
𝘤𝘩𝘢𝘳𝘱𝘦𝘳 𝘦𝘪𝘨𝘩𝘵𝘦𝘦𝘯
TALKING
Llamó a la puerta y aguardó paciente a que le abrieran. Poco después el ruido del seguro siendo quitado se logró escuchar en el desolado pasillo. Detrás de la puerta se encontraba un albino de mechón rojo, el cual parecía que acababa de levantarse de una siesta de cuatro horas que no había cumplido con su objetivo principal, ya que tenía ojeras debajo de sus ojos y estaba algo despeinado.
—¿Te peleaste con el peine hoy? —atinó a decir, con una sonrisa divertida.
—Buenos dias para ti también, Gillian.
Ella se rió, ignorando el hecho de que él parecía irritado.
—¿Qué estás haciendo por aquí? —preguntó Oliver, pasando una mano por su cabellos, tratando de disimular su enredo.
—Venía a verlos... —respondió, él hizo una mueca—. Especialmente a Sonya, no voy a mentirte.
—Me lo esperaba ya —alzó los hombros.
Gillian trato de sonreír, sin embargo, no le salió.
—No está aquí —inclinó la cabeza hacia un costado, confundida—. Subió a la azotea hace un rato, ¿sabes cómo llegar?
—Oh... si, claro.
Él asintió. Sus manos estaban dentro de sus bolsillos y se balanceaba sobre sus pies, parecía ansioso.
—Bueno, estaré aquí si me necesitas —agregó.
Guardó silencio unos segundos, antes de decidir que ya había dicho todo lo que tenía por decir. Estaba apunto de cerrar la puerta cuando Gillian lo detuvo de hacerlo. Sus intensos ojos se pasaron sobre él, al instante pudo notar el ligero cambio en su actitud en cuanto se sintió examinado por esas dos intensas esmeraldas.
—¿Estás bien? —soltó sin más.
La pregunta cayó tal cual piedra al agua, sin previo aviso. En la cabeza de Oliver sonó tan lejana, tan irreal, que hasta incluso lo tomó por sorpresa. Se quedó tildado un segundo, antes de recobrar su postura y asentir tratando de fingir que no le había provocado nada.
—Si... ¿Por qué no lo estaría?
Gillian se encogió de hombros. Quizás era una conversación a la que ambos no querían llegar.
—No lo sé... pero si necesitas algo...
Y el resto se perdió en el aire. Nunca terminó la frase, sin embargo, le sonrió comprensivamente, dándole a entender lo que realmente quería decir.
Oliver simplemente la vio marcharse hacia el ascensor, rumbo a la azotea, mientras él se quedó pensando la razón por lo que había dicho eso.
*. : 。✿ * ゚*.
La puerta de metal de la azotea era bastante pesada, así que le costó moverla de su lugar para poder abrirla. Una vez lo logró, pudo divisar al final del lugar, la figura de Sonya ligeramente recostada sobre un muro de concreto, mirando el paisaje de la ciudad. Su cabello azul flameaba por el viento, mientras que el de ella se le iba a la cara, sin embargo aquellos eran detalles. Dió un par de pasos hacia ella, preguntándose internamente si debería molestarla, porque parecía realmente relajada, sin embargo, al acercarse más a ella pudo notar cuál era la verdadera razón por la que había subido a la azotea.
Y pues, por ahí dicen "La curiosidad mató al gato".
—Sonya.
Ella volteó velozmente hacia donde había escuchado que llamaban su nombre, encontrándose con la imagen de Gillian frente a ella. A pesar de tener su mirada clavada sobre ella, no la estaba desafiando, en sus ojos se reflejaba la decepción que sentía, lo cuál Sonya pudo percibir, y simplemente esperaba una respuesta coherente de su parte.
—Gill.
La mayor atinó recobrar la postura. Humo salió de su boca al hablar y, como si no supiera perfectamente lo que estaba haciendo, miró consternada el cigarro que sostenía entre sus dedos.
—Yo...
—No —la cortó, bajó la mirada antes de devolverla a ella—. ¿Por qué, Sonya? Lo habías dejado...
—¡Lo sé! —exclamó ella, mirando el cigarrillo—. Lo dejé hace varios años, por Oli... pero me relaja y alivia mi estrés. Sé que me hace mal pero-
—Solo apagalo, por favor.
Sonya la miró fijamente, antes de devolver su vista al objeto. Lo tiró al suelo y lo pisó.
—¿Compraste un paquete?
Volvió a alzar la vista.
—No, alguien me dió un par...
Gillian negó con la cabeza, recostandose en el muro de concreto, bajo la mirada de Sonya. Cubrió su rostro con sus manos, pensando en como continuar sabiendo esto.
—¿Acaso recuerdas lo que te costó dejarlo? ¿El esfuerzo de Oliver y yo para ayudarte? ¿Sabes todas las enfermedades que fumar causa? —comenzó a enumerar alterada, volteandose hacia ella—. No puedo entender como cuidas de todo el mundo, pero no de ti misma.
Sonya bajó la mirada, tenía que disimular que una basurita se había colado en sus ojos. Sin embargo, pronto sintió un calor particular rodearla, y al prestar atención, algunos cabellos rubios le acariciaban la mejilla por el viento. Gillian estaba abrazándola y eso la tomó desprevenida. Se quedó quieta unos segundos antes de reaccionar y corresponderselo, mientras que la rubia se aferraba a ella con su mejilla apoyada sobre su hombro, cerrando fuertemente sus ojos.
—Hay muchas formas de despejarse... —murmuró la rubia, muy cerca de su oído, podía sentir como se estaba aferrado fuertemente de su ropa—. Y sabes que puedes llamarme cuando quieras, siempre puedes-
—Contar contigo —completó ella—. Ya es tu eslogan.
Ambas rieron, ignorando totalmente que a ambas se les escapó alguna que otra lágrima en el proceso. Dejaron de abrazarse, mirándose la una a la otra con una sonrisa comprensiva. Sin embargo, la mirada de Sonya cambió nuevamente a una más seria.
—No se lo digas a Oliver, por favor —pidió, sin rodeos.
Gillian se colocó algunos cabellos detrás de la oreja, que le daban en la cara. Esos segundos de silencio le parecieron una eternidad.
—No lo haría, eso solo lo pondría peor... —respondió, sin mirarla—. Lo noté algo decaído.
Sonya asintió levemente.
—Sí... Ya lo sé.
Gillian alzó una ceja.
—¿Tienes algo que ver? —cuestión velozmente.
La mayor miró hacia el costado. No paraba de meter la pata.
—Tuvimos una charla algo... tensa —confesó, pasando una de sus manos por su cabello—, y quizás dije cosas que no debía y que tampoco sentía.
Ella la quedó mirando, no tenía nada para actotar.
—Tal vez insinué que deberíamos...
No pudo pronunciar las siguientes palabras, pero su silencio se lo dijo todo a Gillian, que suspiró exhausta.
—¿Por que?
—Lo único que consigue permaneciendo a mi lado es ser dañado...
—Lo hace por qué quiere, Sony —señaló ella, tomándola por los brazos—. No es por justificarlo, pero tú podrías hacerlo añicos y él seguiría a tu lado.
—Lo sé...
Gillian trató de formar una sonrisa de apoyo en su rostro, para poder animar a Sonya.
—¿Quieres qué hagamos algo juntas? Para que te despejes un rato —sugirió ella, ya tratando de arrastrarla hacia la puerta de metal.
—¿Segura? Ya es tarde —dijo, mirando sobre su hombro como el cielo comenzaba a oscurecerse.
—Sí... Hubiera venido más temprano, pero...
—Trabajas y estudias —completó Sonya, riendo—. Agradezco que hayas venido hasta aquí a pesar de eso...
Gillian sonrió genuinamente ante aquellas palabras
—Entonces... ¿eso es un si? —preguntó entusiasmada.
—¿Tengo otra opción?
Ambas volvieron a reírse en compañía de la otra.
*. : 。✿ * ゚*.
Nueve y siete marcaba el reloj cuando abrió la puerta de su apartamento. Soltó un suspiro al cerrar la puerta tras ella, había un silencio sepulcral en su hogar, tanto que incluso podía escuchar el tránsito afuera. Lanzó las llaves sobre el mueble de la entrada y en el perchero colgó su abrigo y su bolso. Estaba exhausta. Uso sus últimas fuerzas para alcanzar la cocina y tomar agua del pico de la botella, ni siquiera se tenía q molestar por sacar un vaso y servirse allí, ya que eran sus cosas y vivía sola. Amaba eso, que nadie le dijera que hacer y que no, tomaba sus propias decisiones.
Cerró la botella y la dejó en la heladera nuevamente. Sabía que tenía varios mensajes sin mirar, uno de ellos era de Emma. Fue a la única que le contestó, ya que explicaba porqué no estaba allí: salió con una amiga y volvería más tarde. La barra de la cocina daba directamente al gran mueble donde guardaba las vajillas, que estaba en la sala. Se giró para mirar hacia allí y terminó observando el centro de este, como entre las decoraciones habían espacios vacíos. Sabía muy bien lo que faltaba.
Se acercó al mueble, abriendo el cajón que estaba allí. Recostados allí, acumulando polvo en la oscuridad, estaban los tres cuadros que ella misma había puesto ahí. Uno de ellos era la foto de toda su familia: su madre, su padre, su hermana y ella. Tenía seis y le faltaba un diente, se podía ver claramente en su sonrisa. Su hermanita tenía dos años y la misma cantidad de moños decorando su cabello. Amaba y odiaba esa foto a la vez. Por un lado, le hacía recordar a la inocencia e ignorancia sobre su alrededor que alguna vez tuvo, y por el otro, ver a sus padres le traía recuerdos de ciertas vivencias que prefería olvidar. Era la única foto en donde parecían una familia de verdad, ya que cuando creció, nunca pudieron hacer que accediera a sacarse una.
Paso la vista por el siguiente retrato, estaban Sonya, Oliver, Emma y ella. Recordaba muy bien ese día: cumplía veinte y fue el primer cumpleaños en el que se sintió querida. Para su mala suerte, recuerda bien quien tomó la foto, lo único que agradece es que él no haya salido en ella. No podría tenerle el mismo cariño a aquellos imagen si entre los que se encontraban apretujeandola en un abrazo, ya que se encontraba en el medio, estuviera él. Dejando aquello de lado, sonrió inconsciente al ver el retrato, sacándolo del cajón y volviendo a colocarla en su lugar.
La última fotografía que guardaba en ese cajón le daba mucha nostalgia. Eran ella y su hermana. Tenian diez y seis años recién cumplidos, ya que se podía ver detrás una torta con ese número encima. Acarició con el pulgar el cristal que las protegía, antes de volverla a colocar sobre el mueble. Cerró el cajón , dejando la foto familiar dentro. Tenía sus épocas, a veces la tenía meses sobre el mueble, a la vista de todos y otras veces prefería tenerla oculta de todos y está era una de ellas. Durante el silencio que la envolvía mientras contemplaba ambos cuadros siendo mostrados al mundo, nuevamente, comenzó a sonar el teléfono fijo. Se exaltó un poco ya que no se lo esperaba, es decir, ¿quien aún usaba el teléfono fijo? Inconscientemente giró la vista hacia allí y lo observó vibrar por un rato, hasta que reaccionó y lo tomó para atender. Se lo llevó a la oreja cuidadosamente.
—¿Hola? —preguntó Gillian.
—Gigi, Hola —saludó una voz suave del otro lado de la línea.
Gillian guardó silencio, su mente iba a toda velocidad: solo había una persona que le decía así.
—¿Anna? —fue más una confirmación para si misma que una pregunta.
Se recostó en la pared, eso definitivamente no se lo esperaba. La contraria rió suavemente al otro lado de la línea, siempre había sido tan tranquila y serena. Envidiaba eso de ella.
—Si, Anna Collins, tu hermana —bromó.
La mayor sonrió de lado.
—Lo sé —afirmó, comenzando a jugar con el cable del teléfono—. Hace semanas que no hablamos, ¿sucedió algo?
—Nada en particular...
—¿Pero?
—Bueno... —vaciló ella.
Gillian comenzaba a sentirse ansiosa, cuando daba. muchas vueltas era señal para tener miedo de lo siguiente que podía salir de su boca
—Ray y yo estábamos pensando si te gustaría venir a almorzar algún día. Cuando quieras... —invitó.
Otra vez el silencio se unió a la conversación. Estaba empezando a enredar su dedo en el cable del teléfono aún más ágilmente, mientras pensaba en una respuesta.
—Puedes traer a alguien si quieres... —agregó al no escuchar su voz en más de un minuto.
Gillian sonrió inconscientemente hacia esa propuesta, obviamente teniendo en claro a quién.
—Supongo que podría... ¿pero estás segura? ¿por qué ahora? —cuestionó nuevamente.
—¿¡Hay alguien!? —exclamó Anna, ignorando completamente la pregunta. Casi podía verla sonriendo—. Una deja de hablar contigo por unas semanas y suceden estas cosas...
Ambas rieron, podían escuchar la risa de la otra a través de la línea. Una vez recuperó su aliento, Gillian tomó el calendario que estaba junto al teléfono y lo observó, tratando de darle una respuesta.
—Este domingo estaré ocupada —señaló, observando las fechas—. Pero puede ser el próximo.
—Está bien. Él próximo será.
Gillian formó una leve sonrisa en sus labios, bajando la cabeza hasta mirar sus pies.
—Me alegra que vengas.
Sus ojos esmeraldas se abrieron por sorpresa ante aquella declaración. No alcanzó a responder antes de que Anna diera por terminada su conversación, así que se quedó con una extraña sensación en el pecho y las palabras en la garganta. Miró sobre su hombro el cuadro de ambas que acababa de sacar a la luz nuevamente. Dos pequeñas alegres y aferradas la una a la otra... ¿En qué se habían convertido?
*. : 。✿ * ゚*.
—¿Qué sucede?
El eco de su voz resonó por toda la habitación, que había estado en completo silencio desde hacía un buen rato. Lo único que se escuchaba allí era el ruido de las teclas siendo presionadas y el click del mouse. Ella se sintió descubierta, había estado observandolo desde el marco de la puerta durante mucho tiempo, ni siquiera sabe cuanto, pensando que había pasado desaparecida, hasta ahora.
Al no obtener respuesta, se giró en su dirección. La conocía tan bien. Estaba pasmada en la entrada de la habitación y podía decir con exactitud que la forma extraña en la que se movían sus manos a los costados de su cuerpo era porque clavaba las uñas en las palmas.
—Ven.
Ella no pareció pensárselo mucho, así que al cabo de unos segundos ya estaba frente a él. Se alejó un poco del escritorio, del único lugar que recibían iluminación de la pantalla de la computadora, ya que las luces estaban apagadas porque era tarde. Ella se sentó ligeramente en el escritorio, de brazos cruzados, sin mirarlo.
—¿No deberías estar durmiendo, Sony? —preguntó, reincorporándose en su asiento, mirándola.
—No puedo —murmuró.
—¿Por qué? —se apresuró a preguntar.
Ella alzó la vista, dando con aquellos ojos rubí que la observaban fijamente, esperando una respuesta.
—Por pensar en lo que te dije el otro día... —confesó, pasándose las manos por el cabello, frustrada.
Suspiró, bajo su mirada intensa, y él permanecía en silencio.
—No quiero que te vayas nunca, Oli —continuó, no podía verlo a los ojos—. Pero tampoco quiero dañarte más de lo que ya lo he hecho...
Hubo un breve silencio.
—Pero lo sigues haciendo.
Ella parpadeó sorprendida. Rápidamente rebuscó una respuesta en el mirar de sus ojos, sin embargo, parecía mantenerse sereno y eso era aún peor.
—¿Crees que no me daría cuenta? —cuestionó, se sostenían la mirada—. Se cómo huele el cigarro. Mamá lo fumó toda la vida y se murió por eso. Porque no lo pudo dejar. Ni siquiera por mí... Y es como una paradoja ver qué la persona que ocupa casi el mismo espacio en mi corazón que ocupó mi mamá, vaya por el mismo camino y yo no pueda hacer nada para impedirlo. Y traté... ¿Qué más quieres de mí, Sonya? ¿Por qué lo haces?
Ella bajó la mirada al suelo, sorbiéndose la nariz con el dorso de su mano. Tenía razón. Tenía razón en cada cosa que había dicho ahora y siempre, cada vez que tenían está conversación... ¿Entonces por qué no lo podía dejar? ¿Por qué?
—Muchas veces llegué a pensar que no querías que te ayudará porque prefieres quedarte sumergida en tu tristeza —habló, levantándose de su asiento—. Cómo si te sintieras más segura allí.
Pudo oír cada grieta que provocó en su corazón en ese instante, de igual manera, se mantuvo frente a ella, de alguna manera testeando su comportamiento. Se había guardado esa frase por mucho tiempo. Siempre había entendido todo, cualquier circunstancia, especialmente si venía de ella. Debía aprender a poner puntos de manera correcta. Ella permanecía en silencio, sin embargo, se podía escuchar claramente como cada vez le costaba más respirar. El nudo de su garganta estaba haciendo mucha más presión de lo normal y sus ojos trataban de contener muchas más lágrimas de lo habitual.
—Sé que es difícil —dijo él, tratando de suavizar el impacto de lo anterior—. Y lo fue, pero pudiste dejarlo durante cinco años, Sony.
—Y lo volveré a dejar —se apresuró a aclarar, reincorporándose—. Fue solo un desliz pero te prometo que-
—No me prometas —señaló, colocándole una mano en el hombro—. Prometelo a ti, hazlo por ti. ¿Sí?
Finalmente una lágrima recorrió su mejilla. Había llorado más este último mes que los últimos tres años de su vida.
Aquella gota de agua murió en el pulgar de Oliver, quien la quitó luego de que la notó caer. No pudo contenerse, y como siempre, terminó prestando su hombro para que se desahogara.
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