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Madrugadas y dudas

   —Tú piensas errado —dijo Meteora—, él no es el chico que alguna vez quise tener a mi lado. Sin embargo, me parece que le va muy bien en su vida, su familia tiene un gran poder adquisitivo.

—No importa —aclaré—, es solo que me irrita que le respondas el teléfono y hables con él.

—¿Dé que estás hablando? —dijo Meteora con los ojos encendidos—, te acabo de decir que estoy con el chinito por mero interés. ¡No sucedió nada!

—¿Te estás escuchando? —dije mirándola a los ojos—. Eres la mujer con quién yo quiero estar.

—¿De qué hablas? Son las cinco de la mañana —chilló rogándome que me fuera de su casa—. Espera un segundo, Danubio... ¿Por qué tocaste a mi ventana? ¿Para discutir de cosas estúpidas?

—Lo siento, pero... no podía dormir. Por lo menos vengo a preguntarte las cosas.

—Por qué dices cosas como estas. No entiendo por que lo dices —inquirió.

Soy humano, tengo miedos y dudas. ¿Por qué te enfadas, Meteora? —expliqué.

—Intento decir que, necesito ser independiente. Me niego a vivir bajo las tétricas alas de Reginalda porque... —hizo una pausa mirándome con enfado pero amistosamente—  creo que la situación de va a poner negra y yo no quiero estar aquí.

—¿Por qué piensas semejante cosa... semejante cosa sobre esa mujer? —mascullé sin tener dominio de la situación.

—En un mes ella se va a casar con papá y lo va a obligar a vender esta casa. Por lo tanto,  tengo que hacer algo con mi vida para generar dinero. No voy a tener un techo —dijo y suspiró.

—Eso será difícil —dije mientra masajeaba mis sienes—, tu papá se encuentra, como vos sabés, enceguecido por la situación. Pero no pienses en negativo porque seguramente, tu padre te llevará a vivir a la mansión de la Vanderpump.

—Sí, pero... nada de lo que diga él va ser realidad —susurró mientras se frotaba los ojos con el pliegue de la manga de su camisón.

—No te asustes, la casona está en la esquina —contesté rápidamente— ¿Por qué no le das una chance a tu papá?

—¡Claro que no! ¡No pienso vivir bajo las reglas de esa víbora! Eso es terrible. ¿Cómo te atreves a decirme que debo hacer? —Dejó caer su salto de cama floreado sobre el mármol de la entrada—. ¿Por qué quieres darme consejos?

—Lo siento —le dije totalmente avergonzado, ante el dilema de Meteora.

—Bueno, sé que vos no tienes la culpa, Danubio —respondió lúgubremente. Quizá pueda sacar provecho de el chinito.

—¿Qué edad tiene ese mantenido? —dije, con el aire ausente.

—¡Ja! Tiene diecinueve años —dijo con vehemencia—. No quiero que me andes molestando con este asunto. Todo esto exacerba mi tristeza. —Tomó aire fresco y luego lo exhaló—. Te recuerdo que vos también sos mantenido y nadie dice nada al respecto para juzgarte o reclamarte.

—Pero yo te quiero...

—Oh, vamos. Si vas a montar otra de tus escenas de celos puedes irte a dormir en este preciso momento. No soporto a los hombres celosos.

Retrocedió y se escuchó el ruido de sus chancletas sobre el suelo con rocío que sonaba como una sopapa.

—Debería darte vergüenza, nena —dije con una voz casi colérica.

—Acaso, ¿voy a ser atacada en la puerta de mi propia casa porque un vecino se le ocurre  venir a las cinco de la mañana a juzgarme sin razón?

—¡Meteora, no! —chillé.

—¡Qué disgustos me das!

—Esto es totalmente absurdo —solté ferozmente—. Dije que tal vez, y a lo mejor, tu padre te va defender si viven los tres bajo el mismo techo.

—No entendés que yo no apoyo a mi papá actual —explicó Meteora mientras temblaba—, él se ha vuelto una persona diferente, ahora es sofisticado, pero al mismo tiempo se ha vuelto mezquino para conmigo y ya no me quiere dar dinero.

—Bueno, bueno. Parece que la influencia de la Vanderpump pisa demasiado fuerte —agregué—. Esa mujer tiene alma de culebra.

—Es fácil decir todo esto si no tienes tu pellejo en juego —inquirió.

Ella frunció su rostro con una mirada de sufrimiento. A la vez no tenía sentido que utilizara a un tercero para poder tener un futuro planificado.

En este caso la fortuna hace girar a la gente hacía abajo, mientras que ellos creen que giran como si fuese una rueda de la fortuna.

—Fíjate que mi vida a dado un giro inesperado —musitó, mientras movía su pie derecho de un lado al otro.

—Desde luego, la vida cambia con la pérdida. —Ya no podía seguir hablando de esto sin recordar a mi padre fallecido—. Las vicisitudes de la vida pueden hacernos cambiar en un santiamén.

—En lo que a mi me concierne, yo sigo igual —Meteora golpeó el macetero de malvones con su pie—. A veces me alegra tanto cuando pones tus canciones de punk rock a todo volúmen. Tengo que decir que me alegra el día.

—Me alegra oir una buena, entre tantas malas...

—Por cierto. Maureen me contó que fueron a la cuna del rock —chilló—. Maldita sea, quiero ir y no tengo ni una sola amiga que le le guste el rock. A la mayoría le gusta ir a enbriagarse en las discotecas que pasan música de marcha electrónica.

—Ay, Dios mío. Se me olvidó por completo. ¿Quieres ir este sábado a Cemento?

—Significaría mucho para mí que me acompañes a ese antro —su voz sonó demasiado amable—. Luego su rostro cambió completamente.

—¿Qué ocurre, Meteora? —exclamé.

—No lo sé...tengo miedo —respondió dubitativa.

Meteora no se movió. Sus uñas pintadas de negro se clavaron al marco de la puerta de su casa.

—Danubio... —dijeron sus rosados labios. Unas lágrimas caían sobre su rostro despintado.

Me senté en el pórtico junto a ella y entrelacé sus dedos con los míos. La luz de la calle iluminaba su bello rostro.

—Debes ir a dormir antes que tu padre despierte —le insté— Meteora obedeció deslizándose como una nube hasta su puerta. Por fin había dejado de llorar y sus lágrimas habían dejado hinchados sus poros.

—Ahora me marcharé. —Tú debés descansar un poco más— insistí tratando de incorporar mi cuerpo. Me incliné hondamente y le di un cálido beso.

 

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