̶ ¡No pienso pasar por esa puta calle de vuelta y punto final! ¡No pueden obligarme a hacer lo contrario! – Grito, hecho una furia y mientras su madre terminaba de examinarle el tobillo derecho.

̶ Hijo, cálmate – Dijo su viejo padre, acariciándole el brazo. El ojizafiro, rojo de ira, le aparto la mano de un manotazo.

̶ ¡No! Les dije una y otra vez que esa jodida calle me aterraba y a ustedes no les importo ¡A ustedes nunca les importa nada! ¡No les importo yo! – Chillo, mientras una pequeña lagrima se derramaba por su mejilla izquierda producto del dolor que sentía en la pierna. Era un escozor insoportable que serpenteaba hasta más arriba de donde había sido echo.

̶ Pero, hijito, te mando por allí porque quiero lo mejor para ti. Porque no quiero que te lastimes – Contesto el anciano, conservando su tono tranquilo y simplón. Senpai apretó los puños y los dientes, por la rabia y por el daño. Siempre había odiado su voz y su acento, por lo campesino que se oía ¿Oh, porque no pudo nacer en un hogar con padres normales, jóvenes y con trabajos exitosos? Traía buenas calificaciones, era bien portado, agraciado y en lo que cabía ¨un buen hijo¨ así pues ¿Por qué ellos no cumplían su parte del trato?

̶ Pero, pero ya ... – De nada serbia explicarles y rogarles por su problema. No lo entenderían a menos que también les contara sobre esa cosa que lo estaba acosando.

Y en absoluto no quería.

No quería que supieran que tenía miedo, porque literalmente no había nada que temer.

̶ Creo que solo es un sarpullido – Dijo la señora, dejando su pie reposar sobre un cojín muy suave. Se levantó y camino hacia el baño donde guardaban medicamentos y ungüentos.

̶ ¿Tú crees? – Contrataco el joven.

̶ Si, míralo tú – Le contesto, buscando lo necesario para cuidarlo.

Senpai no se había fijado en su sopor desde que había vuelto corriendo a casa. Aunque, a decir verdad, eso no es del todo es cierto. Corrió la mitad del camino lo más rápido que pudo y en cierto momento el tobillo le empezó a picar. Pero a picar de veras, y luego a doler. Llego a casa saltando en un pie. Tal parece que su carrera hizo que la saliva aun restante de lo que sea que lo lamio se secara y lo lastimara. Su piel era muy sensible. Bajo la vista y resulto que su tobillo se hallaba de un color rosa pálido con puntitos rojos por donde parecía haber pasado la lengua ajena, tenía una extraña forma de S alargada. Se asqueo de inmediato, lo repudio.

Para eso no había explicación, a menos que un dragón de Komodo le haya decidido dar una probada ¿Y si era verdad y sus ojos eran los que lo acosaban todos los días? Podría ser, de hecho era lo más razonable hasta el momento.

Pero eso no tendría sentido porque en su ciudad no hay esa clase de animales sueltos, ni zoológicos. Es pequeña, simplona y aburrida. Apestosa por el humo de las fábricas y triste.

̶ Me voy a la cama – Decreto luego de que su madre terminara de curarlo. Se levantó y, cojeando, subió las escaleras sin despedirse ni agradecerles. Sus padres se quedaron conversando un rato de lo poco que les había contado el muchacho: Que ayudo a un ¨estúpido anciano¨ a llevar unos paquetes a la puerta de su casa y cuando se detuvo a recuperar algo de aire al lado de la acera, algo lo lamio.

̶ Quizá lo mordió una rata – Observo su padre, revisando los diarios de hoy.

̶ No, no había mordida. Solo es un sarpullido, quizá piso alguna planta venenosa – Respondió su madre de inmediato, sentándose en su sillón favorito y mirando hacia la ventana con gesto decaído, observando a unos pajarillos cantar sobre el alfeizar.

Pensó entonces en lo que su hijo hubiera dicho si siguiese allí ¨¿Puedes espantar a esas jodidas aves?¨ y una oleada de tristeza la aquejó. Es que era muy triste que un chico tan lindo como él tuviese un carácter tan malo y odiase a sí mismo a las cosas igual de hermosas en la vida.