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Cap 7

El amanecer llegó, y Guaraní y Paraguay despertaron agotados pero con una chispa de esperanza. Habían logrado escapar bajo la oscuridad de la noche junto con un pequeño grupo de prisioneros que también aprovecharon la confusión del cambio de guardias. Ahora se encontraban escondidos en un denso bosque, donde los sonidos de la naturaleza eran tanto un alivio como una advertencia.

Guaraní observó a su hijo, que estaba cubierto de cortes y moretones, pero seguía resistiendo. Se acercó a él y le acarició el cabello, con una mezcla de orgullo y tristeza.

—"Ndéve che ra'y, reiko katupyryeterei. (Hijo mío, eres muy valiente)", susurró, intentando ocultar su propia preocupación.

Paraguay, que estaba limpiándose una herida con agua de un pequeño arroyo cercano, levantó la mirada hacia su madre. Aunque estaba asustado, ver la determinación en los ojos de Guaraní le daba fuerzas.

—"sy, mba'e la jahapótava ko'águi? (Mamá, ¿qué haremos ahora?)", preguntó, su voz apenas un hilo.

Guaraní no respondió de inmediato. Miró a los otros fugitivos: hombres y mujeres con marcas de cadenas en sus muñecas y rostros llenos de cansancio. Sabía que no podían quedarse en un solo lugar por mucho tiempo.

—"Ñañani, che ra'y. Peñani pya'e ñande rekovére. (Huir, hijo. Debemos correr rápido para salvar nuestras vidas.)"

Sin embargo, la urgencia de su situación no era compartida por todos. Uno de los hombres que estaba con ellos, un anciano llamado Ñandutí, se acercó a Guaraní.

—"Ko'ã mbo'ehára ha I.Español ojapo va'erã ñanderehe ñepysangáva umi. (Estos soldados y el español harán de todo para encontrarnos)", dijo con voz temblorosa pero firme. "Jaikuaa porãma hína, Guaraní. Mba'e pejaposéta? (Lo sabemos bien. ¿Qué harás?)"

Guaraní respiró hondo, mirando a Paraguay y luego al grupo. Sabía que no podía dejarlos atrás, pero también que mantenerse juntos los hacía más visibles. Mientras pensaba en qué hacer, a kilómetros de allí, el caos estallaba en la fortaleza de I.Español.

En la fortaleza

I.Español golpeó la mesa con tal fuerza que los papeles volaron y las copas de vino se tambalearon. Su rostro estaba enrojecido, y su mirada destilaba furia.

—"¡¿Cómo es posible que se hayan escapado?! ¡Un puñado de esclavos inútiles burlando mis guardias! ¡Esto es una vergüenza para nuestra corona!" Su voz resonaba en las paredes de piedra, haciendo eco hasta en los pasillos.

Un capitán se adelantó, nervioso.

—"Mi señor, los guardias estaban haciendo el cambio de turno cuando... cuando ocurrió. Ellos... aprovecharon la confusión."

I.Español lo miró con una mezcla de desprecio y burla.

—"¿Confusión? No, esto no fue una confusión. Esto fue incompetencia. ¡Encuéntrenlos! ¡Cada hombre, cada perro de caza! No descansaré hasta que los vea encadenados de nuevo... y esta vez, no habrá piedad."

Mientras hablaba, sus ojos se posaron en la ventana grande de su despacho, decorada con marcos dorados y cortinas carmesí que contrastaban con la fría piedra. A través de ella, podía ver la vasta extensión de sus tierras y más allá, el horizonte donde el bosque se extendía como una barrera natural. Sonrió, pero su sonrisa era fría, calculadora.

—"Esos dos... especialmente ellos. Una joya tan pura no puede andar suelta por mi tierra. Italia, tú tienes razón: su belleza e inocencia no pertenecen al bosque. Me aseguraré de que regresen, pero esta vez... esta vez serán útiles de una manera distinta."

Se giró hacia un mensajero.

—"Envía cuervos a todos nuestros aliados cercanos. Ofrece una recompensa a quien los capture vivos... aunque no me molestaría que estén un poco magullados."

En el bosque

De vuelta con los fugitivos, Guaraní decidió dividir el grupo en dos. Ella y Paraguay liderarían a unos pocos hacia una cueva que recordaba de su juventud, mientras el resto seguiría un camino diferente para confundir a los perseguidores.

Mientras caminaban, Paraguay no podía dejar de pensar en las palabras del capitán ese hombre y en la mirada fría de I.Español. Cada vez que cerraba los ojos, las palabras resonaban en su mente: "Nada se desperdicia en mi tierra." Sentía una mezcla de rabia y miedo, pero también una determinación creciente de proteger a su madre y a los demás.

Al llegar a la cueva, Guaraní revisó la zona para asegurarse de que no había rastros de animales peligrosos o señales de soldados cercanos. Les indicó a los demás que descansaran, mientras ella y Paraguay se sentaban junto a la entrada para vigilar.

—"Che ra'y, reikuaa mba'épa nderehe oñeha'ã hína? (Hijo, ¿sabes lo que están intentando contigo?)" Guaraní le preguntó con voz seria, mirando a su hijo directamente a los ojos.

Paraguay bajó la mirada, sin responder.

—"Nde resa iporã, nde py'a guapy, ha umi mba'e ndaha'éi oúvo Ñandejárare. Ha'ekuéra ndohejamo'ãi umi mba'e reiko reína re. (Tus ojos, tu calma... esas cosas no serán ignoradas por ellos.)" Su voz se quebró un poco, pero rápidamente recuperó la firmeza. "Añetehápe, roprotehéta che ra'y. Che ajuka jepe ha'ekuéra rehe, nderehápe ndajojapói. (Te protegeré, hijo mío. Incluso si debo morir por ello.)"

Antes de que Paraguay pudiera responder, un ruido en el bosque los alertó. Guaraní se levantó de inmediato, con los músculos tensos y lista para defender a su grupo. Paraguay tomó una roca afilada, sabiendo que, aunque su fuerza era limitada, no dejaría a su madre luchar sola.

De entre los árboles surgió una figura. No era un soldado, sino un joven con ropas humildes y una expresión de urgencia.

—"¡No teman! No soy enemigo," dijo en voz baja. "Los están buscando... y están muy cerca."

Guaraní lo observó con desconfianza. ¿Era una trampa, o un aliado inesperado?

¿Quieren que sea aliado o solo alguien que quiere la recompensa?

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