Relaciones
Iba anocheciendo y comenzaron a iluminarse las calles de esta ciudad. La llegada del circo al barrio había provocado que la gente esté en la calle durante la noche.
Mientras caminaba pensaba que tenía que ser mas consciente y dejar de ser egoísta con Meteora. La falta de afecto me estaba pesando y hasta mi vida se estaba tornando una maldita novela. Sé que que nada iría a cambiar si no daba un paso al frente. Había que tomar el toro por las astas lo más rápido posible.
Puse la llave en el cerrojo y entré a la mi casa en silencio. Me metí directamente a la ducha. Salí con una toalla blanca rodeando mi cintura. ¡Parecía que el milagro iba a ocurrir! Lo presentía.
Meteora estaba tirada en la cama, con los pies apoyados en la pared mientras miraba Mtv unplugged en la televisión.
—Ya tenemos cable, ves —dijo esbozando una sonrisa.
Ella apartó la mirada del aparato y miró fijamente mi erección.
—Me parece genial —dije mientras me ponía la ropa interior.
—¿Por qué te cambias frente a mí? —dijo elevando una ceja—. Parece que hoy has perdido la vergüenza.
Me acerqué a su rostro y le vi directamente a sus ojos delineados con sombra azul y luego sentí su aroma a colonia inglesa, ese olor era un como elixir excitante que me provocó besarla sin prisa y sin pausa.
En mi oído escuché su dulce gemir, ese sonido alteró mi conciencia y me convertí en una bestia sedienta. Me arrastré hacía abajo como una serpiente, besé su pecho candente y luego su ombligo. Bajé más y sentí su entrepierna humedecida ávida de ser besada. La música punk rock que pasaban en la televisión dió un ambiente magnífico.
Besé los pliegues de su formidable piel mientras ella acariciaba mi cabello con vehemencia. Arqueó su espalda del espasmo que mi boca le había provocado, cuando aparte mi rostro de su intimidad pude notar que su miel comenzó a brotar como cascada. Las sábanas se humedecieron y me sentí feliz de satisfacerla.
La experiencia fue semi mágica, me llenó de asombro y elevó mi ego. Le había puesto mi huella a lo cotidiano con un carácter milagroso. Meteora estaba estática, aún con sus piernas abiertas, no emitía palabra alguna.
—¿Quieres continuar? —le dije mientras le masajeaba los pies.
Saltó de la cama como un resorte, apagó la televisión y puso un cassette de Nirvana en el reproductor. Cerró las persianas, encendió un sahumerio de lavanda y le puso llave a la puerta de la habitación.
—Sí, hagamoslo —oí su susurro en la oscuridad.
Derrepente escuchamos a mi madre entrar a la casa. El barullo que hizo en la cocina me había puesto muy nervioso y me temblaban las manos. Era necesario trivializar ese hecho y hacerlo irrelevante. Pero ya estabamos en el baile y teníamos que bailar...
—¡Llegó tu vieja, la puta que los parió! —susurró.
—Lo sé, pero guarda silencio —dije.
—Danubio, concéntrate por favor, no puedo más y lo necesito ahora —dijo Meteora mientras se sentaba en mi pecho—. Ahora estarás a mi servicio.
—Está bien, te prometo que te voy a satisfacer —pronuncié mientras le besaba el pecho.
Meteora se subió a la cumbre más alta y comenzó a moverse frenéticamente. Gritó, gritó fuerte.
—Hijo, ¿estás bien? —dijo mamá através de la puerta— ¿vas a venir a lo del tío Jethro, si o no?
—Estoy bien, mamá—respondí reteniendo un grito ahogado.
—¡Ay, carajo que pasa ahora! —masculló Meteora mientras se envolvía con las sábanas blancas.
—Dios... —dije y suspiré.
—¡Danubio, no me dijiste nada! —gritó mamá desde el comedor. ¿Qué ocurre?
—Ya voy, mamá —chillé abochornado.
Meteora parecía descontenta e incómoda. Y mirándola, supe que pronto iria a estallar de rabia. Encendí la luz y me vestí rápidamente.
Los ojos de Meteora estaban ligeramente oblicuos y esa miraba no me gustaba. Luego ella murmuró:
—¡Danubio, la próxima vez iremos a un telo!
—¿A un hotel? —dije abriendo los ojos como plato—. ¿Acaso quieres acostarte en una cama que ha tocado miles de culos desnudos...?
Meteora se sentó al borde la cama y se puso su camiseta, estaba con la cabeza ligeramente inclinada mirando el suelo y entonces dijo:
—¡Qué distinta es esta realidad! Sin embargo, también tengo algo llamado sensibilidad.
—Ya te di placer, mi reina... —dije lacónicamente.
Meteora torció el rostro y dijo:
—¿Cinco minutos de placer?
—Tal vez fueron seis o siete minutos —dije conteniendo la risa—. Dos minutos de besos y tres minutos de sexo. ¡Gozaste dos veces, Meteora!
—Hubieses gozado tú también —dijo irónicamente.
—No. Si no traía protección. Me la aguanté como macho —respondí.
—Espera un momento —dijo entonces ella—. Tengo un forro en mi bolso. Mirá aquí está.
Me desvesti en menos de lo que canta un gallo y me quedé parado como un mudo. No sabía que hacer, excepto... bueno, había que terminar lo que había dejado a medias.
—¡Mierda! —exclamé—. Ven aquí, que estoy por explotar.
—Estoy de acuerdo —respondió mientras se quitaba la remera otra vez.
Al ver su piel caucásica y redondos pechos bajo la luz, me pusieron nuevamente en ambiente. Quería examinarlos de cerca, entonces me acerqué para sentir mejor su piel. Meteora repitió con todo detalle la situación haciendome vibrar, las proyecciones habían llegado a su punto y aguantando las ganas de gritar lancé un gemido tan débil como pude.
Meteora dijo en mi oído «excelente», y se volvió hacia mí rodeandome con sus brazos.
—La pregunta aquí es: ¿cuál es la diferencia entre ser amigos y tener sexo y, ser una pareja normal? —pregunté, imprimiendo mis sentimientos en la pregunta.
—No lo sé. Supongo que lo que importa es la conexión —respondió—. Vos no comprendés, las relaciones van por la senda de la perdición.
—¿Cuantos caminos tiene tu mente? —exclamé—. La historia tenemos que escribirlas juntos, no importa si no creés en el amor.
—¡Eso no es así; de ningún modo! —chilló—. Vos todavía creés en el ada de los dientes, tus padres te hicieron creer que no habían monstruos bajo tu cama. Si tan solo alguien te hubiese advertido que el amor era tan complejo... ¡A ver si el dios de la inmadurez se apiada de nosotros!
—Pero eran otras épocas, no hagas comparación. Yo no te toqué hasta hoy, en cambio tú si intimaste con Lee y le dijiste que creías en el amor —le dije sin vacilación ni temor.
Mamá volvió a hacer irrupción en la habitación, y en verdad quiso abrir la puerta y se enfadó al ver que estaba trabada.
—Mamá, ya voy...
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