El plan
(Suena la música de introducción)
—Buenas noches mis queridos oyentes. Esto es «Dímelo a la cara», 106.6 FM Radio del mar.
—La temperatura es de veintidós grados celsius y hay un setenta porciento de humedad. Quiero que llamen a la línea telefónica: 4611- 7373.
—La noche esta caliente y yo estoy en llamas esperando oír sus sensuales voces. Necesito que vos, que estás del otro lado, seas optimista, feroz, elocuente y me llames.
—¡Hola Kim! Soy Helena, de Villa gesell.
—¡Bienvenida Helenita! ¿Te puedo tutear?
—Como no... —respondió alegremente, entre risas.
—¿Helenita que edad tenés?
—Te cuento que ayer fue mi cumpleaños número sesenta y dos.
—¡Muchas felicidades mi querida! Estoy segura que la pasaste de diez.
—Sí, me reuní a tomar el té con mis amigas y la pasamos maravillosamente.
—Bueno Helenita, me alegra que goces de una buena salud y vitalidad.
—Bueno te cuento el chisme. Hace cuarenta años que mi esposo Angelo y yo, tenemos un negocio.
—Muy bien, por lo visto veo que son muy unidos —agregué, con inquietud.
—Nuestro negocio se llama: Foto Estudio Lafayette. Imagínese usted; vamos a eventos, cumpleaños, bodas y ahora... — agrega gargajeando— Fiestas de divorcio.
—¿Fiestas de divorcio? ¡Vaya novedad! — exclamé nerviosa.
—El problema es el siguiente: un mes atrás se divorció Etelvina —dijo gimoteando.
—¿Y quien es Etelvina?
—Es una ex novia de mi esposo. Imagínese, llamó por teléfono al estudio y mi querido esposo aceptó ir a la fiestita.
—¡Ay, Dios mío!
—Yo tengo artritis reumatoide en las rodillas, entonces me quedé en casa la noche del evento. Yo tampoco quiero ser invasiva con él, a esta edad.
—Vaya que maravilla. Dejó de lado la preocupación para que él tome las fotos tranquilo.
—En un principio creí que era lo mejor. Trabajo es trabajo después de todo.
—¿Entonces a usted no le importó? — pregunté retóricamente a la señora.
—La verdad que no. Hasta que me enteré por una vecina, que se sacaron fotos desnudos.
—¡Ah, Helena! Me dejas sin palabras, es una situación muy inusitada. Sin embargo, seria bueno que lo converses con tu marido.
—Él pensó que soy una estúpida. Yo no pude sostener mi silencio ni las dudas sobre lo que ocurrió. Entonces antes de indagar, fuí al estudio para ver los negativos.
—Eso es muy fuerte.
—Yo diría que es espantoso... pero finalmente hallé una foto donde se ve a mi esposo en una especie de orgía.
—¿Hubo confrontación entre ustedes? ¿Como pudo retratar semejantes horrores? —dije muy despacio, intentando contener mis impulsos.
—Lo eché de casa —agregó con una voz entrecortada.
—Óigame Helena ¿Entonces se acostó con Etelvina?
—Etelvina tiene sesenta y cinco pirulos ¡es una degenerada! —exclamó entre sollozos.
—Vamos, no llore —dije conmovida.
—Angelo vino, me dijo que se acostó con Etelvina, con la excusa de que le habían convidado una botella de moscatel y no tenía noción de nada.
—Bueno, respire profundo Helena.
—Tanto se baraja la carta, que finalmente se gasta —agregó irónicamente.
—Usted tiene que ver el lado bueno de las cosas. Tendrías que aprovechar y tomarte unas copitas de jerez con tus amigas.
—Es que a veces me pongo tan triste y me agarra la nostalgia.
—Helena, hay que mirar hacia adelante ¿Comprende lo que digo?
—Entiendo. A veces quiero que vuelva a casa. Estoy sola con mis plantas y mi gatito.
—Entonces tómate una copa de vino y llámalo por teléfono.
—No, los nervios son una cosa terrible. Yo no se lo perdono. Prefiero irme al infierno ¡Ay, que Dios me perdone! —exclamó, susurrando una oración.
—Entonces, trátese esa artritis reumatoide y mire hacia el futuro —respondí sonoramente.
—Se lo agradezco mucho. Me encanta la radio, tu voz es muy dulce y acogedora.
—¡Me alegra mucho! Te deseo lo mejor. Buenas noches mi querida.
(Termina la comunicación y suena la cortina musical)
—Buenas noches a todos, gracias eternas por compartir sus desamores, sus aventuras, sus historias de alcoba.
—Esto es: «Dímelo a la cara» y te espero el próximo viernes a las diez de la noche. Aquí Radio del mar, FM 106.6 radiofrecuencia modulada.
(Suena la música de cierre del programa)
........
Después del programa, quedamos en reunirnos para cenar en el bar de enfrente con Singin y Antoine.
El local era antiguo, tenía reminiscencias de una pulpería, se sentía el olor a lustrador de madera fusionado con el aroma a café negro.
Me senté junto a mi profesor en una mesita con una cubierta de mármol beige, él estaba nervioso, pero suponía que estaba ansioso por la presencia de Singin.
Mientras tanto, divisé que el ojiverde abría lentamente la puerta del local. Me sentí ruborizada y no podía apartar la mirada. Singin olía extraordinariamente bien. Se podía sentir como su dulce aroma inundaba nuestras narices. Él vestia un cardigan blanco y un par de jeans desgastados.
Debo admitir que me llamó poderosamente la atención que llegará con un look tan juvenil. Más mi desdichado destino me llevó hacia mi perdición, con un ímpetu que era imposible de resistir, y aunque intenté disimular, no me fue fácil dejar de mirarlo tan apasionadamente.
Sin embargo, Antoine preparó el cañonazo y le disparó directamente a el orgullo. Mi profesor le dijo que no debería usar pantalones tan ajustados, que lo podrían confundir con un hombre afeminado.
—Antoine, no debería meterse en mis pantalones —repuso—. Esta es mi vida, y por lo tanto me visto como mejor me parece.
—¿Cómo, Singin? —preguntó con el ceño fruncido— estamos frente a una dama maravillosa, deje la tosquedad para otro momento.
El rostro del mentecato de Singin se deformó, parecía que se estava resistiendo, con certeza queria evitar decir cientos de blasfemias frente a mí.
No hacía más de un cuarto de hora que estabamos sentados y aún no ordenabamos la cena. Podría decirse que mi corazón estaba latiendo de una forma anormal y no quería que me bajase la presión, entonces ordené la comida para los tres.
De haber tenido la sensatez de volver a mi hogar, habría sido diferente, y Singin no estaría tan alterado.
Después de la cena tomamos un café y Antoine dijo que saldría un momento a la vereda para fumar. En ese interín el ojiverde aprovechó para preguntarme nuevamente si me gustaba el viejo. Yo solo negué con la cabeza .
Mi profesor volvió un poco cargado con un voluminoso ramo de rosas rojas, me lo entregó y me dio un beso en la frente. De un momento al otro, el ojiverde se puso de pie y se marchó sin mediar palabra.
.......
Una semana después me enteré que que Singin estaba preso. Aparentemente él había estado fraguando un plan. El ojiverde había seguido a Antoine hasta que llegó a la estación de radio, una noche de lloviznas intermitentes. Le pinchó las cuatro ruedas con una navaja y esperó en su auto hasta que saliera.
Antoine salió manejando, aunque no percibió que eventualmente los neumaticos se estaban desinflando cada vez más. Singin esperó pacientemente hasta que Antoine tuvo que frenar.
El hombre salió del vehículo y percibió que algo había sucedido. No era un accidente, estaba claro que las cuatro ruedas estaban en estado deplorable. Sabía que su vida estaba en peligro.
Intentó comunicarse con la grúa para que le hagan el auxilio mecánico. Cuando estaba hablando por teléfono, vió que un auto se aproximaba, clavándole las luces en su rostro.
Singin descendió del auto y le dijo con vehemencia que se alejara de mi. Que no quería que me esté procurando con fines románticos, que se ubicara. Entonces Antoine entendió que el atentado había sido solo una excusa barata para provocarle temor.
Si Singin creyó que sus problemas de celos habían terminado, no podía estar más equivocado. No conocía la faceta oculta de Antoine, que detrás de esa máscara de dulzura, él también era un ser arrogante. Al otro día el profesor envió a la policía local para que lleven a la comisaría al ojiverde y está no demoró mucho en llegar.
Claro está, que el incidente fue un acto de venganza, tal vez fue por el comentario picante sobre sus jeans o tal vez fue por el enorme ramo de rosas rojas. Nadie sabe el real motivo que lo condujo a hacer sus fechorías.
En el destacamento lo analizaron primero y él se esforzaba por despistarlos. Finalmente tendría que pasar veintiún días en prisión y al salir le esperaría dieciseis horas de trabajo comunitario en un parque nacional.
Cuesta imaginar que Singin había sido procesado por vandalismo. Al enterarme de esta situación por boca de Antoine, pronto descubrí que detrás de esa coraza de genio rebelde, Singin era frágil como el cristal.
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