
𝘤𝘩𝘢𝘳𝘱𝘦𝘳 𝘵𝘸𝘦𝘯𝘵𝘺-𝘵𝘸𝘰
ENOUGH
Tomó asiento al lado de su padre, dejando que Nigel permaneciera lo más alejado posible de ellos. Su hermana estaba sentada frente a ella, manteniendo el comportamiento que sabía que enorgullecía a sus padres.
Respiró ondo y llegó a la conclusión de que esto no sería ni rápido, ni liviano, ni ameno. Debería soportarlo y luego podría volver a la tranquilidad de su vida.
Aquel meneó que realizaba con su pierna para canalizar su nerviosismo, volvió a hacerse presente mientras escuchaba la conversación en la mesa. Trataba de seguir el hilo de Anna hablando de como le iba en la escuela de enfermería, pero simplemente no podía concentrarse en escuchar más de cinco palabras que tuvieran un significado entre sí.
La mano de Nigel volvió a deslizarse por su pierna inquieta, haciendo que el movimiento cesará. Ambos se miraron.
—Is something wrong? —susurró para ambos.
Sacudió la cabeza hacia los lados.
—Sure? —insistió.
—Estoy bien, no te preocupes —le sonrió.
Él devolvió el gesto, dejando que Gillian tomara su mano.
Ray apareció para dejar el almuerzo en medio de la mesa, tomando asiento entre Anna y Nigel, dedicándole una media sonrisa a ella. Su padre tomó la fuente y se sirvió una ración, pasándola a su madre y llegando a ella para el final. No tenía mucha hambre, así que se sirvió muy poquito y lo dejó en el centro de la mesa otra vez. Fingió que no notó que Nigel se había dado cuenta de eso.
—Esa es mi hija —mencionó su padre, aquello los trajo nuevamente a la realidad—, serás una excelente enfermera algún día.
Ella agradeció el cumplido, antes de que se dirigieran a Ray con sus preguntas. Escuchando la conversación, aquel par parecía tener la vida perfecta, pero lo que más le sorprendía es que dejaran a su otra hija para el final.
—¿Y tú Gillian? —preguntó su madre, como si fuera interés por compromiso.
—Bien —respondió sin muchas ganas, revolviendo la comida en el plato.
—¿Bien qué? —replicó su padre, en un tono que alertó a toda la mesa—. Ten mínimo la decencia de contestar bien, nosotros que-
Gillian levantó la mirada del plato y respiró ondo. Quería llevar la fiesta en paz, el obstáculo era que no podía ocultar que no los soportaba.
—Mis estudios y mi trabajo van bien, gracias —respondió, en un tono marcado, cortando a su padre.
Él le dio una mirada desaprobante, pero no dijo nada más, solo volvió a comer. Nigel no podía quitarle los ojos de encima: por un lado le parecía genial la manera en la que abordaba la situación y por el otro quería cuidar que ella no se desbordara.
El silencio reinó en la mesa durante unos minutos, en donde lo único que se escuchaba era el ruido de los cubiertos y las burbujas del refresco en los vasos de cada uno. Por lo que, cuando su nombre fue mencionado, casi escupe el alma.
—Nigel, ¿no es así? —él asintió como respuesta—. ¿Cuántos años tienes? ¿Dónde vives? ¿A qué te dedicas?
Anna miró de reojo a sus padres, que acribilló con preguntas en tan solo unos segundos, podía notar el humo saliendo de la cabeza de él.
—Vivimos juntos —respondió Gillian, sin levantar la vista.
Mientras el cerebro de Nigel aun terminaba de procesar la rapidez con la que las preguntas fueron formuladas, su novia demostró tener una habilidad de respuesta siete veces más ágil y meditada de la que podría tener él en su propio idioma.
Y no iba a negar que una pequeña sonrisa apareció en sus labios ante su aclaración.
—No sabía que le habían comido la lengua los ratones y hablabas tú por él —murmuró su padre.
Gillian se tragó sus respuestas y lo miró, dejándole saber que debería responder por su cuenta si no querían más problemas. O más bien un viejo cascarrabias reclamando cosas sin sentido.
—Tengo veinticuatro años —dijo, mientras lo veía asentir sin siquiera mirarlo—, y trabajo como maestro de preescolar.
Un silencio sepulcral se hizo presente. Nigel dejó el cubierto al lado del plato, preguntándose si había dicho algo malo. Ray y Anna se miraron entre sí. Gillian alzó la cabeza por primera vez en un buen rato, había evitado hacerlo para no mirarlos a ellos, sin embargo, está vez lo sintió necesario. Estaba lista para responder si la situación lo ameritaba.
Aquellas palabras quedaron flotando en el aire, mientras los gestos en los rostros de sus padres se convertían en el libro abierto más básico de leer.
—Que profesion más noble —mencionó Anna, con cautela, tratando de suavizar el ambiente—. ¿Te gusta cuidar a los pequeños?
—Me gusta mucho —afirmó, volviendo a tomar los cubiertos, pero con más ganas—. No me arrepiento de elegir esa carrera.
Anna sonrió genuinamente, comenzaba a caerle aún mejor. Casi todos en la mesa volvieron a comer, hasta que la armonía fue interrumpida por su madre.
—¿Pero como te dejan? No es una profesión muy... varonil —murmuró ella, sin mirarlo mucho.
Nigel permaneció callado ante esa frase.
—No creo que importe quien lo hace, si es con dedicación —afirmó, finalmente.
—No decimos que no —respondió su padre, eso lo hizo fruncir levemente el ceño—, pero supongo que podrías haber aspirado a algo más... más serio.
Los más jóvenes de la mesa se miraron entre sí.
—¿Qué es más serio que criar a la próxima generación? —preguntó Gillian.
Su padre guardó silencio, entonces su madre intervino.
—¿Y por qué lo elegiste? —se interesó—. Ya que no es... muy común, digamos.
Él sonrió, nunca le habían hecho esa pregunta.
—Mi mamá era maestra —comentó, juntando algo de comida con los cubiertos—. Supongo que siempre la admiré y cuando crecí, me di... cuenta que me gustaba cuidar de los más pequeños.
Hubo un silencio. Gillian aprovechó para sonreírse a si misma, cada vez descubría más partes de Nigel que le dejaban saber que era un amor. No paraba de sorprenderla.
—Bueno... cada familia cría a sus hijos de manera distinta —respondió su madre, mirando a su esposo—. Aunque, claro, hay valores que deberían ser universales.
Anna, suspiró por lo bajo, sabía lo que se venía. Por su parte, su hermana mayor dejó en segundo plano lo que hacía, sabía identificar los comentarios pasivo-agresivos cuando oía uno. Creció con ellos.
—Sí, como la disciplina —afirmó él—. Entiendo que quizás en tu casa no era una prioridad.
Gillian frunció el ceño, estaba muy cerca de cruzar la raya. Mientras tanto, Ray y Anna solo contemplaba la conversación con incomodidad.
—¿Perdón? —preguntó Nigel, genuinamente.
—Solo digo que si hubieras tenido una educación más... tradicional, tal vez habrías elegido otro camino.
—Papá... —murmuró Anna.
—No te ofendas, cariño, solo nos preguntamos si tu familia no te educó como debían...
—¡Suficiente!
El golpe repentino en la mesa hizo temblar todo lo que estaba arriba de ella. Sonaron cubiertos, platos y el refresco en los vasos quedó sacudiéndose de un lado al otro. Gillian había llegado al límite.
Ray levantó la vista de su plato, tenso, pero no intervino. Anna parpadeó y apretó los labios, nerviosa por lo que sucedería ahora. Su hermana fulminaba a sus padres con la mirada, tratando de encontrar una razón en sus expresiones por la que hacían esto, pero no la había, no había justificación para la falta de respeto.
—¿Cómo se atreven a decir esas cosas? ¿A cuestionar su educación si ni siquiera lo conocen? —reclamó ella.
—No fue nuestra intención —se excusó su madre.
Ella bufó. No se lo creía.
—¡Por supuesto que lo fue!
Nigel le tomó la mano, haciendo que lo mirase por un segundo.
—Honey —suplicó, en voz baja.
—No, Nigel, ya es suficiente —dijo, con la mirada clavada en ambos—. Estoy cansada de esto.
—¿Cansada de qué? —disparó su padre contra ella.
—De que crean que pueden menospreciar a los demás, faltarles el respeto, cuestionar sus decisiones, juzgarlos —enumeró, podría seguir hasta mañana—. No tienen derecho, ni vergüenza, porque no se sienten mal después de hacerlo, ni siquiera con sus propias hijas
Su padre adoptó una posición más desafiante, sin embargo, Gillian mantuvo la de ella.
—No les estamos juzgando, estamos diciendo la verdad. Y si no pueden aceptarla, es problema de ustedes.
—Papá... Mamá... — Anna miró con súplica a sus padres.
—¿La verdad? —cuestionó Nigel.
Ella volteó a verlo, sorprendida. No quería que se metiera en la pelea, ellos no lo conocían pero él tampoco. Meterse solo lo sacaría mal herido de ahí.
—¿O solo su verdad? —continuó—. Porque lo único que he escuchado es prejuicio cubierto de preocupación.
—¿Prejuicio? —remarcó su madre, con indignación—. ¡Por favor! Lo único que queremos es lo mejor para nuestra hija.
—¿Es en serio lo que me están diciendo? —contestó con una sonrisa irónica, no podía creer sus palabras—. No, lo que quieren es control. Como siempre.
—¡Controlar qué, Gillian! ¿Qué no termines tomando malas decisiones? ¿Eso es un crimen ahora? —respondió su padre.
—¿Y quién decide qué es una mala decisión? ¿Ustedes? ¿Los mismos que han pasado toda mi vida diciéndome cómo debo ser, qué debo hacer, con quién debo estar? —los señaló, furiosa.
—No es que quieran protegerla... es que no soportan que no siga sus órdenes —murmuró Nigel.
Y si se creía que la discusión no podía escalar más, pues sus padres siempre podían ir un poquito más.
El chirrido de la silla hace que se les erice la piel. Otro golpe sacudió los utensilios y la vajilla que estaba sobre la mesa. Su padre se puso de pie ahora.
—¡Escúchame bien, muchacho! —espetó, señalándolo.
Sin perderle el paso, pero con la consideración de no generar ruidos innecesarios, Nigel se apresuró a levantarse de su lugar. El resto los observó en silencio.
—No, usted escúcheme —le ordenó, sin dejarlo hablar—. No me conoce. No sabe nada de lo que he vivido. Y aun así, cree tener derecho de juzgarme.
—¿Y qué has vivido tú, eh? —cuestionó, como si la vida de los otros no valiera nada—. ¿Una crianza sin límites, sin reglas, sin consecuencias? ¿Por eso no entiendes lo que es la disciplina?
Nigel guardó silencio. Se echó hacia atrás, dejando de lado su postura a la defensiva. Todos lo miraron con intriga por el cambio de actitud.
—Crecí sin mis padres, pero no sin valores.
Silencio brutal. Ray apartó la mirada, no sabe que hacer o que decir para ayudar a mejorar el ambiente, porque sabía que no era asunto suyo meterse en un conflicto que estuvo desde siempre. Anna dejó escapar un suspiro tembloroso, quería intervenir, pero se le adelantaron.
Sin retractarse, sin disculparse y sin una pisca de culpa, su padre trató de justificarse, porque sabe que no ha quedado en el mejor lugar.
—No fue lo que quise decir... —dijo, tomando asiento otra vez.
Nigel permaneció parado y a él se le sumó Gillian, con una expresión de molestia e indiferencia. No tenía otro sentimiento más que repudio por lo que había hecho está vez, había llegado muy lejos.
—Papá... ya es suficiente —pidió Anna, una vez más.
—Sí lo fue lo que desde el minuto uno quisiste decir —señalo Gillian, utilizando un tono y palabras hirientes—. ¿Y sabes? Lo peor es que ni siquiera te disculparías, porque crees que tienes razón.
Se tomó un segundo para observar a Nigel, y él a ella. Le había dolido aquello, lo conocía y podía verlo en su rostro. Eso le hizo cuestionarse porque había siquiera aceptado quedarse allí, si ella conocía como se comportaban sus padres.
—Vámonos —le dijo.
Nigel asintió, sin decir otra palabra. Anna los miró, levantándose de su asiento, seguida de Ray. Sus padres permanecieron en la mesa, sin decir nada.
Caminaron hasta la sala, buscando sus cosas. Nigel actuaba en automático, se puso su abrigo sin decir nada, con la mirada perdida. Anna se posó frente a su hermana, preocupada.
—Gilly... Lo siento —mencionó.
Ella alzo un poco la vista para mirarla.
—Yo traté, espero que no pienses que soy el problema —aseguró ella, poniéndose su abrigo.
—Lo sé pero —su hermana bajo la mirada—. ¿Podrían quedarse...?
Ella frunció el ceño, molesta.
—¿Cómo puedes siquiera pedirme eso? —se paso una mano por el rostro, frustrada—. Y más sabiendo que escuchan nuestras voces aquí en la sala y siguen disfrutando de su almuerzo sin siquiera venir a disculparse o sentir remordimiento. ¿Es en serio Anna?
—Lo sé, les pediré que se disculpen.
—Ni aunque me besen la suela de los zapatos las aceptaré.
—Pero Gillian, es que no entiendes —le señaló ella—. Tenemos algo muy importante que decirles, por eso organizamos esto.
—¿Y qué es? Si es tan importante, dímelo ahora.
Las dos guardaron silencio mirándose la una a la otra. Mientras Gillian de brazos cruzados esperaba una respuesta, Anna comenzó a negar con la cabeza.
—No... Pero no así...
—Entonces no eran tan importante —dijo cortante.
Siguió recogiendo sus pertenencias, mientras Ray y Nigel mantenían una breve conversación atrás.
—Lo siento, amigo —se lamentó, dirigiéndose hacia él.
Nigel le dedicó una mueca más que una sonrisa a medias.
—Ten —le entregó un sobre dorado con un hermoso sello de flores manteniéndolo cerrado—. Esta es la razón por la cual los invitamos, ojala hubiéramos podido hacerlo de otra forma.
—¿Qué es? —preguntó curioso, tomando el sobre.
—Ábranlo tranquilos en su casa —le sugirió él.
Él asintió, guardándolo dentro del bolsillo de su abrigo. En eso, Gillian apareció en escena, se despidió de ambos con saludos un poco cortantes, mientras que Nigel le dio la mano a cada uno, asegurando que fue un placer conocerlos a pesar del inconveniente.
Cuando se fueron, Ray miró a Anna, que observaba como se iban alejando del lugar por la ventana. Nunca vio tal expresión de angustia en su rostro como la de ese domingo al mediodía. Rápidamente su mente comenzó a maquinar como podrían resolver el almuerzo que continuaba en su comedor y el resto de las cosas que sabían que estaban por venir.
*. : 。✿ * ゚*.
Al llegar a casa, no se volvió mencionar el tema. Nigel quería hacerlo, sabía que debían hablarlo, sobre todo por la actitud que adoptó Gillian durante el resto del día. Cabizbaja, pensante, melancólica, se quedaba observando a puntos vacíos de la sala. Sin embargo, aunque intentó, tampoco quiso insistir demasiado, no quería que acabara sobrepasada por otra situación.
No quería que se sintiera mal otra vez.
Revolvía la pasta que tenía dentro de una olla, cuando levantó la vista para ver si se la encontraba a ella. No la vio en la sala, así que suspiro y pensó que quizás estaría en su escritorio realizando alguna tarea pendiente. Sin embargo, unos segundos después, dos brazos finos se deslizaron por su torso y una mejilla descansó en su omóplato. Él sonrió.
—What happened? —preguntó, curioso.
—Quizás me aburrí de hacer planos —respondió sin más.
Buscó en su mente como poder tocar el tema sin llegar a ser fastidioso, pero no pudo elegir un lado en su debate mental. Gillian permanecía en silencio, como si ello fuera lo único que necesitara por ahora, sin embargo, no lo que le hacía bien.
Sin decir nada, decidió darse la vuelta para pasarle un brazo por encima de los hombros, que ella aceptó sin decir nada. De esa manera la tuvo a su lado, pudiendo ver lo que hacía. La miró de reojo, se mantenía con la cabeza baja, aun cuando mencionó su nombre y el eco de este quedo resonando en la sala.
Entonces dejó de lado lo que hacía para prestarle atención a ella. Para él todo quedó en segundo plano en ese instante. La tomó de los hombros, esperando que lo mirara, pero no lo hizo.
—Gill —la llamó, otra vez.
Aquello fue el detónate final, porque el primer sollozo se oyó en la cocina.
Quiso acortar la distancia entre ellos, pero ella se alejó.
—No, no pasa nada —murmuró, secándose las lagrimas con el puño de su polera.
Alzó la vista, y Nigel encontró sus ojos, cristalizados por las emociones. Claro que pasaba algo, claro que le importaba, pero a Gillian le costaba escupir las cosas y él lo sabía más que nadie.
Deslizó su mano por su rostro, con cuidado de no ahuyentarla, acunando su mejilla. Sin embargo, no se pudo guardar el comentario.
—Just... Don't be silly, Gillian —macuyó, tomando su muñeca—. Come here.
En un ágil movimiento, la tuvo entre sus brazos. Ella no dijo nada, solo hundió la cara en su pecho y se aferró con fuerza a ese buzo azul que llevaba puesto. No fue un llanto ruidoso como el que estaba acostumbrado a escuchar, sin embargo, fue genuino. Le hacía falta. Se dedicó a contenerla entre sus brazos y acariciar su cabello.
Simplemente decidió guardar silencio. A veces era lo mejor que se podía hacer.
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