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Primer beso

Estaba cansado, no poseía dinero sufiente para poder tener a Meteora. Mi vida era ahora mucho más incómoda que antes. Necesitaba el empleo urgentemente, pero no me llamaban. Con frecuencia me sentaba esperando al lado del teléfono y no sonaba.

Solía comparar mi estado con aquel que había experimentado mi padre antes de morir. Papá desapareció de casa porque no tenía dinero suficiente para las cosas útiles y necesarias para mi subsistencia.
Pasaba los días sentado en el pórtico de casa esperándolo con la cruda esperanza de verlo estacionar su camioneta frente a la vereda.

Un día mamá me dijo que mi padre nunca más iría a volver. Papá era unos de los barrabravas de River plate y la cana lo mató. ¿Por qué tuvo que morir? ¿Por qué se alejó de nosotros?

Me consolaba el hecho que mi tío había sustituido a mi padre, pero yo tenía once años y estaba impaciente por destruir el recuerdo de ese amargo ayer. Simplemente, quería olvidar a ese hombre que no me había dado nada.

Ahora me encuentro sentado en la vieja silla mecedora de madera, mirando hacía la calle o tal vez a la nada. Recordando todo eso que me había generado ansiedad. La intensidad de el recuerdo vacila y vuelve a mí en forma de pánico. Permanezco así tantas horas que, parezco un muñeco de trapo. También pienso en el pequeño yo acurrucado en un rincón junto a la cama como una imagen flotante.

Meteora me saludó a través de la ventana y retuve mi sonrisa mientras trataba de entender por qué una chica tan amable había decidido a ayudarme a conseguir trabajo.

Después de unos instantes, Jethro había llegado a mi casa con Maureen. Mi tío lúcia cansado, con una marcada sombra gris abajo de sus ojos. Luego del silencio incómodo, finalmente dice:

Tu novia está en la vereda hablando con un muchachito Ponja —comentó—. De inmediato.

Ah, dale. Apenas llegas y ya me estás quitando las ganas de vivir —me quejo—. Mejor voy a ver que está haciendo. ¿Un japonés?

Espera. No vayas con esa reacción —replica Maureen y miró a Jethro—. Danubio no vayas ahora por favor.

¿De qué estan hablando? —dije con voz ronca.

Maureen esbozó una sonrisa maliciosa y comienza a discutir. Mamá se acercó a nosotros y me levantó el dedo para silenciarme.

¿Qué ocurre? —susurró mi madre.

Es que la vecinita... —comenzó Jethro—. Meteora está chapando con un... —Maureen lo interrumpe de inmediato. Su respuesta me había dejado estupefacto.

¿Qué dices? —exclamó mi madre.

Basta —dijo Maureen y su novio parecía que estaba a punto de decir algo—. Danubio, olvídate de Meteora. Me temo que ella tiene a alguien en su vida, ¿entiendes? —y ahora estaba como arrepentida por haberme dicho la verdad— parece que estaba a punto de llorar. Y... bueno, se puso sollozar sin razón.

Lo que decía tenia sentido. Sin decir nada asomé la cabeza por encima de la reja.

Volví hacia ellos y Maureen tenía una expresión en su cara: «Te lo dije».

Eres un tonto, hacé algo —dijo mi tío con frialdad.

Esperé en la vereda hasta que el niño oriental se fue. Meteora finalmente me vió y se quedó congelada. Luego caminó hacía mi y me dijo:

Danubio, hago esto para conseguir favores —masculló, esbozando una sonrisa falsa. Entiende que todo tiene un propósito.

Sí, pero ¿qué pasa entre nosotros? ¿ahora estás de novia con ese adolescente? Después de que te confesé que me gustas —hice una pausa para dedicarle una mirada de desaprobación—. Vos estás jugando con fuego frente a mis narices.

Sé que esto no es nada bueno ¿verdad? —dijo, aumentando la confusión lingual.

Se nota que la moralidad pasó de moda ¿no? —dije irónicamente—. La verdad que estoy avergonzado de todo esto. No debí confesarte mi amor.

Me estoy quedando sin tiempo —susurró en respuesta.

—¿Tiempo para qué? —exclamé confundido.

Ese chico es el hijo de Kung Chang. Él puede hacernos la gauchada para entrar a trabajar al restaurante como meseros, en lugar de lavacopas —repuso—. Es un mejor puesto de trabajo y se gana el doble.

Entiendo, pero, ¿el fin justifica los medios? —dije estudiando su rostro.

Vos no sabés... pero, quién me presentó a los chinos fue la novia de papá, la senorita Reginalda. Ella me dijo como podría manipularlos y hasta ahora me está yendo bien. El muchachito me regala artículos costosos a cambio de unos besos —explicó Meteora sin vacilación o temor.

¿Qué artículos? —exclamé—. Dime que te regaló.

Bueno, no mucho hasta ahora —dijo nerviosa—. Me hizo algunos presentes que son valiosos monetariamente. Un reloj rolex de platino, un broche antiguo de oro y incrustaciones de diamantes y un juego de collar, pulsera y pendientes de perlas.

Vaya, sin dudas lo tienes comiendo de tu mano —dije en voz baja.

Pero ya escondí todo eso en mi casa. Lo enterré en el patio, adentro de una caja de seguridad —explicó.

Y tu padre... ¿él sabe que Reginalda te envió a la cueva del lobo? —le pregunté, y ella negó con la cabeza.

Esa mujer es una estrategista —dije y mi mandíbula se tensó por los nervios.

Danubio, yo quiero trabajar... —continuó Meteora—. Quiero que trabajemos juntos —se acerca y me roza sus yemas de sus dedos en mi mejilla—. Solo intento ayudarte.

Sus suaves dedos acariciaron mi labio inferior y sentí un vendaval de emociones fuertes. Sentí palpitar mi entrepierna, entonces me acerqué a su boca y dije:

Bésame de una vez.

Sus tibios labios rosas se amalgamaron con los míos en una danza contemporánea. Luego tomó mi cabeza con ambas manos y me dijo:

¿Y ahora cómo te sientes, Danubio?

Su voz sonaba tan inocente que traspasó mi corazón. Suspiré suavemente y la abracé con fuerza. Sus ojos pardos parecían tan sinceros, que podía imaginar genuinamente que Meteora era solo mía.

Me siento bien —dije—, hace mucho tiempo que esperé este momento.

Eres un chico lindo —dijo con cierta admiración y luego caminó hacia su casa.

Ante eso, me quedé pasmado. Estaba congelado viéndola partir, inhalando su cálido perfume a vainilla. Me llevo las manos a la boca, mientras oigo los gritos frenéticos de mi familia.

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