El fitito
Todo es sumamente complicado, exceptuando las cosas triviales, que carecen de importancia, y entre las cosas difíciles está en hallar a alguien interesante, de mente abierta, con ética y moral, alguien que no sea nada abstemio, alguien que le guste el debate como también el arte.
Me agrada la imperfección humana y los pensamientos edificantes. Me gusta el café y la cerveza, me gustan las opiniones francas, pero sobre todo me gusta la inteligencia.
Me gusta Meteora porque es realista y porque tiene la sabia posibilidad de ver las cosas desde otro ángulo. Tengo el pálpito de que vamos a estar juntos. El cuadro pasó de ser desalentador a propicio, la escena se tornó objetiva y ahora está al otro lado de la mesa con un espejito en la mano delineandose sus bonitos ojos pardos con sombra azul.
Su estética tal vez no es la más apropiada. Ella camina descalza por mi casa vistiendo una remera de la banda de skate punk: Fun people. Ya no usa pantalones cortos ni vaqueros ajustados como antes. Esto funciona como un golpe de puño sobre mi sexualidad.
Ella me gusta mucho, pero decidí de momento reprimir el impulso y el deseo para amarnos mutuamente como personas. A pesar de tener esta sublime gracia, a pesar de que a veces me creo un seductor aunque no estoy ni cerca de serlo, simplemente elegí ser empático y caballero y ofrecerle un techo y comida. Lo cierto es que las relaciones humanas son complicadas, es difícil ser solidario y fraterno en estos tiempos de rebeldía.
Mi padre tenía un dicho: Cuando la calma impera, la infelicidad espera...
—Llamó por teléfono tu tío —dijo Meteora mientras ponía la pava al fuego—. ¡Cómo le gusta tertulia a ese hombre?
—¡Ja! —respondí esbozando una sonrisa.
—No hay duda de que Jethro es un joven muy latoso.
—¿Por qué lo dices? —exclamé—. Si vas a tomar mate, por favor llename un pocillo con agua bien caliente que quiero prepararme un cafecito.
—Es que llamó para avisar que el vidrio de la puerta del local le ha costado cien pesos —repuso Meteora— ¿Acaso tiene un cocodrilo en el bolsillo?
—Meteora no seas busca roña —dije lanzando una carcajada—. ¿Hoy tampoco te pondrás pantalones?
—¿Te molesta que muestre piel? Sé que te gusta mucho... —dijo mientras sorvia la bombilla del mate—. Ni siquiera tengo posaderas para mostrar. No seas loco.
—¿Sabías que todos tenemos un culo? —dije en un tono risible.
Meteora se sonrojó y fue a buscar unos shorts que estaban tendidos en la soga del patio.
—Ahora estoy roja como un tomate —dijo con la mirada circunspecta.
—Ojo, dicen que sonrojarse es signo de buena salud.
—Bueno, me puse estos pantaloncitos ¿feliz?
—Usa lo que quieras —dije y sonreí—. Usa lo que gustes. No como el pelotudo de Gómez, nuestro vecino que anda con la raya al aire como si fuese un mecánico automotriz.
—Se nota que mirarlo es muy cautivador para vos, ¿eh? —dijo irónicamente y luego estalló de risa.
—En efecto, Gómez es tan sensual... —dije con buen humor—. Ahora vas a poner a mis propios argumentos en mi contra ¿no?
—Vos, vos, vos tenés la culpa... Aquí está tu café, cuidado que está caliente como negra en baile —dijo Meteora, aplicándome un coscorrón.
—¡Ay, chica, pero que boba que estás hoy!
—¡Eh..., Danubio! —gritó Jethro a través de la ventana de la cocina—. Sal afuera, ven conmigo.
—De acuerdo —dije con emoción.
Salí afuera y vi a Maureen con las manos en el volante sentada en un fitito colorado.
—Danubio, mira mi nueva adquisición —dijo Jethro flotando hacía el vehículo.
—¡Woah! —exclamé sorprendido—. Compraste un bolita.
—Este fiat 600 es una masita. Tiene motor en la parte trasera con cuatro cilindros —inquirió—. ¿Te gusta?
—Está muy bueno, la pintura está tan brillante como salido de fábrica —dije mientras pasaba la mano por el capó.
—Mi novia me pedía un coche —añadió mi tío—, y yo le respondí: «¿Un auto quieres? Ahora compré uno para ella...» Se lo compré a la Vanderpump, ella está vendiendo todos los vehículos que tiene en su gran garage.
—Si son de Reginalda deben estar en muy buen estado —murmuré—, tan potentada como siempre.
—Lo fabricaron en 1979 es de la última producción... —dijo con voz apacible.
—¡Oh!... ¿aquí estás tú?... Mira, tu café se enfría, ve adentro...; recordas que me pediste un café ¿no? —dijo Meteora con una mirada torcida.
—No te enfades —dije—. Mi tío vino hasta aquí para mostrarnos el auto que le compró Maureen.
—Bien, Don Jethro. ¿Y usted cómo está? —repuso Meteora sin apartar los ojos de mi rostro.
—Yo, aquí estoy tan campante, ya ves. Este es mi coche ¿qué te parece? —preguntó mi tío mientras encendía un cigarrillo.
—¿No está un poco pasado de moda? —exclamó, riendo, Meteora—. Efectivamente, era el auto de mi nueva madrastra.
—¿Cómo lo sabés? —pregunté confundido.
—Porque yo misma le pegué una patada a esta puerta y por eso ves esta abolladura —dijo Meteora esbozando una mirada pícara.
—¿Ahora sales con eso? —dije.
Maureen la miró fijamente y frunció su ceño.
—¡Pequeña rebelde! —dijo mi tío—, ahora me debes una.
—Como sea, ahora podremos ir a Cemento —dije.
Meteora se sonrojo nuevamente de satisfacción.
—Me parece buena idea —aprobó mi tío—. Pero, ¿cuando podemos ir?
Todos comenzamos a cavilar, con el deseo de ir lo más rápido posible al antro.
—De todas formas —combinó Maureen—, no es buena idea. Yo quiero beber, ¿ustedes no se van a poner en pedo? ¿No pensaron en eso?
—Que yo sepa ninguno de los cuatro somos abstemios, así que ni modo —dije, todavía riéndome.
Todos opinaron lo mismo: debíamos tener cuidado y viajar en taxi. Afortunadamente, todos aceptaron de buena gana. Entonces se acordó que iríamos el sábado por la noche.
Meteora sonrío y deje escapar un suspiro de alivio. Entretanto fuera de la casa comenzó a lloviznar rápidamente, Maureen y mi tío estaban muy cansados, entonces la impaciencia los consumió y se fueron para su casa.
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