Pesimismo
A pesar de que Jethro siempre dedicó una atención desmedida hacia Maureen, las cosas entre ellos estaban cambiando. La mujer se tornó la novia oficial de mi tío, pero había manifestado que quería tomarse un breve respiro del martirio de ser una ama de casa. Había dicho que quería conocer la costa atlántica en un viaje relámpago. Su rostro triangular se deformaba cuando no lograba conseguir lo que quería. Jethro había reflexionado mucho pero aún no estaba preparado para dejar a otra persona a cargo de su disquería.
Con esta relación, las prioridades de su vida habían cambiado súbitamente. Por mi lado le aconsejé que tenía que limpiar el aire de esa energía negativa y que tal vez ese viaje a la playa sería una buena idea. Para él no tenia sentido ir a la costa en pleno invierno, pero después pensó que sería agradable respirar ese aire fresco y sería agradable sentir esa brisa marina en el rostro.
—Tío, aprovecha la temporada baja —expliqué.
—Sé que no será un desperdicio, sin embargo no puedo soportar una situación que me obliga a cerrar mi tienda durante un fin de semana en plenas vacaciones de invierno —dijo preocupado.
—Bueno, no es para tanto. Ella siempre está atenta a tus reclamos, por más tontos que sean; ella te observa con atención y te aguanta en la cama —dije con una voz risible.
—¡Ja! No sé de demonios te ríes. Tengo la intensión de que ella pueda cambiar un poco más... —dijo Jethro mientras fruncia el ceño con preocupación.
—¿Acaso estás insinuando que quieres formalizar un poquito más? —pregunté desconfiado.
—Algo así. Aún es quisquillosa y quiere salir a trabajar, no entiende que yo soy el hombre de la casa —dijo Jethro emitiendo una risilla.
—Vamos, tío. No seas tan mojigato. Sin dudas es una mujer independiente y tú tienes que ceder. ¿Entendiste?
—Sí, Danubio —repuso—.Yo soy un hombre clásico y de la vieja escuela. ¿Crees que es una buena idea darle alas en esta ciudad de mierda? —insistió—. Si le pasa algo será mi culpa, porque este no es su país.
—¡Vaya —exclamé—, no seas tan cerrado de mente!
—Lo del nightclub me confundió. Noté que ella hacía unos extravagantes gestos de súplica y me hizo pensar en las cosas malas que acontecen en la noche. Hay mucha droga y prostitución en ese ambiente y Maureen lo sabe más que nadie —cuestionó mi tío, mientras esperabamos que mi madre llegara del supermercado.
—¡Vamos, tío! —repuse—. Siempre estás pensando que hay un porque para todo y a veces las cosas simplemente fluyen.
—No, no —me aseguró—. Mucho me temo que le pase algo, también me provoca inseguridad que no esté en casa durante las noches.
Mi tío deseaba ardientemente tener a su lado a la paraguaya o disponer de una suerte para poder penetrar el corazón de ella, de una forma genuina y romántica.
—¿Dónde está esa discoteca? —exclamé.
—Esta a un par de calles de aquí. Parece que no hay laburos disponibles en esta ciudad —repuso.
Mi madre entró por la puerta y nos vió charlando en la cocina.
—¡Miren la cara de Jethro! —exclamó mamá mientras se lavaba las manos en el fregadero.
—Demoraste una eternidad en el super. Vine a comer —respondió su hermano.
—¡Ja! ¡Me demoré porque estuve en el cabaret con dos marineros! —bromeó mi madre.
—¿Qué cosa dices? —dijo Jethro, tartamudeando.
—¡Ay! ¡Qué hinchapelotas que son! —habló mamá entre dientes.
—¿Vas a hacer puchero? —exclamó Jethro—. Me muero de hambre.
—Acaso tu noviecita no te prepara la comida... —agregó maliciosamente.
—Ella es paraguaya y no sabe preparar los platillos que a mi me gustan —dijo mi tío cortésmente.
—¡Qué minusválida mental! —dijo mi madre mientras exageraba—. Al final no sabe hacer una mierda. ¿Por qué no te buscás otra?
—¡Ay, mamá! —exclamé— . No la juzgues si aún no la conocés.
—Hijo, no tengo ninguna intención de ver a mi hermano darse besos de lengua y esas cosas —cuestionó mientras fruncia el ceño.
—¿Si? Ah, ¿qué te hace pensar que haré eso en tu casa? —dijo Jethro con la cara alargada.
—Madre, ¿ahora te preocupás? —dije medio indignado—. ¡Tu hermano tiene cuarenta y un años!
—Pero nunca es tarde para conocer serpientes —gruñó mi madre—. Fíjense como la loca de la esquina vino a serpentear hasta la casa de al lado.
—A mi ya no me asombra nada —agregó mi tío—. ¡La soledad es atroz!
—Jodete —chilló mamá, mientas picaba las verduras.
—¿Qué quieres decir con eso? —exclamó mi tío.
—Por favor muchachos, sean buenos... —dijo mi madre nerviosa—. ¿Qué pretendés que diga? ¿qué ustedes son adorables y que quiero ser su dama de honor en su boda?
—¡Dios mío! ¿Estás segura de que vas a actuar así cuando la conozcas en persona? —insistió Jethro.
—¡Qué gracia! —dijo mamá y luego sopló con fuerza—, no me hagas caso, yo no soy quien para meterme en tu vida amorosa.
—Sé que vos creés que Maureen no es una mujer honesta y tú tenés un fuerte sentido de la justicia. Yo te quiero, hermana. Que conste que te quiero... —dijo con voz trémula.
—Relájate, tío. Mamá siempre tiene fundamento para todo —agregué.
—Muchachos, también yo soy nerviosa y me preocupo bastante —añadió—. Ustedes dos son mi única familia.
—¡Ja! En nombre de sus dichosos nervios, tu madre aprovecha para descargar su ira con nosotros —dijo Jethro emitiendo una carcajada limpia.
—¡Querido, por Dios! Ustedes no se hagan los inocentes y no me torturen antes de tiempo. Bastante paciencia le tengo a mi hijo que anda con cara de boludo enamorado —dijo mi madre lanzando una risa estrepitosa.
—¡Ay! Mi mamá anda de chismosa. Siempre me atrapa observando por la ventana a Meteora —dije mientras cruzaba los brazos—. ¿Cuánto va a tardar el puchero al fuego?
—Hermana, ¿quieres que te diga una cosa? Hacés mal, nos bajoneas con tu pesimismo—dijo Jethro con voz gélida.
—Tu esfuerzo es estéril. Yo diré lo que me venga en gana —añadió mi madre—. Probablemente lo tuyo con tu noviecita paraguaya solo es un fraude.
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