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Se asoma el futuro

Meteora ya no quería ir a visitar a su padre, a pesar de que vivía en la esquina. Don Rodolfo pasaba las tardes en la farmacia donde trabajaba, dormitando y leyendo diarios nacionales: comenzaba leyendo la sección policial, luego saltaba a política y proseguía con la sección de espectáculos. En cambio a Meteora le gustaba leer el horóscopo y los chistes de la contratapa.

Don Rodolfo nunca le demostró a Reginalda demasiado amor, según Meteora, ellos no se amaban, pero si se otorgaban un poco interés. La única pasión que tenían en común era el sexo.

A pesar de ser un hombre sin problemas financieros, consiguió que su casa se vendiera a un alto precio. Es fácil sospechar que su nueva esposa había hecho un acuerdo con el tasador y la casa inmobiliaria. Reginalda siempre había tenido una increíble atracción por el dinero, pero esto es algo natural en su familia, ya que su abuelo, ahora fallecido, y su padre comercializaban los yates de lujo.

Nada hechiza tanto a una mujer como tener gran belleza y poder adquisitivo al alcance de su mano. Poco a poco ella se fue saciando del poco amor que recibía y pleiteó con su esposo porque llegó a la conclusión de que quería ser madre antes que su reloj biológico le marque el fin de las posibilidades.

Don Rodolfo, rechazó la posibilidad de tener un nuevo hijo y esto hizo que su esposa lo vetara de su casa durante dos noches. El hombre durmió en el garage sin que ella supiera que estuvo ahí.

Ni la aristocracia ni la burguesía de la Vanderpump practicaban el perdón. Ella siempre se inclinó por la gente que siempre le ofreció respeto y admiración constante, y su marido ya no le podía ablandar el corazón.

El amor no los representaba. Ellos siempre andaban disgustados con la cara larga. Pero durante las noches siempre hacían el amor, bastante a menudo y sin ninguna convicción. El coito era mucho más representativo para ella. Significaba que aún tenía poder para dominarlo.

Su pensamiento parecia brutal, maniático y grosero, pero cuando finalmente quedó embarazada, Reginalda se transformó en un ser mucho más compasivo, aboliendo las diferencias que tenían ellos dos.

Ellos dieron un giro y dejaron sus peleas inútiles para ser un poco mas amables con la vida misma. Ambos vivían la situación, pero no se atrevían a dar la noticia, Don Rodolfo fue el primero en tener el valor de decirlo:

—Meteora —le dijo a su hija—, tenemos que charlar.

Desde hace algunas semanas habían dejado de hablarse y esta conversación estaba siendo extraña.

—¿Le pasó algo, Don Rodolfo?  —exclamé.

—Solo vine a intercambiar unas palabras con ustedes —replicó él—, voy a contarles algo bastante inusual.

—Papá —chilló Meteora—. ¡No me digas que la tonta te fue infiel!

—No.

—Entonces —insistió Meteora—. ¿Vos le fuiste infiel?

—Nunca pensé en ello —dijo el papá y luego puso los ojos en blanco.

—¿Papá, seguro que no le metiste las guampas? —exclamó nuevamente con gran énfasis.

—Meteora, cálmate un poco —dijo con un tono salvaje.

—Cállate, es muy duro aguantar a una soberana hija de puta, tan celosa y tan odiosa como lo es Reginalda. Mi papá es hipertenso y no creo que la aguante por mucho tiempo.

—Siéntate un poco, hijita, déjame hablar.

—Uh, es verdad, papi, ¿qué ocurrió? —pregunto su hija, mientras encendía un cigarrillo—. Perdón, papá, estoy muy ansiosa. Espero que no te moleste el humo.

—Continúe, por favor —dije.

—Esta bien... —repuso—. Voy a ser papá.

—Pero... Papá, vos ya sos papá, ¿es una broma? —decía Meteora— que mierda me quieres contar.

—Escucha...

—Te escucho, papá.

Tras meditar durante un instante añadió:

—Escucha hija. Reginalda está esperando un hijo —dijo su padre y se estremeció.

¿Qué?

—Hija, me gustaría comprenderte mucho mejor. Pero no sientas mal, un bebé solo es una bendición —alegó.

—No, no, no, no —protestó Meteora—. Ahora me siento para la mierda. Ya le he dicho que no quería que tengas hijos con esa bruja. La falta de respeto que ustedes me tienen es una traición excesivamente fuerte.

—¿Y usted ama a Reginalda? —exclamé sin pensar.

—Amo a esa mujer.

—¡Mientes! No puedes amar a una mujer tan abusiva como ella —gritó Meteora.

—La ausencia de tu madre me ocasionó demasiada tristeza, ahora me siento con mejor humor. Juntos esperaremos la llegada de este bebé —dijo Don Rodolfo—. ¿Me vas a dejar de querer por eso?

—Oh, papá, el corazón me palpita demasiado rápido ahora —contestó Meteora mientras ponía una mano sobre su pecho.

—¡A mi me sucede lo mismo! Porque necesito tu apoyo y no necesito que me transmitas tu temor —dijo, con tristeza Don Rodolfo.

—Gracias papá —dijo, desdeñosa, Meteora—. Esperas que esto no sea un ultraje para mí.

Meteora se hallaba con el propósito de la obstinación. Ambos se convirtieron en seres hostiles e incluso indiferentes.

Mi madre habia escuchado toda la conversación, pero aún así no había salido de su habitación. Ella me dijo que Meteora estaba excitada por la noticia, que sería mejor darle su espacio hasta que decida conversar con nosotros.

Después de unos días se le había pasado el malhumor, y estaba como si nada hubiese pasado. Hallé un pretexto para salir a la plaza con ella. El sol estaba radiante, pero el soplo del viento era fresco y estrepitoso. Decidimos llevar el termo con agua caliente y tomamos mate sentados frente a los árboles de palo borracho.

—Voy a confesarte una cosa...—dije.

Meteora esperó para hablar, inhaló y dijo:

—¿Por qué nunca hicimos el amor?

—¿Por qué? —pregunté ojiplático.

—Lee me deseaba mucho, ¿y vos?

—¿Tú que creés?

—Que sos un tarado.

—Claro que no lo soy —dije estirando mi cresta hacia arriba.

—¡No te toques el pelo!  —me costó mucho dejarte la cresta en forma de abanico.

—Meteora, ¿acaso quieres ofenderme? —dije sin vacilación ni temor.

—Claro que no. Solo estoy algo nerviosa.

—Yo tengo dudas —le advertí— ¿Me quieres de verdad?

—Sí.

—¿Quieres coger?

—Sí.

Sus ojos vidriosos traicionaban su propio pensamiento. Ella no podía disimular que quería acostarse conmigo para llenar el vacío que tenía adentro.

—¿Quieres coger porque sientes frustración? —pregunté nervioso.

—No.

Y precipitadamente añadí:

—Bésame, Meteora, bésame ya.

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