Capítulo 8
Luke exhaló un suspiro, sintiendo el peso de la mochila que su madre le había preparado. La luz del amanecer se filtraba por las escaleras del edificio, prometiendo un nuevo día lleno de posibilidades.
Detrás de él, Wanda observaba con ojos preocupados, asegurándose de que su hijo estuviera listo para su viaje al Campamento Mestizo.
—¿Estás seguro de que no olvidas nada? —preguntó Wanda, una vez más, mientras salían del edificio.
—Sí, mamá —respondió Luke, ofreciéndole una sonrisa que buscaba transmitir confianza.
En su pecho, una calidez desconocida crecía. Era el calor de una preocupación maternal, algo que nunca había experimentado hasta ese momento.
—¿Las cinco mudas de ropa?
—Sí.
—¿El kit de emergencias?
—Sí.
—¿Las dagas que te di?
—Sí —Luke asintió, mostrando sutilmente el filo de una daga oculta bajo su manga.
—¿Y las galletas?
—Nunca podría olvidarlas —dijo Luke, fingiendo horror. Las galletas de su madre eran un tesoro incomparable.
Wanda sonrió y lo atrajo hacia un abrazo que deseaba que fuera eterno. Aunque Luke ya no era un niño, sino un adolescente capaz de cuidarse solo, el instinto maternal de Wanda la hacía desear protegerlo de todo mal.
—Solo ten cuidado, ¿sí, mi vida? —pidió Wanda, su voz teñida de una súplica silenciosa.
—Lo tendré, mamá. No te preocupes, estaré bien —aseguró Luke, separándose del abrazo—. Solo iré, demostraré que estoy bien y traeré a Annie conmigo —repitió el plan que había ideado.
Wanda exhaló otro suspiro, asintiendo con resignación. Tenía que confiar en su hijo, pero el miedo a que volviera a salir lastimado la atormentaba, y la cicatriz en su mejilla era un recordatorio constante del sufrimiento que había enfrentado.
—Te amo, Luke. Eres mi hijo y eso nadie lo cambiará —dijo Wanda, acariciando suavemente el cabello castaño del joven.
—Yo también te amo, mamá —respondió Luke con una sonrisa, dándole un último abrazo antes de que ella depositara un beso en su cabeza.
Mientras Luke se alejaba hacia el Campamento Mestizo, Wanda se abrazó a sí misma, regresando al edificio con el corazón apretado. Tenía una semana para encontrar una nueva casa, un nuevo comienzo.
Al entrar al departamento, Devon, el perro, la recibió con efusividad, moviendo la cola como si no la hubiera visto en días. Wanda sonrió, acogiendo al can en sus brazos antes de dejarlo en el sofá.
Entonces, sintió unos brazos rodeándola, y dejó caer su cabeza sobre el hombro de Hades, quien depositaba suaves besos en su cuello.
—Sabes que estará bien —murmuró Hades, sin cesar en su cariño.
—Lo sé, pero no puedo evitar preocuparme —confesó Wanda, girándose para mirarlo.
Hades sonrió, admirando la belleza de la mujer ante él. Se había enamorado de ella, de sus ojos verdes, su nariz delicada, sus labios rojos naturales. Hades, el Dios del Inframundo, había caído rendido ante una mortal capaz de enviarlo al otro lado del mundo con un simple gesto.
—¿Puedo besarte? —preguntó Hades, su mirada fija en los labios de Wanda.
Ella asintió, y en ese instante, sus labios se encontraron en un beso que sellaba su amor, un amor que desafiaba el mismo destino.
Cuando Luke llegó al Campamento Mestizo, el sol estaba alto y el cielo despejado. Los campistas se detuvieron en sus actividades, sus ojos llenos de asombro al ver al joven que habían dado por perdido. Murmullos y susurros se extendieron como olas en un estanque, mientras Luke avanzaba con paso firme y seguro.
Annabeth, con sus nueve años y la sabiduría de alguien mucho mayor, corrió hacia él. Sus brazos pequeños pero fuertes rodearon a Luke en un abrazo que contenía todas las preguntas y reproches que sus labios no se atrevían a formular.
—¿Dónde estabas? —sus ojos bañados en lágrimas que querían bajar —¿Por qué me dejaste? — eso le rompió el corazón al mayor.
—Jamás te dejaría mi pequeña lastilla — le dice el Maximoff - Castallen
Luke se arrodilló para estar a su altura, y con una sonrisa que ocultaba el dolor que sentía estar en aquel lugar, le contó todo. Le habló de la misión que casi le cuesta la vida, de cómo Wanda lo encontró herido y lo llevó a su hogar, cuidándolo como si fuera su propio hijo.
Le explicó que Wanda lo había adoptado, y que ahora tenía una madre que lo amaba y lo esperaba.
—Quiero que vengas conmigo — dijo Luke, mirando a Annabeth con ojos llenos de esperanza —En casa, con mamá Wanda, seremos felices. Ella nos cuidará a ambos, y el campamento será nuestro lugar de aventuras cada verano— el castaño miraba a la pequeña niña de cabellos negros.
Annabeth, con lágrimas de alegría y alivio en sus ojos, asintió. Sabía que con Luke y Wanda, tendría la familia que siempre había deseado. Juntos, se prometieron hacer de cada día una aventura, y de cada noche, un cuento para recordar.
806 palabras
Lo se un poco corto, pero espero y les guste
Mis papis
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