó una risa suave, mirando a Felix con gratitud antes de volver su atención a SeungMin.
—Será divertido, te lo prometo —dijo Chan, con esa luz juguetona en sus ojos—. Nos vemos esta noche entonces.
Antes de que SeungMin pudiera siquiera responder, Chan se dio la vuelta y se alejó, dejando a SeungMin con el corazón latiendo rápido y una mezcla de nervios y frustración. Felix, mientras tanto, lo observaba con satisfacción.
—Me debes una, SeungMin. Ahora solo relájate y diviértete. ¡Vas a agradecerme esto después!
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La hora finalmente había llegado. SeungMin, vestido con una camisa blanca simple y un par de jeans oscuros, se miraba en el espejo por última vez antes de escuchar el sonido del timbre de su departamento. Un nudo se había instalado en su estómago desde el momento en que Felix lo había empujado hacia esta "cita", y ahora, cuando finalmente debía enfrentarlo, el peso de la incomodidad se hacía más palpable. Dio un profundo suspiro, intentando calmarse, y caminó hacia la puerta.
Chan lo esperaba del otro lado, de pie y con una sonrisa despreocupada que solo hizo que el corazón de SeungMin latiera más fuerte de lo que ya lo hacía. Chan también estaba vestido para la ocasión, con una chaqueta ligera sobre una camiseta negra, y pantalones ajustados que resaltaban su figura atlética. Su actitud relajada contrastaba completamente con la tensión que SeungMin sentía.
—¿Listo? —preguntó Chan, con su habitual tono confiado.
SeungMin asintió en silencio, sin encontrar las palabras necesarias para responder. Chan lo guió hasta su auto, un sedán oscuro que reflejaba la noche a su alrededor. Kim se acomodó en el asiento del copiloto, mientras Chan tomaba el volante con esa facilidad que parecía gobernar todas sus acciones. Ninguno de los dos habló mientras Bang conducía a través de las calles tranquilas de la ciudad. El silencio entre ellos era espeso, pero SeungMin no podía dejar de notar cómo la luz de los faroles pasaba suavemente por el rostro de Chan, marcando sus facciones como sombras que danzaban a lo largo de su piel.
Cuando llegaron al restaurante, un lugar modesto pero acogedor, ambos salieron del auto en silencio, como si temieran romper esa barrera invisible que los separaba. Entraron, Chan siempre llevando esa característica sonrisa, una chica de mediana estatura y cabello negro les recibió y los acompañó a su mesa, al llegar, Bang tomó la silla ofreciéndola para que Seung se sentara, cosa que hizo, se sentaron, y ordenaron con rapidez. Y si era sincero, aquel gesto le maravilló a tal extremo de sentirse nervioso; JiHo nunca lo había hecho, y ahora que lo pensaba, era lindo.
La atmósfera del lugar era íntima, con luces cálidas que colgaban del techo y el suave murmullo de conversaciones a su alrededor. El ambiente debía ser relajante, pero SeungMin sentía que el aire era denso, lleno de palabras no dichas.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, SeungMin decidió romper el silencio. Lo miró directamente a los ojos, con una expresión seria y los labios ligeramente apretados.
—Me engañaste —soltó, sin rodeos, su tono directo cargado de una mezcla de decepción y molestia—. Incluso en tu nombre me mentiste.
La sonrisa en el rostro de Chan se desvaneció por un segundo. Lo miró con sorpresa, antes de que una risa suave y baja saliera de sus labios. SeungMin frunció el ceño, confundido por la reacción de Chan, que parecía encontrar humor en lo que había dicho.
—No te engañé —respondió Chan, moviendo la cabeza mientras una sonrisa regresaba lentamente a sus labios—. Mi nombre es Christopher, sí. Pero Chan es mi nombre coreano.
SeungMin lo miró con escepticismo, tratando de encontrar una traza de mentira en sus ojos. Chan, sin embargo, parecía completamente genuino, relajado, como si no entendiera del todo por qué SeungMin estaba tan molesto. Mientras la tensión en su pecho comenzaba a aflojarse un poco, SeungMin se dio cuenta de que había estado interpretando todo mal desde el principio.
—Christopher es tu nombre en inglés —murmuró SeungMin, repitiendo las palabras de Chan como si intentara darle sentido a algo que había asumido erróneamente.
Chan asintió, y su mirada se suavizó mientras lo observaba.
—Sí, lo es. Mi nombre completo es Bang Christopher Chan. Pero todos mis amigos más cercanos me llaman Chan. No quería engañarte, simplemente... no surgió la ocasión de explicarlo.
SeungMin no pudo evitar sentir un leve sonrojo subiendo por su cuello, como si la incomodidad de su malentendido ahora lo invadiera. El peso de su propio orgullo se hacía más fuerte, dándose cuenta de que había sido demasiado rápido en juzgarlo. Bajó la mirada, jugando con el borde de su servilleta, mientras un incómodo silencio volvía a apoderarse de la mesa.
—Lo siento —murmuró después de unos segundos. Sentía que la disculpa no era suficiente, pero era lo único que podía decir en ese momento.
Chan, sin embargo, lo tomó con facilidad. Sonrió suavemente y negó con la cabeza, restándole importancia a la situación.
—No hay nada que perdonar —dijo, inclinándose un poco hacia adelante en la mesa—. Todos cometemos errores. Pero dime algo, ¿por qué creías que te estaba engañando?
SeungMin no sabía cómo explicarlo. No era solo el nombre, era todo lo que Chan representaba para él en tan poco tiempo: confusión, insistencia, un caos que no estaba seguro de querer enfrentar. Cada interacción con Chan lo había dejado sintiéndose vulnerable, expuesto de una manera que no le gustaba. Y lo peor de todo, Chan parecía hacerlo sin esfuerzo alguno.
—No sé —comenzó a decir, su voz baja, casi temblorosa—. Supongo que me molesta cómo... eres tan insistente, y no sé cómo lidiar con eso.
Chan lo observó en silencio por un momento, como si estuviera analizando cada palabra que SeungMin decía, y luego, su expresión se suavizó aún más.
—¿Es eso lo que te molesta? —preguntó Chan, su tono cálido pero con una leve curiosidad—. Pensé que te molestaba por algo más. Pero si soy honesto... solo estoy siendo yo mismo.
SeungMin no pudo evitar sentir cómo su pecho se apretaba ante la sinceridad de Chan. Había esperado más defensiva, quizás hasta burla, pero no esta apertura tan desarmante. Miró hacia un lado, evitando los ojos de Chan, mientras intentaba procesar todo lo que sentía.
—Es solo que... no estoy acostumbrado a gente como tú —admitió finalmente—. A personas que no tienen miedo de ser así de abiertas.
Chan lo miró con comprensión y asintió, como si entendiera exactamente a lo que SeungMin se refería.
—Lo entiendo. Pero no te preocupes, SeungMin. No tienes que ser como yo. Solo quiero conocerte mejor. Sin presiones.
Esas palabras, "sin presiones", cayeron sobre SeungMin como un bálsamo. En ese momento, algo en su interior comenzó a relajarse, como si finalmente pudiera soltar el aire que había estado conteniendo durante días. Chan no estaba ahí para empujarlo a ser algo que no era; simplemente quería estar cerca de él.
La cena continuaba con un ritmo más relajado, el ambiente entre ellos había cambiado después de esa pequeña confesión. Chan seguía manteniendo la conversación ligera, hablando de temas triviales, intercalando anécdotas de su vida y algunas bromas que a veces hacían sonreír a SeungMin, aunque con cierta timidez. El peso del malentendido parecía haberse desvanecido y, por primera vez en la noche, SeungMin se sintió un poco más cómodo.
—Y luego, Felix se cayó de la bicicleta justo antes del entrenamiento —dijo Chan con una sonrisa—. Tuviste suerte de no verlo, fue vergonzoso para él, pero para nosotros fue el momento más divertido de la semana.
SeungMin sonrió ante la imagen en su cabeza. Mientras jugaba con los cubiertos, dejó escapar sin darse cuenta un comentario entre dientes.
—Te burlas mucho, pero suena como algo que también te pasaría a ti...
La frase salió tan natural y sin pretensión que ni siquiera se dio cuenta de lo que había dicho hasta que Chan soltó una fuerte carcajada. No una simple risa, sino una de esas que te sacuden el cuerpo y te hacen tirar la cabeza hacia atrás, riendo como un niño que se ha topado con el mejor chiste del mundo.
El eco de esa risa llenó el espacio entre ellos, y por un momento, SeungMin se quedó congelado, sorprendido, mirando a Chan con los ojos muy abiertos. No entendía qué había sido tan gracioso, pero la risa de Chan era contagiosa, tan pura y llena de vida, que SeungMin no pudo evitar sonreír más ampliamente.
—¡Eres gracioso! —dijo Chan, recuperando el aliento y limpiando una lágrima que se le escapó por la risa—. De verdad, no pensé que tuvieras ese tipo de humor.
La sorpresa se instaló en el rostro de SeungMin. Nadie le había dicho eso antes. Al menos, nadie que significara algo para él. Las palabras resonaron en su cabeza, y el eco de su risa aún seguía vibrando en el aire, cálido y acogedor. Por un instante, SeungMin se sintió... Bien. Pero esa sensación duró poco. La voz de su pasado regresó a él, y el recuerdo de JiHo se hizo presente como una sombra que empañaba ese momento.
JiHo nunca creyó que él fuera gracioso. Nunca le dijo que tenía sentido del humor o que algo que dijera fuera digno de una sonrisa, mucho menos de una carcajada. Al contrario, lo tachaba de aburrido, de monótono. "No tienes chispa", solía decir JiHo con una mueca, como si fuera algo que SeungMin no podía cambiar. Esas palabras siempre lo habían herido, como pequeñas dagas que se clavaban en su autoestima cada vez que las escuchaba.
"Aburrido."
De repente, la risa de Chan, que había sido como una brisa fresca, comenzó a transformarse en una oleada de emociones que lo empujaron de vuelta a ese lugar oscuro donde JiHo había dejado marcas en él ¿Era posible que Chan realmente lo encontrara divertido? ¿O solo estaba siendo amable, como todos parecían serlo con él? Después de todo, no era la primera vez que alguien lo halagaba solo por compromiso.
SeungMin desvió la mirada, su sonrisa se desvaneció lentamente, reemplazada por una expresión más apagada. Chan, notando el cambio en su semblante, inclinó la cabeza levemente, sin entender bien qué había causado el repentino bajón de su acompañante.
—¿Estás bien? —preguntó con un tono suave, genuino, preocupado.
SeungMin asintió, pero no pudo evitar que su mente siguiera arrastrándolo de vuelta a esas palabras hirientes de su relación pasada. Se lo había creído tanto tiempo, que le era difícil aceptar algo diferente ahora. La risa de Chan había sido la primera desde hacía mucho tiempo que lo hacía sentir algo positivo, algo que no estuviera envuelto en críticas o desprecio.
—Sí, solo... me sorprendió lo que dijiste —murmuró finalmente, su voz casi apagada.
—¿Qué cosa? —Chan lo miró curioso, aún con una sonrisa suave en los labios, como si quisiera hacerle ver que no había motivo para estar incómodo.
—Eso de que soy gracioso... —SeungMin frunció el ceño, como si le costara pronunciar las palabras—. Nadie me lo había dicho antes.
Chan alzó una ceja, visiblemente sorprendido por la confesión.
—¿De verdad? —preguntó, sin poder ocultar su asombro—. Bueno, pues te lo digo ahora: lo eres. Y bastante.
SeungMin lo miró, aún incrédulo. Era como si esperara que Chan se retractara, que dijera que solo estaba bromeando, pero no lo hizo. La sinceridad en su voz, la manera despreocupada en que lo decía, sin pensar demasiado en las palabras, hizo que algo dentro de SeungMin se agitara.
—Gracias —susurró, sin saber muy bien cómo procesarlo.
Chan simplemente le devolvió una sonrisa cálida y continuó comiendo, como si no fuera gran cosa. Pero para SeungMin, lo era. Era como si, por primera vez, alguien viera algo en él que él mismo no podía ver, algo que Park JiHo nunca había querido reconocer.
A medida que la cena continuaba, SeungMin intentaba sacudir esos pensamientos oscuros, pero era difícil. Cada palabra amable de Chan se sentía como un antídoto a las cicatrices que JiHo había dejado, pero al mismo tiempo, esas cicatrices resistían, recordándole lo vulnerable que era, lo fácil que había sido manipulado por alguien que se suponía debía quererlo.
Sin embargo, algo en la forma en que Chan lo miraba, con esa sonrisa suave, sin expectativas, sin juzgar, lo hacía sentir, por un momento, que tal vez no era tan aburrido como siempre creyó.
La cena había terminado, y mientras caminaban de regreso a la residencia, el ambiente entre ellos era completamente diferente al del inicio de la noche. Chan, quien al principio parecía mantener cierta reserva, ahora no podía dejar de hablar. Cada paso que daban hacia el edificio iba acompañado de alguna anécdota o broma que parecía no tener fin.
—Entonces, en ese momento, todo el equipo me miró como si fuera un bicho raro —decía Chan entre risas—. ¡Todo por intentar lanzar la pelota como si fuera un jugador de cricket! No te imaginas las caras que pusieron.
SeungMin sonrió, aunque sentía que el ritmo acelerado de la conversación lo mareaba un poco. La energía de Chan era como una corriente que no se detenía, y aunque le abrumaba, se sorprendía de lo fácil que era dejarse llevar por ella. Escuchaba atentamente, asintiendo y riendo en los momentos justos, mientras Chan continuaba hablando con entusiasmo sobre su tiempo en Corea.
—No fue tan fácil al principio, ¿sabes? Adaptarse a todo, a las costumbres, la gente... aunque ya me acostumbré a viajar —añadió Chan, con un tono más reflexivo, pero aún con una sonrisa en el rostro. Había algo en su voz que parecía sugerir que estaba dejando algo fuera de la historia, como si deliberadamente evitara mencionar algo importante.
SeungMin notó ese pequeño cambio en su tono, esa manera sutil en que Chan desviaba ciertos detalles, pero decidió no presionar. No era el tipo de persona que forzara a alguien a hablar más de la cuenta, especialmente después de todo lo que había pasado en su propia vida. Sin embargo, se sentía un poco más valiente esta noche, quizás por la calidez de la compañía, y soltó un comentario mientras caminaban juntos bajo las luces suaves de la ciudad.
—Supongo que no todo fue fácil, ¿verdad? —preguntó, con esa voz baja y tranquila que lo caracterizaba.
Chan lo miró de reojo, pero su sonrisa no flaqueó. Era como si SeungMin hubiera tocado un hilo sensible, uno que Chan no estaba dispuesto a desenredar tan fácilmente.
—Oh, bueno, ya sabes cómo son las cosas —dijo Chan, encogiéndose de hombros—. Uno siempre se las arregla, de una forma u otra.
SeungMin asintió lentamente, dejando que la conversación volviera a fluir sin apretar más el tema. Por su parte, sus aportaciones a la charla eran breves, pequeñas palabras lanzadas aquí y allá como si no quisiera interrumpir el ritmo. Chan, por otro lado, se había convertido en una máquina de bromas y anécdotas, llenando cada segundo de silencio con alguna historia de sus viajes o de su tiempo como jugador.
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La caminata de regreso a la residencia estaba acompañada por la brisa suave de la noche. El ambiente entre SeungMin y Chan era ligero, diferente a como había comenzado la noche. Ambos parecían más cómodos, las tensiones iniciales se habían disipado, y ahora solo quedaba la compañía del otro, sin demasiadas expectativas, solo disfrutando el momento.
Chan rompió el silencio primero, con una sonrisa burlona en sus labios.
—¿Sabías que Felix no conocía a James Taylor? —dijo, negando con la cabeza—. ¿Lo puedes creer? Mi cantante favorito y ni siquiera sabía quién era.
SeungMin se detuvo un segundo, sorprendido por la revelación, y luego sonrió, sintiéndose repentinamente más cercano a Chan. James Taylor también había sido uno de sus favoritos durante años, la nostalgia que sus canciones evocaban siempre lo había acompañado en los momentos más duros.
—¿James Taylor? —respondió SeungMin, su voz algo más animada—. Yo soy fan de él también. Tengo todos sus discos, desde el primero hasta los últimos. No puedo creer que Felix no lo conozca.
Chan lo miró con ojos brillantes, como si acabara de descubrir algo emocionante.
—¿En serio? Nunca había conocido a alguien que tuviera tantos discos de James como yo —dijo, con una risa suave—. ¿Y cuál es tu canción favorita de él?
SeungMin sonrió, sin dudar.
—Don't Let Me Be Lonely Tonight —respondió, sintiendo una oleada de calidez al recordar la melodía—. Hay algo en esa canción, en la forma en que canta sobre el miedo a la soledad, que siempre me toca profundamente.
Chan asintió, claramente impresionado.
—Esa es una de mis favoritas también. Tiene algo tan real, tan honesto, ¿no crees? —dijo, su voz más suave ahora—. La manera en que James Taylor expresa la vulnerabilidad... es algo que no muchos pueden hacer.
El intercambio de palabras hizo que el momento fuera aún más especial, como si hubiera un entendimiento tácito entre ellos, una conexión silenciosa que ambos compartían sin necesidad de explicarla. Era curioso cómo una simple conversación sobre música podía hacer que todo se sintiera más íntimo, más cercano.
—Felix definitivamente se lo está perdiendo —comentó SeungMin, soltando una pequeña risa.
—Totalmente —respondió Chan, riendo también, sus ojos brillando con diversión—. Tendré que educarlo en buena música la próxima vez que hable con él.
Ambos se rieron, continuando su camino hacia la residencia, pero la conversación sobre James Taylor había dejado algo más en el aire: una sensación de complicidad, de compartir algo más que palabras.
Cuando llegaron a la entrada del edificio, SeungMin miró a Chan con una nueva apreciación. La velada había sido más de lo que esperaba, y ahora, mientras el viento nocturno soplaba suavemente, no pudo evitar sentirse un poco más conectado, un poco más... dispuesto a dejar entrar a alguien en su vida otra vez.
El eco de las palabras de Chan aún resonaba en la mente de SeungMin mientras caminaban de regreso hacia la residencia. Esa ligera conversación sobre James Taylor, sobre su canción favorita, había hecho que algo en su interior se removiera, despertando pensamientos que había tratado de ignorar durante mucho tiempo.
"Don't Let Me Be Lonely Tonight".
Era extraño, pensó SeungMin, que una canción aparentemente simple pudiera tener tanto poder sobre él. Era un hombre de pocas palabras, alguien que no se sentía cómodo expresando abiertamente sus emociones, y esa canción había sido su refugio, una melodía en la que había encontrado consuelo cuando todo lo demás parecía caótico.
—¿Por qué te gusta tanto esa canción? —le había preguntado JiHo en varias ocasiones, siempre con un tono de desconcierto.
JiHo nunca entendió, nunca pudo comprender la razón detrás de la fascinación de SeungMin por esa melodía. Para su exnovio, la canción era lenta, melancólica, carente de la intensidad que solían buscar en las canciones que escuchaban juntos. SeungMin lo había intentado explicar una y otra vez, pero era como hablarle a una pared. JiHo no quería escuchar, o tal vez no podía.
JiHo prefería las canciones que hablaban de victoria, de superación, de lucha. Era irónico, pensó SeungMin mientras caminaba al lado de Chan, que en sus dos años de relación, él nunca había sentido que esas canciones de triunfo aplicaran a su vida. Con JiHo todo siempre había sido un constante tirar y aflojar, un juego en el que SeungMin era el que más cedía. A su lado, nunca se sintió lo suficientemente fuerte, lo suficientemente capaz, como para reclamar una victoria. Así que, en secreto, se refugiaba en las baladas melancólicas de James Taylor.
Las palabras de "Don't Let Me Be Lonely Tonight" lo golpeaban en su centro más vulnerable. Había algo en esa súplica silenciosa, ese deseo desesperado de no pasar la noche en soledad, que lo hacía sentir comprendido. Cada vez que la escuchaba, era como si James Taylor hablara directamente a su corazón, articulando lo que él mismo no podía decir en voz alta. La canción no solo era un reflejo de su miedo a la soledad, sino también un espejo de su relación con JiHo.
"Do me wrong, do me right, tell me lies but hold me tight..."
Cada una de esas palabras le recordaba los momentos con JiHo, las noches en las que se quedaba en silencio mientras su pareja le lanzaba comentarios hirientes, y aun así, buscaba su abrazo. JiHo tenía una facilidad para hacer que SeungMin se sintiera pequeño, para cuestionar su masculinidad y su valor con palabras punzantes, pero había algo en él que lo mantenía atado, algo en esa relación que lo hacía regresar siempre, como si el miedo a estar solo fuera más fuerte que el dolor de estar con alguien que no lo entendía.
Chan, caminando a su lado, hablaba sobre trivialidades, sobre cómo había descubierto a James Taylor cuando era niño, sobre cómo había cantado sus canciones en momentos difíciles. SeungMin lo escuchaba, pero estaba atrapado en sus propios recuerdos, en esa maraña de pensamientos que lo llevaba de vuelta a las tardes con JiHo, cuando intentaba poner la canción y JiHo simplemente la apagaba, insistiendo en que escucharan algo más alegre, algo más "vital".
Pero para SeungMin, "Don't Let Me Be Lonely Tonight" era precisamente eso: vital. Era una confesión de vulnerabilidad, un recordatorio de que no estaba solo en su miedo al abandono, en su deseo desesperado de conexión. Sin embargo, lo que más lo marcaba no era solo el contenido de la canción, sino el hecho de que JiHo nunca quiso escucharla, nunca quiso adentrarse en ese espacio de fragilidad que SeungMin habitaba. Para JiHo, la vida era un constante ascenso, una lucha para ser mejor, para ser más fuerte. Y cualquier debilidad, cualquier indicio de fragilidad, era visto como una amenaza.
SeungMin nunca fue fuerte a los ojos de JiHo. Siempre fue demasiado sensible, demasiado fácil de herir, demasiado... emocional. Las palabras de su exnovio resonaban en su cabeza, cada vez que se miraba al espejo y se veía a sí mismo tratando de encajar en esa idea de lo que JiHo quería que fuera.
—¿Por qué siempre tienes que ser tan aburrido, SeungMin? —le había dicho JiHo una vez, después de una pelea, con esa expresión de desdén que tanto conocía—. Siempre estás escuchando esas canciones tristes y melancólicas, como si el mundo se fuera a acabar. A veces, de verdad no sé qué hago contigo.
Esas palabras se le habían quedado grabadas en la mente. No había sido una pelea más, no había sido un simple comentario. Fue como una daga clavada en su autoestima, una confirmación de lo que siempre había temido: que él no era suficiente.
Y sin embargo, seguía volviendo a esa canción, una y otra vez. Era como si al escucharla, pudiera encontrar una parte de sí mismo que JiHo nunca pudo aceptar, una parte que anhelaba ser vista, ser comprendida, ser amada por lo que era, y no por lo que debía ser. Cada vez que la ponía en sus auriculares, era como si le dieran permiso para sentir, para llorar si lo necesitaba, para ser vulnerable sin ser juzgado.
Mientras subían las escaleras hacia la residencia, Chan seguía hablando, pero SeungMin apenas escuchaba. Estaba inmerso en sus propios pensamientos, en esa batalla constante que había librado durante dos años con JiHo, intentando encontrar un equilibrio entre lo que quería y lo que se suponía que debía ser.
Había noches en las que se quedaba despierto, después de una pelea, mirando al techo y escuchando "Don't Let Me Be Lonely Tonight" en bucle. Las lágrimas se acumulaban en sus ojos, pero nunca llegaban a caer, atrapadas por esa sensación de vacío, de incertidumbre. Quería que JiHo lo entendiera, que viera más allá de su fachada, que lo aceptara con todas sus inseguridades. Pero eso nunca pasó. Para JiHo, SeungMin siempre fue una carga, alguien que necesitaba demasiada atención emocional, alguien que no encajaba en su idea de una relación perfecta.
—No eres lo suficientemente hombre —le había dicho en más de una ocasión, cuando SeungMin se quebraba, cuando mostraba alguna señal de debilidad.
Esas palabras habían sido lo más doloroso de su relación. Cada vez que las escuchaba, era como si algo en su interior se rompiera, como si el suelo bajo sus pies se desmoronara. ¿Qué significaba ser lo suficientemente hombre? ¿Por qué su vulnerabilidad era vista como una falla? Esas preguntas lo atormentaban, pero nunca las compartió con JiHo, porque sabía que nunca las entendería.
Y ahora, mientras caminaba junto a Chan, pensó en cómo había sido su vida antes de conocerlo, cómo había intentado llenar el vacío que JiHo había dejado. Chan era diferente. No lo juzgaba, no lo criticaba por ser quien era. SeungMin podía sentir esa diferencia, aunque le costara aceptarla completamente. Con JiHo, siempre había sentido que debía ser otra persona, alguien más fuerte, más seguro de sí mismo. Pero con Chan... las expectativas no eran tan pesadas.
Finalmente, llegaron a la puerta del departamento de SeungMin. El aire fresco de la noche les acariciaba la piel, y aunque la conversación había sido ligera, había una sensación de intimidad en la manera en que se miraban en silencio. Chan parecía a punto de decir algo más, pero en lugar de eso, sonrió una vez más.
—Bueno, supongo que es hora de despedirnos —dijo Chan, cruzando los brazos, como si intentara hacer la despedida menos incómoda, fingiendo estar tranquilo, sin realmente estarlo.
—Sí, supongo que sí —respondió SeungMin, sintiendo cómo el mareo de tantas palabras aún flotaba en su cabeza.
—Gracias por la cita —dijo SeungMin finalmente, con una sonrisa genuina.
Chan lo miró con una expresión cálida, esa sonrisa suya que siempre parecía iluminar cualquier espacio.
—No fue nada —respondió, su tono ligero pero con un toque de sinceridad—. Solo espero que no sea la última.
—Nos vemos mañana —dijo, dándole un pequeño golpe en el hombro antes de girar y alejarse.
SeungMin entró en su departamento y cerró la puerta, apoyando la espalda contra la madera mientras suspiraba profundamente. Los recuerdos de JiHo seguían ahí, arraigados en su mente, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que tal vez, solo tal vez, podría dejarlos atrás.
SeungMin sonrió, pero en su interior, algo le decía que, en efecto, esa no sería la última vez que compartirían algo especial.
Finalmente, llegaron a la puerta del departamento de SeungMin. El aire fresco de la noche les acariciaba la piel, y aunque la conversación había sido ligera, había una sensación de intimidad en la manera en que se miraban en silencio. Chan parecía a punto de decir algo más, pero en lugar de eso, sonrió una vez más.
Ambos se quedaron mirándose un segundo más, como si esperaran que algo más ocurriera, sus corazones gritando sin ser escuchados. Pero al final, SeungMin giró la llave y entró en su departamento, sintiendo el eco de las palabras de Chan flotando en el aire.
Cuando SeungMin cerró la puerta de su departamento, el silencio lo envolvió de inmediato, como una manta pesada que caía sobre sus hombros. Se dejó caer en el sofá, mirando fijamente al techo, pero su mente estaba en otra parte. El eco de la noche recién vivida con Chan seguía fresco en su cabeza, pero a pesar de todo, algo oscuro, una sombra persistente, todavía lo perseguía.
JiHo.
No importaba cuántos meses habían pasado desde su ruptura. Las palabras de su exnovio seguían siendo como fantasmas que rondaban en su interior, apareciendo en los momentos más inesperados para recordarle que aún estaba roto por dentro. JiHo había dejado marcas que SeungMin no sabía cómo borrar, cicatrices que parecían abrirse cada vez que su mente divagaba por los recuerdos del pasado.
La cita con Christopher había sido, en muchos sentidos, ligera, sin pretensiones. Habían hablado, reído y compartido una buena cena. Chan había sido el perfecto compañero: simpático, carismático, alguien que sabía cómo hacer que SeungMin se sintiera cómodo, incluso cuando él mismo luchaba contra las paredes que había construido. Sin embargo, cada sonrisa, cada broma compartida, era como una pequeña aguja que pinchaba esa herida latente que JiHo había dejado. Porque, en el fondo, SeungMin no podía evitar preguntarse si realmente merecía ese tipo de felicidad.
"Nunca serás suficiente."
Las palabras de JiHo regresaban con fuerza, como una bofetada en la oscuridad. Habían sido repetidas tantas veces que se habían convertido en parte de la voz interna de SeungMin, una narrativa que lo envenenaba cada vez que intentaba avanzar, cada vez que trataba de abrirse a alguien más. No importaba cuán amable o paciente fuera Chan, esa pequeña voz seguía susurrando en el fondo de su mente, recordándole que, para alguien, él nunca había sido suficiente.
SeungMin cerró los ojos y se dejó caer más en el sofá, sintiendo la familiar opresión en su pecho. Recordó las veces que había intentado explicarse ante JiHo, las veces que había intentado demostrarle que lo que él era —emocional, vulnerable, sensible— no era una debilidad. Pero JiHo nunca lo vio así. Para él, SeungMin siempre fue "demasiado". Demasiado callado, demasiado dependiente, demasiado... aburrido.
—No entiendo qué haces todo el día pensando en esas cosas. ¿Por qué no puedes simplemente relajarte y disfrutar? Es como si siempre estuvieras preocupado por algo. Es agotador.
Esas palabras habían sido un golpe bajo, y a pesar de todo, SeungMin se había quedado. Se había quedado porque pensaba que era lo mejor que merecía, porque había creído que estar con alguien que lo hacía sentir pequeño era mejor que estar solo. Y ahora, mientras las risas y la charla de la noche con Chan resonaban en su mente, esa vieja inseguridad volvía a aflorar.
La cita había sido perfecta en muchos sentidos, pero había sido imposible disfrutarla plenamente, porque, incluso en los momentos más simples, su mente volvía a las críticas de JiHo, a esas veces en las que lo habían hecho sentir insuficiente. Recordaba cómo JiHo se había burlado de su gusto por las baladas de James Taylor, cómo lo había tachado de "anticuado" por preferir música lenta y melancólica. Cómo nunca había encontrado valor en las cosas que a SeungMin realmente le importaban.
Aquella canción que había mencionado esa noche, ahora sonaba en su cabeza. Era casi irónico que esa fuera la canción que más lo reconfortaba, porque, en muchos sentidos, había vivido tanto tiempo en soledad emocional que esa súplica de no estar solo le resultaba extrañamente familiar. JiHo nunca entendió esa canción, ni por qué significaba tanto para SeungMin. Para él, era solo otra pieza triste de música, algo que simplemente no merecía atención.
—Siempre te aferras a las cosas tristes. No entiendo cómo puedes escuchar eso todo el tiempo.
JiHo había sido un maestro en minimizar sus sentimientos, en hacer que SeungMin se sintiera como si sus emociones fueran insignificantes. Ahora, incluso mientras Chan estaba intentando construir algo nuevo con él, esas cicatrices del pasado seguían interfiriendo, enredándose en sus pensamientos y recordándole que abrirse a alguien era peligroso, que dejarse ver por completo era arriesgarse a ser herido otra vez.
El peso de esas palabras le había llevado años comprender. JiHo no solo lo había criticado por su música o por su manera de ser; lo había moldeado, lentamente, hasta que SeungMin llegó a creer que sus propias preferencias eran defectos. Ahora, cada vez que intentaba soltarse, cada vez que Chan lo hacía reír o sentirse cómodo, era como si algo lo detuviera, como si esas palabras le recordaran que no era lo suficientemente bueno para ser feliz.
SeungMin suspiró, abriendo los ojos y mirando al techo de su apartamento. Sentía la desconexión entre lo que deseaba y lo que creía merecer. Por un lado, quería darle una oportunidad a esa cercanía que parecía estar floreciendo con Chan. Pero, por otro lado, estaba ese miedo latente de volver a caer en los mismos patrones, de volver a confiar en alguien que lo acabaría rompiendo.
JiHo le había robado más que solo su confianza. Le había quitado la creencia en su propio valor. Había hecho que SeungMin dudara de cada una de sus decisiones, hasta las más pequeñas, como si no pudiera confiar en sí mismo para saber lo que era bueno o malo para él. Y ahora, aunque quería avanzar, aunque Chan parecía ser todo lo que JiHo no había sido, ese temor seguía ahí, envolviendo su corazón.
Las noches con JiHo siempre habían terminado igual: con SeungMin en silencio, escuchando su música a solas, mientras su exnovio se iba a dormir molesto o indiferente. Nunca hubo un intento real de comprensión, nunca hubo un esfuerzo por ver más allá de las diferencias. Y ahora, cuando SeungMin pensaba en esas noches, no podía evitar preguntarse si alguna vez habría podido cambiar algo.
Con Chan, todo se sentía diferente. Era más ligero, más natural. No había presión para ser algo que no era. Pero el miedo seguía ahí, una sombra que no podía sacudirse fácilmente.
"¿Cuánto tiempo más vas a cargar con esto?" se preguntó SeungMin a sí mismo, mirando las sombras en el techo. ¿Cuánto tiempo más dejaría que las palabras de JiHo lo atormentaran? Porque, en el fondo, sabía que JiHo ya no formaba parte de su vida. El problema era que las cicatrices que había dejado aún lo hacían sentir como si no fuera digno de una conexión real.
La voz de Chan, sus bromas y su risa, todo había sido un bálsamo esa noche, pero SeungMin no podía evitar sentirse atrapado entre dos mundos: el del dolor que JiHo le había causado y el de la posibilidad de algo nuevo con Chan. Sabía que, eventualmente, tendría que elegir dejar ir una cosa para abrirse a la otra. Pero esa noche, mientras el eco de "Don't Let Me Be Lonely Tonight" resonaba en su cabeza, aún no estaba seguro de cómo dar ese paso.
El reloj marcaba la medianoche, y el silencio era profundo en su apartamento. A pesar de todo lo que había cambiado, una parte de SeungMin seguía aferrándose a esa vieja versión de sí mismo, la que había sido moldeada por JiHo, la que tenía miedo de ser vista como débil o insuficiente. Pero otra parte, una pequeña chispa, comenzaba a creer que tal vez, solo tal vez, merecía algo más.
Los días comenzaron a deslizarse como arena entre los dedos de SeungMin, sin que él siquiera notara su pasar. Las horas antes llenas de la densa niebla de recuerdos dolorosos, se iban aclarando, dejando espacio para un aire más ligero y respirable. Antes, era como si cada momento de calma estuviera contaminado por el fantasma de JiHo, pero ahora, esas sombras se volvían más débiles, disolviéndose como la bruma al amanecer.
Ya no estaba atrapado en el espiral de pensamientos amargos que JiHo había dejado tras su partida. El eco de sus palabras, que antes resonaba incesante en su mente, ahora era solo un susurro distante, como el lejano rugido de una tormenta que había perdido su furia. Esa presencia que lo perseguía con cada paso, ese constante recordatorio de todo lo que no era, poco a poco fue cediendo terreno. No desapareció de golpe, pero la presión fue disminuyendo, dejando más espacio para algo nuevo, algo distinto.
Chris.
Al principio, el nombre de Chan solo había sido eso: un nombre más, un compañero en el equipo. Pero, como el sol que lentamente calienta la piel tras una noche fría, la presencia de Chan había comenzado a colarse en sus pensamientos. Su sonrisa fácil, sus gestos despreocupados, y esas pequeñas atenciones que siempre parecían surgir en los momentos exactos empezaban a ocupar el espacio que antes pertenecía a JiHo. Sin darse cuenta, Chris había comenzado a filtrarse en sus días de una manera diferente, una manera que SeungMin no había anticipado.
Antes, su mente se quedaba atrapada en los detalles insignificantes de sus interacciones con JiHo, en los gestos que nunca fueron lo suficientemente buenos, en las conversaciones que terminaban en silencio incómodo. Pero ahora era diferente; ahora sus pensamientos se llenaban de las bromas despreocupadas de Chan, de los momentos ligeros compartidos entre entrenamientos, o de los instantes en los que lo veía desde lejos y sentía, por primera vez en mucho tiempo, una chispa de curiosidad.
Era un cambio tan sutil como el giro de las estaciones, casi imperceptible, pero con cada día que pasaba, SeungMin se encontraba pensando más en Chris y menos en JiHo. Las cicatrices que había dejado su relación anterior seguían ahí, pero ya no sangraban con la misma intensidad, ya no eran el centro de su vida. Ahora, había algo más, algo que le daba una sensación de calidez que no había sentido en mucho tiempo.
Chris aparecía en su mente en los momentos más inesperados, como una melodía que no podía sacarse de la cabeza. Sus risas, sus palabras, incluso la forma en que fruncía el ceño cuando estaba concentrado, todo eso se había colado en su vida con una facilidad asombrosa. Y aunque aún no lo entendía del todo, una parte de él comenzaba a aceptar que tal vez, solo tal vez, era el momento de dejar que algo nuevo floreciera.
El fantasma de JiHo ya no lo rondaba con la misma intensidad. Ahora, los pensamientos que invadían su mente llevaban otro nombre, una sonrisa diferente, y la promesa de algo por descubrir.
Los días empezaron a tomar un ritmo diferente, como si el paso del tiempo se deslizara con una cadencia nueva, más ligera. Las interacciones que antes parecían ser esporádicas ahora eran constantes. Los saludos tímidos en los pasillos de la residencia se convirtieron en charlas rápidas, y esas charlas en salidas improvisadas. SeungMin y Chris se veían más a menudo, como si algo en la gravedad de sus mundos los atrajera uno hacia el otro, sin esfuerzo.
El Seven Eleven se convirtió en su refugio nocturno, un lugar donde las palabras fluían más fácil bajo la luz amarilla y tenue del local, donde los pequeños momentos se volvían íntimos sin la presión de las expectativas. Allí, entre estantes de comida instantánea y bebidas energéticas, sus conversaciones eran ligeras pero significativas. Chris siempre tenía alguna broma o comentario ingenioso para arrancarle una sonrisa a SeungMin, y aunque al principio trataba de ocultar lo que sentía, poco a poco fue cediendo. La naturalidad con la que Chan hablaba, la forma en que lograba convertir cada encuentro en algo divertido y sin complicaciones, hacía que SeungMin bajara la guardia sin darse cuenta.
No era extraño que, después de esos encuentros nocturnos, SeungMin volviera a su departamento con una sensación diferente, como si algo dentro de él hubiera cambiado un poco. El dolor y la tensión que antes lo acompañaban como una sombra, ahora eran reemplazados por una leve sensación de anticipación.
Las mañanas, en cambio, traían una rutina que se sentía renovada. SeungMin había hecho del gimnasio su refugio matutino, y a menudo se encontraba entrenando junto a Felix, quien se había convertido en uno de sus amigos más cercanos. Las bromas de Felix eran una constante, especialmente cuando Chan aparecía por allí.
Mientras SeungMin y Felix entrenaban en el gimnasio, el ambiente se llenaba del sonido rítmico de pesas y de risas ligeras. SeungMin se concentraba en su rutina, pero Felix no dejaba pasar la oportunidad de molestarle, como era habitual.
—¿Y bien? —preguntó Felix con una sonrisa pícara, mientras hacía una pausa entre series—. ¿Cuándo vas a admitirlo?
SeungMin, sin dejar de levantar las pesas, rodó los ojos, claramente anticipando hacia dónde se dirigía la conversación.
—No tengo ni idea de qué hablas —respondió con un tono ligero, tratando de evitar el tema.
Felix no se dio por vencido. Su tono bromista y su actitud juguetona eran algo con lo que SeungMin ya estaba familiarizado.
—Oh, claro que sí sabes —Felix insistió, apoyándose en la máquina de ejercicios, observando atentamente a SeungMin—. Tú y Chan... Vamos, la tensión es tan obvia que podría cortarse con un cuchillo.
—Deja de decir tonterías —replicó SeungMin, esforzándose por mantener la neutralidad en su voz.
Pero Felix no se detuvo ahí, su sonrisa traviesa se ensanchaba con cada palabra.
—No es tontería, amigo. Tú no lo ves porque estás muy ocupado fingiendo que no pasa nada. —Felix hizo una pausa para lanzar un guiño—. Pero todos los demás ya lo notamos.
SeungMin, en un intento de no darle más cuerda, solo negó con la cabeza y se centró en sus ejercicios. Sabía que, si dejaba que Felix siguiera, la conversación no tendría fin.
—¿Sabes qué es gracioso? —continuó Felix, ignorando el silencio de SeungMin—. A Chan le gusta lo que ve. ¡Te busca todo el tiempo! Y tú, mientras tanto, te haces el difícil.
SeungMin soltó una risa nerviosa, pero no dijo nada. Felix, como buen amigo que era, sabía cuándo había dado en el clavo, y no iba a dejar pasar la oportunidad.
—Mira, no digo que tengas que hacer algo ya, pero... ¿cuántas veces vas a esquivar mis preguntas? —Felix alzó una ceja, esperando una respuesta.
SeungMin se quedó en silencio por un momento, tratando de no mostrar ninguna emoción que delatara lo que sentía realmente. Sabía que Felix tenía razón, al menos en parte. Pero no estaba listo para admitirlo, no todavía.
—Esquivo lo que me da la gana —respondió finalmente, forzando una sonrisa.
Felix rió, satisfecho con la evasión de su amigo.
—Lo que tú digas —respondió, aunque su sonrisa decía claramente que no se creía ni una palabra—. Pero me tienes aquí para cuando estés listo para contarlo.
SeungMin comenzó a notar el cambio en sí mismo casi sin darse cuenta, como un río que suavemente moldea las rocas a lo largo del tiempo. El peso del pasado no desapareció de golpe, pero en la tranquilidad de sus nuevos días, comenzó a sentirse menos opresivo, menos asfixiante. Era como si cada amanecer trajera consigo un respiro más profundo, más liviano. Las mañanas comenzaban temprano en el gimnasio, con Felix lanzando sus bromas habituales, sus risas retumbando en el eco metálico del lugar. El sudor, el esfuerzo físico, y la camaradería entre los compañeros de equipo tenían un efecto sanador que SeungMin nunca hubiera esperado.
Felix era un catalizador importante en todo este proceso, aunque probablemente no se diera cuenta. Sus bromas incesantes, su actitud relajada y su habilidad para no tomarse nada demasiado en serio eran exactamente lo que SeungMin necesitaba, aunque nunca lo hubiera pedido. Felix llenaba el espacio de luz y risas, haciendo que los días se sintieran menos grises, menos como un recordatorio constante de los errores del pasado. Cada vez que Felix le lanzaba una broma o una provocación, SeungMin sonreía sin darse cuenta. Esa sonrisa, que antes era algo forzado o reservado, se iba haciendo más frecuente, más genuina.
Luego estaba Bang Chan. Chan, con su aura tranquila pero enérgica, su risa contagiosa y su atención constante a los detalles. Chan tenía una manera especial de estar presente, de hacer que SeungMin se sintiera visto y escuchado, incluso cuando no decían una palabra. Aunque no hablaban directamente sobre las sombras del pasado, el simple hecho de estar cerca de él le daba a SeungMin un sentido de normalidad que tanto necesitaba. Chan lo miraba con ojos que no juzgaban, como si el pasado no tuviera ningún peso en lo que eran en ese momento, y eso le daba la libertad de ser solo SeungMin.
Los días con ellos dos estaban llenos de pequeños momentos que, sin saberlo, lo iban sanando. Una tarde en el gimnasio, una conversación trivial en el comedor, una broma compartida al final de un partido. Momentos insignificantes en apariencia, pero que se acumulaban poco a poco, desplazando el dolor y la culpa que antes parecían inmovibles. El dolor de JiHo, las heridas de sus palabras duras y sus desprecios, comenzaron a desvanecerse. No era un olvido rápido o drástico, sino una lenta erosión de las cicatrices, como el viento que suavemente pule las aristas de una roca con el paso del tiempo.
SeungMin, que antes había vivido atrapado en una jaula de sus propios pensamientos, comenzó a descubrir que el mundo fuera de esos barrotes era más amplio y más brillante de lo que recordaba. Sentía, por primera vez en mucho tiempo, que podía bajar la guardia sin miedo. Que no todos lo iban a herir o juzgar. Felix y Chan, sin darse cuenta, le estaban enseñando a confiar nuevamente en las personas, a aceptar que no todas las relaciones estaban condenadas a repetir el ciclo doloroso de su pasado.
Había tardes en las que SeungMin se encontraba simplemente observando a sus compañeros de equipo reír o bromear entre ellos, y una calidez se asentaba en su pecho. Esa era la diferencia: la calidez. Un sentimiento que había olvidado por completo en los últimos años de su vida, pero que ahora comenzaba a reconocer de nuevo. Ya no estaba atrapado en el frío gélido de los recuerdos tóxicos de JiHo; ahora, había un calor que lo envolvía, incluso si aún le costaba dejarse llevar completamente.
Había noches en las que aún se encontraba pensando en JiHo, en las palabras venenosas que había soportado, en las veces que se sintió insuficiente o incorrecto por ser quien era. Pero esas noches eran menos frecuentes ahora. En lugar de sumergirse en esos recuerdos, pensaba en las conversaciones con Felix, en las risas compartidas con Chan, en el alivio que sentía cada vez que alguien le tendía la mano sin esperar nada a cambio.
SeungMin no estaba completamente curado, pero había algo en el ambiente en el que se encontraba, algo que suavizaba sus días y le hacía sentir que el futuro no tenía que ser tan oscuro como lo había imaginado. Y aunque el proceso de dejar atrás el pasado era lento, lo importante era que avanzaba. A veces, lo único que se necesita es el primer paso para poder dejar de cargar con el peso de todo lo que duele.
"Hay heridas que solo el tiempo y la risa pueden sanar, y a veces, lo que más necesitamos no es olvidar el dolor, sino aprender que el presente puede ser más fuerte que el pasado".
Esta frase se quedaría grabada en la mente de SeungMin, y tal vez, también en la de todos los que, como él, habían estado enredados alguna vez en los hilos de una relación tóxica. Porque, en el fondo, el corazón siempre encuentra la manera de empezar de nuevo, incluso cuando uno pensaba que ya no era posible.
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