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Capítulo 8: El niño de la guerra.

[Panteón Romano — Millones de años atrás]

— Hemos hecho todo lo que está en nuestro alcance, pero... Lady Juno no podrá concebir.— Dijo aquel Díos, se trataba de un Dios extranjero, traído desde las tierras indígenas de los panteones americanos.

Juno estaba perdida, con su mirada al vacío y sujetando su vientre como si hubiese algo allí dentro...o como si lo desease con todas sus fuerzas. Después de dos hermosas niñas, ambas Diosas muy prometedoras, ella añoraba un varón...que nunca iba a llegar.

— ¿Por qué? ¿Por qué está ocurriendo esto? — Exigió saber Júpiter, un Dios joven y con muy mal genio.

— No tenemos una respuesta clara, nuestra teoría apunta a qué luego de dos embarazos, Lady Juno ha perdido su fertilidad, tal vez a raíz de algún desequilibrio corporal.— Ante la mirada asesina de Júpiter, el Dios solamente pudo inclinar su cabeza ante él con respeto.— lo siento, Lord Júpiter.

Desde ese día, una larga e intensa tormenta azotó el panteón Romano, una tormenta que no se detenía a pesar de que pasó mucho tiempo desde aquel diagnóstico médico. Juno estaba devastada, a pesar del amor que su esposo e hijas le daban, ella se sentía muy triste.
Llevaba mucho tiempo sin comer nada, sin beber nada y sin siquiera dormir; solamente llorar y sufrir en silencio.

La pequeña Diana y la pequeña Minerva entraron en la habitación como dos pequeños insectos y corrieron hacía su madre, la cuál se percató de su presencia y les regaló una hermosa pero muy decaída sonrisa. Las dos niñas se sentaron en el regazo de la mayor y está les miró fijamente, esperando oír alguna anécdota graciosa o algo que la hiciese sentirse... diferente.

— Mamá ha estado aquí todo el día, no salió a pasear por los jardines.— Dijo Diana.

— Papá dijo que Mamá ha estado triste y nosotras quisimos hacerle un regalo.— Reveló Minerva, quién sacó de la nada una linda y hermosa corona de flores, de diferentes colores y que desprendían perfumados aromas dulces y florales.

Juno sonrió con ternura y amor, agradecida con el hermoso presente que estaba recibiendo de parte de sus hijas. No esperó ni dos segundos para ponérselo en la cabeza y abrazar con todo su amor a sus dos pequeños retoños.

Sin importar que, ellas eran la luz de su vida, las cositas más hermosa y adorable de la existencia; a pesar de todo no podía evitar sentirse triste.

— ¿Dónde está su padre? — Quiso saber Juno, alzando su mirada hacía la puerta.

— Papá está en el salón del trono, al parecer está trabajando.— Respondieron.— Tal vez lo veamos en la cena, como siempre.

— O tal vez esté muy ocupado para ir a cenar, su trabajo siempre es agotador.— Dijo Diana poniendo una mano en su frente y fingiendo que iba a desmayarse.

Juno había dejado de escuchar, su mente viajó a otro lugar. Pero al haber asimilados que Júpiter estaba ocupado, supo que él estaba evitando ir con ella; usaba el trabajo como una excusa para dejarla sola, y tal vez no tenía una mala intención, pero lo último que quería Juno era estar sola con sus pensamientos.

Pensamientos que la culpaban de cosas que ella no podía controlar, su culpaba a si misma de haber perdido su fertilidad, bajo el pensamiento de que ya no era una mujer digna de la grandeza de Júpiter. No solo eso, también pensaba que su papel como madre de dos hermosas pequeñas estaba siendo amenazado, por qué estaba tan desconectada de ellas que no las sentía como sus hijas.

La sola idea de no reconocerlas, hizo que su mente se llenase de horror y un miedo indescriptible; jamás podría perdonarse semejante atrocidad. A pesar de que su mente no estuviese en las mejores condiciones.
Resolvió que lo mejor para ella sería un momento de soledad, para poder recuperar la compostura perdida por su tristeza.

— Niñas, ¿Por qué no van y me traen más flores? ¡Hagámosle una corona a su padre! — Exclamó ella con emoción infantil.

Ambas niñas se emocionaron y aceptaron la idea, rápidamente fueron corriendo en búsqueda de más flores. Eso le daría más tiempo a solas, aunque sea por unos minutos.
Juno se vistió con un sencillo vestido de seda casi transparente y recogió su cabello en una alta y elegante coleta; iría a su lugar feliz para poder sanar mentalmente.

Salió de su habitación y no tuvo que caminar mucho, más que unos cuantos metros hasta llegar a la entrada de un pequeño claustro lleno de diversos tipos de flores, inclusive flores que no crecían en ese reino. Muchas de esas flores fueron ofrendas de otros reinos, y que ella cuidó como si fuesen sus propios hijos. Se sentó cómodamente en el centro de un pequeño tumulto de flores.

Inhaló el perfume de las plantas y sintió que su mente despegaba fuera de sí y se perdía en la inmensidad del cosmos, aunque sus ojos se llenaron de lágrimas por alguna razón que no conocía.

Se llevó sus manos al vientre... sí que conocía la razón, la conocía muy bien.

¿Por qué le dolía tanto? ¿Por qué no podía evitar sentirse así? ¿Que había hecho mal?

— Hola, mi niño...— Murmuró ella, dejando salir un mar de lágrimas.— Deberías estar aquí hoy, pero...— Y no pudo más, se rompió en llanto.

Ella anhelaba tanto tener un varón, un hijo que llevaría el legado de Júpiter más allá, por muchos milenios. Aunque sabía que Júpiter amaría a sus hijas por igual, sentía que había fallado como su mujer; ¿Que clase de mujer no puede darle un varón a su esposo? Es absurdo.

— Y-Yo lo quería tanto... deseé tan-tanto...— Y seguia.

El mar de lágrimas, el goteo de su nariz y sus alaridos de lamento y angustia bañaron no solo el claustro, sino también las flores. La lágrimas de Juno fueron el agua que dió la vida al jardín, aunque esté recuerdo sería mancillado por la amargura de su memoria.

No llores más...”

Esa voz, era dulce y suave, cargada de inocencia infantil, se estaba volviendo loca. Estaba oyendo cosas que su mente quería oír, no podía caer más bajo de lo que ya lo había hecho.

S-Soy una mujer patética...—

“No digas esas cosas mami”

Y finalmente después de tanto llorar, su cuerpo comenzó a sentirse pesado y su cabeza comenzó a dolerle, aunque no era tan intenso, era bastante molesto. Se sentía mareada, poco a poco se iba quedando sin aire, sentía que estaba perdiendo la vida. Se recostó sobre las flores, con su mirada perdida al cielo, llevó sus dos manos a su vientre y nuevamente derramó una lágrima.

¿Quien eres...? ¿Eres real? — Preguntó en voz baja, un susurro apenas audible. Pero pronto soltó una risa, burlándose de ella misma de su propia locura.

“Soy real mami, tu amor me ha creado y tú amor me dará la vida.”

— ¡Juno! ¡Que alguien traiga un doctor, maldita sea! ¡Juno! — Era Júpiter, había irrumpido con violencia en el claustro.

Pero Juno no podía oírlo con claridad, sus palabras sonaban lejanas, a pesar de que ya estaba a menos de dos metros de su cuerpo.

— Marte, siempre quise un varón llamado Marte.— Y ante estás palabras, perdió la consciencia.

Júpiter sujetó a su esposa entre sus brazos, pero está ya estaba desmayada, totalmente; pero estaba sonriendo tenía una hermosa y linda sonrisa.
Sobre su vientre posaba un pétalos, el pétalo de una flor rojiza, que resaltaba tanto como un pétalo de rosa sobre una cama blanca.

“No te preocupes, mami, yo te cuidare...por siempre.”

[...]

— Diana y Minerva, hijas de Lord Júpiter y Lady Juno; suban al campo de batalla.— La voz de un Dios fornido resonó, era uno de los capitanes del ejército imperial de Roma.

Estaban todos los estudiantes del campamento de soldados, reunidos en un pequeño coliseo al este de la capital, donde se estaban disputando los exámenes de graduación de los próximos soldados del imperio.
Minerva y Diana se abrieron paso como las mejores soldados de toda la historia de Roma, rompiendo incluso el récord que Lord Júpiter había impuesto.

En un pequeño palco privado, Lord Júpiter y Lady Juno estaban sentados en sus respectivos tronos, viendo fijamente al centro del campo donde se llevaría a cabo la batalla entre ambas hermanas. Debían admitir que por primera vez en sus vidas se sentían igual de emocionados por ver el resultado de un combate, usualmente solo asistía Júpiter para testificar el nivel de los soldados pero está era una ocasión especial.

— Que emoción, jamás pensé que este momento llegaría. Mis dos hijas graduándose como soldados de Roma y enfrentándose.— Comentó Júpiter, Juno lo vió con diversión y respondió.

— ¿Acaso dos señoritas no pueden convertirse en soldados? — Y ante la mirada de Júpiter, soltó una risita e inmediatamente hablo.— Tranquilo, sé a qué te refieres cariño; también estoy sorprendida y orgullosa de ellas.—

— ¿A dónde fué...? — Pero guardó silencio cuando la voz chillona y aguda de un niño resonó por el pasillo que daba entrada al palco.

— ¿Mami, Papi... están en esta habitación? — Cada vez más cerca hasta que finalmente había llegado.— ¡Aquí están, los encontré! — Y rápidamente entro corriendo un pequeño niño de cabellos rojizos y castaños, grandes ojos y una enorme sonrisa.

Se trataba de Marte, el hijo menor de Júpiter y Juno.

— Hijo ¿Dónde estabas? — Preguntó Juno una vez que el más bajo corrió hacía ella y se subió en sus piernas, para mirar el campo de batalla.

— Los estaba buscando por todas partes, me quedé hablando con Bellona y ustedes se habían ido.— Contestó.

— Ya veo ¿y le diste un abrazo y un besito a la pequeña Bellona? — Antes las palabras de Júpiter, Marte se puso rojo como una cereza y Juno le dió un golpe a Júpiter.

— ¡No le digas eso, lo avergüenzas! —

— Vamos, es mi hijo y debe saber como tratar a una señorita.— Se defendió él entre risas.

— No le hagas caso, Marte, los besos y los abrazos son algo personal y solamente deben darse a quienes amas de verdad.— Y ante esas palabras, Marte le miró confundido.

— ¿Es por eso que mamá y papá se abrazan y se besan? ¿Me abrazas y me besas por qué me amas de verdad? —

— ¡Así es, hijo! — Confirmó Juno con una gran sonrisa.

Marte sonrió de vuelta y dirigió su vista al campo de batalla dónde sus dos hermanas ya habían comenzado a luchar. Ambas se movían con soltura, siendo Diana más agresiva y Minerva más ágil y escurridiza.

Asombrado, Marte veía como ambas chicas luchaban dándolo todo. En su interior crecía un gran deseo y pasión por lo que estaba viendo, dos soldados luchar.

— ¡Que genial, esto es asombroso! — Expresó el pequeño, giró su vista hacía su padre.— Los soldados del imperio son geniales papá, luchar debe ser increíble.—

— Nuestros soldados no solamente luchan, hijo; son Dioses preparados para honrar, proteger y servir al imperio.— Le explicó, poniéndose de pie y cargando a su hijo, ambos vieron juntos al campo.— El máximo orgullo de un soldado, es caer en batalla protegiendo su tierra y cuidando a sus seres queridos.

Emocionado, los ojitos de Marte brillaron intensamente como si fuesen dos estrellas en el cielo.— ¡Yo también quiero ser un soldado, quiero proteger al reino! — Exclamó con tal firmeza y convicción que sorprendió a sus padres, ambos no tardaron en sonreír.

— ¡Que energía, a puesto que incluso llegarías a ser el Dios de la guerra! — Exclamó Júpiter, el niño estaba confundido por esto.

— ¿Que es eso? ¿Dios de la guerra? — Y esta vez, fue Juno quién hablo.

— El Dios de la guerra es el más grande estatus de Roma, un cargo que solamente el Dios más grande y poderoso puede alcanzar.— Explicó brevemente.

— ¿Papá es el Dios de la guerra? — Pregunto rápidamente.

— Por un tiempo ocupé ese puesto, pero ahora soy el emperador de Roma y ese puesto es superior.— Respondió él, dándose grandes aires de superioridad.

Pero en Marte creció una llama, un sentimiento de ardor y fuego que invadió todo su cuerpo hasta la médula. Se puso de pie y vio a sus padres fijamente, con sus ojos brillando y derramando pequeñas lágrimas.

— ¡Yo lo haré! ¡Yo seré el Dios de la guerra y el mejor soldado de toda la historia de Roma! — Gritó mientras apretaba sus puños.

Júpiter soltó una risa y Juno solamente pudo admirar con ternura aquella energía que Marte empleaba para decir aquellas palabras, ponía mucho empeño y dedicación en su juramento, un juramento que fácilmente podría pasar como el sueño de un pequeño infante.

— ¿Así que quieres ser el Dios de la guerra? ¿Acaso quieres derrotarme? — Preguntó Júpiter, Marte se llenó de horror ante esas palabras.

— ¡Claro que no, jamás podría faltarle el respeto a papá de tal manera! Solo quiero ser el Dios de la guerra y proteger nuestro imperio, a mamá y a mis hermanas.— Y ante esas palabras, Juno lo cargó entre sus brazos y lo apretó entre sus pechos, para abrazarlo con todo su amor y ternura.

Marte se sonrojaba siempre que estaba en contacto con los pechos de su madre, aunque sabía interpretar que eso era un simple abrazo amoroso.

— Pues yo creo en tú sueño, se que serás capaz de lograr eso y muchísimo más.— Y acarició sus cabellos con ternura.

— ¡Muy bien, a partir de ahora le diré a todos que mi hijo será el futuro Dios de la guerra! — Exclamó Júpiter.

Ante la confianza de sus padres, Marte asintió, tenía mucha confianza y alegría en esta sonrisa.

Fue así como la promesa de un Dios comenzó.

[...]

Varios años después.

Marte cayó al suelo, siendo inmovilizado por una mujer que apenas le llegaba al pecho y con menor masa muscular. Era la décima paliza en un mes, días tras día, tras días por semanas enteras.
El pequeño pelirrojo fue liberado del agarre, la pequeña Diosa se alejó y adoptó una postura de combate poco común en su tierra.

Marte se abalanzo buscando golpearla, pero ella se agachó y usó su propio cuerpo como un obstáculo, haciéndolo caer nuevamente y rematando con un golpe con la palma abierta que se detuvo ante de impactar con el corazón de Marte.

— ¿Por qué te detienes? ¡Acaba con él! — Ordenó el capitán, pero la Diosa lo miró con tal odio y furia, que casi lo hace derretirse como cubo de hielo al sol.

— Lo he derribado ocho veces, y claramente el oponente no puede continuar; me niego a realizar un combate tan aburrido.— Y como n estás palabras, abandonó el campo de batalla y el salón de entrenamientos.

El capitán y los demás compañeros quedaron completamente fríos. Bellona era una Diosa de tener y su orgullo y altanería no tenían punto débil. Era tan feroz y ruda, que expulsarla sería algo completamente ridículo, perfectamente podría ser el Dios de la guerra si quisiera y les convenía tenerla.
Marte por el cambio, era un pelele. Para ser el hijo varón de Júpiter y Juno, Marte era el peor y más lento estudiante de toda la historia.

Su desempeño académico era el peor de todos, por no decir que incluso era muy malo comparado con las mujeres soldado.

— Bellona ha ganado...Marte, levántate del piso.— Dijo el capitán luego de unos momentos

Eventualmente todos comenzaron a abandonar el salón de clases, dejando únicamente a Marte quién no quería levantarse del suelo, ya que sentía que ahí pertenecía. Su mal rendimiento, desempeño no eran cosas que lo hicieran sentir orgulloso, puesto que su meta de ser el Dios de la guerra era cada vez más lejana.

— No puede ser Marte, otra vez perdiste contra Bellona...— Un coro de jóvenes se acercó a él y todos lo ayudaron a levantarse.

— Mejor ve entrenando más duro por qué el examen final estará sumamente complicado, oí que solamente los mejores podrán pasar a la siguiente nivel.— Comentó otro.

— ¿Acaso son imbéciles? Es obvio que Marte no pasará, sin importar lo que haga; su rendimiento es mediocre y a menos que mejore en poco tiempo lo que hemos visto en cuatro mil años, no podría pasar.— Y con este comentario, solamente se ganó un golpe de parte de uno de los compañeros de Marte.— ¡Auch! ¿Por qué me pegan? —

— ¡Deja de decir tonterías, si no tienes cosas positivas que decir mejor no digas nada! —

— No, él tiene razón...— Y luego de estás palabras, abandonó la habitación de entrenamientos sin decir una palabra más.

El pequeño grupo de Dioses vieron con enojo al otro, por haber hablado de esa manera enfrente de Marte, eventualmente también se fueron.

[...]

Pasaron unos cuantos días desde aquel combate, Marte no había dejado de entrenar y prepararse física y mentalmente para avanzar. No podía darse el lujo de perder o caer, necesitaba aprobar el examen o sus sueños serían en vano.

Dejo caer la espada al suelo, la cuál hizo un fuerte sonido de metal al chocar y él se desplomó al suelo, agotado y muerto de cansancio. Había estado practicando, desde la mañana hasta la noche, hasta que su cuerpo no daba para más, ni siquiera se había tomado sus respectivas pausas para comer.
Miró el cielo, el resplandor de las estrellas y el brillo de las galaxias; su padre le había contado la historia de una hermosa Diosa que había transformado su cuerpo en el cielo, dándole a los Dioses el resplandor nocturno.

— Nut está brillando con mucha intensidad hoy...es tan hermosa.— Susurró él.

— ¿Quien es Nut? — Una voz habló detrás de él, haciendo que Marte se levantara del suelo rápidamente y adoptase su posición de combate.

Se trataba de Bellona, la mejor amiga y rival más cercana de Marte. Era una joven de baja estatura, cuerpo fornido y musculoso pero con buenos atributos, su piel era de color gris y sus ojos eran de color azúl eléctrico, tenía el cabello largo y de una tonalidad más clara de gris.
Traía una caja algo grande, la cuál puso cuidadosamente en el suelo y se sentó en él, enfrente de Marte.

— Bellona, yo solamente estaba...—

— Recordando la leyenda de la bóveda celeste, una pena que no vivimos para ver su caída.— Intervino ella, de la caja sacó varias cajitas pequeñas y las abrió, cada una tenía diferentes tipos de alimentos.— Te he traído algo de comer, se que no haz descansado ni comido nada.

— ¿Cómo es que lo sabes? —

— Soy tu mejor amiga, lo sé todo sobre tí; Se que no puedes dormir si tú mamá no canta.

El mayor simplemente se sentó en el suelo, respirando con agitación y tratando de descansar su cuerpo adolorido. Tomo los platos de comida y comenzó a comer todos ellos a una enorme velocidad, terminando plato por plato en menos de cinco minutos.

Ciertamente no era la suficiente comida como para alimentar todo el apetito de Marte, pero sin duda era mejor que estar ahí entrenando con el estómago vacío. Y Marte demostraba su felicidad y entusiasmo al comer, se le podía ver en el rostro que le encantaba.

— Está muy rico, muchas gracias.~ — Exclamó él mientras masticaba, tenía la boca llena y sus mejias rojas como un par de tomates.

Bellona sonrió y cerró sus ojos.— Eres tan lindo.— Y automáticamente le tapó la boca con las manos al oír lo que había dicho.

— Ehhh...¿Que dijiste? —

— ¡N-Na-Nada! ¡Yo no dije nada! ¡Ni se te ocurra desperdiciar la comida! ¡Bebé agua y duerme bien! — Gritó, histérica y furiosa, pero su cara estaba completamente sonrojada. Se puso de pie y abandonó el lugar corriendo sin dejar tiempo a qué Marte le dieses las gracias de por la comida.

Aunque su corazón latía demasiado rápido, siempre era así cuándo estaba cerca de ella. No esperó ni un segundo más, terminó de comer y decidió continuar su entrenamiento.

[...]

El tiempo pasaba en los entrenamientos, pero Marte se perdía completamente en el tiempo cuando eso ocurría, es como si todo a su alrededor desapareciera.
Sostuvo la lanza con fuerza y atacó hacía el frente, usando todo el poder y energía de su musculosos y fornido cuerpo; el arma se rompió debido a la fuerza y la presión.

Otra más, ya iba doscientas, a este ritmo iba a dejar a toda Roma sin lanzas de combate. Gruñó con frustración, viendo que no estaba logrando lo que quería.

— ¿Estás tratando de crear una nueva técnica? — La voz anciana y animada de Júpiter lo tomó por sorpresa, Marte se giró rápidamente y se arrodilló inmediatamente.

— Padre...es un honor estar enfrente de tí.—

— Levántate, el Dios de la guerra no tiene por qué arrodillarse.— Y este comentario fue suficiente para hacer que Marte se hinchara de orgullo y felicidad.— ¿Que tratas de hacer? —

— Yo...estaba tratando de crear una nueva técnica, ya sabes cómo tú ουράνιος μετέωρος* Respondió, sujetando una nueva lanza, y adoptando una postura de ataque.

Júpiter se acarició la barba, viendo fijamente las posturas y la preparación de Marte. Se acercó a él y tomó su antebrazo para enderezarlo, puso su mano izquierda (la mano buena de Marte) en la base de la lanza y la mano derecha en casi en la punta del arma, lo ayudó a enderezar la cadera y poner el pie delantero en punta y el trasero completamente apoyado al suelo.

— Usa tus manos para hacer girar la lanza como un taladro, concentra la fuerza en tu pie delantero para la aceleración iniciar la aceleración y mantén su pecho erguido en todo momento; da un salto hacían adelante para iniciar la aceleración y en ese momento inclina el torso, para balancear tu peso hacía adelante y aumentar la aceleración.— Y con esas indicaciones, dejó a su hijo en el campo de entrenamiento y él se retiró en silencio.

Marte lo vió alejarse y luego regresó su vista al frente, para apreciar y memorizar todo lo aprendido por a padre en ese momento. Usó sus manos para apretar la lanza y hacerla girar con fuerza como si fuese un taladro gigante, empleó toda su energía en la punta de sus pies y enderezó el torso. Se lanzó hacía adelante, doblando el torso hacía el frente y tirando una apuñalada hacía el frente.
La velocidad de la lanza, la fuerza empleada para la aceleración y la fricción del arma y el aire hicieron que la punta de la lanza se encendiera en fuego.

El impacto creo una fuerte explosión de fuego en el aire, superando por mucho la velocidad del sonido y rompiendo dicha barrera, creando un estruendo que hizo estremecer la arena de entrenamiento.

Asombrado, Marte vió como su arma aún seguía intacta aunque sabía que no soportaría el mismo ataque más de dos veces, pero eso no impidió que su emoción se elevara por los aires. Dió saltos y vueltas de la emoción, después de tantos años de entrenamiento y esfuerzo, estaba logrando avanzar y mejorar, su sueño de ser el Dios de la guerra era todo en lo que pensaba y ahora se daba cuenta de que era posible, que podía lograrlo.

Se tiró al suelo y miró el cielo, dejando su lanza a un lado.— He aprendido una nueva técnica... Gracias papá, mamá, ustedes nunca dejaron de creer en mi sueño, lo haré posible por ustedes.— Exclamó.

— Ellos no son los únicos que creen en tus sueños.— Era Minerva, su voz era inconfundible.

Sus dos hermanas llegaron y Minerva se lanzó encima de él para abrazarlo con fuerza, obligando a Marte a meter la cara entre sus pechos, mientras que Diana solamente se sentó en el suelo cerca de ellos y sonrió. Espero a que Marte se  terminara de separar de la otra, así podría hablar con más calma.

— ¡Lo lograste, llegaste al último examen de la academia de soldados! — Dijo Minerva sujetando las mejillas de su hermano menor.

— Llegaste a duras penas, pero el exámen no será nada sencillo, debes mantener el ritmo y bajar la guardia mañana.— Intervino Diana con seriedad.

Marte sonrió y asintió con determinación, oyendo y compartiendo claramente las palabras de su hermana.— Tienes razón hermana, no planeo rendirme.

— Mas te vale que no, el Dios de la guerra no es un niño indefenso.— Exclamó Minerva.

Pero Marte no estaba de acuerdo con esas palabras, en su mente, él seguía siendo un niño indefenso con el sueño, un sueño que podría ser muy difícil e inalcanzable.— No hermanas, nunca he dejado de ser un niño indefenso, un niño con un sueño que solamente es eso, una fantasía onírica.

— ¿Marte? — Dijeron ambas.

— ¡Pero no me rendí, a pesar de todo jamás renuncié a esa fantasía y fue ella lo que me ha mantenido firme durante todo este camino; ganaré el derecho de ser el Dios de la guerra y eso sí es una promesa.— Y ante esas palabras, sus dos hermanas lo abrazaron con fuerza.

Finalmente se sentía completo.

[...]

— Marte y Bellona, de nuevo, suban al campo de batalla.— Ordenó el capitán encargado del exámen.

Las pruebas habían estado sumamente reñidas, muchos fueron descalificados y otros quedaron fuera de combate en medio de las pruebas pero otros lograron llegar hasta la última prueba.
Marte subió al campo con determinación y Bellona hizo lo mismo aunque con un aire más de aburrimiento.

Ambos oponentes se vieron fijamente y se quedaron en su respectivo campo. Cuándo el capitán dió la orden, comenzó el duelo.

El pelirrojo se lanzó hacía adelante con sus puños en alto y lanzó un golpe recto, pero Bellona lo detuvo con un dedo sin hacer mayor esfuerzos. Posteriormente ella dió un golpe con la palma abierta en el estómago de Marte y uno en su mandíbula, un golpe ascendente que hizo que el suelo desapareciera y Marte cayera casi desmayado al suelo.

— No puede ser...—

— Este es el final, Bellona es demasiado para Marte.—

— Chale —

Bellona lo miró con frialdad, iba a darle el golpe de gracia pero Marte reaccionó girando en el suelo y alejándose de ella y poniéndose de pie a duras penas.
No podía dejarla ganar, no podía permitirse la derrota ahora.

— No me he rendido... sigo de pie, aún puedo luchar.— Exclamó y nuevamente se lanzó contra Bellona quien arremetió con un golpe con la palma abierta en la cara y una patada en el plexo solar.

Marte trastabillo y nuevamente perdió el equilibrio. Bellona aún lo miraba fijamente, pero Marte bajó la cabeza.
Se sentía humillado, los sueños y esperanzas de su familia, todo eso estaba por los suelos, este exámen era lo más importante para él y sí perdía, lo perdería todo.

Él siempre soño con ser el Dios de la guerra, siempre soño con ser el más poderoso de todos...¿Por qué? ¿Por qué decidió ser el Dios de la guerra?

— Bellona, mi más grande rival...yo siempre te he admirado desde que éramos niños, y sé que no puedo superar tu habilidad y talento; soy el hijo de Júpiter...y no puedo vencerte.

Todos miraban al Dios, sin saber exactamente qué decir en ese momento, Bellona no cambió su semblante aún lo miraba con seriedad.

— No tengo oportunidad, lo sé bien, no puedo ganar... ¡No tienen que decirme que no puedo! — Gritó.

— ¡Marte, vamos amigo, tu puedes lograrlo! — Exclamó uno de sus compañeros.— Nunca te haz rendido, y se que puedes lograrlo ahora.— Esas palabras calaron hondo en el corazón de Marte.

— ¡Pero sin importar qué, no importa cuántas veces me caiga yo siempre me pondré de pie! ¡Yo soy Marte y soy el Dios de la Guerra! — Exclamó y sintió como su sangre comenzaba a arder.

Su cuerpo se estaba poniendo rojo y una nube vapor escapaba de su cuerpo, mientras sentía que su piel ardía a tal punto se sentir que se encendía en fuego. Alzó su mirada y por primera vez, Bellona veía en sus ojos, el espíritu de un guerrero.
Esa mirada, era la mirada de un auténtico guerrero.

Sintió que finalmente, podía tomar enserio una pelea contra Marte.

¿El Dios de la guerra? ¿Por qué quería ser el Dios de la guerra? Él lo recordó...era un niño que amaba ver a los soldados entrenar, amaba oír historias sobre las batallas que su padre y sus tíos habían librado durante la construcción del imperio Romano, amaba las historias de las guerras celestiales libradas en los cielos hace millones de años.

El amaba esa sensación, ese ardor, la emoción de la batalla; él amaba la guerra, su amor por la guerra era la fuente de su sueño.
Él sería el Dios de la guerra por su amor por la guerra.

“Bellona, este es mi sueño y jamás me detendré...” — Y se lanzó contra la Diosa listo para continuar la batalla.— “Finalmente lo he comprendido, finalmente puedo aceptarlo.” — Marte estaba realmente feliz.

A pesar del calor de su cuerpo y el ardor de su sangre, el estaba realmente feliz y se podía ver en su rostro; la emoción de la batalla se podía ver en sus ojos, el amor por el combate.
Bellona atacó a Marte, pero el Dios bloqueó el golpe a tiempo y lanzó uno que también fue bloqueado a duras penas por la Diosa.

— ¡Es imposible, Marte ha bloqueado a Bellona! —

— ¡Hostia puta! ¡Marte es genial! —

— ¡Marte Marte Marte! —

El pelirrojo se alejó pero automáticamente lanzó una ráfaga de ataques que impactaron de lleno a Bellona y finalmente remató con una patada alta que Bellona pudo esquivar a duras penas.

Abrumada, Bellona tomó distancia y preparó su siguiente movimiento; un ataque a la rodilla, un golpe la sien y finalmente un rodillazo en la cabeza para aturdirlo luego lanzarlo fuera del campo de batalla.
Empleó toda la fuerza de sus caderas para lanzar los ataques con mayor contundencia, pero Marte se anticipo.

Se movió hacía atrás evitando el ataque a la rodilla. Atrapó el brazo de Bellona y usó su espalda para derribarla al suelo de manera fuerte. Bellona rodó y se levantó de golpe, pero Marte se había levantado y lanzado un ataque con la punta de sus dedos, y gracias a la velocidad logró hacerle un corte en la cara a Bellona.

La Diosa se alejó y él se preparó para atacar, pero ahora no tenía la mirada intimidante y ruda que tenía hace unos minutos, ahora sonreía con emoción y en su cara se reflejaba la diversión. Marte se lanzó con un golpe descendente que Bellona bloqueó a tiempo pero la fuerza del Dios era tanta que no pudo evitar doblar la rodilla y abrirle un agujero al suelo debido a la presión.

Si rompían la lucha de fuerzas, Marte iba a aplastarla. Pero al final fue Marte quién dió el golpe final, rompiendo el intercambio y dando una patada que hizo que Bellona saliera volando fuera del campo de batalla.
Bellona había perdido por caer fuera del ring.

Marte vió el resultado, la victoria era completamente suya. Sonrió, no podía creerlo, estaba tan emocionado que poco o nada le importo el hecho de que ahora Bellona estaba descalificada, por ende, no podría graduarse aún.

— ¡Lo logré, finalmente lo he logrado! — Exclamó lleno de felicidad mientras saltaba de la alegría.

Sus compañeros estaban sorprendidos, estaban realmente impactados por el resultado del combate. Pero Marte cayó desmayado al suelo, debido al sobreesfuerzo físico.
Y aunque estaba desmayado, estaba haciendo una muy buena cara.

[...]

Marte y Yue Fei se lanzaron al ataque al mismo tiempo, cada uno sujetando su respectiva arma. El impacto de ambas armas hizo estremecer el suelo y creo una enorme grieta, el retumbar fue tan intenso que muchos espectadores perdieron el equilibrio.

— ¡尊貴武器 - 巴拉德:龍之之旅! —
[Arma Noble - Abalarda: Viaje del Dragón.]

¡Δόρυ του Άρη: Δία τρυπάνι!
[Lanza de Marte: Taladro de Júpiter]

Ambos gritaron y sus ataques chocaron. La lanza de Marte giraba como un taladro y género un gran calor y explosión de fuego a la par que el cuerpo de Marte se ponía rojo y su sangre comenzaba a arder con tal intensidad que humeaba. La abalarda de Yue Fei liberó una figura luminosa similar a la de un dragón que viajó en línea recta y al hacer contacto, creó una gran fuerza que hizo detener el ataque de Marte.

Sus músculos se ensancharon y sus venas se marcaron más, poniendo toda su cuerpo en ese ataque. El resplandor luminoso fue tal que la cortina de humo impidió revelar al ganador de aquél impacto de poderes.

— ¡Los oponentes se enfrentan con todo lo tienen, el humo nos impide ver quién es el ganador de esta contienda! — Gritó Heimdall.

— ¡Vamos Marteeee! — Gritaron sus hermanas.

— ¡Hermanoooo! — Exclamaron los tres chinos de las gradas.

— ¡Hijo mío! — Grito Yao Shi.

Brunhilde apretó los dientes, Gëir se tapó los ojos y Hrist rodeó el cuello de Sasaki con su brazo y lo apretó con fuerza, el pobre no podía respirar.

Ambos oponentes quedaron sepultados en una montaña de tierra, al disiparse, la cortina dejaría ver al vencedor de este combate.

SNVLOR.

*ΟΥΡΆΝΙΟΣ ΜΕΤΈΩΡΟΣMeteoro Celestial.

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¿Acaso Yue Fei conocerá la derrota? ¿El amor por la guerra será sepultado?

Lo descubriremos en el siguiente capítulo.♥

No habrá doble publicación mis niños, hoy no UnU.

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