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Dolor, todo lo que podía sentir era dolor.

Y no uno simple y fugaz. No, este debía de ser fuerte, de atenazarle con los más horribles sufrimientos el corazón. Debía de ser cruel e indiferente. Esos dos adjetivos aplicaban bastante bien al causante de su sufrimiento.

Pero remontémonos un poco atrás, al origen del dolor.

El día no pudo haber avanzado más lentamente y más tedioso. Sentía la piel pegajosa y el aire rancio de su pequeña aula lo asfixiaba. Y de todos modos, todo lo que allí dentro pudieran haberle comunicado no despertaba en el anhelo o siquiera curiosidad. Todo lo sabía ya.

Si estaba en este estúpido taller era por su mal comportamiento. No era tonto, sabía que se lo merecía. Tendría que aguantar esto hasta las cinco con cuarenta de la tarde.

El profesor pasaba cada cierto tiempo al lado de su carpeta y daba un golpe con su regla de madera en el suelo, ocasionándole siempre un pequeño sobresalto. Las risitas que soltaban sus compañeros a su reacción solo lo enfadaban más.

El ambiente de porquería, el aburrimiento, el susto y las burlas solo lo condensaban todo en su interior. Era una bomba de tiempo que muy probablemente explotaría en su casa, y hasta lo temía. Temía que hoy pasara la barrera de lo moral y terminara cometiendo una tontería contra sus progenitores.

Levanto la mano cuando termino de resolver los insulsos ejercicios del pizarrón. Se acercó al tutor y humildemente pidió permiso para ir al baño. Este, levantando una ceja, asintió.

No hace falta decir que, no iba a ese lugar a satisfacer sus necesidades humanas.

Toqueteaba con nerviosismo el bolsillo trasero de sus pantalones. En el que tenía guardado el móvil táctil. El que casi nunca agarraba porque todo lo que veía allí le causaba miedo y pena.

Cuando entro, se aseguró de que no hubiera nadie dentro también. Cerró la puerta con pestillo y se encerró en uno de los cubículos. De pie, sin apoyarse en la sucia pared, introdujo la contraseña del aparato.

Empezó a morderse el labio inferior, impaciente e inquieto. Su corazón empezó a dar tumbos dentro de su pecho cuando su dedo se deslizo hasta la aplicación de fotos por excelencia, Instagram.

Y es que desde hace varios días se martilleaba la cabeza con la idea de echar una mirada atrás. Solo para recordar, solo para sentir. Él mismo sabía que no podía ocultarlo por siempre, tendría que hacerle cara alguna vez.

Y esta sería la primera, sin contar las pocas que hizo no mucho después de que se mudó de Ciudad Funkin hasta aquí.

Quería verlo de nuevo, quería recordar los momentos bonitos. Solo eso ¿Era tanto pedir? Sabía que dolería, solo que no se imaginó tanto. Las cosas no pueden cambiar tan drásticamente en apenas unos cinco meses ¿Verdad?

Busco, sin dejar de temblarle la mano, el usuario del pelinaranja. Este no se había molestado en bloquearlo, así que tenía cancha libre para espiar todo lo que quisiese. Fotos con su uzi y acompañado a Keith y Girlfriend ¿No? Solo eso. Ocasionalmente alguna de él solo en algún lugar ¿Eso era todo lo que hallaría, cierto? Eso esperaba al hacerle tap encima de una vez por todas. No solo lo presentía, lo deseaba. Deseaba que nada hubiese cambiado en Pico.

Pero lo que vio, solo lo dejo más roto de lo que ya estaba.

Como si lo estuvieran obligando, su dedo pulso sobre la última foto que había subido el ojiblanco. Ni siquiera podía verla bien, estaba borrosa. No porque estuviera llorando o algo parecido, era como si su mente intentara bloquearla. Solo se fijaba en la descripción que había dejado a un lado, solo en eso. La releía una y otra vez, como si intentara convencerse de que todo era un mal sueño.

¨¿Con que es esta felicidad de la que todos hablan? No puedo estar más emocionado, nunca he sentido un amor igual. Prometo que cuidare de ti, prometo estar allí para ti.¨.

Empezaba a sentir dificultad para respirar, sus piernas empezaban a temblar. Se llevó una mano a los labios para reprimir un jadeo de estupor, pero ni siquiera llego a tocar su piel.

Estuvo a casi nada de tirar el móvil por el inodoro, de estamparlo contra el suelo y hacerlo añicos con el pie. Sin embargo, estaba congelado.

Dio un grito cuando el timbre de salida sonó con fuerza, y más porque estaba al lado del baño de varones. Asustado y casi sin pensar, salió corriendo del lugar. Volvió a su salón donde todos los demás, inmersos en su propia vida, guardaban sus cosas con rapidez. Pero ninguno tan veloz como él, que tiro todo lo que había sobre su escritorio dentro de las fauces abiertas de su bolso y echo a correr sin despedirse de sus colegas o del profesor.

No sabía que estaba haciendo, no sabía a donde ir o a quien acudir. Era como si el cordón de plata que lo ataba a la tierra se hubiera roto y él haya sido despedido a las inmensidades del espacio, sin gravedad.

En el camino aminoro la marcha y saco el móvil de vuelta. Lo encendió y en su pantalla todavía estaba visible el usuario de Pico. Bajo rápidamente y solo pudo notar su ofensiva felicidad. La envidiable sonrisa que mantenía en cada foto y que antaño solía derretirlo. Todavía lo hacía, solo que ahora el sentimiento de furia es más fuerte que el del amor. Mucho, mucho más fuerte.

Sin darse cuenta, salió al patio mientras sus ojos no podían creer lo que veían ¿Hace cuánto ha empezado todo esto? ¿Un par de meses? Pues parece que el pelinaranja no pierde el tiempo porque actualizaba casi a diario. Y en casi todas las fotos estaba ella, insultantemente feliz. Disfrutando de lo que le pertenece a él.

Sin darse cuenta, choco abruptamente contra alguien que lo había estado llamando y a quien subconscientemente se acercó. Su cerebro lo había privado de todos los ruidos del exterior, solo estaban él y el hirviente odio en su interior.

̶  ¡Oye, cuidado! – Grito alguien y aparto la vista del aparato. Frente suyo, su madre yacía tendida en el suelo con los brazos extendidos.

̶  ¡¿Mamá?! – Grito, demasiado alto para su gusto. Entonces, la demás gente que había ido a recoger a sus hijos y sus propios compañeros se fijaron en la escena que estaba montando.

De pronto, otro sentimiento lo atacó. Un deja vu muy desagradable, uno horrible. Uno que quería olvidar.

̶  ¡Senpai! La rectora me llamo y dijo que te quedarías hasta tarde, vine a recogerte ¿Qué paso? ¿Por qué te castigaron? – Dijo la anciana, apoyándose en el muchacho para levantarse sin su ayuda.

̶  Yo ...

̶  ¡¿Y qué te ha pasado?! ¡Estas pálido, hijo! ¿Te sientes bien, te duele algo? – Exclamo la vieja mujer, mientras llevaba el dorso de su mano a la frente del chico. Este estaba congelado, a su mente solo podía llegar la última imagen que observo en el celular.

Pero recordarla era puro sufrimiento.

¨Esto es una sorpresa¨ Primer cuadro, Pico de pie en un pasadizo que él conocía muy bien. Alguien estaba junto a él, pero no podía saber quién porque solo aparecía la mitad de su cuerpo. Ambos estaban en pijama.

¨Esto es una sorpresa¨ No más delicadez, es un primer plano de la noticia. El objeto bien enfocado y sus horrorosas dos líneas rojas bien puestas en el.

¨Esto es una sorpresa¨ Lo mismo pero más de lejos. Ahora podía notarlo mejor, estaba tendido sobre el piso del baño. Un baño que él conocía porque ahí fue donde sus habidas manos de pulpo se colaron en sus pantalones y su ropa interior.

¨Esto es una sorpresa, pero no me desagrada¨ Ultimo cuadro, Pico de pie abrazando con el brazo izquierdo los hombros de una muchacha que él no conocía. Y esa, esa horrenda bruja sosteniendo la prueba que ataría por siempre al ojiblanco y a la asiática.

A menos de que algo saliera mal, pero eso no se le ocurrió hasta mucho después.

̶  N- ... N-No sé ...

̶  Senpai ¿Qué sucede? – La señora lo atrajo hacia sí misma y lo abrazo, acariciándole la espalda. Y su acción le recordó a la primera cosa que había leído allí.

¨Prometo que cuidare de ti, prometo que estaré allí para ti¨ Ahora esas palabras no solo aplicaban a sus padres, si no también a Pico.

Demasiadas cosas como para no estallar.

No solo por todo lo que había visto y recordó, si no también por el sentimiento de ser observado y juzgado por sus compañeros de escuela.

Sin mediar palabra, empujo a la anciana con todas sus fuerzas y echo a correr en dirección opuesta a su casa. Un tipo intento atraparlo, imaginando que acababa de asaltarla, y no lo logro.

No sabía a donde correr o donde esconderse, solo sabía que si cometía esta acción su cerebro ya no estaría tan pendiente de toda la basura que acaba de pasar.

Corrió hasta quedarse sin aliento, hasta llegar a la linde de la urbe y donde comenzaba la playa. Una playa desértica y muy mal cuidada, donde reinaba la basura y las aguas hervidas de un desaguadero.

Había una roca sobre la arena. Inmensa, tranquila, serena. Y él se subió en ella, solo para estar por encima de la tierra. Para alejarse de las cosas que allí habitaban y que lo lastimaban.

Saco el móvil una vez más, su mano tembló y este se le cayó, reposando sobre la arena mojada. Ni siquiera lo noto, ya tenía la vista demasiado borrosa por las lágrimas como para siquiera ver algo, por más cerca que estuviese.

Se cubrió el rosto con las manos y rompió a llorar. Por demasiadas cosas, pero principalmente por Pico. Y por darse cuenta por fin que su aventura no fue lo suficientemente valiosa como para que el ojiblanco le tuviera todavía algún cariño. Después de todas las cosas que pasaron ¿Lo había olvidado tan fácilmente? Si, y no solo eso. Era tan poca cosa que apenas tres meses luego de la tortura que lo hizo vivir en carne propia se atrevió a conseguirse una novia y aun peor, embarazarla.

No era nada, era como esta arena. Tan ínfima que se escapaba de entre los dedos con el agua.

Un orgasmo de fuego y humo se formó en la base de su garganta, amenazo con salir y finalmente escapo de entre sus labios el un alarido de dolor e ira.

̶  ¡Vete al jodido infierno Pico, y tú y tu jodida puta puedes irse ambos al infierno! ¡Te maldigo y de verdad espero que a los dos los atropelle un condenado tren! ¡No puedes hacerme esto, no puedes! ¡Cabrón, poco hombre, basura, escoria!

Pero por más que maldecía, no había nadie que lo escuchara y mucho menos el alegado. Y sentirlo tan lejos solo lo hizo llorar más. Allí, en completa soledad. 

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