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【02】

Un viento frio se coló en su habitación. Había olvidado cerrar la ventana de su cuarto ayer y ni siquiera se había colocado una manta encima. Yacía tendido sobre su cama, con la mitad del cuerpo colgando del borde y todavía con la ropa de ayer puesta.

La alarma que había programado ayer empezó a sonar con fuerza. El rubio apretó la mandíbula y se levantó de mala gana. Se quedo sentado sobre su cama con la alarma aun sonando. Necesitaba un minuto o dos para recordar que hizo ayer y que tenía que hacer hoy.

Volteo la mirada al despertador, eran las seis con quince. Al lado del despertador, sobre su mesita de noche, descansaba un casette algo sucio.

Entonces su cerebro hizo click. Abrió los ojos con sorpresa y corrió hacia el baño del primer piso para acicalarse un poco. Más allá de su persona y su madre no había nadie más en la casa, así que esta estaba silenciosa. Subió corriendo los escalones haciendo más ruido del que desearía. Tomo el casette y bajo corriendo otra vez. Se detuvo en la puerta de entrada y trato de recordar donde había guardado esa radio enorme que el tío de Robin le dio ayer.

¨En la cochera, detrás de las cajas de herramientas y repuestos para el auto. Encima de una tarima azul verdoso de metal oxidado y predispuesto sobre un montón de polvo. A la izquierda del auto y cerca del agujero del palo de golf de hace tres años¨ Pensó.

No perdió más tiempo y rodeo la casa hasta la enorme puerta de la cochera ¿Su madre seguiría dormida? Tenía el sueño pesado, pero si la levantaba con tanto ruido, se enfadaría con él. Era increíble la cantidad de sonido que él solo podía producir. Abrió el garaje y el material metálico del que estaba hecho la puerta hizo un ruido horrible al plegarse sobre sí mismo hacia arriba. Apretó los dientes, y una luz en el segundo piso se encendió. No se dio cuenta de esto a tiempo.

̶  ¡Vance! ¡¿Qué demonios estás haciendo con mi auto?! – Le grito una voz femenina desde dentro de la casa.

Él no se dignó a contestar. No le debía ninguna explicación a esa mujer. Encontró el aparato en el lugar exacto en el que había pensado y lo tomo por la manija. Pesaba un poco, pero no era nada que no pudiera manejar. El aire frio se intensificaba un poco más, seguramente se acercaba otra tormenta. Rezaba porque no fuera así porque ya serian dos veces en las que se humilla delante de Bruce.

Bueno, sin contar esa vez en la que casi se cae de unas escaleras luego de hacerse el chistoso con él.

Además ¿La radio era aprueba de agua? ¿Se averiaría si la dejaba demasiado tiempo bajo la lluvia? No quería descubrirlo y si ocurría, no tenía dinero para pagarle un repuesto al tío de Robin. Robin entendería, pero su tío no, y no quería más problemas con otros adultos. Mucho menos que lo vetaran de la casa de los Arellano, uno de los pocos lugares a los que podía recurrir para ocultarse de la policía o cuando ¨huía¨ de su propia casa.

Empezó una loca carrera hasta la casa de los Yamada. Conocía a Bruce desde aquel incidente con ese tipo enfermo que los encerró en ese diminuto cuarto bajo tierra. Antes de eso, no tenía ni idea de quien era o como se veía. Durante todo su encierro y para no enloquecer en el silencio y la soledad se dignaron a hablar sobre su vida. Conocía algunos detalles interesantes sobre él y viceversa. Como el hecho de que al asiático le gustaba madrugar y se levantaba mucho más temprano que cualquiera de los otros habitantes del hogar. También por eso, necesitaba apurarse. No quería verse con Amy, y mucho menos con sus padres.

¿Qué estaría siendo ahora? ¿Sería acaso que la enfermedad lo tenía tumbado en la cama todavía? ¿Estaba cometiendo un error al ir tan temprano?

Se detuvo un segundo en medio de la solitaria calle. No, quería esto más que a nada en el mundo. No había gente pululando de un lado a otro, y la familia de Bruce habría de estar durmiendo así que nadie interrumpiría. A él no le molestaba mostrarse tal y como era delante de la gente, pero sabía que al chico si y eso lo afectaría. Quizá si había sido un error el invitarlo a la cafetería ayer.

Menos charla y más acción. Se detuvo a una cuadra de la casa de los Yamada a pulir algunos detalles. Coloco el casette con la única canción en ella inscrita. Subió el volumen y lo probó solo un segundo. Lo subió un poco más. Volvió a emprender su carrera.

Frente a la casa unas nubes oscuras volvieron a hacer presencia. Frunció el ceño ¿Por qué? Decidido que lo iba a hacer de todos modos. No necesitaba que Bruce saliera, le bastaba con que se asomara.

La ventana que daba al cuarto de su amado tenía una luz tenue encendida detrás de unas cortinas que la cubrían, se mordió el labio algo nervioso. Intento alzar la voz, pero la vergüenza pudo un poco más. Miro hacia abajo, hacia el pasto perfectamente cortado del jardín delantero que rodeaba la entrada de la casa y su fachada; y tuvo una idea. Solo hacia esto cuando intentaba molestar a alguien que se hubiera metido con él antes. Calculo la fuerza con la que debería tirar y tomo la piedra más pequeña que había allí.

Y la lanzó.

La roca golpeó contra la ventana del asiático, reboto en el cristal y cayó estrepitosamente hacia el suelo, entre algunas flores. Ni rastro de Bruce luego de unos segundos ¿Quizá no se había dado cuenta? Tomó otra de un tamaño similar y la volvió a lanzar. Iba a lanzar una tercera cuando una sombra empezó a crecer en el ventanal. Podría ser cualquier persona, desde su posición no podía descifrar si se trataba de una mujer o de un hombre, ni su altura. Podría ser su madre, su hermana, Bruce o hasta su padre. Incluso si era Bruce, nada garantizaba que estaba solo en su cuarto. Se estaba arriesgando demasiado.

Estuvo a punto de darse media vuelta y echar a correr con todas sus fuerzas de vuelta a casa.

Las ventanas se corrieron hacia un lado. Un rostro que él reconocía perfectamente, incluso a la lejanía, apareció sorprendido. Ahora era solo cuestión de segundos.

En lo que Bruce abría la ventana, Vance encendía la radio y la levantaba con ambos brazos sobre su cabeza. Intentando acercar el sonido lo más posible.

Pensó en decir algo, pero no lo hizo. Entre más confuso mejor, así se podría inventar alguna excusa plausible si Bruce le decía que no; y así, no dolería tanto.

Bruce se asomó sobre el alfeizar de la ventana, los brazos del rubio temblaron un segundo, al igual que el resto de su cuerpo. Sin embargo, las manos las tenías firmes como roca. Ya no podía echarse hacia atrás.

Al asiático le tomó un segundo reconocer la canción.

Every rose has its thorn

Just like every night has its dawn

Just like every cowboy sings his sad, sad song

Every rose has its thorn

Yeah it does

̶  ¡Bruce, tú eres mi rosa! ¡¿Puedo ser tu espina?! – Gritó el rubio, atropelladamente.

Los ojos del asiático se abrieron como platos. El otro empezaba a dar repetidos golpes con el pie sobre la autopista, nervioso tras haber dicho eso. Fue lo primero que se le ocurrió, todavía era demasiado tímido para preguntarle explícitamente si quería ser su novio. La música proveniente del aparato retumbaba en toda la calle, expandida por el eco. Bruce abrió la boca para decir algo, pero de inmediato compuso una mueca de dolor y alzo una mano para señalarle al rubio que lo esperara un minuto.

Las manos de Vance sudaban y hacían incomodo el agarre de la radio. Por no decir que seguía vistiendo ese chaleco y esa camiseta corta que solo lo volvían más vulnerable al frio. Temblaba, por la temperatura y por los nervios. En lo que esperaba a Bruce, estuvo demasiado tentado a lanzar la radio hacia el suelo y salir corriendo.

Pero ¿Qué era esto? Esto no era propio de él ¿Se atrevía a golpear y a desafiar a chicos más grandes que él, a meterse con la policía y ser considerado un chico problema o un vándalo; pero no era capaz de mantener la compostura delante de ese muchacho? La verdad es que la rabia y la ira eran terrenos que había explorado con mucha libertad, pero no entendía al amor.

Pero el amor estaba bien, ¿no? Estar con Bruce hizo su estadía en ese sótano mucho más llevadera y no lo hizo volverse loco. Acurrucarse a su lado para soportar el frio, como los pingüinos, fue agradable. Le gustaba su voz y la forma calmada en la que decía las cosas, conservando todavía ese toque humano y juvenil propio de su persona. Era listo, atractivo y capitán del equipo de beisbol ¿Qué razón no habría para enamorarse de él? Bruce entendería porque estaba tan perdidamente atortolado por su persona.

Y también estaba el hecho de que su presencia lo había apaciguado de cierto modo. Lo que antes era merecedor de una paliza y su nombre escrito con una navaja en alguna parte de su cuerpo ahora solo era afrontado por una discusión corta repleta de cuanta palabra mal sonante se le viniera a la mente ... En realidad, era un avance. Hasta el oficial de policía que patrullaba la zona lo saludaba de vez en cuando, cuando antes siempre le daba avisos para que se portara como un niño de bien.

Bueno, a Bruce no le gustaba que se peleara y quería hacerlo feliz de todos los modos posibles. Había que hacer algunos sacrificios.

Ya no quería ser un cobarde.

La puerta de entrada de la casa se abrió por fin. Vance tomo aire y lo contuvo unos segundos para luego expulsarlo en un suspiro sonoro. Bruce miro hacia todos lados fuera de la casa, todavía en pijama y cubierto por los hombros con una manta cualquiera. Apenas puso un pie afuera empezó a temblar. Si que hacía frio.

Un diminuta, casi imperceptible garua empezó a caer. La radio todavía tocaba su canción.

A medida que se acercaba al rubio, este se relajaba un poco más. No podría decirle lo que sentía si estaba nervioso, cometería una tontería. El asiático se detuvo a apenas unos pies lejos de él.

̶  Hola Bruce – Saludo él primero.

El asiático no contesto, alzo la mano y la agito a modo de saludo. Vance parpadeo un par de veces.

̶  Ah, estas enfermo.

Bruce asintió. Y luego, señalo hacia la radio que todavía sostenía. Hopper bajo la cabeza y tomo coraje de quien sabe dónde.

̶  Tú ... Tú eres mi rosa Bruce ... ¿Puedo ... Ser tu espina?

El otro compuso una expresión confundida. Vance apenas levanto los ojos.

̶  Hmm, lo que quiero decir, es que ... Suspiro una vez más, demonios, tenía que sacar esto de su sistema. Sus brazos empezaban a cansarse un poco – Tú, me ... Gustas mucho ... ¿Quisieras salir conmigo? Para hacer cosas de ... Trago saliva – Pareja ... Ya sabes ... Tomarse de la mano, salir a pasear juntos, darse abrazos y ... Besos – Lo último salió entre otro atropello, sentía la lengua pesada y torpe – Cosas de pareja, jaja, eso ... ¿Te gustaría?

Bruce apenas levanto las cejas un poco. El ojiazul no podía verlo, moriría de vergüenza si lo hacía. Sintió una mano que lo tomaba del mentón y lo obligaba a levantar la vista. Cuando sus ojos se conectaron, ya no sintió miedo. Ni vergüenza, mucho menos nervios. Había calma, y paz entre todo este frio, el silencio y la humedad.

̶  Uh ...

Bruce le sonrió, se acercó, y planto un pequeñísimo beso en su mejilla. Luego se apartó y asintió suavemente.

Si antes Vance Hopper estaba sonrojado, ahora parecía que le iba a estallar la cabeza en cualquier momento y caería muerto al suelo. Ya no soportaba el peso de la radio y sus brazos empezaban a doblarse, así que lo bajo por fin y lo sostuvo de su manija.

̶  ¿Eso es un sí? ¿Es un sí, no? – Preguntó de inmediato.

Bruce compuso una sonrisita sarcástica, Vance se dio un golpe en la frente con la palma de su mano mientras dejaba salir una risita avergonzada.

̶  Está bien, soy un idiota. Lo siento – Dejo caer el aparato al suelo y extendió los brazos, incitando a un abrazo. Bruce se acercó y apenas se acurruco en él, porque todavía necesitaba sostener la manta que lo protegía del frio. La garua se acentuaba cada vez más.

Este abrazo, por más lejano que se sintiese, era diferente al resto. Diferente de las veces en las que se despedían con uno, diferente de las veces en las que su madre le demostraba algo de afecto, diferente de las veces en la que la única maestra de su escuela que todavía tenía fe en él le demostraba su aprecio. Ni siquiera era similar a todas las veces (No muchas) que Bruce lo abrazó sin motivo alguno.

Acaricio su cabello, ligeramente húmedo por la lluvia. El contraste cálido y frio de piel con piel lo tenía alerta en todos los sentidos. Aquí, y allá, a donde mirase, solo podía sentirse levitar sobre una bruma deliciosa y hundirse cada vez más en su cariño.

En algún momento lo tomo de la mejilla, sonrió, y trato de besarlo. No esperaría el momento perfecto para hacerlo, porque solo era un beso ¿No? El primero.

Sin embargo, apenas Bruce se dio cuenta puso las manos sobre su pecho y se alejó unos centímetros.

̶  ¿Uh? ¿No?

Bruce negó y luego señalo su garganta.

̶  Ah, eso ¿La mononucleosis? ¡No importa! Estaré bien, lo juro.

Bruce se cruzó de brazos y volvió a negar.

̶  ¿Por favor? – Intento una vez más, entrelazando los dedos y agachándose un poco.

Bruce rodó los ojos, lo tomo de las mejillas y planto un pequeño beso en sus labios. El mundo se congelo un segundo.

Fue un muy buen segundo.

Sin embargo, no dejaría que el asiático tomara todo el control. Pasos sus dedos por entre su cabello y su beso se tornó un poco más salvaje. Bruce se sorprendió un poco, pero lo dejo estar. Aquí entre el frio y la lluvia se sentía demasiado bien como para parar. Incluso si ninguno había tenido experiencia alguna antes.

Se separaron lentamente y terminaron por verse unos segundos antes de que el rubio soltara una risita por lo bajo, empezando a frotarse los brazos porque ahora sí que sentía el frio. Bruce se acercó una vez más y le acaricio el cabello.

̶  ¿Mañana seguirás enfermo?

El pelinegro asintió con gravedad.

̶  Está bien, te esperare. Te traeré los apuntes de la clase ¿De acuerdo?

El otro asintió, sonrió una vez más y se despidió moviendo la mano. Luego se dio la vuelta y volvió a meterse a casa.

Vance se quedó afuera bajo la lluvia un rato más, procesando todo lo que había ocurrido hace apenas unos segundos.

Se había declarado.

Le habían dicho que sí.

Precisamente la persona que le dijo que si, era el mismísimo Bruce Yamada, el chico prodigio de la escuela.

Precisamente su propia persona se trataba de un conocido vándalo malandrín bueno para nada, que apenas y tendría oportunidad con el asiático.

Y luego de que le dijo que si, lo beso.

Eran demasiadas cosas en las que pensar.

Una sonrisa muy grande se formó en sus labios, agarro la radio de vuelta y salió corriendo hacia su casa. No podría estar más contento y no pensaba en el castigo que le esperaba en su hogar. Tampoco podía esperar para contárselo a Robin o a Finney, a pesar de que eran solo dos simples chiquillos impresionables que no entenderían al cien por ciento como se sentía.

Llego el lunes y por primera vez en años, Vance Hopper llego temprano a la escuela. Se sentó en su pupitre y prestó especial atención a las clases. No quería darle nada errado a Bruce, eso sí que no se lo perdonaría jamás.

Pasó por su casa apenas termino la escuela, y a pesar de que le hubiera gustado montar su skate, la caminata resultaba más emocionante. No había visto a Yamada desde el domingo y a cada esquina que doblaba su ánimo solo subía ¿Qué le diría apenas lo viera? ¿Debería saludarlo con un beso? ¿Debería ponerle un apodo? Pasada la emoción primaria otros pensamientos poblaron su cabeza ¿Qué haría si se encontraba con alguno de sus padres, o con su hermana? ¿Bruce les habría dicho algo sobre lo de ayer? ¿Y si ya lo sabían por todo el alboroto que hizo? Una incomodidad se hizo presente en su garganta. Se detuvo un segundo en la acera, incluso si ninguno sabía nada él no era bienvenido en esa casa. Su mala fama era conocida entre los chicos y sabía perfectamente lo que la familia pensaba sobre él. La menor de los Yamada se lo había dicho el sábado: ¨No me gustas, vete¨.

Hacía calor luego de esos interminables días de lluvia, pero eso no lo hizo sentir mejor. Estuvo a punto de darse la vuelta e irse, pero no se atrevió. Le hacía cara a muchas cosas en la vida y esta tendría que ser una de ellas. Tarde o temprano, lo sabrían y no quería empezar con el pie izquierdo.

Además, le iba a demostrar a Bruce que estaba saliendo con el tipo con más cojones en el pueblo, no con el más cobarde.

Siguió caminando y muy pronto se encontró frente a la residencia. No había nadie afuera y las cortinas del piso inferior estaban corridas. Toco a la puerta se quedó de pie allí jugueteando con sus dedos hasta que alguien se dignó en abrirle. Era la señora Yamada, que de inmediato levanto una ceja al confundirla verlo allí.

̶  Hola, señora Yamada – Musito de la forma más cortes que pudo – Eh, sé que Bruce está enfermo y ... Le traje los apuntes de la clase, para que no se atrase, jaja.

La mujer no se movió ni un centímetro, el rubio sintió un escalofrió recorrerle la espalda.

̶  Esta arriba Se limitó a contestar Toca su puerta, déjale los apuntes y retírate, por favor. Hay visitas.

̶  Uh, si, claro. Eso está bien.

La señora se hizo a un lado, y a él le tomo un segundo el darse cuenta de que lo invitaba a pasar. No había estado muchas veces en el interior del hogar de Bruce y, de todos modos, todas las veces se sentía extraño estar allí. La casa se sentía demasiado grande para solo cuatro personas, incluso se sentía vacía así hubiera visitas.

Precisamente, dos ancianos se encontraban sentados en el sofá de la sala, escuchando la radio. Vance los vio en el camino hacia la escalera que daba al segundo piso y raudamente levanto la mano a modo de saludo. Ninguno de ellos lo saludo de vuelta, o lo ignoraron o no les importo lo suficiente. No importaba, entre menos tiempo estuviera allí mejor.

Subió las escaleras de a dos escalones. No había señal de Amy en ningún lado. Cuando llegó a la cima, bajo la vista y encontró a la señora Yamada todavía al pie de la escalera, con los brazos cruzados y mirándolo fijamente. Trago saliva y la garganta lo incomodo todavía más.

Sabia cual puerta era la de Bruce, ahora solo era cuestión de tocar, saludarlo y dejar los papeles. No tenía mucho más que hacer y no quería molestar a su novio en su estado actual. Toco suavemente la superficie de madera y espero unos segundos. Unos pasos sonaron de vuelta, la puerta se abrió muy despacio. Y en cuanto sus ojos se encontraron, sonrieron al mismo tiempo.

̶  Hola, Bruce, uh, cariño – Dijo torpemente.

El otro se rio por lo bajo.

̶  Hola, cielito – Contesto a modo de burla.

̶  ¡Ya puedes hablar! – Grito en un susurro el ojiazul. Bruce lo tomo de la muñeca y lo metió dentro de la habitación. Cerró la puerta tras de sí y se recostó contra la superficie de madera, deslizándose hasta llegar al suelo.

̶  Disculpa el desorden, no he estado en las mejores condiciones últimamente, je – Cubrió un estornudo con el interior de su codo y luego soltó un gemido de frustración. Estar enfermo era de las cosas que más odiaba en el planeta.

̶  Es mi culpa.

̶  Deja de culparte de todas las cosas malas que me suceden en la vida, Vance. No es tu culpa. No fue tu culpa que empezara a llover y no fue tu culpa que me haya enfermado. No eres un vidente, no puedes saber que sucederá mañana.

̶  Eso no me hace sentir mejor, ni peor.

̶  ¿Entonces ... ?

̶  Vine a traerte esto – Vance sacó un cuadernillo rojo muy delgado de su mochila. Lo dejo encima del escritorio al lado de una de las paredes de la habitación y se sentó en la cama que había allí. No estaba tendida y había algo de ropa encima. Muchos papeles arrugados poblaban el suelo – Ew.

̶  Estoy seguro de que tu habitación luce así todo el tiempo y no precisamente solo cuando estas enfermo – Apuntó Bruce, cruzándose de brazos. Vance asintió y se alzó de hombros.

̶  No te equivocas. Mi cuarto es el único lugar que mi madre y su obsesión con el orden no pueden tocar.

̶  ¿Por qué?

̶  Porque le pongo la llave a la puerta, duh.

Bruce rodo los ojos, se levantó y sin razón alguna se sentó al lado del ojiazul para tomar su mano. Se quedaron en silencio unos segundos, disfrutando de la compañía del otro. Ambos tenían ideas distintas sobre como seria su relación. Ambos habían tenido bastante tiempo para imaginarlo, pero no dejaba de quebrar sus expectativas. Bruce imaginaba un noviazgo más bien estereotipado, mientras Vance le iba más a los planes de último minuto. De todos modos, su sola presencia era reconfortante.

Entonces dejo que su cabeza reposara sobre el hombro del ojiazul. Disfrutando su aroma a desodorante. Vance se quedó congelado un segundo, empezando a acariciar los dedos de su amado. Volvió a tragar saliva, y esa sensación incomoda volvió a aparecer.

̶  Te quiero – Dijo el asiático, haciendo sonrojar a Hopper. Bruce notó esto y redoblo la apuesta sonriendo con sorna – Te amo ~.

̶  Cállate.

̶  ¿Entonces no quieres que te diga que te amo?

̶  Sabes a que me refiero ¿A que sí, cabrón?

Yamada rio, Vance sonrió mordazmente.

̶  Ya debería de irme, tú mamá me dijo que solo pasara a entregarte las tareas y eso.

̶  ¿Te dijo algo más?

̶  Hay visitas.

̶  Ya sé que hay visitas ... Bajo la cabeza, pero elevo la vista. Tomo de vuelta la mano del rubio y la beso – Ve a casa con cuidado.

̶  Claro – El ojiazul copio su acción, luego se inclinó y beso sus labios una vez más.

Se levanto de la cama y salió de la habitación sin agregar nada. Ignoro la presencia de los ancianos y se despidió de la señora Yamada, que todavía lo esperaba al pie de las escaleras.

Parecía que la vida le había dado tregua por una vez en la vida.

Y luego, todo se echó a perder. Planeaba ser el mejor estudiante de su grado toda esta semana, pero la verdad es que ya estaba indispuesto el martes. Se hallaba temblando dentro de su cama, sufriendo de fiebre y el peor dolor de garganta jamás imaginado.

Condenada mononucleosis.

Aunque tampoco podía hablar (O bueno, no debía) se las ingenió para salir de su cuarto sin ser visto y llamar desde el teléfono de su casa a casa de Bruce. Llamó en una hora en la que esperaba que los padres del asiático estuvieran trabajando y su hermana en la escuela, así que solo podían estar allí sus abuelos y él. Cruzo los dedos porque fuese él quien contestara.

̶  ¿Hola? – Su voz, mucho más clara que la última vez que lo escucho, se hizo oír desde el otro lado de la línea.

̶  Hola – Apretó los dientes porque esa misera frase le había ocasionado un gran dolor que se esparcía como fuego hasta lo más profundo de sus entrañas.

̶  Oye ¿Estas bien? Pareciera que te han forrado la garganta con papel de lija – Pregunto, medio preocupado y medio en broma.

̶  No ... Froto su cuello, se arrepentía de haber llamado.

̶  Oye, ya en serio ¿Te contagie? No hagas esfuerzo, voy para tu casa.

̶  ¡No! – Grito en un susurro.

̶  Si, espérame.

Y colgó.

Vance volvió a su cuarto tratando de hacer el menor ruido para no llamar la atención de su madre, se enterró entre las mantas y se puso a repasar todo lo que había pasado hace unos segundos. Tenía una buena memoria, pero le gustaba tomarse un momento para calcular la gravedad de lo sucedido o, en su defecto, las posibilidades que acarraría.

Solo lo había llamado para decirle que no podría entregarle más los apuntes hasta que se mejorara, pero ¿Ya qué? Seguramente su madre ni le abriría la puerta así que no había de que preocuparse.

Menos de diez minutos después escucho un ruido en la planta baja de la casa. Y no se escuchaba como su madre en absoluto. Unos pasos subieron las escaleras que daban a su habitación y alguien entro sin dignarse a tocar la puerta primero.

̶  Hola – Saludo el asiático, quedándose a una distancia razonable lejos del rubio.

¨ ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? ¨ iba a preguntar, pero en su lugar rodo los ojos y se cubrió totalmente con la manta. Luego sintió que alguien le acariciaba la cabeza.

̶  Mañana ya estaré mejor, así que yo te traeré los apuntes de la clase ¿De acuerdo? – Las caricias en su cabello se sentían demasiado bien, así que no se atrevió a alejarlo de él.

̶  ¿Cómo ... Entraste ...? – Dijo en un susurro, tocio un poco y luego soltó un gemido lastimero.

̶  Por la ventana de tu cocina – Bruce se alzó de hombros, Vance se destapo de inmediato y lo vio con incredulidad – ¿Qué? Siempre entramos por la ventana de tu cocina cuando venimos aquí. Tú madre ni siquiera contestó a la puerta. Y descuida, nadie me vio.

̶  Te vas ... a meter en problemas – Dijo, cruzándose de brazos. Bruce dio una vista rápida a todo el cuarto.

̶  Te traeré algo de agua ¿Sí? Y no te preocupes por tu madre, o es muy silenciosa o no está en casa Se dirigió a la puerta y antes de abrirla, se dio vuelta – Vine a verte, porque me tenias preocupado de verdad. Sé que no tienes las mejores defensas en el planeta y no quiero volverme viudo tan pronto.

El otro gruño en señal de fastidio. Bruce volvió a dedicarle otra de sus sonrisas irónicas y salió. La casa si que estaba silenciosa, así que Yamada debía de tener razón y su madre no estaba. Eso no le afectaba mucho, aunque si que estaba fuera de su horario. Especialmente ahora que estaba enfermo.

Decidido no darle más vueltas y termino por dejarse caer sobre el colchón. Definitivamente el resfriado le había pegado más fuerte a él que a su novio, y si, este último tenía razón. No tenía idea de porque era tan débil como una hoja si su madre vivía obsesionada con los suplementos alimenticios y vitaminas; y porque él solía hacer ejercicio. Quizá solo era más de su mala suerte, haciendo de las suyas otra vez.

Sabía que le daría una tregua más adelante, pero el proceso era demasiado aburrido y tortuoso.

El asiático volvió y dejo el vaso de agua en la mesita de noche abarrotada de cosas al lado de su cama. Cuando sus ojos volvieron a encontrarse, Bruce inclino la cabeza un poco, y colocó su mano sobre su frente. Incluso si solo era un misero gesto de piedad, le calentó las mejillas.

̶  Estas ardiendo – Bruce frunció el ceño – Y no es por mi ¿Ya tomaste algo?

El rubio asintió, luego de sonrojarse otro poco más.

̶  Entonces solo hay que esperar a que haga efecto, Vinny.

El ojiazul compuso una expresión de confusión.

̶  ¿Qué? ¿No te gusta? Ok, seguirás siendo Vance – Bruce se encogió de hombros. Hopper intento decir algo, pero no supo como explicarse, así que solo se rindió. Hablarían más cuando estuviera mejor – Siento no poder acercarme más a ti, me gustaría, pero no quiero enfermarme otra vez. Mis padres no lo permitirían.

Esta ves era el turno de Vance de rodar los ojos.

̶  Creo que ya me ausenté mucho de casa. Mis abuelos podrían despertar en cualquier momento. Debo irme, nos vemos el ... Uh ¿Cuándo crees que estarás mejor?

El más bajo solo se alzó de hombros, no tenia idea.

̶  Ok, te esperare tal y como tú ibas a esperarme a mí supuestamente.

Iba a salir por la puerta y a marcharse por la ventana tal y como entro, pero se dio la vuelta una ultima vez.

̶  No voy a besarte, ni lo pienses.

Vance volvió a entrelazar sus dedos y agacharse un poco, sonriendo con parsimonia.

̶  No.

̶  ¿Por favor? – Trató de aguantar el dolor, pero cielos, sí que era una tortura. Y su voz se oía horrible, como si se tratara de unas uñas arañando una pizarra.

̶  Tengo algo mejor para ti.

Yamada se acercó, levanto un par de dedos en el aire y los llevo a sus propios labios. Los besó y luego los puso encima de los labios del ojiazul. Era un gesto tan infantil, tan banal, tan cliché.

Pero lo fue todo para ambos.

Incluso si era una tontería no pudieron evitar sonrojarse y mirar hacia otro lado.

̶  Bueno, ahora si me marcho. Hasta mañana ¨cielito¨.

̶  Cállate.

̶  Jamás.

Bruce se fue, y en su soledad y quizá por la fiebre; solo pudo fantasear con lo que depara el futuro para ambos. Lo primero que haría con el asiático apenas se sintiera mejor y volviera a la escuela. Lo que les contaría a sus amigos. Como esto afectaría su reputación. Había tantas cosas que hacer en la vida de las que se pudo haber perdido de no ser porque un chico mucho más bajo y débil que él decidido que no iba a morirse en un sucio sótano.

Aunque ya lo había hecho, debería de agradecerle a Blake una vez más. Solo por esto.

Finalmente llegó el sábado y se sentía mucho mejor que el martes. Condenado martes. Para no hacerse más problemas en casa se esforzó esa semana en ponerse al día con el estudio en lugar de retorcerse en su tormento o en hacer jaleo en casa y enloquecer más a su madre. Y también lo hacía porque no quería decepcionar a Bruce, mucho menos hacerle creer que todos sus viajes después de la escuela hacia su casa habían sido en vano.

Bajó las escaleras sosteniendo su skate y se despidió de su madre animosamente por primera vez en mucho tiempo. Esta apenas y notó el gesto, y volvió a ordenar la despensa por quinta vez en el día.

Siempre solían encontrarse los cuatro en un parque que quedaba cerca a la escuela. Ahora tenía mucha más seguridad merodeando por todas partes así que debía de comportarse de una forma menos salvaje.

Allí estaban Finney y Robin, de espaldas a él sentados sobre un muro que rodeaba los juegos infantiles. No había señal de Bruce por ningún lado.

̶  ¿No iba a venir contigo? – Preguntó el moreno luego de que el ojiazul preguntara el paradero del asiático.

̶  ¿Qué? ¡No! Pensé que iba a estar con ustedes aquí.

̶  Uhm, él me llamo a casa y dijo que iría contigo. No lo hemos visto desde el viernes – Contesto Finn alzándose de hombros.

Vance se sentó a esperar junto a los demás. Aunque no había nada que temer actualmente y su falta podía significar muchas cosas (¨Se le hizo tarde, fue a despedirse de sus abuelos, no le dieron permiso, tenía algo por hacer¨) ese sentimiento amargo y alerta seguía presente en lo más profundo de su cerebro. Miraba de reojo a todos lados y daba un pequeño respingo cuando un auto lo suficientemente grande pasaba cerca suyo.

Esa sensación de vulnerabilidad jamás se iría. Y tendría que lidiar con ella.

Solo esperaba que Yamada estuviera bien.

Precisamente, un par de manos cubrieron sus ojos y despeinaron su cabellera. Aunque la acción inicial hizo que trasbillara hacia atrás y el pánico se apoderara de su cuerpo, de inmediato se relajo al escuchar cierta risa que reconocía perfectamente.

Pero demonios, sí que lo había asustado.

̶  No vuelvas a hacer eso jamás, malnacido – Lo riñó, dándole un golpe no tan fuerte en el brazo al asiático. Este solo seguía riéndose y se sentó a su lado, dejando caer su mano encima de la del ojiazul concienzudamente.

̶  Lo siento – Respondió quitándole importancia. Saludo al otro par de chicos allí presentes y llevo la mano hacia uno de sus bolsillos – Te traje algo.

̶  ¿Me trajiste algo a mí?

̶  Claro, debo ser un buen novio ¿O no? Si no terminaras por dejarme – Mencionó mientras sacaba algunos dulces de su bolsillo izquierdo. Los repartió entre sus amigos, pero su confesión había dejado al rubio algo perplejo – ¿Qué?

̶  Hmm, ellos no saben ...

̶  De hecho, sí sé – Interrumpió Arellano, mientras a su lado Finney se disponía a comer en silencio – Tú me dijiste que lo ibas a hacer, Bruce me lo dijo en la escuela, hasta Amy me lo dijo.

̶  ¡¿Amy te dijo que sabía algo de esto?! – Se exaltó el asiático. Y su exasperación se contagió rápidamente hacia su pareja.

̶  Uh ¿Sí? Me preguntó si era verdad y le dije que no tenia idea. Y luego ella me dijo que si era verdad y que por favor le echara un ojo a Vance para que no te meta en problemas – Robin le guiño un ojo al mencionado. Y luego paso un brazo por los hombros de Finney – No me dijo nada más.

̶  Mis padres van a matarme – Dijo Bruce mientras hundía su rostro entre sus manos.

̶  ¿Tu hermana es una chismosa? Si no lo es, entonces creo que no van a enterarse. Relájate viejo, ahora cuéntanos todos los detalles sucios entre ustedes dos.

̶  ¡Robin! – Lo regaño el pelicastaño, dándole un golpe algo fuerte en el pecho de inmediato. El otro solo le dedico una sonrisa sardónica.

̶  Es broma.

̶  No me hace gracia, estoy seguro de que a ellos tampoco les hace gracia – Señalo Blake, cruzándose de brazos y señalando con la cabeza a la pareja a su lado.

̶  De hecho, Robin, ahora que lo mencionas ... Fui a casa de Vance y no vas a creer la cantidad de basura que hay en su cuarto ...

̶  ¡Bruce! – Esta vez fue el turno del rubio el de escandalizarse. Su acompañante solo se rio, acompañado del moreno. Luego él se les unió con una risita avergonzada y finalmente el castaño solo atino a sonreír incómodamente.

Quizá el miedo inmiscuido en sus entrañas no lo dejaría en paz jamás, pero eso no impediría en absoluto el disfrutar del resto de su vida. Especialmente al lado del chico dorado de la escuela, el que no creía que fuese capaz de darle una oportunidad y, sin embargo, había caído tan rendidamente enamorado de su persona casi al mismo tiempo que él.

Solo que habían sido demasiado tímidos y orgullosos como para decirlo. 

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