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𝘾𝙖𝙥𝙞𝙩𝙤𝙡𝙤 𝙎𝙚𝙙𝙞𝙘𝙞

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La noche se sentía pesada, como si el aire estuviera cargado de electricidad. La noticia de que los neófitos venían hacia Forks no solo había sacudido a los Cullen, sino también a la manada. Se había convocado una reunión de emergencia, y aunque técnicamente no era parte de la manada, Leah insistió en que yo debía estar presente. "Si vas a pelear con nosotros, al menos mereces saber en qué te estás metiendo," había dicho.

Cuando llegué al claro, los rostros familiares de los lobos ya estaban allí. Quil, Embry, Seth, Leah... todos menos Paul. La ausencia de su figura alta y siempre inquieta era como un vacío que se sentía demasiado grande. Sam hablaba con autoridad, explicando las tácticas para enfrentar a los neófitos, pero mi mente estaba en otra parte, revolviendo preguntas que nadie parecía querer contestar.

El momento llegó cuando Sam terminó de dar las instrucciones. Antes de que pudiera dispersarse la reunión, di un paso al frente.

—Necesito hablar con todos ustedes —dije, y aunque mi voz no era tan fuerte como la de Sam, todos me prestaron atención.

Los ojos de Jacob se entrecerraron levemente, como si supiera lo que estaba por venir. Leah, a mi lado, cruzó los brazos y me dio un asentimiento apenas perceptible, un recordatorio de que no estaba sola.

—¿Dónde está Paul? —pregunté finalmente, dejando que la pregunta colgara en el aire.

Un silencio incómodo se instaló entre los presentes. Quil y Embry se miraron de reojo, Seth bajó la vista al suelo, y Sam frunció el ceño. La tensión se sentía como un peso en el pecho.

—Lía, ahora no es el momento... —comenzó Sam, con ese tono autoritario que solía usar para cortar conversaciones.

—¡¿Entonces cuándo?! —interrumpí, más alto de lo que había planeado. Mi voz temblaba, pero no de miedo, sino de indignación—. Han pasado días. Nadie me dice nada, y todos actúan como si esto fuera normal. ¡No lo es!

Leah dio un paso adelante, y aunque su mirada era severa, su tono era mucho más suave que el de Sam.

—Ellos saben lo que pasó, Lía. Pero no te lo dijeron porque Sam lo ordenó.

Mi corazón se detuvo un momento. Leah continuó, ignorando la mirada de advertencia de Sam.

—Paul encontró a su impronta. Es Rachel, la hermana de Jacob.

El mundo pareció girar fuera de control por un instante. Sentí que todo el aire se escapaba de mis pulmones, y mi visión se nubló por la oleada de emociones que me golpearon al mismo tiempo: rabia, tristeza, traición. Las palabras de Leah me atravesaron como un cuchillo, pero no fueron solo las suyas. Fue el hecho de que todos lo sabían.

—¿Y por qué nadie tuvo el valor de decírmelo? —mi voz se quebró, mirando a cada uno de ellos, buscando respuestas en sus rostros. Incluso Jacob, a quien siempre había considerado como un hermano, evitó mirarme a los ojos.

—Porque él no quería que lo supieras así —murmuró Sam al fin—. Paul... necesitaba tiempo para procesarlo. Ha estado alejado incluso de nosotros.

—¿Tiempo? —repetí, mi tono incrédulo—. ¿Alejado? ¡Me lo prometió, Sam! Me dijo que me lo contaría si algo como esto pasaba. ¡Lo único que necesitaba era que fuera honesto conmigo!

Mi voz subió con cada palabra, y aunque nadie intentó detenerme, pude sentir la incomodidad de los demás. Leah puso una mano en mi hombro, un gesto que, aunque pequeño, evitó que mi ira se desbordara completamente.

—Yo sé cómo se siente, Lía —dijo ella, en un susurro que parecía solo para mí—. Sé lo que es ser la que queda atrás.

Esas palabras golpearon algo en mi interior, algo profundo y doloroso. Leah, más que nadie, entendía lo que significaba ser dejada de lado por alguien que una vez prometió ser tu todo.

—No quiero ser su problema. No quiero su compasión —dije, mirando a Leah, y luego al resto—. Pero tampoco puedo quedarme aquí, entre ustedes, como si nada de esto importara.

Me di la vuelta para marcharme, pero Sam habló de nuevo.

—Lía, sé que estás dolida, pero necesitamos que estés con nosotros para lo que viene. Los neófitos son un peligro real, y cada persona cuenta.

Me detuve un momento, sin mirarlos.

—Estaré ahí para pelear —dije, con la voz fría—. Pero no por ustedes, ni por Paul. Lo haré porque no voy a permitir que esa amenaza destruya más vidas.

Leah me siguió cuando me marché, y juntas nos adentramos en el bosque. No hablamos durante un rato, pero su presencia era suficiente para calmar un poco la tormenta en mi interior.

—No estás sola en esto, Lía. Yo también estuve ahí —dijo finalmente, cuando nos detuvimos cerca de un arroyo—. Pero lo que importa ahora es que encuentres tu fuerza, para ti misma. No para él, ni para la manada.

La miré y vi algo en sus ojos: determinación. La misma que yo necesitaba encontrar dentro de mí.

—Gracias, Leah —murmuré.

La batalla contra los neófitos se acercaba rápidamente, y aunque mi corazón estaba en pedazos, sabía que no podía permitirme el lujo de flaquear. Había mucho en juego, y la lucha por sobrevivir apenas estaba comenzando.

🔸🔸🔸🔸🔸

La noche estaba en su punto más oscuro cuando Leah y yo nos detuvimos junto al arroyo. El sonido del agua corriendo era lo único que rompía el silencio entre nosotras. Me senté en una roca cercana, dejando que la fría humedad del aire nocturno mordiera mi piel. Leah permaneció de pie, con los brazos cruzados, mirando al bosque como si vigilara algo invisible.

—Cuando Sam me dejó —comenzó ella, con una voz baja que parecía un susurro entre los árboles—, sentí que el mundo se acababa. No podía entender cómo alguien que decía amarme podía mirarme un día como si fuera todo... y al siguiente como si no fuera nada.

Sus palabras eran un reflejo de lo que sentía ahora, aunque mi situación no era idéntica. Yo no era la impronta de Paul, nunca lo había sido, pero eso no hacía menos dolorosa la traición.

—¿Cómo lo superaste? —pregunté finalmente, rompiendo mi propio silencio.

Leah dejó escapar una risa amarga, más un suspiro que una risa real.

—No lo he superado. Pero aprendí a vivir con ello. La clave es dejar de buscar respuestas en ellos —me miró entonces, sus ojos reflejando una comprensión que nadie más parecía ofrecerme—. No es fácil. No es justo. Pero al final, la única persona que realmente importa eres tú.

La sinceridad en su voz me golpeó. No había palabras dulces ni promesas de que todo mejoraría mágicamente. Solo la verdad, cruda y honesta. Y quizás eso era lo que necesitaba.

—No sé si puedo hacerlo —murmuré, apretando las manos contra mis piernas—. Pensé que Paul era diferente. Que sería sincero, al menos conmigo. Pero ahora... siento que todo lo que creía sobre él era una mentira.

—No era una mentira —respondió Leah, sentándose junto a mí—. Antes de que Rachel apareciera, lo que sentía por ti era real. Pero la impronta... cambia todo. Es como si no tuviera elección. Ni siquiera él lo entiende completamente.

Negué con la cabeza, dejando que un sollozo escapara antes de poder detenerlo. No quería llorar, no quería mostrarme débil, pero la mezcla de emociones era demasiado.

—¿Y qué hago ahora? —pregunté, mi voz quebrándose.

Leah suspiró, mirándome con una mezcla de compasión y determinación.

—Te enfocas en ti. En lo que te hace fuerte. Paul tomó su camino, pero tú tienes el tuyo. Y ahora mismo, ese camino nos lleva a una pelea que podría costarnos la vida. Así que enfócate en lo que puedes controlar. Todo lo demás... tendrá que esperar.

🔸🔸🔸🔸🔸

Esa noche apenas dormí. Las palabras de Leah resonaban en mi mente mientras me esforzaba por encontrar algo de paz en medio del caos interno. Finalmente, cuando el primer rayo de sol apareció en el horizonte, me levanté y me dirigí al claro donde los Cullen y la manada habían acordado entrenar.

El aire estaba tenso cuando llegué. Los Cullen estaban reunidos en un lado, impecables como siempre, mientras la manada permanecía cerca del bosque. Los rostros familiares me miraron cuando me acerqué, pero nadie dijo nada. Quil y Embry desviaron la mirada, y hasta Jacob parecía incómodo. Paul, por su parte, evitó mirarme desde su lugar junto a Sam.

Decidí ignorarlos y me dirigí directamente a Jasper, quien estaba organizando los entrenamientos. Sus ojos se encontraron con los míos, y por un momento, pareció evaluar mi estado de ánimo.

—¿Lista para entrenar? —preguntó, con ese tono neutral que usaba siempre.

—Lista —respondí, más firme de lo que me sentía.

El entrenamiento comenzó, y pronto me encontré inmersa en movimientos rápidos y precisos. Jasper era un maestro en combate, y su capacidad para anticiparse a los movimientos de los demás era casi intimidante. Me empujaba al límite, exigiendo más de lo que pensaba que podía dar. Pero me enfoqué en cada golpe, en cada esquive, dejando que mi cuerpo hablara por mí.

En un momento, durante un descanso, Jasper se acercó y me ofreció una botella de agua. Su mirada era penetrante, como si pudiera leer cada pensamiento que intentaba ocultar.

—Tienes mucha ira contenida —dijo suavemente, sin juicio.

—¿Y qué si la tengo? —respondí, un poco a la defensiva.

Él sonrió levemente, inclinando la cabeza.

—No es algo malo. La ira puede ser una herramienta poderosa, si sabes cómo usarla. Pero si la dejas consumirte, te debilitará.

Asentí, aunque no estaba segura de cómo responder. Jasper tenía razón, pero canalizar esa ira era más fácil decirlo que hacerlo.

El entrenamiento en el claro seguía intensificándose. La alianza entre los Cullen y la manada no era fácil, pero la amenaza de los neófitos nos había obligado a dejar las rencillas de lado, al menos por el momento. 

Entre los lobos, Paul destacaba. Su imponente figura gris oscuro se mantenía a unos metros de distancia, sus ojos dorados clavados en mí con una intensidad que era imposible ignorar. No había hablado conmigo desde que lo descubrí, pero incluso en su forma de lobo, su presencia era abrumadora. Era como si estuviera esperando algo... tal vez una oportunidad para intervenir.

—Lía —llamó Jasper, sacándome de mis pensamientos. Caminó hacia mí con esa calma calculada que lo caracterizaba—. Quiero que te enfrentes a Rosalie.

El claro se sumió en un silencio expectante. Podía sentir las miradas de todos clavándose en mí. Rosalie, con su elegancia fría y letal, dio un paso al frente, cruzando los brazos y alzando una ceja, claramente divertida con la idea. Pero antes de que pudiera responder, Paul reaccionó.

Gruñó bajo y profundo, un sonido que resonó como un trueno. Avanzó un par de pasos hacia Jasper, sus músculos tensándose como si estuviera dispuesto a intervenir físicamente. Los demás lobos levantaron las cabezas, atentos a la súbita tensión.

Jasper se detuvo y giró hacia Paul con una mirada inquisitiva. —¿Hay algún problema, Paul? —preguntó con calma, aunque su tono tenía un filo apenas perceptible.

Paul soltó otro gruñido, y su mirada pasó de Jasper a mí. Supe lo que estaba pensando, incluso sin palabras: no quería que me enfrentara a Rosalie. No quería que me lastimaran.

Algo dentro de mí se encendió. No necesitaba que Paul, ni nadie, dudara de lo que era capaz.

—Paul, basta —dije con firmeza, cruzando los brazos mientras lo miraba directamente. Su enorme forma se detuvo en seco, y sus ojos se encontraron con los míos.

El gruñido disminuyó, pero la intensidad en su mirada permaneció. Lo enfrenté sin vacilar.

—¿Crees que no puedo hacerlo? —pregunté, mi voz cortando el aire como un cuchillo—. ¿Crees que soy tan débil como para necesitar que me defiendas de esto?

Paul retrocedió apenas, el brillo de su mirada suavizándose un poco. Podía sentir que el resto del grupo observaba con atención, pero no me importaba. Esto era entre él y yo.

—He enfrentado cosas más difíciles que esto, Paul —continué, mi tono lleno de determinación—. Y si no puedes confiar en mi fuerza ahora, entonces quizás deberías mirar más de cerca. No estoy aquí para que me protejan. Estoy aquí para luchar.

Paul bajó ligeramente la cabeza, y aunque seguía sin transformarse de vuelta, su postura se relajó. No era fácil enfrentarlo, pero no iba a permitir que sus dudas me detuvieran.

Jasper, que había observado todo en silencio, finalmente habló. —Bien dicho, Oralia. La confianza en tu fuerza es esencial, y no solo para ti. Es algo que todos los que luchamos juntos debemos entender.

Rosalie, que había permanecido en su lugar, esbozó una pequeña sonrisa. —Parece que tenemos un combate interesante en nuestras manos.

Sin esperar más, me preparé para enfrentarla. Sabía que Rosalie era rápida, letal y calculadora, pero también sabía que podía enfrentarla. Cuando ella atacó, fue como un relámpago: su primer golpe iba directo a mi torso, pero lo anticipé, girando sobre mi eje para esquivarlo y lanzando un contraataque.

El choque de nuestros movimientos llenó el claro. Rosalie no se contuvo, y yo tampoco. Aunque me derribó un par de veces, logré mantenerme en pie y seguir peleando. Jasper, observando desde un costado, daba indicaciones ocasionales, pero gran parte de su atención estaba en nuestra estrategia y coordinación.

Los lobos alrededor estaban atentos, pero era Paul quien no apartaba la vista de mí ni un segundo. Podía sentir su tensión, casi como si estuviera luchando junto conmigo.

Después de varios intercambios, Rosalie finalmente retrocedió, alzando una mano para indicar que habíamos terminado. Su expresión era inescrutable, pero había algo en su mirada que parecía... respeto.

—Nada mal —dijo, inclinando ligeramente la cabeza hacia mí.

—Gracias —respondí, respirando con dificultad pero sintiendo una chispa de satisfacción.

Cuando volví al grupo, los ojos de Paul seguían fijos en mí. Esta vez, no había tensión en su postura, sino algo más suave, algo que parecía... orgullo. No necesitó decir nada, y yo tampoco. Había demostrado mi punto.

El resto del entrenamiento continuó, con ejercicios grupales que nos obligaron a trabajar juntos, vampiros y lobos por igual. Aunque las tensiones persistían, había un entendimiento tácito en el aire: estábamos aquí para luchar por algo más grande que nuestras diferencias.

🔸🔸🔸🔸🔸

Okay, okay. Lo siento. Esta vez no tengo excusas. 

Primero que todo, ¡PASAMOS LOS 3K DE LECTURAS!

Como celebración, subiré dos capítulos más hoy. 

Segundo, de verdad agradecería que me dejen mucho comentarios ): quisiera saber si les está gustando la historia pipipi. 

Con cariño, 

Poppy.

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