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Capítulo diez.

 Akito POV.

El último día que estuvimos allí desperté más temprano de lo habitual, estaba emocionado al saber que por fin volveríamos a casa, a ver a nuestros seres queridos... A dejar de hablarnos diariamente por culpa de las malditas clases sociales. Como habíamos hecho planes para el futuro no me encontraba tan mal, en realidad. Creo que simplemente tenía miedo de que las cosas no salieran como yo quería.

Al levantarme al amanecer, me vestí con prisa temiendo que vinieran a buscarnos mientras estaba desnudo y desperté también a Toya, pero antes de eso lo estuve observando por un tiempo. 

Nunca me había fijado pero este tenía una cicatriz que recorría desde su hombro izquierdo hasta su cadera derecha, pasando por todo el pecho y el abdomen. Le toqué el cuerpo, estaba muy frío y, siendo sincero, me dio un escalofrío. No era la primera vez que hacía eso, pero nunca había pasado antes los dedos por ese corte extraño que no parecía producto de un accidente. Le acaricié la mejilla y deseé que la vida no nos fuera en contra desde ese momento, haciéndole abrir un ojo.

-Hum... No... No... No quiero... No me t-t-toques.- Toya se estremeció.

-Hey, ¿Estás bien?- Pregunté preocupado.

-Oh, hola, cariño. Si, estoy de maravilla, como no estarlo, jajaja...- Se le notaba nervioso. 

-¿Cariño? Eso es nuevo.- Sonreí mientras se sonrojaba.

-¿Te puedo contar una cosa? Pero no pienses que estoy loco.- Me dio la mano.

-Claro.- Intenté mostrarme lo más amable que pude para la persona a quién amaba.

-No, déjalo. Esperemos a quien nos venga a buscar.- Apartó la mirada. 

Esperamos por mucho tiempo en silencio, ninguno quería comentar que era probable que no saliera bien y nos perdiéramos el uno al otro. Yo le estaba dando vueltas a que mi novio siempre parece asustado cuando lo despierto y di con la respuesta: Su padre. Eso me molestaba mucho, tenía ganas de ir y meterle un puñetazo a Harumichi que lo dejara mirando hacia atrás.

De pronto apareció un alguien inesperado. Creí que vendría Honami, ayudante de Kanade, o incluso alguien de mi pandilla, pero quién apareció fue nada más y nada menos que Saki.

-Hola, Toya. Hola, em... ¿Como te llamas?- Saludó.

-Soy Akito.- Contesté. 

-Hola, Saki, me alegro de que hayas venido.- No, era evidente que no lo hacía. 

-Jaja, sí. Bueno, iba a venir Hona pero estaba liada ayudando a An a salir de la cárcel y como somos amiguis me lo pidió a mi. Vamos, ahora vayamos a comer, debéis estar hambrientos.- Su sonrisa se veía radiante a la luz del sol, aunque no era tan maravilloso como ver a Toya feliz.

-Bueno, yo me he estado alimentando bien...- Comenté mientras el bicolor tosía muy fuerte, sonrojado, y Tenma se quedaba mirándonos confundida.

-Hermano no biológico... ¿Eres gay?- Fue lo único que dijo.

-Akito y yo somos novios..- Sonrió.

-Que bien, me encanta la gente homosexual.- Se dio la vuelta y comenzó a caminar, haciéndonos un gesto para que la siguiéramos. 

Pasamos por un sendero hasta una cafetería hermosa que estaba a tan poca distancia que la iglesia se veía perfectamente desde allí. Nos sentamos en una elegante terraza y la hermana de Tsukasa nos puso al día mientras comíamos gofres.

-La poli ya no os busca, de hecho, encontraron unos cadáveres en el lago y ahora estáis legalmente muertos.- Fue lo primero que dijo al tomar asiento. 

-¿Ena sabe que estoy bien?- Necesité saber.

-No sé como decirte esto... Ena perdió la cabeza.- Susurró. 

-¿A qué te refieres?- Pregunté. 

-Literalmente. Al ver que estabas "muerto" ella se...- Agarró su propio cuello con fuerza, poniendo los ojos en blanco y haciendo un sonido parecido a "Eek".

No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. No. Ena no estaba muerta. Eso no era posible. Ella no se había suicidado. Ena estaba esperándome en casa. Mi hermana era la que no debía morir, tenía tantos planes, tenía tanto futuro. Y todo se había ido a la mierda por mi culpa. Sé que los hombres no lloran, pero ya era suficiente marica como para que no me importara, así que comencé a sollozar. Las gélidas lágrimas que se deslizaban a gran velocidad por mis mejillas tan solo me recordaban a cuando ella me defendía de nuestro padre. Era mi culpa. Era mi culpa. Era mi culpa. Era. Mi. Puta. Culpa.

Mi novio me abrazó sin decir palabra y no pude evitar aferrarme tan fuerte a su espalda que le hice daño con las uñas en la piel. Le hice daño, como a todo el mundo.

-No te preocupes, ella está en un lugar mejor ahora.- Susurró en mi oído y eso sirvió para que me tranquilizara un poco.

-¿Y Mizuki?- Me apresuré a preguntar. 

-Suicidio doble, muy romántico, jaja...- Quiso usar el humor para calmarme pero solo me enfureció.

-No te atrevas a reírte de eso.- Me contuve mis ganas de pegarle porque era mujer.

No una, dos personas habían muerto por mi culpa. Todo era mi maldita culpa y no podía solucionar nada.

-¿Y An, Airi, Kohane y Nene?- Seguí.

-An está bien, Airi se quedó embarazada, Kohane igual que siempre y Nene fue atropellada.- Respondió. 

-Cuantas cosas pueden pasar en un mes...- Ya no podía gritar ni llorar, estaba en shock.

-¿Como están Tsukasa, Shiho e Ichika?- Mi pareja también quería saber que pasó con sus amigos. 

-Tsu está afectado por lo de Emu, se encerró en su cuarto y ya no sale, Icchan y Shiho ahora están saliendo.- Respondió.

-Entonces nos mudaremos nosotros solos y tendremos un par de gemelos llamados Ena y Mizuki.- Sonrió, disimulando su preocupación por mi.

Tan solo apoyé mi cabeza sobre su hombro, deprimido, a modo de respuesta. Apestaba, pues no se lavaba desde hacía un mes, pero se sintió como llorar sobre el jersey perfumado de Mizuki, tal vez no era el olor lo importante. Estaba más que triste por las noticias pero debíamos partir ya.

-Vamos, ahora iréis a la capital y viviréis allí. No os preocupéis por el dinero, pago yo.- No merecía el trato de Saki.

Al levantar mi cabeza vi como la iglesia estaba ardiendo y recordé la cerilla con la que había quemado la carta de An, la cual había tirado al suelo. Al escuchar a una mujer gritar que sus hijos estaban allí fue instintivo el movimiento de levantarme de golpe e ir corriendo sin parar hasta allá. Debía salvar a esos críos, así las vidas que derramé serían compensadas por las que salvara.

Me metí dentro del establecimiento en llamas mientras Toya me seguía más lentamente y comencé a buscar a los niños. Los sacaba por la ventana uno a uno, pero el fuego comenzó a extenderse a más velocidad, así como mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Entonces ya no me importaba, comencé a lanzar a los chavales como los encontraba pero, justo al tirar a la última niña, mientras mi novio la cogía en brazos para dársela a su madre, me desmayé.

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