Contradicciones de la vida misma
Fue un día bullicioso aquel en que apareció Mortimer. Mi tío tenía hambre de lucha, hambre de lanzarse y golpear a su adversario.
Ayer, Doña Reginalda Vanderpump se unió en matrimonio con Don Rodolfo, el padre de Meteora. Se casaron por civil al mediodía, luego los invitados tuvieron una recepción muy coqueta en la mansión, donde comieron canapés, frutos de mar, y algunos cócteles y postres. Cuando el manto de la noche apareció, los invitados se trasladaron una pomposa fiesta en el nightclub donde trabaja Maureen.
—No veo la hora de que saquen sus maletas y se vayan —dijo Jethro mientras miraba por la ventana de la cocina.
—¿Qué dices? —indagó mamá.
—Ese renacuajo mal parido esta aquí al lado —dijo Jethro—. Parece que vino a despedirse de su pariente.
—No te preocupes. Hiciste todo lo que estaba a tu alcance. No sigas torturándote —agregó mi madre.
—Tío, no tienes que aparentar que no estás mal. No te sientas culpable al pensar en que es incorrecto y que es lo correcto... —hice una pausa y supe que era mejor no darle lata al asunto—. Lo que tenga que pasar, pasará.
Sus ojos de abrieron con fuerza, luego abrió la puerta de entrada y echó una mirada hacia afuera y soltó un suspiro de frustración. De pronto volvió a entrar a mi casa, me agarró mi mano con fuerza y me arrastró hacia la ventana del comedor. Serpenteamos por los suelos para ver que Meterora estaba besando al chino. Los brazos del oriental estaban sobre la espalda de mi chica.
Corrí afuera. Corrí como un desesperado, los separé y me quedé patitieso viendo el semblante de Meterora bajo una oscura bruma de sombras azuladas en sus ojos hundidos. Me perdí en el dulce fulgor de su mirada y me olvidé por un instante de que estaba el chino a mi lado.
Respirando agitadamente, salí disparado hacia mi casa mientras los celos invadían mi mente.
De inmediato divisé a mi madre, que estaba hirviendo los ravioles de pollo en una cacerola.
—Hijo, pensé que ibas a propinarle un golpe a ese chico —me dijo y me arponeó con la mirada.
—¿Qué dices?
Mi tío hizo un gesto alzando la mano, como si necesitaría silencio para poder oir.
—¿Jethro? ¿Qué sucede?
Al sacudir violentamente su mano, el largo cabello de mi tío golpeó contra la ventana.
—¡Se fue! —chilló—, se fueron en el taxi del aeropuerto.
Abrió la puerta violentamente y comenzó a saltar de emoción.
Mamá comenzó a servir los ravioles con la salsa. Mientras masticaba la pasta, intenté olvidar lo que había visto, pero ese escozor se había vuelto tan molesto como un hormigueo en mi columna vertebral.
Este episodio fue un sobresalto, que terminó en una rabieta infantil. Sabía que debía perseverar hasta que Meteora consiga la oportunidad de trabajo. El cotidiano dolor de cabeza me estaba dejando más confundido que nunca.
—Háblame, Danubio, pero no putees. ¿Qué estás pensando? —aludió mi tío mientras comíamos en la mesa.
—Intenté distraer mi atención, trato de no monopolizar nada, y me estoy esforzando
sobre todo en aminorar el dolor en mi corazón que había dejado señorita Meteora con este amargo sentimiento de aislamiento y abandono.
—No entiendo ni papa —repuso mi tío—. Háblame en cristiano por favor.
—Podemos comer en paz...—replicó mi mamá—. ¿Quieren tomar unas birras, chicos?
—Sí, si quiero. Necesito algo de alcohol porque la garganta ya se me puso tiesa.
—Oime, sobrino. ¿Ser cornudo es una forma de vivir? —comentó con ironía Jethro.
—Pero que chistoso. Vamos a dejar a mi nene en paz por un momento —rechistó mi madre en cuanto abría la botella de cerveza rubia—. Quiero estar en paz.
—Dejense de hinchar las pelotas, últimamente estamos en posiciones discordantes y antagónicas —bramó mi tío.
Estire las piernas bajo la mesa y sentí que me temblaban como gelatina.
—Bebamos, entonces —resolplé.
—Esta vez si que estuvo cerca ¿eh? —cuestionó mi tío— me asqueó ver al paraguayo con esas líneas duras de sus rasgos, su nariz aguileña y sus ojos verdes encendidos.
—Parece que tienes el recuerdo latente en tu cabeza. Olvídalo ya —replicó mi madre sin disimulo.
—Yo creo que tienes razón —insistió mi tío—. Lo que pasó fue algo inesperado.
—Espero que de aquí en adelante todo mejore para ti —dije por fin.
—A menos que ese chino te robe a Meteora... —dijo Jethro con un tono risible.
—A menos que Sierva María... —retruqué.
—Yo creo que sí —insistió mamá—. Me contaron que la peluquera Sierva María está enamorada de este pelilargo.
—¿Qué?
—Sierva María te ha esperado por tanto tiempo...
Mi tío no se movió y se quedó ojiplático.
—Hijo, yo te dije que me enteré de algunas cosas cuando fui al salón de belleza —replicó mi madre—. Sierva está golpeada por la sociedad. Además, tú te llevas muy bien con ella.
—Demasiado tarde —susurró mi tío—. Yo me quiero casar con Maureen. No me queda mucho tiempo.
—¿Y bien?
—No desperdicies tu vida así... —le ruega mamá.
—Hermana, mi vida ya está comprometida.
Tengo que luchar por ella.
—¿Y si te matan? —apreté los dientes con fuerza.
Jethro viró su cara bruscamente, dispuesto a responder con una grosería y dijo:
—¿En qué estás pensando, loco?
El corazón se me contrajo al imaginar que podría encontrar a mi tío asesinado por el mafioso de Mortimer o por un sicario.
—No creo que la historia haya terminado aquí pienso que más adelante van a volver a insistir con llevarse a Maureen —contesté lanzando un gruñido de exasperación.
Jethro me lanzó una mirada despectiva y movió la cabeza negando.
—Antes que pase algo más, los mataré yo primero —mi tío me escrutó con sus ojos penetrantes y me sentí bastante mal por haberle dicho todo eso.
—Ah, si... —bufé con suficiencia.
Mi mamá me miró con gran intensidad. Sus ojos me miraron con gran suspicacia como para que yo terminara con el tema.
—Si esto vuelve a pasar tendremos una situación delicada y esta vez tendremos que llamar a la policía —argumentó mi madre.
—No nos anticipemos el futuro... —dije y suspiré.
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