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Cap 4

El I.Español camino lentamente a los lados de los dos,luego, miró a Paraguay con una sonrisa astuta y malintencionada mientras caminaba lentamente a su alrededor. La habitación en la que estaban era amplia, con una gran ventana que dejaba entrar la luz del atardecer, iluminando el rostro del hombre con un brillo dorado que contrastaba con la frialdad de sus ojos.

—"Mírate, muchacho," dijo en español, su voz goteando sarcasmo. "Tan joven, tan... inocente. Esa cara tuya podría servir para algo más que cargar cajas. Quizás deberíamos pensar en otros... servicios para ti."

Paraguay tragó saliva, sin atreverse a responder. Bajó la mirada, su cuerpo rígido por el miedo. El silencio era su único escudo ante el poder que emanaba aquel hombre.

Guaraní, al escuchar esas palabras, dio un paso adelante, sus cadenas tintineando con fuerza.

—"¡Ani eñe'ẽ péicha che ra'y rehe!" gritó, su voz temblando de furia.
("¡No hables así de mi hijo!")

El I.Español levantó una ceja, claramente entretenido por la reacción de Guaraní.

—"Ah, la reina indomable. ¿Te molesta, mujer? Pero, ¿qué esperabas? Esa belleza suya es innegable. Y el chico... bueno, no sería sabio desperdiciar algo tan valioso. Estoy seguro de que mis guardias estarían... complacidos."

Guaraní apretó los puños, la ira quemándole por dentro. Sus ojos ardían con una mezcla de indignación y protección materna.

—"Rejerovia rei. Natekotevẽi che ra'y oiko pende pu'aka guýpe," espetó, sus palabras impregnadas de desafío.
("Eres un iluso. Mi hijo no necesita vivir bajo su yugo.")

El I.Español sonrió, complacido por la furia de Guaraní, como si fuera un juego que disfrutaba jugar.

—"Qué carácter el tuyo. Quizás debería quebrarte primero a ti, para enseñarle a tu cachorro cómo funcionan las cosas aquí."

Guaraní avanzó un paso más, a pesar de los guardias que la sujetaban.

—"Ejapo mba'eve reipotáva cherehe, ha katu aníkena remokañy ñande teko yvypóra guive."
("Haz lo que quieras conmigo, pero no intentes destruir lo que somos como pueblo.")

El I.Español levantó una mano, deteniendo cualquier movimiento de los guardias. Sus ojos fríos se posaron en Guaraní, mientras una sonrisa burlona se dibujaba en su rostro.

—"Qué conmovedor. Pero me temo que tus palabras no valen nada aquí. Llévenlos de vuelta a sus celdas. Que descansen... por ahora."

Los guardias asintieron y, con rudeza, arrastraron a Paraguay y Guaraní hacia la salida. Mientras los llevaban, el I.Español se quedó de pie frente a su ventana grande y lujosa, que ofrecía una vista panorámica del paisaje conquistado. La luz del atardecer bañaba su figura, dándole un aire casi fantasmal.

—"No se desperdicia una belleza como esa en las miserias de la tierra," murmuró para sí mismo, su sonrisa torcida ampliándose mientras miraba al horizonte.

La ventana, con su marco ornamentado y vidrios pulidos, reflejaba el rostro del hombre, marcado por una mezcla de arrogancia y satisfacción. Desde allí, contemplaba su imperio, su poder, y ahora, dos nuevas piezas que consideraba suyas para hacer lo que quisiera.

El día avanzaba lentamente, y el calor del sol parecía implacable. Los prisioneros trabajaban bajo la supervisión estricta de los guardias, moviendo piedras y realizando tareas agotadoras. Mientras tanto, el I.Español se encontraba en una habitación cercana, observando todo desde una ventana grande que daba a la zona de trabajo. Su mirada era fría, calculadora, y sus labios curvados en una sonrisa sutil, como si disfrutara del sufrimiento ajeno.

A través de la ventana, podía ver a Paraguay y su madre, Guaraní, trabajando incansablemente. Guaraní movía las herramientas con destreza, pero sus ojos no dejaban de buscar a su hijo. Paraguay, por otro lado, parecía estar agotado, el sudor empapando su rostro. En un momento, se le ordenó cargar una roca tan pesada que apenas podía levantarla. Cuando intentó moverla, perdió el equilibrio y la piedra le cayó sobre los pies, causándole un dolor insoportable.

El grito de dolor de Paraguay resonó por todo el campamento, pero, aunque Guaraní escuchó el lamento de su hijo, no pudo hacer nada. Su corazón se rompía por dentro, pero sabía que si intervenía, el destino de ambos podría ser aún más cruel. El I.Español observó todo desde la ventana con atención, su sonrisa aún más ancha al ver el sufrimiento de Paraguay.

En ese instante, uno de los guardias se acercó al joven indígena, que trataba de levantarse del suelo con esfuerzo. Su mano temblorosa intentó sostenerse en el suelo mientras rogaba por no llorar, intentando mantener la compostura.

—"Por favor, no... no quiero más castigos," susurró Paraguay, sin atreverse a mirar al guardia, que lo observaba con indiferencia.

El I.Español observó la escena con una mirada astuta, como si estuviera disfrutando de la agonía del joven. En ese momento, su voz fría cortó el silencio.

—"Vaya, parece que ya son más obedientes," dijo, su tono burlón. "Pero su belleza no es para esta tierra."

Con una sonrisa cínica, dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida. Justo en ese momento, la puerta se abrió y entró otro conquistador, un hombre de complexión robusta y con una mirada dura, un contry que había llegado recientemente al campamento.

Al ver a Paraguay, quien aún estaba de rodillas en el suelo, con el rostro marcado por el dolor y el sudor, el contry se acercó y lo observó en silencio, con un brillo extraño en los ojos.

—"Hmm..." dijo, examinando a Paraguay de arriba abajo. "Este muchacho... su belleza es innegable. No se puede desperdiciar una joya como esta."

El I.Español sonrió aún más al escuchar esas palabras. Sabía que el contry tenía una debilidad por los indígenas jóvenes y bellos, y veía una oportunidad de sacar provecho de la situación.

—"Interesante," murmuró el I.Español, mientras su mirada se volvía aún más calculadora. "Quizá haya formas de usar a este joven para otros... propósitos. Quizás no todo esté perdido."

El contry dio unos pasos hacia Paraguay, quien se mantenía inmóvil, demasiado asustado para reaccionar. Guaraní, desde lejos, los observaba con los ojos llenos de ira y desesperación, pero sabía que si intervenía, todo podría terminar mucho peor.

—"Nada se desperdicia en mi tierra," dijo el contry, acariciando el aire como si ya viera a Paraguay en su poder. "Este será valioso... muy valioso."

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